Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.
Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.
36.
A la mañana siguiente, cuando Janeth, Daphne, Alex y Astoria, entraron nuevamente a la casa, después de su entrenamiento mañanero, se encontraron a James, ante un espejo flotante, que era utilizado como un televisor, y en donde veía el nuevo y revolucionario especio de Del Profeta, para usted; algo muy similar a un noticiero Muggle común y corriente, al cual solo se podía acceder, si se compraban los espejos creados por Lily Potter.
—Durante el ataque Mortífago que se vivió ayer, durante el Mundial de Quidditch, conocimos nuevamente aquel terror, que no nos había llegado a tocar vivir, desde hace ya catorce años —decía el reportero, quien usaba un hechizo que elevaba su voz, mientras hablaba hacía un espejo, y era escuchado en muchos hogares. —Se sabe que la heredera Potter, no mostró compasión, ante sus enemigos, —Daphne, Astoria, James, Lily, Janeth, Julius y Eleonor, gruñeron ante las imágenes de Janeth arrojando los cuchillos Serafín a los Mortífagos, y matándolos con su espada —con tal de salvar tantas vidas como fueran posibles. —Los ojos de todos, se abrieron, cuando se mostró un recuerdo de alguien, viéndola cambiar de forma, volviéndose aquella versión pelinegra de Valentine. —Así mismo, demostró ser una Metamorfomaga, al transformarse en un hombre adulto y demostrar tener más autocontrol y cerebro, que nuestro director del Departamento de Seguridad Mágica, no logró mantener; cuando decidió culpar a un grupo de niños que ni siquiera tenían edad para portar una varita mágica, de haber arrojado la Marca Tenebrosa. ¿Cómo es posible, que una niña de catorce años, pueda demostrar tener más autocontrol y cabeza fría, que un hombre adulto de casi cuarenta años, y la suficiente madurez, para saber que niños pequeños, jamás serían capaces de lanzar una maldición, solo conocida por los Mortífagos?, ¿Qué tienen que decir el Ministro Fudge y la subsecretaria Umbridge, sobre este ataque terrorista? Este ha sido Orland Witfred, para Del Profeta, para usted.
Janeth masajeó sus parpados y suspiró. —Siento que muy pronto, tendré una jaqueca.
—Tranquila, cariño —dijo James. —Fue en defensa personal, y no creo que nadie dentro del Wizengamot, sea tan idiota como para culparte, de defenderte a ti, y a tus amigos, de los Mortífagos. Me encargaré de todo, y hablaré con Amelia.
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Algunos días después, estaban ya todos los alumnos, atravesando el portal 9¾, apresurándose, a subir al Expreso de Hogwarts.
En eso, Janeth escuchó a uno de los Weasley hablando, con su hermana menor, la chica se llamaba Ginny, ¿verdad? Janeth y Daphne lo sabían, porque sus padres eran lores del Wizengamot, incluso si James sabía, que Janeth se alejaría del Mundo Mágico Ingles, tan pronto como finalizara Hogwarts.
—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.
—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».
—Sí, ya me gustaría volver a Hogwarts este año —dijo Bill con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.
— ¿Por qué? —quiso saber George, intrigado.
—Porque vais a tener un curso muy interesante —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo no muy lejos del castillo.
— ¡Mamá! —exclamó Ron enfadado—. ¿Qué es lo que sabéis vosotros tres y nosotros no?
—Esta noche se enterarán, espero —contestó la señora Weasley con una sonrisa—Va a ser muy emocionante... Desde luego, estoy muy contenta de que hayan cambiado las normas...
— ¿Qué normas? —preguntaron Alex, Ron, Fred y George al mismo tiempo.
—Seguro que el profesor Dumbledore os lo explicará... Ahora, pórtense bien, ¿Eh, Fred? ¿Eh, George? —la señora Weasley tan sólo sonreía y les decía adiós con la mano. Antes de que el tren hubiera doblado la curva, ella, Bill y Charlie habían desaparecido.
