Capítulo 8
"¿Todo bien?" - Ross preguntó cuando Demelza miró su celular por tercera vez en los último diez minutos. Le sonrió con timidez mientras terminaba de teclear algo en el teléfono y lo volvió a guardar en su bolsillo.
"Si." - soltó con un suspiro - "Es que... tengo una cita esta noche y estamos arreglando a qué hora y adonde nos vemos." - dijo como si no tuviera importancia.
"Oh." - Demelza creyó ver fruncía las cejas, pero fue solo un segundo. Quizás lo había imaginado. - "Creí que no estabas viendo a nadie ahora." - agregó él mientras guardaba una pila de revistas dentro de una caja.
"No lo estoy. Es solo una cita, ya sabes, Tinder." - dijo ella tratando de restarle importancia. Generalmente ni siquiera miraba su perfil, era más por Caroline. Cuando estaban aburridas se ponían a mirar fotos de hombres en la aplicación riendo como dos tontas con las cabezas pegadas y deslizando a la izquierda la mayoría de los perfiles. Pero no iba a negar que la había usado en algunas ocasiones. A veces era grato salir a cenar con alguien, sentarse en un bonito restaurante a conversar... si tan solo se consiguieran buenos conversadores en Tinder. Está bien, era un recurso de lo más bajo. No estaba juzgando, recuerden: Ella lo usaba. E incluso hasta encontraba cómoda la practicidad del asunto. Cuando quería salir, solo tenía que elegir con quien. Ahí estaban, como platos en un menú. Y esa noche quería salir a cenar con alguien. Caroline se iba a Cornwall por el fin de semana, y ella... ¡Está bien! La verdad era que haber pasado los últimos tres días en compañía del primo de Verity le habían dado ganas de salir con alguien. El hombre era increíblemente atractivo ahora que se había afeitado. Y hasta con barba y pelo de yeti quizás también. Demelza se había sorprendido a sí misma mirándolo fijo en un par de ocasiones. Con esto de que tenían que ordenar y empacar todo, él había ido con ropa cómoda, o sea remera y unos jeans viejos que colgaban sueltos de su cintura en el límite del abdomen, y cuando se estiraba para bajar algo del mueble de su antigua oficina y se le levantaba la remera... Judas. Se le hacía agua la boca de solo pensarlo. Y no debería pensarlo. No debería pensar en la piel tostada de sus brazos o en los músculos de su abdomen, ni en esos vellos oscuros que marcaban el camino... ¡Judas, Demelza!
Por eso había decidido que sería buena idea salir a una cita. Distraerse, recordar que Ross Poldark era un cliente y su relación era estrictamente profesional. Porque lo era. Solo que ella tenía sangre, a cualquier mujer en su lugar le sucedería lo mismo ¿no es así? Además, tenía ese no sé qué… y a ella no le gustaban los de ese tipo. Oscuro, algo temperamental, sexy… enamorados de su ex. De verdad, tenía que dejar de pensar en él así. Es tu cliente, Demelza. Sé profesional.
"¿Tinder? ¿A eso juegan los jóvenes de hoy en día?"
El problema era que se llevaban bastante bien. Bueno, la había pasado bien en esos últimos tres días. Él era… agradable. Sí. Caroline se reiría, pero esa palabra lo describía bastante bien. Al menos hasta ahora.
Ahora y siempre, Demelza. Porque no llegarás a conocer más de él… Pero es que es tan lindo… ¡Basta!
"¿Cómo lo hacías tú, abuelo, en tu época?" –Preguntó con una risilla tonta. Maldición.
A Ross le causó gracia pregunta.
También le había llamado la atención que la chica tuviera una cita.
"¿Y no conoces a este tipo entonces?"
"Bien, evade la pregunta." – Dijo ella mientras envolvía platos en diarios viejos y los guardaba en una caja con mucho cuidado.
"¿Cómo sabes que no es una clase de… pervertido?"
Demelza levantó las cejas.
"Tiene un perfil verificado. ¿Ves?" Ella volvió a sacar el teléfono y lo sacudió frente a sus ojos señalando un pequeño tilde verde bajo la foto de un hombre que parecía un profesor de filosofía. Un viejo profesor de filosofía.
"Parece.. divertido." – dijo, pero pensando lo opuesto.
