Harry Potter, pertenece a J.K. Rowling.
Cazadores de Sombras, pertenece a Cassandra Clare.
37: Las Escuelas Extranjeras y El Cáliz de Fuego.
McGonagall miró con sus negros ojos, a través de esos lentes, a Janeth quien la miraba fijamente, con esos ojos verde oscuros, tan antinaturales para ella... pero tan normales, para la familia Fairchild, como lo era el cabello rojo, en esa familia Nefilim. —Definitivamente, lo que me cuenta, sobre esta... clase, por parte del profesor Moody, es preocupante, señorita Fairblue, puede estar usted segura, de que se lo comunicaré al profesor Dumbledore, para saber qué piensa hacer él, al respecto. —Dijo la subdirectora, quien se alegró al ver la sonrisa alegre y satisfecha de Janeth, quien se retiró de su oficina. La Subdirectora, bufó y fue hacía su chimenea, agarrando polvos Flu, arrojándolos a la chimenea, permitiéndose una interconexión con todas las chimeneas, de las oficinas de los maestros, pero rápidamente, desconectó la de Moody y las de los maestros de Pociones, Historia de la Magia, Herbología, Encantamientos, Astrología y Vuelo. —Una alumna ha venido a mí, para informarme, que el profesor Moody, les ha enseñado las tres Maldiciones Prohibidas, empleando arañas en la clase.
Durante las siguientes tres mañanas, Janeth estuvo trabajando a fondo con Alex, Hermione, Ron, Daphne, Tracy y Astoria, para intentar alejar el asunto de las Maldiciones Imperdonables, de las mentes de todas ellas. Las entrenó físicamente, les enseñó algunos hechizos que podían usar, sin necesidad de palabras rimbombantes, ni palabras en idiomas demoniacos, además de usar los libros que había recuperado de la mansión, para enseñarles de los demonios que existian, y las presionaba en Esgrima; así como en el uso de las muchas Runas Angelicales existentes, invocando a un demonio de rango menor, y mostrando que incluso se le podía aprisionar, haciendo uso de las Runas del Libro Gris, con una varita mágica y el hechizo Flagrate, el cual te permitía escribir o dibujar en el aire, dejando detrás de sí, un rastro de líneas ardientes.
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Para la sorpresa de los alumnos de cuarto año, el profesor Moody anunció que les echaría la maldición Imperius por turnos, tanto para mostrarles su poder, como para ver si podían resistirse a sus efectos.
—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...
—Y lo está, señorita Granger. Pero Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de vosotros prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le arroje la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula. — Señaló la puerta con un dedo nudoso. Hermione se puso muy colorada, y murmuró algo de que no había querido decir que deseara irse. Harry y Alex se sonrieron el uno al otro. Sabían que Hermione preferiría beber pus de bubotubérculo antes que perderse una clase tan importante.
Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición Imperius. Alex vio cómo sus compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Alex dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Millicent Bulstrode imitó una ardilla, Padma Patil realizó un baile de Tap y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba.
—Potter —gruñó Moody—, ahora te toca a ti. —Alex se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo: — ¡Imperio! —Fue una sensación maravillosa. Alex se sintió como flotando cuando toda preocupación y todo pensamiento desaparecieron de su cabeza, no dejándole otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía. Se quedó allí, inmensamente relajado, apenas consciente de que todos lo miraban. Y luego oyó la voz de Ojoloco Moody, retumbando en alguna remota región de su vacío cerebro: «Salta a la mesa... salta a la mesa...» Alex, obedientemente, flexionó las rodillas, preparado a dar el salto.
«Pero ¿por qué?» Otra voz susurró desde la parte de atrás de su cerebro. «Qué idiotez, la verdad», dijo la voz.
«Salta a la mesa...»
