Capítulo 41

Ross conducía con prisa de regreso a casa. Había salido tarde, más tarde de lo habitual. Su jefe lo había enviado a cubrir la alfombra roja de una entrega de premios porque su compañero que cubría espectáculos estaba de vacaciones. No era nada extraño, solo que ese día en particular quería salir temprano y volver a casa, era su cumpleaños.

Treinta años. Un número significativo, o eso había dicho Demelza. Él no le daba mucha importancia a esas cosas. Lo que era especial para él ese día era que sería el primer cumpleaños que pasaría con su novia, y Ross había estado pensando todo el día en su regalo.

Demelza había vuelto a ser la misma mujer alegre, dulce y extrovertida que era antes de lo que les había sucedido. Había tomado meses y no había sido sencillo, y aún tenía días en los que la invadía la melancolía, pero durante la mayor parte del tiempo volvió a ser ella misma. Los viajes a Cornwall definitivamente habían ayudado. Ross no sabía si sus hermanos sospecharían algo, Demelza no quiso decirle a nadie, pero estaba en contacto permanente con ellos y cuando iban le levantaban el ánimo como si supieran que ella los necesitaba. Sam y Drake irían a visitarlos el próximo fin de semana, por eso él quería tener su regalo de cumpleaños esa noche.

Ellos también habían vuelto a la normalidad. No, no a la misma normalidad de antes, porque antes no hubo mucho tiempo para llamar a su relación 'normal'. A pesar de que esos días se habían vivido con intensidad, a pesar de que él todavía tenía guardado ese anillo que había comprado, en realidad su relación ahora tenía más tiempo después, que antes. Ella era su novia. Ella lo amaba, y él la amaba a ella. Eso había sucedido después. ¿Cómo no amarla? En toda su vida, Ross jamás había conocido a alguien como Demelza. Tan sincera, tierna, amable. Llevaba el corazón en la palma de la mano y no se guardaba sus sentimientos con la gente que quería. Y afortunadamente él estaba en ese grupo. Lo que complicaba las cosas en otro ámbito.

Sí, Demelza había vuelto a ser la persona demostrativa que era, y ahora que se habían dicho que se amaban, pues todas sus demostraciones de afecto iban dirigidas a él. Podían pasar horas besándose, susurrándose historias al oído. Abrazados, mirando series, caminando tomados de la mano por las calles de Londres. Salían a cenar, iban al cine o al teatro. Viajaban a Cornwall seguido. Al principio Ross había insistido en salir porque quería distraerla, que despejara su mente, pero pronto descubrió que él lo disfrutaba también. Esa era una nueva normalidad. Lo único que no había regresado y que faltaba entre ellos, era que no habían vuelto a hacer el amor.

Ross entendía, no era fácil para ella y él no la presionaba. No quería que se sintiera mal por eso. Pero no era nada sencillo, más cuando estaban acostados, abrazados en la cama y besándose hasta la madrugada. Él no era de hielo. Y él obtenía su placer, ella se aseguraba de eso y, por Dios, cuanto le gustaba; pero ella no. Apenas él intentaba tocarla, apenas sus manos se dirigían a sus partes íntimas, ella se alejaba apenada y pidiendo disculpas. "No tienes que disculparte por nada, cariño. Sucederá cuando tu estés lista." – decía él, y lo decía en serio. Pero últimamente también había habido un avance en ese sentido. Lo podía sentir en la forma que se pegaba a él, en sus besos cada vez más apasionados, en sus suspiros. Era una tortura, porque todo lo que él quería era que ella disfrutara de ello también. Y para él no era completo sin ella tampoco. Y estaba volviendo apurado a casa porque esa mañana había sido el momento en que estuvieron más cerca. Ella le había murmurado al oído: "Ross, te quiero tanto." Luego de desearle feliz cumpleaños. Casi que había ardido en el lugar. Y el beso que siguió a continuación, lleno de amor, pronto se lleno de lujuria también. Él siempre dejaba que ella tomara el mando en esas situaciones, que ella determinara los límites, hasta adonde quería llegar. Y esa mañana se había subido a él, besando todo su rostro, tirando ligeramente de su pelo que se había soltado al dormir. Y él se atrevió a tocarla con más propósito.

