Capítulo 39

Semanas transcurrieron desde Navidad en un abrir y cerrar de ojos. La vida continuó fuera del departamento que Ross y Demelza compartían en Chelsea y, muy a su pesar, adentro también.

Demelza se repuso rápidamente, al menos en la parte física, tal como su doctora había previsto y gracias al empeño de Ross que la vigilaba con ojos de halcón. Principalmente durante las primeras semanas cuando prácticamente debía forzarla, usando todo tipo de tácticas y palabras de aliento, para que comiera como se debe. "No puedes vivir a ", o "vamos, Demelza, termina el plato. Por ." Ross se había vuelto su sostén. No se separaron ni un momento en esos días en donde la demás gente celebraba la llegada de un nuevo año. Continuaron durmiendo juntos, Demelza se prendía a él por las noches, y durante el día también. A veces, cuando la dejaba sola en su habitación o en el living para preparar la comida, ella se acercaba por atrás y rodeaba su cintura con sus brazos. Su mejilla pegada a su espalda. Y él acariciaba sus manos y seguía con su tarea con ella abrazándolo. Pero no se decían mucho. Habían hablado de lo que pasó, pero al no poder ninguno de los dos explicarlo simplemente se hacían compañía el uno al otro. No se habló del futuro, ni de lo que sería de ellos ahora que… solo eran ellos dos. Lo más cercano a eso fue que Demelza tuvo que hablar con Caroline, había juntado coraje toda una tarde, y simuló estar bien, preguntando a su amiga sobre su vida en Chicago y por Dwight, hasta que eventualmente le tuvo que contar de ellos y de que estaban saliendo, pero nada más. Ross escuchaba del otro lado de la puerta en caso de que lo necesitara. Demelza había leído los mensajes que él envió a su amiga haciéndose pasar por ella, sus labios transformándose en una línea en forma de agradecimiento.

La otra persona que llamaba era Verity. Ella sí estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero Demelza no lo sabía. Dijo que no quería contárselo a nadie, que no quería que nadie le preguntara y le hiciera recordar. Que esto era algo solo entre los dos. Ross no sabía si tenía razón, si necesitaban ayuda externa. Pero con el paso de los días se dio cuenta de que no, que él podía animarla y que todo lo que ella quería era que él estuviera a su lado.

La primera vez que salieron después de Navidad fue el día anterior a Noche Vieja. Ross se aprestaba para salir a hacer las compras, y como no quería quedarse sola, Demelza fue con él. Una ordinaria salida al supermercado, pero Demelza se distrajo. Al regresar habían pasado por la pastelería y compraron toda clase de dulces que comieron durante la víspera y el día de Año Nuevo. Ella se había puesto a llorar cuando salieron a ver los fuegos artificiales desde la terraza, pero no quiso volver adentro cuando él se lo preguntó. Estaba soltando todo.

Y así continuó. Ross insistió en que se pidiera más días en el trabajo, pero ella no quiso saber nada. La doctora había dicho que volver a la rutina la ayudaría, le recordó, y tenía razón. No borraba el punzante dolor en su interior, pero al menos podía pensar en otra cosa durante algunas horas. Verity le había pedido que la acompañara a varias reuniones, y por más que delegaba mucho trabajo en Mary, siempre estaba ocupada. Ross había vuelto a trabajar también, pero acomodaba sus horarios para pasar a buscarla a la oficina por las tardes.

Fue un invierno frío y gris. O tal vez ella se sentía así, y no había mucho que hacer más que ver pasar los días. Había vuelto a la consulta de la ginecóloga y le habían hecho estudios de varios tipos. Su cervix aún seguía algo dilatado, pero no fuera de lo normal. Le había dicho que podía retomar su vida íntima sin inconvenientes, pero que esperara unos meses para volver a intentar quedar embarazada. Los ojos de Demelza se habían vuelto a llenar de lágrimas. "¿Puede pasar de nuevo?" – le preguntó. La médica le había dado una respuesta ambigua. "Lo veremos llegado el momento, se puede hacer una pequeña intervención para asegurarse que esto en particular no vuelva a suceder." - Así que sí podía ocurrir de nuevo. Demelza empezó a tomar anticonceptivos desde entonces, la ayudarían a estabilizar sus hormonas. Le había contado todo a Ross cuando regresó al departamento, él escuchó con atención.

