Harry Potter y sus personajes no me pertenecen, hago esto sin fines de lucro.
Advertencias: Rated M, Slash (slow burn), Darkish!Harry, Time Travel, Teorías sobre el viaje en el tiempo, PTSD, temas maduros en general.
-"ABC..."-. Diálogo
-"ABC..."-. Pensamiento
ABC... Libro, carta o palabra/frase en otro idioma; depende del contexto
Reviews anónimos:
Nancy: Para ser honesta, quería hacer una historia sobre viaje en el tiempo desde hacía un rato, pero no me atrevía, me da gusto saber que haya audiencia XD. Y la muerte de Sirius me traumó, lo juro, así que para mí sigue vivo, jajaja. Tal vez este capítulo pueda mostrar cierta relación con los Black, pero no todo es lo que parece (y tampoco todo lo que parecía es lo que será). Saludos!
ADVERTENCIAS: Descripciones de un ataque de pánico y violencia, crisis de identidad relacionada a la apariencia, mención de abuso infantil, entre otras.
Oportunidad
Capítulo 6, Tradiciones
Harry soñó con el calor insoportable quemándole la piel hasta el hueso, con llamas de fuego quemándole la garganta. Soñó con un rostro pálido de ojos rojos observándolo asfixiarse, sonriéndole con una boca sin labios y fascinación casi infantil en su expresión.
Despertó con su padrino sosteniéndolo en brazos, meciéndose ligeramente y murmurando cosas en su oído para intentar tranquilizarlo –sin éxito aparente–.
No había sido su intención despertarlo, Harry quiso decírselo, pero no pudo… porque su sueño había sido tan real.
Los brazos de su padrino y la cama se sentían fríos en comparación.
La voz de Sirius al llamar a Kreacher había fallado dos o tres veces y una vez más cuando había pedido –implorado– por una poción para Harry.
Su padrino, sin embargo, no había parecido molesto con él sino… sino lleno de pánico. En vez de decirle algo o exigirle tranquilizarse, el mayor lo abrazó hasta que el rostro de Harry quedó en su pecho y pudo respirar profundamente por primera vez desde que le habían obligado a tragar la asquerosa poción.
Harry, no acostumbrado a ser sostenido así mientras tenía uno de sus ataques –sabía cómo lidiar con ellos cuando estaba a solas–, aprovechó la situación y comenzó a respirar el aroma de su padrino para calmarse poco a poco; whisky, un deje de alguna loción y algo que parecía ser madera pulida.
De vez en cuando, Sirius murmuraba algo contra su cabello y la vibración de su voz en su pecho le hacía sentirse más acompañado de lo que había estado en… en mucho, mucho, tiempo.
Harry cerró los ojos.
No fue sino hasta que el elfo volvió a aparecer, avisándoles que debían prepararse para salir, que Harry tuvo la fuerza suficiente para despegarse de Sirius.
Era… era bueno tener a Sirius con él.
No tenía recuerdos de sus padres –excepto ese horrible recuerdo de la última noche–, así que no sabía exactamente cómo funcionaba eso. El único que se había atrevido a consolarlo había sido su padrino y, tal vez, la señora Weasley. Pero los abrazos de Sirius eran mucho mejores que los de la mujer y otros que hubiera recibido, eran más suaves y lo dejaban respirar.
Y, aunque comenzaba a sentirse vulnerable, no creía que su padrino quisiera hacerlo sentir mal.
Él se esforzaba por ser lo que no había logrado ser por catorce años y Harry lo apreciaba más de lo que su padrino pudiera llegar a creer. Nunca había tenido un adulto en quien confiar, así que era una novedad y era… era un alivio tenerlo cerca.
Harry sonrió tímidamente hacia su padrino –"Gracias"-.
Fue gracioso ver el color subírsele al rostro y, por un segundo, Harry sintió que todo estaría bien.
Sí, sabía que no podía confiar en los Black.
Lo tenía en cuenta, pero ahora que lo habían interrogado y obtenido la información que buscaban, dudaba sinceramente que fueran a intentar algo más; por un tiempo, al menos.
Principalmente porque sería demasiado sospechoso.
De cualquier manera, Harry no bajaría la guardia mientras permanecía en Grimmauld Place –y saber que tenía a Sirius con él, le ayudaba a tranquilizar esa pequeña parte de su cerebro que permanecía en pánico constante–.
-"¿Cómo te sientes?"- preguntó.
Harry, de hecho, se sentía casi bien.
El día anterior había sido demasiado… demasiado fuera de la normalidad que conocía, se sentía desconectado de todo, así que estaba bien.
-"Mejor"- mucho mejor –"Tal vez deberíamos… ¿prepararnos?"- su padrino seguía abrazándolo y había una naturalidad tal en el movimiento, que Harry se preguntó qué habría sido de él si las cosas hubieran sido diferentes.
El hombre asintió lentamente a su sugerencia y después de una mirada a él, ambos se dirigieron a los baños cruzando el pasillo.
En su tiempo, las habitaciones de ese piso habían permanecido a los gemelos Weasley y a Remus, aunque jamás las había visitado mientras habían permanecido en ese Grimmauld Place.
Pensar en ellos hacía que le doliera el pecho, así que Harry decidió que no era momento de recordarlos, no después de lo que había sucedido ayer. Se concentró en las actividades que tendrían ese nuevo día y en lo que sería el comienzo de una vida distinta a la que había llevado.
Con la nueva ropa en mano, Harry entró al baño sintiéndose… más nervioso y entusiasmado de lo que quizá tenía derecho a estar.
Es decir… estaba en ese lugar desconocido, sólo con Sirius, no tenía idea de qué sucedería con él en cuanto tuviera que tomar esas lecciones con Walburga Black; la madre de Sirius lo había aterrado la primera vez que había encontrado su retrato, no iba a mentir y, ahora que se trataba de una persona real, Harry no podía pensar en lo encantadora que había sido. Su padrino estaba al borde de un colapso, vivirían en Grimmauld Place por tiempo indefinido… todo era…
Era emocionante a niveles que no había sentido en mucho tiempo.
Al menos no desde que había aprendido cómo jugar con los Dursley para obtener las respuestas y reacciones que quería. Era el tipo de juego que nadie en su familia –ni Ron, ni Hermione, ni Sirius o todos los Weasley juntos– habría aceptado.
¿Sería que tendría que aprender a comportarse como Sirius le había dicho? ¿O sería que tendría que aprender algo más? ¿Magia oscura? ¿Rituales? ¿Quizá aprendería cómo ser una arpía él mismo?
Oh, Dios, sólo esperaba que no tuviera que comportarse como Malfoy porque no creía que fuera capaz de hacerlo.
Lo primero que Harry notó al entrar al baño fue el tamaño.
Más grande que el de los Dursley –incluso con la ducha especial que se había instalado para tío Vernon y luego para Dudley–, algo que no le sorprendía. Si entendía mínimamente lo que significaba pertenecer a la familia Black, era que el lujo y la ostentación debían de esperarse.
Le sorprendía un poco, sin embargo, pensar en lo que sería de todo ese lugar dentro de veinte años.
Veinte años era mucho tiempo.
Cuando habían estado en Grimmauld Place con la misión de hacer el lugar habitable, muchas habitaciones habían sido completamente vetadas por la señora Weasley o por Sirius.
Al parecer, la casa había sido infestada por cosas y criaturas demasiado peligrosas para cualquiera que se atreviera a entrar. Y, vamos, Harry no había discutido con ninguno porque, de hacerlo y haberlos convencido de hacer algo, habría tenido que ayudarles a limpiar todas las habitaciones peligrosas –y Harry no iba a hacer eso–.
Al final, ocho de las once habitaciones habían logrado ser restauradas –lo mejor posible– y sólo cinco de los once baños de toda la propiedad. Además de un solo piso de la extensa biblioteca y cuatro habitaciones comunales –de siete áreas–; sin mencionar el pobre estado del ático.
Era una pena, había pensado en aquel momento, porque esa casa había tenido tantas posibilidades para albergar a muchas más personas y, sin duda, esa biblioteca habría sido más que interesante.
Y, ahora que veía la propiedad en todo su esplendor, Harry debía admitir que era una verdadera pena que todo se hubiera perdido tan fácilmente.
El baño en el que estaba, por ejemplo, era único, como cada habitación que había visto hasta el momento.
Los pisos eran negros y las paredes tenían un color plomo que hacía que todo brillara con una luz poco natural, de alguna manera o con algún encantamiento. Los bordes en el techo y algunas otras molduras eran doradas, una combinación extraña, pero Harry no podía decir que no le gustaba lo que veía –"Tal vez podría llegar a acostumbrarme"- pensó con poco humor.
A su derecha estaba una ducha de tamaño considerable y a su izquierda un lavamanos. Aunque la distribución y el sitio eran tan normales como cualquier otro baño, estaba completamente seguro que los materiales que habían usado para crearlo estarían fuera del presupuesto de la mayoría de las familias.
El piso de la ducha, como todas las duchas que había visto en Grimmauld Place, tenía una plataforma de madera, muy parecido a uno de esos lugares por los que su tía Petunia habría matado por tener en casa o visitar.
La comodidad, obviamente, no iba a ser un problema ahí.
Harry se quitó la ropa, que había usado desde que había salido de Hogwarts esperando rescatar a su padrino –todavía no superaba el hecho de haber sido usado gracias a su propia estupidez–, y la dobló con cuidado encima del lavamanos.
Si algo había aprendido de los Dursley –de tía Petunia–, era que el desorden sólo le traería problemas a la larga, así que, aunque su ropa estuviera sucia y probablemente fuera a desaparecer antes de que terminara el día, Harry no quería correr el riesgo de ser regañado u ofender a sus anfitriones por alguna tontería así.
De reojo, Harry no pudo evitar mirarse en el espejo.
Había evitado hacerlo antes, porque Sirius ciertamente le había dejado una clara impresión de lo que había sucedido con él al haber cruzado el Velo. Su padrino lucía como una versión definitivamente más joven y relativamente saludable de sí mismo –sí, demasiado delgado, algo sucio, pero mucho mejor de lo que lo había visto en Grimmauld Place de su tiempo–, pero eso no significaba que sería lo mismo para él. Porque el hombre tendría treinta y cinco años, así que…
Sí, si su padrino lucía más joven, la lógica dictaba que él tendría que lucir como un niño o algo similar. Ni los comentarios de Sirius –sobre cómo lucía como un Black–, ni los de Walburga y Orión le habían ayudado a sentirse cómodo con la idea de ver su reflejo.
No estaba preparado para hacerlo.
Si era sincero, Harry no estaba feliz con su aspecto, nunca lo había estado.
Desde su estúpido cabello inútil, hasta su estatura, Harry no tenía mucho que decir sobre su apariencia, excepto que el único rasgo que le había gustado de sí mismo –su cicatriz– había perdido cualquier encanto en cuanto había descubierto su origen y lo que significaba.
Harry se miró por un segundo sin llegar a reconocerse por completo…
Es decir, claro que podía reconocerse, no era idiota.
Era más bien… era como si todas las cosas que lo hacían ser Harry hubieran… hubieran cambiado.
