Capítulo 31
Era como despertar en otro mundo. Ese primer día, y los días que siguieron. En su mundo, lleno de caricias, mimos y sonrisas. Un mundo que no sabía que existía. Había tenido la oportunidad de echar un vistazo, semanas atrás, antes de que su relación entrara en ese limbo de confusión que solo el sexo puede generar, pero este era otro nivel de confianza.
Cada mañana después de esa otra "primera noche", Ross se despertaba por el suave roce de un par de labios en su mejilla o en su mandíbula. Al principio, pretendía estar dormido para que ella siguiera dejando rastros de besos en su rostro, pero Demelza pronto aprendió a darse cuenta cuando estaba despierto por el cambio en su respiración. Ah, pero cuando estaba despierto las cosas se ponían más interesantes aún porque ella movía sus labios a su cuello. Besando, acariciando, oliendo y a veces hasta mordisqueando mientras sus dedos se movían con pereza sobre su abdomen y su pecho, hasta que él no podía contenerse más y soltaba una risa. En voz alta. Era raro despertarse con una carcajada. En serio, piénsenlo. Despertarse y antes de decir nada, ni siquiera buenos días, ya te estás riendo. Al menos a él eso nunca le había sucedido.
Ya sabía que Demelza era una persona naturalmente cariñosa, la sorpresa fue descubrir que él también lo era. Ross estaba tratando de verdad no pensar en Elizabeth, pero para esta clase de revelación no tenía otra forma de comparar. No pensaba en ella específicamente. Pensaba en él, más joven, enamorado. Había sido siempre así, ¿verdad? Tenía que haber sido. ¿O era solo Demelza que despertaba en él una ternura que no había experimentado antes?
¿Estaba exagerando? ¿Las puntas de sus dedos picaban por rodearla por la cintura mientras preparaba el desayuno solo porque hacía tanto tiempo que no salía con nadie? Podría ser. Y no es que hubieran salido. La había invitado a cenar de nuevo, pero Demelza tenía mucho trabajo, y no quería dormirse tarde durante la semana – eso era una mentira, porque se habían dormido tarde durante toda la semana de todas formas. Pero Ross le tenía una sorpresa para ese día…
Pero volviendo a lo que pensaba antes, no era algo que ocurría solo por su parte. Ella también había vuelto a ser la de antes. Le había costado al principio, es justo decir. Después del primer beso detrás de la oreja la primera mañana, ella había exclamado un "¡Judas!" y había puesto los ojos en blanco. Pero llegado este día ella ya lo esperaba. Una mano sobre las suyas y giraba su rostro para recibir su beso de buenos días. Que era como el quinto beso de buenos días a esa altura. Pero, el punto es, que cada vez que volvía del trabajo ella lo recibía con una sonrisa. Con sus labios listos y sus brazos preparados para abrazarlo, sus dedos masajeando su cabeza entre sus cabellos mientras él bebía algo y hablaban de su día. Sí, probable era muy pronto para sentirse tan cómodo, pero de verdad se sentía así. ¿El embarazo? Pues no habían hablado mucho sobre eso. Demelza tenía turno la semana siguiente con la ginecóloga, y no se habían dicho mucho más. Ross se daba cuenta que todavía no había asimilado del todo la situación. Lo notaba por las noches cuando, besando su cuerpo desnudo, se detenía un momento sobre su abdomen y Demelza tiraba o empujaba de él. Hacia el norte o hacia el sur, pero no lo dejaba quedarse mucho tiempo en su vientre. Sólo habían pasado unos días, él no había tenido mucho tiempo de reflexionar en ello tampoco, solo sabía que la idea de ser padre, al contrario de lo que hubiera podido imaginar, no le desagradaba. Lo entusiasmaba incluso. Y estaba seguro de que cuando Demelza terminara de asimilarlo, estaría feliz y sería una gran madre.
Ahora, sobre esa noche. Pasado el mediodía le envió un mensaje.
"Saqué entradas para el teatro."
"¿Qué? ¿Para cuándo?" - respondió ella de inmediato.
"Para hoy. Te paso a buscar a las seis."
"¡Para hoy! Pero tengo que volver a casa a cambiarme."
"Te veías estupenda como saliste esta mañana."
