Capítulo 43: Demasiado tarde
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Salió a los dos días de la enfermería, por la mañana. Madame Pomfrey le había limpiado los pulmones con una poción, hasta quitar el último rastro de gas tóxico para que no hubiera complicaciones. Le curó las quemaduras, que eran leves y le regresó la visión normal que tenía.
Volvió a su despacho. Estaba completamente limpio, pero sin nada en él. No había muebles, no había cuadros, cortinas o plantas. Agradecía haber guardado la única fotografía de su familia en el cajón de la ropa. Su dormitorio estaba intacto. La mayoría de sus pertenencias estaban a salvo.
Haría las maletas ese mismo día. Lo sentía mucho por Dumbledore, pero no le sería difícil encontrar a alguien que le reemplazara.
Tomó sus maletas y las abrió sobre la cama. Comenzó a ordenar la ropa interior cuidadosamente en la maleta más pequeña, junto con la ropa más de verano. Cada prenda que colocaba era parte del pasado; era como una terapia.
Llevaba la mitad cuando alguien entró a su despacho. Miró de reojo y no dijo nada. Sin embargo, Severus no se quedó callado. Se puso a su lado y comenzó a observar lo que estaba haciendo.
—¿Qué pretendes? —indagó con evidente enojo en su voz.
—Me marcho… —farfulló—. Es una decisión que debería haber tomado hace tiempo. Jamás debí…
—¿Jamás debiste qué?
Merlina no contestó. Ese "Jamás debí venir" no era lo que quería decir realmente.
—Me voy… —repuso y fue hasta el cajón para buscar más ropa. No se dio cuenta que Severus tomó un puñado de remeras y las tiró al suelo.
Merlina llegó con más ropa y la depositó en la cama.
—No puedo seguir aquí si Malfoy planea matarme el resto del mes y medio que queda…
Cuando ella giraba la cara para elegir una prenda, Severus tomaba más ropa y la volvía a tirar al suelo. Dado un momento sacó un sostén rojo y del tirante se lo colgó en el dedo.
—Esto es muy osado y sugerente. Me pregunto cómo se te verá puesto —expresó con una sonrisa torcida en sus finos labios.
Merlina miró y asintió desganada. Severus lo volvió a tirar al suelo ante sus ojos con la sonrisa borrada.
—¿Qué demonios haces? —cuestionó y luego vio el suelo. Furiosa se agachó y recogió lo más que pudo y lo colocó tal cual en la maleta. Cuando se agachó nuevamente, más ropa cayó.
Se reincorporó y desesperada gritó:
—¡DÉJAME EMPACAR!
Severus dejó de botar la ropa y la miró sorprendido. Luego la tomó por los brazos, pero ella se soltó.
—¿Es que no entiendes, Merlina? No te puedes ir. No te debes ir. No me puedes dejar… —todo eso lo decía con dificultad.
Merlina no soportó y se puso a llorar. Todas las lágrimas que había evitado liberar, salieron como gruesas gotas que le empañaron la visión.
—¿Es que tú no lo entiendes? —replicó de la misma manera—. No me puedo quedar aquí… No con todo lo ocurrido en los últimos días…
—Pero, Merlina, escúchame…
—¡Escúchame tú a mí! —le espetó. Le dolía gritarle, pero él no entendía, no comprendía… Estaba velando sólo por sus intereses—. ¿Sabes que es lo que reviví el día del incendio? —Severus estaba de piedra. Miraba su cara, sus mejillas mojadas, sus ojos hinchados—. ¡Volví a ver en mi mente la muerte de mis padres y mi hermano! ¡QUEMÁNDOSE! —vociferó fuera de sí—. ¡Quemándose como en un infierno! —Trató de respirar profundo, pero estaba congestionada—. Si me quedo aquí Severus… Si me quedo aquí… Creo que no voy a superar nunca esto.
—Claro que puedes, Merlina, por favor…
—¡No puedo, no podré nunca! —cayó al suelo de rodillas.
Severus se aproximó hasta ella y se iba arrodillar a su lado, pero ella se escabulló, sin mirarlo. Estaba llorando más estrepitosamente que nunca.
—No sigas, por favor. No te me acerques. Soy un asco…No valgo la pena… Severus, vete… Ya no hay vuelta atrás. Las cosas están como están…
Severus la observó por unos segundos. Luego se fue hasta la puerta. Cerró los ojos por unos segundos.
