Sexto Acto

LUNA LLENA

Elpleniluniooluna llena sucede cuando nuestro planeta se encuentra situado exactamente entre elSoly la Luna.

La propuesta de su esposo de que visitara el complejo Hyūga fue inesperada, pero completamente dichosa. No estaba acostumbrada a tantas libertades dentro del clan Uchiha, y mucho menos cuando se trataba sobre qué podía o no hacer, por lo cual, que el mismo Itachi le planteara poder pasar la velada en el hogar de su familia la hizo muy feliz. Volver a su propio hogar y visitar a los suyos la llenó de un sentido de alegría inexplicable, uno que no pensó experimentaría luego de ser rechazada y humillada toda su vida bajo esos mismos techos.

Caminó por la entrada observando ese lugar que tantas veces había extrañado. Era su hogar después de todo. Por pobre que hubiese resultado el trato recibido al crecer, seguía añorándolo y deseando estar ahí junto a los suyos. Extrañaba a Hanabi, a Ko, a Neji —por cruel e indiferente que fuese con ella— y también, a su padre. Quería poder verlo y finalmente ser capaz de recibir lo que tantas veces deseó al crecer bajo su cuidado: tan sólo una mirada de satisfacción, un "bien hecho", un "me haces sentir orgullo". Lo había añorado con tantas fuerzas y al no recibirlo se había escondido dentro de sí misma, volviéndose una niña tímida y silenciosa, débil a los ojos del resto. No obstante, había cumplido con su labor; se había casado con el heredero de los Uchiha tal como se lo habían pedido. Ella, la niña a quien Hiashi Hyūga había considerado un error de la naturaleza, había conseguido cumplir con sus expectativas casándose con Itachi y sirviendo como su esposa de la mejor manera posible.

No pudo evitar sonreír cuando lo pensó de ese modo, esperando ansiosa que su padre le dijera que finalmente había hecho algo bien.

Los árboles alrededor de la calle seguían ahí y pronto las cerezas y las ciruelas estarían maduras para que los jóvenes del clan las cultivaran e hicieran jarabe para poner sobre los helados de hielo molido. Ya podía saborear el verano delante de ella, pues el complejo Hyūga era un lugar hermoso durante la época. Quizás Itachi le permitiese pasar algunos días junto a los suyos cuando llegaran las festividades para celebrar la estación.

No obstante, su sonrisa comenzó a decaer lentamente y un sentido de nostalgia la embargó de pronto al pararse debajo del arco de entrada, reviviendo todos esos momentos que habían sido tan cotidianos en su vida y que no se volverían a repetir. Tenía nuevas responsabilidades ahora, entre ellas, complacer en toda forma posible a su esposo. Era una meta que lograría alcanzar; tenía que ganarse el corazón de Itachi.

Con sus siete años de edad, lo único que entendía sobre el matrimonio es que una mujer debía hacer todo lo que su marido le dijese. En ningún momento había asociado el amor a esa unión de dos personas, y tal como se lo habían dicho toda su vida, los matrimonios entre personas de alta cuna se cumplían más que nada por un fin. Ese fin, por lo que entendía, era la perpetua amistad entre el clan Uchiha y el clan Hyūga. Eso se traducía en que estaba sobre sus hombros la paz entre los dos clanes más importantes de Konoha. Aquello la hacía experimentar un extraño sentido de importancia y dignidad.

No. No había asociado del todo que Itachi debía amarla o que ella debía amar a Itachi… y aún así, mientras caminaba hacia su hogar, se preguntó si aquello sería posible algún día.

—Hinata-sama —una voz interrumpió sus pensamientos. Ko la saludaba con alegría cuando la vio llegar pasando por los altos pilares de madera de la entrada del conjunto— ¿Qué hace aquí? —preguntó el hombre parándose frente a ella haciendo una cortés reverencia.
—Vengo a visitar —respondió ella con una sonrisa, recordando al sujeto que había pasado la mayoría de su vida a su lado como el guardián encargado de su seguridad— ¿Se encuentra otou-sama en casa?
—Sí, pero, ¿No debería haber vuelto a casa de los Uchiha con Sasuke-san después de su jornada académica? ¿Ese era el acuerdo, no? —preguntó el Hyūga un tanto nervioso, como si hubiese acontecido algo que nadie le había informado. A los Hyūga no le gustaban las sorpresas; eran personas que planeaban cada momento del día con extremo cuidado.
—S-sí, pero, Sasuke-kun se ha quedado a e-entrenar en la Academia y cuando lo hace, lo hace hasta t-tarde —dijo ella jugueteando con sus pequeños dedos, intentando explicarse lo mejor posible— Y… y…

