.

.

.


LIBRO TERCERO

QUINTO ACTO

Algo Peor que Morir


.

.

.

Estamos arruinados.

Las palabras de Sasuke se repetían en su mente, mientras que con la poca luz del amanecer observaba en su dirección. Desde que dormía junto a Itachi siendo una niña no compartía así su espacio con nadie. Recostada a su lado sintiendo el calor que irradiaba el cuerpo de su hermano putativo contra el suyo, mientras el frío de la mañana los golpeaba, meditó con pesar las palabras que habían intercambiado la noche anterior.

Sin saber por qué, mirar a Sasuke la hacía sentir de la misma forma en que lo hacía cuando observaba la lluvia caer en Amegakure. Una suave melancolía que la hacía añorar el sol en medio de la oscuridad. A pesar de que sus brazos aún la sostenían como si quisiera impedir que huyera en medio de la noche, aquel acto de cercanía la acongojaba recordándole que había olvidado lo que significaba la compañía de alguien más, la proximidad de quien realmente añoraba.

Abrumaba su corazón observar a Sasuke, ya que con los ojos cerrados y su desordenado cabello azabache cayendo por su hermoso rostro, lucía como Itachi.

Levantó con dudas su mano y con las puntas de las yemas tocó con suavidad la línea de su mejilla.

En el frío del amanecer se preguntó cómo habría resultado su vida si en vez de casarse con Itachi, hubiese sido Sasuke su esposo; quizás podrían haber encontrado felicidad juntos en ese lugar destruido por los fantasmas de todos los que amaban, reconstruido todo lo roto dentro de ellos e intentado reemplazar todo lo que estaba irreparablemente perdido.

No obstante, eso nunca sucedería. Sasuke era su hermano, no su esposo. Y con todo, en algún momento mientras ella lloraba había terminado así, en esa posición vulnerable y vergonzosa, recostada junto a él, tan agotada de ese peso en su pecho que sus ojos se habían cerrado para vagar en un mundo sin sueños ni colores mientras perdía la consciencia.

Incluso creía haber susurrado que no la soltara antes de quedarse dormida y haber escuchado de vuelta, en una varonil voz ronca, que no pensaba hacerlo.

Con cuidado de no despertarlo se sentó sobre el tatami del corredor. La luz entraba por una de las ventanas polvorientas al final de la pared, en un halo dorado. A lo lejos, se escuchaban los pajarillos anunciando que el mundo no se detenía sólo porque ellos se hubiesen quebrado la noche anterior.

Estamos arruinados.

Hinata suspiró observando el perfil de Sasuke, recordando que alguna vez había sido también sólo un niño inocente que corría con una sonrisa por los corredores de ese hogar, como si lo pudiese ver ahí, frente a ella, diciéndole que Itachi sólo tenía tiempo para entrenarlo a él mientras le sacaba la lengua y se perdía por los corredores de la niñez.

Arruinados sonaba como una palabra tan irrevocable y desesperanzadora, que la imagen de ese niño se ahogó de pronto en una inexpugnable oscuridad tan gruesa como la melaza mientras se perdía en el corredor. La hacía pensar que sin importar qué sucediera cuando él despertara, el camino por el que transitaban por separado los llevaría a un lugar de ruina y miseria.

Arruinados.

Ella hubiese dicho que ambos estaban rotos.

Estaban quebrados.

Estaban tan heridos que apenas podían mirarse al espejo sin odiar lo que los observaba de vuelta, incapaces de encontrar ya una salvación que calmara sus corazones fríos.

¿Cuándo se había vuelto alguien así? ¿Cuándo había dejado de lado todo lo que sentía en la parte más escondida de su ser para convertirse sólo en una asesina que seguía órdenes? Quería pensar que era mucho más que eso, que aún había bondad y calidez dentro de ella. Que aún había una pequeña esperanza de que quizás, a pesar de lo mucho que el mundo se había empecinado en destruirla, pudiese salvarse.

¿Pero, si quiera merecía eso cuando las personas que había asesinado no habían tenido esa opción? Pensarlo le provocó una sensación de nauseas.

Bajó el rostro y tomó el portaherramientas con el símbolo de Iwagakure que llevaba amarrado alrededor su cadera. Sin saber por qué, cada vez que se sentía así y vacilaba en su camino, se encontraba a sí misma aferrándose a ese trapo de tela vieja como si pudiese encontrar en ese símbolo de una aldea que ni si quiera era la suya la respuesta a todas las dudas en su corazón. Al ver ese símbolo maltrecho y desgastado encontraba su resolución, como si Deidara estuviese ahí recordándole que incluso de haber sido libre de seguir cualquier camino, de cualquier forma habría seguido los pasos de Itachi.

Por lo cual, no tenía sentido lamentarse. Deidara le había dado ese portaherramientas diciendo que a pesar de que ella no era un shinobi, no podía andar por el mundo sin herramientas ya que lo que haría de ese momento en adelante no era un juego; si intentaba atacar y matar a alguien, esa persona se defendería. Por ese motivo, necesitaba estar preparada, porque si algo la tomaba por sorpresa, terminaría muerta.

Sasuke la había tomado por sorpresa la noche anterior y había terminado sollozando contra su pecho, mostrándose tan vulnerable que incluso podía haberla matado. Deidara se habría sentido sumamente decepcionado con ella, lo cual la hizo sonreír penosamente. Un artista cool no mostraba ese tipo de actitudes tan patéticas. Podía escucharlo dándole un sermón.

