Capítulo 15

Demelza nunca había vivido con un chico.

Eso no era cierto. Corrección. Demelza nunca había vivido con un hombre. Y vaya que Ross Poldark era todo uno de esos.

¿Saben cómo todos sentimos miedo a los cambios? ¿A esa sensación de que ya nada será igual y no sabemos si vamos a poder soportarlo? Pues eso es lo que le estaba ocurriendo a Demelza. Y no era un cambio gradual donde había tiempo de acostumbrarse. Sucedió de un día para el otro. Literalmente, como un avión que partía hacia un rumbo desconocido y ella era la única pasajera. Antes, en los otros grandes cambios en su vida, siempre había tenido a alguien junto a ella que sabía exactamente lo que sentía. Cuando falleció su madre, su papá y sus hermanos la habían perdido también. Cuando tuvo su primera vez, también había sido la primera vez de su novio. Cuando se mudó a Londres, Caroline se fue junto a ella. Pero ahora Demelza estaba por comenzar a vivir una experiencia ella sola. Y sí, estaba llena de ansiedades, pero también estaba entusiasmada por lo que depararían los próximos meses. Porque sí, habría muchos cambios, pero después de todo seguía siendo ella. Sola por primera vez en su vida, nerviosa seguro, pero capaz de afrontar lo que vendría.

Tras la partida Caroline, el departamento había quedado para ella sola durante algunas noches. Había pensado que le daría tristeza estar allí sin su amiga, y así fue durante el primer día. Pero después se dio cuenta de que no era la primera vez que eso sucedía. No era muy distinto a cada vez que Caroline iba a pasar unos días a Cornwall. ¿Recuerdan cómo le gustaban esos momentos? Sola vistiendo su pijama, escuchando música, leyendo un libro, mirando películas tapada hasta las orejas con una de las mantas que no había empacado aún. Compró medio kilo de helado que se fue comiendo gradualmente mientras miraba series. Una noche hasta se puso a cantar, pues si Bridget Jones podía hacerlo ¿Por qué ella no? Le parecía un buen ejemplo a seguir. Hasta se había tocado una noche tarde escondida entre sus sábanas pensando en cierto alguien… Aunque no debería decirles eso. Si antes estaba fuera de su alcance porque era su cliente, ahora que sería su compañero de piso era un motivo más considerable aún. No debería pensar en él de esa forma, especialmente ahora que se había convertido en su mejor amigo por default. Caroline era su mejor amiga y siempre lo sería, pero Caroline estaba en otro país, y por cuestiones de cercanía Ross había ascendido a ese nivel. Judas. Apenas si conoces al hombre… pero no podía evitar la sonrisa que nacía en su rostro cada vez que su teléfono sonaba con un mensaje de Ross. Lo que ocurría bastante seguido.

Sabía lo que estaba haciendo. Después de cómo había llorado en el aeropuerto, Ross se había propuesto distraerla y no dejarla sola. Así que la bombardeaba con mensajes hasta que ella le decía "Ya me voy a dormir." Y se despedían. Y ella se quedaba observando su foto de perfil por unos cuantos minutos más. Y si eso era ridículo, ¿Qué quedaba para cuando vivieran juntos? Pero Demelza estaba segura de que podría lidiar con eso también. Eventualmente.

