Séptimo Acto

ANTE MERÍDIEM

Hace alusión a las horas posteriores a la medianoche y anteriores al mediodía.

—Podremos descansar en esa Aldea esta noche —dijo deteniéndose al notar que el bosque se volvía menos espeso y que pronto se abría paso un camino de piedra frente a ellos que serpenteaba hacia la colina, con hermosos faroles de colores colgados sobre los árboles aledaños—. Necesito que haga un último esfuerzo para que consigamos llegar allá, ¿Puede hacerlo?

—S-sí —respondió la pequeña con la voz temblorosa por el frío, el hambre, el cansancio, el sueño y la incertidumbre— ¿Dónde estamos, Itachi-san?

—Detrás de la colina se encuentra ciudad Otafuku —respondió con calma sin mirar atrás, sólo siguiendo el camino con la mirada perdida y los hombros pesándole más que de costumbre—. Podremos comer y dormir ahí esta noche.

Quizás se hubiese demorado menos en llegar a ese poblado si Hinata hubiese sido más rápida y no se hubiesen detenido a esconder durante el trayecto. Algunos shinobis de Konoha los habían intentado seguir, pero Itachi se deshizo de ellos rápidamente ocultando su presencia mientras avanzaban cerca de un pequeño estero. Seguramente el tercero los había mandado para guardar las apariencias de lo que realmente estaba sucediendo. Era lo que esperaba y había entrenado mucho tiempo dentro de ANBU para hacer de él un ser invisible en ese mundo. Los shinobis de Konoha nunca tuvieron oportunidad contra Itachi, después de todo, era un genio cuando se trataba de ese tipo de misiones.

Ocultó bajo una capa color beige su indumentaria de ANBU. Su protector de frente aún estaba en su lugar y no había desactivado el sharingan. Seguramente, si alguien lo hubiese visto habría asumido que era un shinobi, por ello, había esperado que llegara la noche para poder ingresar a la ciudad. De esa manera, no habría preguntas ni miradas indeseadas.

Había escogido ciudad Otafuku precisamente porque los extranjeros que iban y venían de ella la hacían un sitio en el cual no se hacían preguntas al notar personas distintas. Había decenas de hostales, bares, restaurantes, salones de té e incluso un barrio de placer. Por ello, ciudad Otafuku se caracterizaba por ser un sitio de paso, en el cual se podía encontrar buenos hostales, descanso, comida y diversión.

Cuando llegó a la cima y vio las luces de la ciudad supo que era probable que encontrara un lugar en esa villa que pudiese albergar a Hinata. Debía abandonarla antes de emprender su camino hacia Amegakure.

Madara se lo había pedido.

Me llevaré a Hinata-san —le había dicho al tercero cuando lo vio después de que su misión se había llevado a cabo—. Sólo necesito que prometa que cuidará de Sasuke en mi lugar.

Sasuke estará bien. Tienes mi palabra de ello —había respondido el tercero—. Los Hyūga no te seguirán. Le informaré personalmente a Hiashi que su hija fue encontrada muerta junto al resto del clan.

Querrá ver su cuerpo —dijo pensativo. Lo último que hubiese querido era tener a todo el clan Hyūga buscándolo para así averiguar el paradero de la niña esposa.

Danzo ya ha solucionado eso —respondió el tercero bajando el rostro y apretando el puño.

Itachi no quiso saber nada más. No quiso si quiera pensar a que pobre niña Hanzo habría asesinado y quemado para poder llevarle sus huesos a los Hyūga. Sólo sabía que su misión ahora era huir de Konoha y seguir ayudándola desde las sombras. Su misión era saber cómo Madara Uchiha había sobrevivido durante tanto tiempo y cuál era el objetivo de la organización que había formado en Amegakure.

Y para ello… debía deshacerse de Hinata.

La niña se aferró a él cerrando su pequeña mano contra la tela de la capa beige, como si estuviese adivinando sus pensamientos. Bajó la mirada hacia ella y la encontró observándolo con sus grandes ojos color luna. Su expresión denotaba el miedo que sentía y también su cansancio, y aún así, parecía sonreírle en la oscuridad.