Ya no era la niña que Ko había llevado tantas veces de la mano a la Academia, ahora era la esposa de Itachi Uchiha, la próxima matriarca del clan de su esposo y la futura heredera de sus tradiciones. Tan pronto se dio cuenta que estaba picando sus dedos uno con otro, que estaba tartamudeando y mordisqueando sus labios, se detuvo, se calmó y bajó lentamente las manos. No podía darse el lujo de comportarse de forma infantil ahora. Quería mostrarles a todos en ese lugar que estaba cumpliendo sus funciones de la forma más digna posible, tal como se le había encargado.

—Itachi-san insistió que hoy visitara a Otou-sama —dijo con algo de solemnidad y mucha más confianza.
—Ya veo —respondió Ko con una sonrisa amable, dándose cuenta del esfuerzo que estaba haciendo su Hinata-sama. El hombre le sonrió con una chispa de orgullo en sus ojos—. Sígame por favor, la llevaré con Hiashi-sama.
—Muchas gracias, Ko-san —respondió ella, haciendo una pequeña reverencia.

Lo siguió por los largos pasillos exteriores que daban al patio de entrenamiento. Las vigas de madera crujían levemente mientras se adentraban, denotando lo antigua de la construcción. Había estado ahí por muchas décadas ya, desde que los Hyūga decidieron unirse al proyecto que llamaban Konoha. Siendo uno de los clanes más antiguos de la Villa, podía imaginarse cuanto tiempo tenían aquellas paredes y a cuantos de su familia habían albergado.

Ella ya no podría volver a ese lugar ancestral al que alguna vez había llamado hogar y aquello la llenó de añoranza por un pasado que no supo apreciar mientras crecía. Había detestado nacer en ese lugar y ahora que se le había impedido seguir viviendo allí lo evocaba más que nunca.

Finalmente, llegaron al dojo de entrenamiento, lugar en el cual el patriarca de los Hyūga entrenaba personalmente con su hija menor, Hanabi Hyūga.

Hinata se asombró cuando vio como su pequeña hermana de tan sólo tres años golpeaba las palmas de su padre insistentemente intentando realizar algún daño a base de Taijutsu. Su garganta se apretó recordando tener esa edad y ser forzada a entrenar en vez de poder jugar con el resto de los niños de su edad. Ahora, al ser Hanabi la próxima heredera de la posición de líder del clan, aquella tarea fastidiosa recaía en ella. Después de todo, eran una familia de shinobis. Entrenar era parte de lo que significaba ser un Hyūga. Esa era la labor de un miembro de su familia.

—Hiashi-sama —dijo Ko Hyūga, haciendo una leve reverencia—. Hinata-sama ha venido a visitar.

Fue entonces que Hiashi pareció notar la presencia de ambos. Detuvo el entrenamiento, se paró derecho y asintió de forma solemne. Sus ojos perlados se fijaron en ese momento en su hija menor. De inmediato, el corazón de Hinata pareció oprimirse y un nudo se formó en su garganta.

—Otou-sama… —susurró apenas pudiendo formular palabras, para luego hacer una elegante reverencia.

Su padre le dio una larga y fría mirada, inspeccionándola detenidamente, como si su presencia fuera un augurio de malas noticias. Sus ojos eran tan intensos que por un momento Hinata sintió que ni si quiera podía respirar.

Por otro lado, Hanabi sonrió de inmediato corriendo en dirección de Hinata casi haciéndola caer, cuando se lanzó sobre ella abrazándola de forma infantil. Hiashi observó la escena estoico, sin mostrar un atisbo de felicidad por la visita de su hija mayor, ni por el reencuentro entre las hermanas.

