Capítulo 38
¿Se puede morir de tristeza?
Así se sentía. Aunque la doctora le había dicho que no, no se iba a morir. Le había dicho "Vas a estar bien, Demelza. Físicamente, te vas a recuperar por completo en tan solo unos días. Anímicamente, quizás lleve más tiempo. Pero en cuanto te sientas con fuerza intenta volver a tu rutina habitual. Despejar la mente. Un período de duelo es algo normal, y en todas las mujeres es distinto." – Luego había continuado por un rato más, explicándole que las pérdidas de embarazos durante el primer trimestre eran más habituales de lo que la gente se imaginaba. Que, si todo iba bien, en un par de semanas fuera a verla de nuevo para hacer un chequeo general. Que iba a necesitar apoyo y contención. Esto último lo dijo dirigido al hombre que estaba de pie junto a ella.
Demelza se había quedado prendida a la frase "si todo iba bien". Nada iba bien, había perdido a su bebé.
Así como se había debatido con el concepto de que iba a tener un hijo, de repente la idea de no tenerlo era mucho peor. Como si la hubieran operado a corazón abierto sin anestesia. Le parecía estar gritando con todas sus fuerzas, tenía la garganta seca, le dolía el pecho, se sentía sudar, pero todo lo que había hecho fue estar acostada en la cama de una clínica durante casi dos días. La dejaron en observación para descartar el riesgo de alguna infección luego de una pequeña intervención. Ella no había sentido nada, solo frío.
Ross estuvo a su lado todo el tiempo. No dejó la habitación ni por un minuto mientras ella estaba despierta. Aunque prefería dormir, en los sueños no había dolor. Pero cada vez que se despertaba sobresaltada, Ross apretaba su mano, acariciaba su frente. Repetía una y otra vez, "Tranquila, cariño. Todo va a estar bien."
Era justo decir que no había registrado mucho más en él que eso en esos días. La herida que se había abierto, lo había lastimado a él también de una forma profunda. Quizás menos visible que en ella, pero estaba allí. Y saldría a la superficie mucho tiempo después.
Cuando volvió a abrir los ojos, estaban volviendo al departamento. No recordaba cómo había llegado allí. No sé acordaba que Ross la había sostenido todo el camino hasta el auto, ni que la había ayudado a sentarse y le había abrochado el cinturón de seguridad. Ahora él abría la puerta en su piso. Ella podía caminar, solo que estaba como adormecida. Como flotando en un sueño, o en una pesadilla. La sala parecía sin vida, vacía. Ross encendió la luz, su sofá que siempre resaltaba apenas entraba, parecía gris. Todo estaba gris. Demelza se arrastró sosteniéndose de la pared hasta su habitación y se trepó a la cama. Se hizo un bollito sobre las mantas, y se durmió.
Ross escuchó sonar su teléfono. Estaba sentado en la cama junto a Demelza que dormía. La había arropado, aún se veía algo pálida. Su cabello siempre de un color tan vibrante, se veía opaco. Una lágrima había caído por su mejilla, humedeciéndola. Estaba llorando dormida. Le hacía pedazos el corazón. El celular continuaba llamando, lo había dejado en la sala. A regañadientes, se levantó. Asegurándose de que continuaba dormida, cerró la puerta tras él para no molestarla.
Era Verity. Quería saber como estaba Demelza.
Su prima lo había llamado esa primera tarde porque no podía contactarse con Demelza y Mary le había dicho que se había ido temprano de la oficina, descompuesta. Ella estaba reunida con unos clientes fuera de la oficina. Apenas le contestó, supo que algo no andaba bien. Ross le contó. Sobre ellos, sobre el embarazo. Sobre lo que había sucedido. "¡Oh, Ross!" - creyó escuchar que lloraba. Le preguntó si podía hacer algo, Ross le preguntó si podía ir al departamento a buscar un bolso con ropa para Demelza, alguno de sus pijamas, y algo cómodo para cuando le dieran el alta y algo para él también. No se pensaba mover de su lado. Las dos veces que Verity fue al hospital, una para buscar la llave y otra a dejar el bolso, Demelza estaba durmiendo.