Minutos después, Daphne y Janeth, estaban besándose acaloradamente, hasta que escucharon una voz, venir no muy lejos de su vagón. —... Mi padre pensó en enviarme a Durmstrang antes que a Hogwarts. Conoce al director. Y bueno, ya sabéis lo que piensa de Dumbledore: a ése le gustan demasiado los sangre sucia... En cambio, en el Instituto Durmstrang no admiten a ese tipo de chusma. Pero a mi madre no le gustaba la idea de que yo fuera al colegio tan lejos. Mi padre dice que en Durmstrang tienen una actitud mucho más sensata que en Hogwarts con respecto a las Artes Oscuras. Los alumnos de Durmstrang las aprenden de verdad: no tienen únicamente esa porquería de defensa contra ellas que tenemos nosotros...
Daphne dejó de besar a su novia, y le habló al oído. — "Me gustaría que lo hubieran llevado allí; de esa forma no tendríamos que aguantarlo" —Janeth no pudo evitar reírse. —Entonces, ¿Qué tanto nos enseñarás?
—Combatir demonios. Y si es que, para la graduación, seguimos siendo novias y aun quieres acompañarme a Brooklyn, a auxiliar a Clary, Isabelle y Alec, entonces te será útil —dijo Janeth. —Puedo prestarte alguno de los muchos Cuchillos Serafín que tengo a la mano, puedo fabricarte, un segundo guante como el que uso al empuñar los cuchillos Serafín, y puedo fácilmente irme un día y traerte una Katana hecha de Electrum y runas a lo largo de su hoja, para matar demonios. —Daphne le enseñó una sonrisa, y asintió, en lo que la puerta se abría, apareciendo Draco, quien se veía bastante enfadado, pero su enfado casi se le olvidó, al sonrojarse, por ver a las despeinadas Daphne y Janeth.
— ¿Vas a participar, Fairblue? —preguntó Malfoy, a Janeth—. Supongo que tú sí, nunca dejas pasar una oportunidad de exhibirte, ¿a qué no?
— ¿Cómo te enteraste, de todos modos, Malfoy? —preguntó Janeth. —Es decir: yo lo sé, porque mi padre otorgó el estatus requerido, a la casa Fairblue, en la última reunión. Y la casa Renard, apellido de soltera de mi abuela: Euphemia Potter, contó con esto mismo, ¿sabes? Soy la lady Junior de ambas casas —levantó su mano derecha, enseñando ambos anillos, y entonces, fingió pensarlo. —En realidad, es... un poco preocupante, ¿no crees? —Y pudo ver, en el rostro de Draco, que se preguntaba a qué se refería ahora. —Si te lo dijo a ti, quien aún no estás en la edad suficiente, para alcanzar el estatus de heredero, ¿a quién más podría habérselo dicho? Alguien debería seriamente, de pensar en contactar al Ministerio, al Departamento de Asuntos Privados del Wizengamot, específicamente, para informar que a lord Malfoy, no le importan los asuntos privados del Wizengamot, si es que es capaz de informar de esto a su hijo, sin que este sea todavía su heredero —ante eso, Malfoy padeció, tragó saliva y se fue.
Tracy entró entonces, algo pálida y nerviosa, preocupando a sus amigos. —Em... Janeth... yo también lo sé.
Y seguida de ella, entró Alex sonrojado. —Hasta yo. ¿Se supone que no debíamos de enterarnos?
Pero Daphne y Janeth comenzaron a reírse, con Daphne decidiéndose a explicarlo todo. —El torneo es un secreto a voces. Solo lo dijo, para asustar a Malfoy, no hay problema.
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Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Alex podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Janeth, Daphne, Tracy y Neville saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.
El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro. Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos.
El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida. —Tengo sólo dos palabras que decirles —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!
—Sí señor —dijo una divertida Janeth, comenzando a cenar. Muy pronto, todos habían acabado.