¿Acaso eso significaba estar arruinada?

No. No era solamente ahora que se percataba que estaba en esa patética condición. Ella sabía que estaba rota y arruinada incluso antes de ser arrojada en la vida de Itachi. Su padre se lo había dicho; era una heredera rota, imperfecta, débil y patética. Era alguien que no estaba a la altura, y que por lo mismo, no era necesaria. Incluso siendo una niña pequeña había crecido sin amor y con la constante frialdad e indiferencia de su padre, sabiéndose indeseada. Ella estaba arruinada desde el momento que su clan se percató que no era lo que necesitaban de un líder y con sólo siete años la habían regalado a otro clan para deshacerse de ella.

Sólo siete años.

Con sólo siete años en ese mismo hogar, asustada y temblorosa, había retirado capa tras capa de su kimono matrimonial para desnudarse frente a su esposo, llorando en silencio, escondiéndose entre las sábanas mientras Itachi se recostaba sobre ella. Al observar la desolación reflejada en las orbes negras de su esposo niño, supo que no valía nada. Que realmente, no había valor en su existencia y entre las sábanas blancas y almidonadas de ese futón, simplemente, desapareció.

Sí. Ya estaba rota mucho antes de que él entrara a su vida. Arruinada. Tal como Sasuke había dicho.

No obstante, cuando Itachi tomó compasión por su virtud e inocencia, cuando vio que en su contacto había preocupación por ella al morder su pulgar y manchar las sábanas con su propia sangre... creyó con todo su corazón que una pequeña luz de esperanza de ser salvada había surgido en los ojos oscuros de su esposo. Valía algo, porque él se había apiadado de ella. Era alguien para él. Había gentileza en ese corazón que se había abierto para ella, con la promesa que esperaría el momento para entregárselo, cuando ella tuviese la edad suficiente para decirle que lo amaba y él escucharlo sin sentir culpa por ello.

Durante los últimos tres años esa luz había crecido con la espera. Itachi la había salvado. Ella estaba viva porque Itachi la había hecho vivir. Y estar viva, a pesar de todas las dificultades y horrores que conllevaba la existencia que cargaba, era definitivamente mejor que estar muerta, o peor aún, vivir siendo alguien que no valía nada.

Ella valía algo. Valía para Itachi, fuese donde fuese que la estuviese esperando. Su corazón así se lo decía.

Juntó sus manos en una oración, tal como Mikoto se lo había enseñado, sonriendo, con el portaherramienta entre sus palmas.

...juntas las manos así, y agradeces lo que tienes, aunque no sea lo que soñaste. Cuida bien de mi Itachi, Hinata-san.

De pronto, en medio de su oración, el sonido de la tela rozando el tatami le indicó que Sasuke estaba despertando.

―¿Qué haces? ―la voz ronca de su hermano no la desconcertó mientras se sentaba junto a ella. Deseaba terminar su oración―. ¿Estás rezando? ¿Podrías ser más rara?

―Tú madre me enseñó a decir una plegaria para agradecer lo que tenemos ―Sasuke frunció el ceño.

―Ella tenía una extraña forma de hacer que las cosas malas se sintieran como si fuesen buenas, como cuando me obligaba a comer brócoli diciendo que era bueno para mis ojos ―dijo Sasuke quien era una persona mucho más pragmática. Él no deseaba sueños imposibles juntando sus manos ni agradecía la vida miserable que llevaba. Si deseaba algo, se ponía una meta y la cumplía―. ¿Por qué tienes eso entre las manos? ―le preguntó, sentándose contra la pared.

Hinata no respondió.

Quizás nadie comprendería por qué, pero su portaherramientas era su objeto más preciado. Para alguien que había estado desde los ocho año huyendo de aquí para allá, juntar objetos no era algo que tuviese permitido. Como mucho llevaba consigo siempre un cambio de ropa e incluso en Amegakure no era mucho lo que tenía, sólo un antiguo y bonito paraguas de papel que Itachi le había dado, una bolsita de lavanda que ya casi no tenía olor, posicionada cuidadosamente entre la ropa que Konan le proporcionaba.

No obstante, dentro de su portaherramientas conservaba una cajita de madera con herramientas para tratar sus flores, que Sasori-dana le había obsequiado aduciendo que no la necesitaba. Supuso que cargaba la cajita porque era algo que tenía un valor importante para ella.

Aunque Sasori-dana la asustaba la mayor parte del tiempo, Deidara la había hecho entender que si le había regalado esas herramientas se debía a que la respetaba como artista y saber que compartía algo así con alguien más, la hacía sentir un lazo especial hacia él. Por eso, el recuerdo de Sasori estaba dentro del recuerdo de Deidara, y buscaba ese objeto constantemente intentando reforzar el lazo que se había formado entre los tres.

O eso le gustaba creer.

En ese momento, con los ojos curiosos de Sasuke sobre ella, sujetó el portaherramientas contra su pecho haciendo que él soltara un gruñido de sorpresa.

―Te lo dije. Me lo dio un amigo muy importante para mí ―respondió con los ojos cerrados y sonriente―. Sé que no lo comprendes porque crees que ellos son criminales despiadados. Quizás lo sean ―suspiró con suavidad―. Pero son mis amigos ―Sasuke bufó hastiado cuando la escuchó decir eso y observó como volvía a amarrar el portaherramientas alrededor de su cintura―. Acaso... ¿Tienes un amigo importante para ti, que cree en ti? ¿Alguien en quien pienses cuando no sabes qué hacer?

