Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.

Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.

32: Dementores y Boggart Revela.

Alex ascendió en el tren, seguido por Janeth, mientras que ambos buscaban a sus respectivas amistades. —Entonces... si... si quieres hablar sobre Sebastian.

—No puedes ayudarme con ese tema —dijo Janeth suavemente, y sonriéndole de forma dulce, provocando el sonrojo de su hermano. —Es un trauma, que necesito que desaparezca, por sí mismo. Formó parte de mí, y ahora, forma parte de mis recuerdos. Ya lo resolveré, cuando llegue el momento.

— ¿Realmente matarás a Valentine, cuando te lo encuentres? —preguntó Alex, mirándola asombrado. Eso no se parecía en nada, a lo que él había conocido a través de Albus Dumbledore, quien manejaba una política del perdón.

— ¿Sabes por qué la humanidad ha construido armas o usado herramientas para herirse mutuamente, desde casi siempre? —preguntó Janeth suavemente, mientras abría una puerta, y ambos entraban allí, abandonando la idea de buscar a sus amigos, con Janeth sabiendo que se vendría una conversación larga y tediosa, con su hermano. —Porque a los humanos les interesa, acabar con las amenazas, en lugar de reducirlas. Eso forma parte, de mis muchos problemas con las ideas del profesor Dumbledore. —Alex prestó atención. —Salvar a un criminal y encerrarlo, con la esperanza de que algún día, se arrepienta de sus pecados y busque la redención... Ahora mismo, yo tengo la auténtica oportunidad de hacer eso, ¿y sabes por qué? —Alex negó con la cabeza —porque yo jamás tuve la oportunidad de elegir, si ser bueno o malo —vio la mueca, en el rostro de Alex, y no pudo evitar sonreír ante eso. No podía evitar en esos momentos, ser Jonathan Christopher Morgenstern: el Cazador de Sombras, en lugar de ser Janeth Cristal Potter Evans: la Maga. —Perdón: jamás tuve la oportunidad de decidir qué ser en mi vida. No pude elegir si arrancar una flor y entregársela a mi madre, porque ella se fue. No encontraba belleza en un campo de flores o en las nubes, y solo quería destruirlo todo y matar subterráneos y humanos, porque era todo lo que sabía y conocía, por culpa de aquella sangre, que utilizó Valentine en mí, para experimentar. Sebastian era un camino de maldad sin fin, que solo buscaba ahogarlo todo —sus palabras eran suaves y calmadas, como si hablara o describiera un paisaje. —Solo estoy en Hogwarts, porque nací con este don mágico, y estoy decidida a vivir mis siete años, aprender tanto como pueda, y después voy a irme.

— ¡¿Irte?! —preguntó Alex sorprendido, parpadeando repetidamente. — ¡¿A dónde?! —preguntó algo asustado, ante la perspectiva de perder a su hermana.

—A Nueva York —dijo ella, con calma. —Será allá, donde voy a encontrar... por lo menos, a Clarissa, Isabella y Alexander; es allí donde Clarissa aprenderá sobre el Mundo de las Sombras, es allí donde mamá Jocelyn vive, y tengo que evitar que Valentine alcance la Copa Mortal, evitar que alcance la Espada Mortal, o cientos de vidas Mundanas, Subterráneas y Nefilims se perderán. Desconozco lo que será del otro Jonathan-El Niño Ángel, porque escribí una carta a su abuela, para que (literalmente) lo reconociera y lo fuera a buscar. Deduzco que volver a Paris, donde las tres familias a las que Jonathan-El Niño Ángel, pertenece: Herondale, Whitelaw y Montclaire; esas tres familias, han tenido una larga historia.

— ¿Clarissa es tu hermana? —más que una pregunta, era una afirmación.

—Lo es —afirmó Janeth, asintiendo. —Mi madre: Jocelyn, ha estado viviendo allí, ocultándose en el mundo Mundano... perdón: en el mundo Muggle, viviendo con su hija, quien no sabe sobre la existencia del Mundo de las Sombras, hasta que visite una discoteca, y encuentre a los Lightwood.

—Irás allí, para...

—Apoyarla, en su camino como una Cazadora de Sombras —dijo Janeth, con una sonrisa. —Mientras buscamos los Instrumentos Mortales, procurando mantenerlos lo más alejados posibles, de las sucias garras de Valentine. —Ella terminó de decir esa palabra, cuando la puerta se abrió, dejando ver a Hermione y Ron. —Se dice "Permiso", ¿no? —les gruñó Janeth. Ante eso, Alex no pudo evitar reírse.

— ¡Alex, ¿has visto El Profeta?! —preguntó Ron, quien se veía algo asustado, y miraba a su amigo, como si acabara de morir.