No habían vuelto a tener relaciones, incluso después del visto bueno de la doctora. Tampoco se habían besado, salvo en Año Nuevo. Ross no había querido forzar nada y Demelza, aunque vivía pegada a él, tampoco era eso lo que buscaba. Necesitaba su afecto y él se lo brindaba, y fue así por semanas hasta que todo pareció volver a un ritmo estable. Como si sus corazones se hubieran detenido y poco a poco comenzaran a latir de nuevo.

Miraban películas enterrados en el sillón bajo las mantas. De acción, Demelza no quería ver ni dramas ni románticas, así que había muchos clásicos que no había visto. Habían mirado toda la saga de Rápido y Furioso en un fin de semana lluvioso, si el clima era bueno lo aprovechaban para salir a caminar por la ciudad. Iban a tomar café, bueno, ella té, a diferentes lugares cada vez. Ross había sumado un día en el gimnasio por todos los carbohidratos que comían, Demelza no parecía engordar un gramo. Había vuelto a cocinar, se turnaban una noche cada uno, y los domingos salían a almorzar afuera. "Ojalá los días mejoren pronto así podemos hacer un picnic en el parque." – había dicho una mañana fría mientras caminaban tomados del brazo por Regent's Park.

Ross le llevó una planta con el pimpollo de una flor a punto de florecer una vez que salió tarde y no pudo ir a esperarla a la oficina. Demelza sonrió de oreja a oreja por primera vez, le encantó. Lo abrazó y le dio un beso que aterrizó en la comisura de sus labios. Esa noche, cuando ya estaba casi dormido, la sintió acercarse y rozar su mejilla con su nariz. Ross giró su rostro hacia ella, aún vacilante, y se mantuvo estoico mientras ella continuó acariciándolo con la punta de su nariz, sus labios rozando suavemente sobre su barba hasta que encontraron de vuelta el camino a los suyos. Besos tiernos y dulces que le cortaban el aliento y que él reciprocó.

"Gracias, Ross. Gracias por ser paciente conmigo." – susurró en la oscuridad.

"No tienes nada que agradecerme, princesa."

Y así los besos habían vuelto también, y las sonrisas eran más frecuentes. Y ahora veían películas de comedia y ella se reía a su lado.

Y Demelza podía ver, y sentir cuando se despertaba por la mañana y él estaba abrazado a ella, que todavía la deseaba. No era fácil. Algo que había sido tan natural en ellos ahora la atemorizaba un poco, pero él no le daba importancia. Le había dicho que esperarían todo el tiempo que fuera necesario. Era tan bueno con ella, así que Demelza puso todo su empeño en salir adelante, por él. No entiendan mal, no creía que ese dolor fuera a desaparecer alguna vez, pero podía aprender a vivir con él. Con lo único que no estaba muy de acuerdo, era cuando Ross para consolarla le decía que llegaría un momento que tendría hijos por decisión propia, cuando todo esto sería un mal recuerdo. Ella no estaba muy segura si podría arriesgarse a sentir este dolor otra vez.


Día tras día, semana tras semana, era como intentar navegar en miel, pero Ross no le permitía bajar los brazos. Paulatinamente, salió a flote. Despacio, volvió a reír. De las tonteras de Ross, cuando hablaba con sus hermanos, cuando le contaba a Caroline como iban las cosas en el trabajo. Sé volvió a sentir ella misma. Cuando se quiso dar cuenta había llegado marzo, el invierno crudo había quedado atrás. Fue como si hubiera estado invernando. Los dos. Fue Ross quien sugirió que fueran a Cornwall a visitar a su familia y a la tía Agatha.

Salieron una madrugada a mediados de marzo en un fin de semana largo. Tardaron horas en llegar, porque Ross decidió que debía retomar las clases de manejo y había practicado durante el viaje, deteniéndose en el mismo lugar que la otra vez y en otros caminos también. No tan rectos y no tan vacíos. Creyó que le había agarrado la mano, solo debía practicar. Sam se sorprendió al enterarse, y los tres, más Rosina, salieron por la tarde para que siguiera practicando porque su hermano no terminaba de creerle.

Era más difícil con otras personas en el asiento trasero. El auto volvió a ahogarse como al principio, Sam burlándose de ella y Rosina dándole codazos para que la dejara tranquila. Pero era Ross quien la tranquilizaba y le decía palabras de aliento. "Sabes cómo hacerlo." – y así avanzaba, despacio, pero avanzaba. Por fortuna Cornwall estaba repleto de caminos vacíos.

