Capítulo III
—Debes estar a tiempo para la cena o simplemente te iras a la cama sin comer. Nada se servirá en sus habitaciones y nada será servido después de las horas indicadas, no habrá comidas extras a menos que el mismo Rey lo autorice. Si comen o no dependerá enteramente de ustedes. Deberán estar en la cama temprano para despertar temprano y no llegar tarde a ninguna de sus lecciones o habrá un castigo de por medio, si ese comportamiento se repite más de una vez…
Fingía escuchar sin decir palabra alguna, simplemente mirando a su alrededor, tratando de memorizar el recorrido hasta lo que sería su nuevo cuarto, observando las armaduras a cada lado del corredor, un tanto oxidadas y polvorientas. Las pinturas de otros reyes que ni siquiera sus abuelos habían conocido, los tapices coloridos que seguramente eran regalos de nobles de otras naciones, algunos que incluso relataban batallas de antaño que muchos creían habían sentado los cimientos del ahora reino de Daein.
Era un lugar tan lúgubre y carente de armonía, silencioso, como si nadie más viviera ahí. Era tan similar a su hogar y al mismo tiempo tan diferente.
Tras el funeral de su madre y como si su padre ya hubiese tenido todo preparado desde un comienzo, Gawain fue enviado a la capital, Nevassa, como aprendiz del Rey, todo sin darle una razón en concreto, sin siquiera despedirse de él como era apropiado y asegurando que ese mismo día enviaría el resto de sus cosas.
Fuera para deshacerse de él o como un último intento para que fuera digno, el joven no estaba seguro, pero tampoco había podido negarse y no tuvo más remedio que aceptar y marcharse a un lugar que solo había visitado una vez en su vida, cuando era demasiado pequeño para siquiera recordar algo.
Poco a poco se estaba haciendo a la idea de que nunca volvería a su hogar y probablemente tampoco vería de nuevo a su padre.
—Joven Gawain —lo llamó el hombre, aclarando su garganta con molestia—. ¿Está prestando atención? No repetiré las cosas más de una vez.
—No se preocupe, me ha quedado claro —mintió.
Si había algo que realmente tuviera que saber, tarde o temprano lo averiguaría, por las buenas o por las malas.
En realidad, no le importaba mucho, nada le importaba ya. Había perdido a su madre, su padre lo despreciaba y lo había echado de su propio hogar sin mirar dos veces.
Mas de una vez, mientras el carruaje lo llevaba hasta ahí y mientras aquel hombre recitaba las reglas de la manera más monótona posible, pensó en simplemente escapar, esfumarse y que nunca más nadie supiera de él. Podría vivir como un mercenario, como cualquier otra cosa, pero bajo sus propias reglas y olvidándose de todo lo demás.
—Bien…compartirá alcoba con el otro aprendiz del Rey, eviten cualquier altercado entre los dos —el sirviente le entregó una llave y señaló la última puerta en aquel largo corredor sin ventanas para luego marcharse con paso apresurado.
Gawain se quedó ahí un momento, tan solo observando la puerta y pensando en lo que quería, en la situación en la que estaba.
Odiaba todo, odiaba haber pedido a su madre, odiaba que su padre lo viera como un estorbo, odiaba ser el supuesto aprendiz de un Rey que muy apenas y conocía y odiaba tener que compartir habitación con un completo desconocido cuando seguramente la fortaleza estaba llena de cuartos vacíos.
Estaba por entrar a la alcoba cuando la puerta de esta se abrió de golpe, dejando ver a un muchacho más o menos de la misma edad que él parado en el umbral, con los brazos cruzados y bloqueándole la entrada.
—¿Eres el nuevo? —dijo con desdén, sin moverse siquiera un poco.
Gawain lo observó con detenimiento, era tan alto como él, bien parecido, de cabello negro rojizo que, a pesar de estar un tanto desordenado, le lucia bien. Su piel blanca ligeramente tocada por el sol hacia resaltar sus intensos ojos purpura que lo miraban de manera arrogante, con el mentón alzado como dando la ilusión de lo que estaba viendo desde arriba.
—Sí —respondió a secas, sin dejarse intimidar un poco por su compañero—. Me llamo Gawain Frigg, soy hijo de…
—Sé de quién eres hijo —lo interrumpió el chico, finalmente apartándose de la puerta e indicándole que podía entrar—. Yo soy Aspros Exilion.
—Exilion…el hijo de Zaniah.
—Sí, la misma.
