LIBRO SEGUNDO




Primer Acto
COR ET PLUVIA




Tres kilómetros, cinco hombres en la entrada, semi dormidos.

La Aldea Oculta de la Lluvia, Amegakure, era un lugar triste, desolado por años de guerra, hambruna y muerte. Haciéndole honor a su nombre, nunca dejaba de llover. Era fría, silenciosa y hostil, un lugar bastante poco amigable para una niña de su edad.

Un kilómetro, un ave sobre la copa de un árbol.

Comparada con Konoha, en donde el sol brillaba resplandeciente la mayor parte del año, no era más que un triste pueblito en medio de interminables pantanos putrefactos, con altos edificios torcidos y deplorables que le daban un aspecto siniestro. La lluvia era tan espesa, que sin importar donde se encontrara, siempre escuchaba el goteo incesante del agua contra el metal, la madera y las piedras.

Quinientos metros, él ya viene.

―Viene en camino, Itachi-san ―dijo con suavidad, mientras intentaba acurrucarse a su lado para que la lluvia no le cayera con tanta fuerza.

En cada esquina, debajo de cada letrero, en las vigas de los locales o en las entradas de las casas, siempre podías ver un ángel de papel meciéndose suavemente por la brisa de la lluvia. Las personas decían que traía suerte, pues era un símbolo de la patrona de Amegakure, el ángel que dios había mandado a cuidar de ellos. Los hacía sentir seguros saber que estaban bajo la protección de sus alas.

Hinata también se había sentido extrañamente maravillada la primera vez que vio al Ángel con sus hermosas alas extendidas de forma gloriosa sobre el cielo, flotando majestuosamente, como si no fuese humana, sino un ser celestial. Había juntado sus manos con fuerza pidiéndole en una oración que el tiempo pasara más rápido. Ese era, después de todo, su más anhelado deseo.

―¿Cuántos árboles hay desde aquí, hasta la entrada de la aldea? ―su voz, como siempre, sonaba más fría incluso que la lluvia, haciéndola salir de sus pensamientos, provocando que su corazón latiera más rápido.

No importaba dónde fuesen, ni cuánto tiempo pasaran recorriendo tierras exóticas que nunca pudo si quiera imaginar al crecer, o cuánto se alejaran sin rumbo definido; después de un tiempo, siempre volvían allí. En cierto sentido, Amegakure se había vuelto su hogar o al menos lo más cercano que tenían a ello. Había aprendido a sobrellevar la nostalgia que sentía por su tierra natal rezándole al ángel de papel, pidiéndole cada noche antes de dormir que cuidara de ellos y que algún día les permitiese tener un día de sol en ese lugar triste y gris; por mucho que añorase el tiempo en que vivían en los verdes prados rodeados de árboles y sol, hacía mucho que había dejado de soñar con Konoha.

Están todos muertos.

Su antigua nación, aquella tierra en donde había nacido, se había vuelto tan sólo una imagen borrosa en su memoria, un recuerdo cruel que se burlaba de ella mientras tiritaba de frío bajo la pesada capa mojada que llevaba encima. Ya ni si quiera recordaba el rostro de su hermana, ni su voz, ni si quiera sabía dónde estaría enterrada. Aquello la atormentaba durante las noches, pues soñaba con praderas llenas de muertos y el cuerpo de Hanabi en medio de ellos siendo devorada por los cuervos.

―Quince ―respondió con una sonrisa tímida, sin esperar una alabanza de su parte por la respuesta correcta ―. Aunque, uno es sólo un tronco muerto.

Hinata suspiró un tanto desanimada mientras caminaba junto a Itachi. Todo era tan frío en ese lugar, desde los colores apagados y sucios, hasta la humedad en el aire. Quiso detenerse y preguntarle una vez más por qué tenían que permanecer en Amegakure cuando el mundo era tan vasto y lleno de lugares hermosos esperando por ellos, en donde podrían vivir felices cultivando frutas en el verano, esperando juntos que ella creciese rápido para que así pudiese ser la mujer que él necesitaba a su lado. Cuando pensaba en ello sentía una presión en su pecho y se entristecía de ser aún sólo una niña, pues sabía que él nunca habría tomado sus sentimientos en serio por causa de ello. Subió el rostro intentando buscar los ojos rojizos de Itachi, que eran lo único que tenía color en ese mundo gris, pero no los encontró. Su sharingan no estaba activo.

En ningún momento le había dicho a qué volvían exactamente ahí, pero tampoco se le habría cruzado por la mente preguntar. Había quedado muy en claro que no podía cuestionar sus acciones y que debía obedecer sin discutir ni hesitar tan pronto él dejó de lado su indumentaria de ANBU para colocarse esa horrible capa negra con nubes rojas.

―¿Cuántas polillas hay en un radio de 100 metros? ―volvió a preguntar, oculto bajo ese sombrero cuya campanita tintineaba con el movimiento.

Hinata ya se había acostumbrado a ello, siempre viajando, yendo de pueblo en pueblo, tomando diferentes identidades, cubiertos en misterio, en secretos, asintiendo a todo lo que Itachi le decía que debía hacer o decir. Las misiones para la organización se habían vuelto parte de su rutina y aunque no sabía exactamente para qué estaban realizando todos esos encargos, al menos no les faltaba nada. Y más importante aún, estaban juntos.