"Estamos cerca de la casa de mi tío." – comentó Ross luego de que tomara una curva en el camino.

"¿La casa de Verity, donde tu creciste?"

"Sí. ¿Quieren ir a verla?"

Los tres asintieron.

Los tres observaron completamente asombrados desde el jardín de entrada la casa que se alzaba ante ellos. Casa no era la palabra correcta para describirla. Mansión. Castillo.

"Esto es Trenwith." – Ross les dijo acercándose por detrás de los tres jóvenes boquiabiertos.

"¿Está es tu casa?" – Sam preguntó anonadado. Demelza estaba atónita también. Ross le había contado sobre Trenwith, la antigua casa de su familia y su infancia con sus primos allí, pero no se había imaginado que sería así de impresionante. Y entendía la sorpresa de Sam, que tal como ella había crecido con tan poco, con lo justo para repartir entre tantos y siendo como ella el mayor de los hermanos siempre tenía que hacer sacrificios para que a sus hermanos menores no les faltara nada. Ahora Ross cobraba otro color a sus ojos.

"No. Es la casa de mi tío, será de mis primos en algún momento." – aclaró Ross, mientras iba a pararse junto a Demelza y tomaba su mano guiñándole un ojo. – "Vamos, tal vez podamos ver adentro." – y al tiempo que decía esto la puerta principal se abrió y por allí se asomó una mujer entrada en años, limpiándose las manos en el delantal y que entrecerró los ojos al ver a los extraños que se acercaban a la casa.

"¡Señora Tabb!"

"¿Joven Ross?" – preguntó la mujer aún vacilante, pero una sonrisa se dibujó en su rostro una vez que Ross se acercó a ella y se agachó a besar sus mejillas. Demelza la creyó ver ponerse colorada. – "¡Por todos los ángeles, han pasado años!"

"Es cierto. He estado fuera del país." – la mujer asintió al parecer enterada de su paradero en el último tiempo. – "Ahora vine de visita a la casa de la familia de mi novia. Ella es Demelza."

Oh. Demelza estrechó la mano de la mujer que la miró con una gran sonrisa.

"Mucho gusto." – tartamudeó ella. – "Él es mi hermano Sam, y mi cuñada Rosina."

"Pensábamos que podríamos dar una vuelta por la casa, por los salones públicos." – Ross dijo después de las introducciones. – "Demelza es arquitecta, y le he estado contando acerca de Trenwith."

"¡Por supuesto! Oh, adelante, adelante. Hace tanto que no doy un tour de la casa. Me gustaría tanto que su tío la abriera al público."

Y de verdad que era espectacular. La Señora Tabb sabía mucho de la historia de la casa y la familia Poldark y Trenwith, y pronto Demelza estuvo absorta en la información, brindando también ella datos acerca del tipo de construcción y los materiales que se usaban en esa época. Fue una hermosa visita. Para ella al menos, pero Sam y Rosina parecieron pasarla bien también. Y Ross por supuesto, acotando anécdotas y lo que solían hacer con sus primos. La Señora Tabb hasta los invitó a tomar el té, y Ross aceptó con la condición de que lo hicieran en la cocina que era su lugar favorito de la casa.

"Solía adorar su comida." – La mujer sonrió complacida.


"No sabía que eras así de rico." – Murmuró Demelza. Ya era tarde y estaban acostados de nuevo en la pequeña camita en lo que solía ser su habitación. Sam y Rosina habían contado al resto de sus hermanos y a su padre sobre la visita a Trenwith. Algunos sabían de qué casa se trataba, Tom Carne había hecho algún trabajo allí y estaba impresionado de que perteneciera a la familia de Ross, no sabía que los propietarios eran los Poldark. Él había aclarado una y otra vez que no era 'su casa', que su casa era una pequeña cabaña sobre la costa y que la había vendido, pero los Carne no dejaban de parlotear. Todos excepto Demelza, que había permanecido callada durante la cena. Riéndose de lo que decían sus hermanos sí, y observándolo con grandes ojos y cejas levantadas, pero sin decir mucho.

Ross acarició su espalda. Tenía las piernas entrelazadas con las de ella para que no se fuera a caer.

"No lo soy. Mi patrimonio consiste en el departamento y la cuenta en el banco, lo sabes perfectamente."

"Mmmm… pero vienes de una familia rica."

