CAPÍTULO 12 – Parte 2
BLACKOUT
Pdv Hinata
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Para Anaí que ha sido mi farol de esperanza cuando todo parecía perdido.
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La penumbra de la habitación y el eco de la lluvia apenas hubiesen dejado a una niña de su edad dormir en paz; no obstante, después de una cena en que sus modales habían dejado mucho que desear, atragantándose con el pan caliente, el arroz húmedo, el pez tierno y las verduras salteadas, durmió como no lo había hecho en años. No hubo sueños en que huía, ni sangre que goteaba desde una máscara, ni los ojos llorosos de Itachi. No escuchó el eco de la risa de Hanabi en medio del complejo Hyūga, ni tampoco vio la sonrisa de un jovencito rubio que alguna vez le había quitado el aliento con sólo una mirada gentil.
Esa noche, a pesar de no soñar, descansó como nunca.
Cuando despertó, el cuarto se encontraba en ese proceso del alba, en tonos grises y tristes, completamente en silencio. Era extraño, como si estuviese caminando en la neblina y de pronto pudiese ver el mundo nuevamente, pero recordó que a esa hora de la mañana los colores eran tímidos. Se sentó sobre su futón con algo de nerviosismo, mirando de un lado a otro, sintiendo que alguien la observaba. Pronto descubrió que sólo era su imaginación al comprobar con su byakugan que no había nadie cerca.
Su corazón palpitó ansioso por algún motivo. No estaba acostumbrada a esa soledad, pero venía haciéndose a la idea de que quizás iba a ser así por un buen tiempo. Se acomodó las calcetas gruesas y blancas que usaba dentro de las habitaciones de ese enorme edificio y con cuidado entreabrió la puerta de su habitación comprobando de nuevo que efectivamente no había nadie más que ella hospedándose en esa parte de la infraestructura. Notó, sin embargo, que el fuego no había decantado durante la noche. Algunos leños ardían aun dándole un tono rojizo al amanecer.
Con pasos sigilosos, se sentó junto a la chimenea y acercó sus manos al calor que emanaban las brasas buscando reactivar su cuerpo adormecido por el frío de la lluvia nocturna. Suspiró mirando como los tonos escarlatas danzaban a su alrededor, recordando días a la intemperie en que las fogatas eran lo único que la mantenían animosa a través de las gruesas vendas sobre sus ojos.
El paradero de Itachi y Kisame era desconocido para ella. En ese momento, debían haber estado cumpliendo algún encargo del cual no podía participar, o al menos eso pensaba. No le extrañó del todo que así fuese, pues llevaban haciéndolo por mucho tiempo. Lo que sí le resultaba un tanto desconcertante era haber sido dejada atrás. Le hubiese gustado ser más fuerte o quizás haber completado su entrenamiento como shinobi para poder asistirlos, pero ya era un poco tarde para algo así. Debía conformarse con estar viva después de esa horrible noche de luna llena en que apenas habían logrado escapar.
Sacudió su cabeza de un lado a otro intentando no pensar en ello, pues cuando lo hacía inevitablemente se le llenaban los ojos de lágrimas contenidas, su cuerpo comenzaba a temblar y sentía las gotas de sangre que caían de la máscara de ese hombre mancharle el rostro. Añoraba la tierra que la había visto crecer, la familia que había dejado atrás y el prospecto de un futuro bajo el sol y los árboles, pero intentaba que sus pensamientos no se escaparan a esos recuerdos porque la lastimaban más de lo que su frágil corazón podía soportar.
De pronto, todo en ella se encrespó al escuchar pasos por el corredor. Su byakugan se activó casi por instinto y se percató de la figura de una chica que avanzaba cargando algo en sus manos parecido a un paquete. No pudo pensar demasiado en el asunto, buscando en su bolsillo la venda para ocultar sus ojos y amarrándosela con rapidez.
Apenas logró hacerlo cuando la presencia de alguien en la habitación se hizo notoria. La joven aclaró su garganta entonces, como si anunciara su llegada.
―¿Hinata-san? ―preguntó con un tono servicial y algo nervioso―. Me dijeron que estaba en esta habitación. Buenos días.
Se quedó quieta y sin responder. Era la primera vez que alguien dentro de la organización le hablaba que no fuese uno de los miembros que utilizaba la capa negra con nubes rojas.
―Konan-sama me ha pedido que le entregue esto. Dice que la espera para desayunar en el lugar donde cenaron anoche ―la chica que no debió ser mucho mayor que ella se acercó con pequeños pasos y escuchó como depositaba el paquete encima de la mesa en donde días antes había cenado junto a Itachi. Su corazón no dejaba de latir ansioso preguntándose cómo era posible que ella supiese su nombre cuando su esposo le había repetido una y otra vez que nunca le diera a conocer al resto su verdadera identidad a menos que él lo hiciese, ¿Le habría dicho él quien era?―. Con su permiso. Si necesita algo más, con gusto puedo servirle. Debe ser difícil para usted estar sola aquí todo el día. Pero, si quiere tomar té, comer alguna cosa o conversar, siempre me encuentro en el primer piso del edificio. Mi nombre es Kiyoko.
La chica titubeó un momento al no ver respuesta de la niña frente a ella y con la misma timidez salió de la habitación. Volvió a permanecer en silencio y sin moverse, esperando que el sonido de los pasos se alejaran lo suficiente como para indicarle que se encontraba sola una vez más.
Cuando aquello ocurrió, Hinata activó su byakugan sólo para asegurarse de que no había nadie más ahí. Sus manos temblaban nerviosas, pensando una y otra vez que Itachi se molestaría cuando supiese que más personas (además del círculo interno de la organización) estaban al tanto de su identidad. Ellos estaban escapando y ocultándose con esas personas de los asesinos de Konoha y si daban con ella… ¿Estaba si quiera a salvo ahora?
Respiró profundamente intentando calmarse, recordando que la presencia de Kiyoko se debía a un motivo; le había llevado algo. Se retiró la venda de los ojos dejándola caer por su cuello y se dedicó a observar el paquete que había frente a ella.
No le hacía demasiada gracia, pues Itachi le había prohibido el contacto con el resto de los miembros de la organización, ni si quiera podía hablar demasiado con Kisame y venía tratando con el hombre por años. Sin embargo, al ver que sobre el paquete había una flor de papel, algo en su corazón se enterneció recordando lo buena que esa mujer había sido con ella desde el primer día en que llegó a ese lugar siendo sólo una niña asustada y triste. No estaba en peligro si el ángel de Amegakure la estaba cuidando. Creía que Itachi no la habría dejado ahí si algo malo pudiese ocurrirle.
Sin tantos titubeos como en un comienzo, sus manos se dirigieron al papel café, removiéndolo con cuidado. A decir verdad, en muchos sentidos aún era una niña; su inocencia y curiosidad se hacían presentes de vez en cuando. Si hubiese seguido las peticiones de Itachi al pie de la letra, jamás se habría atrevido si quiera a tocar el papel en que venía envuelto ese extraño e inesperado presente. Pero un niño no puede luchar contra su naturaleza y el deseo de ver qué era ese regalo fue más grande que la voz en su interior que la alertaban del peligro.
Las hojas que envolvían el paquete crujieron suavemente mientras las retiraba para revelar su contenido. Con delicadeza intentó no romper el papel, doblándolo hacia un costado para encontrarse con lo que Konan le había mandado.
―Ropa ―susurró sorprendida.