"Pobrecita. Oh, Ross…" – su prima había sollozado de nuevo y lo había abrazado. A él le temblaron las rodillas. – "Yo no sabía… Creía que había algo entre ustedes, pero…"
"A ella todavía le costaba aceptar la idea. A los dos, en realidad. Era algo reciente. No sé… no sé si es buena idea que ella sepa que te dije. Todavía no hablamos…"
"Por supuesto, Ross. Si ella no me dice, yo no preguntaré. ¿Caroline lo sabe?"
"No. Nadie lo sabía."
Ahora Verity llamaba otra vez para preguntarle como seguía, si ya habían regresado a casa.
"Sí. Pero… pero no sé cómo está. No dijo una palabra y se durmió apenas llegó."
"Dale tiempo, quédate junto a ella."
"Por supuesto. No me moveré de aquí."
"¿Y el trabajo?"
"Me pedí unos días y ya comienza el receso por las fiestas. Tenía que estar de guardia pero mi jefe, él comprendió…"
"Claro que sí, Ross. ¿Quieres que vaya? Me gustaría ir a verla."
Ross dudó un momento. "Creo que todavía no, Ver. No creo que Demelza quiera ver a nadie, y recuerda que no sabe que te dije."
"Por supuesto, no te preocupes, primo. Si ella no quiere, no diré que lo sé. Escucha, Caroline me envió un mensaje preguntando por Demelza porque le estuvo enviando mensajes y ella no le contesta. Yo le dije que estaba ocupada con trabajo y en reuniones, pero no sé. ¿Crees que debo decirle?"
"No. Creo que no le había dicho nada a Caroline de lo nuestro todavía. Cuando se despierte le preguntare que quiere hacer ¿sí? Mientras, si hablas con ella de nuevo, dile que todo está bien."
"Lo haré. Llámame si hay alguna novedad, o solo llámame. Si quieres hablar."
A Ross se le hizo un nudo en la garganta, no pudo despedirse.
La noche llegó y Demelza seguía durmiendo. Toda la tarde Ross estuvo sentado a su lado, sobre la cama o en la silla del escritorio. Las lágrimas no salían, se acumulaban dentro. ¿Cómo podía haber sucedido esto? Oh, entendió lo que la doctora les había dicho, la razón médica. Que básicamente era que no había razón médica. Era tan difícil de comprender. Que iba a tener un hijo, eso había sido sencillo. En tan poco tiempo la idea había prendido en él. Algo que nunca siquiera había imaginado pero que lo había llenado de esperanza. Esperanza en el futuro, en ese futuro que hasta hacía meses atrás estaba vacío, destruido. Y ahora, cuando se había atrevido a ilusionarse, el destino lo golpeaba de nuevo. Y la idea de no tener a ese hijo que no esperaba, de repente se le hacía intolerable. Pero tenía que luchar contra ese sentimiento. Tenía que hacerlo por Demelza. Ella lo necesitaba, debía ser fuerte por ella.
Casi a medianoche Ross sacudió con delicadeza su hombro. Susurró su nombre, corrió los mechones de pelo colorado que habían caído sobre su rostro.
"Di, cariño, debes comer algo." – Murmuró. Demelza encogió los hombros y giró su rostro para esconderse en la almohada. – "Demelza…"
"No quiero, no tengo hambre." – su voz tan baja que apenas la escuchó.
"Por favor, cariño. Come algo, solo un poco. Por mí."
Ross permaneció junto a ella rozando su cabello y acariciando su espalda por sobre la manta. Tardó un rato en abrir los ojos.
No había sido una pesadilla, era real. Su primer instinto al despertar fue llevar la mano a su abdomen, pero se detuvo. Ross, al ver que estaba despierta se apresuró a acomodar las almohadas en el respaldo. Lentamente, ella se sentó. Se sentía… extraña. No tenía ningún dolor, solo que le parecía como una experiencia extracorporal, como si ella no estuviera realmente allí. Miró alrededor, la habitación estaba a media luz, solo un velador encendido. Todo estaba como lo había dejado ¿hace cuantos días? ¿Solo dos? Parecía que hubiera sido otra vida. Ross estaba con una pierna arrodillada sobre la cama, ayudándole a terminar de acomodarse. Vio su bandeja con un plato de sopa humeando, unas coles de bruselas con salsa bechamel y jugo de naranja. Tenía el estómago cerrado. Ross no se había cambiado, llevaba la misma ropa con la que la trajo a casa, o eso creía recordar. Ella tampoco se había puesto otra ropa, se sentía traspirada. No quería comer, quería dormir.
