2. Una fuente de orgullo y de honor

El bisonte apestaba a maleza y a pelaje mojado, pero por lo demás parecía ileso, así que volvimos con los demás a la parte central de la cueva. Aang y Toph estaban acurrucados en el suelo temblando de frío, y Katara, por su parte, había colocado todos los bártulos en el suelo a su alrededor y estaba extrayéndoles el agua con certeros y amplios movimientos del Dominio. Las gotas transparentes, suspendidas en el aire, se convertían en largos tentáculos de agua que fluían obedientemente hacia el odre de piel que tenía colgado en un costado.

-Ya he secado la madera, Zuko –me informó sin mirarme-. La he amontonado allí encima…

-Ahora mismo estoy con ello –me dirigí diligentemente hacia la pila de leña y la encendí con un chisporroteo. Al instante, toda la cueva quedó iluminada por el agradable resplandor de las llamas de hoguera, que ardía alegremente como si llevara horas encendida.

-Menos mal –murmuró Sokka con alivio, acercándose a las llamas con las manos extendidas para recuperar el calor. Luego levantó la mirada y me observó muy serio-. Retiro todas las críticas que alguna vez haya proferido contra el Dominio del Fuego. Si no fuera por ti estaríamos muertos. Muertos y congelados.

-Yo no habría podido hacer nada si Katara no hubiera secado la madera antes –repliqué prudentemente-. Todos los elementos son igual de importantes –añadí dirigiéndome a la maestra del Agua, que se unió a nosotros alrededor de la hoguera-. El Dominio de cualquiera de ellos siempre es una fuente de orgullo y de honor, como también lo es recibir sus dones de manos de quienes lo practican. Mi tío siempre me lo repetía, aunque a mí me costó muchísimo entenderlo…

-Pues ahora te costará aún menos –dijo Katara con una sonrisa. Hizo un par de gestos con la muñeca y toda el agua que empapaba nuestras ropas se evaporó al instante-. De nada.

-Oh… Qué maravilla –Sokka se tocó la tela de la chaqueta con los ojos como platos-. Hermanita, si alguna vez vuelvo a decir que tu Dominio es una molestia que solo sirve para darte aires, pues…

-Pues entonces sabré que vuelves a ser el de siempre –replicó Katara con una carcajada. Luego se dirigió a Aang y Toph, que seguían sentados en un rincón de la cueva con las espaldas apoyadas en la pared de roca-. Eh, vosotros, ¿por qué no venís? Acercaos para calentaros y para que pueda secaros la ropa.

-¡GGGRRR!

-Sí, Appa, enseguida me ocupo de ti.

Katara se acercó al bisonte para quitarle el agua del pelaje y luego volvió junto a nosotros, pero Aang y Toph no parecían darse por aludidos.

-Tranquilos, Zuko no ha envenenado el fuego –bromeó Sokka-. ¿Eso se puede hacer? –preguntó repentinamente preocupado.

-Supongo que sería posible… -me llevé una mano a la barbilla mientras reflexionaba-. Para eso tendría que haber añadido a la hoguera unas especias muy concretas que al quemarlas desprenden un humo tóxico que paraliza los pulmones… Pero puedes estar tranquilo, que no las llevo encima –añadí con tono jocoso, tratando de seguir la broma-. Regístrame si quieres, yo soy inocente.

-Ja, ja, ja, no me tientes, ¿eh?, que yo soy un experto en…

-Chicos, algo va mal.

Katara se acercó con cautela a las figuras de Toph y Aang, y Sokka, cortando la broma en seco, la siguió con expresión preocupada. Yo no pude evitar agradecer que la maestra del Agua nos hubiese interrumpido, porque parecía que Sokka estaba dispuesto a abalanzarse sobre mí a la búsqueda de esas improbables especias. Y si ya me incomodaba que se acercase demasiado a mí cuando hablaba conmigo, que empezara a palparme el torso, las piernas y los brazos como si me estuviese registrando, aunque solo fuese una broma… De inmediato sentí un retortijón de ansiedad en las tripas, y entonces sacudí la cabeza, desechando aquellos pensamientos con celeridad.

-¿Chicos? ¿Chicos?

Los dos miembros más jóvenes del grupo no dieron señales de haberla oído. Decidí invocar de nuevo la llama en la palma de mi mano, y entonces me puse de cuclillas y la acerqué a sus caras. La luz del fuego iluminó los rostros pálidos y sudorosos de nuestros amigos, que permanecían con los ojos medio cerrados tiritando incontrolablemente.

-Creo que han enfermado –dije.

-Están ardiendo… -apuntó Sokka, colocando la palma de su mano sobre la frente de Toph-. ¿Qué hacemos?

-Llevémosles junto al fuego –decidió Katara.