Lo siguiente que notó Alex fue mucho dolor. Había tratado al mismo tiempo de saltar y de resistirse a saltar. El resultado había sido pegarse de cabeza contra la mesa, que se volcó, y, a juzgar por el dolor de las piernas, fracturarse las rótulas. —Bien, ¡por ahí va la cosa! —gruñó la voz de Moody. — ¡Miren esto, todos ustedes... Potter se ha resistido! Se ha resistido, ¡y el condenado casi lo logra! ¡Muy bien, Potter, de verdad que muy bien! —la siguiente en pasar, fue Janeth. —Imperio —sus ojos demostraban, que sí cayó en la maldición. —Realiza una medialuna (1)
—No.… lo creo... —dijo ella.
—Excelente, Bluechild —dijo Moody, sonriéndole de forma supuestamente alentadora. Janeth le miró fijamente, permitió que la Runa de Visión, se activara solo con enviar su magia a la Runa, y lo vio.
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—Por la manera en que habla —murmuró Alex una hora más tarde, cuando salía cojeando del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras (Moody se había empeñado en hacerle repetir cuatro veces la experiencia, hasta que logró resistirse completamente a la maldición Imperius)—, se diría que estamos a punto de ser atacados de un momento a otro.
—Sí, es verdad —dijo Ron, dando alternativamente un paso y un brinco: había tenido muchas más dificultades con la maldición que Alex y su molesta hermana, aunque Moody le aseguró que los efectos se habrían pasado para la hora de la comida—. Hablando de paranoias... —Ron echó una mirada nerviosa por encima del hombro para comprobar que Moody no estaba en ningún lugar en que pudiera oírlo, y prosiguió—, no me extraña que en el Ministerio estuvieran tan contentos de desembarazarse de él: ¿no le oíste contarle a Seamus lo que le hizo a la bruja que le gritó «¡Bu!» por detrás el día de los inocentes? ¿Y cuándo se supone que vamos a ponernos al tanto de la maldición Imperius con todas las otras cosas que tenemos que hacer?
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Todos los alumnos de cuarto habían apreciado un evidente incremento en la cantidad de trabajo para aquel trimestre. La profesora McGonagall les explicó a qué se debía, cuando la clase recibió con quejas los deberes de Transformaciones que ella acababa de ponerles. — ¡Todos ustedes, están entrando en una fase muy importante de su educación mágica! —declaró con ojos centelleantes—. Se acercan los exámenes para el TIMO.
— ¡Pero si no tendremos el TIMO hasta el quinto curso! —lloriqueó Draco Malfoy.
—Es verdad, Malfoy, pero créeme: ¡tienen que preparase lo mejor posible! La señorita Granger sigue siendo la única persona de la clase que ha logrado convertir un erizo en un alfiletero como Dios manda. ¡Permítame recordarle que el suyo, Malfoy, aún se hace una pelota cada vez que alguien se le acerca con un alfiler!
El profesor Binns, el fantasma que enseñaba Historia de la Magia, les mandaba redacciones todas las semanas sobre las revueltas de los duendes en el siglo XVIII; el profesor Snape los obligaba a descubrir antídotos, y se lo tomaron muy en serio porque había dado a entender que envenenaría a uno de ellos antes de Navidad para ver si el antídoto funcionaba; y el profesor Flitwick les había ordenado leer tres libros más como preparación a su clase de encantamientos convocadores.
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Cuando llegaron al vestíbulo, no pudieron pasar debido a la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero. Daphne fue la primera en detenerse, por lo que Tracy y Janeth, también lo hicieron.
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TORNEO DE LOS TRES MAGOS
Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.
Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.
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— ¡Sólo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan, un alumno de Hufflepuff, saliendo de la aglomeración—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...
— ¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.
—Diggory —explicó Alex—. Querrá participar en el Torneo.
— ¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud.
—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de Quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante realmente bueno. Y es prefecto. Lo dijo como si eso zanjara la cuestión.
—Sólo te gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.
—Perdona, a mí no me gusta la gente sólo porque sea guapa —repuso Hermione indignada. Ron fingió que tosía, y su tos sonó algo así como: «¡Lockhart!»
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El cartel del vestíbulo causó un gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Harry, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los tres magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...