―No ―respondió sin inmutarse, ese tipo de cosas sentimentales lo irritaban―. Corté esos lazos. No los necesito. Sólo necesito mi propia fuerza y voluntad para hacer lo debo hacer.

Hinata asintió, viendo lo solo que estaba Sasuke. Quizás por ese mismo motivo la había buscado, intentando que su mundo ya no fuese tan tortuosamente solitario.

Pero ella no era como él. Si bien compartían un dolor semejante, la manera en que lo enfrentaban era completamente opuesta.

Ella había decidido vivir, o más bien, sobrevivir, sin importar lo que tuviese que hacer. Porque estar viva era definitivamente mejor que estar muerta. Porque creía en el ideal de la organización de un mundo pacífico en donde ya no estuviese la militarización del sistema shinobi y porque entre todos esos criminales había encontrado también bondad. Porque si eran criminales, era precisamente porque el sistema shinobi les había fallado una y otra vez. Ella conocía la historia de Kisame, y cómo había sido obligado a matar a sus compañeros de equipo porque era la manera en que los shinobi del País del Agua se formaban. También había escuchado de parte de Konan lo sucedido con ella en Amegakure y cómo habían destruido sus sueños y su país lentamente. Todos ellos tenían el deseo de ver un mundo pacífico alzarse sobre ese cruel sistema shinobi que los había arruinado de una u otra forma. Bueno, quizás sólo Deidara no compartiera esa visión; él estaba un tanto forzado dentro de Akatsuki, pero al menos podía seguir buscando su arte.

―Yo no podría cortar los lazos que me atan a las personas importantes en mi vida, como si fuesen sólo basura que debo remover debajo de mis uñas ―dijo observando a Sasuke con algo de lástima, porque a pesar de todo su discurso moral sobre lo retorcida y perversa que ella era, cada paso que había dado lo había hecho por amor, amistad, convicción y lealtad. No por odio, resentimiento o venganza, como él.

Por ello, no podía seguirlo.

Sasuke era débil.

Sí, estaba arruinada, rota y vacía, pero los lazos que la conectaban con sus ideales, con el amor de Itachi, con la amistad hacia Deidara y Sasori, con su lealtad hacia Konan, con el cariño que incluso sentía por Kisame... seguían estando ahí tirando de ella como hilos invisibles que le permitían ponerse de pie. Todo eso había ido llenando ese espacio vacío y roto en su interior. A pesar del dolor que a veces sentía, era la elección de vida que había tomado.

―Hay personas esperando por mí. Y los lazos que me unen a ellos son algo que jamás se van a quebrar. Porque son importantes para mí. Son lo que me ha permitido sobrevivir en este mundo Shinobi que nos rompió, Sasuke-kun ―le sonrió sintiendo piedad de él.

Porque Sasuke, estaba solo.

Ella no.

Ella tenía a su querido Itachi.

Tenía a Konan y Kisame.

Tenía a su preciado Deidara senpai.

Incluso tenía a Sasori dana que seguramente la esperaba en algún lugar junto a Deidara en medio del desierto si la misión había sido exitosa. Quizás debía volver pronto con ellos y asegurarse de que todo hubiese resultado de forma adecuada.

Por ello, No tenía tiempo para seguir lamentándose de todas las opciones que no había tomado y las rutas que se cerraban frente a su nariz. Ella había elegido seguir dentro de Akatsuki hacía mucho tiempo, cuando Itachi le ofreció ayudarla volver a Konoha, y la primera vez que tomó una vida por la organización supo que su convicción para alcanzar el sueño de su maestra estaba gravado con firmeza dentro de ella.

Ningún sueño puede alcanzarse sin sacrificios, ¿verdad, Deidara Senpai? ―pensó, sabiendo que si bien ahora estaban realizando actos horrendos y asesinando personas, algún día el mundo llegaría a ese lugar en que ese maldito sistema shinobi que los había arruinado a todos desapareciera. Y si querían ver ese día llegar, debían ser fuertes en la convicción por lograrlo. Estaban trabajando por lograr algo grandioso, más importante que cualquiera de sus sentimientos o deseos.

Sí, su portaherramientas definitivamente era su objeto más preciado. Era algo que la acompañaba siempre y que su único amigo le había dado; cada vez que necesitaba esa voz en su interior que le prohibía rendirse o vacilar en su camino, escuchaba a Deidara.

En este mundo Shinobi, el más fuerte sobrevive y su arte prevalece. Y tú estás viva. Aunque no lo estarás por mucho tiempo si sigues dudando sobre cada cosa que haces.

Podía escucharlo regañándola. Era la única persona a quien le desnudaba su corazón. Era el único a quien le confiaba sus dudas y él, a pesar de ser estricto y mostrarse fastidiado, la escuchaba. Incluso se hubiese atrevido a decir que se preocupaba de ella. Claro, Deidara senpai nunca se hubiese llamado a sí mismo su amigo y sólo escuchar que ella se refería a él de esa forma lo habría hecho gruñir, pero para Hinata, Deidara era a quien se aferraba cada vez que flaqueaba en sus propias convicciones. Y en ese momento, hubiese deseado que estuviese ahí, cuando al despertar se percató que estaba rota, vacía y que durante los años había desechado cada una de las cualidades dentro de ella que la habrían hecho un ser humano decente.

