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Los Madrigal

Notas iniciales: No raza, no soy colombiana, pero según yo, allá se hablan de usted, pero en la película si no mal recuerdo no hablan de usted… ni dijeron "marica jueputa"... Me siento engañada ?, pero bueno, trataré de no mexicanizar a los personajes como es mi santa maña.

Ya me desacostumbre a escribir, haber qué y cómo sale.


Hace mucho tiempo… no realmente, ha pasado un año desde que la familia Madrigal perdió y recuperó su casita, así como el que recuperarán sus dones.

Aquel día, cuando el milagro se apagó, la casita se desplomó y los dones se perdieron fue también el día en el que la familia Madrigal empezó a verse, en lugar de mirarse a través de sus dones, comenzaron a notar realmente lo que eran, lo que sentían y el cómo se veían así mismos. Se dieron cuenta de las cargas con las que tenían que lidiar a causa de sus dones y como lo que en un momento fue su milagro, se volvió su agobio, aquellos días sin sus dones les sirvieron de mucho, aprendieron hacer algunas cosas sin depender de la magia para levantar algo, hacer florecer o incluso ayudar a alguien a mejorar su humor.

Mirabel había visto a su familia a través de sus dones, entendió lo pesado que eran para ellos y también entendió la rudeza y casi frialdad de su abuela hacia todos, su don no era algo otorgado por la vela, sino que fue algo que se le concedió desde su nacimiento, su buen y noble corazón.

La comunidad de "Encanto", a la que tanto habían ayudado con sus dones cada que necesitaban ayuda, también respondió al ver a la familia Madrigal perder su casita, con palas, carretillas, burritos y muchas manos amigas, levantaron cada escombro y una nueva casa fue edificada en unión de todos, sólo un detalle faltaba, el picaporte de la entrada, mismo que Antonio, el primito de Mirabel, le entregó a esta para que fuese ella quien lo pusiera en su sitio, ocasionando el resurgimiento del milagro.

Ha pasado un año y medio de aquello, Dolores, quien se había enamorado de Mariano, había iniciado una relación con este, tan bien se llevaban que habían hablado sobre casarse, y la propuesta de matrimonio se llevaría dentro de una semana.

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—Aquí estarás bien. — Dijo una mujer de cabellos grisáceos. —Estar lejos de la ciudad te hará bien. — Comentó viendo a la chica de reojo.

—¿De verdad es eso? ¿No será que quieres deshacerte de mí? — No era pregunta realmente, era afirmación, pero sabía que no tenía sentido empezar la discusión, la respuesta siempre era la misma.

—El padre Jaime te dará asilo, no hay mejor lugar que cerca de Dios. — Respondió la mujer mayor, ignorando las palabras de su hija.

—Seguro… de todos los sitios a dónde podía dejarme… una iglesia era tu mejor opción. — Susurró, mirando al piso.

La mujer miró a la chica y posó su mano sobre la cabeza de esta. —Aquí van a poder ayudarte, sabes que en la ciudad todos creen que es un caso de esquizofrenia. — La menor soltó un suspiro y guardó silencio.

—Hemos llegado. — Anunció el conductor, bajando de la carroza y ayudando a ambas féminas a bajar.

—¡Bienvenidas! — Saludo el padre de aquel pequeño pueblo. —Oh, tú debes ser… Amelia. — Dijo mirando a la chica, por cartas de la madre de está sabía que la chica era… diferente, no sólo en apariencia. La chica no dijo nada, sólo asintió con la cabeza, daba igual si decía algo o no. El padre Jaime volvió hablar. —Pasen, pasen. — Dijo haciendo la invitación, aquel edificio no era iglesia, y tampoco era la casa del sacerdote, era una casita en la cual habían varios niños y niñas, así como algunos jóvenes, era una especie de convento, los niños y jóvenes que ahí vivían eran hijos de gente del mismo pueblo. —Amelia. — Llamó amablemente el padre a la chica. —Esta de aquí será tu habitación. — Señaló tocando a la puerta. Amelia por su parte miraba todo, no era una casa en mal estado, y el padre no parecía ser mala persona, aunque podía notar como el hombre le miraba ligeramente extrañado por ciertos rasgos de la chica.

La puerta que Jaime había tocado se abrió suavemente mostrando a una chica de 14 años, cuya vestimenta era una falda violeta con bordados de flores y bajo está un enagua lila, su camisa blanca con los mismos motivos que su falda, huaraches cafés, su aspecto físico era delgado, ojos medianos color café, cabello negro peinado en dos coletas bajas, la chiquilla miró a ambos adultos, así como a la chica que iba con ellos. —Buenas tardes, Padre Jaime, buenas tardes… em… — No quería ser grosera, pero la mujer adulta y la chica a su lado no le sonaban de nada.