Ross bajó las manos hasta su trasero, sobre la tela de los shorts que usaba para dormir, las puntas de sus dedos hundiéndose en sus mejillas. Ross prestó atención, pero ella gimió contra sus labios y no se alejó. Sus ojos se cerraron cuando se aplastó contra su pelvis en un fluido movimiento, apoyándose a los costados de su cadera con las rodillas. Santa mierda. Se había mordido el labio para no gemir.

Demelza comenzó a montarlo, frotándose a través de su ropa interior y su pijama y creando una fricción exquisita. "Ay, Judas."

"¿Estás bien?" – Ross se quedó muy quieto, apretando la mandíbula con tanta fuerza que un músculo se contrajo en su mejilla.

Demelza murmuró una confirmación y cerró los ojos con fuerza. Volviendo a repetir el movimiento. Ross cambió el agarre en sus caderas. Su respiración se había vuelto irregular. Demelza presionó las palmas de las manos contra las almohadas a cada lado de su rostro, balanceándose sobre él mientras sus senos se arrastraban sobre su pecho.

Cuando abrió los ojos, él le devolvió la mirada. Se mordió el labio inferior, era tan condenadamente hermosa y estaba a punto de matarlo.

"Maldita sea, Di. Me estás volviendo loco."

Volvió a llevar las manos a su trasero y abrió los dedos para poder masajear su carne.

Demelza se frotó lascivamente contra él mientras su placer no hacía más que crecer. "Oh, Judas, Ross. Estoy tan cerca."

Su agarre se volvió lo suficientemente fuerte como para imaginar que le dejaría las huellas de sus dedos marcadas en las mejillas de su trasero. La idea lo hizo temblar, pero a ella no pareció importarle. Él se había comenzado a mover también contra ella, no se había dado cuenta.

"No te detengas." – Ordenó ella.

"Lo que digas." - Ross gruñó mientras la arrastraba más abajo esta vez, a través de su inconfundible erección, y hacia arriba de nuevo. Demelza abrió los ojos, sus miradas encontrándose por un momento, y luego abrió la boca como para gritar, pero lo que salió fue un gemido que vibró por todo su cuerpo y fue directo hasta su polla.

Unos instantes después, respirando agitada y todavía desparramada sobre su cuerpo, le dijo: "Feliz Cumpleaños, mi amor."

"Feliz Cumpleaños a ti también." – respondió él, completamente desprovisto de cualquier sentido porque no era el cumpleaños de Demelza.

Y entonces ahora iba con prisa. Quería llegar a ella, contarle de su idea. Pedírselo como regalo de cumpleaños. Míster Ross estaba ansioso también, lo sentía en sus pantalones. Así que la sorpresa fue genuina cuando al abrir la puerta del departamento se encontró con un gran grito de "¡Sorpresa!"


Y se sorprendió de verdad. Al primero que vio, porque nunca se habría imaginado verlo allí, fue a su jefe que reía con complicidad. El muy desgraciado, lo había engañado. Zacky y algunos de los chicos estaban allí también, su prima Verity y su novio Andrew; George junto a dos chicas que jamás había visto. La compañera de Demelza, Mary; tres de sus colegas y a quienes luego le presentaron como sus novias, otros dos fotógrafos con los que se había hecho amigo en las coberturas pero que trabajaban en otra agencia, y el matrimonio que vivía en el otro departamento de ese piso con los que charlaban de tanto en tanto cuando se cruzaban en el pasillo. La sala del departamento estaba decorada para la ocasión, había algunos globos y un cartel de Feliz Cumpleaños colgado de la pared junto con un número 30. Habían movido el sillón a un lado y llevado la mesa más al centro repleta de comida.

La primera que se escabullo entre el grupo fue Demelza, a quien no había visto a primera vista, pero que ahora aparecía con un apretado jean negro, botas de taco cortas y una remera verde de mangas largas que se estrechaba sobre sus pechos. Pestañeo un par de veces hasta que llegó a su lado. Tenía su pelo colorado suelto, larguísimo, sus ojos verdes resaltaban con el maquillaje y llevaba pendientes, pulsera y una cadenita doradas haciendo juego. Todo lo observó en los dos segundos que tardó en darle un abrazo y un beso que apuntó a la mejilla, pero él tuvo los suficientes reflejos para girar su boca y hacerlo terminar en sus labios. Alguien chifló, otro exclamó algo y Demelza sonrió mirándolo a los ojos cuando se separaron.

