Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.
Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.
35: Mundial de Quidditch.
James y Lily, se encontraban con su mejores túnicas, Janeth y Alex, los imitaban, ahora estaban de camino para recoger a Hermione, mientras Lily conducía su ultimísimo Ford Mondeo, ya que Alex deseaba llevar a su amiga Nacida de Muggles, al Mundial, entonces lo mejor sería pasar por ella, en un automóvil, del que solo sabían, que Janeth había modificado de alguna forma, para que no le hiciera falta la gasolina.
Lo que ellos desconocían, era que, del mismo modo en el cual los Corceles Hada, debían de responder a las hadas, así mismo, existían las Motocicletas Vampiro, que generalmente eran conducidas por los Hijos de la Noche y que portaban energía demoniaca nocturna, para moverse. Este automóvil era... especial.
A Janeth no le gustaba admitirlo, pero Valentine fue un buen maestro.
Un bastardo hijo de puta a más no poder, pero un buen maestro, al fin y al cabo.
Para diversión de Hermione, Alex y Janeth, pronto el automóvil, movido gracias al alma de un ángel caído −un Grigori, más específicamente, ángeles caídos por la lujuria y quienes dieron a luz (gracias a sus esposas humanas), a los Nefilim originales, que eran gigantes que caminaban por la tierra− estaba recorriendo los cielos, dirigiéndose al lugar en donde se llevaría a cabo el Mundial de Quidditch.
Una vez que los registraron, James sacó del baúl del carro, un portafolio que abrió. —Todos, den un paso atrás —Y en un segundo, el portafolio, se transformó en una cabaña pequeña.
Janeth miró alrededor, había personas en.… en.… personas con casas de ladrillo instaladas, incluso tenían chimeneas; personas con literalmente casas del árbol; personas que dormían dentro de una versión compacta y casi en miniatura de la Casa Blanca, el Taj Mahal, el palacio de La Ciudad Prohibida (China)... ¡Algún hijo de Muggles, con buen gusto en el cine tenía el local de "¡El Café de Rick", de la película Casablanca (1942)!
Por todas partes, magos y brujas salían de las tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de que aquello no podía funcionar. Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una lumbre de color morado brillante, en tanto que un grupo de brujas norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto de las brujas de Salem»
Estaba desconcentrada, y eso podría salirle caro. Lo tuyo muy en claro Janeth, cuando sorpresivamente, Daphne le saltó encima, y la besó en los labios, tirándola al suelo, haciendo reír a la pelinegra, quien devolvió el beso. —Hola Jane.
—Hola Daph —saludó Janeth, besándola. E ignorando la risa y celos de Alex, por el hecho de que su hermana mayor, tuviera una novia y él no; además de ignorar las fingidas arcas de Ron, mientras que la chica Hada-Serpiente, se ponía de pie. —Hola Astoria, y ella debe de ser tu amiga Luna —saludó a la pelinegra, y reconoció apenas, a esa niña rubia, junto a la cual Astoria pasaba el tiempo. Daphne se puso de pie, y las hermanas Greengrass, le ayudaron a ponerse de pie. —Vamos a echar un vistazo, que no todos los días, puedo ver... carpas tan pintorescas —propuso Janeth sonriente, mirando alrededor las formas de las caras, y señalando una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa hacía ondear una bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.
En aquella parte las tiendas, no estaban engalanadas con flora, pero en todas colgaba el mismo póster, que mostraba un rostro muy hosco de pobladas cejas negras. La fotografía, por supuesto, se movía, pero lo único que hacía era parpadear y fruncir el entrecejo.
Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes.
Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.
—He ahorrado todo el verano para esto —le dijo Ron a Alex mientras caminaban con Hermione entre los vendedores, comprando recuerdos. Aunque Ron se compró un sombrero con tréboles que se movían y una gran escarapela verde, adquirió también una figura de Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria. La miniatura de Krum iba de un lado para otro en la mano de Ron, frunciendo el entrecejo ante la escarapela verde que tenía delante.
—¡Vaya, miren esto! —exclamó Alex, acercándose rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas.
—Son omniculares —explicó el vendedor con entusiasmo—. Se puede volver a ver una jugada... pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga: diez galeones cada uno.
—Ahora me arrepiento de lo que he comprado —reconoció Ron, haciendo un gesto desdeñoso hacia el sombrero con los tréboles que se movían y contemplando los omniculares con ansia.
—Deme tres —le dijo Alex al mago con decisión, mientras metía una mano en su bolsillo, y se escuchaba el tintineo de las monedas.