Fue extraño abandonar su departamento. Ver como una a una se iban llevando las cajas con sus pertenencias, sus muebles. Cuando vino de Cornwall solo había traído un par de maletas y en ese poco tiempo, porque no parecía que hubiera pasado mucho, Caroline y ella habían construido un hogar que ahora estaba cargado en un camión. Demelza viajó con ellos. Acordaron que Ross esperaría en su nuevo piso. Mientras viajaba, su mente divago a que, en ese momento, en ese instante en su vida, no tenía un techo. Era algo tonto, detenida en medio del tráfico de Londres un sábado por la mañana, con todas sus cosas a cuestas, pensó en su madre. Se acordó de lo que le decía cuando era pequeña, que siempre tenía que estar agradecida por tener un hogar, por más humilde que fuera. A medida que fue creciendo se había enterado porque su madre le decía eso, claro. Ella había crecido en la pobreza, en una familia que no se ocupaba de ella. Pero su padre siempre decía que era la mujer más maravillosa que había conocido, una flor entre la hierba. Y que él había tenido el honor de darle su primer hogar de verdad, pequeño, pero de ellos. Esperaba que su madre estuviera orgullosa de ella, tal vez todavía no tenía su hogar propio, pero algún día lo tendría. Trabajaría duro para eso y mientras tanto el departamento de Ross no estaba tan mal.

Y desde que se habían puesto de acuerdo en que ella viviría con él, Ross le pedía que le diera su opinión en todo lo referido a la decoración. Sería, después de todo, "nuestro departamento". No lo era, claro. Y ella insistía en que él tomara las decisiones, pero no podía evitar que sus gustos quedaran plasmados también, más que nada porque todos los muebles que tendrían eran suyos. Al menos por ahora.

Ross los estaba esperando en la puerta de abajo cuando llegaron. Lo vio apenas el camión dobló la esquina. Otra vez llevaba puesta su ropa 'cómoda', esa que se levantaba sobre su ombligo cuando se estiraba. Remera y pantalones jogging, y sin abrigo a pesar de que era principios de noviembre. Y una sonrisa amplia y somnolienta como para derretirse… Judas.

Se abrazaron cuando ella bajó del camión. Le gustaba abrazarlo. Su cuerpo era tan cálido y blandito, pero sólido a la vez. Y no recordaba cómo había ocurrido, pero tenían cierta confianza física, como la tenía con sus hermanos, o con Caroline o Dwight, solo que con él había aparecido más rápido. Todo puramente inocente, por supuesto. Al menos hasta que ella se quedaba sola por la noche.

Pronto todo el contenido del camión estuvo en el departamento del tercer piso. Tan rápido como cuando ella se había terminado el medio kilo de helado, que no había sido gradualmente. Y los dos cayeron rendidos, sentándose con un suspiro sobre el sillón rosa, respirando agitados como si hubieran corrido una maratón y rodeados por cajas, maletas y un laberinto de mesitas, su colchón, y canastos, que desearía poder acomodar mágicamente sin tener que levantarse de donde estaba.

"¡Bienvenida a casa!" – Dijo Ross luego de que los dos hubieran mirado al techo el tiempo suficiente. Las paredes eran altas y blancas, listas para ser testigos de nuevas historias.

Demelza giró su cabeza para mirarlo, su cabello oscuro contrastaba con el color del sillón, pero como había dicho Verity, se veía muy masculino incluso con el rosa de fondo. "Gracias… Judas. ¿Qué hora es?"

Ross buscó su celular. "Casi las diez."

"¿Qué? Pensé que sería casi mediodía, muero de hambre. Deberíamos comer antes de ordenar todo esto... quiero decir, antes de que yo me ponga a ordenar..."

"Te ayudaré." - Por supuesto que la iba a ayudar. Demelza le sonrió.

"Ufff... menos mal. Porque los de la mudanza podrían haber llevado el colchón a la habitación también, ¿no crees?" - Agregó mirando hacia arriba, al colchón de dos plazas que habían dejado apoyado contra la pared que estaba detrás de ellos. "Pero antes iré a buscar algo de comer. Vi que hay una pastelería en la otra cuadra, me dieron ganas de probarla."

"En realidad..." - comenzó a decir Ross enderezándose sobre el sofá. - "Ya fui a la pastelería más temprano, y... te preparé algo. Espera aquí."

Ella también se enderezó mientras Ross se dirigía a la cocina ¿Qué se traería entre manos? Escuchó unos ruidos, abrirse la canilla, y luego volvió con una caja entre sus manos.

"¿Qué..."