"Feliz Cumpleaños." – le dijo de nuevo, y él apretó su mano antes que todos los demás se acercaran uno por uno a saludarlo.

Estaba de verdad perplejo de que Demelza le hubiera organizado una fiesta sorpresa y él no hubiera sospechado nada. De hecho, nadie nunca le había organizado una fiesta sorpresa y Ross se sentía halagado de que se hubiera tomado tantas molestias. ¿Cómo lo hizo? Había tanta comida, la mayoría hecha por ella. Sus vecinos después le contaron que la estaba guardando en su heladera. Verity había sido cómplice también, por supuesto. Fue una velada encantadora, con música de fondo, todos se divirtieron. Hacía poco habían habilitado la terraza, habían comprado la mesa y sillas de jardín y Demelza la estaba llenando de plantas. Los invitados desparramados allí y en la sala, Demelza y Verity de aquí para allá asegurándose de que a nadie le faltara bebida. En un momento de la noche, Ross la había seguido a la cocina, tomándola por la cintura y plantando un beso en su cuello debajo de la oreja.

"Shhh… Ross."

"Guardándome secretos, ¿no es así?"

"Se suponía que era una sorpresa." – se excusó ella, mientras él le daba otro beso en la mejilla.

"¡Oh! Lo siento." – Verity exclamó al entrar en la cocina con una pila de platos vacíos en sus manos. Sorprendida, pero sonriendo.

"Tu también, Ver. No me dijiste nada." – le dijo a su prima, dejando que Demelza terminara lo que fuera que estaba haciendo.

"No entiendes el concepto de una fiesta sorpresa." – dijo su prima, apoyando los platos en la mesada para que Demelza lavara.

"No, no lo hace." – estuvo de acuerdo Demelza. Ross sacudió la cabeza divertido. – "Pero la estas pasando bien, ¿verdad?"

"Sí." – dijo automáticamente, aunque internamente pensó que hubiera preferido su idea, y estar solo con Demelza. – "De verdad me sorprendieron." – pero algo pareció delatar sus pensamientos. Al menos para Demelza, que lo miró de reojo con una ceja levantada y una media sonrisa.

"George quiere ir a un boliche más tarde." – les dijo Verity, mientras secaba los platos que Demelza lavaba.

"Oh…" – vaciló Demelza.

"No creo que nosotros vayamos." – dijo él inmediatamente.

"¡Aquí están!" – hablando de Roma. – "Las chicas ya quieren ir a bailar. ¿Vienes, Ross? Hay que festejar como se debe." – George dijo, irrumpiendo en la concurrida cocina con una cerveza en la mano.

"Nosotros pasamos, George. Tenemos que acomodar todo esto." – dijo él.

"Oh, yo me quedaré a ayudarles."

"No, Verity. No es necesario, tú ve."

"Pero antes tenemos que cortar el pastel." – acotó Demelza.

"¿Hay pastel?"

"Es tu cumpleaños, Ross, por supuesto que hay pastel." – le susurró al oído y le dio un rápido beso en los labios.


Una hora más tarde, y Ross y Demelza despedían a los último invitados. Zacky y los chicos, que nunca habían ido a un reunión así, de adultos y con tanta cosas ricas para comer, y a sus vecinos, que no tenían más que cruzar el pasillo para volver a casa y se habían quedado a ayudarlos a sacar la basura. Todos con un paquete de comida que había sobrado para que llevaran a su casa.

Apenas cerraron la puerta, los brazos de Demelza lo rodearon. "¿En serio te gustó? Nunca dijiste que odiaras las sorpresas ni nada por el estilo."

"No las odio, para nada. Principalmente si vienen de ti. La pasé genial, de verdad. Jamás me imagine que John y los otros vendrían. ¿De donde sacaste sus contactos?"

"Tengo mis métodos." – Ross sonrió.

"Muy astuta."