Itachi ganaba dinero por las misiones que cumplía en las distintas partes por las cuales viajaban y ella sabía que casi todo lo que se le permitía utilizar lo usaba exclusivamente en ella. Nunca le faltó nada, ni comida, ni vestuario adecuado. No podía decir que vivían tan bien o lujosamente como en Konoha, pero no habían tenido que robar o mendigar para comer o vestirse.

―Veinte… y tres ―respondió luego de contar, sintiendo que ya no podía mantener más el byakugan activo y volviendo a su mundo de oscuridad, aferrándose a la capa de Itachi con una mano para saber donde debía seguir caminando.

El sonido estruendoso de pasos que se acercaban interrumpió entre los goteos incesantes.

―Nos están esperando Itachi-san ―dijo el compañero de Itachi, aquel que siempre los acompañaba cuando debían salir de Amegakure―. Trae a Hinata-san también, pediré que le den ropa seca y té, ¿Te gustaría eso, pequeña?

―Gracias, pero no es necesario ―se inclinó cortésmente y con timidez le sonrió a Kisame o al menos donde pensaba que él estaba parado por el sonido de su voz. Ya no la asustaba tanto como en un comienzo y había aprendido con el pasar del tiempo que no se puede juzgar un libro por su portada.

El silencio que lo siguió entonces hizo que se le encresparan todos los vellos de la nuca y de inmediato bajó el rostro.

―¿Conseguiste entregar el mapa al líder? ―preguntó Itachi, aunque Hinata podía sentir la tensión en su voz.

―No. Nos recibirán dentro de poco, pero quieren hablar con ambos. Habrá una reunión.

Él le había dicho que no debía involucrarse con los demás miembros de la organización, por dulces o amables que fuesen sus palabras o por más que pareciese que necesitaban de ella. Había insistido en lo peligroso que eran aquello individuos con tanta frecuencia, que Hinata les había comenzado a temer incluso más que a la mirada severa de su padre.

No podía relacionarse con ellos. Era una regla.

―Entendido.

Lo sintió avanzar y ella lo siguió, temiendo haber conseguido que se molestara. Él siempre había insistido en seguir las reglas para que todo estuviese bien y no corrieran peligro, y ella casi siempre las seguía, pero sabía que en esa ocasión había hecho algo malo y que seguramente el pelinegro terminaría decepcionado con su actuar.

E Itachi tenía cuatro reglas que ella siempre debía cumplir y se las repitió mientras avanzaba entre la lluvia, sólo en caso de que las estuviese olvidando.

Nunca relacionarme con los miembros de la organización ―pensó cabizbaja.

Según él, eran personas en quien no se podía confiar, viles, que podían lastimarlos si se les presentaba la oportunidad y lo harían sin dudar un momento en ello si obtuviesen un beneficio personal. Eran seres que sólo respetaban y valoraban la fuerza en los demás, cuyo único motivo para permanecer juntos era un objetivo impuesto por alguien incluso más fuerte. Se llamaban a sí mismos Akatsuki.

A Hinata no le parecían tan malos, al menos no todos ellos. Con quien más había pasado tiempo era un sujeto llamado Kisame, quien tenía extrañas marcas en su rostro, ojos pequeños y una tez un tanto azulada. No se explicaba qué le habría dado un aspecto tan peculiar, pero el mundo era muy grande y las personas que vivían en él distintas entre sí. El hombre cargaba siempre una espada a la cual llamaba Samehada y la trataba como si fuese una persona de verdad, lo cual le parecía de lo más curioso. Además, siempre era cordial con los que hablaba y mostraba buenos modales; aunque se descontrolaba si había la posibilidad de un combate, nunca había sido malo con ella.

También había pasado un poco de tiempo con un chico llamado Deidara (que cuando lo vio pensó era una chica) cuando Itachi fue enviado a buscarlo hacía alrededor de tres años atrás. Aunque era un miembro de la organización, no parecía muy feliz con ello. Siempre cabizbajo y molesto, caminaba casi obligado junto a ellos. No obstante, fue una de las pocas personas que alguna vez le preguntó qué le había ocurrido en los ojos a lo cual ella mintió diciendo que una enfermedad la había dejado ciega siendo sólo un bebé, olvidándose de que no debía hablarle a ninguno de esos sujetos con quienes se relacionaba Itachi. Deidara pareció un tanto decepcionado con su respuesta y le preguntó cómo podía ver el hermoso arte que había en ese mundo y que vivir de esa manera no era vivir. Hinata levantó los hombros y sintió que Deidara ponía algo entre sus manos, una figura de greda, que era un ave, recalcando que era un regalo para ella y que si lo tocaba podría verlo.

Tan pronto como sonrió sintió unas fuertes manos que alejaban el objeto de ella mientras éste se rompía contra el suelo provocando un sonido ensordecedor que la hizo caer al suelo. Al parecer, por lo que Itachi le explicó luego, Deidara había intentado hacerla explotar para acabar su miseria de no poder ver el mundo en medio de un acto que él consideraba arte.

Por ese motivo, Hinata no podía acercarse a ninguno de ellos, incluso cuando el Ángel a veces era amable con ella y le regalaba flores de papel cuando pensaba que Itachi no la estaba viendo. Ningún tipo de relación estaba permitido, pues no se podía saber qué intensiones tenían esos sujetos. Sin embargo, no era demasiado difícil cumplir dicha regla, porque Itachi sólo se relacionaba con Kisame y en muy contadas ocasiones había visto al resto de Akatsuki.

Las demás reglas eran un tanto más complicadas, sobre todo para alguien de su edad.