—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos —Hermione lanzó un gruñido—, debo una vez más rogar vuestra atención mientras os comunico algunas noticias: El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch. Es también mi doloroso deber informaros de que la Copa de Quidditch no se celebrará este curso. —Y todos los alumnos, comenzaron a protestar, en ese momento. Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaréis enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts se celebrará el Torneo de los Tres Magos. —En aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe. En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, quien contaba con una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores. Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. Cada centímetro de la piel del rostro de aquel hombre, parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos. Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza. —Permítanme presentarles a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody. —Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo. —. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de vosotros seguramente no sabéis qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa. EI Torneo de los Tres Magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo. En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal. En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones —Dumbledore enseñó una sonrisa —Aunque me imagino que todos estarán deseando llevarse la Copa del Torneo de los Tres Magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con los tres Ministerios de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Ésta —Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras, especialmente los gemelos Weasley, que parecían de repente furiosos— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. —Sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de Fred y George, que mostraban una expresión de desafío—. Así pues, les ruego que no pierdan el tiempo presentándose si no han cumplido los diecisiete años. Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataréis a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que daréis vuestro apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos vosotros estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!
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A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras los alumnos, examinaban sus nuevos horarios.
Todos se apresuraron a ocupar tres sillas delante de la mesa del profesor. Sacaron sus ejemplares de «Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección», el único otro libro útil, que habían tenido en esa clase, aunque Quirrell fue un completo inútil, les dio un buen libro... Lockhart y sus libros, fueron igualmente inútiles y el profesor Lupin fue útil y también su libro. Todos aguardaron en un silencio poco habitual. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre. Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica. —Ya pueden guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitarán para nada. Al menos, por un par de clases. —Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre. —Bien —dijo cuándo el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya sois bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Habéis estudiado los Boggarts, los gorros rojos, los Hinkypunks, los Grindylows, Kappas y los hombres lobo, ¿no es eso? —Todos asintieron. —Pero estáis atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentaros a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñaros a tratar con las mal...
— ¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron. El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Alex lo veía sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa. Ron se tranquilizó.
—Este puesto está maldito. Al menos en Hogwarts, ustedes están empezando su cuarto año, y ya han tenido cuatro profesores, ¿verdad? —todos asintieron —Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace unos días tu padre me sacó de un buen aprieto... Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro. Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñaros las Contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendríais que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estéis en sexto. Se supone que hasta entonces no seréis lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de vosotros y piensa que podréis resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepáis a qué os enfrentáis, mejor. ¿Cómo podéis defenderos de algo que no habéis visto nunca? Un mago que esté a punto de echaros una maldición prohibida no va a avisaros antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa. Tenéis que estar preparados. Tenéis que estar alerta y vigilantes. Así que... ¿alguno de vosotros sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica? —varias manos, se elevaron. él escogió a Ron.
—Eh... —dijo Ron, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición Imperius, o algo parecido.
Moody enseñó entonces, un frasco con tres arañas, haciendo que Ron abriera sus ojos, y tirara de su pupitre, hacía atrás. El hombre metió la mano en el tarro, cogió una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella la varita mágica y murmuró entre dientes: — ¡Imperio! —La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás adelante como si estuviera en un trapecio; luego estiró las patas hasta ponerlas rectas y rígidas, y, de un salto, se soltó del hilo y cayó sobre la mesa, donde empezó a girar en círculos. Moody volvió a apuntarle con la varita, y la araña se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era claqué. Todos se reían. Todos menos Moody. —Os parece divertido, ¿verdad? —gruñó—. ¿Os gustaría que os lo hicieran a ustedes? —La risa dio fin casi al instante. —Esto supone el control total —dijo Moody en voz baja, mientras la araña se hacía una bola y empezaba a rodar—. Yo podría hacerla saltar por la ventana, ahogarse, colarse por la garganta de cualquiera de ustedes... Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la maldición Imperius —explicó Moody, y Harry comprendió que se refería a los tiempos en que Voldemort había sido todopoderoso—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición. Podemos combatir la maldición Imperius, y yo les enseñaré cómo, pero se necesita mucha fuerza de carácter, y no todo el mundo la tiene. Lo mejor, si se puede, es evitar caer víctima de ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y todos se sobresaltaron. Moody cogió la araña trapecista y la volvió a meter en el tarro. — ¿Alguien conoce alguna más? ¿Otra maldición prohibida?