Les tomó un rato terminar de ordenar todo. Para cuando Demelza cayó pesadamente en el sillón ya era más de medianoche. Ross se sentó en el sofá junto a ella. Lo suficientemente cerca para poder pasar su brazo alrededor de sus hombros. Ella acomodó la cabeza en la base de su cuello.

"Tu amigo George es todo un personaje."

"Es un gusto adquirido, eso seguro."

"¿Crees que la pasó bien? Estaba muy apurado por irse."

"Solo quería salir con las chicas."

"Quería que tú fueras con ellos. Trajo una chica para cada uno." - Ross se rio, apretando su brazo alrededor de ella.

"Como si eso fuera a ocurrir." – dijo, besando su temple. Demelza se retorció en su abrazo, levantando su rostro para mirarlo a los ojos.

"Es bueno saberlo." – susurró junto a sus labios y él los apoyó en los suyos.

Cuando las cosas se pusieron más serias, Demelza suspiró un "Ross…", él apretó los dientes.

"Esta bien, no tenemos…"

"Pero yo quiero." – se lamentó ella. – "De verdad, quiero hacerlo, solo que… no sé. No sé a qué es lo que temo…"

"Entiendo, cariño. No te preocupes…" – dijo él, acariciando su cabeza sobre su cabello.

"¡Pero no es justo para ti! Y hoy… yo quería…"

"Yo quería también." – confesó él, lo que pareció entristecerla. – "No. Di… no es… lo que quieto decir es, estuve pensando. Y vamos a ir a tu ritmo, no haremos nada que tu no quieras…"

"¿Qué estuviste pensando?" – Lo interrumpió ella intrigada.

"Bueno…" – Ross se acomodó, Míster Ross atento. Sacó el brazo de sus hombros y se sentó de costado, tomando sus manos. – "Quiero estar contigo, si. Pero Di, lo que quiero más aun es que tu disfrutes esto también. Y para eso yo… no necesariamente tengo que tocarte…"

Esta vez fue ella quien se acomodó, subiendo sus rodillas al sillón y sentándose sobre ellas.

"¿Qué quieres decir? ¿Cómo…?"

"Yo no te tocaré, tu lo harás."

Demelza se lo quedó mirando con la boca abierta. Tal vez no era una buena idea. Era una estupidez, ¿en que estaba pensando?

Demelza no dijo nada por un momento, procesando su propuesta. Tocarse, masturbarse, eso era lo que estaba sugiriendo. Hacía meses que no lo hacía, no desde que Ross y ella empezaron a tener relaciones, y después, bueno, hacía meses que ella no… pero quería. Lo deseaba, y últimamente se sentía frustrada de que algo en ella lo impidiera. No sabía que era, a que le tenía miedo exactamente. No iba a quedar embarazada de nuevo, ahora estaba tomando anticonceptivos, así que sí, ella quería…

"Podríamos intentarlo." – dijo con algo de timidez. Porque sí había hecho muchas cosas con Ross en la habitación, pero esto en particular no, que él la observara mientras ella…

"¿De verdad?" – preguntó él con la misma cara de sorpresa que cuando abrió la puerta al llegar horas antes. Demelza asintió.

Antes de que pudiera pestañear, él la estaba besando de nuevo. Le encantaba esa presión, el calor que emanaba de su cuerpo y parecía invadirla entera. Judas. Cada día, ese temor sin sentido parecía abandonarla un poco más, tal vez podrían intentar directamente…

Cuando encontró su mirada sus ojos ardían, una expresión de hambre y deseo que la harían decir que si a cualquier cosa.

"Te lo prometo, no tendremos sexo." – dijo él intentando tranquilizarla, sin saber lo que pasaba por su mente.

"No." - estuvo de acuerdo Demelza con un suspiro agitado. "Definitivamente no es sexo. Es… masturbación." Y se movió en el sofá.

"No estés nerviosa. No haremos nada que tú no quieras." – Demelza bajó la vista. El bulto en sus pantalones hizo que sus labios se abrieran.

"No lo estoy… haré lo que tu me digas, cariño." Y como Ross estaba muy quieto, ella aprovechó para acercarse y darle un beso en la boca de nuevo. Tenía esa mirada, el ceño fruncido en concentración. Era desconcertante y a la vez estremecedor. Sensual, solo ellos sentados en ese sillón, hablando de eso. De placer, de que él quería que ella lo disfrutara, cuando era ella quien se lo había negado a él. Bueno, no del todo. "¿Entonces…? ¿Qué es lo que hago? ¿Me quito la remera y toco mis pechos?" – Sugirió, porque él parecía haberse quedado mudo.