Demelza sonrió a la pantalla de su teléfono. Mary la miró de reojo y sonrió también, esa semana su jefa se veía muy contenta.
"¿Y qué vamos a ver?"
"Moulin Rouge."
Su respuesta fueron varios emojis sorprendidos. Eligió ese musical en particular porque unas semanas atrás Ross había llegado al departamento y la había encontrado sentada en el sillón mirando la película. Después había tarareado las canciones un día entero, le había dicho que le encantaba es película: "Es la mejor película de Nicole Kidman."
Pues, Nicole no estaba en la obra de teatro por supuesto, pero a Demelza le encantó de todas formas. Cantó cada canción, aplaudió eufórica, bailó en su asiento y hasta lloró cuando Toulouse-Lautrec interpretó las notas de 'Nature Boy' - "Es de David Bowie." - había susurrado en su oído. Y él había disfrutado la obra también, lo que era un plus, ya que los musicales no le llamaban particularmente la atención.
Demelza se prendió del hueco ofrecido de su brazo cuando salieron a la noche londinense, sonriendo y describiendo entusiasmada las partes que más le habían gustado.
"Yo pago por la cena. Tú eliges."
"Mmmm..." - Bueno, en realidad ya era tarde, así que terminaron por comer en uno de los carritos de comida que estaban desparramados por la ciudad. Él comió una hamburguesa, y ella un sándwich vegetariano. Entre los dos compartieron un waffle, de esos que vienen enrollados en un cono, con mucha crema y frutillas y un baño de chocolate. Aunque él dejó que ella comiera la mayor parte, haciendo gestos de satisfacción y gemidos de placer que lo hacían urgir volver a casa.
Ahhh… sí. Cambios se habían producido en ese ámbito también. Bueno, no sabía si cambios era la palabra correcta, más bien, descubrimientos. Cada noche era como la búsqueda de un tesoro en el que él se aventuraba en los relieves de su cuerpo. Explorando cada curva, tocando cada valle, besando, lamiendo, sonriendo y jugueteando hasta encontrar las más grande de las riquezas. Y ella parecía tan anhelante como él. No hubo más dudas ni vacilaciones, no más que una sonrisa cómplice cuando él se presentó en la puerta de su habitación sin ser invitado. O sí estaba invitado, solo que ya no era con palabras textuales. Había dormido allí toda la semana, los dos perdidos en el calor del otro, abrazándose, hablando, riendo y haciendo el amor claro está.
En sus aventuras había descubierto a una sirena. Una mujer algo tímida que se convertía en una diosa sexual en la cama. Ella se rio con ganas cuando la llamó así. Le decía que no tenía mucha experiencia, que sus anteriores relaciones siempre fueron algo conservadoras, pero eso no quitaba que ella tuviera fantasías. Lo había susurrado en la oscuridad y debajo de las sábanas, y por Dios Santo, él quería hacer realidad cada una de esas fantasías. Tendrían tiempo. El resto de sus vidas probablemente, pensó. Y la idea no le disgustó en lo más mínimo.
Demelza entró en su habitación esa noche luciendo como si le perteneciera. No porque se pavoneara como una mujer sensual a propósito, si no porque tenía la seguridad de que él la deseaba. Ella había reclamado algo suyo, y ahora él tenía la oportunidad de tocarla de la manera más íntima, de saber que estarían juntos otra vez. Era una sensación poderosa, para él y para ella también. La notaba más segura, más tranquila, y estaba satisfecho de que fuera por él. Ella lo asombraba.
"Pensé que podríamos dormir aquí esta noche." – Dijo con una dulzura que era tierna e increíblemente sexy al mismo tiempo. Se sentó en la cama y pasó los dedos por las sábanas. Lo dejaba sin aliento.
"¿Dormir?" – Preguntó él descaradamente. Era viernes, y no tenían ningún apuro por levantarse temprano al día siguiente.
Demelza torció la cabeza, frunciendo los labios para evitar reírse pero no podía hacer nada respecto al exquisito rubor que coloreó sus mejillas. Se acomodó mejor sobre la cama, apoyando sus palmas sobre el colchón detrás de ella, como diciendo ven y tómame.
Y sí, lo haría. Vaya que iba a hacerlo.