—No. No lo he visto —dijo Alex, mientras recibía el periódico de parte de Hermione. El pelirrojo palideció en un segundo, antes de elevar su mirada hacía Janeth, quien alcanzó a levantar una ceja. —Peter Pettigrew está cerca de Hogwarts, aparentemente buscando matarnos.

—Un Animago rata no-registrado, genial —gruñó Janeth, rodando los ojos, mientras que Granger y Weasley pasaban, y se sentaban junto a Alex. —Justo lo que necesitamos.

— ¡Janeth, por fin te encontramos! —dijo una sonriente Daphne, seguida por su hermana menor Astoria y Tracy.

—Bienvenidas —dijo Janeth, mientras que ellas ingresaban, y Ron se quejaba de tener que compartir vagón con serpientes viscosas. —Las serpientes no son viscosas, Weasley...

—Son suaves —finalizó Hermione, de forma involuntaria.

Entonces, Janeth recordó algo. Algo que la hizo sonreír. —No se los dije, porque casi todas las vacaciones, me las pasé intentando reacomodar mis recuerdos y.… convenciéndome en que puedo salvar vidas de inocentes y culpables —para asombro de todos, su rostro comenzó a burbujear, como si acabara de beber de la Poción Multijugos, y pronto ante los conmocionados Alex, Ron, Hermione, Daphne, Tracy y Astoria, donde hasta hace un instante estaba Janeth Cristal Fairblue, ahora había un joven de cabello rubio platinado, el cual peinó hacía atrás con sus manos, sus ojos seguían siendo verdes, pero un verde malaquita, al contrario del color verde mar, común en los seres humanos, como Janeth y Lily. —Soy una Metamorfomaga —de la garganta de Janeth, surgió una voz suave y masculina. Extendió su mano, agarrando la de una nerviosa Daphne, y besando sus nudillos. —Jonathan Christopher "El-Que-Debería-de-Haber-Existido" Morgenstern Fairchild, para servirle, señorita Greengrass.

Hermione frunció el ceño, y no pudo evitar preguntarlo. — ¿El DMLE, ya sabe que eres una Metamorfomaga? —Debes de comunicarte, con las autoridades competentes, para que ingreses al registro de Metamorfomagos del país.

—Lo sé, Hermione —aseguró Jonathan/Janeth, todavía con la apariencia masculina, mientras ponía los ojos en blanco, como si la chica acabara de decirle la obviedad de que el agua moja. —Pero descubrí la habilidad, hace muy poco tiempo. Durante las vacaciones, y olvidé decirles a James y Lily. —Se puso de pie, mientras regresaba a su forma original, y bajaba todos los baúles. —Aun así, seguramente James y Lily se hubieran dado cuenta, pues este tipo de habilidades (como el Metamorfomago), se descubren en escaneos mágicos, sobre los recién nacidos.

— ¿Por qué bajas los baúles, Janeth? —preguntó Alex, suavemente, sintiéndose solo un poco confundido.

—Porque ya son las 18:00, en menos de una hora, estaremos en Hogwarts y es mejor que nos coloquemos nuestros uniformes —dijo ella. —Por favor, los pasajeros masculinos, abandonen el vagón. —Ron y Alex se miraron, asintieron y salieron.

— ¿Por qué los echas del vagón? —Hermione enfadada con la pelinegra, y parecía ser, que todavía no lo había notado.

—Porque los hombres y las mujeres, somos físicamente diferentes, Granger. —Dijo Daphne, con un tono de claro cansancio, ante una pregunta tan obvia, logrando que Hermione cayera en cuenta, se sonrojara y empezara a cambiarse de ropas. Cuando estuvieron uniformadas, salieron y les dieron su espacio a los chicos, quienes pronto las llamaron.

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los comparti mentos. —Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través de la ventanilla, ahora completamente negra. Acababa de decirlo cuando el tren, empezó a reducir la velocidad. —Estupendo —dijo el pelirrojo, levantándose y yendo con cui dado hacia el otro lado, para ver algo fue ra del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mi rando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos? —preguntó Astoria, completamente desconcertada.

Janeth, que era la que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se aso maban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una os curidad total. — ¿Qué sucede? —dijo detrás de Janeth la voz de Alex.

— ¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!

— ¿Habremos tenido una avería?

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Janeth vio la silueta negra y borrosa de Alex, que limpiaba el cristal y miraba fuera. —Algo pasa ahí fuera —dijo Janeth—. Creo que está subien do gente... Pero... ¿Gente a medio camino?

La puerta del compartimento se abrió de repente — ¡Perdonen! ¿Tienen alguna idea de lo que pasa? —y al guien cayó sobre las piernas de Janeth, haciéndole daño. —¡Ay! Lo siento...

—Hola, Neville —dijo Janeth, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.

— ¿Janeth? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?

— ¡No tengo ni idea! Siéntate... —Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre el gato de Hermione, llamado Crookshanks.