Ross se aclaró la garganta. "Eso suena como un buen comienzo."

Una combinación de nervios y excitación le puso la piel de gallina en los brazos.

"¿Puedo hacer eso?" - Las palabras salieron como una pregunta. Sus ojos ardientes devoraron su boca.

"Creo que deberías."

Demelza ordenó a su cuerpo que entrara en acción. - "Parece que no puedo hacer que mis brazos se muevan." ¿Cómo se atrevían a traicionarla en ese momento? - "Lo siento. Me da algo de pena que me veas desnuda." - dijo.

"Te he visto completamente desnuda antes."

"Lo sé, pero no desde…"

Y eso fue lo que lo hizo hacer clic. Precisamente en eso era en lo que no quería que pensara, y se dispuso a distraerla.

"¿Qué hay de malo en estar desnudo? ¿Ayudaría en algo si te dijera cuan atractiva te encuentro?" – Ross dijo inclinándose sobre ella.

"Judas." - La calma se esfumó.

"¿Ayudaría si describiera cuan sexy eres? Hablando objetivamente, obviamente."

Ross se tomó su tiempo para mirarla, comenzando por la parte superior de su cabeza y bajando hasta sus pies cubiertos con calcetines, pues se había quitado las botas cuando comenzaron a limpiar.

Ella se quedó quieta mientras él paseaba su mirada por su cuerpo.

"Bueno, están… hay muchas cosas buenas para enumerar." - dijo en voz tan baja que ella casi no lo entendió. - "Hay cosas obvias que noto cuando entras en una habitación." Empezó a contar cosas con los dedos.

"Tu cabello colorado es único. Todo suave y brillante. Y siempre lo estás dando vueltas así que siento grandes bocanadas de tu shampoo cuando estamos acostados en la cama, lo quiera o no. Y luego están tus pechos, por supuesto. Dios, tus senos son una tortura. La forma en que los escondes en esos canguros amplios. Y pienso que soy el único que tiene el honor de verlos." – y para acentuar sus dichos, arrastró un dedo sobre las montañas cubiertas por la tela aterciopelada verde.

Su cuerpo tirito y Ross quitó su mano para frotar la línea de su mandíbula como si le doliera.

"Creo que he imaginado veinte formas diferentes de arrancarte ese top en estos minutos. Sólo para poder echarles un vistazo."

Apenas habían comenzado y Demelza ya respiraba demasiado rápido. Se había hundido en el sillón, sus piernas sobre la falda de su novio.

"Pero las cosas que realmente me vuelven loco son más sutiles" - continuó. - "La forma en que se siente tu piel cuando te tomo de la mano y cómo brillan tus ojos cuando hablas de tu familia. También me gusta eso que haces cuando arqueas la espalda cuando te estiras por la mañana. Ah, y el pequeño lunar que tienes justo debajo de tus pechos. Como un tesoro marcado con una X." Levantó el pulgar para indicar el lugar exacto.

Los párpados de Demelza se volvieron pesados. El anhelo llenó su garganta, haciéndole difícil respirar. ¿Había alguien dicho tantas cosas bonitas sobre ella en una sentada? Era tan dulce. La hacía sentir tan deseada, tan amada.

Ross subió con su dedo desde en medio de sus pechos, por su cuello y más arriba. Y ella no pudo luchar contra el repentino y abrumador deseo de abrir la boca. Cuando se entregó al instinto, Ross dejó que su dedo se deslizara entre sus labios. Demelza no pudo evitarlo. Arrastró su lengua por la áspera yema de su pulgar, saboreando su piel mientras él cerraba los ojos y gemía.

"Muéstrame lo que te gusta." - dijo, con los ojos entrecerrados. Era una petición, una orden y una súplica, todo al mismo tiempo.

Y de repente lo necesitaba. No importaba la pena y el temor. Lo que importaba eran las palabras de Ross y la forma en que la elevó a una posición lasciva y poderosa con tan solo sus palabras. Él le había dado la oportunidad de soplar la chispa de deseo hasta que se convirtió en llama. Sería una tonta si no lo aceptara.