A decir verdad, no era como si las prendas que ella poseía estuviesen en mala calidad ni mucho menos, pues Itachi se preocupaba de esas cosas, a su modo. Si bien su vestuario no olía a detergente y flores, y la mayoría del tiempo la tela estaba descolorida, arrugada y áspera, siempre tenía prendas limpias y del tamaño adecuado para su cuerpo, aunque tuviese que usar la ropa de su esposo.
La vestimenta de Hinata era gris, oscura y formal; calzas negras y camiseta de malla del mismo color. Era como si Itachi la vistiera igual que un niño la mayor parte del tiempo. Ese era el motivo por el cual le era sencillo fingir ser un chico cuando iban de ciudad en ciudad, ya que habían decidido mantener su cabellera corta para de ese modo no tener que preocuparse del detalle de peinarlo, secarlo y desenredarlo.
Las prendas de vestir frente a ella eran distintas a lo que usaba. Levantó en el aire una yukata corta color lila, con pequeñas flores estampadas en los bordes. Era simple, pero femenina y suave, ligera y hermosa. Sus mejillas se sonrojaron al pensar cómo se vería con ropa de mujer, pero volvió a sacudir el rostro para poner la prenda sobre la mesa.
Bajo ésta, se encontraban calzas de distintos colores: beige, gris, negras; camisetas de malla de los mismos tonos. Era demasiado y no podía pagar por todo eso, ni si quiera sabía si podía agradecer lo suficiente…
―¿Ah? ―sus mejillas sonrojaron profundamente entonces al descubrir lo que había en el fondo del paquete.
A un lado de las calcetas había ropa interior y productos de higiene femenina para sus días de mujer.
Depositó todo con horror para esconderlo de su vista y se quedó inmóvil intentando recuperar el aliento. Ni si quiera los ojos de Itachi al enojarse la habían hecho sentir tan inquieta como ese pequeño bulto de ropa interior doblada. Pasaron algunos segundos en los cuales ni si quiera se atrevió a respirar, exigiéndole a sus manos que dejaran de temblar y a su corazón de latir tan rápido. Cuando lo consiguió, volvió a bajar la mirada al paquete con ropa, removió con cuidado las prendas de vestir y volvió a dejar a la vista aquello que le parecía más íntimo que el mayor de sus secretos.
Levantó con asombro un brasier color negro, sin alambres y bastante deportivo. Lo observó perpleja, sin creer aún que aquello tan femenino y delicado fuese para ella. Era la primera vez que había visto uno tan de cerca. Sus senos se habían comenzado a abultar considerablemente desde un tiempo atrás y a veces le costaba correr debido a ello, por lo cual simplemente lo amarraba con vendas bajo su camiseta de mallas. Si Itachi se dio cuenta de ello, no dijo nada, y ella era demasiado tímida como para haberle pedido algo así… al igual que nunca le pidió productos femeninos para sobrellevar los días en que sangraba. De una u otra forma, se las arreglaba para no ensuciarse ni desprender algún aroma extraño que pudiese revelar su posición cuando estaban viajando encubiertos.
Sus manos temblaron mientras estrujaba la tela negra con nerviosismo. Algo en ella sintió deseos de llorar. Entendía que se estaba convirtiendo en una mujer, no sólo por ese gesto de Konan, sino también porque Itachi le había dicho que ya no podía seguir fingiendo ser un niño cuando viajaban. Sus ojos se comenzaron a llenar de lágrimas, pues esta vez a diferencia de la primera en que le dijeron que debía ser una mujer, sí notaba los cambios. Deseaba ser una mujer.
Aquello no había sido el caso cuando tenía tan sólo siete años y un hombre que no conocía le dijo que debía ser una mujer de ese día en adelante. Sucedió cuando encontró una gran mancha café ensuciando su impecable ropa interior y pensó que se estaba muriendo al escurrir ese extraño líquido entre sus piernas. Creyó que quizás había hecho algo malo para que eso le sucediera, se escondió en su habitación y se encerró aduciendo que estaba enferma. Cuando no se levantó de la cama durante tres días y la encontraron en un baño de su propia sangre, el médico que la había ido a ver le explicó que su cuerpo ya estaba preparado para ser una mujer, y que desde ese día en adelante, sangraría una vez por mes para recordárselo. Unas horas más tarde entraron a su habitación algunas doncellas de la casa Hyūga con una caja de madera. Dentro de ella encontró lo que debía poner en sus pantaletas para que no se mancharan con ese líquido viscoso y carmesí que escurría desde su centro. No obstante, nadie le explicó qué le estaba pasando, ni por qué le dolía el abdomen, ni cómo impedir que la sangre se le escapara del cuerpo. No hubo una conversación femenina para aclarar sus dudas y calmar su angustia.
Un par de meses después, su sangre le hizo la mejor candidata para convertirse en la esposa de uno de los hijos del líder del clan Uchiha. Lloró amargamente en el cobijo de su habitación al enterarse de que su infancia se había acabado y que pronto debía tomar una nueva misión para con su clan. Era un gran honor, debió haberse sentido afortunada, pero en ese momento sólo quería estar con su hermana menor, ser más fuerte para su clan y acercarse a cierto chico en la academia que no parecía notar su existencia. Nunca pensó que Itachi Uchiha, el niño que habían escogido para ser su esposo, terminaría también siendo el único hombre que amaría en su vida.
Y ahí estaba ahora, comprendiendo completamente las implicancias de esos cambios en su cuerpo; era lo suficientemente mujer para sangrar, pero no para poder decir en voz alta que amaba al hombre con quien se había casado. No podía ser la esposa que Itachi requería, y aunque probablemente pudiese engendrar un hijo si él decidía tomar su eterna virginidad, sabía que no provocaba en su esposo esos sentimientos que sólo los adultos parecían experimentar. Aquello la deprimía, pues deseaba ser una mujer, alguien que él dejara de tratar con condescendía.
Suspirando, colocó todo en el paquete y lo llevó a su habitación, guardándolo a un lado de su futón. Permaneció un momento de pie sin saber qué hacer, recordando que no era bueno seguir involucrándose con las personas que Itachi le había prohibido tratar. Realmente quería ser obediente y complacerlo aunque no estuviese ahí, y le costaba trabajo si quiera pensar en la posibilidad de abandonar su cómoda estación para dirigirse nuevamente hacia el lugar en donde el día anterior había cenado junto a la gentil mujer de ojos violeta con la mirada más melancólica del mundo. Por otra parte, también debía al menos darle las gracias por la linda ropa que se había tomado la molestia de darle.
Indecisa caminó de un lado a otro por la pequeña habitación, jugando con sus dedos, escuchando la voz de Itachi resonar en su mente contraponiéndose con la amable mirada del Ángel de Amegakure.
No supo jamás qué la llevó hasta los pisos superiores del edificio, vestida con su ropa nueva, su brasier negro y los ojos vendados para desayunar con ella. Sólo se encontró a sí misma de pronto en ese lugar, sentada frente a Konan, comiendo el tibio arroz que aún emitía vapor dulce.
―Para alguien que vivió la mayor parte de su vida en el país del Fuego, la lluvia debe resultarte deprimente ―dijo la mujer de pronto para romper ese silencio que había en la habitación que sólo las gotas de lluvia interrumpían.
―Me gusta su sonido durante la noche ―respondió Hinata con suavidad.
―También a mí ―la mujer hizo una bolita de arroz con sus palillos y los llevo a su boca con una delicadeza inigualable―. Cuando tenía tu edad, creía que la lluvia golpeando el techo era la forma en que los dioses hacían música para dormir.
―¿Ha vivido toda su vida en Amegakure, Konan-san? ―preguntó Hinata sorprendida. Le costaba imaginar que alguien tan brillante hubiese vivido desde pequeña en un lugar gris y oscuro como ese.
