Dsiclaimer: Fire Emblem no me pertenece.
Capítulo II
La lluvia no dejaba de caer, fría contra su piel, y ni eso era suficiente para sofocar las llamas que rápidamente consumían la pila funeraria, que se elevaban más alto como si buscaran lamer el cielo mientras exhalaban brazas que morían en un abrir y cerrar de ojos.
Gawain solo deseaba marcharse y recostarse un rato, se estaba cansando de hacerse el fuerte mientras todos lo miraban fijamente a la espera de que por lo menos él derramara una lagrima por la madre que acababa de dejarlo huérfano. Pero no lo haría, no mientras su padre lo estuviera observando por el rabillo del ojo.
—No quiero ver ni una sola lagrima empañando tus ojos, Gawain —le había dicho lord Ike, mientras las sirvientas limpiaban el desorden tras el fallido parto de lady Simone que le había arrancado la vida tanto a ella como al bebé—. Yo perdí a mi esposa y la oportunidad de tener un hijo digno de llevar mi apellido y heredar mi título y no por eso estoy llorando. Tú tampoco lo harás, es una orden.
Gawain no iba a desobedecer, no después de confirmar que Ike no lo consideraba digno de ser su hijo. Apretó los puños y se mordió la lengua, haciendo acopio de fuerzas para no dejarse llevar por la sensación que le oprimía el pecho y la garganta, como si fueran manos invisibles que trataban de ahogarlo.
El sacerdote continuó con la plegaria que seguro sabía de memoria y pronunciaba mas por inercia que por verdadero sentimiento, a pesar de que era ese mismo hombre el confesor de su madre y a quien ella consideró siempre como uno de sus mejores amigos.
Lo cierto era que Gawain muy pocas veces veía sinceridad en alguno de los sacerdotes, sacerdotisas u obispos de Daein y no entendía porque su madre siempre fue tan devota entre un montón de gente hipócrita.
Ella sí creía en la diosa, ella sí hacía las cosas como supuestamente debían hacerse y aun así, era ella la que estaba ahí, envuelta en llamas, convirtiéndose en cenizas solo por desear otro hijo para ella y para el esposo que tanto amaba solo porque se sentía sola, todo mientras aquellos hipócritas bostezaban o soñaban despiertos con estar en cualquier otro lugar que no fuera el funeral de lady Simone Frigg.
Sus ojos azules ardieron ante las lágrimas que comenzaron a luchar por salir al pensar lo poco que convivió con ella, lo poco que en verdad la conoció, pero sobre todo, como una puñalada a su ya dolorido corazón, el hecho de que ya no podría siquiera hacer el intento. Su madre estaba muerta, ya nunca más la volvería a ver, jamás escucharía su voz, nunca sentiría de nuevo su beso de buenas noches. Solo le quedaba un recuerdo vacío de una frágil mujer callada, a veces algo distante y melancólica, que se paseaba por el palacio en completo silencio, como un alma en pena que no encontraba su lugar en el mundo.
«Le faltó tanto cariño» pensó, mordiéndose más fuerte la lengua para ahogar el primer sollozo que intentaba escapar.
—Eres muy fuerte, muchacho.
Gawain se sobresaltó al sentir una mano sobre su hombro. Se enjugó rápidamente las lagrimas antes de que estas rodaran por sus mejillas y al mirar con detenimiento a su alrededor, se dio cuenta de que todos los presentes hacían una reverencia ante la entrada del Rey de Daein, quien era el que había tocado su hombro.
—Gawain —se escuchó firme voz de lord Ike, al tiempo que jalaba levemente el brazo de su hijo—. Tus modales.
—No te preocupes, Ike —respondió el rey, sus ojos verdes reflejando las llamas naranjas de la pila funeraria—. Mi más sentido pésame…
Gawain quiso darle las gracias, pero no lo consiguió, el nudo en su garganta le apretaban demasiado hasta producirle dolor. Si abría la boca sabía que un sollozo escaparía y luego le resultaría imposible contener el resto.
Fueron horas las que transcurrieron hasta que el fuego finalmente consumió por completo el cuerpo de lady Simone y el bebé que nació muerto. Todos los presentes estuvieron ahí hasta el final, mas por obligación que por simpatía hacía la familia de la fallecida. Para Gawain, solo el rey parecía genuinamente apenado y solo por eso, el muchacho decidió que tal vez era una buena persona.
Después de que varías mujeres vestidas de negro y con velos cubriéndoles el rostro recogieran las cenizas y las entregaran en una hermosa vasija de oro a lord Ike, el hombre le pidió a su hijo que le diera un momento mientras hablaba con el rey.
Gawain no tuvo más remedio que acceder a la petición de su padre y decidió deambular un rato por los amplios salones y corredores del templo de Palmeni, observando las extrañas pinturas y tapices que decoraban los muros de piedra tallada. Recorrió un largo tramo hasta llegar al salón principal de oración, donde un intenso aroma a incienso llenaba el aire, volviendo el ambiente pesado y sofocante cuando se suponía, debía ser relajante. Las luces multicolores que generaban los vitrales solo empeoraban las cosas y le daban al lugar una luz que lastimaba los ojos y cansaba la vista.
Tomó asiento en el primer banco que encontró y respiró profundo.