—¿Qué haces aquí, Hinata? —le preguntó con su usual severidad.
—He venido a v-visitar, Otou-sama —respondió ella tragando saliva al ver que no le hacía ninguna gracia verla.
—¿Tú esposo sabe de esto? —le preguntó el hombre.
—Fue él quien lo su-sugirió —respondió empequeñeciéndose cada vez más ante la imponente figura de su padre.
—Sigues tartamudeando —dijo con frialdad.
—Lo siento —no podía evitarlo. Cada vez que estaba nerviosa las palabras salían cortadas desde su boca.
—Espérame en el salón. Aún no termino con Hanabi

Hinata miró a su hermanita con lástima. Recordaba muy bien lo que significaba entrenar con su padre y no se lo hubiese deseado a ella. No obstante, parecía que Hanabi era mucho más hábil de lo que ella había resultado ser a esa edad. De hecho, las veces que habían entrenado juntas había terminado perdiendo.

Esperó en el salón de té mientras su padre llegaba. Se sentó observando la mesa de madera fina viendo su reflejo en la superficie. No era la misma niña que se había ido de ese lugar, y aún así, su padre seguía tratándola como si todavía fuese el mismo estorbo que lo había llenado de vergüenza por haber nacido sin talento natural como Neji o Hanabi. Se sintió realmente ingenua por pensar que las cosas cambiarían sólo porque había contraído matrimonio, tal como se le había ordenado.

Estuvo alrededor de una hora sola en ese enorme salón, mirando por las ventanas como los pajarillos primaverales jugaban en las fuentes de agua. A lo lejos, se podía observar como distintos miembros del clan llevaban sus quehaceres diarios, transportando cosas de un lado a otro, barriendo, podando la maleza que se formaba en el jardín, haciendo prácticamente de todo para que el complejo Hyūga se viera hermoso.

Finalmente, cuando el aburrimiento la estaba haciendo cerrar los ojos, el sonido de la puerta movediza la hizo voltearse.

Sorprendida, descubrió a Itachi Uchiha junto a su padre.

—¿Itachi-san? —preguntó un tanto confundida. Pensaba que la iría a buscar después de la cena.
—Buenas tardes, Hinata-san —dijo éste parándose junto a ella para tomar asiento.

La pequeña lo observó con grandes ojos nacarados, preguntándole con su mirar qué era lo que estaba haciendo ahí. Verlo entrar junto a su padre la hizo sentir especial y no pudo evitar sonrojar. Su esposo se había unido a ella en algo tan cotidiano como visitar su hogar. Quizás Itachi sí la apreciara, tanto como ella estaba comenzando a apreciarlo a él.

La sensación llenó su estómago de mariposas y tuvo que mirar la mesa para que nadie pudiese ver lo que se reflejaba en sus ojos; estaba feliz de que él estuviese a su lado.

—Como le decía, lamento interrumpirlo sin previo aviso, Hiashi-sama —dijo Itachi con simpleza, haciendo una educada reverencia.
—Descuide Itachi-san —respondió el líder de los Hyūga— Aunque debo admitir que me intriga el motivo de esta visita —dijo tomando asiento frente a la pareja, haciendo un movimiento de mano para que trajeran el té—. Dudo que esto sea sólo una visita por cortesía. Sobre todo con su horario, ahora que es el líder de un nuevo grupo en ANBU.
—El Hokage me ha dado ese honor —respondió Itachi con solemnidad—. Como dije, interrumpirlo no era parte de mis planes. No obstante, estoy aquí para tener una palabra con usted, si su tiempo se lo permite.
—Soy un hombre ocupado, pero puedo hacerme tiempo para el esposo de mi hija —dijo Hiashi, con un tono bastante neutral—. Retírate, Hinata.

Hinata asintió. No se sentía ofendida por la petición de su padre. Era normal en ese hogar que los hombres hablaran de asuntos del clan, de la Villa o de los negocios que llevaban a cabo. Las mujeres nunca estaban presentes en dichas conversaciones, pues se veía de mal gusto que éstas participaran en esos asuntos.