La puerta de otro vagón se abrió, y se escuchó una voz masculina y adulta. —Mantengan la calma, soy el profesor Lupin, voy a preguntarle al maquinista qué sucede.

Suspirando, y usando su entrenamiento, tanteando el suelo y avanzando con cuidado, encontró su baúl, lo abrió, tanteó y tanteó, hasta encontrar lo que buscaba. Era suave al tacto y tibia, solo concentrándose, todo se vio iluminado por una luz escarlata. —Ah, mucho mejor... —De pie, en el umbral, iluminado por la luz escarlata que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Janeth miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua... Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Janeth, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.

Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire. Un frío intenso se extendió por encima de todos. Janeth fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón... Los ojos de Janeth se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastra ba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte... Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los bra zos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de ella...

¡A Janeth no! ¡A Janeth no! Por favor... haré cualquier cosa...

A un lado... ¡hazte a un lado, niña tonta...!

La voz se fue apagando y un nuevo recuerdo, resurgió.

No puedo... Luke, yo... no puedo... Jonathan... Jonathan no es humano, Valentine... ¡Valentine experimentó con Jonathan, cuando todavía estaba en mi vientre, y le dio sangre demoniaca!

Sacando fuerzas desde algún rincón de su cerebro, empuñó un cuchillo Serafín. — ¡Zadkiel! —la hoja de cristal, envuelta en llamas doradas apareció en su mano y con ella, apuñaló a la criatura, la cual dio un paso hacia atrás, y luego otro, antes de evaporarse, y solo dejar unas pocas plumas negras, que luego se desvanecieron en el aire. Daphne y Tracy, la ayudaron a sentarse, casi parecía que se fuera a desmayar, pues estaba sudando y pálida. —Todos los Cazadores de Sombras... —lentamente, la voz le fue volviendo a la garganta —Cargan con estas Piedras de Luz Mágica, para recordar que la luz puede ser encontrada en las sombras más oscuras y también para que ilumine el camino, cuando estén dentro de las verdaderas sombras. —Haciendo girar el cuchillo en su mano, la hoja desapareció.

— ¡Janeth, tu mano! —advirtió rápidamente Alex, asustado.

Ella bajó la mirada, y encontró una fea ampolla. —Ah sí. Tengo el permiso de lord Raziel, para empuñar los Cuchillos Serafín, pero incluso con esas, soy... especial, como ya lo saben —Daphne, Astoria, Tracy y Alex, asintieron. —Es por esto, que uso esos guantes. Solo que... bueno: con las prisas, lo olvidé. —Guardó la empuñadura del cuchillo, entre sus ropas, extrajo su Libro Gris, lo abrió y buscó la Runa de curación.

— ¿Qué significa esta Runa? —preguntó Daphne.

—No dejo de ser yo, así que es un Iratze... "oscuro" —dijo ella, ahora empuñando la Estela, y acercándola a su palma, curándose gracias a la Runa en cuestión. "Oscuro" significaba, que eran Runas Demoniacas, pues ella era una Subterránea, una variante de Hada y no podía usar Runas Angelicales, incluso si Raziel la consideraba como una aliada, quien lucharía junto a los Cazadores de Sombras de Nueva York. Apoyó la punta de la Estela, en la punta de su palma y comenzó a dibujarlo, la puerta se abrió y vieron aparecer a un hombre.

El hombre tenía el cabello castaño. Vestía un conjunto extremadamente maltrecho de túnicas de mago que habían sido zurcidas en varios lugares. Parecía enfermo y exhausto. Aunque era bastante joven, su cabello castaño claro estaba salpicado de gris. — ¿Se encuentran bien? —le preguntó el hombre, que recién había abierto la puerta del compartimiento, y comenzó a repartir chocolate. Janeth guardó la Estela en su capa, y guardó el libro en el baúl.

—Lo estamos, —aseguró Hermione — ¿son los Dementores de los que habló el Profeta?

—Sí, lo son —les dijo el hombre. Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate. —Tomen —le dijo a Janeth, entregándole un trozo espe cialmente grande, con una mueca que parecía ser algún tipo de disculpa —. Cómetelo. Te ayudará. —Janeth cogió el chocolate, pero no se lo comió. — Era uno de los Dementores de Az kaban. —respondió Lupin, repartiendo el cho colate entre los demás. Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo. —Cómanselo —insistió— les vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista...

—Ha sido horrible —dijo Daphne, en voz más alta de lo normal—. ¿Notaron el frío cuando entró?

—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento... que bien que tenías ese cuchillo, pero jamás he escuchado de que se puedan matar a los Dementores, mi padre sabe algunas cosas de ciertas criaturas, porque trabaja en el Ministerio de Magia...

—Yo tampoco sabía que se podía, Weasley —dijo Janeth. —Solo... seguí una corazonada —negó varias veces, con la cabeza, intentando alejar los recuerdos —malditos traumas.