Para su mala suerte –qué novedad–, la cicatriz en forma de rayo que crecía desde su ceja derecha y se extendía por casi la mitad de su frente hasta desaparecer en el nacimiento del cabello seguía ahí. Era un poco más complicado notarla si no estaba bajo la luz adecuada, pero –pese haber perdido el color rosáceo que siempre la había acompañado– Harry sabía que estaba ahí.
Sin embargo, otras cosas –cosas que sólo aquellos que realmente lo conocieran podrían identificar como suyas– definitivamente no estaban.
Tocó con duda su mejilla, moviéndola hacia arriba y luego hacia abajo para intentar saber qué era lo que no parecía cuadrar con su rostro. Algo había en su rostro que lo hacía verse… similar, pero no exactamente el mismo rostro de antes, y no tenía idea de qué era.
Y, se dio cuenta, había algo de cierto en lo que su padrino había dicho antes: él ya no parecía el hijo de James Potter.
Su rostro no le recordaba, en primera instancia, a su padre y eso, suponía, tenía que ser una buena noticia para ellos y para los planes que tendrían. No era como si deseara responder preguntas incómodas sobre su probable parentesco con una familia que realmente no conocía –y a Harry no le apetecía intentar explicar cómo es que James Potter podría haber sido su futuro padre–.
Su cabello, por ejemplo, era más oscuro, incluso más oscuro que el cabello de Sirius. Seguía casi igual de incontrolable, pero tenía ondas que su cabello normalmente no tendría por qué tener; era ondulado, notó. Estaba un poco más largo o quizá eso era porque Harry lo veía diferente.
No le disgustaba… mucho.
Pero era incómodo.
Su piel era otra cosa.
Durante su tiempo con los Dursley, Harry había adquirido un saludable bronceado –o lo que suponía debía serlo, porque su piel simplemente se mantenía relativamente pálida a pesar de todo– gracias a las largas sesiones de jardinería en Privet Drive. Y luego, cuando había comenzado Hogwarts, su tiempo en el equipo de quidditch le había ayudado a mantener el ligero bronceado que ocultaba lo que a su tía Petunia le desagradaba casi tanto como a él: unas cuantas pecas en el puente de la nariz.
A Harry no le agradaban sus pecas –si era porque su tía había disfrutado quejándose de lo ridículo que se veía con ellas o porque en verdad no le agradaban, daba igual–, así que saber que el bronceado le ayudaba a ocultarlas a primera vista había sido un pequeño alivio que jamás se había atrevido a comentar.
Ahora, bueno… al menos las pecas no estaban, se dijo suspirando.
Habían desaparecido como había desaparecido el color de su piel.
-"Está bien…"- pensó, intentando no darle importancia –"Siempre puedo… puedo salir al sol"-.
Claro que podía.
Sabía que había algo más ahí, algo extraño en él, que no sabía identificar porque simplemente no pasaba mucho tiempo mirándose al espejo, pero… pero no tenía cabeza para pensar en esas tonterías.
Agitó la cabeza y se negó a mirarse de nuevo. Caminó hasta la ducha y abrió la única llave que estaba ahí, recibiendo una lluvia con la temperatura perfecta.
-"Bendita sea la plomería mágica"- pensó suprimiendo un gemido de placer.
A veces, cuando se le presentaba la oportunidad, Harry usaba la ducha de los Dursley y se aseguraba de subir la temperatura hasta que su piel comenzara a escaldarle. Le gustaba la sensación del agua caliente en su cabeza y hombros, le ayudaba a relajarse; esta vez no era muy diferente.
No tomó el tiempo que habría deseado tomar en una ducha como esa, por obvias razones, pero se aseguró de lavar su cabello y el resto de su cuerpo a consciencia –el Caldero Chorreante, a pesar de tener una buena calidad de servicio, no podía compararse con un baño de esa casa–.
Harry salió de la ducha y se vistió tan rápido como pudo, secándose el cabello con la única toalla que había tomado.
Quería peinarlo, por supuesto, pero sabía muy bien que era un caso perdido, así que sólo intentó desenredarlo con los dedos y arreglarlo lo mejor posible. Cuando se sintió satisfecho con su trabajo, Harry comenzó a revisar la ropa que se había puesto, sin reparar demasiado tiempo en la ropa que había desaparecido.
La camisa y el pantalón le quedaban un poco más grandes de lo que era necesario, algo que no le sorprendía, pero era ropa sorpresivamente cómoda y que ocultaba la extrema palidez de la mayoría de su cuerpo.
No dudaba, sin embargo, que Walburga querría llevarlo de compras después de visitar San Mungo, así que no tendría que preocuparse por lucir fuera de lugar por mucho tiempo.
-"Va a ser… va a ser un largo día"-.
Salió del baño y fue directamente a la habitación que había compartido con su padrino –no tenía caso explorar cuando, probablemente, estaban siendo vigilados–. Dos o tres minutos después, Sirius entraba al cuarto, luciendo mucho más cómodo en su cuerpo de lo que Harry podría estar.
De hecho, pensó con cierta molestia, su padrino lucía excepcionalmente natural en un cuerpo que, definitivamente, no era el suyo.
-"Bien, sí… pero Sirius…"- se mordió el labio.
Su padrino había estado encerrado en Azkaban mucho tiempo, probablemente jamás se había acostumbrado a los cambios que su cuerpo había sufrido –y ninguno había sido bueno– estando encerrado doce años de su vida adulta.
-"¿Estás listo?"- la pregunta le sonó extraña, pero Harry asintió de todas formas.
En realidad, no sabía si estaba preparado para enfrentar a los Black de nuevo.
Pero cualquier tipo de respuesta que pudiera haber tenido fue interrumpida en cuanto Kreacher apareció frente a ambos, haciéndolo saltar en su sitio.
-"Mi ama desea verlos en el Salón Familiar"- dijo, haciendo una reverencia –"Le pidió a Kreacher que los acompañara"-.
-"Muchas gracias, Kreacher"- no notó la leve sonrisa del elfo, ni el ceño fruncido de su padrino, mientras tomaba su varita y la guardaba en el bolsillo derecho del pantalón –"¿Debería llevar mi Capa?"- se preguntó mientras miraba a ningún lugar en particular.
Por un lado, Voldemort estaba vivo, pero no significaba una amenaza directa sobre él –al menos no por el momento, o no hasta que Harry pudiera asegurarse que lo que había dicho bajo la influencia de la poción era real o no–, por otro lado… su Capa era una manta de seguridad que, sin duda, lo había sacado de problemas graves con vida.
Traer la Capa de Invisibilidad consigo había sido un alivio en el Mundo Mágico, pero…
A pesar de la tranquilidad que le pudiera traer su casi inexistente peso, Harry no quería que Kreacher la viera y le avisara a Walburga sobre su existencia –no estaba dispuesto a prestarla o prestarla–. Con cierta molestia, Harry dejó el único recuerdo de su padre en el cajón, donde la había guardado el día anterior y siguió a su padrino y a Kreacher.
El Salón Familiar, creía, tenía que ser el sitio donde habían encontrado el tapiz de los Black cubriendo una de las paredes. Había sido un lugar relativamente cómodo para descansar cuando la señora Weasley los había obligado a ayudar con la limpieza, así que sabía el camino.
Sirius y él siguieron al elfo sin hacer algún comentario. Bajando las escaleras, su padrino colocó una mano en su hombro al tiempo que algunos retratos volteaban a verlos.
Al llegar al salón, las puertas se abrieron para ellos y Harry pudo ver a lady Black de pie, mirando con atención el tapiz de su familia.
No la culpaba.
El tapiz era más grande de lo que recordaba y definitivamente más limpio. Los bordes no estaban quemados y muchos de los puntos que habían sido los nombres de algunos Black desheredados todavía estaban en perfecto estado. Los colores brillaban y, Harry notó, las delgadas líneas que conectaban a las personas eran hilos dorados y plateados, con algunas hojas bordadas en verde brillante y colores tan reales, que habría pensado que se tratarían de verdaderas enredaderas y flores en la pared, sino fuera porque Walburga Black tocaba delicadamente con su dedo la tela y los bordados.
-"Buen día, lady Black"- saludó su padrino con una sutil reverencia desde la puerta.
La mujer volteó a verlos, casi como si evaluara su vestimenta –estúpido, porque había sido ella la que había elegido lo que estaban usando–. Por supuesto, no era como si pudiera comparar un par de pantalones y camisas básicas con el vestido que la mujer estaba usando como si se tratara de ropa que usaba todos los días, pero que realmente se trataba de un vestido demasiado elegante como para ser ropa casual.
El vestido rojo sangre la hacía lucir bien, tal como indicaba su posición social, suponía.
-"Buen día, primo Adhara"- saludó –"Puedes llamarme Walburga"- y le sonrió –"Confío que pudieran descansar"- ambos asintieron, aunque todos en la habitación sabían que no había sido así.
-"¿Por qué no pueden simplemente olvidarlo?"- pensó con fastidio.
-"¿Cómo estás, Hadrian?"-.
Eh… ¿qué clase de pregunta estúpida era esa?
-"Estoy bien, tía Walburga"- dijo con cuidado, recordando que debía llamarla tía si querían seguir con esa farsa.
La mujer agitó una mano para que se acercara y Harry lo hizo.
Walburga Black tenía una mirada penetrante que le recordaba vagamente a la profesora Mcgonagall en sus peores días, pero, de alguna manera, Harry no creía que Walburga estuviera de mal humor.
Tal vez, se dijo con gracia, se trataba de una de esas personas que tenían la desgracia de tener una expresión de perpetuo dolor o malestar, incluso cuando no sucedía nada; como el rostro de la madre de Malfoy, recordó.
La madre de Sirius –que, técnicamente, no era su madre, sino la madre del otro Sirius– lo tomó del mentón con su pulgar e índice, como si evaluara lo que fuera que Harry había hecho para verse medianamente decente o si valía la pena ayudarlo. Pasaron unos segundos hasta que la mujer lo liberó y se acercó a Sirius.
-"Va a ser un día ocupado, Adhara"-.
Harry no supo si debía tomar el comentario como un insulto o si debía ignorarlo, así que simplemente guardó silencio, a pesar de… de no sentirse cómodo después de todo.
Si bien era cierto que Harry jamás se había preocupado demasiado por cuidar de su apariencia –a diferencia de muchos, Harry había tenido cosas más importantes en qué pensar–, no creía que la situación fuese tan extrema como para ocupar todo un día para arreglarlo.
Se preguntó vagamente si tendrían tiempo de desayudar algo antes de irse, pero cuando bajaron hasta el sótano –el mismo lugar que la Orden había usado como el único espacio disponible para sus reuniones– sin detenerse, Harry supuso que no comerían nada. No importaba, estaba acostumbrado a no comer por largos periodos de tiempo, pero esperaba que su padrino no tuviera ningún problema con eso –le preocupaba la extrema delgadez del hombre–.
El sótano, para su sorpresa, estaba casi igual que como había estado en su tiempo.
La mesa larga era más bien una mesa para el servicio y la madera parecía siglos más joven, brillante y limpia, pero era prácticamente igual. La cocina estaba en perfecto estado y todo estaba en su sitio.
Probablemente era porque Kreacher la usaba a diario y cuidaba de ella como no lo había hecho después de la muerte de Walburga.