—Es un gusto conocerte —comentó, entrando al cuarto y dejando sus cosas junto a la cama que parecía no estar ocupada.
Era una recamara muchísimo más amplia de lo que había esperado, con dos camas una de cada lado y un escritorio junto a cada una, además de una chimenea lo suficientemente grande para calentar bien todo el lugar una vez que el invierno comenzara.
—¿Y cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —preguntó Gawain para llenar el incomodo silencio.
—Dos meses —dijo Aspros, cerrando la puerta bajo llave y tomando asiento en la silla de su escritorio—. ¿Y tú porque estás aquí? ¿Lord Frigg finalmente se cansó de ti?
Sintió una extraña punzada en el pecho al ver la sonrisa de lado que le dedicó el muchacho, pero se mantuvo firme y tranquilo, como si aquello no le hubiera molestado en lo más mínimo.
Sabía bien que el disgusto que sentía su padre hacia él era algo bien conocido entre los nobles. Algunos eran lo suficientemente educados como para guardárselo y solo comentarlo cuando creían que nadie relevante los escuchaba, pero el único hijo de Zaniah Exilion era diferente. Gawain nunca lo había visto, pero había escuchado mucho de él, un muchacho tan apuesto como hábil en combate, aun a pesar de su corta edad, se codeaba con altos rangos de la milicia, muchos inclusos decían que poseía habilidades no humanas que lo dejaban ver cosas que el resto no podía con esos ojos tan peculiares. La gente mencionaba también que era muy arrogante, pero que tenía todas las razones para serlo. Con una lengua tan filosa como elocuente y que encantaba a todos lo que la escuchaban, le era fácil ganarse a la gente a su alrededor, a menos que prefiriera ser completamente honestos con ellos.
Tal parecía que, en el caso de Gawain, había optado por ese último camino.
—Eso parece —se limitó a responderle—. Honestamente creo que se tardó demasiado.
—Creo que me agradas —dijo Aspros, riendo un poco—. Cualquier otro se habría ofendido terriblemente, pero tú te lo tomaste muy bien. Supongo que entiendes que tu padre te hizo un favor al alejarte de él.
Frunció el ceño, sin saber muy bien a lo que el chico se refería con esto, especialmente cuando su tono había dejado cualquier atisbo de burla que hubiese tenido antes.
—Todos dicen que eres algo diferente —continuó el chico, sin borrar su sonrisa arrogante—. Un noble al que no le gusta ir de cacería con su padre y al que han escuchado decir la palabra Laguz en lugar de subhumanos.
—No sé de qué-
—No te preocupes, no tienes por qué fingir aquí. Siempre he creído que algunas prácticas de los nobles de este continente son dignas de seres inferiores e ignorantes. Imagínalos, creerse superiores a los Laguz en lugar de verlos como sus iguales. Que tontería.
—¿De este continente? —inquirió Gawain, genuinamente interesado en la manera que Aspros estaba hablando y todo lo que estaba diciendo como si fuera lo más normal del mundo. Hubo hombres que perdieron la cabeza por menos—. ¿Acaso tú no eres de este continente?
No se sabía mucho de su familia, salvo que su madre había llegado hacía muchos años, cuando su hijo era apenas un bebé, y que, con su increíble belleza y enorme fortuna, se había ganado de inmediato la simpatía y los favores de la familia real.
—No, mi madre y yo vinimos de un continente mil veces mejor que…este lugar tan perdido en el tiempo.
—¿Y de donde se supone que vienes? No hay nada más allá, no después de la gran inundación.
—¿Quién te lo dijo? ¿Los mismos profesores que dicen que los Laguz son bestias sin conciencia?
Por una fracción de segundo Gawain habría jurado que los ojos de Aspros se tornaron de un intenso color índigo con un extraño brillo que le hizo estremecerse, pero fue tan rápido que le resultó imposible saber si había sido un simple engaño de la luz. En ese cuarto solo había una ventana por donde se colaba los débiles rayos del atardecer.
No quiso responder, sintiéndose incluso un tanto avergonzado, más al ver la sonrisa del chico. Nunca se puso a pensarlo, aun después de entender que todo lo que había aprendido sobre los Laguz no era más que una mentira, nunca se había puesto a cuestionar el resto.
—Mas allá del desierto de la muerte —continuó Aspros, señalando dicho lugar en el mapa sobre su escritorio—, existe otro continente llamado Gamma. Ahí los Laguz y Beorc viven en armonía, nunca se les ha visto como menos, nunca se les ha llamado de manera despectiva, a final de cuentas todos somos simples mortales a merced de los Dioses. Es de ahí de donde mi madre y yo vinimos.