—Tienes que enseñarnos, a enfrentar el miedo de esa forma, cariño —pidió/exigió Daphne, sonriente.

—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el pro fesor Lupin, cuando volvió. Todos asintieron, y él se fue a su vagón.

No hablaron apenas durante el resto del viaje.

Final mente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho escándalo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pela ba; la lluvia era una ducha de hielo.

Janeth, Daphne y Tracy siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Janeth) por caballos delgados, con un cuerpo esquelético, rostro de rasgos reptilianos y unas alas de aspecto curtido que recuerdan a las de un murciélago, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha, dando botes.

Janeth miró más allá y gimió. —Oh mierda, ¿hay más de estas cosas de los Dementores? —sus amigas, sacaron la cabeza por la ventana, encontrándose con las criaturas.

Al bajar; Janeth oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas: — ¿Te has desmayado, Fairchild? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste? —Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la es calinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

Janeth lo pensó largo y tendido, mirando con ojos aburridos y rostro tranquilo a Malfoy. Suspiró, una vez que tomó una decisión, y avanzó con paso firme, hacía el molesto mocoso. —Me arrepentiré de hacer esto. —extrayendo el cuchillo Serafín, que todavía llevaba encima, logró perforarse el pulgar, y dejó correr la sangre, y acercó el pulgar ensangrentado a Malfoy, agarrándolo del hombro, y presionando un nervio en específico, para evitar que se moviera, le marcó con una Runa en la frente, conectando sus mentes, y le enseñó el asesinato de Sebastian Verlac, en primera persona. Y seguido de eso, cuando asesinó a Hodge Starkweather; sacó su mente de la de Malfoy, quien palideció mucho más, y retrocedió asustado, mientras que Janeth desvanecía la sangre en la frente del rubio, quien tropezó. Ella dio un paso hacia él, y se arrodilló. — ¿Puedes ver ahora, el tipo de recuerdos que estoy obligada a revivir por culpa de los malditos Dementores, Malfoy? No estaré de buen humor, por varias semanas. Y más te vale, dejarme en paz.

— ¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.

Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, recuperándose al menos un poco, de los escabrosos recuerdos, que acababa de presenciar, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo: —Oh, no, eh... profesor... —pero solo tragó saliva, miró a Janeth como si fuera una bestia a punto de saltarle encima, y se retiró, tropezándose un poco.

Remus dio un paso, hacía la chica pelinegra de ojos verdes. — ¿Qué fue eso, señorita Fairblue?

—Creo que usted lo llamaría: Legeremancia, profesor —dijo ella, mientras ingresaban en el Gran Comedor. —Malfoy no es más que un matón. Se cree el príncipe de Slytherin, pero eso se debe únicamente, a que los Slytherin no pueden deshacerse de él. Slytherin busca la sutileza, y él es tan sutil, como Ronald Weasley, o como un elefante en una cristalería. —Con esas palabras, se dirigió a la mesa de Ravenclaw.

— ¿Estás segura de que te sientes bien, Fairblue? —pre guntó Roger Davies, preocupado por su compañera. La chica pelinegra, asintió, pero no pudo evitar temblar, ante los recuerdos.

Ella suspiró. —Tengo que saber vivir con mis recuerdos. Los buenos... y los malos.

— ¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba. — ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro ex celente banquete nos deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del re gistro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tene mos actualmente en nuestro colegio a algunos Dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa. —Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los Dementores no se les puede engañar con trucos o dis fraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa. — No está en la naturaleza de un Dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Pre mios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los Dementores. — Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada. —Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras. —El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas. —En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profe sor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nues tro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al fi nal del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques. —Alex, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Alex se inclinó para ver a Hagrid, que esta ba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.

— ¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dan do un puñetazo en la mesa— ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde? —Janeth no pudo evitar, estar de acuerdo con Weasley. Al terminar la cena, todos se retiraron, dirigiéndose hacia sus Salas Comunes, excepto Janeth, quien fue llamada a la Oficina del Director, haciéndola suspirar.

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Un rato después, estaba Janeth en la oficina del hombre, junto al profesor Flitwick. —Buenas noches, señorita Fairblue.

—Buenas noches, director, ¿de qué se trata todo esto?, desearía poder ir a descansar, pues algo me dice, que mañana tendré un primer día complicado, por nuestros... invitados —señaló perezosamente, hacía la ventana de afuera.

—He encontrado Janeth, que has decidido como tus electivas Cuidado de Criaturas Mágicas, Aritmancia y Runas. No creo que debas de preocuparte por los dos últimos, Janeth, pueden ser... molestos, y quizás sería mejor, si tomas Adivinación. ¿No lo crees? —al hombre, le brillaban los ojos, pero la chica tenía un rostro aburrido.