"Pero no un pervertido." Al menos, esperaba que no lo fuera. Generalmente era Caroline quien elegía, todos profesionales y no muy apuestos a pedido de ella. No le gustaban los hombres vanidosos, y había muchos de esos en Tinder. Pero su amiga y ella tenían un sistema de clasificación imbatible. Imbatiblemente aburridos. – "Entonces, ¿Cómo lo hacían en tu época?"
Ross se hizo el distraído mientras inspeccionaba unos libros y decidía si los conservaría o no. "No creo ser de otra época… ¿Cuántos años tienes tú?"
"Mhmm… Hubiera pensado que sabrías que no le debes preguntar la edad a una mujer. Tengo veinticuatro. ¿Y tú?"
"Veintinueve."
"Te quedan unos años más antes del geriátrico. Serás un éxito con las abuelas." – Bromeó. Ross soltó una risotada. – "Entonces, ¿no Tinder?"
"No. Prefiero el viejo método, alcohol y un pub."
Y por alguna razón, decidió que así quería terminar esa noche.
Él sería todo un éxito en Tinder, pensó Demelza. Sólo un par de fotos y haría match con la mujer que quisiera… Debes dejar de pensar en esas cosas.
"Bien. Ya está todo listo." – Demelza declaró más tarde, de pie con las manos en la cintura contemplando el trabajo de los últimos días. – "¿Seguro que no quieres ningún mueble de la habitación?"
"No. Por mi puedes quemarlos."
"Nos ayudarán para sacar las fotos…" – Dijo, pensando ya en los pasos a seguir. A penas estuviera vacío y los pequeños arreglos necesarios hechos, tomaría las fotografías para el anuncio. Anotó que debía traer sábanas y mantas, y algunos elementos decorativos para darle vida en su cuaderno. – "Los de la mudanza estarán aquí a las ocho de la mañana. No es necesario que vengas."
"¿Oh?"
"Solo cargarán todo y lo llevarán al depósito. Y trataré de que vengan a limpiar y pintar mañana mismo. Creo que el lunes ya podremos fotografiarlo y hacer la publicación."
"¿Trabajas el fin de semana?"
"Solo para clientes especiales." – Genial, Demelza, que sutil eres. – "Me tendrás que dejar las llaves."
"Sí… claro."
Demelza se esforzó por no bostezar. Richard, el contador, hablaba y hablaba. Prácticamente desde que se habían dicho hola. Definitivamente no iba a encontrar su historia de amor en Tinder. Aparentemente estaba más interesado en hablar de él que en saber algo se ella. Ella sonreía cortésmente, intentó ocultar su bostezo detrás de la copa de vino. Cuando terminó con su entrada y mientras esperaban el plato principal comenzó a hacer una lista mental de todo lo que debía hacer ese fin de semana. Nunca había trabajado sábado y domingo, eso había sido una pequeña mentira. Tendría que levantarse muy temprano para llegar antes que el camión de mudanza, tal vez no sería necesario que fueran las señoras que por lo general hacían la limpieza, ella podría hacerlo y así se evitaría tener que pagar doble porque trabajaran el fin de semana.
"Y tú, ¿trabajas en algo?"
"¿Mhmm?" – Oh, le estaba hablando a ella. – "Si, soy arquitecta."
"Ah, yo contraté un arquitecto excelente para diseñar mi casa. Claro, en ese momento me pareció excelente. Pero uno no conoce la calidad de su trabajo hasta que pasaron algunos años ¿no es así? Y ahora la cocina es muy pequeña, y la calidad de las baldosas del baño deja mucho que desear…"
Judas.
Ross amaneció en una cama extraña. Al abrir los ojos, notó que se encontraba en una habitación oscura, o las cortinas estaban cerradas y no era el living de George. Se pasó una mano por la cara para despejarse. ¿Qué rayos…? Ah... Todo volvía lentamente. Ross volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada suspirando. Había ido a un pub la noche anterior, y había bebido algo de alcohol. Bastante. Y su viejo método había dado resultado. Ross se giró para ver a la mujer que dormía a su lado. Diablos, ¿en qué estaba pensando? La cabeza se le partía. Adónde… ¿Adónde estaría su ropa?