—Que sean trece —pidió James, pagando la compra, repartiendo los Omniculares: un par para Lily, otros se los quedaba él, el tercer par para Alex, el cuarto para Janeth, el quinto para Daphne, el sexto para Astoria, el séptimo para Luna, el octavo para Ron, el noveno para Hermione, el décimo y undécimo para Julius y Gemma Greengrass, quien se acercaron a saludarlos. — ¡Canuto, atrapa! —llamó el Auror, lanzándole el duodécimo y decimotercer par de Omniculares, a Sirius y a su cita: Amelia Bones, quienes ya le habían comprado un par de esos aparatejos a Susan.
Entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio. — ¡Ya es la hora! —anunció Julius, tan impaciente como los demás—. ¡Vamos!
Janeth apartó los ojos de los fanáticos y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares... — ¿Dobby? —preguntó ella, extrañada.
La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Alex, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy. —¿La señorita acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Alex (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra. Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Alex les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.
—Discúlpela, por favor —le dijo Lily a la elfina—, mi hija la ha confundido con un conocido.
— ¡Yo también conozco a Dobby, señorita! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señorita... y usted, señorita... —En ese momento reconoció la cicatriz de Janeth, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Janeth Potter! ¡Quise decir, Fairblue!
—Sí, lo soy —contestó Janeth.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Janeth—. ¿Qué tal le sienta la libertad?
— ¡Ah, señorita! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor. Si Dobby no encuentra una nueva familia, a la cual pueda enlazar su magia, es posible que mura, aunque... escuché rumores, y quizás trabajará en Hogwarts, porque él buscaba algún tipo de paga, por sus servicios como Elfo Domestico... y eso no se permite en nuestra sociedad, señorita. Ni siquiera en nuestros nidos y... —se escuchó un ruido, y Janeth le dio una mirada de disculpa a Winky, mientras volvía la mirada al estadio, cuando comenzaban a salir las selecciones de Bulgaria e Irlanda.
El partido fue espectacular; y desde la perspectiva de Janeth, Alex y Hermione, no había mejor forma de disfrutar semejante juego de Quidditch, que acompañándolo con crispetas y jugo de mora o naranja, que casualmente vendían allí mismo.
Las jugadas eran tan maravillosas, que los que pertenecían a equipos de Quidditch en Hogwarts, ya querían irlas a replicar ese mismo año, cuando comenzara la temporada de Quidditch.
Aquello era Quidditch como ninguno de ellos, lo había visto nunca. Los hermanos Potter, se apretaban tanto los Omniculares contra los cristales de las gafas que se hacían daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la Quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Alex volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.
Formación de ataque «Cabeza de Halcón», leyó Alex en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una Bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la Bludger, y la Quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.
Entonces, sintió que le bajaban los Omniculares, para que viera el partido en vivo.
— ¡TROY MARCA! —bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!
— ¡¿Qué?! —gritó Alex, mirando a un lado y a otro como loco a través de los Omniculares. — ¡Pero si Levski acaba de coger la Quaffle!
— ¡Alex, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas! —le gritó Janeth sonriente, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.
Alex miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas. Enfadado consigo mismo, Alex volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara.
El juego se tomó aún más rápido, pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las Bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria. —¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó James cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo, y todos los búlgaros, comenzaron a gritar.
Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las Veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la Quaffle.
— ¡¿ELLAS SON COMO TÚ?! —preguntaron Alex y Daphne, a Janeth, por encima del ruido de los búlgaros, y de todos los fanáticos de Bulgaria. Esa belleza sobrenatural, contra la cual solo Janeth parecía poder combatir, solo les dijo que esas criaturas, bien podrían pertenecer al Mundo de las Sombras, como Subterráneas, al igual que ella.
— ¡SÍ, DEFINITIVAMENTE, LAS VEELAS, SON UNA VARIANTE HADA! —dijo Janeth, a su hermano y su novia.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas. Janeth y Alex siguieron su descenso con los Omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la Snitch...
— ¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado. Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.
Alex y Janeth se miraron, antes de apresurarse a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus Omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos. Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo. «Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso», leyeron en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido.
Finalmente, Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que ninguno de los hermanos Potter/Fairblue no había visto nunca.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.
Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la Quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la Quaffle.
Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.
Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Janeth comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad. — ¡Ha visto la snitch! —gritó Janeth—. ¡La ha visto! ¡Míralo! —Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Janeth y Alex no sabían cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...
— ¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! —gritó Alex.
A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, se podía ver gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.
A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Janeth entornó los ojos para distinguirlos mejor, y se colocó rápidamente una Runa demoniaca de Visión. Iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.
Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Janeth vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.
Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Alex reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.
Janeth suspiró, y le dio su lugar, a las últimas ascuas de Sebastian, que persistían viviendo en su interior, mientras usaba su forma de Metamorfomago, para convertirse en un Valentine de cabello negro: de unos 35 años, cabello negro corto y peinado hacía atrás, con barba candado. Aquella personalidad despiadada, cruel, sádica, que mostraba crueldad extrema para obtener lo que quería. Empuñando su espada, por el reverso, con el filo apuntando hacia abajo, corrió hacía los encapuchados, y antes de darse cuenta, decapitó a uno de ellos, dejando asombrado al otro, pero ella giró sobre sí misma, colocándose a su espalda, y atravesándole con su espada, por el pecho. —Dos menos. —Los Mortífagos le apuntaron con sus varitas, viendo todavía asombrados y asustados por partes iguales. Sabiendo que no tendría mucho tiempo, Sebastian comenzó a cortar brazos que empuñaban varitas, decapitar, atravesar a sus enemigos por la espalda, gracias a la espada que empuñaba.
Se bañó en la sangre de sus enemigos, e hizo algo irreal para su ser: lanzó una carcajada de felicidad, ante esa carnicería, antes de correr por allí, en busca de más Mortífagos.
Sebastian podía estar empuñando la espada, pero Janeth y el Jonathan real, le tenían firmemente agarrado, por el cuello. Un recuerdo apareció entonces.
Recuerdo
—Tienes la boca muy rápida. No aprendiste eso de Valentine. ¿Qué aprendiste de él? Tampoco me parece que te enseñara mucho sobre lucha. —Él se inclinó acercándose más. — ¿Sabes qué me regaló él por mi noveno cumpleaños? Una lección. Me enseñó que había un lugar en la espalda de un hombre en el que, si hundes la espada, puedes atravesarle el corazón y romperle la columna, todo de una vez. ¿Qué recibiste tú por tú noveno cumpleaños, chico angelito? ¿Una galletita?
Fin del Recuerdo
— ¡¿Quién eres tú?! —el baño de sangre terminó, cuando Janeth/Sebastian, escuchó una voz familiar detrás de sí, era Malfoy, más pálido de lo normal, sujetando su espada en dirección a él, temblando incontrolablemente.
Arrojándole un Lumos no verbal, y encandilando a todos a su alrededor, Janeth se sacó la sangre de encima, y volvió a su apariencia normal, además de hacer desaparecer la espada, justo cuando veía más conocidos a su alrededor, Daphne, Astoria, Luna, Alex, Ron y Hermione. — ¡Malfoy, es hora de irnos! —llamó Janeth, antes de agarrarle bruscamente del brazo, y jalar de él.
—No creo que les gustaría que los vieran, supongo... van tras los nacidos de Muggles —volvió a hablar Malfoy, estando ahora entre los árboles. — ¡Y ya suéltame el brazo, Fairblue! —ordenó, haciendo muecas de dolor. —Es como si un Trol me apretara la muñeca.
—Habla Malfoy —ordenó Alex, mirando alrededor.
—Que van detrás de los Muggles y gente del Ministerio, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.
—Son Mortífagos, Niño Mágico —informó Janeth.
— ¡Ya para de llamarme así, Janeth! —gruñó Alex, ya sabía de donde venía eso.
—Viejas costumbres, perdón —dijo ella, encogiéndose de hombros. Draco logró soltarse del agarre de Janeth, quien le pasó por el frente y decapitó a un Mortífago, poniendo pálidos a todos. —Los muy putos, están por todos lados. Mierda. —Desenfundó dos cuchillos Serafín desactivados y los arrojó, hacía donde aparecían los Mortífagos. — ¡Remiel, Rafael! —las hojas aparecieron en ellos, rodeándose de Fuego Celestial, y enterrándose en los pechos de los Mortífagos, antes de carbonizarlos en fuego dorado, dejando solo los esqueletos.
— ¿Sebastian? —preguntó Daphne suavemente, colocándole una mano en el hombro. No vio dolor en los ojos de Janeth, por tomar esas vidas, así que era obvio el porqué.
Janeth suspiró. —Tuve que dejarlo libre, porque estaba rodeada, pero logró sacárselos de encima, rápidamente y regresarme el control —abrió su palma izquierda, y las empuñaduras de los cuchillos, aparecieron en su mano.
