Capítulo 5

Habían transcurrido más de cuarenta y cinco minutos desde que Ross había llamado y la grúa aun no llegaba. Todavía no podía creer lo que había ocurrido, lo que había hecho. El shock inicial en su cuerpo, los escalofríos y sudor en las manos, se habían calmado un poco, pero en su cabeza aún daban vueltas la idea y la culpa de que podría haberlas lastimado por haber actuado tan irresponsablemente. A Caroline y a su bebé. Y a ella.

La había observado en ese tiempo. No le podía quitar los ojos de encima, a decir verdad. Ella estaba allí. Ross vio a Demelza pasar de la incredulidad al horror, del nerviosismo a la esperanza de encontrar una solución alternativa. De la decepción, al horror de nuevo y finalmente a la resignación. Mientras él intentaba arreglar su viejo Mercedes sin éxito, ella buscó todas las alternativas posibles para no tener que llevarlos. Corroboró los horarios de los trenes que salían de King Cross y llegó a la misma conclusión que George, que el próximo tren salía después de las catorce y no llegarían a la cena con Andrew si tenían que hacer la combinación a Aberdeen. Además, el precio de los tickets a último momento era exorbitante. Lo mismo si pedían un Uber. En esa zona no había autos disponibles, y que uno viniera de Londres le saldría el triple que un pasaje de avión. Y los vuelos estaban llenos también. Así que se había dado por vencida y se resignó a que la única alternativa era llevarlos. Estaba un poco herido de que su presencia le repeliera tanto. Pero, ¿qué otra cosa esperabas?

El reencuentro que había imaginado en su mente tantas veces era solo eso, un sueño. Ella aún te odia, y no es para menos. Nada había cambiado en esos años, ella había cortado todo tipo de comunicación y no había querido escucharlo. Y él no tenía mucho que decir, sólo que lo sentía. Y que la amaba. Y que había sido un estúpido, más que un estúpido. Que sabía que la había herido por una afección vacía que lo había provocado de nuevo y él había sido un absoluto necio. Y que se dio cuenta de lo que había perdido en el momento que ella se alejó de él. Quería decirle que eso no era lo que él quería, que él que quería estar con ella. Pero ella lo había echado y luego se había rehusado a contestar sus mensajes y después de un día para el otro se había ido. Y en el tiempo que tardó en descubrir en donde estaba, los demás lo habían inundado de advertencias de que le diera espacio, que no intentara contactarse con ella, que ella no quería verlo y pedía, por favor, que la respetara. Y eso había hecho. Porque Demelza, su Demelza, se merecía que la escucharan y se merecía ser feliz. Cosa que evidentemente no había sido con él, al menos no hacia el final de su relación.

No. Ross sacudió la cabeza mientras la miraba hablar por teléfono, intentando otra vez conseguirles un pasaje de avión. Si habían sido felices. Los casi dos años que vivieron juntos habían sido los más felices de su vida, a pesar de aquellas semanas que casi los habían destruido a ambos. Ross desvió su mirada a Caroline y su enorme barriga, sentada con los pies hacia fuera en el asiento trasero del mini con lentes oscuros y con el rostro hacia arriba, intentando absorber los primeros rayos de sol. Eso los había hecho más fuertes, habían aprendido tanto juntos, los dos se habían convertido en adultos entonces. De un día para el otro. Él se había dado cuenta de que de eso se trataba la vida. De los seres queridos, de amar, llorar, reír, de disfrutar de los pequeños momentos. Y todo lo había hecho con Demelza. Y él lo había destruido.

Demelza metió el celular en el bolsillo de sus jeans, cruzó los brazos sobre su pecho cuando sus miradas se cruzaron y se dio cuenta de que la estaba mirando. Él intentó una sonrisa apologética, pero ella desvió la mirada inmediatamente y se acercó a Caroline. Su corazón pareció hundirse en su pecho.