"Es tu regalo de bienvenida." - dijo estirando la caja cuadrada hacia ella. Demelza la tomó sin saber que decir. Parecía delicada, pero era pesada... ¿le había comprado un regalo? Lo miró, de pie frente a ella, y luego volvió a posar su mirada en la caja de colores pasteles, abrió el moño de la cinta y levantó la tapa. Los papeles que protegían lo que fuera que hubiera dentro crujieron cuando los quitó del medio. Era un juego de té de porcelana. Con una tetera blanca con delicadas flores rosas y pequeñas hojas verdes, y cuatro tazas y cuatro platos haciendo juego. Era como esos juegos de té que tienen las abuelas que tienen años y años, solo que era nuevo. Y era hermoso. - "Sé que estás triste porque Caroline se fue, y pensé... bueno, una tetera no va a reemplazarla, pero pensé que algo nuevo para que tengas en tu nuevo hogar te animaría." - dijo él rascándose la cabeza.

Por un momento, Ross pensó que iba a llorar. Exactamente lo opuesto a lo que él quería. Había sido una idea tonta, lo sabía. Debería haberla convidado con el pack de cervezas que tenía en su nueva heladera para brindar. Pero Demelza dejó con mucho cuidado la caja a un costado, y se levantó también y lo rodeó con sus brazos.

"¡Gracias, Ross!" - Exclamó. – "Me encanta."

"¿De verdad?"

"Es el regalo más bonito que alguien me haya hecho jamás." Le dijo sonriendo, y volviéndose a agachar para sacar de nuevo el contenido de la caja, pero en la sala no había donde apoyar nada.

"Vamos a la cocina. Ya puse agua en la pava eléctrica."

"No estoy triste, ¿sabes?" – Dijo mientras improvisaban un desayuno sobre la mesada. Una mezcla de picnic y té de las cinco servido en la tetera de porcelana que también traía unas pequeñas cucharitas de plata con flores talladas en la punta de las que él no sabía nada y por las que Demelza casi pierde la cabeza. Ross había comprado una caja de cupcakes decorados de varios colores porque en el corto tiempo desde que conocía había aprendido que tenía debilidad por lo dulce. – "Sí, extrañaré a Caroline, pero lo del otro día solo fue un pequeño ataque de ansiedad. Puedo arreglármelas sola. De hecho, estoy muy entusiasmada con lo del trabajo. Es más responsabilidad, sí, y serán más horas, pero era lo que quería."

Ross le sonrió mientras bebía un sorbito de té de la delicada taza, sosteniendo el platito con la otra mano.

"¡Bien! Me alegra saberlo. Siempre hay que ver el lado positivo…"

Demelza entrecerró los párpados.

"Eso va para ti también."

"Yo no me he quejado."

Tenía un amplio, aunque algo desordenado, nuevo departamento. Tenía trabajo, y no veía la hora de comenzar a trabajar en los muebles que Demelza había diseñado para la sala. Tenía amigos; Demelza, George, a su prima. Tenía un mensaje sin leer de una mujer que quería acostarse con él, y una vida que se iba acomodando poco a poco. Sí, tal vez lo que el más quería le fue arrebatado, pero seguiría su propio consejo y vería el lado positivo.


Como mencioné anteriormente, Demelza no estaba acostumbrada a vivir con un hombre. Los primeros dos días pasaron en una vorágine de limpieza, y para cuando llego el lunes y los dos se tuvieron que ir a trabajar, ya todo estaba ordenado. Lo que no significaba que no faltaran cosas. La sala solo estaba ocupada por su sillón, la mesita ratona que Demelza había traído. Ross había prometido que encargaría el juego de comedor que habían visto, pero hasta ese momento solo había comprado la TV de cuarenta pulgadas, de la cual la caja todavía esperaba apoyada contra una pared de la sala a que alguien se dignara a llevarla al contenedor de basura de la planta baja. Esa tarde al regresar de la oficina, se encontró con un par de borceguís que le dieron la bienvenida al entrar, con las respectivas medias adentro y todo. El martes y el miércoles también estuvieron allí. Para el jueves Demelza encargó un mueble zapatero para colocar en el recibidor, que no estaba en los renders que había hecho cuando diseñaba el lugar.

