Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.
Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.
18: Dos Instrumentos Infernales.
Janeth se retiró (nuevamente ella sola), hasta un lugar apartado. Muy apartado del mundo. En el lomo de su querida yegua hada.
Era un gran desierto.
Suspiró, y se paró en medio de las arenas del desierto. Usando su Estela, escribió las Runas necesarias en el suelo. Envió magia a las runas y una sonrisa apareció en su rostro, cuando vio los trozos de metal negro. —Metal Demoníaco —pensó ella, viendo el metal que brillaba en negro. Luego de concretar la invocación, usó su varita y también realizó movimientos de manos, para invocar la magia, y levantar varias protecciones alrededor. Suspiró y dio paso, a invocar fuego desde alguna dimensión demoniaca, viendo como el metal se fundía lentamente. Susurró el Wingardium Leviosa, para poder hacer levitar los trozos de metal fundido. Luego, uso un hechizo que invocar dos placas de energía mágica violeta, que rodearon el metal, dándole la forma de una espada. —La Copa Infernal, que ya está en mis manos. Y ahora, la Espada Infernal. —Una sonrisa apareció en sus labios, mientras que una vez más, en menos de dos días, escribía las runas de convocatoria en el suelo, manipulándolas un poco, y luego, se infringía un corte en la palma de su mano, dejando que su sangre cayera sobre la espada que estaba forjando y también la Copa. La espada, respondería como un arma y como una contraparte demoniaca de la Espada-Alma, el segundo de los tres Instrumentos Mortales, creados por Raziel. En cuanto a la copa, lo hizo solo, para cortar cualquier posible conexión de la Copa, con Lilith y utilizó su propia sangre, para activar la copa y la espada. Pero ella, no planeaba crear un ejército de Cazadores de Sombras Oscuros y malvados, como Sebastian. Sino que ella estaba dispuesta, a encontrarles un mejor uso a sus Instrumentos Inmortales. —Solo me falta, un lago o... Bueno —miró en donde estaba pisando. Un recuerdo del futuro. Un recuerdo de Sebastian. Después de todo, Valentine había enviado a Sebastian Morgenstern, a interrogar (y torturar a Hodge), respecto al Espejo Mortal, el tercero de los tres Instrumentos Mortales, que Raziel entregó a Jonathan Shadowhunter. Suspiró.
Recuerdo... De una línea de tiempo alternativa.
—Y mira la vida que conseguiste —escupió Jace, mirando a su antiguo mentor, en medio de la celda en Alacante. —. Pudrirte en las celdas del Gard. ¿Valió la pena traicionarnos?
—Conoces la respuesta a eso. —Hodge sonaba agotado—. Valentine me retiró la maldición. Había jurado que lo haría, y lo hizo. Pensé que me llevaría de vuelta al Círculo, o a lo que quedase de él. No lo hizo. Ni siquiera él me quiso. Supe que no habría lugar para mí en su nuevo mundo. Y supe que había vendido todo lo que tenía por una mentira. —Bajó los ojos hasta sus cerradas y mugrientas manos—. Sólo me quedaba una cosa: la posibilidad de llevar a cabo algo que permitiese que mi vida no fuese un total desperdicio. Después de enterarme de que Valentine había matado a los Hermanos Silenciosos, que tenía la Espada Mortal, supe que a continuación iría tras el Espejo Mortal. Sabía que necesitaba los tres Instrumentos. Y sabía que el Espejo Mortal estaba aquí en Idris.
—Aguarda. —Alec alzó una mano—. ¿El Espejo Mortal? ¿Quieres decir que sabes dónde está? ¿Y quién lo tiene?
—Nadie lo tiene —respondió Hodge—. Nadie podría poseer el Espejo Mortal. Ningún nefilim, y ningún subterráneo.
—Realmente te has vuelto loco ahí abajo —dijo Jace, moviendo bruscamente la barbilla en dirección a las quemadas ventanas de las mazmorras—, ¿verdad?
—Jace. —Clary miraba con inquietud hacia el Gard, cuyo tejado estaba coronado por una espinosa red de llamas de un rojo dorado. —El fuego se extiende. Deberíamos irnos de aquí. Podemos hablar abajo en la ciudad...