Sin querer despertar a la mujer – de la que no se acordaba el nombre – Ross se levantó sigilosamente de la cama y comenzó a buscar sus cosas en la oscuridad. Encontró sus calzoncillos al pie de la cama, pero al ponérselos sin querer pateó una silla que hizo un chillido al arrastrarse en el piso. Al parecer no tenía muy buen equilibrio todavía. La chica se dio vuelta sobre el colchón y abrió los ojos mientras él se ponía sus pantalones, que por suerte le quedaban holgados y fue sencillo ponérselos.
"Buen día…" – Dijo con una voz somnolienta y empalagosa.
"Hola." – Dijo él que no dejo de moverse, poniéndose la remera, cubriendo el tatuaje en su pecho y buscando su celular. ¿Qué hora sería?
La chica encendió la luz del velador y se sentó sobre el respaldo de la cama, contemplándolo con una mirada gatuna. Debería decir algo…
"Me tengo que ir…" – Brillante.
"Seguro. Todos tenemos que estar en algún lugar temprano un sábado a la mañana." – Dijo ella. Supuso que lo decía con ironía, pero no había reproche en su tono de voz, más bien parecía divertida.
"De hecho, me tengo que mudar. Te… agradezco. Fue una noche… especial." ¿Especial? ¡Ni siquiera recuerdas su nombre!
La chica rio, llevado la lengua a un rincón de su boca. Era sexy, no iba a decir que no. Le daba pena haber tomado tanto y acordarse de tan poco.
"Fue divertido, sí. Soy Margareth, a propósito. Seguro no te acuerdas."
"Oh, no. Uhmm… yo soy…"
"Ross. Lo sé, yo si me acuerdo. No tienes que sentirte apenado…"
¿Apenado?
"¿Por qué me sentiría apenado? ¿Acaso yo no…?" – Ross hizo un gesto, que entre que le dolía la cabeza y tenía apuro por irse, fue algo confuso. Pero ella pareció entenderlo de todas formas.
"Oh, no no. Esa fue la parte divertida." – Dijo riendo de nuevo. Parecía una mujer muy confiada. – "Me refiero a que no te hagas problema si no te acuerdas demasiado. Estuviste bebiendo… un montón. Seguro que no te acuerdas de casi nada. Pero si quieres acordarte de mí puedes llamarme, anoté mi teléfono en tu celular. Podemos repetirlo si quieres."
Ajá. Gracias por la oferta.
Cuando el frío aire de la mañana de Londres lo golpeó en la cara hizo que se mareara un poco. Todo se tambaleaba a su alrededor, ¿o era él quien se tambaleaba? Sentía la bilis subir y bajar en su garganta. Vomitó en la esquina del departamento de Margareth. Le pareció que había alcanzado un nuevo punto bajo. Por Dios, Ross. Y… ¿Adónde diablos estaba?
Se había despejado un poco luego de devolver, pero la cabeza aún le dolía. Vagó por las callecitas de un barrio de casas bajas sin rumbo. No tenía apuro. No tenía lugar adónde ir y nadie lo esperaba. Como era costumbre, sus pensamientos viajaron a Elizabeth. En esa ocasión se la imaginó despertando en su cama en aquella fría mañana de sábado junto a su bebé. Por algún motivo nunca se lo imaginaba a Francis junto a ella. Tal vez porque en ese sueño durante años él había estado con ella, y ahora él ya no estaba más, pero tampoco había lugar para su primo. Era estúpido. Ella se había llevado hasta sus ilusiones y parecía que ahora todo estaba pintado de color gris. Volver había revuelto todo, se suponía que ya no se sentía así. Pero estaba solo así que ¿a quién le importaría?
Cuando dio con la estación de subte, vio que podía ir directo a Tower Bridge. Tal vez podría ayudar a Demelza con la mudanza. Y de paso se aseguraría de que había vuelto sana y salva de su cita. Mientras iba en el subte y los demás pasajeros se alejaban un paso de donde estaba parado sin que él lo notará, pensó en Demelza y en todo lo que le había dicho sobre las historias de amor. Realmente no necesitaba usar Tinder, aunque si iba a un pub y terminaba con un ebrio como él… el mundo estaba jodido si una chica bonita, simpática e inteligente como ella no podía encontrar un hombre decente. Quizás lo encontró anoche, pensó, y algo se revolvió en su interior. Probablemente el alcohol que aún no había devuelto.