"No – no tengo hambre." – susurró de nuevo.
Ross se sentó frente a ella, se veía… pues muy mal.
Le temblaron los labios… "No…"
"Shhh… después. Mañana. En otro momento. Ahora debes juntar tus fuerzas. Tienes que comer para recuperar energía." – Dijo tan sereno que le partía el corazón. Ella había perdido a su bebé.
Demelza sacudió la cabeza. Ross intentó tomar sus manos, pero ella las movió, no sabía porqué, y él terminó por apoyar una mano en su rodilla.
"Quiero cambiarme de ropa. Tal vez darme un baño, y dormir. Estoy muy cansada." - Ross todavía miraba las manos que ella había alejado.
"Tienes que comer algo." – Dijo con voz más firme. – "Aunque sea tomar un té después del baño."
Ella accedió. Ross quiso ayudarla a levantarse, pero Demelza lo hizo a un lado diciendo que podía sola. Él entonces fue a buscar un pijama en su cajón, y su bata, y camino detrás de ella mientras se dirigía al baño. Otra vez, Ross intentó ayudarla a desvestirse, pero ella corrió sus manos al tiempo que se maldecía por dentro. Luciendo apenado, Ross le dijo que iría a preparar el té, que lo llamara si precisaba algo, que estaba justo allí. Demelza se miró al espejo cuando se quedó sola. Pálida, con ojeras y ojos vidriosos, no se reconocía. Se quitó rápido la ropa y se metió bajo la ducha donde el agua se mezcló con sus lágrimas.
Un rato más tarde, Ross golpeó la puerta y asomó su cabeza. La encontró con el pijama ya puesto, sentada en el retrete mirando a la nada. Le puso la bata sobre los hombros, no quería tocarla en caso de que lo rechazara de nuevo, pero tomó su mano cuando él la ofreció para llevarla de vuelta a la cama. En el tiempo que ella estuvo en el baño, Ross preparó una buena taza de té chai, su favorito, y colocó un plato lleno de galletas con chips de chocolate en la bandeja también, para tentarla de comer algo. La tarea no fue fácil. Y Demelza se terminó la taza de té y comió dos galletas, más para que la dejara tranquila que por otra cosa.
"Quiero estar sola." – Dijo cuando Ross volvió a la habitación después de llevar la bandeja de vuelta a la cocina. Le dolió tanto a ella como a él. Para entonces ya estaba bien despierta y pudo ver claramente el dolor en su rostro. ¿Qué debía pensar de ella? Él intentó sonreír, notó como hacía el esfuerzo por darle ánimo, fuerza, pero era en vano. Demelza se enterró bajo las mantas con la intención de esconderse del mundo, del dolor. Pero era imposible. Permaneció allí, recostada intentando ocultarse, intentando dormir. Pero el sueño no volvía, no ahora que ya estaba consciente de su dolor, y del de él. Sus manos fueron una vez más a su abdomen, ¿Por qué había ocurrido esto? No tenía sentido. Nada parecía tener sentido. Dolía tanto. Antes de darse cuenta estaba en el pasillo, dando los pocos pasos que la separaban de la habitación de Ross.
Él no estaba durmiendo, la luz de un velador aún encendida. Ella permaneció un segundo de pie recortada contra el marco de su puerta. Su expresión deformada por la pena como nunca antes había visto y se llenó de culpa. Porque era su culpa. Ella que siempre era tan alegre, de sonrisa fácil y sincera, ahora parecía otra persona. Y ella no se merecía eso. Ella se merecía reír, ser feliz. Y mientras Demelza daba los últimos pasos y sin decir nada se metía a su cama, él juró hacer todo lo que estuviera a su alcance para hacerla sonreír de nuevo.
Ross la abrazó apenas estuvo junto a él. Cubrió su espalda con las mantas y como antes ella se hundió, solo que esta vez lo hizo sobre su pecho, y lloró. Lloró por horas. Ross rodeándola lo más que podía ahora que ella le permitía hacerlo, y sus lágrimas cayeron también sobre su cabello. Él lloraba por el bebé que perdieron, pero también por ella y su dicha perdida. Y por él. Porque no sabía si alguna vez podría ser feliz y no esperar que el destino lo castigara por ello.
