3. Adultos responsables

Los tres logramos trasladar hasta la hoguera los pequeños cuerpos inconscientes de Toph y Aang, que realmente apenas parecían percibir lo que ocurría a su alrededor, porque no se quejaron ni pronunciaron palabra alguna (Toph intentó propinar un débil golpe de puño a Sokka cuando este trató de levantarla, y creo que gruñó algunas palabras de protesta, pero luego se quedó inerte en brazos de Sokka). Con movimientos expertos, Katara les quitó la empapada ropa de abrigo hasta dejarlos en túnica interior y los estiró sobre los dos sacos de dormir que teníamos. Luego sacó un chorro de agua de su bota de piel, realizó un par de movimientos y el agua empezó a brillar con un resplandor azulado, signo claro de que había adquirido propiedades curativas. Después, Katara extendió las manos y empezó a deslizar el agua brillante por los cuerpos de Aang y Toph. Estuvo así unos largos y tensos minutos en los que los tres nos mantuvimos en silencio. Luego suspiró y devolvió el agua al recipiente.

-No me explico cómo puede haberles subido la fiebre de forma tan repentina -dijo con voz cansada-. Imagino que deben haber cogido frío durante la marcha bajo la tormenta y han desarrollado algún tipo de afección gripal.

-¿Seguro que no les pasa nada más? -inquirió Sokka con expresión insegura-. Nosotros también hemos caminado bajo la lluvia y no nos ha pasado nada. ¿No será que les ha picado algo o...?

-No he detectado ni rastro de veneno en su sangre, Sokka. Debe de ser eso. Tienes que pensar que...-Katara le apartó un mechón de pelo de la cara a Toph-. Bueno, aunque no lo parezca, los dos siguen siendo unos niños. Sus organismos son más frágiles a las inclemencias del tiempo que los nuestros.

-Tampoco exageres, Katara, que solo te llevas dos años de diferencia con Aang -Sokka levantó la barbilla y me lanzó una mirada cómplice-. Legalmente, los únicos adultos de pleno derecho somos Zuko y yo.

Katara abrió la boca para replicar, pero pareció pensárselo mejor y volvió a observar a sus pacientes. Yo también los miré. Realmente nunca había pensado que Aang y Toph fuesen unos niños, pero verlos allí tendidos, tan enfermos, indefensos y diminutos hizo que sintiera un extraño instinto de protección y una ternura que solamente me inspiraban, efectivamente, los niños pequeños. Después de todo, Aang tenía doce años, y no estaba muy seguro de la edad de Toph, pero no podría tener muchos más de nueve o diez. Eran unos niños, me di cuenta con sorpresa, y ahí estaban, infiltrados en el corazón del territorio enemigo para devolver la paz al mundo, luchando cada día con valentía y esfuerzo como el más experimentado de los guerreros…

-¿Qué podemos hacer para curarlos? -pregunté a Katara.

-Puedo seguir practicándoles tratamientos acuáticos para mantener la fiebre a raya, pero lo más seguro será conseguir medicinas. ¿Sabéis si...?

-¿Cómo? ¿No puedes curarlos? -saltó Sokka-. ¿Qué clase de maestra del Agua eres si ni siquiera...?

-No es tan fácil, Sokka. Esto no es como lanzar tu boomerang al cielo y esperar a que vuelva -le increpó Katara-. ¿Te crees que no me esfuerzo? ¿Te crees que no me preocupan? Si piensas que tú puedes hacerlo mejor, dímelo y yo estaré encantada de prestarte el agua sanadora. Sé que soy una inepta en comparación contigo, pero creo que sería capaz de sostener la cantimplora correctamente para dártela. ¿O no? Después de todo, mi estupidez inconmensurable…

-No, no... Lo siento, Katara -Sokka parecía genuinamente arrepentido, y también un poco acobardado-. ¿Entonces necesitas medicinas?

Katara soltó un profundo suspiro.

-Sí. Hay ciertas infusiones y ungüentos que podrían ayudarme mucho. ¿Habéis visto algún pueblo de camino hacia aquí?

-Yo no he visto nada -contestó Sokka.

-Yo tampoco, pero la tormenta ha amainado un poco –dije señalando hacia el exterior-. Podemos asomarnos a la entrada de la cueva a ver si vemos las luces de algún pueblo. Ahora podremos ver un poco mejor.

-¡Buena idea! -exclamó Sokka-. Menos mal que estás acompañada de adultos responsables, Katara... -ella le dio un codazo por toda respuesta, pero vi claramente que los dos sonreían.

Cada vez me costaba más entender la relación entre los hermanos del Agua. Los dos se interrumpían continuamente, se lanzaban pullas, se gritaban y discutían sobre cualquier cosa, pero algo me decía que ambos disfrutaban de esa dinámica. Al oírlos hablar, me daba la impresión de que sus discusiones eran simplemente la forma que tenían de expresar el afecto y la lealtad que sentían el uno por el otro, una lealtad (se notaba perfectamente) forjada durante muchísimos años de convivencia, retos compartidos, cambios, experiencias, secretos y juegos infantiles… Nada que ver con el odio visceral a duras penas contenido que nos había unido a Azula y a mí durante nuestros últimos años. Desde antes de que Padre subiera al trono, entre nosotros solamente había habido traición, envidias, recelos, una competencia brutal, manipulaciones, recriminaciones, miedo, asco… Aún se me ponía la piel de gallina cuando recordaba una de nuestras últimas conversaciones, aquella vez que vino a mi habitación de Palacio por la noche a preguntarme si realmente el Avatar estaba muerto…

Sacudí la cabeza y traté de olvidar aquella inquietante imagen mientras nos asomábamos a la salida de la cueva. Fuera seguía lloviendo, aunque con mucha menos intensidad, cosa que permitía atisbar, al otro lado del valle, las luces titilantes de un pueblo cercano.

-¡Estupendo! –dijo Katara-. Lo mejor será que os marchéis cuanto antes. Quizás tienen un boticario o un sanador de algún tipo… Yo me quedaré aquí tratándolos con el Dominio. Ah, por cierto… -Katara volvió al interior de la cueva, y regresó al cabo de unos segundos con un objeto alargado de color verde bajo el brazo.

-¿Qué es eso? –preguntó Sokka con tono escéptico.

-Es un paraguas, tonto, para que no os mojéis otra vez –Katara abrió el paraguas y se apoyó la delgada vara de metal en el hombro. Me di cuenta enseguida de que era un objeto lujoso: la tela del paraguas era de seda verde con los bordes dorados, y el mango parecía de nácar, o tal vez de jade-. ¿A que es bonito? -Katara lo plegó de nuevo y me lo alargó con el brazo-. La seda es original de Tian'Xia, o al menos eso me dijo la vendedora. Lo compré en Ba Sing Se antes de que… -pero se interrumpió abruptamente, lanzándome una mirada de reojo.

-Antes de que Azula y yo invadiéramos la ciudad, quieres decir –terminé bajando la vista-. Ya sabéis que mi arrepentimiento….

-Vamos, vamos, no podemos quedarnos aquí discutiendo tranquilamente sobre el pasado –dijo Sokka mientras me apremiaba a salir de la cueva-. Hay niños enfermos que sanar y medicinas ígneas que adquirir. Y tú estás aquí, Zuko –añadió levantándome la barbilla y clavando en mí sus bellos ojos azules-. Eso es lo más importante. ¿No es cierto, hermanita?

-Claro que sí –repuso Katara con una sonrisa. La verdad es que desde nuestra pequeña expedición de venganza contra Yon Rha la maestra del Agua me trataba mucho mejor-. ¡Ahora idos! Nosotros estaremos bien.