Seguramente le habría dicho que era una idiota porque ser un ser humano decente era completamente aburrido. Ella no era una persona ordinaria ni un shinobi; ella era un artista, como él ―aunque una de mal gusto, como Sasori-dana― y un verdadero artista no se arrepiente de las decisiones que toma en su camino a encontrar el momento sublime en que ve concretada su visión.

Nunca podría llamar esa aldea su hogar. Al igual que Deidara, estaba tomando la decisión de dejar todo aquello detrás de una vez por todas para finalmente ser libre de todas esas inseguridades que la ataban a una vida que ya no podía ni quería llevar. Ya no había esa pequeña Hinata dentro de sí. Era una extraña que no podía volver a ese lugar de nuevo. Sabía el lugar al que pertenecía cuando miraba ese portaherramientas desgastado y polvoriento.

―Volveré a Amegakure ―dijo sin observar a Sasuke, haciéndolo entender que no era algo que estaba dispuesta a discutir―. Yo no he cortado mis lazos, Sasuke-kun. Por eso debo volver.

Sasuke había permanecido en un reservado silencio mientras la observaba hablar. Parecía ajeno y lejano a sus palabras, concentrado en ella, estudiando sus facciones y la manera en que se aferraba a ese portaherramientas. Sólo cuando la escuchó hablar sus gestos inalterable se descompusieron suavemente, observándola con un mohín que reflejaba la confusión y la decepción que estaba experimentado.

Hinata sintió que el estómago se le recogía cuando sus ojos negros la traspasaron en el silencio de esa mañana. Dejó de respirar cuando Sasuke puso en palabras lo que sus ojos le decían.

―¿Y el lazo que te une a mí? ―por algún motivo, sintió algo arder en su rostro, pues lo sentía; algo tan fuerte e importante como lo que había entre ella e Itachi la unía a Sasuke―. ¿Qué hay de eso?

―No lo sé ―dijo con suavidad, escapándose de sus ojos y bajando la mirada.

―Sí lo sabes ―Hinata experimentó un nudo en su garganta y hasta respirar se le volvió difícil. ¿Por qué era tan difícil despedirse de él?―. Si vuelves a ese lugar, lo cortarás. ¿Eso es lo que quieres?

―No ―respondió con sinceridad―. No lo deseo ―Sasuke suspiró―. Esto nunca fue lo que imaginé cuando intentaba desear una vida para mí mientras era una niña.

―¿Qué imaginabas tú?

―Una casa lejos del recinto Hyūga, con una cerca de madera blanca y flores en la entrada. Y muchos niños ―Sasuke medio sonrió―. Un esposo gentil.

―Yo... ―Hinata volteó el rostro sorprendida al ver esa expresión en él―. Deseaba ser policía. Era lo que más quería. Como me hubiese gustado serlo.

―Pero esto es lo que tenemos ahora. Lo que nos tocó.

―¡Al carajo con eso! ―Hinata abrió los párpados sorprendida―. Por primera vez desde que te obligaron a casarte con mi hermano, te estoy dando la posibilidad de elegir. Vivir, conmigo, no sobrevivir. Dejar de tener siempre miedo. Ser quien realmente eres, no esa persona en que te convirtió ese bastardo. Volver a sonreír sin que tu sonrisa luzca tan, tan vacía.

―¿Aún no lo entiendes? Ya hace mucho tomé mi elección. Elegí seguir a Itachi-san ―le dijo quietamente, sus dedos temblaron sobre la tela del portaherramientas de Deidara, poniendo a prueba esa convicción que pensó era inalterable―. Sasuke-kun, nuestros ideales son distintos. Nuestros caminos se alejan uno del otro. Tú crees que Itachi-san es un monstruo que hizo todo lo que hizo por maldad o por algo más intangible, como el poder. Puedo entender eso, ya que en algún momento durante los últimos tres años también pensé que necesitaba alguna explicación para entenderlo y la busqué desesperadamente. Quizás, por eso estoy aquí.

Volteó la mirada hacia él y se encontró con sus ojos apesadumbrados, frustrados ante su negativa. Podía ver que se aferraba a esa idea de que sobrevivirían a todo ese dolor juntos, como si ella tuviese la respuesta para que dejara de punzar en medio de su pecho.

Pero no la tenía.

Tenía que hacerlo entender que ella había encontrado una respuesta muy distinta a la que él quería escuchar y por lo mismo, no encontraría esa paz en ella. No la encontraría en ninguna parte. Estaba arruinado y condenado a llevar ese dolor el resto de su vida. Quizás hacía bien en aferrarse a su venganza y su odio, pues, era lo único que le quedaba. Y aquello, le rompía el corazón hasta hacerla llorar frente a él.

―Yo también necesitaba algo que me hiciera poder seguir adelante ―subió una de sus manos y le acarició el rostro. Sasuke retrocedió, como si el contacto lo asustara y creyese que lo iba a lastimar―. Pero ya no lo necesito―bajó la mano, poniéndola sobre el tatami―. Mi corazón conoce el corazón de tu hermano mayor. Y confío en él.

Escucharlo descompuso el rostro de Sasuke, mostrándole ese rencor que guardaba en su interior en el fulgor que desplegaba en su mirada. Hinata podía sentir el peso de esa oscuridad que lo ahogaba, tan espesa que le sorprendía que si quiera pudiese ver más allá de su propia nariz.