―Sí ―respondió ella con un toque de tristeza, como si quisiese alcanzar sus propios recuerdos―. Nací en este país, cerca de la frontera oeste. Vivía con mis padres y mis hermanos ahí, en una bonita casa al costado de una loma, hasta que comenzó la guerra.
―¿Guerra?
―Así es. Esta tierra, tan tranquila como la vez ahora, no siempre fue así. Hubo una época en que los ríos corrían rojos de sangre y los cuerpos muertos se apilaban en las calles sin que pudiesen si quiera enterrarlos, pues no había nadie que lo pudiese hacer. Todo era ruinas, llanto y hambre. Mucha… mucha miseria ―Konan pareció volver en sí y negó con suavidad―. No es bueno hablar de eso mientras comemos. Lo siento.
―S-sí.
Hinata recordó la noche en que huyó de Konoha junto a Itachi. Había sentido que escapaban de un campo de batalla en medio de la guerra, pero saber que la mujer frente a ella sí había experimentado algo con lo que ella tan sólo había fantaseado la hizo sentirse afortunada por todo lo que había tenido al crecer.
―Konan-san, ¿Por qué… por qué hubo una guerra? ―sabía que su pregunta era inapropiada para la mesa, pero quiso saberlo antes de volver a su estancia y ocultarse de nuevo de ella.
―Es una larga historia Hinata-san, y debo realizar algunas labores ahora que estoy en la Aldea ―Konan puso una mano sobre la suya con delicadeza―. Te lo contaré si me acompañas.
Sabía que no debía hacerlo. Era una regla de Itachi. La había quebrado en dos ocasiones durante los últimos días. No sólo se había acercado a uno de los miembros de la organización sino que estaban hablando. Podía escuchar la voz aterciopelada del pelinegro resonar contra sus oídos… "Por más dulces o amables que sean sus palabras, sin importar lo que parezcan necesitar de ti, no confíes en ellos. No son buenas personas. Son peligrosos, todos ellos, y no dudaran en lastimarte si tienen la oportunidad de ganar algo con ello."
―Yo… yo no puedo ―respondió finalmente, sintiendo que la sangre abandonaba sus mejillas. No podía imaginar que Konan pudiese lastimarla, pero tampoco podía desobedecer la regla de Itachi, se lo había prometido después de todo.
―Entiendo. Itachi-san no aprueba que te involucres con la organización ―la mujer suspiró y Hinata se mantuvo inmóvil―. Lo sé. Me lo ha dicho.
―Lo siento.
―El líder y yo somos los únicos que sabemos quién realmente eres. Si hubiese querido lastimarte, ya lo hubiese hecho ―sintió que la mano que había puesto sobre la suya se movía hasta su cabeza, desatando las vendas que cayeron por sus hombres. Entonces, cuando abrió los ojos y todo dejó de ser borroso, vio el hermoso rostro de porcelana de la mujer sonriéndole―. Hinata-san, no te lastimaré. No tengo necesidad de hacerlo. Veo en ti algo que experimenté cuando tenía tu edad: miedo y soledad. Es triste vivir sintiéndose constantemente asustada y sola, sobre todo, cuando ni si quiera hay luz en tu vida.
―Yo…
―¿Por qué no me acompañas hoy? Hay un lugar que me gustaría mostrarte mientras hablamos sobre la historia de esta ciudad.
Y por segunda vez ese día, y a pesar de que todo en sí le decía que no lo hiciera, siguió al ángel de Amegakure por su recorrido por la ciudad.
No se vendó los ojos en esa ocasión, como si no fuese necesario hacerlo. Su mirada estaba oculta por el flequillo azulado que caía en su rostro y estaba segura de que si su acompañante era la dama más querida y venerada del país, nadie le prestaría atención a ella. Estarían demasiado ocupados en contemplar a quien consideraban una figura de adoración
Caminó junto a la mujer mientras hablaban sobre los distintos lugares de la ciudad, las historias que recordaba junto a amigos que ya no estaban ahí, personas que alguna vez había conocido y memorias que parecían ser sólo momentos que el tiempo se había encargado de borrar. La lluvia caía pesadamente sobre ambas y las mojaba, pero no parecía importarles. Hinata se sentía extrañamente contenta de poder experimentar el mundo a su alrededor de una forma distinta a la que estaba acostumbrada y por primera vez en mucho tiempo, al escuchar como Konan describía su amor por el lugar, dejó de pensar en Amegakure como un pantano oscuro, gris y pestilente, sino en una ciudad llena de corazones amables, gentileza y esperanza. Si Konoha había sido su ciudad natal, Amegakure podía convertirse también en su nuevo hogar. Konan la hacía sentir que eso era posible.
―Trabajamos muy duro para que este lugar ya no conozca devastación y miseria ―dijo con solemnidad Konan mientras al doblar por la calle una mujer la detenía para saludarla.
Cuando las personas veían al ángel de Amegakure se acercaban con la más sincera alegría y devoción, anunciando con pulmones firmes a quienes estaban alrededor que Konan-sama había llegado. Se aproximaban dándole pequeños obsequios, comida, té caliente, flores y amuletos. Le pedían que por favor les trajera suerte o le contaban los problemas que habían enfrentado esa semana. Hinata se escondía entre la multitud, con la mirada baja, enfocada en usar su oído para comprender lo que sucedía que causaba semejante alboroto.
Mientras avanzaban por la calle principal de Amegakure era imposible que Konan no llamase la atención de todos los presentes y las personas no parecían temer su presencia, al contrario, se acercaban tan pronto la veían asomar. Una mujer le habló sobre la tos incesante de su hija y Konan le prometió que mandaría un médico de la organización para que ayudara con eso. Luego alguien más se aproximó pidiéndole ayuda porque no lograban conseguir material para tapar un agujero que se había formado en el techado y ella se comprometió que alguien de la organización iría esa misma tarde a arreglarlo. Una niña pequeña se le arrimó con su ángel de papel con un ala chamuscada y Konan le regaló otro robándole la más sincera sonrisa.
Eran momentos y escenas como esa las que se repetían una y otra vez mientras recorría Amegakure, personas con problemas se acercaban a ella y la amable mujer de ojos tristes prometía intentar solucionarlos. Hinata observaba maravillada su bondad y se sentía afortunada de poder estar ahí. Le hubiese gustado poder hacer lo mismo que Konan, tener esa fortaleza para enfrentar junto con las personas de la aldea los problemas cotidianos e intentar buscar soluciones a ellos. Pero por el estilo de vida que llevaba, no podía hacerlo. Debía mantenerse con Itachi y ocultarse.
―Es lo mejor que nos ha pasado en esta vida, Konan-sama ―le dijo una mujer entre lágrimas mientras hacía una reverencia―. Con su ayuda podremos tener las herramientas listas para sembrar nuestras tierras.
―Hare todo lo posible por conseguir las herramientas que necesitan para arar su terreno.
Cuando la última de las mujeres de la calle volvió a entrar a su casa y Hinata se vio a solas con ella nuevamente, no pudo evitar sentirse extremadamente satisfecha, como si hubiese sido ella quien le daba soluciones al resto para poder resolver las duras situaciones de vivir en un lugar tan inhóspito como ese.
―Me gustaría venir más seguido, pero la organización requiere de mi presencia en otros lugares la mayor parte del tiempo ―suspiró Konan mientras avanzaba con una elegancia que Hinata intentó recordar para imitar cuando estuviese a solas―. Debes saberlo mejor que nadie, ya que Itachi-san te lleva con él cuando realiza misiones para la organización, ¿verdad?
