NOTA:

Gracias a los usuarios no registrados por sus amables comentarios.

To Guest #1: Dear reader, I know exactly what you want XD But the story has its own pace I can't disregard. Thank you very much for hanging there.


Kyoko no podía evitar que las palabras de aquella conversación con Kanae se quedaran dándole vueltas por la cabeza. Además, también le servían de distracción para no pensar en Kuon, que estos días no hacía más que mirarla con ojos de cachorrito herido… ¿Pero por qué? ¿A cuento de qué? Ya había sido lo suficientemente vergonzoso para ella tomarlo de la mano (¡dos veces!). Y el abrazo, sí, que no se le olvide que ella también le había devuelto el abrazo. De acuerdo en que ambos estaban muy vulnerables en aquellos momentos y que los muros que Kyoko normalmente erguía para mantener fuera a los demás no estaban en las mejores condiciones, dadas las terribles circunstancias, y sí, se repetía ella, había sido solo la emoción del momento (ejem, de los momentos), pero incluso así… A Kyoko se le encendían las mejillas con el solo recuerdo de su descaro. Ella, una muchacha soltera, una doncella, tomándose tales libertades… Cielos, si la hubieran visto en el pueblo, su nombre no tardaría nada en estar en boca de todos…

Pero volviendo al desafío que le había lanzado Kanae, «Descubrir mis propios talentos —se decía—. Como si eso fuera tan fácil…».

Es que a ella solamente se le daba bien coser. Eso era cierto. En el pueblo había tenido cierto renombre por sus zurcidos casi invisibles, pero Kyoko dudaba mucho que sus zurcidos fueran a ayudar en algo a engrandecer el nombre de esta casa que la había acogido…

La cosa es que Kyoko siguió con sus acostumbradas labores asignadas: cocinas, taller y clases. Y mientras daba vueltas con el palo a las prendas en las tinas llenas de tinte, ella seguía pensando, porque no es que pudiera hacer otra cosa en tal tarea… Su fascinación por los vibrantes colores permanecía intacta, especialmente por los azules de los Takarada-Hizuri, pero no se le ocurría nada especial con lo que contribuir. Así que, al final, se rindió y pidió un cambio de turno a las matronas. Se ofreció para zurcir todo aquello que hubiera de ser remendado, y, de más está decirlo, las señoras lo celebraron, porque la vista se resiente con la edad y la precisión que requería el zurcido estaba bien para ojos jóvenes como los de Kyoko.


Kyoko ya llevaba tres días zurciendo antes de sus clases. Y efectivamente, sus zurcidos casi invisibles fueron muy celebrados, y, antes de darse cuenta, recayó sobre ella la tarea de salvar las prendas que pudieran ser salvadas con un zurcido y no con un parche cosido de refuerzo. Allá por el cuarto día, logró cobrar el valor para preguntar si podría confeccionar una sobrevesta para la señora Hizuri como agradecimiento, a lo que Julie se negó, pero Kyoko insistió tanto, que acabaron trayéndole un rollo de algodón azul, y Kyoko no pudo evitar pasar la mano sobre la tela, admirada de la delicadeza del tejido. Tras tomarle las medidas a cuartas con la palma de la mano a solo-Julie —como insistía ella en ser llamada—, extendió la tela sobre una mesa, tomó un pedacito minúsculo de jabón reseco que había traído consigo y trazó las líneas del patrón que iba a cortar.

Julie y las demás mujeres se miraron con asombro, pero solamente Julie se atrevió a formular la pregunta que les rondaba a todas:

—Kyoko querida… —dijo, tratando de aparentar indiferencia—, ¿por qué usas jabón para el patrón?

—Sé que el jabón es más costoso que un sencillo pedazo de carbón, pero a diferencia de la tiza o el carbón, las marcas del jabón salen con facilidad cuando se lava la prenda por primera vez.

Las mujeres se miraron entre sí una vez más, y asintieron con la cabeza, tomando buena nota de esta pequeña perla de sabiduría que a ninguna se le había ocurrido jamás.

Un rato después, Kyoko se dio a la tarea de cortar el patrón. Usaba para ello unas tijeras de hierro, grandes y pesadas, pero de buen filo. Eran dos hojas afiladas unidas por detrás por una pieza curva, y Kyoko tenía que hacer bastante fuerza con la mano para lograr que las dos hojas se aproximaran y cortasen la tela.

—¡Kyoko! —exclamó Julie de repente, dándole un buen susto a la chica—. ¿Pero por qué estás cortando la sobrevesta por la cintura?