―Lo siento, Sasuke-kun. Sé que no es lo que quieres escuchar. Sé que necesitas compartir tu dolor con alguien y entender por qué nos sucedió esto. Pero no puedo ir contigo y darle la espalda a Itachi-san. Es algo que lamentaría cada día de mi vida, aunque esté en un error al esperarlo, aunque mi camino junto a él esté lleno de tristeza. Es lo que elegí. Y de haber podido tener una vida tranquila en Konoha, contigo, intentando recuperar todo lo que nos quitaron mientras crecíamos juntos... aún así, habría escogido seguir a Itachi-san esa noche ―y eso era precisamente lo que Deidara había dicho. Que de tener una opción, habría escogido esa misma vida una y otra vez porque era la que la llevaba cerca de su sueño; vivir un día más cerca de Itachi―. Sé que eso me hace ser alguien estúpida ―sonrió pensando que Deidara le había dicho que su forma de ser era así, que la haría seguir a Itachi al mismo infierno. Y que su forma de ser era estúpida.

―Lo que te hace ser... es mi enemiga ―dijo Sasuke volteando su rostro hacia adelante y mirando el vacío―. ¿Lo comprendes?

―Sí ―dijo Hinata, suspirando.

―Quizás deberíamos intentar matarnos uno al otro ahora y evitar hacerlo más adelante. Porque a eso llegará, ¿No?

―¿Eso es lo que quieres? ―preguntó Hinata sin moverse, porque dudaba que él tuviese el valor de atacarla precisamente en ese momento.

―Lo que quiero ―dijo despacio, poniendo su mano sobre la de Hinata. Su pecho se apretó cuando lo hizo―. Es a ti. Eres mi hermana. Necesito protegerte de él. Te destruirá, como lo hizo con nuestros padres. No... no puedo permitirlo.

Permanecieron así, quietos. Los labios de Hinata temblaron al separarse y no encontrar qué responder. Las palabras de Sasuke estaban cargadas de un dolor que le perforaba el alma. Como si no hubiese escuchado una sola cosa que ella le decía, como si estuviese buscando desesperadamente algo a lo cual aferrarse además de su profundo odio y eso... eso le parecía tan desgarrador de escuchar. ¿Cómo había llegado todo a eso? ¿Dónde estaban Sasuke y Hinata? ¿Qué había pasado con esos niños llenos de sueños, inocencia y bondad?

―Lo siento ―dijo sin moverse, entrelazando sus dedos a los de Sasuke.

Él suspiró mientras apretaba de vuelta la mano de Hinata, sin verla, experimentando el calor que emanaba su piel con melancolía.

Mientras vivía en las guaridas de Orochimaru podía pasar días y días sin hablar con nadie, en su cuarto, en la oscuridad de las cavernas escuchando el lejano sonido de las goteras que caían por los pasillos o el chisporroteo de las llamas quemando el aceite en las lámparas.

Había sido una existencia miserable.

Y aún así, era lo que él había escogido cuando destruyó a Naruto en el Valle del Fin, incapaz de matarlo, observando lo que le había hecho a su mejor amigo bajo la lluvia. Le había dado un sermón a Hinata sobre lo horrible que ella era por seguir las órdenes de esos sujetos, pero lo que él había hecho a las personas que lo amaban era mucho peor; nadie le había ordenado lastimar así a Naruto al punto de poder causarle la muerte, pero lo había hecho para demostrarse a sí mismo que podía; había visto en su rostro la forma que le rompía el corazón al perdedor, cuando se percató que no podría alcanzarlo o hacerlo razonar sobre marcharse. Sasuke lo había golpeado con la intención de matarlo, una y otra vez, intentando meter en su cabeza que él jamás podría compartir ni entender el dolor que sentía por haber perdido a todos en su vida.

Curiosamente, estaba ahí, sosteniendo la mano de la única persona que sí podía entenderlo. Alguien que el mundo había endurecido tanto como a él.

Él era una mala persona. Ya lo sabía. Lo supo cuando vio el dolor en el rostro de Sakura esa noche en que se marchó. Tampoco estaba intentando sobrevivir cuando la golpeó, dejándola inconsciente en medio de la calle mientras ella lloraba, suplicándole que no se fuese, haciendo añicos su consciencia mientras gritaba que lo amaba y que por favor la llevase con él. Había querido que se callara, que dejara de intentar hacerlo titubear en la determinación que había tomado. Había enfocado en su mente el rostro de sus padres y Hinata mientras Sakura le suplicaba por una vida en que ambos, quizás, podía ser felices juntos. Le había dicho, una y otra vez que lo amaba y él... ¿Qué había hecho con ella? ¿con alguien que lo amaba? La había dejado ahí, con el corazón entre sus manos, en medio de la oscuridad.

Y ni si quiera le importó.

Hinata había acabado con las vidas de simples desconocidos y que además también deseaban matarla. En cambio él... Él había acabado con las vidas de sus dos mejores amigos que sólo intentaban alcanzarlo y rescatarlo de esa existencia miserable que había sido condenado a llevar.

¿Era realmente mejor que Hinata?

No. No lo era. Era basura.

Ambos lo eran.

Por eso necesitaban estar juntos e intentar vivir de alguna manera.

―No puedo dejarlo ir ―murmuró quietamente, sin mirarla, sumergido en sus propios pensamientos―. El odio no desaparece, Hinata. Sólo crece con el tiempo, como una enfermedad.