―Sí, aunque… Itachi-san no habla sobre lo que hace con Kisame-san cuando… cuando realizan esas misiones ―y tampoco podía preguntar.
―Hacen lo que haría un shinobi por su país. Nada más ―respondió Konan, causando un repentino alivio en Hinata―. ¿Nunca quisiste ser una kunoichi? Tus ojos te harían ser una de las mejores shinobis que haya visto el mundo.
―Fui a la Academia antes de… ―Hinata no pudo seguir. Pensar en ese horrible día hacía que se le revolviera el estómago―. Mi destino no era ser una kunoichi, sino, la matriarca del clan Uchiha. Se me permitió seguir yendo a la Academia después del matrimonio porque la esposa de Itachi-san debía ser una kunoichi.
―Es cierto, a veces lo olvido. Itachi-san y tú son marido y mujer. Lástima que ya no haya un clan Uchiha… después de lo que ocurrió.
―Sí ―un nudo se formó en la garganta de Hinata. El clan Hyūga y el clan Uchiha ya no existían. Sólo estaban ella e Itachi para seguir con la historia de sus respectivas familias―. Ya no debo preocuparme por ser una matriarca, ni una kunoichi… sólo… sólo una buena esposa para Itachi-san. Aunque…
―¿Aunque?
―No sé cómo.
Konan pareció sorprendida por la forma en que Hinata se expresaba y pronto su expresión fue cambiando a comprensión. Seguramente podía entender en la mirada de la jovencita el amor que había nacido de su parte hacia el hombre con quien compartía su vida. Era natural que así fuese.
―Hacer feliz a un hombre es más sencillo de lo que parece ―Konan sonrió―. Un masaje en los hombros cuando están cansados, un plato de comida caliente cuando hace frío, ropa limpia y planchada después de un baño tibio. Les gusta que los traten como niños… porque lo son ―Hinata la observó extrañada porque no se imaginaba a Itachi dejando que le diera un masaje o compartiendo un baño con ella―. Aunque Itachi es bastante peculiar. No sé qué lograría hacerlo feliz.
Hinata lo sabía.
―Los dangos ―una sonrisa tímida se formó en su rostro mientras veía una imagen perfecta de Itachi sentado en soledad, comiendo tranquilamente cuando encontraban un puesto de dulces y té por el camino. Le gustaban tanto que permitía que se distrajeran de su itinerario por comer y disfrutar de aquellas golosinas―. Le gusta comer dangos y beber té en silencio. Lo disfruta…
―Creo que deberías aprender a cocinar dangos en ese caso.
―Sí ―era una excelente idea.
―Pescar… ―susurró de pronto Konan con melancolía―. Disfrutaba pescar…
Hinata comprendió que estaba hablando consigo misma más que con ella por lo cual no la interrumpió en sus pensamientos, pero notó que la increíble melancolía de Konan parecía hacerse tan densa como la lluvia.
―Este país no siempre fue pobre y miserable ―le dijo cuando se detuvieron y observaron la fila de personas que se formaba para recibir la comida que la organización repartía una vez al día―. Hubo una época en que podíamos defendernos de la lluvia, en donde no existía el hambre.
Hinata levantó la mirada y notó en las personas que hacían fila los profundos estragos que había causado años de malnutrición y pena. Sus rostros estaban demacrados, sus cuerpos cubiertos en pellejos que los hacían lucir cadavéricos y aun así, con las piltrafas de ropas que utilizaban en medio de la lluvia, agradecían con la mayor de las sonrisas el trozo de pan y el plato de sopa caliente que los miembros de la organización servían. Eran felices, con lo poco que tenían agradecían y sonreían con sinceridad.
Konan se unió al resto y ayudó a servir sopa, a escuchar a quienes necesitaban de su consuelo y a hacer volar cientos de mariposas de papel para hacer reír a los niños que las perseguían. Hinata, sentada a una distancia prudente, abrazando sus piernas, se dio cuenta de lo afortunada que había sido de nacer en Konoha, de haber visto el sol, de sentir su calor, de comer hasta ser rellenita y feliz, de no ser tocada por tristezas irreparables… y sobre todo, de que Itachi estuviese aún en su vida. Tantas personas sufrían en silencio y sonreían a pesar de sus problemas. Tantos habían muerto y ella seguía viva.
Mientras caminaban de vuelta al edificio después de una tarde bastante divertida, recordó de pronto el motivo por el cual había ido con Konan. La miró de reojo sin saber si estaba bien preguntárselo o no, si debía decir algo al respecto o quizás esperar que fuese la misma mujer quien se lo dijese. Si ese lugar alguna vez había sido hermoso, sin penurias y próspero, ¿Qué había hecho que las cosas se volvieran tan difíciles para los habitantes de Amegakure? Si bien Konan había mencionado algo sobre una guerra, no podía entender los motivos para que algo así destruyera desde sus cimientos un lugar pacífico y hermoso.
―Konan-san, gracias por traerme hoy ―le dijo sonriendo con timidez―. Me divertí bastante. Aunque… agradecería si usted… uhm… si usted no se lo comentase a Itachi-san.
―No te preocupes por eso. Me imaginé que estarías aburrida de estar tantos días encerrada en el edificio. No es bueno para la salud encerrarse y aislarse del mundo así. Las flores se marchitan cuando no obtienen luz ―un trozo de papel se desprendió del rostro de Konan y se convirtió en una flor que se posó en el cabello de Hinata―. Tengo una idea, ¿Qué tal si nos ayudas repartiendo comida mañana?
―Yo… ―los ojos molestos de Itachi se presentaron en su mente. Konan sonrió un tanto divertida al notar su nerviosismo.
―Itachi-san no volverá por al menos una semana y yo no le diré que nos ayudaste en su ausencia con las labores cotidianas de la organización. Será nuestro secreto.
Hinata asintió sonrojando. La verdad, era una buena cocinera y podía ayudar preparando y repartiendo la comida. Lo que más tenía al estar sola era tiempo y entrenar su byakugan era algo que podía hacer con los ojos vendados. Aunque la idea de mentirle a Itachi no le agradaba, tampoco sentía que podía rechazar esa petición de ayuda cuando había tantas personas que necesitaban de Akatsuki. Lo había visto ese día.
―Konan-san… ¿Por qué usted… por qué usted es tan buena conmigo? ―le preguntó de pronto. Hinata no lo comprendía bien, pues durante toda su vida las personas fueron crueles con ella. Ver a alguien que desinteresadamente la trataba con cordialidad y hasta cariño la confundía un poco―. Yo, no quisiera convertirme en una molestia.
―Porque sé lo que es la soledad y la tristeza, Hinata-san. Abunda en esta ciudad. Mi misión en esta vida es ayudar a mi país y a todos sus habitantes, junto al líder de la organización. Tú eres parte de mi Aldea ahora ―miró el cielo y dejó que la lluvia mojara su rostro―. Aunque, si quieres saber la verdad ―suspiró con algo de añoranza―. Hace mucho tiempo, hubo alguien en mi vida con quien me hubiese gustado pasar el resto de mis días. Ese hombre murió en la guerra. Si hubiese tenido hijos con él, quizás serían de tu edad. Me gusta pensar que los niños de Amegakure son los hijos que nunca tuve. Y ya que todos ustedes son mis hijos, es la labor de una madre hacerlos feliz.
―Lamento su pérdida ―respondió Hinata sabiendo que seguramente no debió haberle preguntado algo que evidentemente le resultaba doloroso.