Había tres puertas más que estaban cerradas y podía verlas claramente; una de ellas, sabía los llevaría a la lavandería y el pequeño espacio que el elfo usaba para dormir –y, estaba seguro, nadie en esa casa había visitado ese sitio–, otra puerta era un acceso a una parte de la biblioteca –que no había podido ser recuperada– y la última, era el acceso a un laboratorio –al que Harry jamás había entrado porque había sido dominio de Snape–.
Los adultos ignoraron las puertas y la cocina, apresurándolo a la chimenea, donde la Red Flu estaba funcionando.
-"Muy bien, Adhara"- llamó, extendiéndole un recipiente de piedra con polvos flu –"En San Mungo nos espera el sanador Kozlov, por favor"- Sirius tomó una cantidad razonable de polvos y asintió con la cabeza.
-"¡San Mungo!"- dijo claramente.
Las llamas verdes envolvieron a su padrino y desapareció casi al instante.
Antes de que Harry pudiera seguir su ejemplo, Walburga lo detuvo por un momento –"Después de visitar el hospital, Orión y yo acordamos que sería prudente que se llevara a tu padre con él"- la mujer sonrió un poco más –"Se lo incómodo que puede resultar salir de compras con un hombre como los Black"-.
Era una imagen ridícula, principalmente porque Sirius era su padrino, porque era la única persona en la que podría confiar y porque no creía que pudiera ser tan malo como lo hacía sonar, pero de todos modos sonrió.
Sentía pena por su padrino. El hombre ciertamente odiaba tener que estar ahí, mucho más que Harry, y ahora tendría que estar en compañía de un hombre que, al parecer, le traía malos recuerdos. Pero al menos, pensó mientras aceptaba la capa que la mujer le entregaba y ambos entraban a la chimenea, su padrino no tendría necesidad de estar en presencia de una mujer a la que, definitivamente, despreciaba y le tenía miedo –Harry no era idiota, podía verlo, y quería saber qué demonios había sucedido para que Sirius le tuviera miedo a esa mujer, aunque ya tenía una idea de lo que podría haber sucedido–.
Las llamas verdes los envolvieron y, cuando Harry creyó que terminaría de rodillas después de transportarse, la mano firme de Walburga lo mantuvo de pie.
San Mundo era… tal como lo recordaba.
Horrible.
Deprimente.
Era un hospital, así que era de esperarse, pero simplemente no podía evitar pensar en que era un pésimo sitio para llevar a tus enfermos –recordaba muy bien el estado de los padres de Neville–. Los trabajadores del hospital se le antojaban apáticos y las divisiones entre cada piso no le parecían lógicas o razonables, sin embargo, Harry sabía que tenía un problema: seguía comparando el lugar con un hospital muggle y lo que se suponía que debía tener –incluso si jamás hubiera ido a uno–.
El Mundo Mágico no era el Mundo Muggle.
Lo había entendido en cuanto había cruzado la entrada del Caldero Chorreante aquella primera vez, pero…
Pero había cosas que simplemente no tenían sentido.
Afortunadamente para él, lady Black se hizo cargo de todo, llamando la atención de la joven recepcionista con sólo una palabra –Harry no pudo evitar la sonrisa que apareció en su rostro cuando la bruja alzaba la vista de su estúpida revista y tragaba en seco al verlos– y exigir la presencia del sanador que se encargaría de ellos.
El sanador privado de la familia Black, ¿quién lo diría?
Aunque, si le preguntaban a él, no le sorprendía demasiado… no podía imaginar a personas como los Black –o los Malfoy– siendo atendidos con el resto de los pacientes del hospital.
-"Es un hospital público"- le dijo Sirius en un susurro –"San Mungo recibe su presupuesto del Ministerio de Magia y de las familias donantes"- como ellos, obviamente –"Tiene toda un área para los tratamientos especializados y básicamente un hospital para los pacientes privados"- como ellos, obviamente.
Sí, ya Sirius se lo había dicho, ¿o no?
Era injusto, pensó, pero no pudo decir nada.
Un hombre tan alto como Sirius y con la piel más pálida que la cera se les acercó.
Hizo una ligera reverencia hacia los tres, deteniéndose frente a lady Black, y luego dirigió su atención a Harry y a Sirius, como preguntando con la mirada quiénes eran ellos.
A pesar de la curiosidad, el hombre no dijo nada, sólo los llevó por un pasillo largo y ancho, donde cabrían al menos dos autos sin problema –y un pasillo que, convenientemente, no había notado la última vez que había visitado el hospital–. Se preguntó si acaso algo había sucedido en el futuro como para que San Mungo cambiara o si Harry realmente era tan estúpido que no había visto un pasillo como ese.
Tenía ventanas –sin duda, tan falsas como las del Ministerio– y estaba bien iluminado.
Al final, el hombre abrió una puerta doble para entrar a un despacho que parecía más profesional que todo lo que había visto de San Mungo hasta el momento; era amplio y había una puerta hacia la derecha que, tal vez, se trataría de una sala de examinación. Era mucho más de lo que habría esperado, sinceramente.
Después de tomar asiento, el hombre se presentó –"Mi nombre es Maxim Kozlov, es un placer conocerlos"- dijo con un acento que le recordó a Viktor Krum, algo que hizo que le agradara de inmediato.
-"Este es Adhara Black"- señaló Walburga –"Y su hijo, Hadrian"-.
Harry asintió con la cabeza.
Walburga comenzó a explicarle al sanador quiénes eran y por qué requerían su atención y, aunque no lo dijo, Harry se dio cuenta que había cierta sospecha en la voz de la mujer cuando habló del tiempo que Hadrian había vivido con esos desagradables muggles. Harry desvió la mirada y decidió que no perdería la paciencia por algo irrelevante.
-"No es como si los Dursley fueran muggles agradables"- tenía que admitir que Walburga no estaba equivocada.
Después de eso, Sirius fue llevado al consultorio adyacente a esa oficina, y Harry permaneció con una impaciente Walburga en un silencio tenso e incómodo, mientras su padrino era examinado.
Tal vez, se dijo cuando su padrino no regresó de inmediato, había sido buena idea no comer antes del viaje, porque Harry sentía que podría vomitar de un momento a otro.
Nunca había sido llevado al médico –a menos que pudiera contar las veces que había visitado la Enfermería en Hogwarts involuntariamente–, no sabía qué esperar. Sus tíos, en su momento, habían decidido que sus enfermedades ocasionales y accidentes no eran lo suficientemente graves como para ser llevado al hospital o a una clínica y Harry, aunque no hubiera creído una palabra de eso, había tomado cierta aversión a la profesión.
Sobre todo, después de visitar la Enfermería tantas veces durante su tiempo en Hogwarts.
Sólo recordaba una ocasión en la que había llegado a parar a un médico, y había sido aquella vez en que había intentado huir de Privet Drive. Un par de policías lo habían encontrado en una calle desierta, en medio de la noche; los policías lo habían llevado a una clínica cercana y sólo había permanecido ahí el tiempo suficiente como para que tío Vernon lo encontrara… el resultado no había sido divertido.
-"¿Joven Hadrian?"-.
Le tomó a Harry un par de segundo darse cuenta que el sanador había entrado a su despacho y que, en efecto, le estaba llamando a él porque había terminado de examinar a su padrino.
-"Yo soy Hadrian"- se recordó mientras intentaba sonreírle al hombre y era llevado hasta el consultorio –"Gracias, señor"- dijo una vez que cerró la puerta y estuvieron a solas.
El sanador parecía acostumbrado a su actitud –"Entiendo por su historia que probablemente nunca ha estado en un hospital mágico"-.
Harry negó con la cabeza –"En ningún tipo de hospital, señor"- admitió.
-"No se preocupe"- sacó su varita –"A diferencia de un médico, un sanador sólo necesita tres hechizos básicos para diagnosticar a su paciente… al menos en una etapa sin riesgo, como esta"- Harry asintió.
-"Disculpe, ¿mi padre está bien?"- preguntó modulando su voz para intentar no sonar tan… grosero como parecía que sonaba –"Es sólo que…"-.
El hombre mantuvo sus labios en una línea fina antes de responder –"Me es imposible hablar de otro paciente sin su consentimiento"- dijo delicadamente –"Como sanador certificado, tomé un Juramento Inquebrantable para no romper la confidencialidad de mi paciente…"- cuando vio la expresión de Harry, carraspeó –"Pero… supongo que no hará daño decirle que el señor Adhara Black se recuperará por completo"-.
Sonrió de lado –"Muchas gracias"-.
Maxim Kozlov parecía ser un hombre amable –"Joven Hadrian, a pesar de estar bajo la protección y las reglas de la Casa de los Black, necesito su permiso para continuar con el examen"-.
En teoría, Harry debería decir que sí y terminar con eso, pero decidió que no era buena idea porque Harry tendría que quedarse en la ignorancia sobre el procedimiento –"Er… exactamente, ¿en qué consiste todo?"-.
-"Como dije, sólo usaré mi varita tres veces, son hechizos que no tendrán ninguna secuela y permitirán crear un historial de padecimientos y otras enfermedades, así como alergias o alguna reacción poco favorable a diversas sustancias"- enlistó con calma –"Es necesario que responda algunas preguntas, pero nada que pueda atacar su salud directamente"-.
-"Y… ¿tía Walburga sabrá sobre esto?"-.
-"Estoy obligado a respetar la confidencialidad con todos mis pacientes, sin embargo, al ser lady Black, no puedo negarle la información básica sobre su estado de salud, joven Hadrian"-.
En realidad, a Harry le preocupaba más que algo apareciera dentro de un historial médico que no tuviera que ver con la nueva vida que se habían creado; el hombre pareció malinterpretar su silencio, porque volvió a hablar.
-"Estoy seguro que lady Black estará preocupada por la salud de dos de los miembros de su familia, nada que deba ocultar"- Harry asintió, porque sabía que no podía negarse, aunque así lo deseara.
-"De acuerdo"-.
El sanador asintió y no insistió más en comentarios innecesarios –"Ahora"- la atención del menor volvió a la varita –"Voy a necesitar que se recueste, por favor"- no estaba convencido con todo eso, pero Harry siguió la instrucción y se acostó en una cama de metal que le recordaba a aquellas que salían en esas películas de Dudley –"El primer hechizo me permitirá monitorear en tiempo real la condición de su cuerpo, respire profundamente"- apuntó la varita a su pecho, justo encima de su corazón –"Giyan dike"-.
Harry no sintió nada, ni siquiera cosquillas o algo que pudiera relacionar con magia, pero encima de él apareció un holograma… algo así como una proyección de su propio cuerpo.
Podía ver líneas atravesando sus extremidades y colores.
Tantos colores.
Veía sus venas y veía sus músculos, también veía sus huesos y probablemente podría ver sus órganos. Con una curiosidad mórbida, Harry se preguntó cómo se vería desde la perspectiva del sanador. Había unas líneas delgadas, más delgadas que las venas y que parecían moverse a un ritmo desconocido, eran blancas y alcanzaban todo su cuerpo; cuando Harry intentó tocarlas, una risa lo detuvo.
-"¿Quién se cree?"- se preguntó con molestia.
El sanador sonreía –"Sí, normalmente todos reaccionan así"- Harry desvió la mirada y no respondió a su comentario –"Bien, ahora que todo está estable… voy a realizar el segundo hechizo, el primer hechizo diagnóstico"- Harry respiró profundamente –"No va a doler, sin embargo, puede ser un procedimiento incómodo, respira una vez más"- así lo hizo –"Sláinte"- dijo claramente, haciendo un movimiento en forma de ocho encima de él.