—Madre… —susurró, llevándose las manos a la cara—. Perdóname… No fui buen hijo para ti, por mi culpa tuviste que buscar otro cuando ya no podías.
Sintió como si le dieran un golpe en el pecho y finalmente, sus sollozos lograron escapar con libertad sin que él continuara con sus intentos por mantenerse fuerte. En ese momento estaba completamente solo y la realidad le había caído como un balde de agua helada que le calaba hasta los huesos. Solo en ese momento pudo darse cuenta en su totalidad de que siempre hizo a un lado a su madre tan solo por pensar en lo que su padre quería de él.
—Mamá…mamá…por favor…perdóname —continuó en medio del llanto, con su cuerpo estremeciéndose a cada sollozo, con su rostro aun cubierto. Perdió la noción del tiempo, dejó de sentir el aire sobrecargado de aromas dulces, y el peso que sentía en su espalda fue sintiéndose menos, así como el asfixiante nudo en su garganta.
Cuando sus ojos ya no derramaron más lágrimas, levantó la mirada y no pudo evitar echarse para atrás al ver a una niña de cabello azul sentada en el banco frente a él.
—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó, sus ojos color celeste viéndolo fijamente y llenos de consternación.
—Yo…sí —respondió Gawain, limpiándose rápidamente la cara con el dorso de la mano, sintiendo el corazón golpeándole fuerte contra el pecho ante el súbito encuentro cuando creyó que estaba completamente solo.
—Lo siento —se disculpó la muchachita—. No era mi intención asustarte, pero me preocupó verte así cuando…allá afuera parecías una estatua.
El muchacho echó un rápido vistazo a su alrededor para comprobar que nadie más estuviera presente, pero solo estaban ellos dos y aquel silencio de momentos interrumpido por el repiqueteo de la lluvia en los vitrales.
Sus ojos azules volvieron a la muchacha que no dejaba de mirarlo y recordó haberla visto en algún lugar hacía ya tres años atrás, pero en una versión un tanto más pequeña y con una expresión de genuino enojo en su rostro.
—Eres…la niña que salvó al laguz —dijo Gawain, levantándose de su asiento.
La niña también se levantó y arrugó el ceño.
—Baja la voz —pidió, de manera severa—. Tú eras ese muchacho que iba a matar al…espera, ¿lo llamaste laguz?
—S-sí —asintió Gawain, sin saber si debía continuar con la conversación o solo marcharse y buscar a su padre—. Es…así como se les debe llamar, ¿no?
—Sí, justo así… ¿Eso quiere decir que ya no los cazas?
—Dejé de hacerlo desde ese día —confesó, incomodo al decirlo a una niña con la que acaba de cruzar palabra, pero la comodidad de pronto se apoderó de él y vio estúpida la necesidad de esconder algo que a ella parecía alegrarle, a diferencia del resto de la gente, con los que siempre mentía y alardeaba de lo que, desde sus trece años, le daba repulsión.
—Eres bueno…muchas gracias —dijo la niña, sonriéndole delicadamente—. Me llamo Elena.
—Yo…soy Gawain Frigg, un gusto conocerte.
—Sí, sí sé quién eres…lamento lo de tu madre.
—…También yo.
Hubo un incomodo silencio en el que ambos se miraron con disimulo. Elena tomó su mano y Gawain se estremeció delicadamente ante el tibio y suave tacto que nunca antes había sentido.
—Sé que ella te ama y no te culpa por nada. Aunque ya no puedas verla, ella siempre estará contigo, cuidándote —le dijo, de nuevo sonriéndole para luego depositar un beso en su mejilla y marcharse como si nada de aquello hubiera ocurrida.
Gawain se quedó inmóvil mientras un ardor en el área besada se extendía por el resto de su cuerpo. Lo mismo que sintió cuando ella tomó su mano se agravó e incluso un cosquilleó le inundó el vientre, extraño e incomodo, pero relajante al mismo tiempo. Su tristeza pareció esfumarse y solo quedó una calidez que lo hizo suspirar y perderse en medio de la nada, viendo los vitrales sin prestarles verdadera atención.
Cuando apenas una sonrisa se dibujaba en sus labios, la voz de su padre lo sacó del trance y lo hizo girarse para encarar al hombre que entraba al salón, observándolo fijamente, de pies a cabeza como si se preguntara el porqué era como era.
—¿Ya nos vamos, padre? —le preguntó al percatarse que él no parecía tener intenciones de decir nada.
—…Sí, pero tú irás a Nevassa —dijo, después de unos segundos que parecieron eternos—. El rey quiere entrenarte y te tomará como su escudero.
Gawain quiso hablar, pero de nuevo las palabras se atoraron en su garganta.
Eran demasiadas emociones como para poder manejarlas todas en un solo día.
El rey de Daein todavía no es Ashnard uwu la familia real y todos sus príncipes y princesas siguen vivos…Greil tiene apenas dieciséis años recién cumplidos y pues…vamos a empezar con el cómo se convirtió en quien fue.
Me alegra haber podido actualizar este fic porque ya tenía mucho ahí parado…todo por fics que…pues no.
En fin, espero les haya gustado el cap :) Muchas gracias por leer.
Un review por favor u.u son con los que me inspiro cuando estoy muy bloqueada.