— "Sigamos avanzando, ¿no?" —susurró Hermione, todos asintieron y así lo hicieron. Ya no parecían haber tantos Mortífagos alrededor.
Cuando se internaron más en el bosque, un crujido los asustó a los tres. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda. —¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista! —Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?
—Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Alex. Se acordó de Dobby: cada vez que intentaba hacer algo que a los Malfoy no les hubiera gustado, se veía obligado a golpearse.
— ¿Sabéis? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?
—Bueno, los elfos son felices así, ¿no? —observó Ron—. Ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos...» Eso es lo que le gusta, que la manden.
—Es gente como tú, Ron —replicó Hermione, acalorada—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para...
—Winky lo dijo, Granger: los crían así, en sus propias madrigueras, y son criaturas que existen para servir. —Contestó Janeth —Esa es su naturaleza. Llámalo evolución, si quieres. Para vivir, para existir, necesitan de un mago, obteniendo de ellos, la magia que necesitan para seguir vivos, literalmente.
— "Miren" —susurró Astoria, quien miraba algo o a alguien, detrás de unos árboles y matorrales.
El señor Crouch, junto a otros magos del Ministerio estaban acercándose. Varios niños de entre nueve y diez años de edad, miraban asustados al hombre, pues Crouch tenía el rostro crispado de rabia. — ¡¿QUIÉN DE USTEDES LO HA HECHO?! —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¡¿QUIÉN DE USTEDES HA INVOCADO LA MARCA TENEBROSA?!
Janeth suspiró. —Este tipo es imbécil —dijo ella, mientras usaba su poder de Metamorfomaga, para cambiar físicamente, transformándose en un hombre alto, de cabello blanco corto, barba candado que crecía desde las patillas, recorriendo su barbilla, y ojos negros. —Yo me encargo —y salió de entre los matorrales. —Señor Crouch, si usted me permite ofrecer un punto de vista, le estaré muy agradecido.
— ¡¿Y usted quien se cree que es?! —preguntó Crouch enfadado, mirando al hombre, solo para palidecer un poco, al sentirse intimidado por los ojos del recién aparecido.
—Valentine Morgenstern, para ayudarlo en este problema, señor Crouch —mintió ella, con una gran clase al hablar, haciéndole pensar a Crouch, que estaba ante un Sangre Pura, aunque no reconocía el apellido, quizás un extranjero, que vino a ver el partido, se obligó a pensar. —Ahora, ¿Cuál es la edad mínima para adquirir una varita mágica?
— ¿Qué tiene eso que ver con...? —pero los fríos ojos y el rostro sin emociones del desconocido, le hicieron palidecer e incluso trastabillar. —O... Once años... de edad...
— ¿Y cuál de todos estos niños, cuenta con dicha característica? —Preguntó el falso Valentine. Crouch recorrió a los niños con la mirada, y volvió a mirar a Valentine. Suspirando, se arrodilló ante los niños. —Tranquilos, ¿sí? no les causará daño, ni más problemas. Así mismo, ustedes no están en problemas —aseguró, hablándoles con voz calmada. — ¿Alguno de ustedes vio, o escuchó algo? —los niños inmediatamente, dijeron haber escuchado una voz tras los matorrales, y creyeron que sería alguien francés o búlgaro.
—Es absurdo, claramente ellos...
—Crouch, —dijo Janeth, haciendo un esfuerzo inmenso por no sacar su Estela y comenzar a cubrir de Runas al hombre, volverlo un Repudiado y su esclavo, por toda la eternidad —ninguno de estos niños, ha ingresado en Hogwarts, pues no tienen once años. La edad de ingreso en Beauxbatons, es de 8 años de edad y la de Durmstrang es de 11 años de edad, como en Hogwarts. Y hablamos de la Marca Tenebrosa, de Magia Oscura, no podrían haberlo hecho. Busca en los matorrales. Si lo que dicen es verdad, encontraremos rastros de Apariciones. Niños, por aquí, por favor —los niños lo siguieron, y sus amigas, hermano, además de Malfoy, Granger y Weasley, volvieron al campamento, donde todo ya estaba mucho más calmado, y lograron encontrar a los padres de los niños.
—Ese tal Sr. Crouch, les estaba gritando —informó Alex, a los padres de los pequeños. —Acusándolos de haber arrojado la Marca Tenebrosa.
Todos se fueron a sus casas, luego de semejante fiasco.
