Capítulo 17

El sábado a la mañana, Demelza se despertó al escuchar voces provenientes de living. Y no eran voces femeninas. Miró su teléfono. Las once veinte dos. Judas. Se enterró de nuevo bajo las sábanas. Le gustaría quedarse allí hasta que fuera la hora de ir trabajar de nuevo, aunque faltaban dos días para eso todavía. La noche anterior había sido una de las más… incómodas de su vida. Y eso que compartió un departamento con Caroline durante bastante tiempo y no es que no supiera que sus amigos estaban haciendo sus cosas cuando Dwight venía de visita, pero por lo general no eran tan… escandalosos. Aunque era justo decir que solo la había escuchado a ella, a Margareth. Parecía que había montado un verdadero espectáculo. Eso o Ross era muy, muy bueno en la cama. Arghhh…

Demelza se cubrió la cara con las manos. El barullo había sido tal que llegó un momento en que no lo había soportado más y se tuvo que levantar de la cama, se envolvió con su bata y se fue a sentar en la terraza en medio de la noche. Allí había permanecido por largos minutos. Tenía frío, pero al menos los sonidos no llegaban hasta afuera. Tenían una vista impresionante de verdad, de noche todavía más. Las luces de los edificios a la orilla del río se reflejaban en el agua del Thames, de día nada se reflejaba. También se puso a pensar cómo podría arreglar la terraza. Había pasado un buen rato sentada allí afuera, y hasta tuvo otro encuentro con Margareth, que había salido a fumar un cigarrillo. Todo perfectamente normal. Ella y la novia de su amigo. Tal vez si debiera ir a una de sus clases, conocerla mejor. Si iba a venir de visita al departamento con frecuencia…

Escuchó ruidos en la sala. Con un gruñido, Demelza se destapó. Más vale afrontar el día de una vez por todas.

Fue al baño antes, y cuando se asomó a la sala lo primero que vio fue una mesa nórdica, de madera clara y sillas tapizadas blancas, como la que había elegido para el render de su diseño. Las voces que escuchó debieron ser los hombres que hicieron la entrega. Bueno, al menos Margareth no mentía cuando dijo que lo convencería.

Escuchó que la puerta se abría mientras ella estaba en la cocina preparando su tardío desayuno. Respiró hondo, no había forma de evitar el vergonzoso encuentro. Pero solo para ti será vergonzoso, Demelza – se dijo - actúa con normalidad. Y eso fue lo que hizo, actuar con normalidad. Sexo, era algo común y corriente en la vida. Que ella no lo practicara muy a menudo era otra cuestión. La gente tenía sexo todos los días, no era la gran cosa. Tu podrías tener sexo con alguien si quisieras, solo usa tu aplicación...

"Hey."

"Oh, ¡Hola! Buen día, Ross. ¿Margareth ya se ha ido? Me hubiera gustado despedirme. ¿Cuándo vendrá de nuevo? Es tan simpática, me agrada. Estoy pensando seriamente en ir a una de sus clases..." - Un saludo absolutamente normal al parecer por la forma en que Ross la miraba. Apoyado contra la pared y con las manos en los bolsillos de los jeans. Ella aún no se había quitado el pijama y estaba envuelta en su abrigada bata rosa. Pero ¡qué diablos! era fin de semana, y así iba a estar todo el día.

"No sé cuándo va a volver, en realidad..."

"Veo que te convenció de comprar la mesa al fin. Me encanta ese modelo."

"En realidad ya la había encargado antes..." - Demelza pasó junto a él con su taza de té entre sus manos, un rodete sujetando sus cabellos bien arriba en su cabeza y pantuflas de piel rosa en los pies. Era la primera vez que se vestía así, o no se vestía, en el departamento. Se veía... adorable. Pero su sonrisa no era sincera. Ross la observó mientras ella contemplaba la mesa y bebía su té de a sorbitos y de pie. Lo de la noche anterior, Margareth, había sido una terrible idea. Había pensado que Demelza iba a tardar más y para cuando llegara, ella ya no estaría allí. O al menos que estarían en su habitación. Y después de que llegara y los encontrara sentados en su sillón, se había repetido una y otra vez que esa era su casa. Que tenía el derecho de invitar a quien él quisiera, de hacer lo que se le apetecía. Y si él quería acostarse con una mujer... No habían pensado muy bien como funcionaría esto antes de decidir que vivirían juntos. Y ella se sintió tan incómoda como él, era obvio por la forma en que esquivaba su mirada. Rayos. Esperaba no haber estropeado su amistad, especialmente no por Margareth.