Al principio, Harry no sintió nada especial, pero después pudo sentir un ligero cosquilleo que se transformaba, poco a poco, en una sensación de calor incómodo. Se esforzó por no moverse de su sitio, mientras sentía como si fuera un día después de haber terminado con el jardín de Petunia y sentir las quemaduras en la piel.
En algún punto, el sanador dejó de mover la varita y el hechizo se canceló. Toda sensación desapareció tan rápido como había empezado –"¿Para qué sirve ese?"- preguntó sin poder detenerse.
Kozlov no respondió de inmediato.
Escribía algunas cosas en un pergamino y parecía concentrado en su trabajo –"Fue un hechizo que me permite identificar la condición física general de su cuerpo"- respondió en automático, como si estuviera acostumbrado a dar esa respuesta, luego parpadeó –"Por último, necesito hacer un último diagnóstico"-.
-"Está bien"- asintió –"¿Será igual al anterior?"- esperaba que no fuera así.
El hombre negó con la cabeza –"Es un hechizo que me permite hacer un registro de las enfermedades y otros padecimientos a lo largo de su vida, no debería sentir nada especial, a menos que sea sensible a la magia"- Harry no entendió su comentario, así que asintió –"Medical fama"-.
Su varita hizo una línea recta desde su cabeza hasta los pies.
Harry, desafortunadamente, no pudo concentrarse en el movimiento.
El hombre le había prometido que no sentiría nada, pero sentía como si dentro de él corriera una energía extraña, como electricidad, le recorría rápidamente, de pies a cabeza, una y otra vez. A veces las descargas se detenían en algunas zonas, otras veces seguían avanzando; para cuando el hechizo fue cancelado, Harry se encogió en su sitio y no se atrevió a alzar la vista hacia el hombre.
-"Eso fue intrusivo"- frunció el ceño.
Harry, a diferencia de los otros dos hechizos, sabía qué encontrarían con ese, así que se mantuvo en silencio.
El sanador escribió en el pergamino sin detenerse, al final, habló con voz grave –"Tendré que discutir esto con su guardián mágico y con Lady Black"- Kozlov fruncía el ceño –"Algunas de estas enfermedades son de esperarse en un niño que crece con muggles, pero…"-.
-"Lo sé"-.
Lo sabía.
No lo supo sino hasta un mes después de entrar a la escuela, no supo hasta ese momento que no todas las familias eran como los Dursley y tampoco supo que no todas las familias tenían un fenómeno como él. Pero cuando lo entendió…
Daba igual, ¿por qué los adultos parecían estar tan preocupados ahora? ¿Por qué no antes?
Incluso antes de entrar a Hogwarts había comprendido que los Dursley no eran precisamente los guardianes más responsables del mundo, ¿y qué?
También sabía que no había recibido los cuidados básicos y que muchas veces había estado… en una… una condición no favorable. Pero no importaba, ¿verdad? Los Dursley no estaban ahí y, si todo lo que pensaba hacer funcionaba, nadie tendría que pasar por lo que él había pasado; no existiría otro Fenómeno.
Ahora, creía que no sucedería gran cosa si el sanador se enteraba de lo que había sucedido con él, principalmente por dos razones: uno, Petunia Evans todavía no estaba casada con Vernon Dursley, la mujer tendría dieciocho años o algo así; dos, Harry –en esta ocasión– no tenía ninguna relación filial con Petunia –o con Lily Evans, añadió una voz amarga–, así que no había ningún peligro para él.
Los Black no harían la conexión imposible con dos jóvenes adultos, así que no estarían en riesgo –a pesar de ello, Harry no se sentiría culpable si algo sí sucedía–.
No se atrevió a ver el pergamino con el diagnóstico y mantuvo la mirada ligeramente hacia la derecha cuando Kozlov llamó a Walburga Black y a su padrino –su padre–.
No habló mientras el hombre explicaba con precisión clínica lo que Harry había escondido con su ropa y actitud. Les habló sobre la desnutrición obvia que no había sido sanada con los tres años con su familia y las contusiones que había sufrido a manos de los Dursley. También lo cuestionó sobre el envenenamiento con comida y Harry tuvo que admitir sin emoción en la voz que muchas veces había comido de la basura para evitar desmayarse –o morir, no lo sabía–.
Hablaron por una eternidad, quizá veinte o treinta minutos y, por las expresiones en Sirius, supo que pronto tendría que hablar con él seriamente. Walburga, notó, se dio cuenta fácilmente del estado de su padrino –a pesar del gran esfuerzo que había hecho para ocultarlo–, casi aliviada por la reacción del hombre –quizá era porque se había dado cuenta que Sirius no había tenido conocimiento de nada de lo que había sucedido–.
Harry no hablaba sobre los Dursley.
No lo hacía.
¿Para qué lo haría?
Sin embargo, cuando el sanador le extendió su propio diagnóstico, con una burda lista de todo lo que había sucedido con él bajo el cuidado de los Dursley, Harry se negó a tomar el pergamino.
Una cosa era hablar sobre lo que había vivido mientras había estado con ellos; otra cosa muy diferente era… bien, Harry no necesitaba pruebas de lo que había vivido, lo recordaba muy bien.
¿Por qué necesitaría verlo por escrito? Era una pérdida de su tiempo.
Al final, el sanador Kozlov se detuvo para explicarle cómo es que llevaría su tratamiento para revertir los daños ocasionados… los daños, como si se tratara de algún tipo de máquina que pudiera arreglar… aunque, para ser sincero, pensarlo de esa forma era mucho más sencillo cuando te decían que podían solucionarlo.
-"Son pociones, es un régimen sencillo, pero se necesita cierta disciplina para seguirlo"- Harry, sabía, podía ser disciplinado si se necesitaba.
No tenía permitido hacer grandes esfuerzos físicos, y Harry tuvo que contenerse de bufar cuando lo escuchó.
No era como si fuera a seguir todas sus indicaciones, ¿verdad?
Cuando salían, el hombre habló hacia Harry –"Joven Hadrian"-.
Harry intentó sonreírle, pero sólo pudo lograr una mueca, comenzaba a fastidiarle ese título –"¿Sí, señor?"-.
-"¿Consideraría entrar a una terapia con un sanador especializado?"- Harry frunció el ceño, pero no respondió –"Es sólo una recomendación, por supuesto, creo que sería…"-.
-"Muchas gracias, sanador Kozlov"- interrumpió lo que fuera a decir con una sonrisa tensa y su poca paciencia terminándose en el lugar –"Voy a pensarlo y discutirlo con mi familia"-.
Sabiendo que esa sería la mejor respuesta que obtendría, el hombre los dejó irse.
¿Terapia?
Por favor, él no necesitaba terapia.
Harry salió del consultorio y luego de la oficina, en cuanto su padrino logró acercársele, el hombre puso una mano en su hombro, apretándolo casi dolorosamente. De alguna manera, ese contacto físico significaba mucho más que un simple abrazo. Sirius… estaba preocupado.
No quería que se preocupara por él, pero… pero era agradable.
Lady Black caminaba delante de ellos y, hasta que llegaron a un punto de aparición, le dijo Sirius, la mujer no habló sobre los últimos planes que, convenientemente, no había compartido con ninguno de los dos –"Orión nos espera en Bonheur, así que será mejor darnos prisa"-.
Había algo fundamentalmente bueno con la actitud que todos los Black –incluyendo a Sirius– parecían mantener a diferencia de, digamos, los Weasley; hasta ese momento, ninguno de ellos estaba dispuesto a tratar temas personales en público. Y era un alivio tal para Harry, que no pudo evitar sentirse agradecido.
Porque Harry no quería hablar sobre él y sobre el pasado, sobre sus problemas o cosas que no tenían sentido, no como la señora Weasley insistía en intentarlo.
No había preguntas incómodas o miradas de lástima dirigidas a él cuando creían que nadie podía verlo y eso, a pesar de los sentimientos de Sirius, le hacía respetar un poco a los Black.
Walburga Black se detuvo un segundo en el punto de aparición y luego tomó un brazo de cada uno; antes que Harry pudiera decir algo, la mujer se los llevó del hospital con tal fuerza, que sus uñas se le encajaron en el brazo dolorosamente. Sin preparación, Harry aguantó la respiración por una eternidad, hasta que sintió el piso bajo sus pies y los oídos dejaron de zumbarle –no, no creía poder acostumbrarse a la aparición–.
Sabía que, si abría los ojos, vería cómo el mundo giraba a su alrededor sin control, así que mantuvo los ojos cerrados hasta que la mano de la mujer lo soltó.
Cuando los abrió, Harry se dio cuenta que estaban frente a un jardín.
Un jadeo se escapó de sus labios, pero no intentó contenerlo.
No reconocía el lugar en donde estaban, pero ese jardín… era una pieza de arte.
Un olor suave flotaba sobre las flores, algo que le recordaba a la lavanda que tanto le gustaba a tía Petunia y a otros aromas que no podía reconocer en ese momento. El jardín estaba restringido al paso por una cerca de hierro y dentro podía ver algunas flores moviéndose. Podía ver algunas de las flores que Neville le había mostrado con los años y otras que eran completamente desconocidas para él.
-"Es…"- era bellísimo, pero Harry no pudo decirlo.
-"Hadrian"- el menor giró la cabeza para ver a Walburga y sonreírle un poco.
La mujer bajó los hombros –"Lo siento"-.
-"¿No habías visitado el Callejón?"-.
Sirius se apresuró a responder –"Preferí que mi hijo no se expusiera a… a un ambiente tan…"-.
Walburga asintió como si entendiera perfectamente lo que decía o como si lo que decía tuviera sentido –"Buena decisión"- ah, qué extraño, pensó Harry –"Orión hizo lo mismo con nuestros hijos"- le explicó –"Sirius era especialmente pequeño y no íbamos a arriesgarlo en público"-.
Normalmente, Harry intentaría seguir la conversación, preguntar algunas cosas y fingir interés, pero sentía que, en esa ocasión, simplemente no lo valía.
Involucrarse en los sentimientos que Walburga tenía por su heredero era… no era lo que deseaba hacer. Su padrino estaría especialmente sensible a sus palabras y, para ser honesto, no lo valía. No valía la pena saber qué demonios significaba ese aislamiento porque… porque su padrino estaba tan sorprendido como él, porque nada justificaba encerrar a un niño por años con la excusa de protegerlo.
-"Ya veo"-.
Lady Black comenzó a avanzar hacia un edificio detrás de ellos –"Nuestro heredero es… es un mago demasiado inquisitivo"- ofreció.
Esa era una forma de llamarlo, suponía.
Sirius no agregó nada, pero desde donde Harry estaba, podía notar que ese simple comentario lo había hecho pensar.
Entraron al edificio que, aparentemente, se trataba de un restaurante que jamás había visto en todas sus visitas al Callejón Diagon.
Harry estaba consciente de la historia del Callejón.
Gracias a Voldemort –porque el hombre era un maniaco que disfrutaba de arruinar el negocio de bienes raíces–, muchas de las calles dentro del Callejón habían sido cerradas progresivamente; había sido la guerra. A veces porque los negocios simplemente no podían continuar, otras veces porque… bien, porque Voldemort había decidido atacar en algún momento y el resultado había sido la tragedia.