—No es necesario que se vaya. De hecho, es mejor que esté presente —dijo Itachi, poniendo una mano sobre el hombro de Hinata, impidiendo con delicadeza que ella se pusiera de pie—. Este asunto nos incumbe a ambos.
—Como desee —respondió Hiashi, cerrando los ojos y bajando levemente el mentón.

Se pudo escuchar entonces los pasos de una de las damas de los Hyūga desde la entrada mientras cargaba con gracia una bandeja con té y galletas de avena. La sala permaneció en silencio mientras la doncella ponía las tazas con cuidado para luego servir el agua caliente.

Hinata permaneció con la vista fija en la forma en que el vapor subía realizando extrañas figuras que desaparecían eventualmente después de pocos segundos. La hermosa flor en capullo que había en el fondo de la taza comenzó a abrirse mientras el agua tomaba otro color, formando un agraciado efecto; una exquisitez sólo reservada para los más importantes visitantes. Lo sabía, porque nunca antes se le había permitido beber ese tipo de té. No pudo evitar que una sonrisa se formara en sus labios y un suspiro de asombro saliera de su boca.

Fue entonces que la voz seria y lejana de Itachi la alcanzó.

—Hinata-san y yo hemos experimentado problemas desde que nos casamos y la situación es insostenible —dijo con calma, arrastrando cada palabra con lentitud, haciendo que Hinata se volteara lentamente a observarlo sin comprender qué era lo que estaba pasando ni por qué su esposo estaba diciendo algo como eso—. He decidido devolvérsela.

Por un segundo, el mundo de Hinata se detuvo. Fue como si su corazón se saltara un latido para quebrarse en cientos de pedazos mientras levantaba el rostro, sorprendida ante tal declaración. Sus cejas comenzaron a temblar y sus labios se separaron para intentar decir algo pero ningún sonido salió de éstos.

¿Itachi estaba intentando deshacerse de ella también? ¿Acaso había escuchado mal? ¿Estaba quizás atrapada en una horrible pesadilla? ¿Era ese el motivo por el cual le había pedido que fuese a su hogar aquel día?

—¿Itachi-san? —preguntó finalmente, como si quisiera escuchar de nuevo lo que su esposo acababa de decir, para convencerse a sí misma de que aquello era real.

No hizo falta que se dijeran más palabras. Pronto comprendió que aquello no era un sueño y sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas ante el silencio de su esposo y lo lejano que lo sentía a pesar de estar justo al lado de él. Ni si quiera se dignaba a mirarla, frío como el hielo, indiferente ante el dolor que claramente se manifestaba en ella. Un nudo se formó en su garganta y sus mejillas empezaron a arder ante la humillación que sentía. Bajó el rostro, cubierta en pavor, dejando que su flequillo escondiera sus ojos.

Dios era testigo de que había hecho todo lo posible para ser la esposa que él requería, pero al parecer no era suficiente. Se había esforzado por ser amable y gentil, por no importunarlo, por guardar sus secretos y también por hacerlo sentir orgullo de ella. Había pasado noches enteras pensando en qué hacer para honrar a Itachi como su esposo y así ganar su aprobación. Y aún así… aún así, había fracasado rotundamente en la única tarea que su clan había depositado en ella.

Apretó los puños sintiendo como las lágrimas le escocían los ojos, forzándose a sí misma a mantener la postura y dignidad, pero no conseguía que éstas pararan de caer por sus mejillas en silencio.

Hubiese esperado aquella crueldad prácticamente de cualquiera, pero no de Itachi, no sin antes prepararla para enfrentarse a la mirada que ahora su padre le estaba dando.

Nuevamente, no era más que una desilusión para él.

—Entiendo —dijo el Hyūga con simpleza.
—No quiero causarle molestias con esto —le indicó Itachi sin expresiones que delataran lo que estaba sintiendo.

Quizás todo ese tiempo juntos había sido una mentira; la noche que habían pasado confortándose en los brazos del otro había sido sólo una ilusión, como esos días soleados en invierno que nos recuerdan que la primavera está por llegar. Nunca había tenido una oportunidad si quiera de complacer a Itachi con su compañía, sólo había resultado ser una molestia de la cual encargarse y ahora quería deshacerse de ella. Sin importar cuánto se esforzara por alcanzar sus metas, siempre sería un fracaso. Nada más que un fracaso.