—Estuve encerrado en el Instituto durante quince años —prosiguió Hodge, como si Clary no hubiese hablado—. No podía sacar ni siquiera una mano o un pie al exterior. Pasaba todo el tiempo en la biblioteca, investigando modos de retirar la maldición que la Clave me había impuesto. Averigüé que sólo un Instrumento Mortal podía revocarla. Leí, uno tras otro, los libros donde se relataba la mitología del Ángel, cómo se alzó del lago llevando con él los Instrumentos Mortales y se los entregó a Jonathan Shadowhunter, el primer Nefilim. Eran tres: Copa, Espada y Espejo...
—Lo sabemos —le interrumpió Jace, exasperado—. Tú nos lo enseñaste. Incluso a Clary, le enseñaste la leyenda y la entrenaste —. Y recordó algo, que le hizo sonreír con ironía. —Trajiste a Simon al Instituto, y le enseñaste también... al menos, un poco. Una cosa o dos. Y él, también le enseñaste las mismas imágenes. Los mismos grabados del siglo XV, sobre el Ángel.
—Creen que lo saben todo, pero no es así. Mientras repasaba una y otra vez las diferentes versiones de los relatos, encontré una y otra vez la misma ilustración, la misma imagen... Todos la hemos visto: el Ángel surgiendo del lago con la Espada en una mano y la Copa en la otra. Jamás conseguí comprender por qué no aparecía el Espejo. Entonces lo entendí. El Espejo es el lago. El lago es el Espejo. Son la misma cosa.
Lentamente, Jace bajó el cuchillo. —¿El lago Lyn?
Clary pensó en el lago, como un espejo alzándose a su encuentro, el agua haciéndose añicos con el impacto. —Caí en el lago al llegar aquí. Descubrí algo respecto a él. Luke me explicó que tiene propiedades extrañas y que los seres mágicos lo llaman el Espejo de los Sueños.
—Exactamente —empezó a decir Hodge con avidez—. Y comprendí que la Clave no lo sabía, que la información se había perdido con el transcurso del tiempo. Ni siquiera Valentine lo conocía... —Le interrumpió un espantoso rugido, el sonido de una torre que se desplomaba en el extremo opuesto del Gard. El derrumbe provocó una exhibición de fuegos artificiales rojos y chispas centelleantes.
—Jace —dijo Alec, alzando la cabeza, alarmado—. Jace, tenemos que salir de aquí. Levanta —le ordenó a Hodge, tirándole de un brazo para ponerlo en pie. —Puedes contar a la Clave lo que acabas de contarnos. Hodge se incorporó vacilante. —Vamos. —Alec, sujetando aún el brazo de Hodge, lo impulsó hacia delante. Pero Jace se colocó ante ellos, impidiéndoles el paso.
—Si Valentine consigue el Espejo Mortal —dijo—, ¿qué sucederá entonces?
—Jace —dijo Alec, asiendo todavía el brazo de Hodge—, ahora no...
—Si se lo cuenta a la Clave, ellos jamás nos lo contarán a nosotros — replicó Jace —Para ellos somos simplemente niños. Pero nosotros combatimos a Valentine, cuando vino tras la Copa y lo combatimos nuevamente, en el barco. Hodge nos lo debe. —Se volvió hacia su antiguo tutor—. Dijiste que te diste cuenta de que tenías que detener a Valentine. ¿Detenerle para que no hiciese qué? ¿Qué poder le conferiría el Espejo?
Hodge negó con la cabeza. —No puedo...
—Y sin mentiras. —El cuchillo centelleó en el costado de Jace; la mano asía fuertemente el mango. —Porque quizá, por cada mentira, te cortaré un dedo. O dos. —Hodge se encogió hacia atrás, con auténtico miedo en los ojos.
Alec parecía anonadado. —Jace. No. Así es como lo hace tu padre. Ése no eres tú.
—Alec —dijo Jace sin mirar a su amigo, aunque su tono fue como el contacto de una mano pesarosa. —Tú no sabes cómo soy en realidad.
Entonces, su hermana Clary, dio un paso al frente. —Jace, Alec tiene razón... Podemos llevar a Hodge abajo, al Salón, y puede contar a la Clave lo que nos acaba de explicar...
—De haber estado dispuesto a decírselo a la Clave, lo habría hecho ya —contestó él con brusquedad, sin mirarla—. Que no lo haya hecho todavía demuestra que es un mentiroso.
—¡No se puede confiar en la Clave! —protestó Hodge con desesperación—. Hay espías en ella... hombres de Valentine... no podía contarles dónde está el Espejo. Si Valentine encontrara el Espejo, sería...
Fin del Recuerdo
Janeth gruñó, cuando recordó aquello, y detuvo el recuerdo. Mientras negaba con la cabeza, para dejar ir aquellos recuerdos.