—Adivinación... que solo funcionará, gracias al Tercer Ojo, también llamado Ojo Interno. Sin eso, la clase es inútil para todo aquel, que llegue a tomarla —dijo ella lentamente, con aburrimiento. Casi como solía hablar Draco Malfoy, arrastrando las palabras. La sonrisa de Dumbledore, se fue borrando poco a poco. —Se ha pagado mucho, por mi educación, señor. Y eso sería tirar todos esos galeones, al desagüe, cosa que no estoy dispuesta a hacer. —Se puso de pie, y se retiró de la oficina del anciano.

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Acostarnos a dormir, con semejantes criaturas rondando el colegio —pensó la pelinegra de ojos verdes, mientras fruncía el ceño. —Solo espero, que no nos provoquen pesadillas. —Si llegó a tener alguna pesadilla, a lo largo de la noche, entonces ella no lo recordaba a la mañana siguiente. Pronosticando problemas de algún tipo, siguió su propio instinto femenino, y se colocó en el antebrazo derecho, el escudo plegable, y se quedó mirando sus armas, para luego negar suavemente con la cabeza, y agarrar un par de Cuchillos Serafín. Ya con eso, fue a desayunar, y después, a clases.

En la clase de Transformaciones, Janeth oía atentamente a la profesora McGonagall les decía sobre los Animagos (brujos que pueden transfor marse a voluntad en animales), fue una de los que aplaudió, cuando ella se transformó ante los ojos de todos, en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos. — ¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGona gall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la pri mera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

Hermione levantó la mano. —Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra pri mera clase de Adivinación y.… hemos estado leyendo las ho jas de té y...

— ¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frun ciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año? —Todos la miraron fijamente.

—J... Janeth —dijo finalmente Alex, pálido y preocupado, a lo cual Ronald miraba a su amigo pelirrojo, con una mueca de extrañeza y confusión, pues la chica era una sabionda, ¿Qué les importaba?

—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Janeth sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrían que saber, todos ustedes, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promo ción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos vi dentes son muy escasos, y la profesora Trelawney... Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tie nes una salud estupenda, Fairblue; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.

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A Janeth le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, caminando con el brazo que le pasaba por el hombro a Daphne, quien la abrazaba por la cintura, al tiempo que la heredera Greengrass, agarraba la mano de Tracy. Las tres amigas, cami naban en un cómodo silencio, mientras descendían por el cés ped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohi bido.

Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo ani madamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la ca baña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abri go de lana, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies. — ¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproxi maban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para voso tros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, se guidme! — Durante un desagradable instante, Janeth temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los ár boles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada. — ¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

— ¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

— ¿Qué? —preguntó Hagrid desconcertado.

— ¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Alex, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían suje tado con pinzas.

Janeth le dio un zape en la nuca a Draco... solo por el placer de hacerlo. —Solo tienes que acariciar el lomo del libro, idiota. Lily me lo explicó, ¿ni Lucius, ni Narcisa, te lo explicaron? —Draco se sonrojó, mientras que Daphne y Tracy sonreían, ante la cara del heredero Malfoy, y hacían lo que indicó Janeth, tras desanudar sus libros.

— ¿Nadie más ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Ha grid decepcionado. La clase entera negó con la cabeza, mientras que hacían lo indicado por Janeth. Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo má gico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estre meció, se abrió y quedó tranquilo en su mano. —Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tenéis los libros y.… y.… ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Espe rad un momento... —Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista. Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, que Janeth reconoció, tenían algo cercano con las hadas, y aun así, era bastante extrañas. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gi gante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bes tia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corrien do por el prado, detrás de las criaturas. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Ha grid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca. — ¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano— ¿A que son hermosos? —Janeth y Alex, pudieron comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apre ciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatina mente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta. —Entonces —dijo Hagrid frotándose las manos y sonrién doles—, si queréis acercaros un poco... —Janeth, Daphne, Tracy, Alex, Hermione y Ron, lo hicieron. —Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo úl timo que hicierais. —Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Janeth, Daphne, Tracy y Alex tuvieron la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar. —Tenéis que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él res ponde con una inclinación, querrá decir que os permite to carlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os ale jéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿Quién quiere ser el primero...? —Más tardó Hagrid en preguntar, en Janeth en avanzar, hacía un Hipogrifo de plumaje negro y Alex hacía uno blanco. Soltó las cadenas, separando a la pareja de hipogrifos gris y negro de sus compañe ros y les desprendió los collares de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia. — "Tranquilos ahora, Janeth, Alex" —dijo Hagrid en voz baja— "Primero míralos a los ojos, procurando no parpadear, debido a que los hipo grifos no confían en ti si parpadeas demasiado..." —A ambos hermanos, empezaron a irritársele los ojos, pero no los ce rraron. Los Hipogrifos habían vuelto sus grandes y afiladas cabezas, y mi raban a los hermanos fijamente con un ojo terrible de color naranja. — "Eso es—dijo Hagrid— eso es, chicos, ahora inclinen sus cabezas..." —A Alex no le hacía gracia presentarle la nuca a Buck beak, incluso Janeth parecía saber cuan peligroso era, pero hicieron lo que Hagrid le decía. Se inclinaron brevemente y levantaron la mirada. Los hipogrifos seguían mirándolos fijamente y con altivez. No se movieron. — "Ah" —dijo Hagrid, preocupado— "Bien, vayan hacia atrás, tranquilos, despacio..." —Pero entonces, más para la sorpresa de Alex, que la de Janeth, los hipogrifos do bló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinaron profunda mente, mientras les enseñaban los cuartos traseros. — ¡Bien hecho, Alex, Janeth! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, en este punto, se les permitiría tocarles el pico! ¡Pero creo que los hipogrifos dejarán que los monten! Súbanse ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Ha grid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría... —así lo hicieron los hermanos. — ¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada a cada hipo grifo en los cuartos traseros. A cada lado de Alex y Janeth, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud.