"¿Porque no te sientas y desayunas en la mesa?"

"No. La primera comida debe ser algo especial. ¿Por qué no la invitas a Margareth a cenar esta noche?"

"O podríamos encargar algo para almorzar..." - sugirió él en vez. Demelza levantó su taza en alto. Ella recién estaba desayunando.

"Además, tengo un montón de trabajo. Con esto de que Caroline no está y aún no hemos contratado a nadie, tengo varios proyectos atrasados."

"Oh. Pensaba ir a lo de Zacky más tarde, ¿tu irás?"

"Mmm... no lo creo. Iré otro día. Hoy tengo una cita."

Podía tener una cita. El contador le había enviado un par de mensajes después de la cena, lo que era señal de que estaba interesado en ella. Eso no era cierto, él solo estaba interesado en sí mismo, pero nadie tenía que saberlo.

"Entonces, puede de que yo salga con George."

Perfecto. Esos eran sus planes. No tenían que pasar todo su tiempo libre juntos, era mejor así. Era perfectamente razonable.


La segunda cita fue tan aburrida como la primera. Al menos era constante, sin sorpresas. Tal vez debería buscar otros candidatos y enseñárselos a Caroline para que ella los aprobara. Estaba en permanente contacto con su amiga, chateando todo el tiempo. Le había contado lo de Margareth, Caroline desde el otro lado del Atlántico se había reído de su paradoja. "¿Desearías haber sido tú la que gritaba del otro lado de la pared?" ¡Judas! No le contestó.

Por supuesto que no se acostó con el contador. Lo que sí hizo, fue beber. Empezó con tragos mientras comían el aperitivo y luego siguió con el vino que Richard eligió porque él sabía mucho de vinos y cuáles eran las mejores cosechas. Demelza creyó ver al mozo poner los ojos en blanco mientras su cita miraba la carta. Pero como ella no sabía nada de vinos, tuvo que tomar su palabra. Literalmente. Todo lo que sabía era que el líquido tinto sabía dulce en el fondo de su garganta, así que bebió varias copas. Hasta que sintió que todo se mecía ligeramente a su alrededor. ¿O era ella la que se mecía? ¿Estaba ebria? Demelza odiaba la gente ebria, pero debía reconocer que al menos así los gritos de placer de Margareth se habían callado en su cabeza. Que Ross hiciera lo que quisiera, a ella no le importaba. Ella tenía a… ¿Cómo era que se llamaba? Él sí que era todo un caballero. Cuando terminó la cena la ayudó a ponerse de pie y la sostuvo hasta que llegó el taxi y la ayudó a entrar. ¿Por qué los taxis tenían la puerta tan pequeña? Quizás porque intentó entrar por la ventana. El contador la dejó frente a la puerta de su departamento y esperó a que entrara. Era muy caballero. De seguro no se acostaba con mujeres cuando había otra persona en la habitación de al lado. Oh… se había olvidado de besarlo. Judas. Lo besaría la próxima vez. Tal vez podría invitarlo a cenar al departamento y utilizar la mesa nueva.

Le erró al bowl de las llaves cuando entró, y casi se cae de bruces cuando intentó levantarlas y se sujetó de la puerta que se abrió haciéndola mecerse hacia adelante. "Ups… Shhh…" - Ross puede que este con alguien, pensó. No debes hacer ruido. Así que entró en puntas de pie, sosteniéndose de la pared primero y luego del sofá. Haciendo más ruido que el habitual con sus tacones altos y su vestido apretado, sin notar al hombre que la observaba más allá de las sombras que había regresado temprano de su salida porque quería asegurarse de que llegara sana y salva a casa.

Oh, Judas.

Era la peor sensación que haya sentido nunca. La ligera resaca que tuvo después del cumpleaños número veintidós de Caroline, cuando habían decidido festejar solas bebiéndose una botella de whisky escocés, no era nada en comparación a como se sentía ahora. Era peor que cuando se contagió la gripe de su hermano pequeño y tuvo que quedarse en cama con treinta y nueve grados de fiebre durante tres días con todo su cuerpo adolorido. De verdad no le gustaba beber, y en ese momento recordó porqué. Todavía llevaba puesto el vestido negro, corto y apretado que recordó el contador había mirado apreciativamente cuando se quitó el tapado que llevaba encima. Había dormido sobre el edredón, solo debajo de la manta que tenía a los pies de la cama. Al menos se había quitado los zapatos y los había dejado junto a la puerta.