"Déjame hacer eso." - dijo, cerrando la distancia entre ellos y corriendo su mano de los botones en su cuello. Esa mañana la había visto salir con un vestido negro y que se prendía extrañamente en los hombros y ahora él abrió un par de botones, exponiendo su piel desnuda. -"Déjame desvestirte."
Ross se inclinó hacia ella, le dio un beso, imprimiendo sus labios en su suave piel pecosa con aroma a vainilla. Ella murmuró y suspiró mientras sus manos se entrelazaron en su cabello. Ross se arrodilló ante ella, los botones en ambos hombros desprendidos y comenzó a tirar el escote del vestido hacia abajo. Revelando más piel. Viajó a lo largo de su clavícula, mordiéndola ligeramente con los dientes y luego besando la delicada columna de su garganta. Ella estiró su cuello, exponiendo más de su piel para él. La besó en la oreja, le mordió el lóbulo y susurró: "Esto se siente como un sueño."
Su mano se enroscó alrededor de su cabeza. "Todo es real, Ross. Te lo aseguro."
"Tan real." – repitió mientras rozaba sus labios con los de ella. - "¿Crees que existió algún momento en que esto no hubiera sido posible? En qué tuviéramos la oportunidad de resistirnos…"
"No para mí, lo juro." – respondió ella sin aliento. – "Pero lo intenté, Ross. De verdad. No era así como yo quería…"
"Shhh… lo sé. Lo sé, princesa." – la detuvo antes de que comenzara un pequeño ataque de ansiedad. Había aprendido a conocerlos en el tiempo en que habían vividos juntos, y en ese momento no quería que pensara en ellos. Quería que se enfocara en lo que estaban haciendo.
Deslizó la tela más abajo, hasta que se frenó sobre su pecho, como si se resistiera a seguir bajando.
"Tiene un cierre…" – murmuró ella levantando un brazo, enseñándole una cremallera al costado. Él frunció el entrecejo. – "Pensé que te gustaba este vestido."
"Me gusta. Solo es un poco complicado…" —dijo mientras deslizaba los dientes de metal. – "Y tal vez yo estoy algo apresurado porque quiero estar contigo."
Demelza se estremeció, y su respiración entrecortada le pareció el sonido más dulce. No necesitaban música. No necesitaba ruido. Solo quería escucharla a ella: sus jadeos, su voz, sus suspiros, mezclándose con el estruendo lejano de una noche de la ciudad de Londres.
"Yo también." – dijo ella, su aliento flotando sobre él. "No tienes idea, Ross."
"No. Tengo todas las ideas." - Todo su cuerpo ardía de deseo por ella. Sus huesos vibraban con la necesidad de tocarla, tomarla, tenerla. Estar lo más cerca posible de esa mujer.
Ross hundió su boca en la de ella, aplastando sus labios en un beso. Sus venas se llenaron de electricidad por la forma en que se conectaron. Mientras la besaba con fuerza, tiró de su vestido hasta la cintura, las caderas y luego hacia abajo por las piernas. Apenas rompió el beso cuando ella se retorció para quitarse el resto de la ropa. Debajo del vestido, llevaba puestas unas medias largas gruesas que protegían sus piernas del frío. Ese día llevaba botas, pero se las había quitado apenas entró en el departamento. Solo en ropa interior, comenzó a recorrer con sus dedos su camisa, agarrando los botones, desabrochándolos en un frenesí. Pronto, abrió la tela, pasando sus manos por su pecho, sobre el tatuaje. Ross se quedó quieto por un momento, y se miraron a los ojos. Demelza movió su mano de sobre su corazón, eso era lo que quería sentir, pero pronto sus dedos se movieron a otro lugar y él la extrañó inmediatamente. Quería que lo tocara allí, que sintiera el latir de su corazón. Pero sus manos continuaron el recorrido en otra dirección sobre su piel desnuda. Lo seguía tocando. Quería que le hiciera el amor, y lo haría. Iba a quitarle el resto de la ropa, acostarla desnuda en su cama y se deslizaría dentro de ella…
Mierda.
Se quitó los zapatos al mismo tiempo que se desabrochó los pantalones, haciendo equilibrio. Demelza tuvo que sostenerlo por un momento riendo. Cuando se los quitó, los tiró en algún lugar del suelo sin ningún cuidado.