—¿Qué ha hecho mi hija para ofenderlo? —le preguntó Hiashi lentamente.
—No es apta para proporcionarme hijos —respondió él bebiendo el té con bastante elegancia.
—Mi médico ha dicho que está plenamente capacitada para tener hijos. Fue discutido con su padre cuando negociamos su unión —dijo Hiashi bebiendo té de la misma manera en que lo hacía Itachi.

La tranquilidad y desenvoltura en ambos era atemorizante. Estaban discutiendo el futuro de un matrimonio y se comportaban como si estuviesen realizando una transacción de negocios, como si Hinata fuese un objeto que Itachi estaba devolviendo por no cumplir con sus expectativas y Hiashi intentara convencerlo de que el producto estaba en perfecto estado.

Nunca antes Hinata se sintió tan inservible como en ese momento.

—Creo que me exprese mal —dijo Itachi bajando la taza de té—. Tal vez fisiológicamente hablando es capaz de concebir, pero no podrá dar a luz por lo menos durante los próximos cuatro o cinco años —abrió los ojos y observó con fijeza a Hiashi—. De hacerlo, es probable que muera. Eso ha dicho el médico de los Uchiha. Es sólo una niña después de todo. Su cuerpo no está lo suficientemente desarrollado para dar a luz.
—Estaban al tanto de ello cuando los documentos se firmaron para comprometerlos, a petición del Hokage —se defendió Hiashi sin expresión alguna—. Y aquello no impidió que el matrimonio se consumara y usted la convirtiera en su mujer.

Hinata sólo entendía la mitad de lo que hablaban. Lo hacían como si ella no estuviese presente, sin considerar en nada la forma en que todo lo que decían la estaba lastimando. No quería decepcionar a su padre, ni tampoco a Itachi. Si tan sólo el Uchiha le daba una oportunidad, le demostraría que podía convertirse en la mejor esposa de todas. Sólo necesitaba tiempo para mostrárselo. Sabía que con esa edad era poco lo que él podía considerar como una virtud en ella, pero cuando fuese una mujer se encargaría de darle hijos y complacerlo en todas las formas que él se lo pidiera.

—El día en que los dioses unieron sus manos en matrimonio, Hinata dejó de ser mi problema y pasó a ser el suyo —dijo el hombre con completa seriedad cuando Itachi permaneció en silencio—. Lo que los dioses han unido, ningún hombre puede deshacer —la taza de té estaba vacía ahora, justo frente a Hiashi—. El matrimonio fue consumado. Ella es su mujer —se puso de pie en ese momento. Hinata sabía que la discusión se había acabado—. Pueden retirarse cuando terminen su té.

La pequeña Hyūga podía sentir sus mejillas sonrojadas y los ojos llenos de lágrimas. Si hubiese sabido que esa era la forma en que Itachi se sentía respecto a ella habría hecho algo para complacerlo, para poder hacerlo sentir satisfecho con la elección de tomarla como esposa. Lamentablemente, parecía que todo lo que había hecho ese tiempo sólo había empeorado las cosas entre ellos.

—Hinata-san —dijo Itachi sin ningún ánimo en su voz—. Nos vamos.
—¿Por… por qué? —preguntó sin mirarlo. Su voz se quebraba y apenas tenía fuerza para que fuese más fuerte que un susurro— ¿Qué… qué hice para…?
—Era necesario —fue lo único que respondió, sin mirarla, luciendo extrañamente agotado.

Itachi no volvió a abrir la boca y Hinata no tenía el valor para volver a preguntar sus motivos para haberla querido devolver con su padre. Esa puerta al parecer estaba cerrada y Hiashi se había asegurado de ello.

Tendrían que estar juntos por mucho tiempo más.

O al menos eso creía Hinata.

El silencio los abrazaba. No se habían dicho ninguna palabra en todo el trayecto. La mano de Itachi se había cerrado en su muñeca y prácticamente la había arrastrado mientras caminaba a grandes zancadas por las calles de la ciudad, hasta que en determinado punto la tomó entre sus brazos y comenzó a saltar por los tejados hasta que eventualmente éstos desaparecieron y se adentraron en el bosque.