Su garganta estaba seca de tanto llorar, así que Ross no entendió la primera vez que lo dijo. "Lo siento." – repitió. – "Es mi culpa…"
"Shhh… no fue culpa de nadie, Demelza."
Ella se retorció en sus brazos, la sostenía tan fuerte que le costó levantar su rostro hacia él. Al verla, inmediatamente comenzó a secar sus mejillas con sus dedos. Demelza cerró un momento los ojos, el gesto le causaba pesar y ocasionó aún más lágrimas.
"Fue mi culpa. Sabía que yo no la quería…" – le salió como un grito ahogado, acompañado por llanto, agua chorreando por su nariz y un dolor en su pecho que parecía que podría matarla. Pero aun así, aun cuando parecía estar desconectada de su cuerpo, sintió la fuerza con la que sus manos tomaron su rostro por sus mejillas, obligándola a mirarlo.
"Mírame. Mírame, Demelza." - Ella abrió los ojos, no se había dado cuenta que estaban tan cerrados. – "No fue tu culpa, jamás pienses eso. Y si lo piensas, dímelo y yo te lo recordaré. Todo lo que haces, es dar amor. Y hubieras amado a ese niño o niña, yo lo sé y tú lo sabes. Este dolor que sientes ahora, es porque lo amas. Solo… no estaba destinado a ser. Yo tampoco sé por qué, y no lo vamos a saber nunca. Pero podemos amarlo, aunque no esté. Y un día, cuando tú lo decidas, te convertirás en madre bajo tus propios términos…"
Ella sacudió la cabeza. – "¿Y si no puedo?" – salió como un lamento.
"Shhh… cariño. Todo estará bien, te lo prometo, todo estará bien."
"Oh, Ross…" – Ross besó su frente y la apretó de nuevo contra su pecho para que continuara llorando.
Demelza eventualmente se durmió. Durmió durante la mayor parte de dos días. Solo se despertaba cuando Ross sacudía su hombro y la obligaba a comer. Aunque esos momentos acabarían por confundirse unos con otros. Se daba cuenta cuando era de noche porque Ross se acostaba a su lado y ella se pegaba a él. Parecía que intentaba transmitirle su fortaleza por cómo la abrazaba. Le había dicho que Caroline estaba preocupada por ella porque no contestaba los mensajes. Le preguntó si no quería que la llamara y le dijera. Demelza sacudió la cabeza contra su pecho. Un rato después, le dijo que le enviara un mensaje, que le dijera "Ross y yo estamos saliendo, no molestes. Te llamare después para contarte." Que con eso su amiga se quedaría tranquila. Ross leyó las respuestas de su amiga. Un "Por Dios" y un "Lo sabía". Un "Me tienes que contar todo. Quiero detalles." Fue Ross quien respondió "Lo haré. Pero ahora estamos ocupados." Mientras ella dormía.
"¿Seguro no quieres hablar con Caroline?" – le preguntó la tercera mañana mientras la veía desayunar.
"Ella vendrá si le digo. No puede dejarlo a Dwight solo allí. No, se lo contaré cuando vuelva."
Ross no la contradijo. Era lo más que había hablado desde que regresaron. – "¿Y con Verity o… con tu familia?"
Demelza sacudió la cabeza.
Era Navidad.
Una mañana despejada y con escarcha sobre los pastos. No había brisa, los árboles parecían haberse congelado. Demelza se había vuelto a enterrar en la cama, pero no estaba durmiendo. Muy a su pesar, su cuerpo estaba regresando a la normalidad. Su respiración ya no era entrecortada, ya sentía sus piernas que querían moverse y su mente ya no parecía ahogarse. Pero el dolor seguía allí, por supuesto. Dudaba que alguna vez fuera a desaparecer. Sentía los ruidos de Ross lavando los platos en la cocina. Se había quedado con ella todo ese tiempo, cuidándola.
No la escuchó acercarse. Solo con medias, moviéndose despacio. Sintió sus manos rodear su cintura y en su espalda apoyó su mejilla mientras él estaba terminando de secar la vajilla. Sus dedos fueron de inmediato a entrelazarse con los suyos y ella se apretó más fuerte contra su espalda. Estuvieron así durante un rato. Ross respirando aliviado de que estuviera levantada.