Ella exhaló con fuerza mientras miraba sus calzoncillos y el contorno de su erección. Sus ojos se agrandaron, luciendo algo confusos por la lujuria. Bien. Le encantaba la forma en que ella lo miraba. La forma en que se lamía los labios. Sus ojos brillaban con deseo, y la mirada en ellos lo endureció aún más.
Demelza extendió su mano y la presionó contra su pene. Ross gimió.
"Mierda, Di." — murmuró mientras ella frotaba su palma contra él. Su caricia era algo fuera de este mundo. Se balanceó en su mano durante unos segundos. Luego dio un paso atrás, observando lo absolutamente impresionante que era vestida solo con un sostén oscuro y unas bragas de encaje a juego que le quitaría en segundos. - "Te ves hermosa toda en ese encaje negro, pero me muero por verte en absolutamente nada."
Ella le pasó las manos por el pecho y susurró: "Desnúdame."
Así lo hizo, desabrochándole el sostén, quitándole las bragas y luego admirando su belleza desnuda. Toda esa piel cremosa, esos hermosos senos, su suave vientre, sus caderas, y luego, mientras se hundía en su cama, entre sus piernas, donde quería pasar el resto de la noche.
Ross se quitó los bóxers y se subió encima de ella, piel caliente contra piel caliente. Ella gimió y se arqueó hacia él, y podría deslizarse dentro de ella en ese mismo instante. Pero la quería salvaje. La quería fuera de si de placer. Quería hacer realidad sus más secretos deseos. Recorrió su hermoso cuerpo, besó sus senos, rápidamente su vientre, su cintura. Ella levantó las rodillas y las dejó caer abiertas.
Una reverencia alimentada por la lujuria pasó a través de su cuerpo mientras pasaba sus manos debajo de sus muslos, la abrió más y enterró su cara entre sus piernas.
Ella gimió en el segundo en que su lengua tocó su dulce centro. Sus ojos rodando hacia atrás en su cabeza. Tenía un sabor exquisito y era suya. Toda suya. Mientras besaba y lamía su humedad, sus dedos se enredaron en su cabello y ella se movió con él, sus caderas balanceándose hacia arriba, su espalda arqueándose.
Un gemido roto escapó de sus labios, luego una súplica.
"Más, por favor. Judas, más."
Era tan bueno.
Oh Dios, era asombroso.
Sus palabras lo encendieron más mientras la devoraba. Pronto, se volvió más salvaje, frenético, sus dedos agarraron su cráneo mientras se apretaba contra su lengua. Ella estaba sobre él, su calor líquido en su barbilla, sus labios, su mandíbula, y le encantaba estar cubierto por ella.
Casi tanto como amaba la forma en que sus manos se enroscaban con más fuerza en su cabello, y ella gritó, empujándolo dentro de ella, gimiendo, jadeando, llamando su nombre mientras se corría en sus labios, luego se derrumbó sobre la cama.
Ross se arrastró por encima de su cuerpo, dejando besos en su piel a medida que avanzaba. Alcanzó su rostro y ella lo acercó, presionando sus labios contra los suyos. Sin romper el beso, abrió los ojos un momento. Luego se separó un poco, sus labios tentadores quedando en el aire esperando por él. La miró fijamente, toda cálida y resplandeciente en su cama, su salvaje cabello colorado desparramado, sus ojos brillando, y se quedó anonadado. Estaba allí en su casa con esa mujer maravillosa a la que quería. Y ella lo quería también.
¿Acaso había tenido un golpe de suerte?
Ella pasó sus brazos alrededor de su cuello. "Ahora." – suplicó.
"Tan mandona." – Bromeó él, mientras frotaba la cabeza de su miembro contra su humedad.
Santo infierno. Se sentía increíble, y luego elevó esa sensación a celestial empujando dentro de ella. Sus labios se separaron y gimió suavemente mientras la llenaba. Cuando estuvo completamente acurrucado dentro de ella, le agarró la nuca y acerco su cara a la suya.
"Hola, Míster Ross." - susurró.
"Hola, princesa." — respondió él porque, bueno, Míster Ross no podía contestarle. Pero sí podía empezar a moverse. Acariciando su interior, luego arrastrándose hacia atrás, dejándola sentir la fricción.