¿Qué esperaba? Esperaba que al menos pudieran hablar civilizadamente. Desde que Verity le había dicho que Demelza iría a su boda, más para advertirle que por otra cosa, lo había imaginado todo una y mil veces... Se verían antes de la ceremonia, probablemente en la Iglesia. Sus miradas se encontrarían entre la gente y Ross se acercaría a ella. Sus mejillas se sonrojarían, siempre se sonrojaba. Y a él encantaba cuando lo hacía, esos cachetes parecían hechos de dulce de frambuesa. Él diría "Hola" y ella diría "Hola" también con una sonrisa tímida. Entonces él le pediría que hablaran. Ella no estaría segura, pero aceptaría y entonces podría decirle cuanto lo sentía. Que lo último que quería era haberla dejado sola. Que la extrañaba, a su amiga, a su novia. Que ahora solo ella tenía un lugar en su corazón y que fue un estúpido por no haberse dado cuenta antes. Y su Demelza era tan bondadosa, que lo perdonaría. Y él le pediría que volvieran a empezar como lo habían hecho antes, un nuevo comienzo. Que volvieran a ser amigos, más que amigos. Que se conocieran de nuevo, que dejaran atrás todo lo que pasó, que él ya no era el mismo y quería volver a ser su amigo, su confidente, su compañero, su amante…

"¡Hey! ¿Cuánto más va a tardar el remolque?"

Claro que eso era puramente imaginación. No era idiota, sabía que no iba ser así. Aunque tampoco esperaba encontrar la hostilidad que ahora escuchaba en su voz.

Demelza seguía de pie junto a Caroline. Había notado que Ross no apartaba la mirada de ella, sentía calor en las orejas. ¿De verdad iba a tener que viajar hasta Aberdeen con él? ¿Y con George, nada menos? No podía tener más mala suerte. Estaba que echaba chispas. Había pasado media hora con una aerolínea al teléfono para ver si les conseguía asientos, pero sin éxito. Era un fin de semana festivo y todo el mundo se iría a algún lado. Lo que también se estaba comenzando a notar en la carretera que cada vez se cargaba más. Así que más vale que esa grúa se diera prisa, o los dejaría allí varados.

"Volví a llamar hace un momento, dicen que están en camino." Demelza puso los ojos en blanco, y no fue nada disimulada. Pero esto no pareció amedrentarlo y Ross aprovechó la oportunidad para acercarse a ellas.

"¿Estás segura de que estás bien, Caroline?" - preguntó.

"Es lo único que todo el mundo me dice, parecen un disco rayado. , estoy perfectamente bien y Sarah está bien también. Ya dejen de preocuparse."

"¿Sarah? ¿Es una niña?" - No sabía porque lo sorprendía, Caroline estaba enorme, por supuesto que sabía el sexo de su bebé.

"Mhmm..." - Caroline asintió acariciando su panza y pareció relajarse un poco.

"Felicitaciones. Y a Dwight también. ¿Él no irá a la boda?"

"Tuvo un congreso en España, pero llegará para la ceremonia de mañana."

Dolía que Dwight tampoco le hubiera avisado que iba a ser padre. Era otra de las personas con quien también había perdido contacto en ese tiempo. Ellos eran amigos de Demelza, sí, pero se llevaron bien desde que se conocieron y se mantenían en contacto entre ellos, más allá del vínculo con las chicas. Con él había intercambiado algunos mensajes en aquellos días después de... de todo lo que pasó, pero estos también fueron escaseando hasta desaparecer completamente.

"Me alegrará verlo..." - dijo, y siguió un incómodo silencio que el llenó con: "... y me alegra verlas a ustedes. Especialmente a ti, Demelza."

"¿Creen que vamos a tardar mucho tiempo más? ¿Qué estamos esperando exactamente?" - Ese joven sí que tenía el peor timing para interrumpirlos.

"Esperamos por la grúa para que se lleve su auto." - Demelza le respondió a Hugh, que se había sentado adelante para darle espacio a Caroline. - "Quizás deberíamos ver el tema del equipaje si es que van a viajar con nosotros." - dijo dirigiéndose a él esta vez.

"Uhm... sí. Sí, claro."

"¿Ellos van a venir con nosotros?" - lo escuchó preguntar al joven mientras Demelza y él iban hacia su auto.

"¿Quién es él exactamente?" - preguntó Ross, pero Demelza o no lo escuchó o lo estaba ignorando. Sí, muy diferente a lo que había imaginado.

George se despertó cuando Ross abrió el baúl del auto.

"¿Qué es todo esto?"

"Nuestro equipaje."

"No. Ah, ah." - dijo cuando vio la enorme maleta, un regalo, y el bolso que ocupaban gran parte del enorme baúl. - "Todo esto no va a entrar. Mi baúl ya va casi lleno. Y ¿Qué es eso?"

"Es mi regalo para Verity." - dijo George, que se había acercado a ver que hacían.

"¿Regalo? Verity abrió una cuenta para hacer donaciones a una obra de caridad, dijo que no quería regalos."