"No tuve necesidades, es cierto. Pero éramos una familia como cualquier otra. En algún tiempo, la fortuna de los Poldark fue grande, sí, pero no es tan así ahora. Trenwith es lo que queda de esa época. Mi tío tiene una empresa en Londres que Francis va a heredar si no la lleva a la quiebra antes. La única inteligente ha sido Verity que se abrió su propio camino… ¿Qué? ¿Acaso te gusto menos por haberme criado allí?"

"Judas." – exclamó ella dando un empujoncito en su pecho. – "No me importa adonde te criaste, sólo… no sé. Te imaginaba en otra clase de lugar."

"Sí me crie en otro lugar. Con mis padres, en Nampara. Podríamos ir mañana… ¿Quieres ir?"

"Mañana tenemos que ir a visitar a tu tía, se lo prometimos."

"Iremos de pasada. Nampara no es como Trenwith. Es una pequeña cabaña, nada especial, nadie nos va a dar un tour. Se puede ver muy rápido."

Demelza le sonrió y apoyó sus labios en los suyos. "Me encantaría." – dijo, y se acomodó sobre su pecho para dormir.

Había sido una excelente idea ir a visitar a su familia. Demelza ya estaba mejor, pero tener contacto permanente con sus bulliciosos hermanos la llenaba de energía. Lo harían más seguido. Reía, hablaba, bromeaba con ellos, y con él también. Ross se sintió mucho más aliviado de lo que había estado desde Navidad. Bajó un poco la guardia. Antes de irse invitaría a Drake para que fuera a visitarlos de nuevo, tal vez a Sam también.

"Mentiste. Dijiste que no era nada especial. Ross, es… hermosa." – Demelza dijo maravillada desde el otro lado de la valla de piedra. Habían atravesado una gran extensión de campos sembrados para llegar allí, Ross le contó que solían ser de su padre.

"¿Y vendiste todo esto?"

"Está en medio de la nada."

"¡Está junto a la playa!"

Justo en ese momento un hombre salió a ver quiénes eran los dos extraños que merodeaban por la propiedad. Mientras Ross se presentaba y explicaba quién era y pedía permiso para mostrar a su novia el lugar adonde había nacido, Demelza miró con curiosidad sus alrededores. Era una hermosa casa. Una cabaña, sí. De piedra, antigua, podía ver que necesitaba reparaciones, pero su mente de arquitecta pronto la vio en su esplendor. Un techo nuevo, nuevos marcos para las ventanas, la puerta pintada de un color llamativo. Plantas, flores en el jardín que ahora estaba abandonado. Estaba bastante descuidada, pero era como un diamante en bruto. Y no estaba en medio de la nada, la ruta pasaba a sólo unos cien metros, solo que no había acceso desde allí. Se podría hacer uno, el pueblo no estaba tan lejos.

"Cariño, ven. Podemos entrar a ver." – la llamó Ross.

El interior era tan bonito como el exterior y estaba igual de descuidado. Pilas y pilas de cuadernos, hojas, libros y carpetas apiladas hasta el techo, las paredes descascaradas. Habría que recubrir todo con yeso. Y cambiar las tablas del piso. Desearía poder tomar fotos, así luego podría diseñar sobre ellas, hacer renders de cómo podría quedar. Quizás Ross tendría fotos de cuando vivía allí.

"Pueden subir. Yo nunca voy, las escaleras." – Dijo amablemente el anciano, que vivía solo allí, era el cuidador de los campos.

Arriba estaba todo abandonado. Ross le mostró su antigua habitación y la de sus padres. No había mucho más que ver. También le dijo que la idea de Joshua era construir otro piso sobre la sala para ampliar ese piso.

"Es una excelente idea." – Murmuró ella.

"Ya ves. Una pocilga." – Ross dijo cuando volvieron a salir.

"Pueden bajar a la playa por ahí." – les hizo señas el hombre, como si él no lo supiera.

"Ross, es… ¡encantadora! Aquí puedo verte, imaginarte en esa sala, jugando. Tiene tanto potencial, se podrían hacer tantas cosas. Está un poco descuidada, eso es cierto."

"¿Solo un poco?"

"Pero nada que no se pueda reparar. Las paredes son fuertes, las fundaciones sólidas. Tiene tanta historia, casi que se puede sentir en el aire. Toda la gente que vivió allí, sus vidas… ¿Qué?"