Apenas les dio tiempo a agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba; y Alex tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas.

Janeth logró formar un vínculo, gracias a que el Hipogrifo, así como el Pegaso, eran considerados clases extrañas de hadas, y pronto estaban aterrizando, luego de un paseo para nada agradable.

Buckbeak sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Alex había temido. Se echó hacia atrás conforme el hipo grifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterri zar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse. Gruñó, cuando vio a Janeth descender, con la gracia de una bailarina de Ballet.

Envalentonados por el éxito de los hermanos, los demás salta ron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipo grifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado.

Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones, porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas, pero el hipogrifo se detuvo, cuando tuvo ante sí, a Daphne y Tracy. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Alex observaba.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmadi tas en el pico con expresión desdeñosa. —Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las síla bas y con voz lo bastante alta para que Alex lo oyera... y también Janeth —. Te nía que ser fácil, si Potter y Fairblue fueron capaz... ¿A que no eres peligro so? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa? —Sucedió en un destello de garras, el sonido del metal siendo rasguñado. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforza ba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería al canzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba, pero frente a él, estaba Janeth con un escudo de hierro, y revestido en plata, con el cual detuvo el ataque del Hipogrifo. — ¿Me salvaste? —preguntó Malfoy sorprendido, mientras veía el escudo replegarse, entonces, sintió como si una prensa le agarraba del brazo, haciéndolo quejarse, por la fuerza sobrehumana de la chica, quien lo puso de pie en un segundo.

— ¡¿ES QUE ACASO ESTABAS TRATANDO DE MIRARLE LAS BRAGAS A BULSTRODE, PARA NO PRESTAR ATENCIÓN A LAS PUTAS INSTRUCCIONES DE HAGRID, SOBRE COMO TRATAR CON LOS HIPOGRIFOS?! —Le riñó furiosa. — ¡¿TIENES ALGO EN ESA CABEZA, APARTE DE LOS PRODUCTOS CAPILARES, Y TU CLASICO "MI PADRE SE ENTERARÁ DE ESTO"?! —Draco tragó saliva, y palideció. — ¡¿CÓMO ES POSIBLE QUE TE PONGAS EN SEMEJANTE PELIGRO, SOLO POR NO SABER DEMOSTRAR ALGO DE EDUCACIÓN BASICA, ANTE UN HIPOGRIFO!? ¡¿SIENDO QUE SON DE LAS CRIATURAS MÁS ORGULLOSAS QUE ENCONTRARÁS A LO LARGO DE TODO EL PUTO PAÍS?! —Gruñendo, empujó a Draco Malfoy. —Salazar seguramente lloraría lágrimas de sangre, al saber que semejante inútil ha sido nombrado en su casa. —Habló con calma. — ¡Y no quiero que esto se repita nuevamente, nunca más, Malfoy!

Draco se quedó allí, como todos los demás.

El chico tragó saliva, mientras se sentía como si su madre, acabara de regañarlo, por cometer semejante estupidez.

Luego de esa clase, Janeth se tomó su tiempo, entre caminar hacía la torre de Ravenclaw, para agarrar su libro de Defensa Contra las Artes Oscuras, y usando el hechizo Ferula, iba escribiendo, de forma distraída, una carta que enviaría a Lord y Lady Malfoy, sobre el comportamiento de Draco.

Lo veía como una broma perfecta, para un buscapleitos como el rubio. Una broma que le haría a Jace, si es que todavía lo viera como un hermano.

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El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, la cual era más grande, y toda la generación que ingresó en 1991, se sorprendió al ver, que todos estaban allí: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. ¿Qué estaban pasando?

Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comi das abundantes. —Buenas tardes —dijo—. ¿Podrían, por favor; meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo ne cesitarán de sus varitas mágicas. — La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defen sa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara la me morable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y los había soltado en clase. —Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme... — Desconcertados, pero con interés, los alumnos se pusie ron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Este los condujo a lo largo del desierto corredor.