Cenaban tarde, y hasta el momento, juntos. Ella había preparado la comida el primer día porque no tuvo tiempo de freezar nada en el alboroto de la mudanza, pero Ross había preparado la cena los dos días siguientes, nada muy elaborado.

"Necesitamos una mesa." – había dicho ella, mientras pinchaba una de las empanaditas chinas del plato que estaba apoyado en la mesada, ellos sentados en las banquetas que solían estar junto a la isla en su viejo departamento. Por suerte la cocina era grande, con dos mesadas enfrentadas lo suficientemente amplias. Las banquetas no quedaban mal allí, pero ese no era el punto.

"Prometo que mañana sin falta iré a ver las que me mostraste. No tuve nada de tiempo."

"Hay que ir al mercado también. Yo puedo ir al regresar de la oficina. ¿Cómo haremos con eso? ¿Cada uno tendrá lo suyo o compartimos?" - Era una pregunta retórica, pues Ross ya se había terminado sus empanaditas y le había robado dos de las suyas.

"¿Compartimos?" – Dijo con la boca llena.

"Con Caroline solíamos anotar en el refri lo que hacía falta." – Tenían una pizarra con imanes, creyó que la habían empacado ¿Adónde estaría? – "Buscaré algo para que podamos escribir."

"Genial. Iré pensando, pero Demelza…"

De repente se puso muy serio.

"¿Sí?"

"Creo… creo que debo confesarte algo, ahora que vivimos juntos."

"¿Resulta que si eres un asesino serial? O, Judas, ¿un vampiro?" – Bromeó ella. Pero a él no le causó gracia.

"Lo opuesto, en realidad." – Demelza tragó su empanadita. – "No te vayas a reír, pero… tengo una fobia. Tengo una fobia al… ketchup." Concluyó.

Ella soltó una carcajada. ¡Qué gracioso! Se rio durante un momento, pero él no.

"¿Qué? ¿Hablas en serio?"

Ross asintió. Pues eso le causaba más gracia todavía, pero le pareció irrespetuoso seguir riéndose.

"¿Cómo… cómo es que…?" - Pues era lo más ridículo que jamás había oído.

"Te lo contaré solo una vez, de solo pensarlo…" - Ross sacudió los hombros para olvidar la sensación. – "Fue una broma. Mi primo me cubrió de ketchup mientras dormía y me despertó gritando diciendo que estaba cubierto en sangre y que alguien me había acuchillado. Lo sé, es estúpido."

"Bueno…" – sí lo era. – "… pero, ¿Por qué?"

Ross levantó los hombros. "Éramos niños. Él tiene una terrible fobia a las arañas. Una vez lo desvestí mientras dormía y puse una tarántula sobre su pecho."

"¡Eso es horrible!"

"Y George no puede soportar ver una rana… se las pusimos dentro de sus pantalones." – ahora sí rio. Chicos.

Demelza lo miró como si estuviera loco.

"Sí, ya lo sé. Pero éramos niños."

"Y tú no soportas el ketchup." – ahora entendía porque su hamburguesa no tenía salsa aquella madrugada, o porque las empanaditas solo tenían una emulsión de manteca y hierbas. Huh. – "¿Qué hay de sangre? Al despertar te dijo que era sangre."

"No soporto ver sangre tampoco, me baja la presión. Pero es peor con el ketchup. Además, es poco frecuente que uno vea sangre." – pues ella la veía todos los meses. – "Así que si pudieras evitar dejar cosas por ahí…"

"Ewww…" - Demelza le dio un pequeño puñetazo en el hombro. – "¿Quién te crees que soy? Eso es asqueroso."