―Lo sé.

No podía simplemente olvidar lo sucedido esa noche y buscar volver a la normalidad de Konoha, a esa vida sin penas ni gloria. No podía dejar de pensar en Itachi y sentir que su estómago se retorcía en el profundo odio que le generaba saber que estaba vivo. No podía dejar de creerse un imbécil por llorar ante la tumba de Hinata la noche que abandonó Konoha mientras ponía flores sobre la piedra de su padre, su madre y su hermana, para un par de días después, encontrarla en medio del bosque, viva. Itachi se había burlado de sus vidas, había hecho una burla de sus existencias. ¿Cómo podía esperar que simplemente aceptara que ella lo amaba? ¿Cómo era posible que lo hiciera? ¿Por qué se alejaba de él a quien sí le importaba para irse con un ser despreciable como Itachi, que sólo la había estado lastimando desde el momento en que la trajo a sus vidas?

Lo odiaba. Odiaba a Itachi. Y si Hinata amaba a ese hombre, entonces él...

―Y si no puedo hacer desaparecer el odio, al menos, puedo hacer desaparecer a aquellos que odio ―sonaba vacío y roto al decirlo, hundido en su propia oscuridad.

Ambos retiraron sus manos como si se quemaran.

Hinata sintió el instinto asesino de Sasuke y rodó por el suelo mientras él cortaba el lugar en donde había estado sentada, en el cual se clavó limpiamente la hoja de metal de la chokuto que cargaba. La joven lo miró con frialdad, sabiendo que lo que deseaban era completamente opuesto. La tregua a la que habían llegado la noche anterior se había acabado al percatarse de la claridad de lo que cada uno perseguiría de ese momento en adelante.

Y si ambos deseaban cosas tan opuestas, entonces, eran enemigos. En ese sistema Shinobi que Hinata odiaba, la existencia era así. El más fuerte sobrevivía y su ideal era el que prevalecía. Ese era el sistema que ella deseaba borrar con todo su corazón.

Sasuke se lo había advertido por días ya. Le venía diciendo que la única forma de hacer desaparecer su odio era eliminando a todos los que eran culpables de que se sintiera así, aunque sólo en ese momento lo pusiera con palabras concentras. Ella lo estaba lastimando con su decisión, quitándole esa esperanza que había albergado de poder superar juntos todo lo sucedido en sus vidas. Su frustración lo llevaba a esos niveles, ya que ella era la única que podía comprender su dolor y reconocerlo. Y ahí, mientras desesperadamente la buscaba para consolarse en su miseria, ella lo rechazaba.

Y al hacerlo, rechazaba su existencia.

Estaba condenado a hundirse en la oscuridad hasta que Sasuke desapareciera, hasta que se volviese nada, hasta que sólo hubiese odio.

―¿Realmente quieres que acabe así? ―le preguntó activando su byakugan mientras saltaba hacia atrás. Él se movió fugaz hacia su dirección intentando darle una estocada en el abdomen―. ¡Sasuke! ―exclamó, intentando que su voz lo alcanzara. No quería verlo desaparecer. Odiaba eso...¡Odiaba lo que pasaba entre ellos!―. No quiero. No quiero herirte. ¿Por qué tenemos que combatir?

―Cállate. Pelea en serio o te mataré ―le advirtió mientras sus ojos se volvían rojos y las tres aspas del sharingan giraban en sus iris.

Hinata esquivó las estocadas por el pasillo, saltando hacia atrás cada vez que él intentaba cortarla. Sasuke no estaba apuntando a sectores que simplemente heriría sin causar mayores complicaciones; estaba apuntando a su pecho. Iba en serio. Él quería matarla.

Hinata llevó su chakra a las palmas y lo expulsó por todos los tenketsus de éstas, arrojando a Sasuke por el golpe de chakra comprimido. Chocó con fuerza contra la puerta de papel de la cocina, atravesándola para caer encima de la pequeña mesa de madera. Notó con su byakugan cómo el se paraba lentamente.

―Una vez me enfrente a tu primo Neji durante el examen chunnin ―dijo Sasuke mirándola irritado―. Pegas tan fuerte como él. Kabuto tenías razón, eres realmente peligrosa.

―Entrené cada día por cinco años esas técnicas bajo las enseñanzas de mi padre. Nunca pensé que fuese en Amegakure donde finalmente las aprendería a usar ―confesó con seriedad, el byakugan en sus ojos la hacía lucir imponente mientras adelantaba con gracia una palma.

Sasuke saltó sobre los restos de la mesa y corrió en su dirección. Hinata retrocedió, considerando sus posibilidades, hasta llegar a la habitación en donde solían dejar los zapatos antes de entrar a la casa. ¿Qué hacer? ¿De verdad tenían que pelear? ¿De verdad iban a matarse ahí, de todos los lugares posibles? Si seguían combatiendo en serio era muy probable que tuviesen que perseguirse hasta el exterior y comenzar a combatir por Konoha. Y si pasaba eso...

―No quiero seguir ―le dijo mientras Sasuke corría en su dirección. Sólo necesitaba golpearlo en un punto, en uno de sus tenketsus, desestabilizar su chakra y todo acabaría... pero...