—Yo… Yo creo que vales toda la pena del mundo y que sí hay vuelta atrás y… —susurró en tono sepulcral tocándose el antebrazo izquierdo, donde tenía la Marca Tenebrosa. Él también tenía un duro y triste pasado que día a día superaba, y parte de ese avance había sido gracias a Merlina. Abrió la puerta y atravesó el umbral lentamente. La cerró tras sí. Se fue de allí a paso lento, como si no hubiera nada que le atrajera hacer en esos momentos.
Merlina continuó llorando hasta vomitar y sentirse completamente débil. Era la hora del almuerzo cuando se pudo poner de pie. Tambaleaba.
¿La decisión era correcta? Sí. No podía estar con Severus. Lo acabaría arrastrando hacia su tristeza, hacia sus demonios y no quería que él sufriera por su causa. El problema era que ella no tenía idea de que separándose de él lo iba a hacer sufrir de verdad. En esos momentos estaba nublada, sin pensamientos claros y no veía solución o positivismo en nada. Se sentía más hueca que nunca, una concha vacía. Una mujer infeliz.
Juntando sus fuerzas fue a lavarse los dientes para quitarse el mal sabor a vómito.
No bajaría a almorzar. No hasta que se le pasara esa sensación de querer desaparecer del mundo. No era normal en ella. Ella era fuerte, ella podía contra eso… Ella era una luchadora, ¿no?
Se recostó en la cama y cerró los ojos. Varias veces oyó que personas tocaban la puerta, pero no contestó ni abrió. No deseaba hablar con nadie ni que la consolaran. ¿Dónde había quedado la gran coraza de alegría que había podido construir durante años?
Respiró profundamente y abrió los ojos. Había estado en mitad sueño y mitad consciente por varias horas. Había pasado de largo hasta poco antes de la hora de la cena. Se puso en pie y fue hacia el baño. Se miró al espejo y vio que lucía espantosa, como salida de un cuento de terror. Sus ojos estaban rojos e hinchadísimos. La cabeza estaba a punto de estallarle de tanto llorar.
Se lavó la cara, nuevamente los dientes y bajó a cenar. No había acabado de empacar; cuando regresara a su cuarto continuaría con la tarea. Y le daba lo mismo que los otros la vieran así. Era lo de menos. En ese instante, poco le importaba lo que pensaran los demás. En realidad, por primera vez le daba igual lo que pensaran los demás.
Caminó por los pasillos solitarios. Todos debían de estar ya en el Gran Comedor. Fue por el pasadizo para profesores y atravesó la puerta siendo observada por varios pares de ojos. A esa altura todos debían de estar enterados de su pasado. Lo ocurrido el día del incendio de su despacho había despertado la curiosidad de varios, y no le cabía duda de que habían investigado en alguna crónica de los periódicos sobre su vida. Aunque nunca había causado demasiada sensación en el mundo mágico. Fue en el mundo muggle que sacudió todos los periódicos y revistas.
Ocupó su lugar. Ni Pomona ni Hagrid se atrevieron a hablarle. Ella simplemente los ignoró y se dedicó a comer. Parecía una máquina con la función programada de mover el brazo hacia su boca para introducir el tenedor. Casi no masticaba. Le dolía la garganta al tragar.
¿Podía ser así de difícil todo el asunto? ¿Podría haber retrocedido lo que había logrado avanzar en años, para poder ser una persona feliz y normal? Sí, era lo que le estaba ocurriendo. Había permanecido en estado de shock por años, para luego despertar en la cruda realidad.
Terminó su plato y vació su vaso de jugo. Se paró y se fue del Gran Comedor. Regresó a su despacho a terminar sus maletas.
Con sumo cuidado tomó su ropa y se dedicó a doblarla de manera relajada. Luego continuó con sus objetos personales. Sólo dejó afuera lo que iba a ocupar a la mañana siguiente: la ropa y los artículos de aseo. Cerró la maleta.
Luego de eso, dejó en orden lo demás. Aseó los cajones vacíos e hizo alguna limpieza simple, para que el próximo o la próxima ocupante no recibiera el cuarto tan sucio. Por último, se colocó el pijama y se dispuso a dormir su supuesta última noche en Hogwarts. Apagó las luces.