Antes de que pudiera volver a perder ante los nervios, se levantó, movió las piernas detrás de ella para poder sentarse sobre los talones. Relajó los hombros. Habían acordado explícitamente que, pasara lo que pasara a continuación, esto iría tan lejos como ella quisiera. Ella estaba en control y podía manejarlo. Pero por supuesto que era algo más profundo… ella lo amaba, y él la amaba a ella. No había razón para sentir timidez porque los dos querían lo mismo.

Se quitó la remera con un movimiento fluido. Afortunadamente, el material elastizado no quedó atrapado alrededor de sus codos. Ese día había elegido un sostén que sabía que mantenía todo en su lugar, pues la camiseta era apretada. Y sus pechos se asomaron sobre la parte superior de la tela color crema y sin adornos.

Ross gimió como si alguien lo hubiera apuñalado con un cuchillo sin filo.

"Dios. Debo confesarte que los extraño demasiado."

Demelza agachó la cabeza y se rio un poco de eso. Un ronroneo gutural que sonaba como el de otra persona pero que se sentía bien en su garganta.

"¿El sostén es lo siguiente?" - Necesitaba orientación, pero también le gustaba la idea de que anunciar su progreso lo enloquecería.

Efectivamente, cuando ella lo miró a los ojos, él se estremeció como un hombre disfrutando de la silla eléctrica.

"¿Quieres que me detenga?" - fingió un tono de preocupación.

Él le dedicó su sonrisa más encantadora a modo de tranquilidad, hoyuelos a cada lado de sus labios que se veían a través de la corta barba. - "No te atrevas."

Demelza se levantó y se dio la vuelta dándole la espalda, con la esperanza de que al no tener que hacer contacto visual directo quitarse el sostén sería un poco más fácil. Se inclinó ligeramente hacia adelante y se estiró hacia atrás para desabrocharlo buscando a tientas el broche. Judas, sus dedos le temblaban.

"Deja que te ayude." Cuando Ross soltó hábilmente los broches, ella sonrió del otro lado.

Ross dejó que el dorso de sus dedos rozara su columna mientras retiraba la mano. - "Si te niegas a darte la vuelta, hay una gran posibilidad que haga combustión aquí mismo." – Ella se mordió el labio inferior para contener la risa. Su respiración ya no era lenta y regular. Parecía que estaba tratando de subir un tramo de escaleras mientras cargaba algo pesado.

Demelza giró, obligando a su cuerpo a no obedecer el impulso de cubrirse mientras Ross se lamía los labios, mirando descaradamente sus pechos.

Siseó en un suspiro. "Lo que voy a decir va a sonar como una línea. Pero créeme cuando te digo que he visto muchos senos en mi vida y nunca he querido tener mis manos y mi boca y, si soy totalmente honesto, mi polla, en un par tanto como en los tuyos."

El rostro de Demelza se calentó ante el ridículo elogio. "¡Judas! No hables de otras mujeres ahora."

"Estaba hablando de otros pechos."

"Nadie en su sano juicio hablaría de eso en un momento como este." – intentó que sonara como un reproche, pero aún así, ella bajó su omóplatos, empujando sus pechos más hacia afuera, y tomó uno en cada mano hasta que la carne se escapo de entre sus dedos. Judas.

Mierda.

Ross estaba como hipnotizado. Demelza, mordisqueando su labio inferior de nuevo, dejó que sus pulgares rozaran sus pezones, sintiendo la oleada de placer que ese pequeño gesto envió hacia abajo a través de su vientre hasta su zona más íntima. No se había tocado así en mucho tiempo, ni la habían tocado tampoco, así que él más mínimo contacto la hizo suspirar. "¿Ahora qué?" – jadeó.

Ross tragó saliva antes de continuar. – "Mmm… dime… cuéntame una fantasía." – dijo, acomodándose de nuevo en el sofá. La dureza entre sus piernas estaba haciendo que le costara estar sentado tan quieto.

"De acuerdo. Mmm…" – Demelza pensó por un momento. "Entonces, en esta fantasía, estoy en esa playa en Cornwall, la que está cerca de tu casa." - Ella lo miró. "Contigo. Y el sol está calentando mi piel."

