NOTA:

Gracias a todos los usuarios no registrados por sus amables comentarios.

Dear Guests: your wish is my command XD

Querida B, creo que hay un malentendido. Ando muy, muy mal de tiempo libre y, aunque adoro escribir, a veces la vida no me lo permite. En cualquier caso, a la historia aún le falta bastante para que llegue donde la imaginé. De nuevo, gracias, eres un sol.

To Guest #1: I just revised and there is no such a repeated paragraph. At least, in the Spanish version. Anyway, thank you for letting me know. Glad you enjoyed the chapter!


Con la normalidad más o menos restablecida (o todo lo que fuera posible, dadas las tristes y luctuosas circunstancias), Kyoko se sentía muy animada la mañana en que reanudó sus clases con los niños. María se sentaba en primera fila, y en sus ojos brillaba la emoción nada contenida por el conocimiento. Kyoko no podía más que sentirse identificada con ella, y este pensamiento le trajo el recuerdo de sus días en el castillo, cuando el instructor del imbécil mostraba una infinita amabilidad con ella para responder a sus incesantes cuestiones sobre el mundo y la literatura clásica.

Kuon la había traído en brazos desde su habitación en la planta de arriba, porque María era una paciente tremendamente impaciente y, a pesar de que aún estaba demasiado débil para caminar por sí misma demasiado rato, se negaba a perderse una sola clase de Kyoko. Kuon la había mirado un momento, una mirada demasiado larga, cuando había dejado a María sentada en un almohadón. Kyoko fingió no darse cuenta y le sonrió a María. Hiou tomó asiento al lado de la niña y le pasó la tabla pulida que usaría para escribir con tiza o carbón (Kyoko mantenía cerca un balde con agua y un paño viejo para que sus alumnos pudieran borrar y reutilizar la superficie). Y si bien le llamó la atención que el muchacho, quien tanto se había obstinado en asistir a las clases de los adultos, se presentara hoy en la lección de los niños, Kyoko no dijo ni mu.

Otra mañana, cuando afuera soplaba la ventisca, Kyoko se encontraba asistiendo en el taller con las demás mujeres. Asistía con fascinación al proceso de mezcla de los materiales: mordientes, fijadores, colorantes…, todo era pesado cuidadosamente en una romana de mercader en libras y onzas. En el momento de añadirlos al agua, era como si obrara un pequeño milagro ante sus ojos: el agua de la tina en la que se hacía la mezcla se transformaba en vivos azules, luminosos amarillos o vibrantes rojos… Luego se sumergía el tejido y se removía durante horas para que el fijado del color fuera duradero y de calidad.

Era una tarea tediosa y aburrida, y era precisamente esta la que le había sido asignada a Kyoko. Pero ella la realizaba con gusto porque ella era la clase de persona a la que no le gustaba estar en deuda con nadie, y es por ello que lo mínimo que le debía a estas gentes que habían acogido a una completa desconocida era un trabajo bien hecho y una sonrisa, por más que dicho trabajo fuese monótono y le provocara calambres en los brazos.

—¿Me puedes decir cómo lo haces? —La voz de Kanae la había sorprendido y a Kyoko casi se le escapó el palo largo con el que removía la tina.

—¿El qué? —preguntó Kyoko a su vez, ladeando la cabeza con confusión.

—Mantener esa sonrisa en la cara —le contestó Kanae, con los brazos en jarra—. Trabajar y trabajar sin desfallecer…

—Ah, ¿yo hago eso? —Kyoko parpadeó un par de veces, aún más confundida que antes.

—Sí, lo haces —afirmó Kanae.

—Me gusta sentirme útil —le contestó Kyoko, obsequiándola con una sonrisa. Sin embargo, la reacción de Kanae consistió en exhalar un suspiro de protesta y poner los ojos en blanco.

—No tienes que retribuir a nadie —le dijo, adelantando el torso hacia ella—. Lo sabes, ¿no?