Alex y Janeth notaron, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primer año, hasta la histeria.
Los profesores también parecían algo nerviosos. — ¡Longbottom, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de llevar a cabo un sencillo encantamiento Permutador! —gritó la profesora McGonagall al final de una clase especialmente difícil en la que Neville se había equivocado y le había injertado a un cactus sus propias orejas.
Ante eso, Daphne y Tracy pusieron sus ojos en blanco, y se pasaron junto a Janeth, dos días enteros, hasta que el Permutador le funcionó perfectamente a Neville.
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Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin. Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.
Janeth escuchó a Fred hablando. —Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la transformación del mapache.
—McGonagall si nos dijo que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas. —Dijo Fred.
—Bueno, los directores de los colegios participantes deben de formar parte del tribunal —declaró Hermione, y todos se volvieron hacia ella, bastante sorprendidos—, porque los tres resultaron heridos durante el torneo de mil setecientos noventa y dos, cuando se soltó un basilisco que tenían que atrapar los campeones. —Ella advirtió cómo la miraban y, con su acostumbrado aire de impaciencia cuando veía que nadie había leído los libros que ella conocía, explicó: —Está todo en Historia de Hogwarts. Aunque, desde luego, ese libro no es muy de fiar. Un título más adecuado sería «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».
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Aquel día, había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang. Hasta la clase de Pociones fue más llevadera de lo usual, porque duró media hora menos. Cuando, antes de lo acostumbrado, sonó la campana, Alex, Ron y Hermione salieron a toda prisa hacia la torre de Gryffindor, dejaron allí las mochilas y los libros tal como les habían indicado, se pusieron las capas y volvieron al vestíbulo.
Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas. —Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo. —Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza. —Fairblue, muestra interés. Síganme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...
Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Janeth, de pie entre Daphne y Tracey, incluso si no era una Slytherin, estaban en la cuarta fila, Janeth vio a Dennis Creevey temblando de emoción entre otros alumnos de primer curso.
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Escudriñaron nerviosos los terrenos del colegio, que se oscurecían cada vez más. No se movía nada por allí. Todo estaba en calma, silencioso y exactamente igual que siempre. Harry empezaba a tener un poco de frío, y confió en que se dieran prisa. Quizá los extranjeros preparaban una llegada espectacular... Recordó lo que había dicho el señor Weasley en el cámping, antes de los Mundiales: «Siempre es igual. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos...» Y entonces, desde la última fila, en la que estaban todos los profesores, Dumbledore gritó: — ¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!
— ¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.
— ¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.
Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande. — ¡Es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey. La suposición de Dennis estaba más cerca de la realidad. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado, pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante. Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran más grandes que platos, metiendo tal ruido que Neville dio un salto y pisó a un alumno de Slytherin de quinto curso. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.
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Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces Harry vio un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que Harry había visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.
En toda su vida, Alex y Janeth sólo habían visto una persona tan gigantesca como aquella mujer, y ése era Hagrid. Le parecía que eran exactamente igual de altos, pero aun así (y tal vez porque estaba habituado a Hagrid) aquella mujer —que ahora observaba desde el pie de la escalerilla a la multitud, que a su vez la miraba atónita a ella —parecía aún más grande.
Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer. Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela. —Mi querida Madame Maxime —dijo—, bienvenida a Hogwarts.
—Mis alumnos —dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido. Harry, que no se había fijado en otra cosa que en Madame Maxime, notó que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza. Por lo que alcanzaba a distinguir Harry (ya que los tapaba la enorme sombra proyectada por Madame Maxime), todos miraban el castillo de Hogwarts con aprensión. —¿Ha llegado ya «Kagkagov»? —preguntó la directora de Beauxbatons.
—Se presentará de un momento a otro —aseguró Dumbledore—. ¿Prefieren esperar aquí para saludarlo o pasar a calentarse un poco?
—Lo segundo, me «paguece» —respondió Madame Maxime—. «Pego» los caballos...
— ¡El lago! —gritó Lee Jordan, señalando hacia él—. ¡Miren el lago!