Ross se había detenido. Él iba adelante, llevándola de la mano camino abajo por entre los pastizales y las flores silvestres, ahora se había dado vuelta a mirarla. Demelza respiró profundo cuando la tomó de la cintura. Como el terreno iba en declive, su cabeza quedaba apenas más baja que la de ella y Ross estiró su cuello para besarla. Ella lo correspondió. Sus ojos la miraron con intensidad cuando se separaron, como buscando algo, ella le sonrió y él frunció los labios también, conteniendo su sonrisa. Luego se dio vuelta y continuaron descendiendo.


"¿Estás tratando bien a esta niña? Se ve algo pálida y más delgada." – Fue lo primero que dijo la tía Agatha al verlos.

"No es su culpa. Su sobrino es muy bueno conmigo, más que bueno." – se apresuró a responder Demelza, pues era la verdad. Habían llegado más tarde de lo previsto porque se habían quedado caminando por la playa. Ella aún estaba maravillada de ese lugar, quería saber más. Quería que Ross le contara todas las travesuras que había hecho allí, que le mostrara sus escondites. Claro que eso no era posible, no podían volver a molestar al anciano otra vez. Se contentaría con sus historias. Y las de la tía Agatha también, que se entusiasmó cuando le contaron que habían ido a visitar las casas. Almorzaron con ella en el hogar de ancianos. Agatha presumiendo a sus apuestos sobrinos delante de sus amigos. Quizás no recibía muchas visitas, ¡pero miren que par venía a verla ahora! Demelza y Ross se reían por lo bajo, sí que era todo un personaje.

Como Ross había prometido, - él no recordaba haber hecho tal promesa, pero la tía Agatha insistía que su memoria nunca le fallaba – fueron a la playa. Cargaron a la tía Agatha y a su silla de ruedas en el asiento trasero del Mercedes y se dirigieron a la costa siguiendo sus indicaciones. El día estaba despejado y el sol levantó la temperatura después del mediodía así que le habían dado permiso en el asilo.

"¡Bah! Yo no necesito permiso de nadie. Si pudiera saldría por mis propios medios, ¿Quiénes se creen que son?"

"Solo tratan de cuidarte, tía. Que no vayas a pescar un resfriado." – le dijo Ross en tono conciliatorio.

"No he tenido un resfriado en décadas. Estoy fuerte como un violín." – Demelza no pudo contener una sonrisa. – "Es el aire de este lugar. A ti te haría bien, pimpollo. Deberías pasar más tiempo aquí."

"Tal vez no sea una mala idea."

Demelza lo miró a Ross con extrañeza, luego dijo: "Mi trabajo está en Londres." – en dirección a la anciana.

"Sí, pero podríamos venir más seguido los fines de semana, ¿no crees?"

Primero entrecerró los ojos, pero un momento después movió la cabeza no muy segura. Tal vez no era una mala idea. Estaban pasando un lindo fin de semana después de todo.

Aparcaron junto a una taberna que estaba frente a una pequeña playa. Con gente desparramada aquí y allá, disfrutando del espléndido día luego del invierno.

"¿ y scones?" – Preguntó Ross, pero su tía bufó antes de que terminara de hablar.

"No vine hasta aquí para tomar té. Tomo té todos los días. Hay que meterse al agua."

"¿Qué? No, tía. Debe estar helada. Desde el pub podremos ver el mar y…" – Dijo y la miró a Demelza en busca de ayuda.

"Sí. Parece un lugar muy acogedor, y la temperatura aún no está como para meterse al mar."

"Cobardes. De chiquillo no lo hubieras dudado siquiera."

"Sí, pero…"

"Solo los pies. El agua no está tan fría en esta época, es la corriente que viene del oeste."

Al final se dieron por vencidos. Ross empujó, o sostuvo para que no se resbalara, la silla por la rampa que bajaba a la playa. Al principio el pedregullo le permitió avanzar con un poco de esfuerzo, hasta que la silla quedó empantanada en la arena. Demelza se arrodilló frente a la mujer y le quitó las zapatillas y las medias, y le arremangó los pantalones hasta las rodillas.

"¿Está segura de que quiere hacer esto, tía? ¿No sería mejor esperar a un día más cálido?"

"Cuando tengas mi edad te darás cuenta de que no se puede hacer tal cosa como esperar, florecita. ¡Porque no se sabe si habrá un mañana! Hay que aprovechar cada oportunidad." – Demelza no pudo más que darle la razón. Le indicó a Ross que debía sacarse su calzado también, y ella hizo lo mismo.