Sus ojos seguían recorriendo su piel desnuda, como si la estuviera acariciando.

"Y tú estás desnudo, y yo estoy tomando sol en topless." - Ross apretó las manos en puños. – "Porque quería provocarte."

La atención que le dio a sus senos, comenzando lentamente y variando la presión, le dio ganas de retorcerse. Había olvidado la forma en que el placer podía construirse, más completo que cuando empezaba directamente por entre sus piernas. Demelza cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás hasta que los largos mechones de su cabello rozaron la mitad de su espalda.

"¿Estoy besando tus pechos en esa playa?" - La cruda lujuria en su voz la hizo derretirse.

"Besando, mordiendo, chupando, jugando con ellos…"

"¿Y a ti te gusta?"

"Me encanta." – Judas. Demelza no había tenido en cuenta el juego de palabras cuando aceptó esto. Cómo sus palabras hacían todo más emocionante y urgente y deliciosamente sensual. Abrió los ojos para encontrarlo luchando por retomar el control. Se movió hasta que estuvo frente a ella en el sofá, cada centímetro de su forma larga y musculosa se inclinó hacia delante con anticipación. Dejó que sus ojos vagaran entre sus piernas y ella pellizcó sus pezones con fuerza entre el pulgar y el índice, justo frente a sus ojos. El bulto en sus pantalones era verdaderamente obsceno. Ross parecía no darse cuenta de que había comenzado a mover sutilmente las caderas.

"Deberías liberarlo." - dijo, y luego inmediatamente se cubrió la boca con la mano para evitar la risa que quiso escaparse.

Ross se congeló. "¿Eh?"

Demelza se quitó los dedos de los labios lentamente. "Tu... A Míster Ross." Ross la continuó mirando como si no entendiera de lo que hablaba. - "Deberías sacarlo y tocarte. Si quieres." Ella agachó la cabeza. "Oh, Ross. Lo siento. Estoy siendo muy… atrevida. Pero es tu cumpleaños y pensé que querrías..."

"¿Estás bromeando?" - Ross se quitó la remera y la invitó a ver sus abdominales ondeando mientras levantaba los brazos. Tiró de sus pantalones y los calzoncillos bajaron por sus piernas tan rápido que ella apenas parpadeó antes de que él tuviera su mano alrededor de sí mismo.

"Ay, Judas." - Su voz tembló y la temperatura de la habitación pareció elevarse cien grados en un segundo. "Es como si alguien le hubiera dado una membresía de gimnasio al David de Miguel Angel. "

Ross detuvo su mano alrededor de la base de su grueso eje. "Es eso . . . ¿bueno?"

"Sí." Era mucho más que bueno. Ross era una escultura del renacimiento viviente.

"Vas a…?" - Él asintió hacia sus muslos aún cubiertos con sus jeans negros. "No tienes idea de cuánto quiero verte en este momento."

Y Demelza habría hecho cualquier cosa para que Ross siguiera mirándola exactamente así, así que empujó el resto de su ropa hacia abajo y se la sacó a tirones. Él no la ayudó, estaba concentrado en… otra cosa.

"Mierda. Princesa…" —dijo Ross cuando ella estuvo desnuda frente a él. Dejó de moverse. De hecho, no estaba segura de que él no hubiera dejado de respirar. - "Por favor amor, tócate. Por favor. Sé que estoy rogando. Sé que suena desesperado, pero por favor, Di. Me estás volviendo loco." Ross pronunció las palabras con una voz agonizante.

Pura lujuria le dio la confianza para llevar su mano temblorosa a su estómago, para dejar que sus dedos se deslizaran lentamente entre sus muslos. En el momento en que sus dedos hicieron contacto con su sexo, tanto ella como Ross maldijeron.

Él se acercó más, recostado junto a ella, hasta que cada una de sus ásperas respiraciones caía sobre su cuello. Ella gimió mientras sus caderas se ondulaban, buscando penetración. Jadeando por el hombre a su lado.

