Capítulo 28
"Ross… tengo un atraso."
Ross puso en marcha el auto, dispuesto a ir hasta la farmacia que estaba cerca del departamento. Demelza giró lentamente su cabeza y miró su perfil. Por un momento pareció no registrar lo que había dicho. Se mordió la parte interna de la mejilla. Era una estupidez, no podía estarlo. Los embarazos no ocurrían tan pronto, no en la primera vez con alguien. Hay parejas que pasan meses, años buscando tener un hijo y a veces no lo consiguen. – se dijo. Y a su vez, estaba muy consciente de que el mundo estaba lleno de hijos no planeados. Probablemente eran la mayoría. ¡Pero no después de la primera vez!
"¿Atraso de qué?" – sí que la había escuchado.
Ross estaba inquieto por Demelza. Era la segunda vez que se descomponía en dos días. Esta vez no había vomitado, pero sí se la veía algo pálida. Estaba preocupado, así que no entendió lo que quiso decir al principio. Demonios, ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a esperar que le dijera eso? Jamás en sus más absurdas fantasías se le hubiera ocurrido algo así.
"De… mi período." – Dijo ella. Su voz no era más que un susurro, pero aún así llenó la cabina del auto como si hubiera explotado un bomba nuclear en el pequeño recinto, y Ross hubiera sido el blanco.
Se la quedó mirando fijamente. Por fortuna no había nadie en la calle, porque fue un rato bastante prolongado. Volvió a frenar, lentamente y sin molestarse en hacerse a un lado.
"¿Cómo?"
Los ojos de Demelza se llenaron de lágrimas. No por él, sino que decirlo en voz alta lo hacía más real, de alguna forma. Y ella no quería que fuera real, no podía serlo. No estaba lista, no era el momento oportuno. Jamás siquiera lo había imaginado. ¿Un bebé? ¿Qué rayos estaba pasando? Todo daba vueltas.
"Podría ser nada… estoy segura de que no es nada. No puede ser así…" – respondió, intentando imponer ligereza en su tono de voz. Negando sus propias sospechas, y más para ella misma que para él.
Ross continuaba con los ojos en ella, sus manos no habían soltado el volante. No podía verlo muy bien, estaba oscuro adentro y la lluvia atenuaba las débiles luces de la calle.
"Quieres decir… ¿Estás embarazada?"
"¡No!" – exclamó instintivamente. La palabra tan ajena a cualquier cosa que tuviera que ver con ella. – "No… no lo sé. Me acabo de dar cuenta. En la fiesta. Que mi periodo no comenzó…"
"¿Así que podría no ser nada?"
"Es-estoy segura que no es nada…" – continuó diciendo. – "Sólo que… hubo una vez que no nos cuidamos ¿verdad?"
La mente de Ross estaba en blanco. No sabía lo que tenía que hacer, lo que se suponía que tenía que decir. No estaba preparado, nadie nunca le había dicho como reaccionar en una situación así. Supuso que si fuera su novia la que le decía eso, o su esposa – ambas ficticias, demás esta decir – un hombre se pondría feliz. ¿Pero cómo? No es que no hubiera recordado en la soledad de las noches los momentos que habían compartido. Había pensado en ellos con cariño, con lujuria. No se había detenido a pensar si se había puesto un condón o no. Creía que sí. Se acordó de su voz diciéndole que se pusiera uno, se recordaba colocándoselo, excepto… Ay, la gran mierda.
Una bocina los hizo saltar a los dos. Un vehículo les hacía luces desde atrás, no podía pasar. Su auto bloqueaba la calle. En shock todavía, movió el Mercedes a un costado.
El auto pasó junto a ellos y tocó bocina de nuevo. Eso pareció la señal para que una lágrima rodara por su mejilla, ella la limpió rápidamente. Ross tragó saliva.
"Cuando estabas durmiendo…" – murmuró él.
Bien. Al menos él se acordaba también.