Ni siquiera había estado sorprendido cuando lo había descubierto.
Pero nunca se había puesto a pensar seriamente en las implicaciones que eso tenía. A su edad, lo que menos le interesaba saber era el estado de la economía o la sociedad del Mundo Mágico, con excepción de las veces en que había sido obligado a volverse partícipe.
Lo más importante en todo el Callejón Diagon siempre había sido Gringotts y algunas otras tiendas, pero… pero jamás había considerado lo que significaba un distrito mágico en pleno uso.
Tiendas, restaurantes, oficios, floristerías, tiendas de ropa, de comida fresca… ¿por qué no lo había pensado?
Al ver –antes de entrar al que había resultado ser un restaurante– una señal en la calle, Harry notó el nombre e intentó memorizarlo: Intersección Serbal.
No lo recordaba, y estaba ansioso por investigar.
Dentro del restaurante –un sitio que, definitivamente, no coincidía con el tipo de persona que era Harry–, se encontraban pocas mesas ocupadas.
Entre cada grupo de mesas, podía ver unos paneles de división que contribuían a una atmósfera de privacidad a la que Harry no estaba acostumbrado a tener en el Mundo Mágico. Era un lugar agradable, si acaso un poco fuera de su alcance y modales –los Dursley eran unos salvajes, pero al menos había aprendido cosas básicas gracias a su necesidad de pretender ser perfectos–. Se veía regresando a ese lugar, simplemente por el ambiente relajado que proyectaba.
En una de las mesas ocultas, notaron a Orión Black sentado. Vestía con un traje que lo hacía diferenciarse de algunos de los comensales y parecía tan cómodo en ese lugar como lo estaría en su propia casa. Estaba esperándolos, leyendo El Profeta por encima de la mesa.
Sólo cuando los pasos de los tres sonaron lo suficientemente cerca, el hombre alzó la vista y asintió, levantándose de su sitio y olvidándose del diario.
-"Buen día a todos"- dijo, pero no hizo nada que pudiera indicarle a Harry algún deseo por preguntar sobre su visita a San Mungo.
Sí, comenzaba a agradarle esa forma de ser.
Durante el desayuno, Harry fue ignorado olímpicamente, pero no le importó.
Harry estaba acostumbrado a ser ignorado y, si era sincero, prefería el silencio durante una comida que una conversación tediosa sobre un tema que no le interesaba.
Sin embargo, las conversaciones de adultos como los Black eran… interesantes. A diferencia de los Weasley y toda la Orden –aún seguía molesto por eso–, los Black hablaban por encima de él sobre temas que realmente era importantes: la guerra, el ministerio, las políticas, la crisis económica que no sabía que existía… todo eso, sin censura. También, por supuesto, hablaban de temas mundanos, como la educación que Sirius y Regulus habían recibido o cosas sobre la cultura de los sangrepura, cosas que eran tan naturales para ellos, que simplemente se mencionaban como comentarios irrelevantes.
Para Harry era información.
Obviamente, también debía soportar las conversaciones sobre el pésimo gusto de alguna familia –a la que no conocía y no quería conocer– en su forma de vestir, sus decisiones en público o lo que leían en privado… no le interesaba.
Mientras escuchaba la conversación, Harry dedicó su tiempo a saborear la comida lentamente y mirar de vez en cuando la decoración del restaurante.
-"¿Has escuchado algo sobre Lucius?"- preguntó Walburga eventualmente, mientras tomaba un sorbo de té.
Harry alzó la vista –"Oh…"- tomó su propia taza –"Esto parece interesante"-.
Orión asintió –"Hablé con Cygnus, está claro que el joven Malfoy está dispuesto a crear un contrato con la familia"- el hombre sonreía satisfecho –"Muy pronto me verás revisando un contrato de compromiso después de su cortejo formal"- prometió.
Cortejo y compromiso significaban matrimonio, ¿verdad? ¿Era así como Narcisa Malfoy había llegado a casarse? Qué extraño, ¿quién se casaría porque un contrato lo decía?
-"Supongo que… es normal"-.
-"Estoy seguro que Narcisa aceptará encantada"-.
Eh… bien, Harry no conocía muy bien a la mujer, de hecho, sólo había interactuado con ella una vez –y no había dejado una buena primera impresión–. Pero suponía que debía ser una verdadera pena perder la capacidad de elegir con quién pasar el resto de tu vida sólo porque la familia lo exigía.
A menos que ella estuviera enamorada de Malfoy…
Claro.
-"Los Malfoy son una buena familia"- añadió Walburga, mirando a Sirius –"Narcisa es la más joven de las hijas de mi hermano, Cygnus"- Sirius asintió –"Parece obvio que quiere aceptar el ritual de cortejo de Lucius"- y Walburga parecía aprobarlo, por la pequeña sonrisa que tenía en el rostro, por la expresión de su padrino, el hombre no estaba muy seguro de saber exactamente qué beneficio podía existir de casarse con Lucius Malfoy –"Lucius es un joven encantador"-.
Harry mantuvo la taza en sus labios para evitar bufar.
No podía decir gran cosa sobre esa gran decisión; conocía sólo a Draco y el chico jamás había sido encantador y las pocas veces que había interactuado con su padre no habían dejado la mejor impresión del hombre. Si Lucius era similar a su hijo, bueno, no creía que realmente pudiera ser como el hombre que Walburga intentaba retratarles.
-"Pero, ¿yo qué voy a saber?"- pensó con gracia.
-"Son una familia sangrepura"- se apresuró a añadir Orión, como si temiera la reacción de su padrino –"Pueden ser rastrados al menos hasta el siglo XVI"- Harry se esforzó por no rodar los ojos, ¿qué importaba eso?
-"Es lamentable que Lucius sea hijo único…"- tal vez era lamentable, quizá si Malfoy hubiera tenido un hermano o una hermana, podría haber sido menos un imbécil –"Habría sido una excelente oportunidad para crear otro cortejo con ellos"- Sirius comenzó a toser sutilmente –"Tal vez con Hadrian"- Harry tragó con dificultad el último pedazo de pan que había tomado.
¿Qué tenía que ver él con todo eso?
Sirius lo miró y sólo sonrió de lado; su padrino… se estaba divirtiendo… ¿se divertía? ¡Se estaba divirtiendo!
El descaro.
-"¿M-Ma…?"- se aclaró la garganta –"¿Matrimonio, tía Walburga?"- preguntó con voz aguda, sin poder contenerse.
-"He escudado sobre los Malfoy"- admitió Sirius, interrumpiendo cualquier respuesta, sin dejar de ver a Harry –"Creo que… me parece que ese tipo de vida no sería para Hadrian"-.
Harry les sonrió nervioso, mordiéndose el interior de la mejilla. Sin embargo, al ver la sonrisa de lord y lady Black, supo que estaban divirtiéndose a costa suya y frunció el ceño ligeramente. No tenía idea de qué tipo de vida era ese del que hablaba su padrino, pero no le importaba. Jamás aceptaría ser familia de los Malfoy… tenía estándares.
Al menos Sirius no intentaba seguir con esa estupidez.
-"No me voy a casar"- bufó por lo bajo y miró a su plato –"Mucho menos si se tratara de un Malfoy"- primero muerto.
Walburga, notó con fascinación, tenía la misma sonrisa que su padrino usaba. La misma sonrisa burlona que el hombre usaba cuando pensaba que era algo gracioso –"¿No has pensado en el matrimonio, Hadrian?"- insistió.
¿Pensar en casarse?
-"Eh… no, no… no realmente, tía Walburga"- por favor, apenas unos años atrás se había enterado de la existencia de la magia y sólo hacía unos meses que había dado su primer beso, y no había sido una experiencia agradable.
Además, ¿por qué tendría que pensar en algo así? No era como si tuviera tiempo para frivolidades cuando un jodido psicópata decidía que debía matarte en medio de un cementerio, con todos sus amigos y familia rodeándolo, ¿verdad?
Sin pretenderlo, Harry se removió en su asiento y fingió que no hacía calor en el restaurante.
-"Es una pena"- concluyó la mujer tomando una cuchara –"Orión tendría la misma edad que tú cuando recibí su propuesta"- Harry abrió los ojos por completo.
-"¿Por qué?"- Harry no sabía mucho sobre ese tipo de temas, pero le parecía excesivo que una persona pudiera aceptar casarse tan joven, demasiado joven, en su opinión.
-"Orión comenzó el cortejo alrededor de las celebraciones de Litha"- añadió.
Harry no sabía mucho de las costumbres mágicas, y muchas de las tradiciones escapaban a su entendimiento, así que no sabía qué tan importante eran esas fechas. Sin embargo, sabía muy bien que celebraciones como Samhain –o Halloween, para los muggles– o Yule eran fechas mágicas, importante para aquellos que seguían a la Antigua Religión… o algo similar.
-"¿Cómo comenzó el cortejo, tía Walburga?"- preguntó a pesar de su buen juicio, porque tenía curiosidad, porque jamás alguien le había hablado sobre esas cosas, pero recordó casi de inmediato que no debería ser tan casual con ellos –"¡Lo siento!"- dijo rápidamente –"No debí preguntar"- bajó ligeramente la vista, esperando no tener repercusión por su comentario.
Cuando escuchó la risa de Orión –similar a la de Sirius–, supo que, al menos, no estaba en problemas.
-"Tonterías"- respondió –"Me encanta hablar de eso"-.
La mujer asintió –"A nuestros hijos no les interesa mucho hablar sobre el matrimonio, Hadrian"- sí, de alguna manera, no le sorprendía –"Sirius debería haber elegido a alguien para su décimo séptimo cumpleaños, pero…"- la mujer negó con la cabeza.
-"Sirius es… tiene otras aspiraciones"- ofreció Orión, poco convencido –"Estoy seguro que, eventualmente, decidirá establecerse"-.
Harry asintió firmemente, pero su boca estaba presionada en una línea fina, esperando no dejar escapar la risa histérica que comenzaba a lastimarle la garganta. Evitó ver a su padrino o hacer contacto visual.
-"Es joven"- dijo Sirius con poca voz –"Seguro que tiene tiempo para pensar en eso…"-.
-"Tonterías"- dijo Walburga –"Sólo necesita encontrar a alguien digno de su atención"- luego se giró ligeramente hacia Harry –"Si mi hijo es como su padre, intentará hacer algo en medio del Gran Comedor, frente a todo el mundo"- y rió en voz baja –"Orión no esperó ni siquiera un día después de regresar de su sexto año en Hogwarts cuando me presentó un buqué de doce flores, en medio de una reunión familiar"- negó con la cabeza.
Sirius fue el único que jadeó sin poder contenerse, sorprendido, probablemente entendiendo algo que Harry no comprendía.
Qué novedad.
Harry arqueó una ceja –"¿Doce?"-.
-"Dos eran rosas blancas, nueve eran cerezos"- y luego sonrió hacia su esposo –"Y un gladiolo rojo"- para sorpresa de Harry, tanto Sirius como Orión comenzaron a adquirir un distintivo tono rosado en el rostro.
Harry se inclinó un poco –"Disculpa, tía Walburga, ¿qué significa eso?"- la mujer no dejó de sonreír.