"Solo decía, pensé que debías saberlo. Así que, por favor, no compres ketchup."

"¿Qué hay de salsa de tomate?"

"Compra tomate directamente." – Tal vez podría licuarlo… - "¿Y tú, alguna fobia rara que yo deba saber?"

"No, soy bastante normalita, muchas gracias." - Aun así, trató de pensar. Con seis hermanos menores no había mucho que la asustara. Si podía evitarlo, prefería no enfrentarse cara a cara con una araña. Y no le gustaba la remolacha, pero no es que se desmayaría al ver una tampoco. No se le ocurría nada, aunque ya que estaban… "Hablando de cosas que no queremos en el departamento… uhm…" ¿Cómo decirlo? No es que le tuviera fobia, al contrario. Era solo que, en la distribución de habitaciones, ella había quedado con la que estaba más cerca del baño y bien, cada vez que Ross se bañaba lo veía pasar frente a su puerta solo con una toalla alrededor de la cintura. Estaba en todo el derecho de hacerlo, era su departamento. O ella podría cerrar la puerta y dejar de espiar cada vez que él se cruzaba. Judas, a ella hasta le daba pudor pasearse con su pijama por la sala y solo se lo ponía para dormir, lo que no era común en ella. Pero Ross no. Él se paseaba por el departamento en nada más que pantalones, era muy distrayente.

"¿Sí?"

"¿Podríamos acordar utilizar al menos tres prendas de vestir en los lugares comunes?" – Dijo al fin. Ross levantó la vista de golpe, le estaba robando otra empanadita de su plato. – "Ya sabes, en la sala o en el pasillo."

¿Acaso lo había visto? Él tampoco estaba acostumbrado a vivir con una chica que no fuera su novia, y que por lo tanto no estuviera acostumbrada a verlo desnudo. A Demelza no le gustaba, vaya golpe para su ego.

"Es tu departamento, olvida que lo mencioné. Puedes hacer lo que quieras…"

"No es que anduve desnudo ni nada por el estilo. Lo siento si te incomodé…"

"No, no, nada de eso." – solo que cada vez que pasas frente a mi puerta, quiero meterte dentro. Judas, Demelza. – "Es solo que, ¿Qué pensarías tu si yo me paseara en topless por la sala?"

Grandioso. Ahora él estaría pensando en ella desnuda en la sala. Ross se mordió el labio inferior intentando no reírse.

"Olvídalo. Olvida que dije nada."

"¿Las medias cuentas como dos prendas de vestir o como una?" – preguntó levantando una ceja y llevándose su última empanadita china a la boca.


Ross tenía un mensaje de Margareth que no había respondido aún. Decía: "¿Cuándo voy a conocer tu nuevo lugar?" - Mierda. Así era Margareth, directa y sin vueltas. No sentía nada por ella, pero eso parecía no importarle. Tal vez él la estaba usando para saciar el más básico de sus instintos, pero ella lo estaba utilizando también. Aunque este mensaje lo desconcertaba un poco. Ese mensaje implicaba que quería conocer algo más de él. Estaba llegando la hora de acabar con eso, pero no sería tan capullo de hacerlo por mensaje de texto. Además, él también quería verla, especialmente desde que Demelza había metido la imagen en su cabeza de ella desnuda en el sofá. Bueno, él la imaginaba en el sofá, con su cabello extendido sobre la pana rosa, y él recostado encima de ella, besándola, acariciando su… Detente. Sabes que no debes pensar en ella de esa forma. Ella es tu amiga. Y acuérdate que le repugna verte desnudo, o lo que sea que haya visto de ti hasta ahora. Sí, necesitaba a Margareth para descargar su libido.

Demelza le dijo que saldría con sus compañeros de trabajo el viernes, en realidad había quedado para ir a cenar con Verity. Tenía que contarle todas las noticias que tenía de Chicago, y tenían que tomar una decisión sobre los postulantes que habían entrevistado esa semana. Así que Ross tendría el departamento para él solo durante algunas horas. Y era su departamento. Él podía invitar a quien quisiera, ¿correcto?