Doblaron una es quina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacu dió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una mo nótona canción: —Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...

Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo. —Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas. — Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta. El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica. —Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volvien do la cabeza—. Por favor; estad atentos. — Alzó la varita a la altura del hombro, dijo: — ¡Waddiwasi! —y apuntó a Peeves. Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquier da de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remo lino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldi ciones. —. ¿Continuamos? —Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores. —Entren, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso. En la sala de profesores, una estancia larga, con pane les de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispa res, no había nadie. —Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo arma rio en el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared. —No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron ha cia atrás, alarmados—. Hay un Boggart ahí dentro. —A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerra dos —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero... En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pa red. Se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contes tar es: ¿Qué es un Boggart?

En lo que Hermione levantaba la mano, Janeth fue el doble de rápida. —Es un ser que cambia de forma. —dijo— Son espíritus malditos, demonios del rango más bajo de todos, permitiéndoles atravesar hacía nuestro mundo, hijos e hijas de Agramon, el Demonio Mayor del miedo. Y pueden tomar la forma de aquello que más miedo nos da. —Todos miraron con interés y desconcierto, a la pelinegra, que hablaba con tal seguridad, que muy seguramente, no estaría mintiendo de ser el caso. —Si la verdadera forma física de su padre, es una nube oscura de gas y polvo con cientos de ojos brillantes; que al atacar cambia de forma a la cosa o persona que la víctima tenga más miedo; entonces ellos, también lo serían físicamente, ¿no?

—Una respuesta con gran sustancia, que demuestra su conocimiento, señorita Fairblue, muchas gracias. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos sa lir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el Boggart. ¿Alguien quiere adivinar por qué?

Una sonriente Hermione, por fin dejó de ponerse de puntillas, con la mano le vantada. —Porque somos muchos y no sabe por qué forma deci dirse.

—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano, complacida consigo misma—. Siempre es mejor estar acompa ñado cuando uno se enfrenta a un Boggart, porque se despis ta. ¿En qué se debería convertir; en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un Boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sen cillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Prac ticaremos el hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulo! —todos repitieron. —Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville. —El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Ne ville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca. —Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empe cemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Per dona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.

Neville miró a su alrededor; con ojos despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro: — "El profesor Snape" —Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa.

El profesor Lupin, sin embargo, parecía pen sativo. —El profesor Snape... Umm... Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?

—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.

—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lu pin, sonriendo. —Lo que quiero saber es si podrías explicar nos cómo va vestida tu abuela normalmente.

Neville estaba asustado, pero dijo: —Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo... normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.

— ¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.

—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.

—Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?

—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.

—Cuando el Boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart-profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo. —Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente. —Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el Boggartvuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo po dríais convertirlo en algo cómico...

La sala se quedó en silencio. Alex meditó... ¿Qué era lo que más le aterrorizaba en el mundo?

— ¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin. —Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante... Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él. —Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había arremangado la túnica y tenía la varita preparada. —A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apun taba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!

Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada. Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, mo viendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica... — ¡Ri... Riddíkulo! —dijo Neville. Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: lle vaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.

Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, con fuso, y el profesor Lupin gritó: — ¡Parvati! ¡Adelante!

Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió ha cia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había es tado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arras trando los pies y alzando sus brazos rígidos... — ¡Riddíkulo! —gritó Parvati. Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando.

— ¡Susan! —gritó el profesor Lupin. Voldemort apareció ante ella, haciendo gritar a muchos, de miedo.

¡Riddíkulo! —los padres de Susan, aparecieron ante ella, junto a su tía Amelia Bones.

Padma Patil dio un paso al frente, y la familia Bones, se transformó en una cobra gigante, que la Ravenclaw transformó en una caja sorpresa, de la cual salía un payaso gigante.

Draco Malfoy, seguía enfadado por las palabras de Janeth Fairblue, y, aun así, sabía que le debía la vida a la pelinegra. Pero eso no significaba, que no se encontrara enfadado con ella, por humillarlo y regañarlo de esa forma, ante todos en la clase del zopenco de Hagrid. Así que la empujó al frente, para que enfrentara al Boggart, pero ella hizo algo extraño, y él fue lanzado también al frente, mientras que ella retrocedía algunos pasos.

El Boggart se transformó en Lord Voldemort, y Draco se asustó tanto, que se desmayó del miedo.

Cuando Draco despertó, un minuto después, solo él olía su propia orina, cosa que lo hizo sonrojarse, y enfadarse aún más, así que se acercó a Janeth nuevamente, pero ella sola, dio algunos pasos al frente, haciendo que el heredero Malfoy, tropezara, se golpeara en la barbilla y se abriera el labio.