-"Tal vez… debería darte un libro, Hadrian"- eso, de hecho, sería una buena idea, porque Harry no creía que pudiera entender la broma –"Después de las flores"- continuó –"Orión me regaló un broche para el cabello"- le señaló su peinado, donde una pieza apenas visible de plata sostenía el peinado elaborado de la mujer.
Después de eso, Walburga se dedicó a hablarle sobre la presentación de obsequios y cómo, después de un mes, sus padres habían accedido a aceptar el compromiso una vez que Orión se graduara de Hogwarts. Incluso Harry, que no tenía cabeza ni interés para entender las relaciones de pareja –y que había decidido ignorar el elefante en la habitación que señalaba la clara relación filial entre Orión y Walburga–, le pareció que todo había sido romántico.
Con las flores –a las que Harry no le daba gran valor en el mejor de sus días porque él no era Neville– y las joyas –inútiles y costosas–, los poemas, las citas, las visitas y otras cosas que habían intercambiado… no, no creía que él fuera capaz de hacer algo así de perfecto.
Era una suerte que su padrino no esperara que hiciera algo así.
Fue Sirius quien decidió seguir preguntando, cada vez más curioso y, tal vez, queriendo entender la relación entre sus padres –no eran sus padres, pero era lo más cercano que tendría–. Quizá, se dijo Harry al ver la pequeña sonrisa en su padrino, eso podría ayudarlo de alguna forma.
-"¿Y tú, Adhara?"- Harry suspiró aliviado al no ser el centro de atención de nuevo –"¿Lilian y tú tuvieron un cortejo tradicional?"-.
El pánico regresó a la expresión de su padrino –"Ya no es tan gracioso cuando hablan de tu matrimonio, ¿verdad, Siri?"- Harry dejó escapar una pequeña sonrisa.
Su padrino sonrió tembloroso, riendo nerviosamente –"Eh… no, Walburga"- negó con la cabeza, como si se arrepintiera de algo que jamás había sucedido –"Ella… le regalé un brazalete de oro"- el hombre sonrió hacia la mesa –"Y un lirio violeta"-.
Walburga volteó a ver los ojos de Harry, alzando su mentón con un dedo –"Sí, puedo notar por qué elegirías el lirio"- la confusión en Harry sólo hizo que todos los adulos se relajaran –"¿Has pensado en casarte?"- en darle a Hadrian una madre, escuchó claramente detrás de la pregunta.
-"No"- dijo tensamente, quizá porque su padrino había perdido tanto tiempo en Azkaban, culpado de un crimen que no había cometido, mientras podría haber encontrado a alguien –"Lilian fue… la única"-.
Orión aceptó fácilmente su respuesta –"Probablemente fue lo más sabio, Adhara"- su mirada se dirigió a Harry –"Tal vez en un futuro…"-.
Por supuesto, si a Sirius le hacía feliz conocer a alguien y casarse, Harry estaría feliz por él; aceptaría a cualquier persona que eligiera. Francamente, su padrino había perdido demasiado como para no intentar ser feliz ahora.
El único problema que existía era precisamente la situación en la que se encontraban; Sirius estaba en su propio pasado, con veinte años más de experiencias y traumas, mientras que todas las personas que había conocido alguna vez eran adolescentes de la edad de su ahijado o adultos con los que no había tratado demasiado.
Sólo esperaba que, si la situación se le presentara, su padrino pudiera tomar la decisión correcta y buscar seguir con su vida.
En cuanto a la conversación… Harry realmente no quería pensar en el tema.
No era que no le interesara saber más sobre el futuro posible para su padrino, porque le importaba más que casi cualquier otra cosa; era más bien que… bueno, pensar en matrimonios arreglados, contratos y cortejos que no entendía era… era una conversación irrelevante, dadas las circunstancias por las que habían llegado a ese punto.
Antes, en casa, habría intentado pensar en banalidades como esas, pero ahora Harry no tenía idea de qué hacer con su futuro.
Claro, había llegado a creer que, después de Voldemort, ser auror sería un trabajo decente, factible y adecuado para él. Había pensado que, eventualmente, podría encontrar a alguien para compartir su vida o algo así –y en su momento había pensado en Cho Chang, qué patético–, pero su imaginación no podía convocar los detalles de una vida idílica que jamás tendría. Ahora después del incidente en el Departamento de Misterios –y el viaje en el tiempo–, no creía que la posibilidad de ser un auror fuera siquiera a considerarla… y no podía hablar mucho sobre una relación romántica porque, admitía, no era muy bueno para eso.
De cualquier forma, todas las personas que habría conocido como adultos ahora eran adolescentes con problemas de actitud, algunos serían bebés que apenas sabían hablar y sus eventuales amigos ni siquiera existían.
Lo mejor sería pensar en cosas más importantes, ¿no?
Necesitaban evitar el desastre que sería el futuro de toda una generación, no podía perder el tiempo con tonterías.
-"Primero los TIMOS… de nuevo"- era un fastidio siquiera pensar en repetir los exámenes, pero suponía que ahora tendría la oportunidad de usar ciertos privilegios y obtener mejores notas sin esforzarse.
Oh…
Bien, si algo sabía de Voldemort, era que el idiota tenía cierta inclinación por reclutar a estudiantes de Hogwarts mucho antes de su graduación, ¿verdad? Sí, sí, así era.
Claro, buscaba en su mayoría estudiantes de sangrepura, pero eso no sería ningún problema.
Si conseguía fingir ser un estudiante prometedor, quizá pretender tener alguna aspiración política o algo similar, quizá lograría llamar la atención de Voldemort y muy probablemente de Dumbledore también… y eso… eso los alejaría de su estúpido –y perturbador– interés en otros, ¿o no? Como su padre o Sirius, incluso Regulus, si acaso era necesario.
Y, si conseguía acercársele al director de nuevo y ganarse su confianza –más que antes, mucho mejor que antes–, tal vez podría obtener algo más de información de primera mano sobre la guerra y, al mismo tiempo…
Al mismo tiempo, Voldemort estaría más interesado en un espía que en un simple recluta.
Conocía a Sirius lo suficiente como para saber que el hombre, a pesar de sus promesas, no pretendería incluirlo en los planes que llegara a tener –si es que alguna vez tenía uno–, así que debía hacerlo por su cuenta. Además, se dijo, entre menos tuviera que arriesgar a su padrino, mejor.
Sólo esperaba que la prensa y el Ministerio fueran mejores en ese pasado que en su propio tiempo, porque iba a necesitar información, y mucha.
En algún punto, Walburga y Orión se levantaron de la mesa y Sirius le ofreció un brazo a Harry mientras se iban del restaurante.
Le tomó siete minutos a Walburga, una vez que salieron y se detuvieron frente al jardín, convencer a los dos hombres de separarse y así terminar las compras más rápido –Harry contó el tiempo–. Le recordó a Orión algo sobre la educación que Harry se suponía iba a seguir bajo su tutela, convenciéndolo relativamente fácil, y el hombre accedió a llevarse a Sirius con una mano sobre su hombro y empezar a explicarle que debían comprar también algunas cosas para él.
Harry esperó –impacientemente– paciente al lado de Walburga, hasta que su padrino se perdió de vista.
-"Pensé que nunca se irían"- murmuró la mujer con evidente alivio, mirándolo –"Tú y yo… tenemos cosas por hacer, así que será mejor empezar"-.
-"Sí, tía Walburga"- y comenzaron a caminar.
Por un momento, Harry creyó que tendrían que salir del Callejón Diagon –una imagen extraña, porque no podía imaginar a alguien que, evidentemente, odiaba a los muggles, comprar sus productos–, pero cuando se atrevió a preguntarle a la mujer, ella sólo sonrió y apuntó hacia una calle que, normalmente, Harry no habría visto.
Justo donde se encontraba la botica –una de las tiendas que evitaba cada vez que podía–, había un pasillo estrecho, lo suficiente como para que dos personas pasaran. Pero, en cuanto caminaba un par de metros más, el espacio se expandía, dejando pasar al menos a cuatro personas cómodamente.
Harry alzó la mirada para ver el nombre de la calle y decidió que, ahora que podía, tendría que conocer todos los rincones de ese lugar.
Porque el Callejón Diagon era increíble.
La calle se llamaba Liberosis, nada que fuera especialmente relevante, se dijo.
Tenía distintos locales interesantes, llamativos en una forma distinta a la que estaba acostumbrado a ver en el Mundo Mágico; era más elegante, colores neutros, vitrinas limpias donde se exhibían los servicios. Había una mensajería –con personas, no lechuzas–, una tienda de plumas de colección y tintas especiales y un club de algo que no alcanzó a ver.
Era una calle llamativa, lo era, con una esencia distinta a lo que había visto en el Callejón.
Harry no tuvo que esforzarse por parecer sorprendido ante lo que veía por primera vez.
Sin embargo, la casi imperceptible sonrisa que había estado portando desapareció casi de inmediato, cuando se detuvieron frente a la entrada de una tienda de ventanas largas y vitrinas con maniquíes dentro.
Había un sutil letrero colgado –S&D– y el interior podía ser visto fácilmente, no tan oscuro como era la tienda de Madame Malkin, por ejemplo.
-"¿Qué significa, tía"- la mujer puso una mano en su hombro para entrar.
-"Son las iniciales de los dos fundadores"- Walburga parecía cómoda en el sitio, así que Harry prendió relajarse un poco –"Vienen de Italia y su trabajo tiene una calidad superior a la de madame Clarise"- no reconocía el nombre, pero decidió no preguntar.
A la entrada de la tienda, fueron recibidos por un hombre muy joven, quizá sólo algunos años mayor que Harry. No era muy algo, pero su expresión era amable y Harry tuvo que corresponder la sonrisa que le enviaba –"Buen día"- saludó con una reverencia.
El acento del hombre era algo más suave de lo que había escuchado de otros extranjeros, le recordaba más a Fleur que a Krum.
Lady Black se acercó con Harry –"Hadrian, te presento a Domenico"- Harry asintió con la cabeza hacia el hombre –"Hadrian es mi sobrino, y tenemos un problema con su guardarropa"-.
Harry estaba usando la ropa de alguno de sus hijos, así que la mujer realmente no podía criticar lo que llevaba puesto en ese momento, sin embargo, eso no evitó que sintiera la mirada en él –"Ya veo, bien… pues vamos a empezar"- el hombre apuntó a un banco pequeño –"Por favor"-.
Lanzó una última mirada a la mujer antes de seguir la orden –"Gracias"-.
-"A Stefan y a mí nos gusta conocer a nuestros clientes"- comentó el hombre mientras llevaba algunas telas a una mesa cercana con la ayuda de su varita –"¿Cuál es tu color favorito?"-.
Eh…
¿Qué?
Harry no respondió de inmediato, no porque no quisiera, sino porque la pregunta lo confundía… y porque quizá no tenía idea de su color favorito.
No recordaba muy bien cuál era su color favorito o siquiera si tenía uno. Su respuesta automática habría sido el rojo, porque eso habría sido lo que habría dicho en casa, ¿o no? Excepto que… que el rojo no era su color favorito, porque podía recordarle a la Sala Común de Gryffindor… o a la mirada de Voldemort en medio de ese cementerio o rodeado de fuego, frente a un espejo y detrás de la cabeza de Quirrell.