―En algún momento nos íbamos a terminar enfrentando de cualquier modo, porque yo voy a matar a ese sujeto y no me importa contra cuantas personas tenga que enfrentarme antes hasta llegar a él ―dijo mientras se paraba en el otro extremo del pequeño salón, hundiéndose en ese enorme océano oscuro que lo rodeaba. Sus ojos se veían tan vacíos―. ¿Por qué no comenzar ahora? ¿Qué más da?

―No era necesario llegar a esto ―le dijo viendo los ojos nublados de Sasuke―. Por favor, Sasuke, si tan sólo...

Sasuke no esperó que terminara sus palabras y Hinata supo que iban a golpearse de frente. Había chakra eléctrico en la espada que se acercaba a su cuerpo mientras estudiaba cada uno de los tenketsus del cuerpo del Uchiha para neutralizarlo y acabar con todo en un solo golpe.

Y entonces, mientras la espada de Sasuke se detenía justo antes de pegarle en el hombro y el dedo índice de Hinata lo hacía sobre su pecho, ambos se paralizaron sin poder dar ese paso extra.

Los ojos de Sasuke estaban llenos de lágrimas, igual que los suyos. Hinata supo en ese preciso momento que no podía bloquear el tenketsu que alimentaba de chakra el corazón del pelinegro. No podía matarlo. Su dedo índice tembló sobre el pecho de Sasuke, incapaz de expulsar chakra sobre el tenketsu.

―Sasuke-kun... ―dijo mientras los gestos de su rostro se descomponían en el intenso dolor que experimentaba en su disyuntiva―. Yo no...

La espalda de Sasuke, sin embargo, se clavó con fuerza en su hombro antes de que terminara de hablar.

El punzante dolor fue inmediato y la hizo cerrar los ojos con fuerza.

―¿Por qué no lo hiciste? ―le gritó, expulsándola hacia la pared de madera y clavando su espada ahí, atravesando su hombro.

Hinata gimió experimentando la tortuosa sensación de la herida de esa hoja afilada rebanando su piel.

―¡Eres una estúpida! ¿Realmente creíste que no lo haría? ¡Ya no somos niños jugando a ser shinobis en el bosque! ¿Por qué no bloqueaste mi Tenketsu? ―le gritó mientras aplicaba presión en su herida―. ¡Contéstame!

―Porque eres... mi hermano ―dijo temiendo que realmente la iba a matar. Lo veía en sus ojos.

―¡Y ellos eran mis padres! ―exclamó Sasuke mientras la electricidad cubría su espada. El dolor cesó, adormeciéndose cada músculo de su cuerpo. Sasuke no se movió―. ¡Él era la persona que yo aspiraba a convertirme, a superar! ¡Y me traicionó! ¡Traicionó a todo el clan! ¡Y ahora también tú me traicionas! A veces deseaba haber muerto con todos ellos mientras vivía solo en esta casa.

―Pero estás vivo ―dijo Hinata frunciendo los ojos por la electricidad que le recorría el cuerpo―. Y aunque me mates, ese odio en ti no va a desaparecer. Seguirás vivo y odiando el resto de tu vida.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, no porque le doliera, sino, porque sabía que se había dejado golpear. Porque sabía que tenía la rapidez y capacidad de matarlo. Porque descubría que aún había en ella esa humanidad que Konan había intentado desesperadamente eliminar. Sentía que una vez más sólo había fracasado

―Pero si matarme es lo que necesitas para poder avanzar... entonces estoy lista para morir ―dijo, sonriéndole, bajando las manos y desactivando el byakugan.

No, no había fracasado; podía decir que se había encontrado a sí misma finalmente: ella había escogido que las cosas resultaran así. No era ese monstruo que él pensaba Itachi había moldeado a su antojo y saber que aún había rastros de esa niña que corría por esos mismos pasillos persiguiendo a Sasuke, la hizo respirar tranquila.

Vio a Itachi sonriéndole cuando cerró los ojos.

―Hay cosas peores que morir Hinata. Vivir en un mundo como este, siempre solo, sin poder avanzar porque siento tanto odio que no puedo respirar, al punto que me ahogo pensando en ello...es mucho peor.

La electricidad sobre la hoja de la chokuto de Sasuke comenzó a hacer algo raro en su cuerpo. Sintió que todo en su hombro hormigueaba alrededor de sus ductos de chakra y perdió la movilidad del brazo. Bajó su mirada extrañada, ¿qué era lo que Sasuke estaba haciendo con su sistema circulatorio de chakra?

El sharingan de Sasuke comenzó a girar. ¿Acaso iba a terminar todo?

―Mi deseo de vengarme de él es lo único que me ha mantenido vivo. Pero es una existencia tan infeliz y miserable que nunca se la desearía a nadie. Quería salvarte de él... porque pensé que... ―el no pudo terminar lo que iba a decir, por lo cual, Hinata terminó por él.

―Que si lo hacías, quizás, podías salvarte también algún día ―la joven bajó la mirada ―. Y ahora, vas a matarme ―asintió, resignada―. Si te hace sentir mejor, hazlo. No voy a defenderme.

―¿De verdad crees que no lo haría? ―Sasuke bufó con una sonrisa retorcida―. Siempre supiste que no podías confiar en mí. Me mirabas esperando en silencio que esto ocurriese. Sabías que eventualmente íbamos a terminar de este modo; aún así, estúpidamente, creíste que podías confiar en mí. ¿Por qué? ¿Por qué tienes que... ser tan estúpida? Me tiemblan las manos sólo por el deseo de hacerlo y terminar con esa estupidez que hace que tengas fe en Itachi, en mí y en todos esos criminales.