Equivocado.

Deberían haber visto el rostro de Demelza al llegar y encontrárselos sentados en el sillón. ¡En su sillón!

"¿Ross? Pasé por la pastelería, traje una tarta de… manzanas… ohh... Hola." - Se detuvo cuando los vio, con la caja de la tarta a lo alto. Ross quería que se lo tragara la tierra.

Le tomó un momento recomponerse. El tiempo en que Margareth la saludó, y se puso de pie para ir a besar sus mejillas.

"¿Cómo estás, Demelza? Te ves genial. Ross me contó sobre tu ascenso, ¡Felicitaciones!"

¿Le había hablado de ella?

"Gra-gracias."

"Y de que te tuviste que mudar de golpe. Ese es el problema con los alquileres en esta ciudad, no hay ninguna ley que proteja a los inquilinos. Estamos a merced del arrendatario. Tú tienes que ser bueno con ella, Ross."

Ese era el problema con Margareth. Dentro se todo le caía bien. ¿Y qué haces ahí parada? Di algo, Demelza. Aunque Ross tampoco decía nada.

En su defensa, ni siquiera eran las diez de la noche. No pensó que volvería tan pronto. Se las arreglo para sonreír.

"Me alegro de verte de nuevo, Margareth. Ross… Ross fue muy generoso en ofrecerme un cuarto."

"Para eso están los amigos." – Dijo él, y se maldijo por dentro.

"Seguro él salió ganando también. ¡Míralo ahora! Con dos hermosas mujeres para él solo." – Margareth mordió la punta de su lengua y empujó su brazo con el suyo para que ella se riera también. Judas. De seguro se había puesto colorada, ¿Por qué todo el mundo decía eso? ¿Por qué todos querían hacer un… trío con ella? ¿Acaso emitía esa vibra?

Encontrar pareja, no. Pero te ves excelente para un trío, Demelza. ¿Y qué diría Ross? Era el sueño de todo hombre, ¿no es así? Pues que no cuenten con ella. Vaya forma de terminar su primera semana allí.

"Creo que ya me iré…" – no digas a la cama o le darás el pie. – "… los dejo solos. Fue bueno verte de nuevo, Margareth. La próxima vez asegúrate de que Ross haya comprado más muebles. Se lo he recordado toda la semana, pero no me hace caso."

"Oh, yo me encargaré, no te preocupes."

Murmuró un 'buenas noches', cuando paso junto a Ross. Era obvio que no la esperaba tan temprano. Pero Verity siempre estaba corta de tiempo, y no se quedaba solo a charlar. Una vez que terminaron de hablar de Caroline y de a quien contratarían y de cómo se sentía, la noche se había terminado. No se lo reprochaba, así era ella, siempre con mil cosas en la cabeza, pero ese día le hubiera gustado que se quedaran un poco más.

Demelza se fue a su habitación, cerró la puerta y se puso un pijama celeste que tenía estampado pequeños arcoíris por todos lados. Se sentó en medio de la cama a leer los mensajes que Caroline le había enviado durante el día, las fotos de la ciudad y del piso adonde se habían instalado mientras comía la tarta de manzana que había comprado directamente desde la caja. Pero no podía dejar de pensar en las dos personas que estaban en la sala. Las risotadas de Margareth parecían retumbar a través de las paredes, ¿Qué podía estar diciendo Ross que fuera tan divertido? No lo sabía. Pero a ti te hace reír también, ¿no es así? Oh, ya cállate… Tomó un libro e intento concentrarse. Los escuchó acercarse por el pasillo… Oh, no.

No, no, no, no.

¿Saben cuál era la peor parte se vivir con un hombre?

Escuchar los gritos de su novia mientras tenían sexo en la habitación de al lado. Definitivamente, primer lugar.