"¿Tu… no estabas usando nada?" – Preguntó como una tonta. Se acordaba de cada vez que habían estado juntos. Se acordaba como esa vez había explotado dentro de ella, como sintió su semilla caliente dentro, lo bien que se había sentido. ¡Debería haber sabido! Que estúpida…
"No." – Respondió él secamente. Judas. Quería desaparecer. Quería taparse la cara con las manos y desaparecer. – "¿Qué hacemos?" – lo escuchó preguntar. Mierda, ¿Qué debía estar pensando? Que era una idiota, que acababa de arruinar la vida de ambos. Lágrimas amenazaron con escapar de nuevo, pero luchó para contenerlas. No ganaría nada con llorar. Existía la posibilidad de que sólo fuera un retraso. No era la primera vez y no sería la última que a una mujer se le atrasaba la menstruación ¿no es así? Y Demelza se aferró a esa posibilidad, era su única esperanza. – "Puedes… ¿hacerte un test? ¿O debes esperar para ir a un médico?"
Demelza abrió mucho los ojos. Ross pensó que por el pánico, pero en realidad era por lo que él acababa de decir y como. Ella tenía que hacerse un test. Ella debía esperar. Era su problema, ella era la que podía estar embarazada.
"Uhmm…"
Ross estiró el brazo y tomó su celular. Mientras buscaba algo, Demelza aprovechó para secarse los ojos con los dedos y respirar. Pasara lo que pasara, esto era su problema. Por supuesto que lo era. Ross… bueno, él no era su novio ni nada. No tenía ninguna obligación. Bueno, había sido responsable también, pero…
"Dice aquí que los test de embarazo son 99% confiables a partir de la quinta semana luego de que empezó tu último período. ¿En qué… semana estás?" – Ross interrumpió sus pensamientos.
"Dos semanas…" – Demelza sacudió la cabeza. – "Quiero decir… seis semanas, desde… más o menos."
"Ok. Entonces, vamos a la farmacia a comprar un test." – Dijo, y sin esperar respuesta encendió el auto y puso primera.
El camino hacia la farmacia fue hecho en silencio. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos, tratando de asimilar lo que podía ser una noticia que cambiaría el curso de sus vidas.
Sí, Ross también lo creía así. Aunque le sudaban las palmas de las manos, y su corazón latía como si acabará de correr una maratón, en ningún momento pensó ni tuvo la intención de librarse de ello. Aunque Demelza esto no lo sabía, y no podía saberlo a decir por su gesto adusto y lo fruncido de su entrecejo. Primero había que confirmarlo, y jamás en su vida había pensado en niños, pero… ¡Rayos! ¿Cómo pudo suceder esto?
Se quedaron mirando fijamente los estantes del pasillo de la farmacia donde estaban los tests de embarazo.
"¿Cuál debemos comprar?"
"No lo sé." – Fue todo lo que ella dijo. Ross procedió a tomar bruscamente las tres cajas más caras.
Era como caminar entre nubes. Aunque no estaba en el cielo, más bien en el infierno. El ataque de ansiedad había pasado, ahora la molestia en su pecho era por el rápido latir de su corazón. Intentó respirar conscientemente para calmarse. Aspirar por la nariz, soltar por la boca, como Ross le había dicho. Judas ¿Acaso las mujeres en trabajo de parto no respiraban así?
"Tres es un poco exagerado, ¿no les parece?" – la voz aguda de una farmacéutica entrada en años pareció alterarlos y volverlos a la realidad. – "Con uno es más que suficiente, son muy efectivos." – Añadió la mujer.
"Erhmm… tal vez…" – Ross empezó a decir.
"Les recomiendo éste."
"Y llevaremos este también." – la mujer la miró a ella, pero Demelza no podía emitir palabra.
"Muy bien. Son setenta y dos libras con cincuenta, por favor."
Ross pagó con su tarjeta de crédito, ella tomó la bolsita de las manos de la mujer que la miraba con una pequeña sonrisa. – "Buena suerte, cariño." – le dijo para que solo ella la escuchara. Demelza le sonrió de manera inconsciente.