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A la mañana siguiente se despertó por arte de programación propia: a las siete en punto. Era como si su cerebro estuviera esperando atentamente a que se cumplieran los minutos exactos para que se levantara.
Bostezó una vez y se reincorporó. Debía reconocer que se sentía un poco más "ella", pero eso no cambiaba el rumbo de su decisión. Para sí misma negó con la cabeza, como diciéndose "Ni se te ocurra arrepentirte", y fue a bañarse.
No supo por qué, pero demoró casi media hora en la ducha. O el tiempo pasaba rápido o ella tenía la leve impresión de que su mente estaba manejándola como quería para que pasara más tiempo en el colegio.
Se vistió colocándose su túnica inmediatamente. No pensaba desayunar y era por dos simples razones: la primera era porque no tenía hambre y, la segunda, porque no quería recibir interrogaciones de parte de nadie, y tampoco emotivas despedidas que sabía que la harían llorar, ya que había recuperado esa capacidad.
Alivianó sus maletas, las tomó por las argollas y dejó atrás su despacho. Era su despacho. Fue su despacho. Tenía que grabárselo en la cabeza.
Caminó por el pasillo hasta llegar a la bifurcación que daba a la amplia escalera de mármol que descendía hasta el Vestíbulo. Al momento que bajaba Severus salía del pasadizo de las mazmorras. Se miraron. Merlina terminó de bajar la escalera y él se quedó en el centro aguardando a que llegara hasta allí.
Merlina planeó pasar de largo, pero su voz la detuvo.
—¿Nada haría cambiar tu decisión? —susurró el profesor de Pociones colocándose a centímetros de ella. Merlina jamás había oído ese tono de voz tan impregnado de tristeza.
—No —contestó ella por lo bajo. Lo miró a los ojos—. Nada hará que cambie mi decisión —mientras decía eso no se dio cuenta que Snape deslizaba algo por el bolsillo de su túnica—. Es definitivo —concluyó.
Severus asintió y le acarició rápidamente la cara. Luego se alejó. Merlina continuó hasta a la puerta de roble y la abrió, pero se giró por un momento, quedándose unos segundos más observando a Severus, que no se había movido de su lugar.
—Adiós —dijo ella.
—Adiós —contestó él.
La joven cerró la puerta con algo de esfuerzo, pero sintió alivio al dejar de ver el rostro deprimido de Severus. Le dolía tanto… No quería pensar en ello.
Caminó hasta el lugar donde la esperaban los carruajes de Thestrals. Se subió a uno, y estuvo segura de que era el mismo en el que siempre viajaba. El animal partió y comenzó el típico movimiento de ajetreo. Apegó la cabeza al vidrio del carruaje y se fue mirando el bosque y el lago con una sensación de opresión en el pecho.
Finalmente bajó en la estación de Hogsmeade y se dignó a comprar el boleto de tren. La máquina partía en cinco minutos, así que, prácticamente, llegó a la hora justa.
Sacó su monedero que tenía en el bolsillo del pantalón y pagó con unos cuantos galeons. El vuelto, que eran muchas monedas pequeñas, se lo echó en uno de los bolsillos de la túnica.
Subió al tren que estaba comenzando a pitar y, sin dirigir la mirada al castillo que se veía en la altura del monte, fue a buscar un vagón.
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Luego de que Merlina cerró la puerta, él se cubrió la cara con ambas manos. Sería capaz de estrangularse a sí mismo en ese preciso instante, pero se calmó, como siempre lograba hacerlo cuando esa furia tóxica lo envolvía. Abatido volvió a su despacho, pero no duró más de media hora allí solo. Necesitaba hablar con alguien…
Se retiró y subió lo más rápido posible hasta el despacho de Dumbledore.
—Dulce Apasionado —gruñó a la gárgola que pronto se hizo a un lado.
Ascendió la escalera de caracol y golpeó dos veces la puerta.
—Adelante —indicó la voz del anciano.
Severus entró y cerró la puerta. Nadie dijo nada. Severus ni siquiera esperó a ser invitado. Simplemente se sentó en la silla y se cruzó de brazos.
—No sé por qué tenía la vaga sensación de que en cualquier minuto aparecerías —dijo el director guardando unos papeles en el cajón—. Y aquí estás.