"¿No tienes que ir a trabajar?" – Preguntó ella un rato después.
"Tengo libre hasta Año Nuevo." – respondió él, volviéndose.
Colocó sus manos en sus hombros, corrió un mechón de pelo y lo puso detrás de su oreja. Ella intentó sonreír, un intento fallido que sólo hizo que sus ojos se llenarán de lágrimas.
"Hoy es Navidad." – Dijo antes de que cayera alguna.
"Oh…" – Demelza pestañeó. Hasta entonces todo concepto de tiempo y espacio había desaparecido. – "He estado respondiendo mensajes por ti. Espero haber hecho bien."
"Oh… sí. Gracias."
"Estaba pensando, si te sientes con fuerzas, podríamos…" – Ross vaciló por un momento. Le hizo un gesto para que esperara allí y salió de la cocina. Ella lo siguió lentamente, lo encontró cuando volvía a la sala con una bolsa en su mano y un ramito de flores en la otra. Se detuvo al verla, la vio inspeccionar lo que llevaba en las manos. Apoyó las cosas sobre la mesa. Esa mesa que ella había elegido y en la que habían pasado tanto tiempo ya, comiendo, pero también compartiendo sus historias, conociéndose.
"Pensé que podríamos salir a caminar. Adonde tu quieras. Para… despedirnos del… bebé."
El aire se atascó en su garganta. Su mirada fija en las flores mientras se acercaba a ver lo que había dentro de la bolsa. Era una coneja. Un bonito peluche blanco con forma de coneja, de orejas largas al igual que sus piernas y una cinta rosa alrededor de su cuello. Demelza la estrechó contra su pecho.
"Es una niña." – susurró. Su vista cegada por las lágrimas y asintiendo. – "Sí, Ross. Me gustaría hacer eso."
Unos minutos después y estaban caminando por las desiertas calles de Chelsea. Ross la había ayudado a vestirse, aunque ella ya podía hacerlo sola. La había emponchado con una gruesa y larga chaqueta. Había enrollado su bufanda alrededor de su cuello y había revuelto sus cajones en busca de guantes y un gorro de lana. Sin decirlo, los dos encararon en dirección al río.
Caminaron despacio y en silencio, ella prendida a su brazo. El aire estaba helado, sí, pero parecía que era la primera vez que sentía algo. Que se daba cuenta que aún estaba viva.
"¿Cómo te sientes?" – pregunto él.
¿Cómo se sentía? Físicamente, bueno, su cuerpo funcionaba aún cuando días atrás había pensado que jamás podría ponerse en pie. No, se estaba recuperando. ¿Cómo se sentía?... No tenía palabras para describir como se sentía. Vacía. Como si la hubieran apuñalado. Con miedo… Demelza apretó más el brazo del que se sostenía y apoyó su cabeza en su hombro. Ross se detuvo. La miró por un momento a los ojos y la abrazó.
Habían estando caminando por la orilla del Thames durante una rato ya. Detrás de ellos había un parque con un gran árbol de Navidad en el centro. Frente a ellos la ciudad que todavía dormía. No había nadie, solo ellos. Ese era el lugar.
Cuando se soltaron, Demelza tomó las flores que él llevaba en la mano. Se acercó al borde, inclinándose sobre la baranda para ver el agua.
"No tenía un nombre." – dijo. Ross estaba junto a ella, con una mano sosteniéndola por la espalda. – "Nuestra niña."
"Julia." – Ross dijo. No sabía porqué ni de dónde había salido ese nombre. Sólo apareció en su cabeza.
Demelza miró las flores. Una a una, las fue sacando del ramo y arrojándolas al río. Y cada vez que lo hacía susurraba: "Julia. Julia."
Cuando le quedaban un par de flores se giró hacia él, se las ofreció. Él también se inclinó sobre la baranda y arrojó las flores que quedaban. "Julia Poldark." – dijo en voz alta mientras ella lo miraba y pegaba su cuerpo al suyo. Abrazando a la coneja con un brazo y a él con el otro. Esto, la tristeza, pero también el amor que ambos tenían para dar, los uniría para siempre.