Aquello sonaba como algo tan distante para él, como algo digno de un cuento, donde Beorc y Laguz realmente eran tratados por igual, sin ningún tipo de prejuicio o discriminación.
Tan distinto a Tellius por ese simple detalle.
—Y si ese lugar es mejor que aquí, ¿Por qué dejarlo?
Los ojos de Aspros se ensombrecieron y de nuevo pudo verlo, pero está vez como algo más que un simple reflejo de la luz, un intenso color índigo que le devolvía la mirada, que lo hacía sentirse vulnerable, como si pudiera ver a través de su alma.
—Por ahora voy a decirte eso solamente —fue la respuesta que obtuvo—. Como te dije, me caes bien, sería bueno ser amigos para poder sobrevivir a esto, ¿no crees?
—¿Sobrevivir a qué? Solo seremos los aprendices del rey, como sus escuderos.
—En verdad no tienes idea, eh. Supongo que sabes sobre los Jinetes.
Otro escalofrío lo hizo estremecerse y por un instante, la idea de escapar de ahí y vivir en las calles de Nevassa no era tan malo como lo había pensado.
Había escuchado rumores sobre el entrenamiento que los soldados más cercanos a la corona tenían que llevar, aquellos que eran considerados como los mejores, los guerreros que hacían temblar a la guardia real de Begnion, la razón por la que Crimea trataba siempre de mantener relaciones amistosas con su reino vecino. Eran cientos los que intentaban convertirse en uno de esos guerreros de elite, pero solo cuatro los que ultimadamente lo lograban.
Los Cuatro Jinetes de Daein.
Era a ese infierno al que su padre lo había enviado, no porque creyera que era capaz, sino porque estaba seguro de que moriría en el intento. Había optado por la manera más simple de deshacerse de él y una que lo dejaría como un héroe, un hombre que recientemente había perdido a su esposa, depositando todas sus esperanzas en un hijo que tristemente no había sido suficiente.
Que destino tan cruel el de Lord Ike Frigg.
Gawain apretó tan fuerte los puños hasta hacerse daño y, por última vez en su vida, rezó a la Diosa, no por su salvación, sino por su victoria. Si su padre lo quería muerto, era justamente eso lo que no le daría, se convertiría en uno de esos jinetes sin importar que.
Ese era su destino, esa era la razón que lo iba a impulsar de ahora en adelante.
—Me agrada la idea, Aspros, ayudarnos mutuamente para no morir en el intento.
Los ojos del muchacho brillaron como con luz propia, haciendo resaltar aún más el color índigo de estos.
—Sabía que lo había visto en ti —le dijo—. Eso que tu padre no quiere ver, yo lo veo.
—¿Es verdad lo que dicen? ¿Qué vez cosas que los demás no?
—Sí, supongo que es verdad.
—¿Supones?
—¿Me creerías si te dijera que veo a tu madre parada detrás de ti todo el tiempo?
Estuvo a punto de girarse, como por mero acto reflejo al escuchar las palabras de Aspros, pero se contuvo, pensando muy bien lo que acaba de escuchar.
Era demasiado difícil leer al muchacho, saber si lo que decía era alarde, una broma o si en verdad estaba siendo sincero y lo que menos quería Gawain en ese momento era lucir vulnerable frente a él.
Aunque el trato hasta ese momento era el de ayudarse, lo cierto era que, en el fondo, no confiaba en él y estaba más que seguro que el sentimiento era mutuo.
—Está siempre ahí —continuó Aspros, viendo de manera desinteresada a espaldas de Gawain—. Como cuidándote. Se ve muy triste, como melancólica, creo que no se fue feliz de este mundo.
—¿En serio?
—No tengo porqué mentirte —respondió—. No es a la única que veo, hay muchos aquí. A veces me dicen cosas, me guían o me ayudan. Veo luces en las personas que significan cosas diferentes. La tuya es muy peculiar, nunca había visto un color así.
—¿Y eso es malo?
Aspros le sonrió de lado nuevamente, recargándose por completo en el respaldo de su silla.
—No lo sé, pero podemos averiguarlo con el tiempo, amigo.
Tenia mucho tiempo queriendo actualizar esto y finalmente lo logré, espero les guste a pesar del tiempo que esta y todas mis historias estuvieron en pausa, pueden leer desde el primer capitulo so sienten que sea necesario
Muchas gracias por leer, si justan dejar un review, eso me ayuda mucho y me motiva también