—¿Por qué pensaba que vendría aquí? —dijo Severus idiotizado.
—¿Vas a continuar con eso…?
Severus golpeó la mesa del director con el puño. Albus no le dijo nada. Al parecer comprendía su reacción. Lo miraba con tristeza.
—No puedo entender realmente porqué se fue —señaló Severus mirando hacia otro lado—. Te juro que no lo concibo. ¿Lo sabe usted? —lo miró. Los ojos y la garganta le escocían del dolor.
—Sólo hacer conjeturas, como siempre. No las expresaré porque ni yo las tengo muy claras, pero te aseguro que tomó la decisión equivocada. Alejarse del mundo le va a hacer peor. Te lo digo porque conozco a alguien que hizo eso.
Severus se movió en su asiento incómodo.
—Si se refiere a mí… —comenzó, pero el director lo interrumpió.
—Sí, me refiero a ti.
Severus se quedó callado por algunos segundos. Luego, recuperó la voz.
—¿Tiene la intuición de que retornará?
—No, esta vez no lo sé. ¿Hiciste algo para que se arrepintiera? ¿Para que vuelva?
—No —contestó.
—¿Nada? —Dumbledore arqueó las cejas con lástima.
—Bueno… —Severus se apoyó en el escritorio y evadió la mirada de Albus—. Le escribí una carta. Se la metí en el bolsillo de la túnica; no se dio cuenta. No sé si la lea.
—¿Qué le expresaste en la carta? —indagó el anciano entrecruzando los dedos.
Severus tomó aire y cerró los ojos por algunos segundos.
—Cosas que nunca pude decirle a la cara porque no me daba el pellejo. Cosas que no le dije por egoísta.
—¿Tales como…?
—Que la amo.
Silencio.
—Maldición, qué fácil es decir eso ante una persona ajena —se lamentó Severus terriblemente culpable. Se volvió a tapar la cara con las manos.
—No quiero hacerte ilusiones —sinceró Albus—, pero tampoco quiero que pierdas la esperanza. Por favor, no te rindas tan fácilmente y tranquilízate. Te voy a necesitar mucho este último tiempo si las cosas han quedado como están.
Severus se descubrió la cara y asintió. Los ojos se le habían puesto rojos. Parecía drogado.
Regresó a su despacho, pero no pudo calmarse así de fácil.
—¡MALDITA SEA! —rugió tumbando el escritorio. Luego le sacó los cajones, gruñendo y rugiendo como nunca lo había hecho. Tomó los papeles que, con tanto esfuerzo Merlina había ordenado y los regó por todos lados. Derribó sus muebles, sin importar que los ingredientes de pociones se quebraran y se esparcieran por el suelo. Dañó todas las cosas que pudo. Y, por último, se lanzó al sillón con un dolor de garganta tremendo de tanto gruñir. ¡Por qué había desperdiciado tanto el tiempo!
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Merlina, a pesar de que no había logrado tener hambre a la hora del desayuno, sí le dio a la hora que pasó el carrito de la comida, cerca de las doce. Durante todo ese trayecto había estado mirando el paisaje que se presentaba por la ventana.
La bruja regordeta le sonrió con amabilidad.
—¿Desea comprar algo?
—Oh, sí, por favor —contestó y se metió las manos en los bolsillos, buscando el dinero que le había sobrado del pasaje. En el izquierdo tenía las monedas y en el derecho, algo que parecía pergamino. Sacó unos cuantos sickles y los entregó para comprarse algunas golosinas. Las recibió con la misma mano que había pagado, ya que la otra la seguía manteniendo en el bolsillo—. Gracias.
—Gracias a usted.
La señora se fue.
Merlina extrañada sacó lo que tenía en el bolsillo derecho, mientras intentaba poner la pajilla en la caja de jugo con la otra.
Dirigió su mirada hacia el pergamino y vio que se trataba de un sobre. Miró la cara trasera y vio que salía su nombre. El jugo se le resbaló del asiento y cayó al suelo, pero ella no prestó atención. Temblorosa abrió la carta y sacó la hoja. Estaba escrita con aquella letra archiconocida, que había visto durante casi dos años y en cuarto año de estudios en el colegio.