Tampoco era el negro o el blanco, ni el verde o…
-"Me gusta el azul"- dijo en voz baja –"Y el violeta…"- y quizá había dicho eso sólo porque recordaba los acentos de color en Grimmauld Place –"Me gusta el gris"- porque era el color de los ojos de su padrino, se encogió en su sitio –"Realmente no lo sé"- admitió.
Nadie le había preguntado algo así, y jamás le había parecido importante; es decir, sabía que a Ron le encantaba el color naranja y odiaba el marrón, sabía que a Hermione le gustaba el azul y no era fanática del rosa… pero no mucho más, sus amigos jamás le habían preguntado algo sobre eso y, francamente, no lo había pensado.
Para su sorpresa, ni el hombre ni Walburga parecían molestos con su respuesta y la mujer más bien estaba sumida en sus pensamientos como para prestarle demasiada atención.
-"Bien, ¿qué me dices de tu animal favorito?"-.
Pues… Hedwig, por supuesto.
No creía que pudiera decir eso ahora, ¿cómo le explicabas a un desconocido la conexión que habías tenido con una lechuza? Incluso en ese momento era difícil pensar en ella. Pero tampoco podría decir que le encantaban los perros, porque le recordaba demasiado a los perros de Marge, no diría que le gustaban los gatos, porque sólo conocía a Crookshanks y… no.
-"Tenía… tenía una lechuza"- dijo al fin, suspirando –"Sus plumas eran blancas y sus ojos eran amarillos, muy inteligente"- luego de un momento, añadió –"Fue un regalo de cumpleaños"- Hagrid se la había comprado y, desde entonces, ella se había convertido en su primera amiga y una excelente compañera en su encierro.
Le gustaban otros animales, obviamente, pero no era tan apasionado como lo era Hagrid –y definitivamente tenía cierta aversión a los dragones–.
-"Es una buena elección, Hadrian"- respondió Walburga y Harry correspondió su sonrisa con mayor facilidad –"¿Su nombre?"-.
La mujer no era… no era tan mala, al menos no todavía. No pretendía ignorar las advertencias de su padrino, ni los recuerdos que el hombre prefería no compartir, sólo porque la mujer lo tratara mejor que sus propios tíos; sin embargo, tenía que admitir que ni siquiera con la señora Weasley lo había hecho sentir tan normal como lo había hecho Walburga Black.
-"Hedwig, su nombre era Hedwig"-.
Había encontrado su nombre en Historia de la Magia, el nombre de una bruja humilde que había cuidado de los poco afortunados. En el libro se decía que Hedwig von Andechs había donado todas sus pertenencias y había sido nombrada por los muggles como una santa. Hedwig era el nombre de la patrona de los huérfanos y, en su momento, el nombre había sido perfecto.
Recordar a Hedwig no era más fácil que intentar recordar a otros animales, como Buckbeak o Fawkes. Con su lechuza había compartido los veranos con los Dursley y había sido consolado por su presencia, no creía que ninguna otra lechuza pudiera llegar a reemplazarla.
-"Es un buen nombre para una lechuza"- el hombre seguía sonriendo, mientras usaba una cinta para medir a Harry desde cada ángulo que pudiera encontrar.
El hombre le preguntó algunas cosas más, como su clase favorita –le habría encantado decir la verdad, pero sólo dijo que había sido educado en casa–, su mejor amigo, su comida favorita, las flores que conocía o el té que prefería. Preguntaba cosas que no entendía qué tendrían que ver con la ropa que –se suponía– debía hacer para él, pero al ver que Walburga no parecía apresurada o molesta con el trato, Harry intentó responder a sus preguntas sin decir demasiado sobre sí mismo.
Al final, después de unos minutos, el hombre comenzó a hacer algunos bocetos en un cuaderno. En algún punto de su trabajo, otro hombre se le unió, añadiendo algunas ideas en murmullos o preguntándole a Walburga algunas cosas que Harry no comprendía sobre telas, texturas, tipos de ropa –algo que no era sorpresa–.
Mientras hablaban sobre él como si no existiera, Harry pudo sentarse en un sofá.
Había algo en la forma con la que Walburga hablaba sobre él con los dos hombres que le parecía realmente innecesaria –las constantes miradas hacia él, las demandas sobre su ropa, los comentarios sobre ser un orgullo de los Black, la atención que era simplemente demasiado–, pero supuso que era algo inherente a los Black. A pesar de lo poco que pudiera saber sobre esa familia, Harry entendía que los Black eran presuntuosos y orgullosos del renombre que su familia tenía en el Mundo Mágico.
No le parecía muy descabellado pensarlo.
De igual forma, Harry se dedicó a ignorar explícitamente la conversación de los adultos y sonreír incómodo cuando alguno de los dos hombres hacía algún comentario dirigido hacia él sobre su apariencia –comentarios de cortesía sin sentido o valor real–. No hablaba y dejó que la mujer se encargara de todo.
Pasaron alrededor de treinta minutos, hasta que volvieron a hablar –"Tendremos su orden en un par de horas, lady Black"- respondió el más joven a una pregunta que Harry no había escuchado.
-"Envíenla con mi elfo"- accedió la mujer, llevándose a Harry del lugar para seguir con su día de compras.
Caminaron por la misma calle que habían entrado y, mientras más avanzaban, más amplia se volvía.
Llegaron a una plaza, con una fuente en el medio que tenía agua que bailaba a un ritmo que Harry no podía escuchar; el agua saltaba de un lado a otro y cambiaba de colores antes de regresar a la normalidad. Harry quiso acercarse y tocar el agua, pero la mano de Walburga en su hombro lo detuvo.
-"¿A dónde vamos ahora, tía Walburga?"- preguntó con un poco más de confianza.
-"Vamos a un salón"- respondió girando a la izquierda después de haber pasado un jardín abierto y que habría causado la envidia de tía Petunia –"Eres un Black, Hadrian"- respondió lentamente, deteniéndose en una zona vacía –"Nuestros valores y tradiciones van a verse reflejados en todas tus acciones… tu posición en la familia es importante ahora"- lo miró fijamente –"Tengo expectativas sobre ti, Hadrian, no me decepciones"-.
¿Qué tenía eso que ver con ir a un salón? ¿Por qué no simplemente podían responderle? No era como si Harry estuviera en posición de negarse a hacer algo que le ordenaran hacer, no todavía.
-"Sí, tía Walburga"- respondió con cuidado.
Cuando la mujer se dio cuenta de la tensión en los hombros de Harry, el menor intentó relajarse, pero no lo consiguió, Walburga suspiró –"Es importante mostrarle a nuestra sociedad las buenas costumbres con las que fuimos educados, ¿entiendes?"- Harry asintió –"Voy a necesitar una respuesta verbal, Hadrian"-.
Pero, en realidad, Harry no entendía.
-"Sí, tía Walburga"-.
La mujer sonrió –"Debe ser difícil para ti adaptarte a nuestro mundo después de… después de tanto tiempo alejado, pero es necesario hacerlo… y hacerlo rápido"- advirtió –"Ahora mismo, tu apariencia deja mucho que desear y eso es inaceptable"-.
Harry se encogió en su lugar –"Sí, tía Walburga"-.
Caminaron un poco más hasta llegar a la fachada blanca y negra de otro negocio, más sobria de las que Harry estaba acostumbrado a ver en el Callejón Diagon –"Ah, pero no estamos en el Callejón, ¿verdad?"- se burló una parte de su mente –"Estamos en la Plaza Noctua"- quiso rodar los ojos.
El salón del que Walburga le hablaba era un lugar donde, afortunadamente, podía ver a personas de todo tipo, aunque muy pocas en su opinión. Walburga se acercó al mostrador para hablar con la recepcionista y conseguirle a Harry un espacio para ser atendido.
Harry permaneció mirando fijamente un punto en la pared blanca, intentando no prestarle atención a la discusión que Walburga tenía con la mujer que, probablemente, lo atendería sobre quién era Harry y qué buscaban con su cabello… como si él no existiera, como si su opinión no importara –y no lo hacía, ya lo sabía–.
Por momentos, Walburga le prestaba toda la atención del mundo, pero cuando interactuaban con esas personas –como había sucedido en la tienda de ropa– se volvía invisible.
No lo entendía y comenzaba a ser más molesto de lo que iba a admitir.
Porque estaba acostumbrado a ser ignorado, porque podía soportar ser el centro de atención –no, no podía–, pero normalmente era sólo o ser ignorado o tener la vista de todo el mundo en él, no… no lo que fuera que Walburga estaba haciendo.
¿Y qué demonios importaba su cabello?
No era como si fuera tan horrible como antes…
Sí, obviamente… obviamente necesitaba arreglarlo y por eso no había discutido con la mujer, pero el hecho de saber que la mujer consideraba en verdad que necesitaba un arreglo más allá de la ropa, con su aspecto físico era… era, sin duda, una ofensa.
No le sorprendía, por supuesto, había tenido suficientes recordatorios gracias a Malfoy y a Snape.
Se cruzó de brazos y piernas y decidió que se tragaría toda molestia si acaso quería evitarse estúpidas discusiones y problemas –ya no estaba en su tiempo, se recordó, donde sus reacciones podrían haber estado justificadas, ahora necesitaba controlarse en verdad–. Debía controlar esa parte que le decía que no debería aceptar todo lo que Walburga le dijera sólo porque estaban viviendo en su hogar, que no era necesario, que podían encontrar otro lugar, otra forma de salvar a todos…
No tenía el lujo de poder gritar o discutir, no podía darse el lujo de perder el refugio que habían ganado.
Además, se dijo sin mucha convicción, las personas en realidad no estaban siendo desagradables y tampoco lo ignoraban porque quisieran hacerlo… eso esperaba. Lady Black, claro, tenía la última palabra en las decisiones, pero Harry podía decidir por un par de cosas, ¿o no? Como lo había hecho con las preguntas sobre su ropa, ¿verdad?
Aquí no tenía por qué ser diferente.
Se sintió mejor cuando, efectivamente, la joven mujer que había hablado con Walburga se le acercó para saber sus opiniones y preferencias en cuanto al estilo que quería usar. Harry no sabía mucho sobre eso –de pronto, Harry no quería decidir sobre algo que no conocía y que no le interesaba en lo más mínimo–, pero le explicó que simplemente no quería verse ridículo.
-"Cuando tengas alguna duda, siempre busca un estilo clásico"-.
-"Claro, porque eso es tan importante…"- pensó con una sonrisa plástica.
-"El cabello es importante para un mago de la familia, Hadrian"- comentó Walburga al mismo tiempo que la otra mujer les daba algo de privacidad –"Cada familia tiene una tradición que debe seguirse y, por lo que veo, tú no sabías eso"-.
Harry creía que, por la constante desaprobación que la mujer tenía hacia su educación, ya se habría dado cuenta que él no sabía muchas cosas, ¿acaso no era obvio?
-"No, tía Walburga"-.
Sabía lo cansado que era intentar explicarle algo a él, sabía que Hermione había perdido la paciencia un par de veces y que él no era especialmente bueno para comprender ciertas cosas. Era una suerte que la mujer pareciera estar de tan buen humor, porque ni siquiera Harry podría tener tanta paciencia consigo mismo. Pero, de pronto, recordó que la mujer quería hacerse cargo de su educación.
Quería tener el control sobre él y educarlo para lo que fuera que tuviera en mente.