La línea de visión desde donde estaba apoyada su cabeza hasta los zapatos se cruzaba con su cartera. Bien, al menos nadie la había robado. Estiró el brazo y metió la mano dentro, revolvió hasta que dio con su teléfono. Eran las diez cuarenta y cuatro. Judas. Era el segundo día que se despertaba tarde y desperdiciaba por completo la mañana. Así no era ella. Tenía un mensaje también. De… Richard. Cierto, así se llamaba. Con apenas un ojo abierto Demelza leyó como la pateaban. "Demelza, gracias por la cena de esta noche, pero creo que ya no deberíamos vernos. Eres una chica muy dulce, pero no tenemos nada en común ¿no lo crees?"

Sí. Sí, ella lo creía también.

¿Cómo había sucedido todo esto? Demelza se levantó y se sentó al borde de la cama. Su estómago se tambaleó y la cabeza le daba vueltas. Fue entonces cuando notó el vaso con jugo de naranja y la aspirina sobre su mesita de luz. ¿Acaso la había visto? Demelza tomó la aspirina y trató de no pensar en ello, suficiente tenía tratando de no vomitar. ¿Estuvo descompuesta durante la noche? Tenía recuerdos vagos y desagradables de estar demasiado cerca del inodoro. Asqueroso. Necesitaba lavarse y cambiarse. Con algo de esfuerzo, se desabrochó el vestido y se lo quitó. Tomando una toalla abrió la puerta de su habitación y se tambaleó camino al baño. No escuchó el agua corriendo. Había un zumbido constante en sus oídos que ya sonaba como una ducha abierta de por sí, y estaba tan abrumada por la situación que no se hubiera dado cuenta si Robbie estuviera cantando en vivo en la sala. Solo se dio cuenta que Ross estaba en la ducha cuando lo vio allí.

La mampara de su baño era completamente transparente, aunque se volvía opaca con el vapor de agua, pero definitivamente se podía ver un poco. Quiero decir, contornos.

¿Esto no había ocurrido antes? Oh, sí. Pero él estaba vestido. Y ella estaba vestida con algo más que su ropa interior.

Ross hizo lo que era de esperarse: entró en pánico e intentó cubrirse con algo, pero no tenía nada cerca más que sus manos. Se miraron el uno al otro. La ducha seguía corriendo.

Él recobró a sus sentidos más rápido que ella e intentó cubrirse poniéndose de costado y alejándose de la mampara. No sirvió más que para mostrarle el contorno redondo de su trasero.

"Ahhh…" - dijo. Fue más un gruñido que una palabra.

Y Demelza estaba allí congelada sin poder retomar el control de sus extremidades, solo con el corpiño y las bragas de encaje negro que se había puesto para su cita en caso de que algo sucediera con el contador. Ni siquiera se había envuelto con la toalla, estaba colgada alrededor de su brazo. De alguna forma, se sentía mucho peor que no tener ningún medio para cubrirse en absoluto: estaba tan cerca de no exponerse y, sin embargo, tan lejos.

"¡Oh, Judas!" – pudo exclamar al fin. – "Disculpa, lo siento mucho."

Ross cerró la ducha. Probablemente no podía oírla por el ruido.

Le dio la espalda. El hecho de que notó esto la hizo darse cuenta de que realmente debería dejar de mirar el contorno detrás del vidrio de la ducha. Ella también le dio la espalda, sin darse cuenta de que al hacerlo exponía todo su blanco trasero a la mirada de su compañero de piso.

"Uhmm."- dijo él de nuevo.

"Lo sé." – dijo ella. - "Oh, Judas… ¿Necesitas la toalla?"

Demelza se estremeció. ¿Quieres ofrecer secarlo también?

"Sí... Tu… viste…?" – titubeó él.

"No vi nada." – mintió rápidamente.

"Bien. Está bien. Yo tampoco." – Dijo Ross, mirándola de reojo.

"Yo solo estaba…"

"¿Cuan mala es la resaca?"

"… Terrible."