Entraron a Amegakure e Itachi sostuvo su mano. Hinata sonrió con el gesto sintiendo que sus mejillas se coloreaban, y apretó de vuelta con gentileza. Sabía que no lo hacía porque tuviese un especial interés en ella, sino para demostrarle a quien los viese que siempre estaban juntos. A ella le parecían maravillosas esas ocasiones en que él la llevaba de la mano y la llenaban de una sensación parecida a lombrices revoltosas en su abdomen, provocándole querer sonreír.

Hacía alrededor de un año se había percatado que estaba enamorada de Itachi Uchiha, cuando un día durante la noche mientras él le leía en susurros, se vio más atenta al movimiento de sus labios que a las palabras que salían de ellos. Se dio cuenta que buscaba con cualquier excusa poder acurrucarse contra él mientras dormían y que sus ojos afinados eran tan hermosos que podría haber pasado el resto de su vida contando cada una de sus largas pestañas.

Sabía que sus sentimientos no eran correspondidos y no le importaba, pues albergaba en su corazón la esperanza de que cuando fuese una mujer, quizás él la tomaría en cuenta. Itachi era un hombre de dieciocho años y ella apenas iba a cumplir trece en un par de semanas. No tenía nada que pudiese ofrecerle aparte de su compañía y estaba segura que incluso eso había sido una carga durante esos años. La verdad, muchas personas pensaban que eran hermanos, sobre todo por la sobreprotectora manera en que él la trataba y el vínculo de preocupación que existía de él hacia ella. Pero eso no significaba que él sintiese algo por ella más que preocupación, quizás hasta afecto. A veces se preguntaba si seguirían siendo esposos si nunca habían actuado como tal. Ni si quiera dormían juntos como lo habían hecho en un principio.

En algunas ocasiones, también se preguntaba si llegaría el día en que pudiese caminar bajo la luz del sol con total libertad… y ver las nubes, o las gotas de agua caer en Amegakure mientras llovía.

Nunca debo quitarme la venda si alguien puede verme ―se recordó, era la segunda regla.

Le estaba prohibido quitarse una venda que él había puesto alrededor de sus ojos, que circulaba su cabeza, como si hubiese tenido una herida que debía proteger. Era eso o que él le quitara los ojos, y entre esas opciones, decidió vivir en oscuridad.

Itachi decía que el byakugan era un dojutsu muy especial, valioso y reconocible, y aunque había prometido que siempre mantendría la mirada baja para que nadie pudiese ver sus ojos, él no quiso tomar riesgos. Le explicó que habría gente que los mataría a ambos sin dudar para apoderarse de sus ojos, y que no podían permitir que algo así sucediese. Por ello, desde hacía cinco años, desde el día en que salieron de ese lugar en donde había soñado con plumas que flotaban a su alrededor mientras se ahogaba, el mundo se había vuelto oscuro. No recordaba demasiado de lo que hizo que huyeran de Konoha ni los eventos anteriores, pero las plumas flotando a su alrededor mientras se abrazaban seguía impreso en su memoria.

La mayoría del tiempo sólo podía ver cuando activaba el byakugan, pero no era lo mismo. Los colores cambiaban y se volvían opacos, casi grises. Al principio fue un caos notar como todos los objetos sólidos se volvían transparentes frente a ella, mezclándose y confundiéndose. Peor aún, cuando comenzó a notar con claridad el sistema circulatorio de chakra en los demás con mayor nitidez que nunca antes en su vida. Según Itachi se debía a que estaba entrenando su byakugan y que era consecuencia de su trabajo. No obstante, era agotador, al punto que sus párpados temblaban, las venas le palpitaban como si fuesen a reventar y casi siempre terminaba sin aliento y con las piernas temblorosas. El byakugan requería de casi todo su chakra cuando era activado.

Por lo tanto, para no descomponerse de esa forma y ser una molestia, pasaba casi la mayoría de sus días sin ver, aferrada a la ropa de Itachi para seguirlo de esa forma y así ser guiada. Se había acostumbrado a percibir el mundo a su alrededor a través de olores y sonidos, y muchas veces se maravillaba de todo lo que podía ver ahora que vivía en un mundo de oscuridad, desde los susurros de las personas, el exquisito olor de la comida, el canto de los pájaros, el sonido del agua al caer o la respiración quieta y tranquila de Itachi. Pero su aroma predilecto era el que emanaba la piel de su esposo, una extraña mezcla entre humo y cera caliente.

Claro, cuando estaban solos o alejados de cualquiera, podía quitarse la venda, si él se lo permitía. Aunque los momentos en que eso ocurría eran escasos, pues la mayoría del tiempo se encontraban con Kisame. Hacía mucho tiempo que ni si quiera se había visto a sí misma, pues a pesar de que el byakugan le permitía ver a su alrededor, no podía ver su propio rostro ni lo que la edad había hecho en ella. A veces, se preguntaba cómo luciría ahora, ¿Seguiría siendo como se recordaba? ¿Seguiría luciendo como la más patética de los Hyūga?