Lo que no le pasó desapercibido fue como lo miró cuando se asomó en la puerta. Se veía distinta, parecía más joven en un jersey de algodón negro con capucha, jeans que parecían quedarle grandes y zapatillas sin medias. Traía el cabello atado y tenía gafas. Tenía el anotador en sus manos y estaba mordisqueando la lapicera cuando él entró. Había un par de hombres en la sala, uno cargaba una caja y le pidió permiso para salir.
"Sí, disculpe. Hola…"
Demelza frunció la nariz cuándo Ross se acercó a ella. Apestaba a alcohol y a algo más que no quería ni pensar que era. Llevaba puesta la misma ropa que el día anterior y parecía que había salido de su casa sin lavarse la cara. Si es que había dormido en su casa y no tirado abajo de un puente.
"Pensé que no ibas a venir hoy." – Dijo y se alejó disimuladamente un paso, como habían hecho las personas en el subte.
"Pasaba por aquí y pensé que podía venir…"
"Los muchachos se están encargando de todo. Ya no les queda mucho, solo estas cajas y los muebles de la oficina." – Dijo señalando lo que quedaba para cargar en la sala.
"Uhmm… bien. Igual, me quedaré hasta que terminen. No tengo mucho más que hacer."
"Mmm… Ok. Y pensar que el primer día no querías ni poner un pie aquí adentro. ¿Te estás arrepintiendo? Aún no es tarde para que te vuelvas a mudar aquí, podemos ayudarte a redecorar, quedaría completamente distinto."
"No, gracias. Cuanto antes consiga otro lugar, mejor. Y… ¿Cómo estuvo tu cita?" – Preguntó acercándose a Demelza de nuevo, ella levantó la palma de su mano frente a él para evitar que diera otro paso.
"Escucha, Ross, no te ofendas, pero… hueles muy mal."
Oh. Si, se había olvidado de que había vomitado en la vereda.
"Sí… discúlpame."
"Mira, te contaré todo sobre mi cita si te das un baño ¿sí? Aún queda algo de la ropa que separamos para caridad si quieres cambiarte."
"Olerá a guardado."
"Créeme, será mejor de como hueles ahora."
Judas. Ojalá que no se lo tomara a mal, pero no podía andar así. Encima no había ventilación en ese lugar, los grandes ventanales no se abrían. Demelza buscó algún caramelo en su bolso, y también encontró ibuprofeno. Los dejo en la mesita del living junto a su botella de agua. La mesita, el sillón y el mueble era todo lo que quedaría en la sala, Ross no los quería así que o se los venderían al nuevo dueño o irían a parar al depósito para decorar alguna otra casa que pusieran en venta. Lo mismo que los muebles de la habitación.
Demelza había numerado cada una de las cajas que habían llenado el día anterior, y había anotado su contenido para asegurarse de que no perdieran nada. Muchas de las cosas tendrían que ir al nuevo departamento cuando eligieran uno, y otras irían a la basura, también habían separado ropa para donar de donde esperaba que Ross encontrara algo que ponerse ahora. Judas, ¿Qué le habría ocurrido? Evidentemente había bebido. Un montón. Y ¿Por qué había vuelto allí cuando ya habían quedado que no iría? ¿De verdad no tenía otra cosa que hacer? Demelza sentía lástima por él. De verdad debería superar a esa mujer de una vez por todas, no había ningún derecho a andar así. O tal vez se daba a la bebida… pensó. No, no le parecía. De todas formas, no es asunto tuyo, Demelza. Tu enfócate en tu trabajo.
Mientras uno de los hombres cargaba otra de las cajas, sonó su celular. La palabra 'Papá' apareció en la pantalla.
"Hola."
"Hola, hija." - Sonó la voz áspera de su padre. "¿Cómo estás?"
"Bien, trabajando. ¿Y tú?"
"¿Un sábado? No te están exigiendo mucho en ese trabajo ¿verdad?"
"No, papá. Es solo una ocasión particular. Una mudanza y solo se hacen los sábados por la mañana."
"¿Y que hace esa gente el resto de los días de la semana? Son modos extraños, nunca entenderé las costumbres de la ciudad."
Demelza se había acercado a una de las ventanas, pero desvió la vista de la ciudad cuando Ross salió de la habitación con el pelo mojado y otra remera y otros pantalones. Ella le hizo un pequeño gesto con la cabeza indicando la mesita. El miró lo que allí había por un momento, pero se tomó el ibuprofeno con el agua, abrió el caramelo y se lo llevó a la boca. Denelza se volvió hacia la ventana con una pequeña sonrisa.