"Bueno, ella querrá este regalo de mi parte." - Era tan pretensioso, no sabía si podría tolerarlo durante todo el viaje.

"No creo que haya lugar. No estoy bromeando, no hay forma de que todo esto entre en el Minino..." - se le escapó.

"¿Minino?" - preguntó George levantando una ceja.

"Ehhh... en el mini." - se corrigió. Ross no pudo contener una risilla. Ella siempre le ponía nombre a todo. Y realmente se refería a TODO.

Judas. George la miró de reojo, de seguro pensaba que estaba loca. Siempre había creído que era rara. Sí, le puso un apodo a su auto ¿y qué? Pero peor era Ross que no podía contener esa maldita sonrisa y que Demelza descubrió tenía el mismo efecto en ella que siempre. Maldita sea ¿Por qué? ¿Por qué se tuvieron que cruzar ahora y no cuando ella estuviera maquillada y con un vestido de fiesta?

"Van a tener que dejar algo." – Dijo.

"¡No podemos dejar nada!" – "Sólo necesitaremos los trajes." – Los dos hombres dijeron. Adivinen quién dijo que.

"George, Demelza ya nos está haciendo un favor llevándonos hasta Aberdeen. En su auto no va a entrar todo."

"No puedo dejar nada. Ni el regalo, ni el traje, ni la valija."

"¿Para qué traes una maleta tan grande de todos modos?" – preguntó ella.

"Eso no es de tu incumbencia."

"¡Bueno, entonces… se pueden quedar aquí con sus maletas!" – exclamó, realmente exasperada, levantando los brazos en el aire y volviendo a su Minino. Se iría. Que ellos esperaran la grúa y después se las arreglaran para llegar a la boda.

"Maldita sea, George. Es solo una maleta. Si ella no nos lleva no vamos a llegar…" – Ross dijo entre dientes, molesto también con George. Al parecer no había cambiado ni un poco. George lo miró con resignación. – "¿Podrías al menos ser amable con ella y no hacerla sentir mal?"

"¿Y a ti que te importa cómo se sienta ella?" – no sería la primera vez que querría estrangularlo.

"¡Demelza!" – Ross fue tras ella. Estaba acomodando algo en el asiento trasero de su coche, Caroline ya se estaba subiendo adelante. De verdad los iba a dejar. – "Disculpa, George…"

"¿Qué diablos hace él aquí de todas formas?"

"Está invitado a la…"

"No, ¿Qué hace aquí contigo?"

"Solo… necesitaba un aventón, y como yo iría solo… Di, de haber sabido que nos encontraríamos así no lo hubiera traído." – Ross dijo, acercándose un paso más a ella.

Su respiración pareció entrecortarse por un momento, perdida en sus ojos color avellanas que la miraban fijamente, y en el contorno de sus perfectos labios que ella había besado tantas veces… Judas, Demelza. Enfócate. Todavía lo odias.

Pero eso no era verdad. Nunca lo había odiado.

"¿De haber sabido que me chocarías en la ruta, quieres decir? Y no me digas, Di. Nadie me llama Di…"

"Siempre serás Di para ." – susurró él. Y lo decía en serio. Esas dos letras significaban tanto para ellos. Era un código que solo ellos entendían. Y Ross se alegraba de haber podido al menos decirle eso.

Di. Mi princesa.

"Solo, solo mantenlo fuera de mi camino ¿?" – vaciló, aturdida por sus palabras. – "Si tienen una cuerda podemos atar la estúpida maleta al techo."

Y eso era todo lo que le ofrecería.

Quince minutos después, la grúa se llevó el Mercedes negro de vuelta a Londres. Hubo una pequeña discusión sobre quien ocuparía que asiento, pero Demelza no daría el brazo a torcer en ello. Ella conduciría, y Caroline iría en el asiento del acompañante a su lado. Hugh, que era el más alto, iría sentado al medio de modo que pudiera estirar un poco las piernas entre los asientos y George, como era el más bajo – y se lo había dicho en la cara – iría atrás de Caroline para que su amiga pudiera correr el asiento hacia atrás. Y si lo aplastaba en el proceso mejor todavía. Lo que dejaba a Ross sentado atrás de ella. Y así, con una valija y una guitarra sujetas en el techo, con un auto repleto que parecía esos de circo de donde salen decenas de payasos, y más historias de las que seguramente cabían, siguieron viaje camino a Aberdeen.