Ni si quiera soy una Hyūga ―pensó extrañada, pues era la esposa de Itachi, lo cual la hacía Hinata Uchiha. Ya no había sentido en conservar el linaje de sus padres junto a su nombre, ya que estaban muertos. Aunque, él nunca la había llamado "Uchiha-san"… ― ¿Cómo me llamaré ahora? No importa. De cualquier forma no puedo decir mi nombre…

Y esa era la tercera regla. Le estaba prohibido decir su nombre a personas que no pertenecieran a la organización. La verdad, era la más fácil de todas, pues casi nunca hablaba. A través de los años había asimilado muchas identidades en diferentes partes del mundo, Hana la ciega, Kaori la huérfana, Natsu la niña perdida, Tou el pastorcillo, pero siempre había recordado quien era y a veces se lo repetía antes de dormir en caso de que se le olvidara. Aunque últimamente, se preguntaba aquello, si era una Hyūga o una Uchiha, pero luego se recordaba que estaban todos muertos y que su clan, su nombre o su apellido ya no tenían importancia. Habían sido borrados por la catástrofe que había ocurrido en Konoha que los había obligado a huir y vivir de ese modo.

―¿Qué sucedió esa noche en Konoha?
―le preguntó un día a Itachi con sólo nueve años de edad, pues no lo recordaba con claridad, cuando aún no entendía demasiado del mundo en que vivían, mientras se escondían en las ruinas de un templo en las tierras de la frontera norte del País del Fuego.

Pero Itachi no respondió.

Esa era la cuarta regla, una que él no había dicho pero que ella entendió a la perfección cuando su silencio la lastimaba. No podía preguntar qué había ocurrido en Konoha. Sólo sabía una cosa…

Están todos muertos…


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Itachi caminó entre las silenciosas calles de Amegakure con total desinterés, tan sólo preocupado de evitar las charcas y pozas para que Hinata no se mojara los zapatos. Lo reconocía, se había vuelto extremadamente débil cuando se trataba de ella. Kisame solía burlarse de su relación, diciendo que Itachi la comenzaba a malcriar, tratándola como una mascota. Se reía de él cada vez que lo veía comportarse de forma paternal hacia ella, pero inconscientemente, también él lo hacía. Aquello no le agradaba nada y siempre intentaba que entre ella y Kisame hubiese una fría distancia, recalcándole que de la niña era sólo responsable él. No iba a darle la satisfacción a otro de acercarse demasiado a su esposa, porque aunque no pensara en ella de esa forma, seguía siéndolo y lo sería hasta que uno o los dos murieran.

―Hay un olor dulce en el aire ―señaló Kisame animosamente― ¿Qué tal una porción de dangos después de la reunión, hace mucho que no comemos dulces, verdad?

Itachi no volteó a mirarlo, pero sabía que no le hablaba a él, sino a Hinata, quien no respondió. Lo hacía bien.

―Pensé que no te agradaban los dulces ―recalcó en un comentario un tanto frío.

―Pero a ella sí, ¿No? ―Hinata siguió sin responder―. Hace mucho que no paramos en algún lugar a comer dulces. Y se acercan el shogatsu… es la época perfecta para comer cosas hechas de arroz. Quizás podamos moler un poco ―ni Hinata ni Itachi hablaron ni detuvieron su andar, dejando que Kisame siguiera con sus palabras―. Si no nos envían en otra misión, podríamos hacer mochi. ¿Qué dices Hinata-san? Yo lo muevo y tú martilleas.

Itachi escuchó claramente la manera en que la niña pasaba saliva a través de la ronca risa de Kisame, lo cual lo hizo pensar que la idea le había abierto el apetito o al menos la emocionaba. Pero aún así, no le respondió, haciendo que Kisame callara después de suspirar, rindiéndose ante su fallido intento de entablar una conversación.

Sabía lo difícil que debía ser para una dulce pequeña como ella no ser educada y amable con los demás, pero no podía ser de otra manera.

Sí, se había vuelto extremadamente receloso de las personas que intentaban acercarse a Hinata, y no por motivos egoístas. Orochimaru y Deidara ya habían intentado lastimarlo utilizándola. No estaban en ese lugar para hacer amigos ni entablar relaciones duraderas. Era un sitio peligroso para ambos, mucho más para ella que era una niña bastante inocente y gentil. Además era una Hyūga y para empeorarlo, no cualquier Hyūga, sino parte de la familia principal. Su byakugan no estaba sellado, lo cual impedía que sus ojos fuesen destruidos si alguien intentaba manipularlos de algún modo. Itachi aún recordaba el revuelo que se había causado cuando la niña fue secuestrada por shinobis del País del Rayo, justo cuando se había llegado a un acuerdo de paz entre las naciones involucradas en la gran tercera mundial ninja. Su pequeña vida casi había despedazado todos los esfuerzos del Tercero, y había sido lo suficientemente valiosa para que el Raikage arriesgara una nueva Guerra.

En otras palabras, Hinata valía su peso en oro para cualquier villa Shinobi. El byakugan era una de las herramientas ninjas más útiles y deseadas. Tal vez más que el sharingan. De hecho, estaba seguro que a pesar del desapego que su padre sentía por ella, si hubiese sabido que la niña seguía viva habría mandado a cada uno de los miembros del clan Hyūga a rescatarla, no particularmente por afecto, sino precisamente por el byakugan. Así de importante eran sus ojos y ese era uno de los grandes motivos por el cual intentaba ocultar la identidad de Hinata cuando viajaban.

Definitivamente, era una persona muy sobre protectora. Recordaba que había actuado de una forma similar cuando Sasuke nació, siempre pendiente de que el bebé no llorara, que no tuviese hambre, que no se llevara cualquier cosa a la boca, y cuando comenzó a intentar caminar, a mover las cosas de su camino para que en caso de que se cayera, no se golpeara con algo con filo.

Se movió levemente hacia la derecha para evitar otro charco y Hinata lo hizo también.