No comprendía qué estaban haciendo allí. No entendía nada de lo que estaba pasando. Tenía un nudo en la garganta, el deseo de llorar, y tal vez devolver el contenido de lo que había en su estómago. Ni si quiera tenía valor para preguntar qué era lo que estaba pasando para que estuviesen saliendo a toda prisa de la Villa. Lo único que sabía era que estaba lejos de su hogar, del hogar de los Uchiha y que era la primera vez que Itachi la llevaba tan lejos en un paseo que parecía no tener sentido después de lo que le había ocurrido en la casa de su padre.

Fue entonces que los árboles comenzaron a desaparecer. Hinata miró sobre el hombro de Itachi y se dio cuenta que estaban cerca de la cascada del río Naka, un lugar pedregoso y lleno de acantilados.

Por un momento, realmente pensó que Itachi la iba a lanzar por el precipicio para deshacerse de ella.

—Por favor…No… —dijo con voz temblorosa mientras se aferraba con fuerza a Itachi, luchando por su vida, llorando contra su pecho— Le prometo que cambiaré. Haré todo lo que me diga. Pero… pero… por favor no me…
—¿De qué está hablando? —preguntó Itachi, parando en seco sobre el terreno para depositarla con cuidado sobre el suelo— Me esperará aquí hasta que venga por usted —dijo deteniéndose bajo un árbol.
—¿Qué hacemos aquí? —lo cuestionó cuando fue notorio que no la arrojaría por el acantilado.
—Sin preguntas —la interrumpió—. No hay tiempo para preguntas —Itachi miró hacia el acantilado con una melancolía casi palpable, para luego mostrar decisión mientras se amarraba con determinación el protector de frente que había guardado en su bolsillo—. No tenga miedo. Sólo tardaré un momento —se acuclilló frente a ella—. No se mueva de aquí, sin importar qué escuche o qué suceda. Me esperará aquí hasta que venga por usted.
—Pero…
—Hinata-san. Sé que todo es muy extraño, pero algún día lo comprenderá. Es lo único que puedo hacer por usted ahora.

Sin decirle nada más, Itachi la abandonó a su suerte.

No sabía por qué aún estaba ahí en medio de la noche. Si hubiese tenido cualquier tipo de instinto de supervivencia habría vuelto por su cuenta a la Villa cuando el sol cayó e Itachi no se presentó a buscarla.

Abrazó sus piernas, asustada, preguntándose qué sería lo que había hecho mal para que el Uchiha la dejara abandonada en medio de la noche en ese frío y oscuro lugar. Sintió deseos de llorar, pues lo único que venía a su cabeza en ese instante era que su esposo finalmente se había cansado de ella y la había abandonado en medio del bosque para morir. Había escuchado leyendas e historias de países lejanos en los cuales cuando un miembro de la aldea dejaba de ser útil, se les dejaba en medio del bosque para que los lobos y los osos se los comieran.

Tal vez ese era el mejor destino para ella. No había conseguido ser una buena hija, ni una buena estudiante y al parecer ni si quiera una buena esposa. No era buena en nada. No importaba lo mucho que se esforzara para superarse y ser valiosa, siempre terminaba siendo sólo un estorbo para aquellos que había a su alrededor.

De pronto, escuchó pisadas, fuertes y claras. Su corazón comenzó a latir más rápido. Quizás finalmente un lobo hubiese sentido su aroma y viniese por ella. Abrió los ojos lentamente, subió el rostro asustada y vio a un hombre envuelto en oscuridad. La luz de la luna llena alumbraba la máscara que portaba, naranja, con líneas blancas que le daban un aspecto aterrador. Su largo cabello azabache llegaba hasta su cintura y llevaba en su espalda un abanico gigante que fácilmente la superaba a ella en altura. El miedo hizo que el byakugan se activara casi por instinto mostrándole que la mitad del cuerpo del sujeto tenía un flujo de chakra muy diferente a la otra. Era muy extraño… como un monstruo salido de un cuento de terror, su rostro desfigurado atrás de la máscara.

—Con que tú eres la pequeña Hinata Hyūga —dijo el sujeto agachándose frente a ella—. Tus ojos han causado muchas molestias a esta aldea.