—Es una absoluta pérdida de tiempo —dijo una de las señoras.

—Deberías aprovechar el corte recto en una sola pieza y ya —añadió otra.

—Es mucho más fácil así —convino Julie—. Llevará menos tiempo que estar cosiendo el busto.

Kyoko suspiró y asintió, dándoles la razón.

—Sí, lo sé —les dijo—. Pero me gustaría intentar otra cosa…

—¿Otra cosa? —preguntó Julie.

—Sí, verán… —Y les contó qué tenía planeado hacer.

A la matrona Hizuri le brillaron los ojos de emoción y hasta dio dos palmaditas felices, celebrando con anticipación el resultado.


Básicamente la intención de Kyoko era modificar el patrón para la falda, en forma de A, entallándola a la cintura pero no a las caderas*, realzando la figura femenina y disimulando aquellas partes 'generosas', como pudieran ser las caderas anchas o el trasero. Trabajar con las piezas separadas le permitiría además ajustar también la pieza del busto y entallarla por los costados.

Y solo tres días después (porque efectivamente requirió más tiempo que una sobrevesta de corte recto tradicional), la señora Julie suscitó la envidia de las demás matronas al lucir el estreno de su nueva prenda. Había decidido llevar el pelo suelto para la ocasión, y solo tenía una cinta azul a modo de diadema sobre la rubia y ondulada cabellera. Julie daba vueltas y medias vueltas en el salón, y realizaba exageradas reverencias, dejando que el vuelo de la hermosa falda de su sobrevesta de dos piezas mostrara todo su esplendor.

Mientras, el patriarca Lory ya estaba pensando en ratios de costo y beneficio y en las implicaciones comerciales de tal diseño, puesto que aún no había mercado para las prendas ya confeccionadas; aunque bueno, dado el éxito entre las mujeres de la casa, era solo cuestión de intentarlo. Y a él le encantaba un buen desafío… Por su parte, el señor Hizuri no podía apartar la mirada de su esposa, preguntándose qué es lo que sucedía con ella para que hoy le pareciera igual de joven (o más) que cuando se conocieron.

Kyoko celebraba el triunfo de su intento de innovación en la confección y se contentaba con compartir la alegría de la señora Julie, cuando Kanae se acercó a ella y le encargó «una de esas sobrevestas que tú haces». A Kyoko casi se le salió el corazón por la boca de la pura emoción. ¡Su primer encargo! Asintió con demasiado vigor y diminutas estrellitas aparecieron ante sus ojos y Kanae tuvo que sostenerla cuando estuvo a punto de perder el equilibrio. Kanae resopló ante su vehemencia, aunque lo más probable es que solo tratara de disimular una insólita risa.

—¿Y decías que solo sabías coser? —le preguntó al poco Kanae, una vez se hubo asegurado de que la muchacha no fuera a dar contra el suelo.

—¿Eh? —respondió Kyoko, sin entender muy bien a qué se refería.

—Eso no es solo coser, Kyoko —le explicó, haciendo un gesto con la cabeza a la feliz matrona—. Es realzar la belleza de la tela y de la persona que la lleva.

—Oh —exhaló Kyoko—. ¿De veras piensas eso? —Kanae asintió, mirando aún la señora de la casa, que lucía su mejor sonrisa mientras remedaba unos pasos de baile para alegría de los más pequeños.

—Aunque seamos honestas… —agregó Kanae—. En el caso de Julie tampoco es que lo tuvieras muy difícil… Sin menoscabo alguno para tu trabajo, claro está… —se apresuró a añadir, no fuera a ofenderla, pero Kyoko sacudió la mano en el aire con despreocupación, restándole importancia.

—Cierto, cierto —reconoció Kyoko. Y un poquito después, le dijo—: ¿Sabes que la primera vez que la vi pensé que era una diosa?

—Puedo entender perfectamente por qué pensaste eso… —convino Kanae.

No muy lejos, de pie y en silencio, había dos hombres que coincidían en la misma convicción: en que su personal diosa eran precisamente sendas muchachas, aunque ninguno expresaría jamás ese pensamiento en voz alta. Uno, porque tenía un fuerte instinto de autopreservación y de la supervivencia, y el otro, porque tenía la seguridad de no ser comprendido ni tomado en serio. El mayor, era esposo de una, y el más joven, quería serlo de la otra…

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* Estilo que siglos más tarde recibiría el nombre de corte evasé.