"Te sientes increíble." - murmuró, y nunca le quitó los ojos de encima. Era tan abierta, tan vulnerable, tan jodidamente honesta.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras asimilaba todo eso. Su intensa conexión. La oscuridad de la noche. Esa mujer en su cama.
"¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me encanta hacer que te corras?" – le susurró en su oído mientras empujaba.
Ella respondió con una sonrisa. "No. Dime." — murmuró.
Ross bajó hasta apoyarse en los codos y ella pasó las uñas por sus brazos y sus bíceps, apretándolos.
Empujó más profundo en ella, saboreando el calor húmedo, la sensación cómoda, la tensión en ella mientras lo rodeaba con todo lo que le era posible. "Es mi nuevo pasatiempo favorito. Darte orgasmos." —dijo con un gemido.
"Judas…"
Clavó sus uñas en sus brazos y se arqueó hacia arriba, su espalda levantándose fuera de la cama. "¡Oh, Judas!" - gimió, sus ojos se cerraron. "Y eres tan bueno en eso."
"¿De verdad? Porque me encantas, Di. Porque eres tan hermosa. Porque me encanta saborearte." — le dijo con voz áspera al oído. Hizo un círculo con sus caderas y se enterró más en ella. Su tono se elevó mientras gemía. - "Porque me encanta hacerte sentir así. Quiero que estés contenta y que estés conmigo." - agregó, continuando con su oda al placer mientras la follaba. Ella se movió más rápido, igualándolo empuje por empuje, embiste por embiste. Seguía su ritmo, luego empujó aún más sus caderas, subiendo la marcha, más fuerte y más rápido. Su respiración se volvió más fuerte y salvaje, sus piernas lo envolvían y sus talones presionaban en la base de su espalda.
"Oh, Judas." – gimió ella.
Presionó sus labios en su cuello, pasando sus manos por su cabello, su pecho contra el suyo, su piel desnuda tocándose. — "Quiero que seas feliz conmigo…" — gimió Ross, y ella se levantó, apretándose contra él. Arqueándose, buscando.
Su boca se abrió y se quedó en silencio al principio, pero luego gritó hermosamente fuerte, mientras se deshacía debajo de suyo, retorciéndose, gimiendo y rompiéndose en mil pedazos.
Su propio placer no estaba muy lejos. Estaba al alcance de su mano mientras observaba cómo el clímax se movía a través de ella. Se le cortó el aliento. Su rostro se contrajo. Sus jadeos se convirtieron en gemidos delirantes.
Eso era todo lo que necesitaba. Ella era todo lo que necesitaba. La siguió a su propio éxtasis, y nunca fue mejor que con ella.
Mientras Ross envolvía su brazo alrededor de ella un rato más tarde, ella susurró: "Fue la mejor primera cita que jamás haya tenido, Ross."
"¿Eso es lo que fue? ¿No tuvimos una primera cita ya antes?"
Su corazón latía rápido en su pecho, dando saltos de tanto en tanto cuando él se inclinaba para besar su frente o para rozar su nariz en su mejilla. Tenía las sábanas enrolladas sobre su pecho y su brazo encima. Pero sus piernas jugaban desnudas bajo las mantas. Después de todos estos meses de luchar contra sus sentimientos, ya no quería ocultarlos. No era ciega. No era estúpida, bueno, no tanto. Conocía el motivo porque esto se había dado así. Pero no podía evitarlo, no quería. No cuando él le decía cosas como las que había susurrado entre gemidos hacía un rato. Tal vez él nunca le hablaría de amor, ¿pero que hay todo lo demás? ¿Y esa felicidad en su corazón cuando estaba con él que le hacía perder el miedo a todo? Era más fuerte que todas las demás advertencias. Demelza sacudió la cabeza y se volvió para mirarlo a los ojos. "No. Hoy fue la primera."
"Muy bien. La primera de muchas... ¿Qué?" - preguntó cuando ella se mordió el labio. Sabía que quería decir algo y se lo estaba guardando. ¿Cómo es que ya sabía tanto acerca de ella?
"Tú no tienes citas. Tú conoces a chicas en pubs para pasar la noche y nada más. ¿No vas a extrañar eso?" - preguntó. Ross se acomodó sobre la almohada para mirarla mejor.