Por una fracción de segundos pensó en arrugarla y lanzarla por la ventana, pero sus verdaderas intenciones cedieron y se dispuso a leer.
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Merlina:
Acabo de llegar a mi despacho, luego del griterío que me diste en tu tuyo. Me has dejado… ¿Se puede dudar al expresar sentimientos en una carta? Una vez te dije que "si querías que me pusiera cursi, no lo lograrías". Pero, ahora sí, lo has logrado. Maldita sea, que lo has logrado. La tristeza que me embarga es inexplicable… Tengo sentimientos, no soy de hielo como has creído alguna vez. No es una ironía ni una exageración, es la verdad. Por favor, no pares de leer la carta. Lo menos que puedes hacer por mí es acabarla. Me lo debes. Por favor.
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Los ojos de Merlina se llenaron automáticamente de lágrimas ante esas palabras. Se enjugó los ojos y continuó leyendo.
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Sé que no te voy a hacer cambiar de opinión. Te creo lo que dices, que ya es muy tarde, que no hay vuelta atrás; sé que lo dices de corazón. Así como creo que ha llegado el momento de que te exprese todo lo que te he querido decir hace tiempo, y de lo que no me atreví porque me sentía vulnerable, porque pensaba que no podía ser completamente cierto lo que sentía por ti, que tal vez era una confusión, una ilusión del momento, porque recordaba sentimientos del pasado, cuando tú eras apenas una estudiante y yo un joven acostumbrado a las relaciones por conveniencia con las personas. Me engañé creyendo que sólo era algo pasajero. Pero, en este último tiempo, me he dado cuenta de que tú has sido la única que ha logrado hacerme sentir vivo. Si no me crees, algún día pregúntale a Dumbledore. Él es el único que ha visto el real cambio en mí desde el año pasado. Tú conseguiste hacerme salir del túnel en el que me hallaba. Para mí no ha sido fácil darte cabida en mi deprimente vida, Merlina, porque significaste una revolución en mi interior; pusiste todo patas arriba.
En un principio, todo fue un juego. Y es cierto que tenía sentimientos encontrados contigo. No quería aceptar que me gustabas, así que utilizaba los insultos y las bromas como método para mantenerme a raya. Como digo, no fue fácil abrirme camino entre los sentimientos. Difícilmente lo pude lograr, porque cada vez que me acercaba a ti, unas ganas locas me invadían de besarte o abrazarte, o hacerte mía. Pero tú me frenabas… te ponías nerviosa, me rechazabas. Eso, en el fondo, te lo agradecía, porque me limitabas a actuar como una persona civilizada, me obligabas a actuar de la manera que me correspondía.
Pasó el tiempo y dimos un gran paso. O quizás lo di yo, porque yo era el único culpable de mantenerte alejada de mí con mis sandeces. Me refiero a que pude lograr hacer cosas por ti, como ir a la cueva a intentar rescatarte, sin importarme otra cosa, o hacer el máximo esfuerzo en el juicio contra ese hijo de perra, que ahora está muerto. Ahí pude descifrar que lo que estaba sintiendo por ti era extremadamente fuerte, y era más que encontrarte bonita o atractiva.
Este año fue diferente, y admití completamente mis sentimientos; caí rendido ante mi vulnerabilidad. Ya entendía que eras mucho más importante para mí, por eso te seguía, trataba de velar por ti, cuidarte y protegerte de Malfoy o de quien fuera.
Y luego llegó ese día en el armario. Me burlé de ti sólo para frenarme un poco más antes de besarte. Hacía días que me estaba aguantando, cavilando mi decisión. Estaba amenazado por Ledger, pero no era lo que me hacía dudar precisamente. Sabía que, si te besaba, me enredaría contigo de maneras profundas, irrevocablemente, de donde no podría arrancar. Me internaría en ese mundo de ilusión donde todo es perfecto, donde todo es sólo romance. No fue precisamente así, por supuesto, pero cuando estaba contigo… No existía nada más.
Hasta que ocurrió esto. Hasta que se quebró todo.