"Ya estoy terminando así puedes usar la ducha." - dijo él mientras se escurría el cabello. Probablemente le habría quedado shampoo sin enjuagar.

Todavía estaban de espaldas. Demelza se quitó la toalla del brazo y, unos cinco minutos demasiado tarde, la envolvió alrededor de su cuerpo.

"Bueno, si estás seguro." – Demelza dijo en dirección a la pared.

"Ummm. Necesito mi toalla."

"Oh, por supuesto." – Demelza la agarró de la barandilla y se giró para dársela.

"¡Ojos cerrados!" – gritó él.

Ella cerró los ojos de inmediato

"¡Están cerrados! ¡Están cerrados!" – pero sí había llegado a ver algo. Aunque dejaría encontrar forma a ese algo para más tarde.

Lo sintió tomar la toalla de su mano.

"Ok. Puedes abrirlos de nuevo."

Ross salió de la ducha. Ahora estaba decente, pero todavía no estaba muy cubierto, como era su costumbre. Solo que esta vez Demelza estaba demasiado cerca y podía ver todo su pecho, por ejemplo. El tatuaje de Elizabeth curvándose sobre su pezón izquierdo, y bastante de su estómago. Todavía estaba mojado, su grueso cabello oscuro comenzaba a rizarse detrás de sus orejas y goteaba sobre los hombros.

Se volvió para esquivarla. Estaba haciendo lo mejor que podía, pero en realidad no había mucho espacio para los dos y ella parecía incapaz de moverse. Podría haber salido de ese baño hace minutos y darle espacio para que el terminara de bañarse y secarse. Pero su cerebro no había empezado a funcionar esa mañana todavía. Y cuando Ross se deslizó a su lado, la cálida piel de su espalda casi roza su pecho. Demelza inhaló, la resaca olvidada. A pesar del sostén de encaje y la toalla entre ellos, se le había puesto piel de gallina y algo caliente había comenzado a burbujear en la base de su estómago, allí donde tienden a asentarse ese tipo de sentimientos.

Él la miró por encima del hombro, una mirada intensa, medio nerviosa, medio curiosa que solo le hizo sentir más calor. No podía evitarlo. Cuando se volvió hacia la puerta, Demelza miró hacia abajo.

Él estaba… Eso parecía una…

Pero no puede haber sido. Solo debe haber sido la toalla enrollada en su cintura. Ross cerró la puerta detrás de él y ella se derrumbó contra el lavabo por un momento. La realidad de los últimos minutos era tan dolorosamente vergonzosa que se encontró diciendo "Oh, Judas" en voz alta y presionando las palmas de las manos en sus ojos. Eso no ayudaba con su resaca, que había regresado rápidamente ahora que el hombre desnudo había salido del baño.

Judas. Estaba colorada por el calor, toda nerviosa con la piel de punta y sin aliento. Y además estaba algo… excitada. ¿Qué?

Seguramente la situación era demasiado incómoda para que eso fuera posible.

¡Eres una mujer adulta! ¿Acaso no puedes soportar ver a un hombre desnudo? Probablemente era solo porque no había tenido relaciones durante mucho tiempo y ese fin de semana estuvo pensando mucho en eso. Supuso que era una especie de cosa biológica, como que el olor al pasar por una pastelería te haga salivar, o cómo sostener los bebés de otras personas te dieran ganas de terminar tu carrera e inmediatamente comenzar a tener bebés.

Judas, Demelza, ¡las cosas que piensas! Tienes suerte de que nadie pueda leer tus pensamientos… Presa de un pequeño ataque de ansiedad, se giró para mirarse en el espejo, limpiando la condensación para revelar su rostro pálido y demacrado. El lápiz labial se había salido del contorno de sus labios, y la sombra de ojos y delineador se había desdibujado en un desastre negro alrededor de cada ojo. Parecía una niña pequeña que intentó usar el maquillaje de su madre.

¡Qué desastre! Esto no podría haber ido peor. Se veía terrible, y él se veía tan asombrosamente bien.

Ni siquiera se había movido de frente al espejo cuando lo escuchó decir:

"Iré a la pastelería a comprar algo para desayunar, ¿está bien?"

"¡Está bien!"

¡Judas! Lo escuchó alejarse por el pasillo.

"¡¿Ross?!" – gritó abriendo un poco la puerta.

"¿Sí?"

"¡Trae donuts!"