¿Buena suerte? ¿Qué sería la buena suerte en este caso? ¿No estar embarazada? Seguro que sí, aunque a eso no se refería la mujer.
Ross seguía sin decir palabra. Ojalá dijera algo, ojalá le dijera '¿Cómo no te cuidaste?' o '¿Cómo no te diste cuenta?', de esa forma ella podría enojarse con él. Decirle, gritarle que esto era su culpa también. Pero Ross no decía nada. Tal vez estaba esperando tener la certeza para acusarla. Le gustaría gritarle, ya estaba enfadada con él…
Eso no era cierto. Estaba enfadada con ella misma, por haber sido tan descuidada.
Años pensando que era una chica inteligente. Una mujer modesta, que no tenía relaciones ocasionales. Enfocada en su trabajo, en su familia y en sus amistades. Que no le gustaba salir de fiesta, una chica de su casa. Todo para quedar embarazada la primer noche que pasaba con un hombre después de años. Judas. Le gustaría haber tenido más sexo. Era un pensamiento estúpido, pero eso era lo que pensó. Si estaba embarazada, ¿quién se acostaría con ella ahora?... ¿Quién se enamoraría de ella?
Lo volvió a mirar a Ross. Era tan injusto. No te debes enojar con él, Demelza. Él debe estar en un pozo de miseria también. Enamorado de una mujer que lo traicionó, apenas estaba comenzando a rehacer su vida y sucede esto.
No lo obligaría a cargar con esa responsabilidad. Si era cierto, ella podría hacerlo sola. Muchas mujeres lo hacían solas hoy en día. Ella sería como la tía Agatha. ¿No era ese su único pendiente en la vida?
Mierda. Mierda. Mierda.
Ella no quería un hijo. No estaba en sus planes, no estaba preparada…
Aparcaron el auto. Ross apagó el motor. Por un momento se quedaron inmóviles, paralizados en silencio, aunque afuera la ligera llovizna se había convertido en un aguacero.
"¿Lista?" – Preguntó él.
¿Lista para qué?
Sin esperar respuesta, Ross buscó algo en el asiento trasero y abrió la puerta. Era un paraguas. Trató de cubrirla a ella, pero para cuando llegaron al edificio los dos estaban empapados. Demelza sostenía con fuerza la bolsa de la farmacia en sus manos.
Se sacaron los zapatos al entrar. Ella se había puesto medias de nylon y se habían pegado a sus piernas. Colgó el tapado mojado en el recibidor y descalza se dirigió a su habitación. Ross la miró de reojo mientras se quitaba el saco y la corbata, y se soltaba el pelo. Le apretaba tenerlo atado y necesitaba sacudir sus dedos en el. Demelza se sentó en su cama. Allí se quedó, mirando a la nada hasta que Ross golpeó su puerta y entró.
"¿Estás bien?" – No se había dado cuenta, pero habían pasado quince minutos desde que se había sentado allí.
"Oh, sí."
"¿No vas a…?" – Preguntó señalando la bolsita que aún tenía en su mano. Él se sentó a su lado.
"Oh, claro. Sí… sí." – Dijo poniéndose de pie. Abrió la bolsa y sacó las cajas, y descalza todavía se dirigió al baño dejándolo a Ross solo de nuevo, que luego de unos minutos comenzó a caminar de un lado al otro junto a la cama. Esa cama, donde esa noche… ¿Qué sucedería si estaba embarazada? ¿Qué se suponía tenía que hacer? Carajo… se pasó las manos por la cara. Casi ni se acordaba de lo que había sucedido ese día. Una hora atrás, y todo parecía otra vida. Se volvió a sentar, apoyando los codos en sus rodillas. Estaba tardando, otra vez. Unos minutos más y Demelza apareció en la puerta. Tenía el pelo mojado, el vestido color crema sobre las rodillas desnudas y estaba completamente descalza. Se veía hermosa. Dios…
"No puedo hacer pis." – Dijo. Con tal terror escrito en sus ojos y en su voz que lo hizo saltar de donde estaba y acercarse a ella para abrazarla. Ella no lo rechazó.