―¡Argh! Odio este maldito lugar ―sentenció Kisame luego de pisar un charco un tanto más profundo y mojarse hasta debajo de la rodilla, maldiciendo en voz baja.

―Deberías ser más cuidadoso ―le aconsejó Itachi.

―No todos tenemos ojos como los tuyos para ver cada maldito detalle a nuestro alrededor.

Después de eso la charla se acabó. Kisame, quien la mayoría del tiempo era un ser un tanto tranquilo, parecía fastidiado. Aparte de las campanillas de sus sombreros que sonaban producto del movimiento, no se escuchaba demasiado ruido en Amegakure a esa hora. Estaba anocheciendo y seguramente las personas estuviesen dormidas. Era mejor así. De esa forma no sabrían que volvían.

Suspiró cuando vio un gato pasar frente a ellos sintiendo que el estómago se le revolvía al recordar la última misión a la cual habían sido enviados. Hinata pareció escuchar su maullido pues levantó el rostro, como si intentase acomodar su oído para saber dónde se encontraba exactamente.

―¿Te gustan los gatos, Hinata-san? ―le preguntó Kisame―. Quizás deberíamos conseguirle uno ―a veces, Kisame parecía creer que entre ambos criaban a Hinata y tenían el mismo poder de decisión sobre ese tipo de asuntos―. Así podría divertirse con el animal ―ante la sugerencia sintió a Hinata tensarse emocionada.

O quizás, Kisame sólo le tenía lástima. Una chica aparentemente ciega, huérfana, abandonada por todos y obligada a ser arrastrada de ciudad en ciudad por dos hombres que realizaban lo que a cualquier luz sólo pudo ser descrito como crímenes, debía al menos remover algo dentro del duro corazón de su compañero. Misericordia, tal vez. Hinata era una pequeña adorable y sumamente inocente, dudaba que pudiese despertar un sentimiento negativo en alguien más.

―¿No tuvimos ya esta conversación? ―respondió Itachi, recordando la última vez que habían hablado sobre darle un gato a Hinata.

El líder requería de un mapa que contenía la localización precisa de un objetivo importante que debía localizar, un sector escondido para todos excepto para los nativos de la Aldea de la Hierba en donde habían escondido valiosos cristales que podían acumular chakra en ellos. La organización planeaba robarlos y luego vendérselos al Rayo que los utilizaría para un nuevo tipo de armas que estaban desarrollando.

Itachi y Kisame, que se encontraban en el área, habían tenido que hacerse con el preciado objeto y la mujer que lo defendía había terminado muriendo a manos de su compañero (de una forma poco placentera, en la cual terminó literalmente despedazada, cortesía de Samehada). Cuando se retiraban, vio un pequeño gato gris que al parecer la mujer cuidaba, quien se acercó a ella oliéndola y revisándola, como si quisiese traerla de vuelta. Kisame había mencionado que quizás deberían llevarle el gatito a Hinata para que lo adoptara y no se sintiera tan sola. Itachi negó, aduciendo que ya era demasiado difícil pasar desapercibidos con una niña ciega de doce años siguiéndolos todo el tiempo; un gato en el grupo iba a hacerlos demasiado notorios.

Pensó que la muerte de la mujer había sido innecesaria, no por piedad hacia la kunoichi de la Hierba, sino porque su muerte pondría en alerta a toda su aldea para buscar a los responsables. Cuando lo reconsideró, se preguntó a sí mismo si se habría vuelto tan frío e inhumano para no importarle la muerte de otra persona, sino sólo si ésta traía consecuencias para él, como si la vida de otro shinobi no valiese absolutamente nada. Quizás ya pensaba de ese modo cuando era parte de ANBU.

Apretó levemente la mano de Hinata intentando olvidarlo. Si su pequeña esposa estaba viva aún, era precisamente porque no había perdido por completo su humanidad. Ella era un constante recordatorio de que debía seguir siendo Itachi Uchiha, shinobi de la Hoja. Aún podía ser el hombre en quien Shisui había confiado el legado de su vida.

Este es el lugar donde crecimos. No permitas que lo destruyan. Protégelo, a cualquier costo.

Entraron hacia el edificio en donde alguna vez Hanzo, el antiguo líder de Amegakure, había residido. La organización ahora lo utilizaba como base para designar misiones, informar al líder de lo que ocurría en la Aldea y reunirse. Y no sólo Akatsuki se congregaba ahí, sino que todos los shinobis al servicio de Amegakure.

―Por favor, pasen, Itachi-sama, Kisame-sama ―dijo una mujer de cabello castaño, con el símbolo de la Aldea Oculta de la Lluvia decorando su protector de frente, sólo que éste estaba tajado por el medio. Observó de forma coqueta a Itachi mientras éste se sacaba el sombrero que lo había protegido de la lluvia y se lo entregaba―. El líder los espera.

―Gracias ―respondió Kisame, también entregándole su sombrero, aunque la jovencita sólo tenía ojos para su compañero― ¿Podrías conseguirle algo con que secarse a la niña? Y un poco de té no estaría mal. Y algo para comer. Ojala dulce.

La chica asintió en una reverencia observando a la pequeña Hinata un tanto extrañada al verse objeto de la preocupación de los señores que llegaban. Kisame e Itachi eran autoridades dentro de ese lugar, pero claro, cuando la joven se enderezó, la sonrisa fue dedicada sólo al pelinegro junto con una juvenil risita que hizo que Kisame bufara mientras ella se perdía por el pasillo.