—¿Disculpa? —Nada, que Kyoko añadía confusión sobre confusión, porque hoy no entendía nada…

—Quiero decir que… —Kanae se interrumpió, soltó un rezongo (un "agh" bastante sonoro) y luego se pasó la mano por el pelo con cierta exasperación, buscando la mejor forma de explicarse—. Se espera que trabajes y contribuyas a la casa, por supuesto —le dijo muy despacio, más para su propia comprensión que para la de Kyoko, aunque se suponía que este era el fin último, pero resulta que pocas habían sido las veces que Kanae había tenido que hacer un esfuerzo para querer ser comprendida—, porque eso es lo que hacemos todos, pero nadie —le recalcó, dedicándole una mirada severa— te exige que lo hagas hasta el agotamiento.

—Oh —suspiró Kyoko.

—Ahora formas parte de los nuestros, lo quieras o no —continuó diciéndole—, independientemente de cómo llegaras a serlo —Kyoko sentía ganas de reír y llorar a la vez—. Pero lo que sí se espera es que contribuyas al buen nombre de esta familia.

—¿De veras? —preguntó, sintiendo cómo su alegría se hundía en un pozo de decepción y frustración. Demasiado pronto, había celebrado demasiado pronto…—. ¿Y cómo podría yo hacer eso?

Kanae se encogió de hombros.

—Eso ya depende de ti —le dijo, y Kyoko parpadeó confusa (una vez más)—. Mira, te pondré un ejemplo —Kyoko adelantó el torso para escuchar mejor. Kanae tenía toooda su atención—: La señora Julie descubrió un método que fija mejor los colores, mi marido es especialista en dar ese acabado de cristal tan bonito a la cerámica (por supuesto, negaré haber pronunciado tales palabras) —Kyoko soltó una risilla—, y esas mujeres de ahí —Kanae señaló con la cabeza y Kyoko les robó un vistazo en su dirección— están trabajando en la mejora del entramado de los telares.

—Yo solo sé coser —dijo Kyoko, desinflándose y dejando caer los hombros en derrota anticipada.

—Bueno, pues podrías empezar por ahí —la animó Kanae a su particular manera—. Solo tienes que redescubrir tus propios talentos.

Kyoko asintió, no demasiado convencida, pero un nuevo calambre en los brazos le hizo torcer el gesto de dolor. Y entonces tuvo una idea, un pensamiento audaz… O eso, o acaso una auténtica falta de respeto…

«Ah —se dijo—, ¿sería mucho atrevimiento? ¿No? ¿Sí? Ah —volvió a suspirar en su cabeza, en conflicto consigo misma—, pero es que…».

Al final, Kyoko se decidió a hablar y preguntarlo de una vez por todas:

—Kanae… —llamó. La morena, que estaba a punto de irse, se detuvo y giró el torso hacia ella—, aprovechando todo esto que me has dicho…, me preguntaba si tú… —Luego calló, súbitamente arrepentida. Y Kanae, que no era conocida precisamente por su paciencia, sentía que esta se iba agotando.

—¡Habla, mujer! —la conminó. Kyoko dio un respingo en el sitio, tragó saliva y lo soltó todo de carrerilla.

—¿Teimportaríamuchosustituirmeconestounratito?

Ahora fue Kanae quien parpadeó confundida, mientras trataba de descifrar tan acelerada petición. Al final, sus ojos brillaron cuando acertó a hacerlo.

—¿Tienes calambres? —le preguntó. Kyoko asintió y desvió la mirada, un tanto avergonzada por tener que pedir ayuda—. ¿Como hormigas sobre la piel o como pinchazos?

—¿Eh?

—¿Que cómo son los calambres? —le explicó Kanae, rozando ya la sequedad de su acostumbrado mal genio.

—Pinchazos, son pinchazos —se apresuró a responder Kyoko.

—Hum, de acuerdo —le dijo al fin. Kyoko exhaló un suspiro de alivio—. Pero vete a recoger los huevos, llévalos a las cocinas y luego regresa aquí —añadió, arrebatándole de las manos con esa brusquedad tan suya el largo palo que usaban para remover la tina.

—¡Eres una santa, Kanae! ¿Pero qué digo? ¡Una diosa! —exclamó Kyoko en voz demasiado alta, y que hizo que atrajeran sobre ellas las miradas extrañadas de los demás—. ¡Eso es lo que eres! —agregó, ya alejándose a la carrera.

Es por ello que Kyoko se perdió los rubores afrentados de Kanae, que mascullaba formas de venganza por hacerle pasar tanta vergüenza en público. Aunque jamás las llevaría a cabo, claro está…