Hermione volvió a levantar la mano y también, con cierta sorpresa para Janeth, lo hizo Neville. La única clase en la que alguna vez Neville levantaba la mano era Herbología, su favorita. El mismo parecía sorprendido de su atrevimiento. — ¿Sí? —dijo Moody, girando su ojo mágico para dirigirlo a Neville.
—Hay una... la maldición Cruciatus —dijo éste con voz muy leve pero clara.
Moody miró a Neville fijamente, aquella vez con los dos ojos. —¿Tú te llamas Longbottom? —preguntó, bajando rápidamente el ojo mágico para consultar la lista. Neville asintió nerviosamente con la cabeza, pero Moody no hizo más preguntas. Se volvió a la clase en general y alcanzó el tarro para coger la siguiente araña y ponerla sobre la mesa, donde permaneció quieta, aparentemente demasiado asustada para moverse. —La maldición Cruciatus precisa una araña un poco más grande para que podáis apreciarla bien —explicó Moody, que apuntó con la varita mágica a la araña y dijo— ¡Engorgio! —La araña creció hasta hacerse más grande que una tarántula. Abandonando todo disimulo, Ron apartó su silla para atrás, lo más lejos posible de la mesa del profesor. Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró: — ¡Crucio! —De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro. No profirió ningún sonido, pero era evidente que, de haber podido hacerlo, habría gritado. Moody no apartó la varita, y la araña comenzó a estremecerse y a sacudirse más violentamente. Se detuvo, y la devolvió al frasco. —Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien, si uno sabe llevar a cabo la maldición Cruciatus... También esta maldición fue muy popular en la última guerra. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra?
Thomas miró a su alrededor. A juzgar por la expresión de sus compañeros, parecía que todos se preguntaban qué le iba a suceder a la última araña. La mano de Janeth tembló un poco cuando se alzó. — "Avada Kedavra" —susurró ella, pero fue lo suficientemente alto, para que todos escucharan. Algunos, incluido Ron, le dirigieron tensas miradas.
Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba, la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie. Moody levantó la varita, y, previendo lo que iba a ocurrir, Harry sintió un repentino estremecimiento. — ¡Avada Kedavra! —gritó Moody. Hubo un cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta. Algunas de las alumnas profirieron gritos ahogados. Ron se había echado para atrás y casi se cae del asiento cuando la araña rodó hacia él. Moody barrió con una mano la araña muerta y la dejó caer al suelo. —No es agradable —dijo con calma—. Ni placentero. Y no hay Contramaldición. No hay manera de interceptaría. Sólo se sabe de un grupo de personas que haya sobrevivido a esta maldición, y dos de ellas, están sentada delante de mí. —Janeth y Alex, tuvieron escalofríos. —Ahora bien, si no existe una Contramaldición para Avada Kedavra, ¿por qué os la he mostrado? Pues porque tenéis que saber. Tenéis que conocer lo peor. Ninguno de vosotros querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y toda la clase volvió a sobresaltarse. Veamos... esas tres maldiciones, Avada Kedavra, Cruciatus e Imperius, son conocidas como las Maldiciones Imperdonables. El uso de cualquiera de ellas contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban. Quiero preveniros, quiero enseñaros a combatirlas. Tenéis que prepararos, tenéis que armaros contra ellas; pero, por encima de todo, debéis practicar la alerta permanente e incesante. Sacad las plumas y copien lo siguiente... —Se pasaron lo que quedaba de clase tomando apuntes sobre cada una de las maldiciones imperdonables. Nadie habló hasta que sonó la campana; pero, cuando Moody dio por terminada la lección y ellos hubieron salido del aula, todos empezaron a hablar inconteniblemente. La mayoría comentaba cosas sobre las maldiciones en un tono de respeto y temor.
Janeth gruñó y decidió ir a buscar a Flitwick, y acusar al profesor...
—No, mejor con la subdirectora —pensó ella, y se fue a buscar a McGonagall.