Jaime habló. —Ella es Amelia, será compañera tuya de habitación, estará aquí por un tiempo. — Dijo esperando que ambas iniciarán con el pie derecho. —Y ella. — Dijo señalando a la madre de Amelia. —Es la madre de Amelia, la señora Carmen.

La mujer saludo a la pequeña. —Sé que no es lo más apropiado, pero dejó en sus manos a mi hija. — Dijo recibiendo un asentimiento con la cabeza por parte del padre y un ligero ladeo de cabeza por parte de la pequeña de cabello negro. El padre acompañó a la mujer para hablar de ciertos temas relacionados a la chica que se quedaría por tiempo indefinido, dejando así a ambas chiquillas.

Una vez que ambas se quedaron solas, la chica de cabellos negros miró a detalle a la otra, lucia más grande que ella, pero lo que llamaba de sobre manera su atención era el inusual color de ojos, le daba la impresión de ser claros, pero en un inusual tono rosa. Sin mencionar que tenía un ligero sombreado alrededor de estos del mismo color .—Y… ¿Es la primera vez que vienes a "Encanto"? — Preguntó tratando de romper el hielo. —Ah, perdona, mi nombre es Sandra. — Dijo con una amable sonrisa. —Tengo 14 años, ¿y tú? — Preguntó con curiosidad.

Amelia miró a la menor y sin sonar muy cortante, respondió. —Si, es la primera vez que vengo acá, mi nombre es Amelia y tengo 18. — Dijo mirando a la otra, notando lo distintos que eran sus atuendos, no eran diferencias muy grandes, pero la ciudad tenía una vestimenta muy distinta a la de los pueblos, sin mencionar que los pueblos tenían ropas más coloridas.

Sandra sonrió. —Bueno, si está es la primera vez que vienes a Encanto, entonces qué mejor que dar un recorrido por el pueblo.

Amelia entrecerró los ojos. —No creo que sea buena idea…

Sandra sonrió y tomó a la mayor de la mano. —¡Créeme, es la mejor idea! — Sin esperar respuesta, se llevó a Amelia corriendo.

—¡Espera! — Fue lo único que alcanzó a gritar Amelia, sin embargo su gritó cayó en oídos sordos.

Una vez afuera del edificio, Amelia pudo ver un poco más de aquel pueblo. —¡Bienvenida a Encanto! — Anunció Sandra sin soltarla. —Encanto se fundó a los pies de la casa Magrigal, después del desplazamiento que hubo hace 46 años, la abuela Alma…

—¿La abuela Alma? — Repitió Amelia.

Sandra tosió. —Quise decir, la señora Alma… — Arregló con un poco de nerviosismo. —Perdió a su esposo durante el desplazamiento, sus tres hijos y ella recibieron un milagro, la vela que llevaba consigo se volvió mágica, se edificó su hogar y sus hijos recibieron un don. — Contó jalando un poco a la mayor para que está caminara. —Los hijos de la señora Alma son Pepa, Julieta y Bruno.

Amelia caminaba atrás de Sandra, mirando a la gente del pueblo hacer sus actividades. —¿Una vela mágica? ¿Dones? — Repitió lo que llamó más su atención.

—Así es. — Respondió la pelinegra. —La señora Pepa controla el clima con su ánimo, la señora Julieta cura todo mal con su comida, ¿te torciste la mano? ¡Una arepita o una sopita de Julieta y quedas como nueva! — Dijo mirando hacia atrás, justo a la chica de ojos rosas que iba tras ella. —Bruno puede ver el futuro, sus visiones no son muy claras y no suelen mostrarse en orden, así que es difícil entender sus visiones.

Amelia se detuvo de golpe al ver a la distancia a una chica cargar tres burros como si nada. —¡¿Pero qué rayos…?!

Sandra se detuvo al sentir que la mayor no se movía y volteó hacia atrás al oír la pregunta a medias. —¿Qué pasa? — Amelia señaló con su mano libre a la chica con los burros. Sandra miró y soltó una pequeña risa. —Ella es Luisa, la segunda de las hijas de Julieta, su don es la súper fuerza. — Dijo soltando a la mayor y haciendo la pose de doble bíceps. —Lo sé, es sorprendente, pero como ya te dije, es el don de Luisa, así que no te preocupes. ¡Anda! — Jaló de nuevo a la mayor, misma que no dejaba de ver a la mujer con los burros. —Bueno, como dije, ella es la segunda hija de la señora Julieta, y es la tercera de los nietos Madrigal. — Añadió contenta.

Amelia alzó una ceja y regresó la mirada a la enana que caminaba por delante de ella. —¿La tercera nieta?