― ¿Y por qué no lo haces? ―le preguntó con frialdad. Si creía que le iba a suplicar porque se detuviese estaba muy equivocado.

―Realmente, eres estúpida ―Hinata gimió cuando sintió como su chakra disminuía en su propio cuerpo. Los ojos de Sasuke ya no lloraban, pero en sus mejillas estaban marcadas las lágrimas que habían caído, como si fuese lo último de su humanidad que había evacuado su cuerpo―. ¿Aún no entiendes que eres el único lazo que no puedo cortar?

―¿Por qué? ―preguntó extrañada.

―Quizás porque eres lo último que impide que todo dentro de mi esté lleno de odio.

―No lo entiendo. ¿Qué es lo que yo hago para impedir que estés lleno de odio?

―¿No es obvio? ―la interrumpió secamente.

Y entonces lo comprendió.

Él la quería también.

En su enferma, retorcida y quebrada forma, la quería. No podía quebrar ese lazo porque lo que sentía por ella era más fuerte que el odio en su interior y por lo mismo se aferraba a eso para no terminar perdiéndose a sí mismo. En el momento que cruzara esa línea, ya no tendría salvación. Ya no habría nada de Sasuke que mereciese ser salvado. Y él, quería ser salvado. Lo estaba pidiendo a gritos. Por eso la había buscado.

―Oh ―susurró Hinata.

―Ya te lo dije. Hay cosas peores que morir. Dejarnos vivos en este mundo que él destruyó fue mucho peor que habernos matado junto al resto. Pero al menos, mientras tú vivas, aún hay esperanzas para mí en esta miserable forma de existir.

Hinata frunció el ceño. Se empezaba a sentir tan, tan cansada. Hasta sus ojos amenazaban con cerrarse del sueño que la invadía. Pronto, uno de los brazos de Sasuke la sostuvo por las caderas de lo contrario ya no podría mantenerse si quiera de pie.

―¿Qué le estás haciendo a mi chakra? ―le preguntó sin entender lo que le pasaba.

―Nuestro chakra tiene la misma afinidad elemental. Estoy utilizándolo hasta que ya no quede chakra en ti. ¿Entiendes para qué?

Hinata frunció el ceño. Sasuke era realmente astuto. Estaba agotando sus reservas de Chakra para así impedir que ella pudiese usar el byakugan y defenderse. ¿Por qué? Seguramente porque deseaba entrar en su cabeza y si ella contaba con su dojutsu, hacerlo sería bastante más difícil. ¿Había planeado ese momento desde que se encontraron en el desierto? No estaba segura. Quería creer que de haberle dado una respuesta positiva a su petición de ir con él, le habría pedido agotar su chakra en vez de simplemente forzarlo.

―Tienes un excelente control de chakra ―dijo apoyando su frente lentamente sobre el hombro de Sasuke, sintiendo que toda su energía la abandonaba―. Orochimaru te entrenó bien.

―Y tú eres más lista de lo que pensé ―sonrió con gracia mientras la afirmaba por la cintura―. Esos bastardos realmente te entrenaron bien también. Lástima que no lo suficiente para eliminar por completo tus emociones. De lo contrario, quizás estaría en el suelo, inconsciente, mientras de a poco mi corazón se detiene ―Hinata bufó con gracia ante esa visión, sabiendo que había cometido un error en subestimar su determinación―. ¿No harás nada estúpido si retiro mi chokuto ahora, verdad? No quiero que te desangres.

―No tengo fuerzas ni si quiera para permanecer de pie. Acabas de adormecer toda mi musculatura con electricidad ―dijo Hinata―. Las posibilidades de algo estúpido son escasas.

Él cumplió su palabra y retiró su chokuto para envainarla a su costado. Hinata se desplomó lentamente en el suelo, terminando sentada frente a él, mirando los tablones de madera. Se sentía patética. Había entrenado tan duro para no sentirse así.

Sasuke se acuclilló frente a ella mirándola directamente a los ojos. El pecho de Hinata se oprimió como si fuese él quien se lo apretaba entre sus manos.

―¿Entrarás en mis memorias, no?

―Sí.

Y entonces, Hinata se perdió en la visión de las aspas que giraban en los ojos de Sasuke.

.

.

.

.

Sashanotitas
Gracias a todos por seguir leyendo este fanfic a pesar del tiempo que estuvo de Hiatus (así como mi vida jajaja). Espero que estén disfrutando de la interacción de estos personajes que pronto, seguramente, llegará a una conclusión. Las escenas están siendo muy intensas y por lo mismo puse este escrito en "Actos" y no "Capítulos". Quiero que tenga la sensación de que estamos leyendo una tragedia (como género), con la estructuración griega de ello. Si no se han percatado aún, este fic es un tanto más oscuro y lejano de esos finales felices que siempre escribo. Así que, espero que me sigan acompañando mientras lo desarrollo. Aunque para ser sincera, siento que se desarrolla solo, como si en cierto momento los personajes tomaron el control del fic y yo sólo escribo las interacciones entre ellos sin tener idea qué está pasando. Me encanta cuando pasa eso.

Les agradezco sus comentarios, reviews, follows y favoritos, hacen crecer al fic y me motivan muchísimo a seguir dando todo de mí para crear una historia a la altura de estos maravillosos personajes que pido prestados. Nos vemos pronto!