―Como siempre, yo les hablo y sólo tienen ojos para ti, Itachi-san ―se quejó Kisame divertido.

Itachi no mostró emoción alguna, su rostro parcialmente cubierto hasta la nariz por la parte superior de la capa negra con nubes rojas, apenas si mostraba más que total apatía. Kisame se le adelantó sin decir más y comenzó a subir por las escaleras. Por su parte, esperó a estar solo para dirigirse a Hinata, agachándose frente a ella, retirando hacia atrás la capucha de color gris con que se protegía.

―Hinata-san, por favor sáquese su abrigo mojado y siéntese aquí. Volveré pronto ―le indicó con la misma frialdad con que se dirigía a todos, pero con un gesto suave en sus facciones, algo que sólo empleaba con ella, y siempre y cuando no hubiese nadie cerca―. Intente entrar en calor. Si todo sale como espero, pasaremos la noche aquí.

―Sí ―respondió obediente, y sin que nadie le indicara donde había una silla, la joven se sentó junto a la escalera.

Itachi la miró preguntándose si era una buena idea dejarla sola un momento. Él la llevaba a todas partes, pero no podía adentrarla a una reunión de esos sujetos. No quería que supieran más de ella ni que la usaran para intentar algo en su contra. Por otro lado, había ciertos detalles de su oficio y también del pasado de ambos que no deseaba que la niña conociese. Le hubiese resultado demasiado doloroso enterarse, por ejemplo, que su familia seguía viva.

Subió los escalones sin mirar atrás. Sabía que tenía una larga conversación por delante, en la cual él simplemente se dedicaría a escuchar y asentir. Por lo general, funcionaba de esa forma. El líder era un hombre extraño a quien llamaban Pain, pero que hasta a él le provocaba un profundo respeto. Sabía que incluso habiendo intentado asesinarlo, el perdedor en esa batalla probablemente habría sido él. Por eso era tan peligroso, no sólo para Itachi, sino para todas las naciones shinobis. Lo había visto combatir en pocas ocasiones y las veces en que lo vio, le pareció aterrador. Sus habilidades eran formidables. Estaba seguro que de haberlo querido, habría podido someter a todos los miembros de Akatsuki, juntos, y quizás también a los cinco kages.

Kisame se paró frente a una puerta tres pisos más arriba y él lo siguió, posicionándose junto a su alta figura. Sin mucha cortesía, no esperó a que los llamaran y simplemente movió la puerta corrediza con la ayuda de la espada envuelta en vendas que cargaba.

Cuando ésta se abrió, descubrieron una sala iluminada por velas de aceite que le daban un aspecto un tanto tétrico a esas horas de la noche.

―Kisame. Itachi ―los saludó sin más con su profunda voz el líder de Akatsuki― ¿Tienen el mapa?

―Aquí está ―respondió Kisame sacando un pergamino un tanto maltrecho de uno de los bolsillos de su capa negra, acercándose para entregárselo a Konan, quien lo tomó sin si quiera mirar su contenido―. No fue fácil conseguirlo, la mujer que lo custodiaba peleó bastante duro por él.

―Y aún así, estás ileso ―recalcó con formalidad Konan.

El hombre estiró su mano y ella puso el mapa sobre su palma. Sin preocuparse demasiado al respecto lo abrió frente a todos y lo analizó un instante.

Itachi observó esos ojos que tanta curiosidad le causaban, pues sabía exactamente lo que eran. Se mantuvo impasible detrás de su máscara fría, en la cual no se escapaba emoción alguna, cuestionándose una vez más cómo sería posible que ese sujeto hubiese obtenido ojos así.

Pain dejó el pergamino en la mesa para realizar un movimiento de manos que involucró el sello de la rata sólo que con su dedo índice extendido. A Itachi le llamaba realmente la atención cada vez que lo veía realizar jutsus tan complejos, con sellos de mano que por lo general los shinobis ni si quiera conocían.

―Preséntense ―dijo con formalidad.

Pronto, la figura de cinco individuos de distintas alturas y contexturas aparecieron en la sala, sólo que eran semi traslucidas y sus colores iban fluctuando en una gama innumerable, en donde lo único que se podía ver con claridad eran sus ojos. Era un jutsu especial que el líder empleaba para ocasiones como esa en la cual debía darles mensajes de importancia a cada uno de los miembros del círculo interno de Akatsuki. Por políticas internas, era muy extraño que todos ellos estuviesen al mismo tiempo en Amegakure. Por lo general, recorrían el mundo siempre en parejas y ocultando sus identidades.

Por lo que Itachi entendía, a través de esos ojos tan temibles, el líder podía captar las ondas del pensamiento de algunos miembros de la organización que se encontraban dispersos por el mundo y así proyectarlos en un mismo lugar.

―Oi, oi, ¿Qué pasó ahora? ―preguntó molesto uno de ellos―. Estoy congelándome el culo hace una hora mientras esperábamos.

―Cierra la boca ―dijo otro, cuyas palabras sonaban rasposas y arrastradas―. El líder quiere hablar.

―¡No me digas que cierre la boca Sasori de mierda! ―le respondió molesto― Te mataré y ofreceré tu infiel alma a Jashin.

―¿Terminaron ya? ―preguntó el líder con la paciencia de un padre ante hijos malcriados. Al no haber respuesta, prosiguió―. En primer lugar, Kakuzu, ¿Encontraste un mejor comprador para los cristales de chakra?

―Sí. Mis compradores están muy interesados en los cristales y pagarán el doble que el Rayo ―respondió una figura―. La transacción será realizada en siete días. ¿Consiguieron la localización precisa?