Eso... Cuando Hodge estaba diciendo, el mal que causaría Valentine, si encontrara el espejo, fue interrumpido, porque ella...
No.
Porque Sebastian, aquel que era hijo biológico y de sangre, de Valentine Morgenstern y de Jocelyn Fairchild, y que (además de todo), contaba con la sangre demoniaca de Lilith, la cual lo hacía más poderoso y que había consumido su humanidad... Como resultado del experimento y la crianza de Valentine, al haberle dado la sangre deshidratada de Lilith a su madre Jocelyn, cuando él, aún estaba en su vientre, Jonathan era un chico frío, despiadado y sanguinario; aún más rápido, más fuerte y más letal que su hermano adoptivo, Jace Herondale. Entonces, fue entrenado con su padre para ser carismático y encantador, pero finalmente se demuestra que es realmente vengativo, arrogante, por debajo de la ley; cruel y que no tiene corazón o simpatía hacia cualquier tipo de ser.
Jonathan, quien aún se hacía pasar por Sebastian Verlac, le arrojó un cuchillo al pecho a Hodge Starkwalker, matándolo y haciendo que guardara silencio, sobre el tema, y luego de vencer a Jace, le llevó esa información a Valentine, permitiéndole invocar al ángel, mientras que él se desangraba, tras un largo combate contra Jace.
Gruñó, ante aquellos recuerdos. —Para luego ser salvada por que Lilith usó mi sangre, para invocarse a sí misma en el mundo humano, encerrarme en un puto sarcófago de cristal, que Simon me mordiera, me resucitara. Y luego, me diera esa runa de Parabatai demoniaco, que ligó a Jace conmigo y creo... —miró la Espada Demoniaca, y recordó la Copa Demoniaca. —Jace tuvo la idea de la Copa, durante nuestro tiempo como hermanitos, gracias a la Runa. —Lanzó una risita, encontrando divertido, que el Niño Ángel, tuviera tales ideas descabelladas y malvadas, solo gracias a un poco de sumisión demoniaca. —Podré evitarlo esta vez. Usaré la Copa en contra de Sebastian y de Lilith. Usaré la Espada en su contra también. —Miró la Espada en su mano. Una espada, que podría matar a un ángel, si es que se le parara en frente, con el deseo de dañarla. Entonces, recordó la Copa, que estaba bajo su escritorio, en su local del Mercado Sombras. —Puedo darle otra función a la Copa. Puede servirme como un catalizador mágico, si es que no quiero crear a un ejército de Cazadores de Sombras Oscurecidos. —Reflexionó, mientras caminaba hacía su yegua hada. —La Copa, jamás fue tocada por el Icor de Lilith, así que no tiene una mayor alianza demoniaca, más allá del metal del cual está forjada, y responde ante la sangre hibrida, de un hada y una Shirohebi. —Cabalgó a la yegua, y volvieron a Londres.
Suspiró, y se fue a dormir.
Días después, el 21 de agosto, encontró a Lily, James y Alex, esperándola en la puerta de su negocio; y le dijeron que le habían ahorrado el viaje de los libros al Callejón Diagon, entregándole los libros de Gilderoy Lockhart, que tendrían como libros de referencia en Defensa Contra las Artes Oscuras.
Janeth se los agradeció, y aceptó que fueran los cuatro, a comer a una plazoleta de comidas, en un nuevo Centro Comercial.
Le dijeron, que Dobby apareció en la mansión Potter, y que estaba como loco, diciéndoles que Alex no fuera a Hogwarts, debido al peligro que tendría lugar en el colegio, ese año. Bastaba decir, que Alex estaba bastante asustado, pero que, aun así, iría a Hogwarts ese año.
James se ofreció a ir a su negocio el 1 de septiembre, y luego usaría algo llamado Traslador, para llevarla hasta el lado mágico del Callejón 9 ¾, para que tomaran el Expreso a Hogwarts.
Para alegría de James y Lily, Janeth aceptó, sin hacer muchas preguntas, ni poner muchos "peros".
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Definitivamente, algo raro estaba a punto de tener lugar en Hogwarts, y era mejor, estar preparados y tomar todas las medidas de seguridad posibles.
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Janeth usó un Glamour, para que su cabello fuera rubio y otro para ser más alta. Una mujer de quizás 26 años de edad, y se internó en el Callejón Knockturn, logrando encontrar información, sobre una tienda que tenía lo que deseaba. Compró una Elfina Domestica llamada Zeesy, y compró un Pensadero.