Todos presenciaron como el Boggart se transformaba en un joven de unos diecisiete años de edad, que tenía el cabello rubio platinado, ojos negros, de un negro inhumano, vestía con una chaqueta negra abierta, dejando ver su torso, llevaba un pantalón negro y unas botas de combate, era musculoso, pero con un marco más delgado. Janeth alzó una ceja. — ¿Sebastian Morgenstern, es lo que más miedo me da? —preguntó casi incrédula y sonriente, mientras desviaba un puño del Boggart, quien no dijo nada, y lanzó una patada, pero ella se dejó ir hacia atrás, apoyó sus manos en el suelo, y levantó sus piernas, lanzando una patada, que le dio en la barbilla a Sebastian, tirándolo al suelo.

Sebastian se puso de pie tan rápidamente, que todos lanzaron un jadeo, mientras que el combate, ahora a mano limpia, entre Janeth y Sebastian, se reiniciaba, lanzándose puños y patadas, que eran desviadas por el contrincante.

Sebastian agarró el brazo derecho de Janeth, saltando y dándole una patada en la barbilla, haciéndola tropezar hacía atrás, para luego empuñar un cuchillo Serafín, y lanzarse contra ella. Sebastian se giró, y cortó las cuerdas que Lupin le arrojó, lanzándole él, un cuchillo, que se clavó en el costado del profesor; siendo agarrado por la cintura por Janeth, quien le hizo un suplex, pero logró quitársela de encima, y sacando un segundo cuchillo, intentó clavárselo a Janeth, quien desplegó su escudo... pero no tuvo en cuenta la superficie cóncava del escudo, y el cuchillo resbaló, hasta clavarse en su costado.

— ¡Maldito hijo de...! —gruñó Janeth girando sobre sí misma, y golpeándolo en la barbilla, con el escudo, para seguidamente darle un golpe en el torso, alejándolo de ella, para así tomarse un respiro, antes de arrancarse el cuchillo de la pierna, y arrojárselo a Sebastian, clavándolo en el pecho del joven de cabellos rubios y blancos, haciéndolo desaparecer. —Igual que murió Hodge Stakweather. —Pensó ella, mientras que Daphne la ayudaba a caminar, guiándola hacía la enfermería, sin notar que varios alumnos, comenzaron a gritarle improperios a Draco Malfoy, quien perdió más de 50 puntos personales y le costó 90 puntos a Slytherin.

Janeth llegó a la enfermería, gracias a Daphne, siendo seguidas de cerca por el profesor Lupin, quien había dado la clase por terminada. No terminó Janeth de sentarse en la camilla, cuando Madame Pomfrey le dio una poción, justo la puerta se volvió a abrir, mostrando a Dumbledore, McGonagall, la profesora Tonks y el profesor Flitwick entraron en la enfermería.

—Remus, ¿Qué ha pasado? —preguntó McGonagall, muy preocupada por su antiguo alumno.

—Estoy bien, Profesora McGonagall —dijo Remus calmado. Solo por un instante enseñó una sonrisa, la cual pronto se borró de sus labios, mientras recibía de Madame Pomfrey, una poción, para curar su herida. —La señorita Fairblue, por otra parte...

—No es la primera vez, que soy herida por algo, que tenga apariencia humana —dijo Janeth, mientras bebía de su propia poción. —Aun así: me ha sorprendido el Boggart. Esperaba... que ciertos fantasmas del pasado, aparecieran para culparme, no que ÉL, apareciera. —lo pensó mejor —Bueno: mejor Sebastian, que Valentine.

— ¿Quiénes son exactamente, estas personas, señorita Fairblue? —preguntó Dumbledore, con su mejor cara de abuelo preocupado. —Claramente, ese joven tiene un nombre, y es increíblemente fuerte.

—Lo es —aseguró ella. —Gracias a los experimentos de Valentine, sobre su propio mocoso, ¿y todo para qué? Todo porque quería una raza de seres humanos, incluso superiores a los Hombres Lobo y Vampiros, y por ello, maldijo a Sebastian a una vida de porquería. —No dijo nada más, y la Legeremancia de Dumbledore, solo lo llevó hasta los escudos Oclumánticos de la joven, clavándose de frente, en un montón de lanzas, que parecían estar enterradas en el muro de peñasco. Salió de la mente de la chica, y abrió los ojos sorprendido, al notar la sangre bajo su túnica. —Estaré escribiendo, a Lord y Lady Malfoy, sobre los dos actos de su pequeño mocoso, cometidos el día de hoy... —sonrió de forma maléfica. —Solo para joderle la existencia a Malfoy —y guiñó el ojo. Los maestros y la enfermera, vieron la vena bromista de James Potter, mientras observaban a la chica, extraer un pergamino y una pluma, y ponerse a escribir una carta.

Cuando la carta estuvo completa, la llevó a la Lechucería, yendo a parar directamente a manos de Lucius Malfoy.