Los ojos de Ross se volvieron más oscuros, más salvajes, y ella giró su rostro hacia él. Sus labios apenas hicieron contacto. De repente, todo, la presión de su mano y el placer que producía, se duplicaron. Ross se movía con movimientos suaves, tragando cada vez que su pulgar rozaba la cabeza de su miembro. Dejó que su boca se abriera mientras la observaba tocarse cada vez más rápido y cada vez más cerca de él, buscando esa liberación a la que había temido durante meses.

Sin pensarlo ni intentarlo, Demelza gimió la única palabra que podía pronunciar en ese momento. "Ross…"

El sonido de su nombre en sus labios pareció romperlo. Todo su cuerpo comenzó a temblar. "Dilo de nuevo." - gruñó a través de dientes apretados. Su antebrazo activo se había tensado tanto que podía contar las venas. Bajó la voz a una letanía. "Sigue diciendo mi nombre."

Ella sostuvo su mirada mientras insertaba un dedo en su apretado cuerpo, incapaz de encontrar espacio en su mente para la reticencia. No cuando su respiración era tan irregular como la de ella. No cuando perseguía un orgasmo que prometía poder hacerla volar. "Ross…" repitió una vez, y otra.

Tenía mucho sentido convertir su nombre en un mantra. A pesar de que él no la estaba tocando, podía sentirlo en todas partes. El calor y la energía rodaron de su cuerpo en oleadas.

Todo lo que la había atormentado en el último tiempo se convirtió en historia antigua mientras se movía como una mujer que nunca había temido perseguir su propio placer. Quería que la mirara. Que viera el movimiento frenético de su mano mientras buscaba exactamente lo que ambos querían.

Su presencia actuaba como una privación sensorial, todo realzado, concentrado en un solo punto.

"Por favor, dime que sabes lo increíble que te ves en este momento. Que lo sientes, como yo lo siento…"

Sus ojos se pusieron en blanco cuando ella agregó otro dedo. Su fricción se hizo más ruda. – "Lo siento también." – pudo llegar a decir y para remarcar lo que era incapaz de emitir en palabras en ese momento lo acentuó apoyando la mano que tenía en su pecho sobre el brazo que el movía sin cesar.

"¿Sí? Bien. Porque haría cualquier cosa para sufrir la tortura perfecta de verte así una y otra vez, amor. Eres preciosa." - Ross no la tocaba, pero sus palabras se hundían en su piel, abrazándola.

Demelza estaba atrapada en él. Ahogándose en la sensación. Tan distraída que cuando cayó por el borde, y no del sillón, gritó no solo de placer sino también de sorpresa. Sus ojos se cerraron mientras dejaba que el orgasmo atravesara su cuerpo sin rehuir de él. Sus dedos clavándose en su brazo y exclamando algo que podría haber sido su nombre. Cuando abrió los ojos, lo encontró a Ross mirándola a la cara, el anhelo desnudo en sus ojos hizo que su cuerpo se estremeciera.

No fue hasta un momento después, cuando su cuerpo finalmente se relajó, cuando cayó contra el sofá como un fideo flácido y él hundió su rostro en su cuello, que Ross permitió su propia liberación, pintando su estómago con la evidencia de su deseo. El sudor comenzó a enfriarse en sus cuerpos temblorosos. Eso se había sentido… increíble.

La sala de estar estaba en silencio excepto por la mezcla de sus respiraciones desesperadas.

"Eso fue…" - Ross finalmente dijo. - "Quiero decir, lo que hiciste… tu…" – no podía encontrar las palabras.

"Espero que el final de esa oración sea complementario." - Demelza sonrió mientras se estiraba hacia la mesa ratona y le entregaba un puñado de pañuelos de papel de la caja que estaba sobre ella. Estaba agotada, feliz y diferente de la mujer que había sido una hora antes. Sí, podía hacer esto. Podía seguir amando, seguir viviendo.

"Muy complementarios." - dijo Ross mientras se miraban a los ojos. La habitación estaba repleta de algo más que atracción y lujuria desenfrenada. – "¿Di?"

"Sí, Ross… te amo. Gracias por esto, tienes las ideas más ocurrentes."

Él sonrió.

"Yo también te amo, y no tienes nada que agradecerme, al contrario."

"Muy feliz cumpleaños." – Ella dijo una vez más, acariciando su mejilla.

"Muy feliz."