"Todo estará bien." – susurró Ross. Y no estaba muy seguro si se lo decía a ella.
Hacía semanas que no estaban así, y aunque el motivo era impensado, Ross no pudo evitar sentir el alivio de tenerla de nuevo en sus brazos. Delicada, como una hoja temblando en la tormenta. La apretó más contra su cuerpo y besó su frente. De repente tuvo claro lo que haría. La protegería.
"Iré a buscar agua. Ya vengo." – Dijo, besando su frente otra vez antes de soltarla para ir a la cocina.
Se bebió casi un litro. Ross reponiendo el agua en el vaso cada vez que terminaba uno.
"Esta bien, creo que ya es suficiente." – Dijo y emprendió de nuevo la marcha al baño.
Leyó las instrucciones con apuro. Que extraña situación, bizarra. Por enésima vez trató de calmarse y peculiarmente en ese momento, lo logró. Tal vez calma no era la palabra adecuada, más bien, resignación. Hizo malabares con sus riñones para tapar un dispositivo y agarrar el otro sin vaciar su vejiga por completo. Recién entonces se rio del hecho de que Ross hubiera agarrado tres tests. Los dejó a los dos sobre la mesada de la pileta del baño, y volvió a su habitación.
Tres minutos. Tres minutos y su vida podía cambiar por completo.
Ross todavía estaba allí, sentado en el borde de su cama. La espalda encorvada hacia adelante, la cabeza en las manos.
"¿Y?" – Preguntó. Estaba serio. Todavía no sabía lo que estaría pasando por su mente, pero la verdad era que tampoco le había prestado demasiada atención en ese último rato. Estaba agradecida por su practicidad. Por sus rápidas acciones. Ir a la farmacia, llevarle agua, abrazarla cuando lo necesitó. Parecía que había transcurrido tanto tiempo, pero apenas habían sido unos minutos. Se fue a sentar a su lado.
"Hay que esperar unos minutos."
"¿Cuántos?"
"Tres."
"No es mucho. Ya deben haber pasado."
"Dale un momento más. Ross…"
"Espera. No digas nada ahora. Puede ser que no sea nada, ¿no es así?"
"Puede." – Pero con la calma y la resignación, también había llegado la asimilación de que era lo más probable. – "¿Podrías darme un momento? Me quiero quitar este vestido…"
Ross se levantó de la cama con tanto trabajo como si hubiera estado atornillado a ella. Cerró la puerta lentamente tras él, y ella imitó su postura. Se tomó la cabeza con las manos, rascando con sus dedos su cuero cabelludo. Se levantó de golpe, como si tuviera que obligar a su cuerpo a moverse. Luchó un momento con el cierre del vestido y se lo quitó a tirones. Se puso lo primero que encontró. Un pantalón y sudadera de algodón gris, en su cajón buscó una coleta y se ató el pelo sin mucho esmero. Cuando abrió la puerta, Ross estaba allí. Los dos pequeños dispositivos blancos en sus manos.
"¿Y?" – fue ella quien preguntó esta vez. Él levantó su mirada pero sus ojos no le decían nada.
"No lo sé. ¿Qué significa? Los dos tienen dos rayitas…" – Dijo, honestamente ignorando que tenía en sus manos dos resultados positivos.
Lo supo cuando Demelza se puso a llorar. Sus ojos se nublaron por un instante, desenfocados, y un microsegundo después las lágrimas cayeron como en una catarata.
"¡No!" – farfulló. – "… No puede ser." – se tapó la cara con las manos, se tomó la frente, la boca. Lo miraba, pero no creía que lo estuviera viendo en realidad. Él mismo estaba… petrificado. – "¿Cómo rayos pasó esto?" – la escuchó decir.
Tuvieron sexo sin protección. ¿Debería responderle eso? ¿O era solo una pregunta retórica?
Mierda. ¡Mierda!