Cuando Ross regresó de la pastelería que estaba en la cuadra contigua a su edificio, Demelza ya había puesto la pava con agua a hervir. Estrenaron la mesa desayunando, comiendo donuts y tomando té en el juego que él le había regalado. Ella estaba vestida, vale aclarar. Con leggins y su sudadera de algodón con capucha. Su cabello húmedo todavía sujeto en la nuca. Ross había tenido que salir del departamento por un momento luego de su encuentro en el baño para calmarse un poco. Se había ido sin chaqueta, pero aire frío era lo que necesitaba. Mierda. ¿Cuánto tiempo iba a seguir así?

Margareth no había servido para nada, y encima Demelza se había encerrado en su habitación durante todo el sábado a trabajar después de su visita de la noche anterior. Lo que no había conseguido nada más que él pensara en ella todo el día. Escuchaba música proveniente de su habitación y de vez en cuando la escuchaba hablar. Había golpeado a mitad de la tarde a preguntarle si quería comer algo, pero ella solo respondió un "¡No, gracias!" sin ni siquiera abrir la puerta. Solo había salido recién a las ocho de la noche, vestida… para matar.

Ross había pasado todo el día pensando que estaba enojada con él por lo de Margareth, y la noche pensando con quien estaría.

Había salido con George, pero se volvió a casa temprano, quería asegurarse de que llegara bien y, más importante, tenía curiosidad por saber si llevaría a alguien al departamento. Era justo. Si él podía hacerlo ¿Por qué ella no? Pero para su alivio, Demelza regresó sola.

¿Dijo alivio? Era nada más que preocupación por su amiga. No eran celos. ¿Quién había hablado de celos?

Ross estaba en la terraza cuando vio acercarse al taxi y la vio bajar, sola y algo tambaleante, y dirigirse a la entrada. El auto se fue cuando ella entró al edificio, Ross vio que había alguien más en el asiento trasero. ¿Qué clase de idiota no la acompaña hasta la puerta? Le tomó el doble de tiempo de lo necesario subir hasta el tercer piso, en un momento hasta pensó en bajar a buscarla. Pero no lo hizo, no quería asustarla. Le había dicho que no estaría en casa, y no quería que pensara que la estaba vigilando como un depravado. No pudo evitar sonreír cuando casi se cae de cabeza al intentar recoger las llaves, y tampoco pudo evitar pensar que quien fuera con el que había salido era un estúpido para dejarla volver a casa así. Lo último que había hecho antes de acostarse fue entrar en puntas de pie a su habitación con un vaso de jugo y una aspirina y dejarlos en su mesita de luz. Intentó no mirarla, desparramada sobre la cama, pero sus piernas desnudas llamaron su atención, y la tapó con la manta que estaba en la punta de la cama.

Y luego pasó lo de esa mañana.

Él no había hecho nada, de verdad. Solo estaba tomando una ducha y de repente ¡BOOM!. Demelza estaba en el baño observándolo prácticamente desnuda. Dulce Jesús. Podía ver la sombra de sus pezones a través del encaje de su sostén. Y cuando se dio vuelta, eso no ayudó para nada.

Se podría haber ido, quería decir, la puerta estaba ahí junto a ella. Pero Demelza estaba con resaca y recién se acababa de despertar. Su cerebro aún no funcionaba al cien por ciento, él sabía de eso. Así que Ross trató de salir de ese baño lo más educadamente que pudo, obviando la erección en su entrepierna. Y por eso su paseo por la fría mañana de domingo.

Pero al menos cuando regresó Demelza ya no parecía tan molesta y con él. "¿Vamos a hablar de lo que sucedió hace un rato?" - se atrevió a preguntar mientras comía su segundo donut.

"Nop. Nunca." - respondió ella. - "Solo debes saber que a partir de ahora prestaré más atención al entrar al baño." Y él respiró aliviado. Si estaba bromeando, eso quería decir que ya no estaba molesta ¿no es así? Así que él también se atrevió a decir: "Yo tengo otro pedido que hacerte, acerca de ti paseándote en ropa interior por el departamento..."

"¡Oh no, Judas!" - Demelza dejó caer la taza en su platito y se tapó la cara con ambas manos.

"Puedes... hacerlo cuando quieras. No escucharás ninguna queja de mi parte."

"¡Ross!"

Y eso apaciguó la tensión entre ellos. Durante algunas horas al menos.