Entre los dos, uno de cada lado, la ayudaron a dar unos pasos sobre la arena. Pero el suelo blando le hacía difícil mover los pies que se quedaban enterrados a cada paso que daban.

"Creo que será más sencillo que te cargue hasta el agua, tía." Las dos estuvieron de acuerdo, así que Ross levantó a la anciana en el aire y como si no pesara nada la llevó hasta donde las olas bañaban la arena.

"Un poco más, muchacho." – le dijo ella con deleite y tirándole un mechón de pelo.

Ouch.

Demelza los observaba sonriente. Se había adelantado un poco y les sacaba fotos con su cámara profesional, el agua le llegaba a las pantorrillas.

La vieja tía Agatha dio un chillido cuando la bajó, el agua salada de mar le daba en los tobillos.

"Te dije que estaba fría." – le reprochó él, contento también de verla moverse de un pie a otro, disfrutando de ese placer tan mundano pero que a ella la hacía tan feliz.

"Hace tanto. Hace tanto." – exclamaba la anciana, tomada de las manos de su sobrino favorito. El agua no estaba tan fría, estaba perfecta. Ross le indicó que mirara hacia donde estaba Demelza, que continuaba tomando fotografías, le dijo que la próxima vez que fueran se las llevarían. Fue el momento más feliz en la vida de la tía Agatha, no era cierto, pero a ella le pareció así.

Y el susto no se lo dio su tía como Ross temía al hacerle caso, sino Demelza, que pegó un grito de dolor mientras él llevaba de vuelta a Agatha a su silla. Por un segundo se le heló la sangre.

Cuando se dio vuelta con su tía en brazos, la vio a Demelza que terminaba de caer sentada en el agua, su cámara en una mano en alto, y gemía de nuevo.

Ross dejó a la tía Agatha en su silla lo más rápido que pudo y corrió hacia ella.

"Algo me mordió. Oh, Judas. ¡Judas! Como duele." – le dijo cuando llegó a su lado. Ross respiró aliviado. Por un momento pensó, no supo lo que pensó, pero se había asustado. La tomó en brazos también, levantándola del agua, tenía los pantalones todos mojados y la llevó hacia donde estaba la tía Agatha. Cuando intentó bajarla y ella se quiso poner de pie, chilló de nuevo. El dolor era insoportable.

La tía la miró con atención, observó su pie que ya se estaba poniendo colorado.

"¿Algo te picó, pimpollo?"

"Sí. Fue como si algo me mordiera." – dijo con dientes apretados para contener el dolor.

"Un agua viva. Son muy comunes en esta playa." – Dijo la anciana lo más tranquila. – "El remedio es muy sencillo, debes echar orina sobre la herida y se te pasara en pocos minutos."

"¿Qué?"

Al escuchar la conmoción, unos pescadores que estaban por allí se acercaron a ellos. Demelza se mordía el labio del dolor mientras Ross les contaba lo que había sucedido, que tal vez deberían llamar a un doctor. Pero a los pescadores no les pareció necesario, estuvieron de acuerdo con la tía Agatha. Ellos llevarían a la anciana de vuelta al pub, Ross podía cargar a Demelza detrás de la escollera, allí no los vería nadie.

Oh, por Dios. ¿Qué? ¡Judas! Pero no tuvo tiempo de protestar, Ross ya la estaba cargando de nuevo y a decir verdad el dolor era tan agudo que era capaz de cualquier cosa.

"¡Judas! Como duele." – Ross la había intentado poner de pie de nuevo, apoyándola en la pared de piedra. No había nadie a la vista.

"Los escuchaste, dijeron que…"

"¡Sí, sí, los escuché! Es asqueroso."

"Estoy de acuerdo. ¿Cómo…? ¿Te ayudo con los pantalones?" – preguntó desconcertado. Si tenía que mojar la herida… y la herida ya era muy visible en su pie izquierdo.

Demelza tenía todo su peso apoyado en el otro pie, ¿Cómo rayos haría? Tal vez habría un baño cerca, podría juntar la orina en un tarrito, o meter el pie…

"No puedo hacerlo. hazlo." – Dijo de repente.

"¿Qué yo qué?"

"Tu tendrás que hacerlo. Yo no puedo retorcerme de esa forma…"

"¿Estás loca? ¡No te voy a orinar encima!" – exclamó él.

"¡Judas, Ross! Me duele mucho. Hazlo, solo hazlo. Yo no miraré." - Dijo y cerró los ojos.