Aparecieron grandes burbujas, y luego se formaron unas olas que iban a morir a las embarradas orillas. Por último, surgió en medio del lago un remolino, como si al fondo le hubieran quitado un tapón gigante... Del centro del remolino comenzó a salir muy despacio lo que parecía una asta negra, y luego un barco pirata, apareció. La puerta del mismo se abrió, y el director, junto a los alumnos, descendieron del barco, el que iba delante de los alumnos, claramente era el director, quien llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello. — ¡Dumbledore! —gritó efusivamente mientras subía la ladera—. ¿Cómo estás, mi viejo compañero, cómo estás?
— ¡Estupendamente, gracias, profesor Karkarov! —respondió Dumbledore.
Karkarov tenía una voz pastosa y afectada. Cuando llegó a una zona bien iluminada, vieron que era alto y delgado como Dumbledore, pero llevaba corto el blanco cabello, y la perilla (que terminaba en un pequeño rizo) no ocultaba del todo el mentón poco pronunciado. Al llegar ante Dumbledore, le estrechó la mano. —El viejo Hogwarts —dijo, levantando la vista hacia el castillo y sonriendo. Tenía los dientes bastante amarillos, y Harry observó que la sonrisa no incluía los ojos, que mantenían su expresión de astucia y frialdad—. Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...
Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de Hogwarts, de camino al Gran Comedor, Harry vio a Lee Jordan dando saltos en vertical para poder distinguir la nuca de Krum. Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.
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Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Harry vio que Malfoy, Crabbe y Goyle parecían muy ufanos por este hecho. En el instante en que miró, Malfoy se inclinaba un poco para dirigirse a Krum.
Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas. Dos de ellos cogían los platos y las copas de oro y los examinaban, aparentemente muy impresionados. Los de Durmstrang, se sentaron con los Slytherin.
Los de Beauxbatons, se sentaron con los Ravenclaw.
— ¡Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes! —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. ¡Es para mí un placer daros la bienvenida a Hogwarts! Deseo que vuestra estancia aquí os resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea. El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó el director Dumbledore—. ¡Ahora os invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvierais en vuestra casa!
Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Alex hubiera visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.
El joven Potter, miró a su hermana, quien agarró un plato, quizás francés, pues los de Beauxbatons, los estaban comiendo, y ella también lo comió, con gran familiaridad en su rostro.
—Cuando puedan apartar la vista de ahí —gruñó Hermione, pues todos los hombres se habían quedado embobados, mirando a una chica rubia de Beauxbatons—, verán quién acaba de llegar. —Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime. —Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración.
Todos comieron, charlaron, se gritaron de unas mesas a otras, para saber más de las vidas en las escuelas francesa y búlgara, a cambio, los de Hogwarts, también contaron sobre sus vidas y como era la vida en el colegio.
—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas, antes de que traigan el cofre, sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos. —Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de Quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado. —Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones. Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre... —Filch, que había pasado inadvertido, pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción. Dennis Creevey se puso de pie sobre la silla para ver bien, pero era tan pequeño que su cabeza apenas sobresalía de las demás. —Como todos sabéis, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego. —Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado. Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien. —Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir. Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años. Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego estáis firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que debéis estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.
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A la mañana siguiente, parecía que muchos habían colocado sus nombres, y en cada mesa, faltaban alumnos de todas las edades, que no contaran con los diecisiete años, correspondientes para participar en el Torneo de los Tres Magos.
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El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, Harry no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—, Alex sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.
—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.
No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacía daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes. De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito. Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado. —El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.
— ¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú! —Se apagaron los aplausos y los comentarios.
La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino. —La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!
La chica que parecía una Veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw. Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...
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Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino. —El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Alex Potter!
Alex permaneció sentado, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban. Se sentía aturdido, atontado. Debía de estar soñando. O no había oído bien. Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Alex, que seguía inmóvil, sentado en su sitio. En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo. Alex se volvió hacia Ron y Hermione. Más allá de ellos, vio que todos los demás ocupantes de la larga mesa de Gryffindor lo miraban con la boca abierta. —Yo no puse mi nombre —dijo Alex, totalmente confuso y pálido—. Ustedes lo saben.