Era su culpa. ¿Cuan estúpido era para no ponerse un puto preservativo? Recién ahora apreciaba que algo tan pequeño y mundano pudiera evitar tantos problemas. Pero no era la primera vez que no usaba. Con Elizabeth, bueno, ella se cuidaba. Era su novia… jamás habían hablado de tener hijos. Y ahora… bueno, ella ya era madre. Y él sería padre... Santo Dios.
La idea lo golpeó como un tren a alta velocidad. Tambaleó. Sería padre. ¿Cómo se prepara uno para eso? ¿sería un buen padre? ¿Quería siquiera serlo? No parecía tener muchas alternativas, a menos que…
"¿Demelza?..."
Demelza se había ido a parar junto a la ventana. Ya no parecía que estuviera llorando, estaba muy quieta, como un ser etéreo. Como si no estuviera allí en realidad.
"Demelza." – repitió con algo más de firmeza. Ella se dio vuelta. Estaba equivocado, continuaba llorando, solo que en silencio.
Su voz no salió, pero en sus labios pudo leer el "Lo siento." Y se volvió de nuevo hacia la ventana, a observar la lluvia que caía y se resbalaba por el vidrio donde su reflejo parecía apagado y triste. Él quiso decir que no tenía por qué disculparse, que no fue su culpa. Él fue el culpable. Pero tampoco le salían las palabras. Todavía tenía los dos aparatitos en las manos. Los volvió a mirar, con la esperanza de que en esos minutos las dos rayitas hubieran desaparecido, o que hubiera visto mal. Pero no. Parecían incluso estar más nítidas todavía. Sin saber que hacer, fue al baño a buscar las instrucciones. Leyó, comparó y volvió a leer, pero no había lugar a dudas, Demelza estaba embarazada.
No sentía nada.
La gente suele sentir algo cuando se entera de que está esperando un hijo ¿no es así? Pues ella no.
Estaba mintiendo.
Sí sentía algo. Sentía pánico, porque ella no quería tener un hijo. No estaba lista. Su vida no era lo suficientemente estable. No tenía un lugar propio, no tenía ahorros, no tenía marido ni novio. Y el hombre que volvía a entrar en ese momento a su habitación, estaba enamorado de otra mujer. ¡Judas! Eran prácticamente extraños. Hacía apenas dos meses que se conocían ¡¿y ella había quedado embarazada?!
Se sentía tan decepcionada de ella misma. Pensó que sería más inteligente, que no repetiría los mismos errores que sus padres, para eso había estudiado, para eso se esforzó durante tantos años. Para tener una vida mejor, y ahora por un error estúpido estaba arruinada. Dios… ¿Qué iba a decir su padre? ¿Cómo miraría a sus hermanos a los ojos? Ella, que siempre intentó dar el ejemplo, mostrarles que con estudio y trabajo duro se podía conseguir una vida mejor.
"Demelza…" – lo escuchó llamarla. Otra catarata de lágrimas se amontonaron en sus pestañas. ¿Qué estaría pensando? Seguramente la creería una estúpida. Una niña tonta e inexperta que no sabía cómo ser adulta. – "… ven. Siéntate un momento. Debemos hablar."
Demelza se secó las lágrimas. Más vale acabar con esto de una buena vez. Ross todavía no se había cambiado. Aún tenía puestos los zapatos de vestir y el pantalón negro. La camisa blanca estaba desabotonada hasta la mitad del pecho y fuera de los pantalones. Las mangas arremangadas hasta los codos. Su cabello negro caía en todas las direcciones. Se veía… preocupado. Serio, ¿enojado? Se veía increíblemente guapo.
"No tenemos que hacerlo. Ross… tú no tienes nada que ver en esto, no te preocupes. No será tu responsabilidad, puedo encargarme sola…"
"¿Qué? ¿Qué diablos estás diciendo? ¿Qué yo no tengo nada que ver?... ¡¿Acaso fue concebido por el espíritu santo o qué?!" – exclamó, levantando un poco la voz. Demelza se sorprendió por su arrebato.