―Así es la guerra, Hinata-san. Nos quita todo ―respondió con simpleza sin darle demasiadas vueltas―. Y aquí hubo una guerra. Varias, de hecho. Una tras otra. La más devastadora fue aquella que ustedes en Konoha llamaron La Segunda Gran Guerra Shinobi. Ocurrió hace muchos años, cuando era una niña de tu edad.
―¿Qué sucedió que provocó una guerra?
―Eso es lo más triste del asunto. No hubo motivos para que Amegakure participara de una guerra que no podía ganar.
―No lo entiendo.
―Dime algo Hinata-san, ¿Qué gran país hay al norte de Amegakure?
―El país de la Tierra.
―¿Al este y al sur?
―El país del Fuego y el país del Viento.
―¿Qué te dice eso? ¿Dónde está Amegakure geográficamente hablando?
―En… en medio de tres grandes países.
―Muy bien ―Konan se detuvo y se acercó a Hinata observándola desde su diferencia de altura―. ¿Y qué sucede si esos tres grandes países no se llevan bien? ―Hinata subió su mirada un tanto confundida―. Si Amegakure está al medio de esos tres grandes países, cuando Konoha, Iwagakure y Sunagakure tienen problemas, no lucharán sus guerras en sus propias tierras… sino aquí. Eso fue lo que ocurrió con Amegakure. Este era el punto medio por donde pasaban las tropas de Konoha, de Iwagakure y Sunagakure. Este fue el lugar en donde elegían luchar sus batallas. Amegakure no tenía conflictos con otros países, su desgracia era estar en medio de los grandes países en guerra ―Konan se detuvo un momento y la lluvia pareció aumentar su fuerza al caer―. Era una niña cuando mis padres y hermanos murieron pero aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Un shinobi de Sunagakure estaba herido y golpeó nuestra puerta pidiendo agua. Mi madre vendó sus heridas, le dio ropa limpia y una cama para que descansara. Yo y mis hermanos nos sentábamos alrededor de él en la noche escuchando sus historias sobre Suna, un lugar lejano y místico que hasta entonces sólo imaginábamos en nuestros más exóticos sueños. Su nombre era Jun, tenía grandes ojos grises y sonreía con frecuencia, agradeciendo cuando mi madre lo alimentaba porque no podía usar su mano derecha y al usar la izquierda botaba la comida. La cuarta noche que Jun pasó en mi hogar ocurrió. Lo que el amable joven de Suna no nos dijo, es que llevaba un importante mensaje que debía entregar a sus superiores. Cuando un grupo de shinobis de Konoha lo encontró en mi hogar, no dudaron en asesinarlo. Mi padre intentó defenderlo exigiéndole a los shinobis que se marcharan de nuestro hogar, que Jun estaba herido y que era una cobardía matarlo si no podía defenderse. Ya sabes qué pasó, ¿verdad? ―Hinata negó pasando saliva, pues no podía creer, no quería creer que shinobis de Konoha pudiesen hacer algo que no fuese honorable―. Mataron a mi padre.
―No… no puede ser ―dijo con la voz quebrada―. Los shinobis de Konoha eran buenos y honorables.
―Luego mi madre y hermanos siguieron ese destino. Creo que pensaron que conocían el mensaje que no podía ser entregado ―Konan parecía en un lugar lejano en el cual veía los rostros de aquellos que alguna vez formaron parte de su familia―. Fui bastante cobarde y eso me salvó la vida. Era sólo una niña, no un shinobi, no había nada que pudiese hacer excepto llorar. Me escondí bajo la cama mientras escuchaba los gritos y cuando todo quedó en silencio, supe que era la única persona viva en ese lugar. Huí tan pronto pude, en medio de la noche y la llovizna, arrastrándome entre los pastizales. Fue inteligente hacerlo, pues cuando llevaba unos diez minutos huyendo vi como el lugar donde había vivido toda mi infancia era quemado hasta sus cimientos.
―Lo siento mucho ―dijo con rapidez y lágrimas en los ojos. Sentía vergüenza de haber nacido en Konoha, no quería ni podía creer que los shinobis que tanto respetaba hubiesen hecho algo como eso, matar una familia inocente en medio de la noche. No, no podía ser cierto―.No… no sé qué decir. Es horrible. Lo siento tanto. Pero… pero ¿está segura que fueron shinobis de Konoha?
―Sí. Usaban protectores con el símbolo de konoha y su uniforme de guerra ―Hinata sintió que su pecho se apretaba de dolor―. ¿Sabes quién comenzó la guerra, Hinata-san? ―la joven negó tragando saliva pero sintió que sabía la respuesta―. Konoha. Necesitaban más dinero, pues en este sistema shinobi, las personas mueren y los países son devastados si eso se traduce en más dinero para la Aldea Shinobi ―pensó que Konan la insultaría, que la maldeciría por haber pertenecido a una aldea capaz de realizar cosas tan horribles pero en cambio, puso una mano cariñosa sobre su cabeza sorprendiéndola―. No pongas esa cara. Lo que ocurrió no es tu culpa, ni la de Itachi-san y probablemente ni si quiera de las personas del país del que vienes. Es culpa de este mundo shinobi en el cual vivimos, de sus reglas, de sus egoístas motivaciones. Por eso creamos Akatsuki, para luchar en contra de este sistema que sólo ha traído muerte y dolor a nuestra tierra. Itachi-san nos ayudará a cambiarlo, a crear un mundo en el cual podamos vivir en paz. Esa es la labor que realizamos en la organización.
No hubo persona que trabajase más duro cocinando, limpiando y repartiendo comida que Hinata los días que siguieron. Se levantaba antes de que saliera el sol, trasportaba la madera para la cocina de un lado a otro, lavaba los utensilios con agua heladísima que le lastimaba las manos, ayudaba a picar, condimentar y preparar el arroz, la sopa, los peces, la carne y todo lo que pudiesen conseguir para alimentar a aquellos que no podían comprar víveres.
Las personas se preocupaban de ella al pensar que era una niña ciega, pues cubría sus ojos con vendas. Además, era la pequeñita que venía acompañando a Kisame e Itachi, dos grandes señores de la organización, así que ella también debió haber sido importante, quizás la hermana menor de alguno de ellos, aunque nunca tuvieron el valor de preguntárselo directamente. Nadie conocía su nombre aparte de Konan y Kiyoko, quien prometió no decirlo cuando Hinata se lo pidió como un gran favor. Las personas la llamaba Hi, lo cual le pareció apropiado responder cuando le preguntaron cómo debían decirle.
Al mediodía ayudaba a transportar la comida desde el edificio de la organización hasta los comedores en donde las personas hacían fila. Se dedicaba a servir sopa, arroz, leche caliente, té, pan, galletas de arroz, y todo tipo de comida básica a cualquiera que se lo pidiese. Las personas le agradecían con palabras cariñosas y gestos que no pasaban desapercibidos en su oscuridad. Se sorprendía a sí misma conversando con desconocidos, aprendiendo sus nombres, recordando sus rostros a través del byakugan que le permitía ver, formando lazos con seres que hasta entonces habían sido extraños. No pensó que aquello la hiciera feliz, pero después de unos días, no iba ayudar por sentirse culpable por lo que Konan le había dicho y el daño que Konoha había causado en ese país, sino porque lo disfrutaba. Hinata Hyūga comenzó a sentir algo que nunca antes había experimentado en su vida…
Se sintió útil.
Sus acciones estaban mejorando la vida de otras personas. Experimentó la dicha de ver rostros agradecidos, personas cariñosas dándole aprecio y compañeros que la valoraban por lo que hacía. No era un estorbo, una molestia ni una carga; estaba ayudando y las personas a su alrededor la valoraban por eso. No había experimentado esa sensación en los casi trece años que había vivido.