Hinata se mordió los labios para no gritar. No, más bien, no podía hacerlo. Era como si la voz se le hubiese ahogado de un minuto a otro en su garganta. Escuchar que sólo era una molestia para todos era suficiente motivo para querer llorar.

—Recuerdo que hace cinco años… Hizashi Hyūga murió por ello.

Un nudo se formó en su estómago. Era cierto. Ese hombre estaba en lo correcto, pues hacía cinco años en su cumpleaños número tres el padre de Neji había muerto por su culpa. Nunca dejaban de recordárselo, pero que un completo extraño se lo dijera hizo que se le partiera el corazón. Quizás finalmente alguien venía a hacerle pagar todas las molestias que había causado.

—¿Quién… quién e-es u-usted? —preguntó hundiéndose aún más entre sus rodillas— ¿Cómo s-sabe eso?
—Sé muchas cosas —dijo el sujeto para luego reír—. No importa quién soy yo. No soy nadie. Lo importante es quien eres tú —Hinata no comprendía nada. El extraño sabía quién era ella—. Eres la esposa de Itachi-san, ¿no? Eso te convierte en mi nueva mejor amiga.
—¿Su mejor amiga?
—Sí, seremos amigos. Tal como Itachi es mi amigo —dijo en un tono amigable extendiendo su mano hacia ella— ¿Quieres ser mi amiga? Prometo tratarte bien.
—¿Por qué? No… n-no me conoce.
—Conozco todo sobre ti. Ibas a ser la futura matriarca del clan Uchiha, la esposa del líder, la madre de la futura generación de Uchihas; él decidió perdonarte la vida —¿él? ¿De quién estaba hablando?— Debe tenerte estima. O lástima. O quizás… ¿Ambas?
—¿Quién? —lo interrumpió con deseos de llorar— ¿Quién d-decidió perdonarme la vida?

Fue entonces que el hombre dio un paso adelante, esquivando la sombra de los árboles, quedando expuesto a la luz de la luna. Notó como la máscara estaba salpicada por sangre y ésta goteaba sobre el suelo pedregoso.

Si antes pensó que no tenía instintos de supervivencia, se mostró a sí misma estar muy equivocada, pues tan pronto una gota de sangre cayó sobre su rostro cuando él estiró una mano para alcanzarla, se arrastró gateando entre las piernas del sujeto para que éste no la pudiese atrapar. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie y gritó, corriendo lo más rápido que sus piernas se lo permitían.

No fue un verdadero desafío para el enmascarado atraparla antes de que pudiera dar diez pasos, tomándola por la muñeca y alzándola en el aire.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó el hombre.

Hinata miró la máscara horrorizada. El olor metálico a la sangre fresca le produjo ganas de vomitar. Pataleó y se movió para que la soltara, pero esto no tuvo resultados.

—Deja de moverte, vamos…

Justo entonces un horrible pensamiento vino a su cabeza: Itachi la había dejado ahí para que ese hombre la asesinara. Después de todo, esa era la forma más fácil de deshacerse de ella, de que todos pudiesen finalmente estar libres de una "molestia" más para la Villa y para su clan. Sería asesinada, y su cuerpo arrojado al río para que nunca nadie supiese que había sido de ella. Todos pensarían que había huido.

—Suéltala.

Hinata no podía verlo, pero su voz seria e inhumana le causó un escalofrío. Nunca había escuchado a Itachi hablar así.

—Relájate, sólo nos estábamos conociendo un poco.
—Ahora. Suéltala.
—Va, va —soltó su muñeca y Hinata cayó sentada al suelo, observando hacia arriba la imponente figura del hombre enmascarado cubierto en sangre—. Ve con tu esposo, pequeñita. Que monada.
—No te acerques a ella de nuevo, Madara —escuchó que decía Itachi a sus espaldas.
—Recuerda que nos reuniremos en unos días en Amegakure —dijo el enmascarado —. Deshazte de ella para entonces.

Y así sin más, desapareció frente a ella como si el mismo aire se lo tragase en un remolino.