Incluso cuando cualquiera se hubiese muerto de ternura ante la imagen inocente de una pequeña de siete años, buscando protegerla entre sus brazos para luego decirle que todo estaría bien; él no podía experimentar ninguna sensación parecida a ello. De hecho, no sentía nada en ese momento. Sólo había vacio dentro de su pecho, como si todo rastro de humanidad hubiese quedado enterrado bajo el cuerpo de los miembros de su clan, bajo los ojos que lloraban sangre de Shisui, bajo la sangre de sus padres y las lágrimas de Sasuke.

Él no merecía sentir.

Los sentimientos era un privilegio que los shinobis no podían permitirse. Al menos no un shinobi como él que llevaría por el resto de su vida el estigma de haber destruido lo que más amaba en la vida.

—¿Itachi-san? —la voz de Hinata resonó suavemente en el silencio de la noche.

Continuó sin responder, con calma y en absoluto silencio. Sus pisadas ni si quiera emitían sonido mientras que las de la pequeña apenas rozaban el suelo. Eran como dos sombras adentrándose en una ciudad que se llenaba de vida en la noche, pero como las sombras que eran, fundamental resultaba entonces que nadie los percibiera ni que llamaran la atención.

—Siempre mantenga la vista en el suelo. No deje que nadie vea sus ojos —dijo de pronto mientras el sonido se volvía más fuerte, anunciando que entrarían a la ciudad—. No hable. No dirá una sola palabra de ahora en adelante. Sólo yo lo haré.

—Entiendo. Haré como u-usted dice, Itachi-san —respondió Hinata con quietud.

Pudo percibir con claridad el nudo en la garganta de la niña, la cual de inmediato bajaba el rostro y se escondía en la sombra de la capucha color beige que él le había dado. Esperaba que no llamaran la atención, y conocía precisamente el lugar a donde podían llegar sin ser notados. Si las cosas salían como él lo había planeado, se desharía de Hinata ese mismo día.

Hinata se había vuelto una carga indeseada dentro de una misión que ya había reclamado la vida de sus padres, su mejor amigo y el resto de su clan. Era cierto que era su responsabilidad, pues se había comprometido con ella para luego desposarla, pero en primer lugar él era un shinobi; simplemente, no podía concebir la idea de acarrear a una niña de siete años de un lado a otro por las cinco naciones ninja.

Recorrieron las ruidosas calles de la ciudad sin decir palabra alguna, ocultos por la sombra que proyectaban sus capas. A la vista de cualquiera eran sólo dos extranjeros que buscaban pasar la noche en ese lugar. De seguro a nadie le llamó la atención que una pequeña y lo que parecía ser su hermano mayor recorrieran las calles en silencio, cuando había mujerzuelas ofreciendo sus servicios, ruidosos locales de comida cuyos dueños gritaban sus ofertas y vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de mercancías y recuerdos.

Entraron a un pequeño hostal en la periferia de la ciudad. Parecía más antiguo que el resto y también mucho menos iluminado. No había grandes ni lujosas estancias, sólo una entrada de madera con velas de aceite colgando por doquier y un pequeño cartel que decía "Hostal Shinko".

Itachi guió el camino, adentrándose en el silencioso lugar. Hinata parecía más temerosa que nunca, pues miraba de un lado a otro como si esperase que alguien les saltase encima desde las sombras que proyectaban las llamas de los faroles. Lejos de ello, la mujer que estaba sentada en la recepción junto a un libro era bastante entrada en edad y sus ojos estaban cubiertos por gruesas cataratas. Itachi se paró frente a ella y puso algunos billetes en la mesa.

—Un cuarto. Nos quedaremos la noche —dijo con seriedad.

—El cuarto número tres está disponible, jovencito. Son quince ryos —dijo la mujer soltando una bocanada de humo sin verlo, estirando la mano y palpeando sobre la madera para asegurarse que lo que Itachi había depositado era dinero. Era claro que las cataratas no la dejaban ver—. La cena se servirá en una hora en el comedor principal y es complementaria de la casa. De seguro la pequeñita debe tener hambre.