Te preguntarás por qué te narro nuestra historia, de la que ya sabes cómo va. Pues, te la vuelvo a contar desde mi perspectiva, para que sepas que tú, Merlina Morgan, has sido la única, y lee bien esto, por favor, la ÚNICA, que logró despertarme de la maldita vida llena de culpabilidades que poseía. Has sido la única que me ha hecho sentir tantas cosas con un sólo roce de tu piel o con una palabra, o una mirada, una sonrisa. Eres la única persona por la que podría dar la vida; la única que me hizo sentir como una persona. Eres la única en todo. Me hiciste cambiar, créeme. Me siento distinto. Prefiero ser vulnerable antes que estar sin ti. Me has logrado hacer amar, una capacidad que creía perdida. Te amo más que a nada en este mundo. Para serte más sincero aún, eres lo único que amo, lo que suena patético, pero es cierto. Te amo tal como eres, amo tus demonios y tus defectos. Me da igual si tú piensas que no vales la pena para mí, pues para mí tú eres todo el sentido de mi vida. Me quitaste el peso que sentía por llevar esta asquerosa Marca. Ese estigma que me titula de ser una mala influencia, una mala persona. Tú nunca lo viste así, cosa que aún no entiendo, pero supongo que tu pasado, tu madurez hacen ver otros aspectos de las personas. Nunca te insultó el hecho de que yo lleve esto. No te alejaste, no me discriminaste, y lo agradezco en el corazón.
Perdóname si no te lo dije antes. Perdóname, por favor. No me atrevía. No podía, me ponías tan débil, me ilusionabas trasladándome a otra dimensión. Pero intenté hacerlo, lo intenté poco antes del incendio, lo intenté ahora, al salir de tu habitación. No pude. Tal vez si te lo hubiese revelado antes del incidente, hubiera podido salvarte de la decisión que ibas a tomar.
Siempre me he caracterizado por darme aires de grandeza. Tú lo sabes y muchos lo saben. Soy un hombre de orgullo. El orgullo ha sido el que ha tratado de reparar mi dignidad, la poca que me queda. Sin embargo, ahora me atrevo a decir esto porque simplemente lo sé y porque no puedo estar más seguro: tengo la capacidad de hacerte feliz. Te conozco de maneras que no imaginas, te he observado, me he preocupado por ti hasta límites que creí imposibles. Siempre estaré contigo.
Nunca podría reemplazar una figura familiar, eso lo sé. Si pudiera devolverte a tu familia, buscaría la manera aunque se me fuera la vida en ello. Pero, sé que puedo velar por ti de manera diferente: como un amigo, como un novio o como… lo que sea que quieras que yo sea de ti. Quiero estar contigo, quiero estar para ti.
Tengo ganas de llorar, y esto es lo más patético y denigrante que he escrito y que he admitido. Pero, si lo hago, si me entrego a la pena, sería como volver a mi vida anterior, llena de oscuridad y malos sentimientos.
Me encantaría que en este instante estuvieras a mi lado. Me encantaría que estuvieras por siempre a mi lado.
Ojalá las cosas hubiesen sido distintas. Ojalá yo nunca hubiese sido un idiota cascarrabias. Ojalá no te hubiera insultado jamás. Sabes que todo lo que te dije era para llamar tu atención y no porque fuera cierto. Las veces que te decía "inmadura" era porque me lo estaba gritando a mí mismo cien veces más fuerte en mi mente. Quiero decir que, en realidad, eres una persona maravillosa. Eres para mí la más valiente y entregada. Admiré tu manera de estar contenta, de sobrellevar las cosas y de aguantarme. ¡Si hubiese tenido un cuarto de tu fortaleza, sin duda yo sería diferente! Espero que vuelvas a ser tú algún día y no pierdas tu luz como yo, y te vuelvas huraña, oscura… alejada de la gente. No cometas el mismo error. Vales demasiado para que te pierdas a ti misma. No dejes que tu pasado te defina.
Te amo, Morgan. Te amo. Te amo. Te amo. Te deseo y ya te extraño, y eso que todavía no te vas. Pero el hecho de que estés tan deshecha me hace pensar que estás lejos.
No sé cómo lograré introducirte esta carta. Tampoco sé si te la entregaré directamente o me toparé contigo. Aún me falta valor para hacer algunas cosas.
Te amo y no me canso de repetirlo, porque es mil veces más fácil escribirlo. Sin embargo, la verdad es que lo siento de forma plena y real.
Se despide, deseándote lo mejor, hoy y siempre
Severus Snape.