―Sí. Enviaré las coordinadas en un momento para que Hidan y tú vayan por ellos ―respondió el líder.

―Entendido ―dijeron al unísono ambos que se decía eran inmortales.

―¿Eso es todo? ¿Para eso nos convocaron? ―preguntó entonces Deidara visiblemente irritado. Su impaciencia pareció molestar al líder quien lo miró sin decir nada por algunos segundos― Ni si quiera son las siete de la mañana, podríamos haber seguido durmindo, ¿Saben? hum.

―No, Deidara. Eso no es todo. Tengo una noticia que comunicarles ―todos guardaron silencio entonces, esperando que el líder hablara sobre el tema que los convocaba―. El Tercer Hokage de la Aldea Oculta de la Hoja ha muerto.

Itachi intentó mantenerse completamente impasible. Intentó no respirar más rápido ni que su corazón latiese de forma extraña, que sus párpados no temblaran y que sus pupilas no se movieran. Aún así, no pudo evitar sentir que alguien acababa de golpearlo en el estómago. Hiruzen Sarutobi había sido en algún momento incluso más importante que un padre para él y saber que había muerto lo hizo experimentar un intenso dolor en el pecho, que sólo se intensificó al pensar qué sería ahora de Sasuke si la única persona que había prometido cuidar de él estaba muerto. Quizás Danzo intentaría hacer con su hermano lo mismo que había hecho con Shisui.

―Oh, así que se murió el viejo ese, ¿Qué con eso? Hum. Es normal que las personas que tienen cien años se mueran, a decir verdad ya se le había pasado bastante la hora, hum ―insistió Deidara irritado―. Ojala se hubiese muerto el viejo tsuchikage también, que tiene más de mil años ya, hum. Las cosas viejas son poco artísticas.

―¿Podrías callarte de una vez? ―lo regañó su compañero.

―Lo interesante no es que haya muerto, sino quién lo mató ―hubo un momento de silencio de nuevo, como para darle más gravedad a sus palabras―. Orochimaru.

―¿Orochimaru, eh? Interesante ―rió por lo bajo Kisame. Aunque todos parecían sorprendidos por esa nueva información.

―Al parecer utilizó a la Aldea Oculta de la Arena como aliados para llevar a cabo un ataque sobre Konoha y como resultado murió el Hokage y también el Kazekage ―agregó el líder.

―Sasori tiene un hombre espiando a Orochimaru, ¿no? ―preguntó entonces Itachi, quien siempre se mantenía silencioso en esas reuniones. La diferencia era que todo cambiaba en sus planes ahora que el Tercero había muerto y que Orochimaru seguía intentando inmiscuirse con los asuntos de Konoha.

―Así es. Fueron mis informantes los que confirmaron la muerte del Kazekage. Pero Orochimaru no eliminó al Hokage sin recibir considerables daños en su persona―dijo rasposamente quien estaba parado junto a Deidara―. Al parecer, sus manos fueron selladas. No puede realizar ninjutsu.

―No es la primera vez que Orochimaru intenta meterse en esa aldea de mierda ―reclamó Hidan― ¿Qué carajos quiere con la Hoja?

―Uchiha, Sasuke ―respondió entonces Sasori.

Itachi sintió un segundo golpe en el estómago, pero esta vez no movió los labios para preguntar qué era lo que quería con su hermano. Ya lo sabía, aunque pensó que se demoraría un poco más en intentar obtenerlo. Sintió varios ojos moverse en su dirección, lo cual hizo que su rostro se volviese aún más estoico e indiferente.

―¿Uchiha? ¿Tiene algo que ver contigo, Itachi-san? ―preguntó Kisame, haciendo que las miradas se intensificaran incluso más.

―Sí ―respondió con simpleza―. Es mi hermano menor.

―Al parecer buscó tener éxito en donde falló con Itachi ―recalcó Sasori.

No era secreto para nadie que Orochimaru había intentado hacía tres años hacerse con su cuerpo, para así ganar acceso al sharingan. Lamentablemente, para él, Itachi lo había derrotado sin mayor dificultad cortándole una de sus manos, para que siempre recordara lo que le sucedería si intentaba meterse con él. Como consecuencia, había abandonado la organización y también era un blanco para ellos. No podían dejarlo revelar sus planes

―Ahora que Orochimaru no puede realizar jutsus, creo que debería volverse una prioridad en la organización eliminarlo ―agregó Sasori―. Es un sujeto peligroso.

―¿Peligroso para quién? ―preguntó Hidan molesto―. Ademas, nuestra prioridad debería ser predicar el jashinismo.

―Nuestra prioridad es el dinero ―interrumpió Kakuzo que hasta entonces se había mantenido silencioso.

―¡Al carajo con el dinero! Yo sólo quiero complacer a Jashin.

―Y yo quiero enfocarme en mi arte, estoy harto de estas misiones insignificantes que sólo hacen el mundo un lugar más…

―Silencio ―interrumpió Konan, que hasta ese momento no había hablado―. Servir a Akatsuki los ayuda a cumplir sus metas personales también, ¿No? ¿O vas a negar que has hecho explotar más aldeas en estos últimos años que en toda tu vida, Deidara? ―éste respondió con un "hum" irritado― Y tú, Hidan, en cada misión ofreces almas para Jashin, ¿No? Kakuzu se queja constantemente de la duración de tus rituales.