Una tarde mientras lavaba los platos en que se había servido un estofado de res, notó que todos a su alrededor guardaban silencio. Se paró derecha e activo el byakugan para ver lo que el resto percibía que ella no podía ver. En la puerta de la cocina del edificio se encontraba Konan, quien caminó hasta ella.
―¿Podrías acompañarme un momento? ―le preguntó― Hay algo que me gustaría hablar contigo.
Hinata asintió y siguió a Konan en silencio, percibiendo las miradas curiosas del resto de sus compañeros. No titubeó ni bajó el rostro, caminó erguida presintiendo que fuese lo que fuese lo que el ángel de Amegakure deseaba conversar con ella era de suma importancia, o no se habría tomado la molestia de buscarla.
Caminaron por los largos corredores de ese edificio torcido entre las penumbras del anochecer escuchando el incesante goteo de la lluvia junto al eco de sus pasos. Subieron escaleras, una tras otra, Hinata guiándose con el byakugan, ella por el conocimiento del lugar, hasta que dieron con el andar más alto de la edificación, una planta que hasta entonces Hinata no conocía. Se adentraron juntas a una habitación un tanto oscura, iluminada con faroles de aceite, hasta que Konan dejó de caminar y se volteó a observarla.
Pasó saliva un tanto inquieta desactivando el byakugan, entendiendo que no lo necesitaba más si tan sólo iban a conversar en un lugar lo suficientemente apartado para que nadie las escuchara.
―Tu ayuda estos días ha sido importante para nosotros ―le dijo con suavidad―. Quería darte las gracias.
Hinata respiró aliviada. Si tan sólo era eso, entonces no tenía nada por lo cual preocuparse. Por un momento, la idea de que algo le hubiese ocurrido a Itachi y que ella estuviese a punto de comunicárselo se le cruzó por la mente.
―Estoy feliz de poder ayudar en lo que sea ―sintió que sus mejillas sonrojaban―. ¿Ha sabido algo de Itachi-san? Ha demorado en su misión.
―Itachi-san está en Konoha ―al escucharlo su alma abandonó el cuerpo―. Volverá tan pronto termine su misión. De hecho, dependiendo de lo que respondas ahora, quizás puedas verlo en unos momentos.
―¿Verlo? ―no entendía a qué se refería. No entendía por qué volvería a ese lugar que ahora debía ser sólo un cementerio de muertos. Quizás hubiese sobrevivientes. Tal vez… tal vez las personas que lograron sobrevivir esa noche como ellos habían vuelto a la Aldea e intentaban reconstruirla. Eso podría explicar el motivo por el cual Itachi había vuelto, pero no lo entendía. Él había dicho que la única forma de que volvieran a su país natal era si lo hacían muertos―. ¿Por… por qué Itachi-san iría a ese lugar?
―Porque es importante para Akatsuki que así lo haga ―y no hubo más explicación que esa―. Hinata-san, ¿Has entrenado este tiempo junto a Itachi-san, verdad?
―Sí. Un poco ―respondió encogiéndose de hombros―. No pude terminar mi entrenamiento como kunoichi en la Academia, así que cuando tiene tiempo, Itachi-san intenta enseñarme un poco más.
―De eso quiero hablarte. A pesar de que tu trabajo en la cocina es de gran valor para todos en Amegakure, eres más que sólo una cocinera. Tienes otros talentos que nos son de vital importancia en este momento. Puedes convertirte en una excelente kunoichi si así lo quisieras y ayudarnos a defender nuestro país ―Konan hablaba con lentitud para que ella la entendiera y aun así, no estaba segura de lo que decía. Fue en ese momento que pisadas pesadas se sintieron adentrarse en la habitación.
―Como dijo Konan, te necesitamos ―activó de inmediato el byakugan para encontrar a un hombre que se paraba junto a la mujer. Su rostro y cuerpo estaban cubiertos de barras de un material metálico que se distorsionaba con su visión, por el cual entraba Chakra en un sistema circulatorio de éste que jamás antes había visto.
―¿Podrías retirar esa venda de tus ojos? ―le preguntó Konan. Hinata asintió sin mucho agrado, pues estaba frente a un extraño y no quería que viera su byakugan―. Descuida, él sabe de tu dojutsu ―Hinata se sorprendió cuando lo escuchó y desató con torpeza la tela que cubría sus ojos para guardarla luego en su bolsillo.
―He decidido que te unas a nosotros ―dijo el hombre que aún lucía un tanto borroso, cuya principal característica era su brillante cabellera anaranjada―. Konan te entrenará de ahora en adelante y hará de ti una kunoichi talentosa. Ayudarás a los grupos de dos que hemos formado en Akatsuki cuando tu poder sea necesario para reunir información y rastrear, como lo hace Setsu.
―¿Mi poder? ―preguntó incrédula. Ella no tenía talento ni poder alguno si se trataba de combatir, apenas sabía un par de técnicas de ninjutsu y su taijutsu era bastante pobre―. Lo siento… yo… yo no tengo…
―Tus ojos ―la interrumpió de golpe―. Eres poseedora de uno de los grandes dojutsus, el byakugan, que tiene habilidades que ni si quiera yo poseo. Quiero que lo emplees para nuestro beneficio.
―¿Quién es usted? ―el corazón de Hinata comenzó a latir con fuerza.
―Es el líder de Akatsuki. Pain ―respondió Konan parándose junto a él.
Se sintió extrañamente en peligro, atrapada, imposibilitada de negarse pero incapaz de comprender qué era lo que querían. ¿Acaso le quitarían los ojos? Itachi se lo había advertido innumerables veces; sus ojos eran especiales y por ese motivo las personas intentarían cualquier cosa por hacerse con ellos. Quizás había llegado el momento de entregarlos.
―¿Me… me quitarán los ojos? ―preguntó con un nudo en la garganta, empequeñeciendo con cada segundo que pasaban sin escuchar una respuesta.
―Por supuesto que no ―contestó Konan con apatía―. Queremos ayudarte a que los utilices como debe ser, no sólo para guiarte porque has perdido la luz de la visión. He visto lo feliz que te ha hecho ser útil estos días en vez de esconderte. Tú eres una Hyūga y sabes mejor que nadie qué es lo que tu clan puede lograr con esos ojos. Queremos ayudarte a alcanzar ese potencial. ¿No te gustaría emplear ese talento para ayudar a Akatsuki, a Itachi-san?
―¿Itachi-san necesita… de mí? ―su corazón comenzó a cosquillear. La idea de ser más que un estorbo la hizo emocionar. Podría cuidarse sola si entrenaba como era debido y así quitarle esa preocupación a Itachi. Quizás podía volverse tan fuerte que fuese incluso capaz de protegerlo ella a él―. Yo… yo quiero ser útil para él.
―Itachi ha aceptado ayudarnos desde que huyeron de Konoha ―respondió Pain con simpleza, conservando su tono neutral―. Sabe el daño que ha causado su país al nuestro y está de acuerdo con nuestros planes e ideales. Trabaja en nuestra organización cumpliendo los objetivos de Akatsuki. Konan te habló de ellos, ¿No?
―Sí ―respondió Hinata.
―Queremos establecer un nuevo sistema mundial y así alcanzar la paz entre las naciones shinobi ―prosiguió Pain―. Sin embargo, hay personas que se oponen a nuestro objetivo. Conociste a uno de ellos, un hombre de Konoha al igual que ustedes, el primer compañero de Itachi, Orochimaru. Intentó lastimarte en una ocasión y por ese motivo Itachi lo hizo pagar bastante caro.