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Alex se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Le pareció un camino larguísimo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca, aunque él caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector. El zumbido se hacía cada vez más fuerte. Después de lo que le pareció una hora, se halló delante de Dumbledore y notó las miradas de todos los profesores. —Bueno... cruza la puerta, Alex —dijo Dumbledore, sin sonreír. Nuevamente, se encendió la copa. Su ceño se frunció, esto no estaba bien, ni en sus planes. — ¡Janeth Fairblue!
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Alex entró en la sala, donde ya estaban Viktor y Fleur, pero no había escuchado a Dumbledore llamar a su hermana, ni notó a Janeth detrás de él. Estaba perplejo, perturbado y perdido, ¿Qué estaba pasando?, ¿Por qué su nombre salió de la copa?
—Janeth, ¿desean que volvamos? —preguntó Viktor, dando algunos pasos hacía ella.
—No —dijo ella, Alex pegó un salto, y se giró para ver a su hermana, quien estaba enfadada. —Mi nombre, y el de mi hermano salieron de la Copa. —Viktor dio un paso al frente, y abogó por ellos (o por Janeth, al menos), diciendo que ella jamás entraría en algo como esto.
— ¡Extraordinario! —dijo un muy feliz Ludo Bagman—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballero... señorita —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose a los otros tres—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, a los campeones del Torneo de los Tres Magos, número tres y número cuatro?
—Esto no es un motivo de celebración, Señor Crouch —dijo Janeth, con una voz fría, haciendo saltar al hombre y a los tres directores. —Llamen a James y Lily de inmediato, el Cáliz ha sido manipulado. —Vio a los directores entrar, y al profesor Moody. De la mano de Janeth, surgió una ristra de chispas rosadas y negras, que golpearon a Moody, dejándolo encerrado en una especie de burbuja, al instante, los directores y profesores, desenfundaron sus varitas mágicas. Pero Janeth bajó el brazo. —Solo esperen —dijo ella, frunciendo el ceño, mientras sentía a Sebastian querer resurgir, y que le permitieran despedazar al cabrón, que le metió en este asunto.
Ante los propios ojos de los participantes en el Torneo de los Tres Magos, la cara de Alastor Moody, comenzó a cambiar: se borraron las cicatrices, la piel se le alisó, la nariz quedó completa y se achicó; la larga mata de pelo entrecano pareció hundirse en el cuero cabelludo y volverse de color paja; de pronto, con un golpe sordo, se desprendió la pata de palo por el crecimiento de una pierna de carne; al segundo siguiente, el ojo mágico saltó de la cara reemplazado por un ojo natural, y rodó por el suelo, girando en todas direcciones. Los participantes del Torneo, vieron tendido ante ellos, a un hombre de piel clara, algo pecoso, con una mata de pelo rubio, algunas arrugas aquí y allá, y tenía una barba poblada.
— ¡Barthemius Crouch Jr.! —gritaron la profesora McGonagall y Karkarov, incrédulos, ante el rostro del falso Moody.
—Poción Multijugos —dijo la profesora Tonks. —Una poción que le permite transformarse en alguien más. Pero, para poderla realizar... —agarró la petaca de Moody y la olió —Sí. Es la Poción Multijugos, todos saben que Moody solo bebe de su petaca, bien planeado, pero entonces... ¿Dónde puede estar Moody?
— ¿En su baúl, quizás? —sugirió el profesor Flitwick.
—Llamaré a los Aurores, de inmediato —dijo Minerva, caminando hacía la chimenea.
Dumbledore miraba todo esto, impotente y sin comprender. Miró a Janeth, y lanzó una onda de Legeremancia, solo para que su mente fuera jalada, como si de un Traslador se tratara, y acabara dirigiéndose a gran velocidad, hacía la pared de un precipicio, lleno de picos. Se esforzó, hasta poder salir de la mente de Janeth, sin resultar herido. — ¡Maldición! —pensó enfurecido. — ¡Maldita mocosa Fairblue!, ¿Quién demonios le enseñó tal forma de construir una defensa Oclumántica?, ¡¿Cómo supo que Moody era un impostor?!