"Bueno, así son las cosas en los grandes edificios."
"¿Es elegante?"
"Sí. Muy."
"Asegúrate de que te paguen la comisión que corresponde. No te dejes estafar, Demelza."
"Papá… me pagan un sueldo fijo, esto es parte de mi trabajo." – Dijo bajando la voz.
"¡No trabajar un sábado! Al menos te tienen que pagar horas extras…"
"Sí, papá." – Dijo ella suspirando – "¿Y cómo están los chicos?"
"Causando problemas como siempre…" – Demelza se enderezó, vivía preocupada por sus hermanos. – "Ellos están bien. John sacó buenas notas en el colegio y Drake, bueno, hace semanas que no me llaman así que se debe estar portando bien."
Que alivio.
"Y tú, papá. ¿Cómo está el trabajo?"
"Uhmm… esta difícil, hija."
"¿Qué hay con el empleo en el resort? Creí que habría meses de trabajo allí." – Dijo ella.
"Pues… ya no trabajo más ahí."
"Papá…"
"En realidad…"
"No me digas que te despidieron."
"Ese capataz no sabía nada. Te digo, están haciendo cualquier cosa. Ese hotel se va a venir abajo antes de que lo inauguren."
"Oh, papá…" – resopló resignada. Siempre era lo mismo con su padre. Nunca encontraba empleo estable. La construcción de ese resort era un buen trabajo y que llevaría un tiempo, pero claro que él buscaría alguna excusa para no ir. Había sido así desde la muerte de su madre.
"Hija… de eso quería hablarte. Estamos un poco cortos de dinero…"
"Tienes que conseguir trabajo, papá. Estoy segura de que hay mucha gente que necesita de un buen albañil…"
"Lo sé, lo sé. Pero parece que nadie me quiere a mí."
"¡Eso no es cierto! Tú eres quien le busca la quinta pata al gato a todo." – Dijo, algo más fuerte y vio como Ross la miraba.
"Es difícil, hija. Cuidar de tus hermanos y llevar la casa adelante."
"Ellos ya están grandes, papá. No tienes que estar atrás de ellos. Hablaré con Sam para que te de una mano en la casa. Y… te enviaré algo de dinero el lunes ¿sí? Pero tú tienes que prometerme que buscaras otro trabajo." – susurró al teléfono.
"Te lo prometo, hija. Eres muy buena, igual que tu madre. No dejes que se aprovechen de ti."
"No lo haré. Envíale un beso a los chicos, y otro para ti."
"Y para ti, Demelza. Cuídate."
"Adiós."
Demelza cortó la llamada y guardó el celular en el bolsillo. Siempre era lo mismo con su padre, siempre tenía que andar tras él. Desde que su madre había muerto parecía que se habían invertido los roles, él era el hijo y ella la madre que debía cuidarlo. La repentina muerte de su mamá lo había dejado en una profunda depresión contra la que luchaba constantemente y a ella la había dejado con seis hermanos que cuidar. Por eso intentaba ahorrar cada penique que tenía para ayudarlos y apenas gastaba en ella y no se daba grandes lujos. Aunque ahora que trabajaba en el estudio de Verity y ya era una profesional podía permitirse darse ciertos gustos. Pero nunca dejaba de ahorrar para ocasiones como esta.
"¿Todo bien?" – Preguntó Ross, que la había estado mirando de reojo mientras ella hablaba.
"Sí, sí…"
"Te ves preocupada…"
"No. Era solo mi papá, tiene esa virtud que logra ponerme nerviosa."
Ross sonrió. "Mi padre era así también. Así que… ¿Qué tal estuvo tu cita?"
Demelza tomó de nuevo su anotador y tildó las cajas que se habían llevado mientras estuvo al teléfono. Lo miró de nuevo. Todavía tenía ojeras más oscuras bajo sus ojos, pero ya no olía como antes y se veía atractivo hasta con ropa vieja.
"La cena estuvo excelente. De primera calidad, era un lugar muy elegante."
Ross se preguntó cómo se habría vestido para ir a un lugar elegante.
"¿Y la compañía?"
Ella dio vuelta los ojos, y él no pudo evitar sonreírle. "¿Tan mal?"