―S-sí ―recordaba haber estado entre ambos, las manos heladas de Orochimaru apretando su cuello mientras exigía que Itachi le entregara su cuerpo a cambio de su vida―. Él quiso… quiso…
―Matarte. Intentó hacerlo para así obtener de Itachi algo que carece. El poder de su dojutsu y un cuerpo capaz de usarlo ―prosiguió Pain―. Es capaz de llegar a ese punto para obtener lo que desea. Muchos creen que apoderándose de un dojutsu podrán emplearlo, pero se equivocan y Orachimaru lo sabía. Sólo alguien que nace con un poder visual tiene la estamina y el chakra necesario para emplearlo. Sólo un Uchiha tendrá el máximo potencial para utilizar el Sharingan, así como sólo un Hyūga puede utilizar con excelencia el byakugan. A Orochimaru no le servían los ojos de Itachi sin un cuerpo Uchiha que pudiese utilizar su poder, así como a nosotros no nos sirve el byakugan si no es un Hyūga el que lo emplea. Necesitamos, no sólo tus ojos, sino a ti.
―Orochimaru es una persona peligrosa para nosotros ―añadió Konan con su delicada voz, intentando que Hinata comprendiera por qué era tan importante lo que le estaban explicando―. Si queremos que este país siga en paz, Pain y yo debemos ocuparnos de él. No podemos permitir que ponga en riesgo todo lo que hemos construido. Necesitamos que nos ayudes con eso.
―¿Qué puedo hacer yo para ayudarlos? ―aún no entendía. Incluso si entrenaba todo el día y la noche tomaría años con el mejor de los maestros llegar a emplear técnicas del clan Hyūga que sólo los más talentosos de su familia lograban dominar. Ella no poseía la aptitud natural para ser un shinobi, ni si quiera para ser una Hyūga. Lo había escuchado hasta el cansancio al crecer―. Puedo esforzarme e intentar mejorar mis habilidades, pe-pero…
―Necesitamos que uses tus ojos para encontrarlo ―le explicó Konan―. Sabemos que aún es muy pronto para que combatas. Lo lograrás eventualmente cuando entrenes conmigo, pero no me arriesgaré a que te lastimen ahora. No necesitas pelear, ni ponerte en riesgo innecesario. Estarás con nosotros y no permitiremos que nada malo te ocurra. Sólo necesitamos que nos ayudes a rastrearlo con el byakugan. Eliminar a Orochimaru nos mantendrá a salvo a todos en Akatsuki, y eso también incluye a Itachi-san.
―Los shinobis de Konoha causaron mucho daño a este país Hinata. Pero tú puedes hacer algo para reparar el mal causado ―finalizó Pain―. ¿Aceptas ayudar a Akatsuki?
Por un momento se le olvidó respirar y hasta pestañar pareció sobrar. Su interior le decía que algo no encajaba, que esas personas frente a ella hablaban de paz pero lo hacían con frialdad y ojos carentes de emoción. Konan había sido buena y amable con ella, la había visto preocuparse de todos en esa Aldea por días y darle oídos a los problemas de las personas. No obstante, a Pain no lo conocía. Su apariencia, su tono de voz y su mirada le daban escalofríos. Lo único que sabía de todos esos sujetos a los cuales Itachi ayudaba era que no eran de fiar, que en cualquier momento la podían traicionar o buscar hacerle daño. Lo había escuchado innumerables veces.
¿Pero y si sus ojos podían hacer una diferencia? ¿Si Itachi realmente la necesitaba y no lo pedía por miedo a que no estuviese a la altura? Quizás no quería ponerla en una situación peligrosa. Lamentablemente, estaban en una situación constante de peligro desde que huyeron de Konoha en medio de la luz de esa gran luna llena. Había sido muy pequeña e inútil entonces para ayudarle, para cuidar de él como él lo hacía con ella. Lo único que hicieron sus ojos fue llorar, pero ahora tenía la oportunidad de darles un uso que pudiese influenciar en sus vidas y que los mantuviese a salvo.
―Sí. Los ayudaré ―sus mejillas se sonrojaron y sus manos le comenzaron a temblar―. P-pero no tengo demasiado talento. No terminé el entrenamiento de mi clan.
―Descuida. Al igual que tú, Pain posee un gran dojutsu. Él puede enseñarte a emplearlo con precisión.
―Me complace que hayas tomado la decisión correcta. Por ahora, te mantendrás con Konan y conmigo en la labor de localizar a Orochimaru ―Hinata asintió―. No tendrás que volver a ocultar quien eres frente a los miembros de Akatsuki, pues serás una más de nosotros. Cuando Konan termine de entrenarte, seguramente busquemos un compañero para ti.
―¿Comenzamos la reunión? ―preguntó Konan posicionándose junto a Hinata y poniendo una de las manos en su pequeño hombro.
―Sí ―respondió el líder―. Hay que informar las novedades al resto.
―Hinata-san, ¿Conoces sellos de mano para emplear ninjutsu? ―Hinata asintió sin atreverse a hablar―. Realiza el sello del carnero y concentra tu chakra. Pain canalizará nuestra energía para iniciar la reunión ―Hinata juntó las cejas levemente, nerviosa de que fuese a hacer algo malo o fallar frente a ellos.
Titubeante, juntó las manos y formó el sello en el cual sus dedos índices chocaban y los demás se entrelazaban, moldeando chakra en su estómago para luego emplearlo. Aquel procedimiento se lo habían enseñado mientras aprendía a emplear el puño suave, aunque no recordaba demasiado de esa extravagante técnica de combate. Tan pronto lo consiguió y el líder de Akatsuki comenzó su jutsu, pudo percibir como su chakra era absorbido y a través de su byakugan notó que éste se dirigía a las barras de metal en el cuerpo del hombre. No entendía muy bien el procedimiento, pero concluyó que estaba juntando su chakra para de alguna forma emplearlo.
Los minutos que prosiguieron fueron confusos y la hicieron sentirse mareada. Vio figuras aparecer a su alrededor en esa oscura habitación, de distintos tamaños y formas. Todos lucían amenazantes, como salidos de una pesadilla o algo peor. Las imágenes que se proyectaban eran traslúcidas y sus colores mudaban como el del interior de una ostra verdosa. Lo único claramente visible eran los distintos ojos y sus figuras peculiares que denotaban distintos perfiles. Ella era la más pequeña entre todos, y al parecer, ni si quiera la notaron ahí. Sus voces eran curiosas, algunas muy graves y siniestras, otras un tanto más despreocupadas, agudas e insolentes.
De inmediato su atención se fijó en los ojos rojizos y afilados que tanto conocía, pero que no la miraban de vuelta. Quiso salir de su escondiste junto a Konan y hablarle, preguntarle si se encontraba bien y cuando volvería, pero pronto se sintió tan intimidada de estar entre esas extrañas personas que las palabras se le ahogaron en la boca. No obstante, su pecho se inundó de mariposas al verlo bien, había orado porque nada le ocurriera en esa lejana tarea que lo había apartado de su lado.
Hablaron sobre misiones, pagar precios, reunir dinero y de algo que no entendía que seguramente tenía que ver con alguna religión. Escuchó cómo uno de ellos se quejaba sobre los fines de la organización a que pertenecían e insultaba a todos los presentes, lo cual le pareció muy grosero. Fue entonces que comenzó a comprender el tipo de shinobis que rodeaba a Itachi y la razón por la cual él deseaba que se alejara de eso. Eran seres vulgares, desviados y sin ningún sentido de modales. Todo lo contrario a ellos que vivían por sus costumbres, tradiciones y sobre todo respeto.