Y quería hacer algo diferente a lo que había hecho con sus hijos, ¿no?
-"Está bien, Hadrian, aprenderás rápido"- aseguró la mujer –"Cada miembro de los Black sigue algunas reglas en la familia, tradiciones que se distinguen de acuerdo con su posición dentro de nuestro árbol familiar"- Harry se apresuró a asentir y murmurar su respuesta –"En este caso, Hadrian, espero que pongas el nombre de los Black en alto, siguiendo todas nuestras tradiciones"-.
Responsabilidades sociales de una familia a la que no pertenecía… perfecto.
-"Haré todo lo posible, tía Walburga"- porque era todo lo que podía prometer.
Entonces, la mujer pasó una mano por su cabello y Harry tuvo que suprimir la necesidad de golpear su mano y sacar la varita –"Tu apariencia debería reflejar la nobleza de nuestra sangre…"- fue en ese momento, que Harry recordó con qué tipo de persona estaba tratando –"Me parece que el cabello largo, como es la costumbre en los Black que no están casados, será lo mejor para ti, ¿no lo crees?"-.
Por momentos, Harry olvidaba que no estaba pasando el día con la señora Weasley o con algún adulto común; estaba acompañado de Walburga Black, una mujer que había conocido gracias a un retrato que proclamaba a todo pulmón la superioridad de la sangre de su familia y la desgracia que su hijo mayor había significado, que había insultado a Hermione y a Ron, que había enseñado a Kreacher a odiar a aquellos con una familia no mágica…
Harry tenía que recordarse que esa mujer no era su tía, que a ella le interesaba más la pureza de sangre que cualquier otra cosa… que su padrino le tenía miedo…
Se concentró en su conversación y no en lo que acababa de recordar, prefiriendo ignorar todo hasta que estuviera con Sirius o a solas.
-"¿No sería poco práctico?"- dijo vagamente, tomando un mechón de cabello entre los dedos, sin mirarla.
El cabello largo era, en su opinión y en la opinión de Hermione, inútil. Sería mejor cortarlo para que no le estorbara a la vista o no se enredara con algo, o quizá pudiera ser usado como una desventaja en un duelo. Requería tiempo para cuidarlo y requería tener paciencia que Harry no quería gastar en una estupidez sin sentido.
Walburga le sonrió –"Aprenderás a manejarlo"- respondió con una seguridad que no le agradaba escuchar –"Y, créeme, es mejor ser subestimado… y la apariencia puede hacer maravillas"-.
Eso era… cierto.
¿Acaso no había sobrevivido a todos los enfrentamientos con Voldemort gracias a que el imbécil lo había subestimado? Voldemort había creído que un simple niño no tendría oportunidad y, si bien era cierto, el hombre lo había subestimado de tal forma, que le había brindado esos segundos clave que le habían salvado la vida.
Las ideas que la mayoría de los adultos tenía sobre los adolescentes y niños le había ayudado a sobrevivir, la ingenuidad de los mortífagos y de Voldemort le había conseguido tiempo para ayudar a sus amigos, ayudarse a sí mismo y… lo habían subestimado, y ellos habían pagado el precio.
Quizá no era… tan mala idea.
-"De acuerdo, tía"- suspiró resignado, irracionalmente nervioso por algo sin importancia.
Poco después, la encargada regresó con media sonrisa y lo llevó hasta una silla frente a un gran espejo, como si entendiera la renuencia de Harry –"¿Podemos comenzar?"- los dos asintieron y la mujer le extendió una poción a Harry, pidiéndole que la tomara por completo –"Es una Poción Crece-pelo"- dijo al ver su confusión –"Es mejor tener un poco de material para trabajar, ¿no crees?"- añadió cuando Harry se negó a tomar la poción.
Sólo se llevó la poción a los labios cuando Walburga asintió hacia él y le ordenó silenciosamente tomarla. Cerró los ojos y bebió todo el contenido del vial sin pensar en el sabor –ácido, ligeramente viscoso–; unos minutos después, Harry podía sentir un escozor en la cabeza y una presión incómoda aumentar en su cuello.
Cuando se atrevió a mirar hacia abajo, pudo ver sobre sus hombros el cabello que había crecido; ni siquiera tenía que levantarse de la silla para saber que llegaría, al menos, hasta la mitad de su pierna.
-"¿Todos los Black usan el cabello largo?"- preguntó hacia Walburga cuando la otra mujer se retiró a buscar las cosas que usaría con él –"¿Es normal?"- no pudo mirarse en el espejo.
-"Sí, todos los Black"- de nuevo, la mujer le mostró su peinado –"Mi heredero prefiere tenerlo más corto, pero sigue la tradición"- suspiró resignada –"Orión le dio la idea de mantenerlo hasta los hombros, así que eso es lo que hace… creo que a Orión tampoco le gustaba su cabello largo"-.
Había visto eso.
Orión Black mantenía el cabello mucho más corto del que usaba su padrino; el hombre usaba un corte clásico, normal, mientras que Sirius, aunque parecía desdeñar todo lo que llevara el nombre de su familia, mantenía el cabello al hombro –suponía que tampoco causaba daño si se vería bien de cualquier manera–.
-"¿Tío Orión tenía el cabello muy largo?"-.
-"Sí"- dijo casi de inmediato –"A media espalda, me parece"-.
-"Y… ¿todas las familias hacen lo mismo?"-
-"No"- frunció el ceño –"Los Malfoy, por ejemplo"- Harry asintió –"Los Malfoy mantienen su cabello corto, al menos hasta el matrimonio"-.
Eso tenía sentido, cuando había conocido a Lucius Malfoy por primera vez, su cabello largo había sido lo único que lo había diferenciado de su hijo –y la edad, evidentemente–. Aunque, si era sincero, Harry había notado que el cabello en los Malfoy era escaso, ¿no era inconveniente para ellos tener que seguir estúpidas tradiciones si ni siquiera podrían conservar la mayor parte de su cabello en su cabeza?
-"Pero, ¿por qué es tan importante?"- no lo entendía.
Con una mano, Harry tomó un mechón de su cabello.
¿Qué era tan importante para esas familias que el cabello necesitara tanta atención?
La mujer notó su incomodidad, al igual que la encargada de ese salón, al dejarse crecer el cabello sin control ni razón aparente. Tal vez ella tampoco había sido fanática de esa tradición, pero, entonces, ¿por qué se empeñaba en hacer que su hijo y ahora Harry la siguieran?
-"Lo explicaré en casa, Hadrian"- Harry intentó sonreírle, no podía decir que estaba sorprendido por esa respuesta –"No te preocupes, te enseñaré a cuidarlo"- prometió.
No era como si Harry deseara hacerlo en primer lugar, pero no tenía muchas opciones, ¿verdad? Además, realmente era algo que no iba a quitarle el sueño, no cuando tenía tantas otras cosas en la cabeza que lo hacían.
Como Voldemort y una guerra, por ejemplo.
Harry suspiró y cerró los ojos.
Dejó que cortaran su cabello exactamente como Walburga esperaba, pusieron algunas pociones en él y Harry se dejó llevar por el intenso olor a romero y miel que no debería estar ahí. Las manos de la mujer, eventualmente, comenzaron a darle un masaje que casi logró dormirlo.
No tenía tiempo para esas tonterías; no podía entender cómo es que nadie ahí parecía particularmente preocupado por la situación del Mundo Mágico, sobre la presencia de un psicópata intentando iniciar –o continuar, no estaba seguro– una guerra civil sólo porque… ¿por qué lo hacía? Nada tenía sentido.
Ni ese viaje en el tiempo a través del Velo de la Muerte, ni la conveniente explicación de su existencia ahí, ni esas estúpidas respuestas que había dado en la cena… ni la amabilidad de dos personas a dos desconocidos o la aparente educación que recibiría… no tenía sentido.
Y Sirius no estaba preocupado por los detalles, ¿acaso no veía que estaba todo mal?
Era como si se dejara llevar por una corriente invisible de un río que no había existido antes.
Lo asustaba, porque Harry creía que, si se descuidaba, podría dejarse llevar también y eso… eso no era bueno, sabía a un nivel visceral que no podía ser bueno.
Cosas terribles han sucedido cuando los magos se han inmiscuido con el tiempo, Harry.
-"Hadrian"-.
Harry abrió los ojos automáticamente, siendo cegado por la repentina entrada de luz.
Parpadeó un par de veces, hasta que pudo enfocar la vista en el espejo que tenía frente a él.
Le tomó más tiempo del necesario darse cuenta que la persona que le regresaba la mirada era él y que había estado en silencio más tiempo de lo que podría ser considerado normal.
Pero Harry no pudo evitarlo.
Porque, por primera vez en todo lo que recordaba de su vida, Harry Potter no parecía Harry Potter.
No había un solo atisbo de él… de la persona que era… ni siquiera cuando se había visto en Grimmauld Place había…
-"Ah, pero ya no eres Harry Potter, ¿o sí?"- dijo una voz sin un mínimo de gentileza, ni empatía, muy similar a la voz de un joven Tom Riddle.
Pero era cierto, se dijo con amargura, él ya no era Harry Potter. Había renunciado a su identidad cuando había atravesado el Velo. Su nombre, desde que habían sido tocados por ese tiempo –por ese pasado–, era Hadrian Ankaa Black y, a pesar de lo que deseara, él ya no era un Potter. Ya no pertenecía a la familia que jamás había conocido y que había añorado.
Había renunciado a su vida, a sus amigos y a su futuro, había sacrificado todo lo que lo hacía ser él por… por… por seguir a su padrino.
El reflejo en el espejo era el reflejo de otra persona, una que no era él y que no sabía si podría llegar a apreciarlo o no.
Por un lado, tendría que hacer más fácil aceptar esa nueva vida que había elegido si nada en sí mismo le recordaba en primer momento, constantemente, a los comentarios sobre su gran parecido a James Potter, sobre su estatus como el niño-que-vivió; haría más fácil poder aceptar que ahora era Hadrian, que respondía a ese nombre, y que estaba ahí con una misión.
Por otro lado, Harry no habría deseado perder una conexión, por estúpida que fuera, con su pasado…
-"¿Qué te parece?"- preguntó la voz de la mujer detrás de él.
Se sentía ridículo, estúpido, no él, era pesado, creía que comenzaría a dolerle la cabeza en cualquier momento. Era incómodo, quería irse ahora mismo, tomar la cama, abrazar a su padrino, quería cerrar los ojos…
-"Me… me gusta"- dijo tan suavemente como fue capaz –"Muchas gracias"- intentó sonreír, pero Hadrian en el reflejo apenas pudo lograr una mueca casi dolorosa.
-"No es Hadrian, eres tú, tú eres Hadrian…"- ni siquiera era gracioso, pensó.
Se mordió el interior de la mejilla –"No seas idiota"- se dijo cuando nada parecía suceder y Harry no reaccionaba –"Es cabello… sólo puto cabello"- era verdad, por supuesto que lo era, sólo cabello.
Y él seguía siendo Harry, sólo Harry, ¿verdad?
Dios…
¿Por qué era tan difícil de entender?
¿Reviews? ¿Qué les pareció? Comentarios y críticas son muy bienvenidos. Por supuesto, siempre respondo a todos sus comentarios.
Hasta el siguiente capítulo!