—Gracias —respondió Itachi tomando la tabla de madera con el kanji del número tres, asegurándose de esa manera que el cuarto sería de ellos—. Ambos estamos muy cansados, ¿Habría alguna manera de que pudiese llevarnos la cena al cuarto? —Itachi puso un billete más sobre la mano de la mujer, haciendo que ésta sonriera suspirando.

—Por supuesto. Le diré a Harumi que la lleve —la mujer tosió entonces volteando su mirada hacia Hinata la cual de inmediato bajó el rostro, siguiendo las instrucciones de Itachi—. Hay baños tibios también, por si desea refrescarse un poco… y compañía en ellos, si así lo prefiere.

—Aquello no será necesario.

Itachi comenzó a caminar por el corredor y Hinata lo siguió. Los pasillos lúgubres parecían sin vida alguna y el silencio era casi sepulcral. Itachi había escogido precisamente ese lugar por su lejanía con el centro de la ciudad y la poca concurrencia. Además, su dueña estaba prácticamente ciega y no haría preguntas mientras mantuviera su bolsillo contento. Eso era un punto a favor.

Llegó frente a la habitación en cuya placa colgaba en kanji del número tres, deslizó la puerta corrediza y entró en ella junto a Hinata. Había sólo un futon en el piso, una mesita con algunas flores medio muertas y una lámpara de aceite que apenas iluminaba. Junto a la mesa habían tres cojines en el suelo en forma de sillas de descanso. Una solitaria ventana dejaba entrar un poco la luz por las cortinas polvorientas, y junto a ella, había un velador con una fuente de cerámica, una botella con agua y una toalla.

No necesitaban de más.

—Pasaremos la noche aquí —dijo dejando caer su mochila junto a la mesa con bastante cuidado, retirándose la capa beige para luego sentarse sobre el cojín.

—S-sí… —respondió Hinata parada casi junto a la puerta mirando hacia todos lados.

Itachi comenzó a quitarse la indumentaria de ANBU entonces, sintiendo el olor seco a la sangre que aún había en ella. Sintió un nudo en su garganta al pensar que seguramente había sangre de sus padres sobre el metal, pero su expresión no cambio en lo absoluto mientras con la toalla empapada con agua comenzaba a limpiar las manchas rojas y secas sangre sobre el protector de pecho.

Hinata seguía parada en el mismo lugar, observándolo un tanto temblorosa. Decidió ignorarla, pues no estaba del mejor de los humores en ese momento. Sabía que si comenzaba a hablar con ella las dudas y preguntas comenzarían a surgir. No estaba preparado para responder lo que ella quería saber. Prefería que fuese de ese modo, de cualquier forma, saldría de la vida de esa niña en poco tiempo y dejaría entonces atrás todo lo que lo ataba con su antigua vida. Quería deshacerse de cualquier cosa que le recordara sobre lo ocurrido la noche anterior y ver a la niña sólo traía de vuelta hacia él la imagen de lo que había destruido y dejado atrás.

La imagen de lo que nunca tendría en su vida.

Amor. Paz. Descanso.

—Puede sentarse si así lo prefiere —le dijo cuando pasó demasiado tiempo sin que ella reaccionara.

—I-Itachi-san —dijo de pronto Hinata con una voz apenas más audible que un susurro. Él levantó el rostro mirándola, sólo para darse cuenta entonces que cruzaba las piernas y sus ojos se estaban llenando de lágrimas—. Ne-necesito ir al baño.

Itachi la observó apenado, bajando el rostro con vergüenza de sí mismo. Había estado tan enfocado en caminar, alejarse de todos, ignorar sus sentimientos y las voces que gritaban en sus oídos, que se había olvidado por completo que esa pequeñita no era un shinobi; Hinata no era alguien que estuviese entrenada para una misión de alto riesgo. Era sólo una niña que estaba asustada, que tenía hambre y frío, y que en ese momento, necesitaba ir al baño.

—Lo siento —dijo con la voz quebrándose levemente. No sólo estaba disculpándose por olvidarse de que ella debía ir al baño, sino también por romper su promesa de protegerla y hacerla feliz. La niña se veía miserable y era su culpa—. Realmente, lo siento.

Lo siento tanto…