"No, no voy a extrañarlo. Me parece que esto es mejor."
"Oh... entonces, supongo que vamos a hacerlo, ¿no es así?"
"No estoy seguro de cómo decirte esto, Demelza," - comenzó inexpresivo. - "pero ya lo hemos hecho. De hecho, hemos tenido sexo durante toda la semana. Y... creo que tu puedes que ya estés un poco, ejem, embarazada."
"¡Judas! Sabes a lo que me refiero." - Demelza dio un empujón a su pecho. ¿He mencionado que Ross tiene un cuerpo fantástico? En caso de que no lo haya hecho, lo diré de nuevo. El hombre es moreno, fuerte y musculoso. Sus brazos son dignos de un santuario. Sus abdominales son absolutamente irresistibles. Y su trasero merece un premio a la firmeza. Y lo mejor era que era su mejor amigo y ahora... Ross pasó su nariz por su cabello, inhalando su perfume. Ella se estremeció. "Lo que quiero decir es..."
"Continúa..."
"Me distraes..." - dijo casi sin aliento.
La luz de la luna atravesaba las ventanas de su habitación, las cortinas estaban abiertas, arrojando un brillo plateado sobre las sábanas. - "Lo digo en serio. ¿A dónde vamos desde aquí?"
Pasó una mano suavemente por su cabello. "¿A donde quieres ir? Yo pensaba que podríamos ir a Cornwall, a visitar a tu familia. Creo que me debes presentar a tu padre y a tus hermanos."
"¿Presentarte como qué? Papá, este es Ross. Su excelente flujo de espermatozoides me dejó embarazada la primera vez que dormimos juntos."
Ross le dio una patadita con una pierna.
"Chistosa. No, deberías presentarme como tu pareja, tu novio. Así no se sorprenderá tanto cuando en unos meses se entere que va a ser abuelo."
"Ahhh... ¿así que eso es lo que somos? ¿Una pareja? Creo que Verity me dará otro ascenso por eso..."
"¿No quieres? ¿Ser mi... novia?" -
Su corazón dio otro salto, hizo una pirueta y se puso a cantar. Estaba asustada, sí. Todavía le costaba creer que fuera a tener un bebé, aun no estaba segura de como haría para lidiar con eso. Pero como le había dicho, no se quería perder más oportunidades. Jamás podría saber si al final esto que había entre ellos hubiera ocurrido de todos modos, si él le ofrecía esto solo porque esperaba su hijo. Quería creer que no, pero no era relevante entonces. Ross le hacía olvidar sus miedos, le traía alegría, y no solo entre las sábanas. Él hacía que sus días fueran más felices. Lo había hecho desde que se conocieron, y no porque llenara un vacío en su vida. No era porque hubiera tenido una infancia infeliz o un mal padre, ella tuvo una buena infancia y un buen padre que hizo lo mejor que pudo dada las circunstancias y la quería. Tampoco era porque tuviera un historial de ex novios que la trataron mal. No tenía nada de eso en su historia de vida. No era mercancía dañada. Era una mujer joven que amaba a su familia y que amaba su vida. Ross no llenaba un vacío. Él enriquecía su vida y la iba a acompañar en ese nuevo camino en el que no quería estar sola.
Ross acarició su cuello. "Sí, Ross. Quiero ser tu novia. Espero que tu quieras ser el mío."
"Sí que quiero, princesa." - No pudo evitar sonreír. - "Es un nuevo comienzo. Otro más, y pronto habrá uno nuevo." - dijo dulcemente, pasando sus dedos por sus costillas y su abdomen sobre las mantas, mientras ella daba pequeños besos sobre sus labios. - "Así que... podemos dormir todo lo que queramos y salir mañana al mediodía, darle una sorpresa a tu padre..."
"Mmmm... Deberíamos salir temprano, sino perderíamos todo el día."
"Es muy tarde ya para madrugar..."
"Y, además, pensaba que podíamos quedarnos el fin de semana en casa. Ya sabes, viendo alguna película, comiendo... en la cama... haciendo el amor..."
"Señorita Demelza Carne ¿desde cuándo es usted tan atrevida?... Me gusta mucho más tu idea." - dijo, rodeando su cuerpo con su brazo y besándola de nuevo.