"Creo que me quede dormida durante unos minutos. De verdad. Y luego abrí los ojos y él seguía hablando como si nada, ni siquiera se había dado cuenta." – Demelza no pudo contener la risa tampoco.
"¿Ves? El método tradicional sigue siendo mejor."
"Mmm… no lo creo. Al menos yo comí en un bonito restaurante, no quiero ni pensar donde has pasado la noche tú."
"Ni con quien."
Ah, ya. Por supuesto que no había pasado la noche solo. En eso consistía su "método".
Ross notó como su sonrisa se borró de sus labios por un instante. Corrió un mechón de pelo detrás de la oreja, se acomodó las gafas y volvió a mirar ese pequeño cuaderno donde tomaba notas constantemente.
"Ya que estas aquí," – cambió de tema – "te quería preguntar sobre el escritorio que está en la oficina. Entre tantas cosas no me había percatado de él. Está en mal estado, pero es de buena madera. ¿Qué quieres hacer con él?"
Si, el escritorio. Se había olvidado de él. Era lo único que le quedaba de Nampara.
"Ese escritorio pertenecía a mi padre. Estaba en su biblioteca. Él lo hizo ¿sabes?"
"¿De verdad?" – Demelza se asomó a la puerta de la oficina para observarlo, era muy elegante y estaba muy bien hecho. – "Wow."
"Sí. Era carpintero. Tenía un taller. Fue lo único que me traje de mi casa. Él solía pasar horas en ese escritorio, dibujando, trabajando sobre él… tenía pensado arreglarlo, pero nunca lo hice."
"¿Sabes cómo?"
"Sí. Trabajé con él desde que era pequeño, me enseñó todo lo que sabía."
"¿Eres carpintero? Pensé que eras fotógrafo."
"Soy fotógrafo. Lo de la carpintería, lo dejé cuando mi padre cerró el taller. Nunca volví a hacer nada."
"Pero debes arreglarlo entonces. Para tu nuevo departamento. Siempre hay que tener algo de nuestro primer hogar con nosotros." – Demelza observó el escritorio por un momento, inspeccionó sus cajones, la superficie gastada. – "Podrías transformarlo, cubrir la superficie con resina. Eso lo protegerá y se usa un montón." Dijo entusiasmada. Le encantaba el diseño de interiores y de muebles en particular. Y ese era una maravilla, hecho por un verdadero artista. Le encantaría ver más de sus trabajos.
"Todavía no tengo un lugar adonde poder arreglarlo ¿lo olvidas? Además, no creo que en un departamento haya suficiente espacio para un taller, ni hablar del ruido que haría."
"No te preocupes por eso, yo te puedo conseguir un lugar para guardarlo y donde podrás ir a trabajar." - dijo con interés, y por más que hubiera querido negarse, jamás podría haber dicho que no a esa cara llena de entusiasmo, más cuando recién estaba algo decaída.
Los hombres del camión de la mudanza terminaron de bajar todo, inclusive el escritorio. Demelza les dio la dirección adonde debían llevarlo, el resto iría al depósito hasta que pudieran llevarlo a su nuevo departamento, cuando sea que eso fuera. Demelza y él bajaron a ver como cerraban el camión con todas sus pertenencias.
"¡Falta la ropa que estaba en las bolsas!" – exclamó él, pero ella le dijo que no se preocupara, que ellas las llevaría a la casa de caridad donde solía ir.
El camión se fue y ellos se quedaron solos de nuevo. Estaba complacido de haber decidido ir allí, más allá del papelón inicial. No sabía por qué, pero le agradaba pasar el tiempo con Demelza. Era divertida sin querer serlo, y directa. Y él prefería que no le anduvieran con vueltas, ya no. ¿Era algo penoso que no tuviera con quien pasar el tiempo más que con una extraña? Probablemente. Pero no podía hacer mucho por arreglar su vida un sábado a la mañana, y más con resaca.
"¿Subes a buscar tus cosas?" - le preguntó.
"Mmm... no. Me voy a quedar a limpiar. Quiero publicar el departamento cuanto antes, así tú te puedes mudar pronto."
Ross sonrió. "Bien. Me quedaré a ayudarte."
"No es necesario, seguro tienes algo más divertido que hacer."
"En realidad, no. Así que... me quedaré contigo."