Definitivamente no encajaba ahí. Se sentía ridícula por si quiera haber considerado que podía ayudar a Itachi cuando lo único que discutían eran objetivos, destrucción, cadáveres siendo arrastrados por tierras lejanas, dinero, muertes y asesinatos. Ella no tenía el estómago para haber realizado algo así. Apenas soportaba escucharlos hablar de ello sin que se le revolvieran las tripas y el miedo la paralizara. No había entrenado para ser shinobi, sólo sabía hacer una cosa y eso era seguir las reglas que le imponía Itachi; hacer lo que él decía e intentar no molestarlo se había convertido en su modo de vivir.
Por mucho que ella lo mirara intentando llamar su atención, el pelinegro apenas abrió la boca en todo el asunto, enfocando su mirada en un punto lejano y distante. Ni si quiera pareció notar que ella estaba ahí hasta que Konan se encargó de hacerles saber lo contrario.
Fue entonces que los ojos de su esposo cayeron sobre ella como un barril de ladrillos y supo de inmediato, sin palabras, que había hecho algo horrible en aceptar ayudarles. La forma en que Itachi la observaba le quemaba el pecho, haciéndola ahogarse de nerviosismo. Había roto las reglas. Había hecho algo horrible inmiscuyéndose en sus asuntos y jamás la perdonaría. Lo supo sólo con la expresión de sus ojos.
Sin embargo, no era el único que la observaba. Todas las figuras tenían sus ojos puestos en ella examinándola como si se tratara de un bicho raro, aduciendo sus preocupaciones e incredulidad sobre su capacidad de ser útil para ellos, incluso hablando sobre vender su byakugan por lo valioso que era. Sintió pánico entonces, pero la figura de Konan a su lado puso una mano en su hombro para reasegurarle sus anteriores palabras; estaba a salvo mientras estuviese con ella, mientras le fuese de utilidad nadie la lastimaría.
Y entonces comenzó a comprenderlo mejor. No estaban interesados en ella, ni que mejorara como kunoichi, ni si quiera les importaba lo que sentía, quería o pensaba. Lo único que deseaban de ella era su byakugan. Tal como le había advertido en algún momento Itachi, esas personas la lastimarían si tenían la oportunidad de hacerlo y ahí estaba entrando por su propia voluntad a la boca de los leones. Si bien dudaba que Kisame, Itachi o Konan pudiesen lastimarla, después de escuchar al resto, sabía que no podía descuidarse. Estaba en peligro.
Hinata posó sus ojos en Itachi buscando su consuelo y compañía. Estaba casi segura que le diría al resto que él la protegería a cualquier costo porque era su única familia. Confiaba con todo su corazón que él no dejaría que ninguno de ellos se le acercara si querían venderla, usarla o lastimarla. No obstante, las palabras que tanto esperaba no salieron de la boca de su amado y dejó de respirar tan pronto escuchó lo que él tenía que decir al respecto.
―…pueden hacer lo que gusten con ella.
Su frialdad le traspasó el pecho y su apatía le golpeó el rostro con fuerza. Experimentó un dolor en el pecho que hasta entonces no conocía, un nudo que no la dejó tragar salivar y la sensación de estar cayendo por un agujero sin fondo la invadió. Bajó lentamente la mirada sintiendo que lloraría, que el estómago de pronto se le vaciaba y que en su lugar un nido de lombrices le devoraba las entrañas.
Dejó de escuchar el resto de las palabras.
La persona que la acurrucaba a su lado mientras dormía, que le leía historias para dormir en las noches en que no había nada que hacer, el que la miraba con una sonrisa cuando nadie los veía, quien tomaba su mano para guiarla en la oscuridad, que le cepillaba el pelo cuando aún lo tenía húmedo, que se preocupaba de preguntarle qué veía con el byakugan… Itachi, el hombre con quien se había casado… desaparecía frente a ella convirtiéndose en un extraño que no reconocía.
No podía culparlo por esa lejanía e indiferencia. Se lo merecía. Hasta ese momento había sido una carga, un peso, algo que debía arrastrar consigo porque no tenía otra opción. Ahora estaba libre de ella y quizás era precisamente eso lo que había deseado al dejarla sola en Amegakure.
No… –pensó mientras las cejas le tiritaban.
Ella conocía a Itachi. Había visto su dulzura y preocupación. Desde el momento en que ambos firmaron con garabatos que serían marido y mujer había depositado su confianza en él. Un tratado político no era lo único que los mantenía juntos, pues Konoha ya no existía, pero la relación que habían formado sí. Lo último que había dicho era que esperaría hasta que fuese mayor para poder escuchar que ella lo amaba y cuando lo dijo sintió en él compasión, cariño y anhelo porque el tiempo pasara pronto para que la edad no los separara. Estaba segura de que el lazo que los unía era más fuerte que cualquier adversidad que pudiesen encontrar en el camino. Habían pasado demasiadas cosas juntos como para que ahora ella perdiera su confianza en él.
Se fuerte… no llores… no llores… le lastima que llores. Muéstrale que eres fuerte… –se repitió una y otra vez– …si alguna vez debes ser una Hyūga, que sea ahora.
Ya no podía depender todo el tiempo de él. Quería aprender a cuidarse por sí misma para que algún día también pudiese cuidarlo a él. Konan le ofrecía ese poder, esa fuerza interior que le faltaba desde el momento en que su padre la miró con decepción en los ojos y la declaró como inservible para su clan. Estaba segura que si trabajaba duro, podía demostrarle a todos los que la creyeron débil que era una mujer fuerte y capaz de pararse con sus propias piernas. Si se esforzaba, podía convertirse en una kunoichi talentosa, después de todo tenía el byakugan y eso por sí solo ya era una ventaja sobre cualquier otro. Si podía ser independiente y fuerte, quizás Itachi no la mirara como una niña sino como una mujer.
Levantó la mirada e intentó calmar sus nervios. Estaba decidida a seguir adelante con todo eso. La próxima vez que Itachi estuviese frente a ella no sería una niña asustadiza, sería la mujer con quien pasaría el resto de su vida. Se convertiría en la pareja que necesitaba a su lado. Ambos podrían sanar las heridas que Konoha había causado al mundo y hacer renacer sus clanes desde las cenizas. Después de todo era su labor intentar remediar ese dolor que su país natal había provocado.
―Pero, para despejar sus dudas, ¿Puedes responder eso por ti misma, Hinata-san?
―Yo… Haré mi mejor esfuerzo por ayudar a Akatsuki a cumplir sus metas. Quiero reparar todo… to-todo el daño que los shinobis de Konoha le han causado a este país.
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Nota
Gracias por seguir esta historia que he intentado seguir sin mucho éxito por temas de tiempo, pero que siempre está presente en mi mente (al igual que mis otros fics). Podría haberme saltado este capítulo para que la historia siguiese avanzando, pero se me hizo necesario explicar qué fue lo que ocurrió durante la ausencia de Itachi. Les pido perdón por la tardanza, créanme que leo sus reviews porque llegan a mi email, y sé que muchas personas estaban esperanzadas y necesitaban saber qué es lo que ocurriría con este fic. Les prometo que este fin tendrá un final, que seguiré escribiéndolo aunque me demore, y si me he demorado en subirlo en esta ocasión es precisamente porque este capítulo tiene 10000 palabras. No es fácil editar y corregir un texto tan largo. Gracias por su paciencia y espero poder actualizar pronto.