Hinata respiró aliviada. Estaba tan asustada antes de la llegada de Itachi que fácilmente podría haberse orinado los pantalones. Al ver a su esposo ahí, todos los pensamientos oscuros que había tenido hasta ese momento desaparecieron de su mente. Itachi había vuelto para llevarla a casa, de vuelta al calor de su habitación y la luz de las grandes lámparas.

No obstante, cuando se volteó sobre su hombro y lo observó, supo que algo terrible había ocurrido. Su indumentaria estaba cubierta en sangre, su protector de frente tenía una marca horizontal que tachaba el símbolo de Konoha y su rostro se veía completamente demacrado. A decir verdad, se lucía tan tenebroso como el enmascarado y Hinata tuvo miedo de que ella fuese la siguiente víctima de la katana ensangrentada que sostenía con una mano temblorosa.

No hubo tiempo para preguntas. Él envainó su arma y la tomó de la cintura para cargarla, comenzando a correr por el bosque, saltando de rama en rama, sin hablarle, ni decirle que ocurría, ni dándole ningún tipo de explicación. Pronto Hinata notó que toda su ropa estaba empapada en algo… probablemente también era sangre.

—¿Qué sucede? —preguntó finalmente cuando notó lo lejos que se veían las montañas con los rostros de los kages— ¿Dónde vamos a esta hora, Itachi-san?
—Lejos.

No hubo más conversación que esa. Hinata cerró los ojos y abrazó el cuerpo de Itachi con fuerza hundiendo su rostro en el espacio que había entre su hombro y cuello. A pesar del aspecto de su esposo, tenerlo cerca en ese momento la hacía sentir segura, a pesar de que sus manos temblaban al sostenerla.

Intentó consolarlo sin saber el motivo de su angustia, abrazándolo con más fuerza.

De pronto, Itachi se detuvo en un pequeño claro entre los árboles, un espacio en donde crecía alta la hierba. A sus orillas pasaba un riachuelo que producía un hermoso fulgor con la luz de la luna llena.

El pelinegro bajó a Hinata y caminó lentamente hacia el agua. Se mantuvo un instante mirando la luna para luego caer de rodillas.

—¿Itachi-san? —lo llamó Hinata sin entender qué era lo que ocurría para que el joven se mostrara tan descorazonado.

Él no respondió. Se mantenía alejado, cabizbajo, lavando sus manos y brazos.

—¿Dónde estamos? —volvió a preguntar, sintiendo las lágrimas que se formaban en sus ojos.

No estaba llorando por tristeza, ni por miedo. Lloraba porque sentía la angustia y el dolor de Itachi. Notaba que estaba temblando. Podía notar lo desesperado que estaba el niño con quien se había casado.

—¿Qué está sucediendo?

Hinata lo observó desde la sombra del árbol, de rodillas sobre el agua, limpiándose rápidamente las manos. Lo hacía de forma compulsiva, a pesar de que las tenía limpias hace bastante. Nunca antes había visto a una persona caer en semejante angustia. Su desesperación era desgarradora.

No sabía qué había ocurrido en Konoha, pero ver a Itachi quebrado de esa forma, con lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas, asustado, temblando, la hizo entender que nada volvería a ser como antes. Ni si quiera tenía el valor de acercarse a él y preguntarle qué había sucedido una vez más, confortarlo, decirle que por favor dejara de llorar porque verlo así le estaba quebrando el corazón.

—Itachi-san… —lo llamó llorando, dando un paso en su dirección.

El joven Uchiha sacó la mirada del agua y la observó un instante, como si sólo entonces recordara que la había forzado a seguirlo.

—Viajaremos toda la toda —dijo rápidamente, caminando y acercándose a Hinata, cambiando su semblante lleno de dolor a uno neutro—. En silencio.

Hinata asintió mientras él la cargaba otra vez. No pudo hacer nada excepto aferrarse a su cuerpo y dejarlo penetrar el bosque, apenas tocando las ramas de los árboles entre salto y salto. Aún estaba temblando y de vez en cuanto Hinata sentía gotas caer sobre ella… no era necesario que nadie le explicara que Itachi lloraba.

Subió la mirada sobre el hombro de su esposo y observó como las luces de Konoha desaparecían cada vez más.

Atrás quedaban sus recuerdos, su infancia y también su inocencia.

Y La luna estaba llena.