"Quiero decir," – dijo con más énfasis ella también. – "que puedes quedarte tranquilo. No te pediré nada, puedes irte… yo me iré… no te tendrás que hacer cargo de nada."
Él la miró por un momento como si un alienígena hubiera bajado de su nave espacial y le estuviera hablando en lugar de ella.
"Gracias, pero no. Demelza, estás diciendo estupideces. Disculpa, pero es la verdad. Estás en shock. Yo estoy en shock. Debemos… no lo sé. Intentar tranquilizarnos y pensar con claridad que es lo que vamos a hacer..."
Ah. Claro, había una alternativa.
"Yo voy a decidir lo que voy a hacer."
"Por supuesto. Yo sólo… ¡por Dios santo!, Di. Lo siento. Lo siento." – Dijo. Se veía abatido. Sus dedos otra vez pasando a través de sus cabellos. Y ella no estaba enojada con él. Solo que, quería gritar. Quería seguir llorando.
"Lo lamento." – Dijo acercándose un paso hacia él. – "No quise… no sé. Todo me da vueltas."
"Lo sé. Es… una locura."
"¿Qué es lo que voy a hacer?" – su voz se quebró, y las estúpidas lágrimas cayeron de nuevo. ¿Eran sus hormonas? No. Era el llanto lógico por un error que ahora arruinaría su vida. En un instante estuvo rodeada por sus brazos de nuevo. La apretaba fuerte contra su pecho. Se sentía tibio, cómodo. Reconfortante. Y ella apoyó su mejilla en él, sintiendo como él a su vez apoyaba su mejilla sobre su cabeza.
Estuvieron así durante un rato, lo suficiente para que sus lágrimas cesaran, así como los espasmos de angustia.
Ross acariciaba su espalda, su mano en su cuello cuando dijo: "Sea lo que sea, lo haremos juntos."
"No, Ross. Tú no tienes que…" – comenzó otra vez, levantando sus ojos hacia su rostro.
"Shhh… Tengo que. Esto nos está pasando a los dos. Es mi responsabilidad también, fui yo quien…" – quien te despertó a mitad de la noche porque estaba desesperado por hacer el amor contigo. – "Sé lo que intentas hacer, pero no tienes por qué hacerlo. No me iré a ningún lado, estamos en esto juntos."
Demelza frunció los labios. Podía ver que quería protestar, pero se contuvo. En vez de eso volvió a hundir su rostro en su cuello y él volvió a abrazarla, besando su cabeza sobre sus cabellos. Un escalofrío que no supieron donde comenzó los recorrió a ambos.
Cuando abrió los ojos, no solo Ross la rodeaba, sino que ella tenía los brazos alrededor de su cintura también.
"Oh…" – murmuró despegándose de él, su mejilla había quedado marcada por la costura de la camisa en su hombro, tan apretada a él estaba. – "Creo – creo que iré a dar una vuelta para despejarme un poco." – Dijo.
"Llueve a cántaros, Demelza."
Cierto.
"¿Porqué no vamos a descansar ya? Ha sido un día muy largo, no podemos hacer mucho más ahora. Tratemos de despejar nuestra mente para pensar con más claridad." – Sugirió. Aunque no había mucho que pensar, ¿verdad?
"Uhmmm… supongo. Tienes razón, no hay nada que podamos hacer esta noche." - ella estuvo de acuerdo. Una serie de imágenes de que otras cosas podían hacer esa noche pasaron por su cabeza, pero Ross las dejó ir. Pero Demelza lo miró de cierta forma, como si ella las hubiera visto también. Pestañó, varias veces. Se alejó más de él, dejándolo sin saber muy bien que hacer en medio de su habitación, y trepó a la cama así como estaba. Con su conjunto de jogging gris. Se metió bajo las sábanas y se sentó sobre el respaldo. - "Aunque no creo que vaya a poder dormir." - agregó.
"Yo tampoco."
Desesperada por pensar en otra cosa, por llenar el silencio con algo más que no fuera lo que estaba sucediendo, dijo:
"... Me cayó muy bien tu tía. ¡Judas! Parece que eso hubiera sucedido años atrás..."