Luego de un momento abrió uno con curiosidad, Ross estaba parado frente a ella, mirándola con una expresión incrédula.

"¿Qué estás esperando?"

"¿Hablas en serio?"

"¡Sí! ¡Hazlo!" – le gritó, llevando sus manos a sus hombros y dándole un empujón.

"¡Está bien, está bien! Por el amor de Dios…" – se resignó y desabrochó sus pantalones.

Cerró los ojos. Nada.

"Así no vas a ver adónde lo haces."

"Pensé que no ibas a mirar."

"¡Apúrate!"

"¡Ya! ¡Deja de gritarme!"

Y unos segundos después, lo hizo.

El alivio fue casi inmediato.

Demelza suspiró y a la vez hizo una arcada cuando el líquido tibio entró en contacto con la herida. Cuando terminó, y Ross se volvió a abrochar los pantalones, se miraron.

"¿Cómo estás?"

"Creo que… funcionó." – intentó mover el pie. – "Ya no duele tanto."

Bien, pensó Ross. Pero por las dudas la llevó de vuelta cargando.

"Ross," – Murmuró ella en sus brazos. – "no debemos contarle esto a nadie. Nunca."

"Estoy de acuerdo."

Pero cuando entraron a la taberna, todos se giraron para verlos. Uno de los hombres que había ayudado con la tía Agatha les preguntó en voz alta: "¿Pudieron hacerlo?"

Ross asintió, y todo el pub estalló en vítores y aplausos. La tía Agatha, que ya tenía un té y dos scones con crema y mermelada frente a ella, levantó los brazos también. Demelza se moría de vergüenza.

"A propósito, el médico está aquí. Le dará una mirada a la herida." - Demelza puso los ojos en blanco.

Un rato después, y todas y cada una de las personas que estaban en ese pub junto a la playa le habían dado un buen vistazo a la herida en su pie, que ya no dolía, pero todavía continuaba de un punzante color rojo. Lo veía a Ross reírse por sobre la cabeza de la gente que se acercaba a charlar con ella y con la tía Agatha, que se lo estaba pasando en grande. Le sacó la lengua. Ross levantó la cerveza en alto, en su honor y le dio un buen sorbo. El médico no había hecho demasiado, solo pasar un algodón con alcohol para limpiar la herida, pero le dijo que dejarla al aire era lo mejor y que sí, ese era el mejor remedio contra la mordedura de un agua viva. Demelza frunció la nariz y tuvo ganas de pedirle que le mostrara sus credenciales.

Cuando dejó de ser la novedad del pueblo, porque parecía que más gente había llegado exclusivamente a verla como si fuera una atracción de circo, terminó sentada en un sillón. Con la pierna elevada y con hielo para bajar la hinchazón. Uno de los pescadores había entrado cargando una bolsa con algo transparente dentro, exclamando que había encontrado a la culpable. Ella no quiso ni mirar. Ross se fue a sentar a su lado, quitando la bolsa de hielo de su mano para sostenerla él.

"La tía Agatha contará esta historia durante décadas." - Demelza sonrió con dulzura desviando su mirada hacia la anciana que hablaba con unas mujeres que parecían conocerla.

"Pues al menos ella la pasó en grande." - Ross le dirigió una mirada inquisitiva. - "Yo estaba disfrutando el día también, pero de verdad dolió. Mucho."

"Espero que esto no haya arruinado tu fin de semana."

Ella sacudió la cabeza de un lado al otro. "Nah. La estoy pasando genial, quitando esto, por supuesto. Y tú... tú eres un héroe. Mi héroe. ¿Quién más sería capaz de orinarme encima?" - Bromeó. Ross sonrió también y tomó su mano en las suyas."

"No hay nada que no haría por ti, mi amor."

Demelza pareció dejar de respirar. Y Ross se dio cuenta de lo que había dicho.

"¿Qué? ¿No te habías dado cuenta de cuánto te amo, Demelza?" - dijo, acercando su cuerpo un poco más a ella. Y volvió a sonreír, esa mueca traviesa y atrevida que le gustaba tanto.

"Yo también te amo, Ross." - confesó ella. Porque era verdad, había sido así durante meses y a pesar de todo lo que había sucedido, ese sentimiento continuaba ahí. E inesperadamente, en medio del dolor, había florecido, había crecido y aún estaba allí, más fuerte que nunca.