1. Como un amigo
Al final logramos encontrar una cueva para guarecernos de la intensa lluvia. Estábamos en una zona montañosa bastante despoblada, al sur de la isla de Kaen, a unos diez días de distancia de Ciudad Ígnea. La verdad es que la tormenta tropical nos había pillado desprevenidos a todos. Había empezado repentinamente, y nos había obligado a desmontar el campamento en cuestión de segundos. La lluvia era tan intensa y persistente que Appa no había podido remontar el vuelo, lo que nos había obligado a buscar un refugio por tierra, caminando a tientas en la oscuridad de la noche a través de las heladas cortinas de agua. Ni siquiera el Dominio de Katara había sido útil: la lluvia era tan avasalladora que apenas había logrado expulsarla de nuestro alrededor durante unos cuantos segundos. Por fin, y después de lo que parecieron horas de penosa marcha, Sokka había encontrado una cueva que se abría en la pared rocosa de una colina, y hacia allí nos habíamos dirigido, totalmente mojados y calados hasta los huesos.
-¡Aguas grises! –exclamó Sokka al cruzar el umbral de la cueva-. ¡Y nunca mejor dicho! ¿Es que todo en las Islas del Fuego es así de desagradable y violento? ¿Hasta la lluvia? ¡Casi parecía el ataque de un ejército! ¡Un bombardeo! ¡Un…!
-Las tormentas tropicales son bastante comunes en esta… en esta época del año –comenté sin poder contener un escalofrío-. No sé cómo no he caído en la cuenta antes. Lo siento –mis dientes castañeaban sin control, pero me esforcé en mantener un tono sereno-. Hace ya años que no vivo en las Islas y lo había olvidado.
-Oh, no te preocupes –Sokka se frotó los antebrazos con energía y observó la cueva con ojo crítico-. De todas maneras, ¿por qué…?
-Deja de quejarte, Sokka, haz el favor –le interrumpió Katara de malos modos mientras pasaba por nuestro lado chorreando agua y cargada con los fardos que contenían nuestras provisiones-. Los dos, meted a Appa en la cueva e instaladlo al fondo. Y comprobad que no se ha hecho ninguna herida durante la marcha. ¡Venga, no os quedéis ahí parados! –nos increpó al ver que nos habíamos quedado observándola.
-Ya vamos, ya vamos, qué pesada… -remugó Sokka por lo bajo, pero aun así me pasó un brazo por los hombros y me empujó suavemente hacia la entrada de la cueva-. Ya sé lo que le ocurre –me confió al oído cuando nos alejamos un poco-. Es solo que está molesta porque su maravilloso Domino no nos ha servido de nada para protegernos de la lluvia.
-Bueno, pronto lo solucionaremos –repuse en el mismo tono-. En cuanto nos instalemos haré un buen fuego para calentarnos.
-¡Claro! ¡No había caído en eso! –Sokka me zarandeó los hombros y se apretó junto a mí con gesto victorioso-. ¡Otra de las ventajas de gozar de los servicios de un Maestro del Fuego en nuestro equipo! ¡Hurra! ¡Así sí!
-GGRRRRRR –protestó entonces el bisonte volador, que permanecía en la entrada de la cueva con cara de pocos amigos y el pelaje totalmente mojado.
-Ah, sí, venga, chico, vamos a meterte dentro…
Aproveché que habíamos llegado a Appa para apartarme discretamente de Sokka. Ya había notado que el joven guerrero del Agua tenía la desagradable costumbre de acercarse demasiado a los demás cuando conversaba. Aun así, no puede evitar sentirme agradecido por la familiaridad con la que me trataba. Cada vez estaba más integrado en el grupo del Avatar, pero sabía que todavía no confiaban plenamente en mí. En ese sentido, el comportamiento de Sokka, aunque en ocasiones demasiado campechano o estridente, me ayudaba a sentir que yo también formaba parte del equipo y que se me valoraba como tal. Que, incluso, me veían como un amigo… Como alguien con quien bromear o en quien confiar. No sé. Era difícil, pero al lado de Sokka me sentía un poquito menos fuera de lugar.
-¡Zuko! ¡Ayúdame!
Sokka estaba intentando empujar a Appa hacia el interior de la cueva, pero el enorme animal solo hacía que gruñir y arañar la roca del suelo, negándose a moverse. Aang comentaba a menudo que el bisonte odiaba los espacios cerrados… Tal vez aquello sería más difícil de lo que habíamos pensado.
-¡Por favor! –Sokka se dirigió al trasero de Appa y empujó con todas sus fuerzas, haciendo cómicos aspavientos y gruñidos que me arrancaron una sonrisa a mi pesar-. ¡Entra de una vez, animal del demonio!
-Espera, Sokka, tengo una idea –me coloqué delante del morro de Appa, y con Sokka observándome con curiosidad, invoqué una sencilla llama anaranjada que empezó a arder sobre la palma de mi mano e iluminó la cueva con un tímido resplandor.
-¡Eso es! –exclamó Sokka.
Appa, atraído por el calor y la luminosidad de la llama, fue introduciéndose lentamente en la cueva mientras yo caminaba hacia atrás. Al final logramos conducirlo hasta el fondo y hacer que se sentara, lo que produjo una pequeña perturbación que hizo temblar las paredes de la cueva.
-Bueno, ahora solamente falta que no muramos aplastados –comentó Sokka observando las paredes con aire intranquilo.
Yo solté una carcajada.
-Venga, vamos a examinar a este campeón.