Ross sonrió, pasándose los dedos por el pelo otra vez, un claro tic nervioso, se sentó en los pies de la cama también.
"Como en otra vida. Gracias por acompañarme...? Creo. De verdad le diste un final espectacular a la noche." - Rio. A ella también le causó gracia la forma en que lo dijo.
Como siempre con Demelza, aun en los momentos mas incómodos - y este estaba en la cima de momentos incómodos - de alguna manera siempre encontraban la manera de sacarse una sonrisa. Él estaba aterrado, no entiendan mal, pero como ella también necesitaba despejar la cabeza, pensar momentáneamente en otra cosa, necesitaba compañía. Porque sino ¿con quién iba a hablar? ¿Iba a llamar a George para hablar de algo tan serio? ¿A su prima? Podría, si no fuera la jefa de Demelza. No, no había nadie, solo Demelza.
"Estuviste increíble con ella, le caíste muy bien también."
"¿Tú crees? Me dio mucha ternura, como una abuelita. Nunca tuve una..."
"Oh, no le vayas a decir abuela a la tía Agatha o te arrancará la cabeza. Los pétalos, mejor dicho. Pimpollo." - dijo mientras ella se hundía entre las mantas y acomodaba la cabeza sobre la almohada.
"¿Cómo te llamaba a ti?" - preguntó casi con los ojos cerrados.
Ross pensó por un momento. "Una vez la escuché llamarme el Poldark oscuro. No hablaba conmigo, se estaba refiriendo a nosotros. A Francis lo llamó el Poldark rubio, claro. A mi el morocho, pero no sé de que estaba hablando..."
Demelza ya se había dormido. Sería bueno para ella, tendrían decisiones muy importantes que tomar en los siguientes días. Él le había dicho que estaban juntos en esto, pero sabía que la decisión final la tenía ella. Y él la aceptaría, sea cual fuera.
Cuando sintió que algo tiraba de él estaba en medio de un sueño. Cabellos rojos, viento en la cara. Risas, risas de niños. Un beso en su mejilla, dedos entrelazados con los suyos. Mar. Una mano pequeña en suya. - "Metete debajo de las mantas." - susurró alguien.
Cuando se despertó, el sol del amanecer entraba por la ventana, ya no llovía. Estaba en la cama de Demelza, escondido bajo las sábanas. Se sentó de golpe. Confundido por un momento. ¿Había sido todo un sueño?
Frotándose los ojos, se dirigió al ruido proveniente de la cocina. Demelza le daba la espalda. Aun tenía puesta la misma ropa con la que se había quedado dormida. Estaba preparando el desayuno, cocinando algo en la plancha. Su celular estaba sobre la mesada, Robbie Williamas cantaba una balada. Se veía cómo la asombrosa chica que lo había rescatado aquella noche en la fiesta de cumpleaños de Verity. Autosuficiente, completa. Fuerte y radiante. Lo sorprendió, sintió algo en su garganta y en su pecho cuando ella se dio cuenta que la observaba.
"Hola."
"Buen día."
"Tu café ya está listo." - dijo señalando la cafetera - "¿Quieres un omelette?"
"Uhmmm..." - Una respuesta irónica vino a su mente, algo acerca de antojos y ¿que hacía preparando omelettes a esa hora de la mañana cuando nunca lo había hecho antes?, pero en vez de eso preguntó: "¿Hay alguna chance que lo que sucedió anoche haya sido un sueño?"
"Una pesadilla, quieres decir. Nah. Todavía estoy embarazada. ¡Oh! Y me di cuenta de algo. De que no soy la mujer moderna que creía ser. Estoy a favor de la interrupción del embarazo, hasta fui a manifestaciones. El derecho de la mujer a elegir y todo eso. ¡Creo en eso! Con todo mi corazón... pero no puedo hacerlo. Solo… no puedo. Entonces..."
"Vamos a tener un bebé." – sentenció él.
"Eso parece."
"Si quiero un omelette, por favor."