Sandra asintió. —La señora Julieta tiene tres hijas, Isabela, cuyo don es el de hacer crecer las flores, es la primer nieta, después Luisa, que ya viste su don, ella es la tercera, la menor de ellas es mi pri… mi preferida… Mirabel, la quinta nieta…

Amelia sintió que aquella interrupción había sido rara, pero tampoco era quien para juzgar. —¿Cuál es su don? — Preguntó al notar que no lo había mencionado.

La pelinegra volvió hablar. —Ah, no, Mirabel no tiene un don… no uno mágico.

—¿Cómo? — Preguntó ligeramente intrigada.

Sandra alzó los hombros. —Ni idea, pero como dije, si tiene un don, sólo que no es mágico, tiene un corazón muy noble, y ve a la gente a través de las apariencias, supongo yo que ese es su don. — Explicó con cierto tono impregnado de cariño hacia Mirabel. —Cuando el milagro se perdió, fue la primera en darnos ánimos, a todos aquí, también es muy servicial, en cualquier momento te la encuentras. — Dijo recobrando el ánimo inicial. —Bruno aún no se ha casado… parece que desarrollo problemitas para socializar… y en parte es culpa nuestra… Su hermana, Pepa, por otra parte se casó y tuvo tres hijos, la mayor, Dolores, quien es la segunda nieta, tiene un oído súper desarrollado, ese es su don, nada en este pueblo escapa de sus oídos… ni de su boca, es un loro en potencia, el segundo hijo de Pepa es Camilo, es un chico, amable, divertido, honesto, bromista, le encanta fastidiar a su familia con bromas, sobre todo a Isabela, aunque luego termina con pétalos hasta en los oídos, pero es divertido… ¡Le es divertido!, Si, Camilo es todo un tipo.

—Wow, muchas flores al dichoso Camilo, hasta pareces enamorada de él. — Comentó Amelia al ver el enorme entusiasmo de Sandra al hablar de Camilo.

La menor soltó la mano de la mayor y tosió un poco antes de volver hablar. —Nada de eso… sólo… es verdad. — Dijo sin voltear a ver a la otra. —Ejem… bueno, el es el cuarto nieto y el sexto es el hijo menor de Pepa, Antonio, tiene el don de hablar con los animales, lo cual hace que entre él y Dolores, se de una especie de competencia por ver quién sabe más cosas, sólo que Antonio no es tan bocón como Dolores. — Dijo a manera de broma. —Prosigo, la familia Madrigal usa sus dones para ayudar a la comunidad de encanto…

—¡Momento! — Le detuvo Amelia.

—Am… ¿si? — Sandra miró con detenimiento a Amelia. —¿Qué pasa?

—Dudas, muchas, primero, ¿cómo está eso de que el Milagro se perdió?, segundo, ¿Cuál es el don del dichoso Camilo?, y tercero, ¿Por qué sabes tanto y con tanto detalle? — Las preguntas salieron una tras otra, sin pausas para ser respondidas.

Sandra sonrió y suspiró. —Hace año y medio la vela se apagó, la magia se perdió y junto con ella los dones, todo el pueblo de Encanto se reunió ayudar a los Madrigal, y cuando Mirabel puso el picaporte, la magia renació y los dones regresaron, se todo eso porque he vivido aquí toda mi vida, y mis padres también, ahora… digamos que el don de Camilo le ayuda adaptarse. — Dijo queriendo evadir el tema. —Si tienes más dudas, puedes hablar con cada uno de los Madrigal. — Dijo volviendo a caminar. —Anda, aún hay pueblo para recorrer~. — Dijo de forma cantarina.

Amelia no opuso resistencia, si bien que Sandra supiera todo con tanta exactitud se le había raro, lo cierto es que Encanto no era un pueblo muy grande, así que no sería de extrañar que ahí todos supiesen de todos, motivo por el cual dejó pasar su mala espina. Recorrieron gran parte del pueblo, pero como Amelia había llegado ya entradas las 5 de la tarde, la noche comenzó hacerse presente, aún se veía un poco, pero era mejor regresar. Ni bien puso un pie cerca del edificio en el que se quedaría, Sandra se perdió de su vista. —¿Sandra? — Llamó a la chica mientras miraba a todos sus lados. —Pero… hace un momento estaba aquí… — Dijo para sí misma, extrañada. Sin darle muchas vueltas, abrió la puerta del edificio, después de todo, Sandra era hija de una familia del pueblo, quizás había aprovechado para ir con sus padres o algo, la verdad idea no tenía, pero tampoco sabía bien en dónde buscar a la pelinegra, y en todo caso, si ella se ponía a vagar en lugar desconocido, era más fácil que ella se perdiera a que Sandra lo hiciera. —Espero que de verdad no se haya perdido.


Notas finales: Está corto, lo sé, pero… HEY! que estoy retomando esto de escribir, o sea, hacia las comisiones, pero ya tomar yo la iniciativa de escribir por mis ovarios… es progreso.