―¡Pero no me satisface eliminar gente por dinero en vez de hacerlo en nombre de Jashin! Este mundo está lleno de blasfemos y debe ser purificado desde sus raíces.

―¿Y se supone que tú lo harás? ―se burló Kakuzu―. Tu deber ahora es trabajar para la organización y tus estúpidos rituales nos hacen perder tiempo y dinero.

―Ya te dije en más de una oportunidad que me importan dos cuernos esta pequeña organización suya, sólo estoy aquí por Jashin y la oportunidad que tengo de sacrificar vidas en su…

―Ya cállate, me irritas ―Kakuzu al parecer ya había soportado demasiado―. Te mataré.

―¿Podemos seguir con la reunión y luego prosiguen a matarse? ―les pidió el líder con poca gracia, y por el silencio que lo siguió, parecieron acceder―. Con los kages de dos grandes naciones muertos, los shinobis de Konoha y Suna están reunidos en sus aldeas y las misiones puestas en pausa. Al no tener con quien recurrir, nuestros pedidos se han visto aumentados esta semana. Deidara, Sasori, el señor Feudal del País de las Libélulas quiere muerto a un famoso comerciante que ha establecido una ciudadela a las afueras de sus tierras, pues se ha negado a pagarle impuesto. Su nombre es Midori Seiji.

―¿Y podemos destruir la ciudadela también? ―preguntó Deidara un tanto más emocionado.

―Como quieran ―al parecer al líder le era indiferente lo que hiciesen mientras el trabajo fuese cumplido

―Entendido. Espero que esta vez al menos lleves suficiente greda, Deidara ―respondió Sasori mientras las figuras de Deidara y la suya desaparecían del salón con la voz del primero aún quejándose por su falta de confianza en él.

―Ve con ellos Setsu, asegúrate de llevar el cuerpo de Midori al señor Feudal para pedir el pago ―le indicó Pain.

―Con gusto ―respondió una voz ronca que hasta ese momento había estado en silencio, para luego desaparecer su figura también.

―¿Y nosotros? ―preguntó Hidan impaciente.

―Irán por los cristales a la Aldea de la Hierba ―su indicación fue clara, y tan pronto la dio sus figuras también desaparecieron, quedando en el salón de conferencia tan sólo Kisame, Konan, Pain e Itachi.

―Konan y yo tenemos otra importante misión pendiente, pero antes de partir, les designaré una tarea –lamentablemente, Itachi sentía que estaba por venir. Era el único que podía entrar a ese lugar sin ser detectado-. Irán a Konoha.




Notas del Autor:
Muchas gracias por todos sus comentarios, de verdad me animan a seguir escribiendo ahora que estoy con un poquito más de tiempo. Al menos espero que no pasen meses sin actualización, sino que por el contrario pueda ir escribiendo un poco de cada fic por semana. Esta vez intenté hacer un capítulo un poco más largo, espero que no esté demasiado lento de leer. También se han unido a la historia muchos personajes secundarios y quizás uno con un poquito más de importancia que el resto de Akatsuki, que será Kisame (por obvios razones), aunque planeo escribir un poco más también sobre los otros miembros, sin que acaparen protagonismo. Tuve que releer mucho manga y ver muchos caps del anime para acordarme de cómo era Amegakure, su historia, sus shinobis, Akatsuki, etc, creo que en eso me demore un buen par de días.

Han pasado 5 años en la narración desde el último capítulo y en ese tiempo viajando, Hinata se enamoró de Itachi. Creo que a los 12-13 años la mayoría ya sabe lo que es enamorarse y también sabe que es una sensación muchísimo más intensa incluso que aquellas que experimentamos de adultos, porque a esa edad, dichos sentimientos carecen del elemento sexual y pasional (no del todo, pero en su gran mayoría, al menos en mi época). Por eso, creo adecuado que Hinata se hubiese enamorado de la persona que se convirtió en su todo, su único contacto con el mundo, la realidad, quien la protege y entrena, quien le muestra afecto y todo aquello que estuvo desesperada por obtener mientras crecía.

El conflicto se irá creando, obviamente, cuando la niña se de cuenta que la persona en quien más confiaba le mintió, arruinó su vida, la hizo sufrir en vano y en realidad es alguien horriblemente cruel, más monstruoso que los fenómenos de los cuales se rodea (Akatsuki), y qué hará al respecto, si sus sentimientos cambiarán y qué pasará con ellos dos, si al igual que Sasuke buscará vengarse de él, o si lo perdonará. Creo que ese es como mi… resumen? De lo que a continuación viene en este long fic. Lamento si lo sienten un poco lento, pero los que me conocen y me leen de más tiempo saben que me gusta mucho desarrollar los personajes para justificar sus acciones en cuanto avanza la trama, para no caer en contradicciones o situaciones que conociendo la personalidad canónica de los personajes, nunca pasarían.

Ahhh y lo último que diré es que estoy extremadamente feliz porque pude escribir un poco de mi BROTHER Deidara, que me encanta meterlo en fics, porque sus diálogos me dan gracia y hace tiempooo que no podía escribir nada con él.

PD:
Chise, perdón por tus heridas xD Me hago responsable, pero ponte un casco y rodilleras para lo que viene porque planeo hacerlo más angst que Love Is. Prepara pañuelos también!
Acantha-27, no sé aun si narraré la perspectiva de Konoha, pero si lo hago, sería desde el punto de vista de Sasuke, si se requiere en su momento.
VYTA2000, me encantaría que un día me dijeras cual crees que es el mensaje de la historia.