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James y Lily Potter, seguidos por Sirius Black, Kingsley Shackelbolt, Nymphadora Tonks y John Dawlish, ingresaron por la chimenea, quedando sorprendidos, al ver a Crouch Jr. con vida, en el suelo de un salón del colegio Hogwarts.
La profesora Tonks apareció, y le dio el Veritaserum, haciéndolo beber, y luego de algunas preguntas, quedó en claro que Crouch Sr. sacó a su hijo de prisión y lo puso bajo la maldición Imperius en su casa, y que cuando se liberó, viajó hasta Albania, para traer al espectro de Voldemort, de vuelta a tierras británicas, y preparar algún tipo de ritual, y pudo atacar a Moody en su casa, dejándolo inconsciente, y robando su cabello, para realizar la poción Multijugos, infiltrándose en Hogwarts, para que Alex Potter participara en un ritual mandado por Voldemort, pero que Fairblue lo detuvo en estos momentos.
Cuando los Aurores se llevaron a Crouch Jr. lo hicieron por el pasillo, aclarando a los alumnos de Hogwarts, quien era el hombre y como quien, se había disfrazado. Pero no entraron en más detalles. Lo sacarían de las inmediaciones de Hogwarts, y se Desaparecerían, hasta el Ministerio de Magia.
—Entonces, señor Bagman, director Dumbledore, ¿el Niño Mágico y yo, todavía tenemos que competir? —preguntó Janeth, finalmente.
—Eso me temo, —dijo Bagman nervioso —sus nombres salieron del Cáliz y, en consecuencia, están atados por un contrato mágico, o perderán su magia.
— ¡PERO NO SON MAYORES DE EDAD! —protestó Lily.
—Lo siento mucho Lily, pero no hay nada que se pueda hacer —se disculpó Dumbledore, con su tono de abuelo.
—Necesito hablar con Albus —dijo Lily repentinamente —, ¿podrían todos salir, por favor? —todos salieron de la habitación, lo próximo que se supo, fue que la habitación, había sido destruida, por una furiosa Lily, y la barba y cabello de Dumbledore, le fueron arrancados mágica y muy dolorosamente.
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Unos minutos después, estaba un Albus irreconocible: calvo y sin barba, en su propia oficina, aun adolorido por el tratamiento de Lily Potter, preguntándose cómo era posible, que todo acabara yendo tan mal. Quería a Alex en el Torneo, porque esta sería, una buena prueba para él: necesitaba aprender a perdonar, a levantarse cuando todos le dieran la espalda y seguir adelante, para así ser el héroe que necesitaba la Inglaterra Mágica.
Además, le permitiría a Dumbledore saber qué clase de magia, ha estado aprendiendo Alex de Janeth, y detener las clases, si consideraba que no era apropiado.
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Pero el hecho que Janeth Potter, estuviera en el Torneo era algo inesperado.
¿Quién colocó su nombre en la Copa?, ¿Por qué lo hicieron?
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A la mañana siguiente, hubo algo que a Dumbledore no le gustó. Y fue el hecho, de que Alex se sentó, junto a su hermana, en la punta de la mesa de Ravenclaw, y no en la de Gryffindor. Cuando McGonagall y Dumbledore, fueron a pedirle, que se fuera a sentar en su mesa, un deprimido y muy triste Alex, le dijo a su hermana, que Hermione y Ron, no le creyeron, cuando les dijo, que él no colocó su nombre en el Cáliz, y que ya no eran sus amigos.
En una increíble muestra de amor fraternal, Janeth le besó la sien, y le recordó que era su hermana mayor, y que estaba allí, para él.
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(1) Busquen en Wikipedia, algo llamado "Cartwheel", eso es una Medialuna.
