Capitulo 5: "Hijo del odio"
Severus se encontró a sí mismo husmeando en el cuarto de la profesora. No entendía muy bien por que, pero tenía que hacerlo, así que cuando la profesora dejó la habitación en la mañana él se escabulló dentro como si de un ladrón buscando tesoros se tratara. Y tal vez lo hacía. Se dirigió hacia lo primero que captó su vista, un pijama prolijamente doblado sobre la cama tendida, lo tomó en sus manos, era suave, era de raso, lo llevó lentamente hacia su naríz y aspiró su perfume profundamente. Era dulce, era avainillado, era casi perfecto. Pero… ¿qué era lo que pensaba, ella era odiosa y detestable, su perfume debería serlo también… pero no lo era, todo en ella lo hacía pensar en lujuria, en su piel llena de diminutas perlas de sudor, en el ruido del roce de su vestido cayendo al suelo mientras sus manos recorrían sus hombros.
Sus latidos se aceleraron súbitamente y apretó la ropa contra sus labios, volvió a dejarla donde estaba y caminó por la habitación buscando otro tesoro. Instintivamente sus pies lo llevaron al armario y él lo abrió de par en par, pasó su mano por los vestidos y túnicas colgados y se detuvo en las gavetas, tomó el pequeño pasador y la abrió. Era la gaveta de la ropa interior, no podía tener mejor suerte. Se encontró sonriendo para sí mismo, ese sí era un buen tesoro. Recorrió con su vista el amplio espectro de colores y texturas pasó sus manos por entre la ropa, tan suave.
Cerró el pequeño cajón y el armario, recorrió un poco mas el cuarto. Todo indicaba quien lo ocupaba, pañuelos de seda de casi todos los colores colgados en un perchero de metal labrado, sombreros, zapatos ordenados que combinaban con todo su guardarropa, maquillaje ordenado por color y utilidad en una mesa de madera llena de rosas talladas y un enorme espejo. Se acercó al espejo, tenía varias fotos enganchadas en el marco, tomó una con curiosidad, se la veía en la fotografía usando un vestido lila con lunares blancos, sostenía un sombrero de verano con una mano y tenía los ojos entrecerrados pero una sonrisa de oreja a oreja, un hombre le rodeaba la cintura con sus brazos y estaba besando su mejilla, el viento era fuerte y el vestido de Aida ondeaba incesantemente igual que su cabello y las alas del sombrero. Pero el hombre nunca miró la cámara asi que Severus no podía saber quien era.
Dejó la fotografía en su lugar y por un mínimo instante deseó ser ese hombre. Tal vez ella no era tan engreida como el creia, quizás solo aparentaba serlo. Sus ojos recorrieron todas las fotografías, ella estaba en cada una de ellas y siempre sonriente, parecían de diferentes viajes y aventuras. Él jamás había tenido la posibilidad de dejar Gran Bretaña, bueno, pensándolo mejor si lo había hecho, pero estaba muy distante de ser un viaje de placer.
Abrió un fino cofre dorado que tenía una llavecilla también dorada y muy pequeñita, adentro estaba lleno de collares, anillos y aretes. Debajo de toda esa maraña de perlas y piedras de fantasia había una carta, Severus dudó en abrirla, tenía el nombre de ella en el remitente, parecía una carta bastante vieja a juzgar por el papel amarillo y manchado del sobre. Escuchó el murmullo de alumnos saliendo al patio y se dio cuenta de que había estado casi toda la hora de clase revisando el cuarto de la profesora Ipekci. Cerró el cofre y salió de la habitación dejando todo como estaba. Al doblar por el pasillo vió a Aida caminando hacia él, seguramente se dirigía al cuarto. La mujer lo miró con el ceño fruncido.
--Buenos días profesora… -- Le dijo al pasar a su lado y continuó caminando. Escuchó un debil y algo distraído "de buenos no tienen nada" pero no se paró a conversar con ella.
Siguió su camino derecho a las mazmorras para dar su clase a los de cuarto año que veían pociones para encoger y desaparecer. En toda la clase estuvo distraído, pensando en la profesora, en su ropa, en su perfume, en la misteriosa carta al fondo del cofre de joyas.
Las horas de ese día pasaron imperceptibles, todo era tan monótono en su vida que cuando llegaba la noche tenía la sensación de haberse quedado en la cama haciendo nada. Aunque sabía que pronto esa monotomía terminaría y no sería de modo nada agradable.
De hecho esa misma noche lo sorprendió una nueva y dolorosa experiencia. Estaba él relajado dentro de la tina llena de agua caliente y lo único que escuchaba era el ruido que hacían las gotas de agua que continuaban cayendo del grifo. Abrió los ojos, que hasta el momento estaban cerrados y tenían una bella imagen grabada en la retina, y miró los largos dedos de los pies, los cuales permanecían fuera de la tina. Volvió a cerrar los ojos y se hundió dentro del agua mojando su cabello por completo al igual que su rostro. Volvió a abrirlos aún debajo del agua y lo que vió lo dejó helado, pese a lo caliente del agua de la tina. Un hombre lo miraba inclinado sobre la bañera, tenía el rostro duro y la naríz aguileña.
Durante un segundo su pensamiento fue que estaba otra vez soñando, eso no podía ser cierto de ninguna forma. Pero el hombre no se iba y el impulso por salir de la bañera fue inmediato, sus músculos se tensaron para levantarse y cuando estuvo a punto de hacerlo las manos del hombre se apoyaron firmes sobre su pecho y lo obligaron a mantenerse abajo. Severus apretó sus manos alrededor de las muñecas del hombre sin poder dejar de mirarlo con cara de horror e intentó hacerlo retroceder. El aire en sus pulmones se terminaba, una burbuja grande y desesperada salió de su naríz , agitó sus piernas en un intento iluso de zafarse.
Un minuto mas tarde, un minuto que había parecido una eternidad, Snape soltó las muñecas del hombre, cerró sus ojos y todo su cuerpo se distendió inerte en el fondo de la tina.
