NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.



Relato 7. Olas intranquilas.

GIYUSHINO WEEK 2022.

DÍA 5: Family.

:.:

Rated: T.

Géneros: romance, humor, familiar.

Advertencias: Insinuaciones a temas adultos, apto para mayores de 16 años.

NOTA IMPORTANTE: este relato es la versión de Giyū, de "la mariposa amatista" (relato anterior).

...

Todo inició con una pregunta que Giyū Tomioka se hizo a sí mismo en voz baja a mitades del desayuno: ¿Qué puedo regalarle a Kochō por su cumpleaños?

La verdad, Giyū no esperaba que la respuesta saliese de la boca de su hermano, Sabito.

—¿Qué tal si como regalo vas, te agarras bien los testículos y le dices a esa loca que deje de experimentar en ti? —espetó Sabito durante el desayuno.

—¡Sabito! —regañó Makomo—, ¡estamos desayunando! Y esa no es forma de referirse a ella. ¿Has olvidado que son las hermanas Kochō quienes nos tratan cuando llegamos heridos de una misión! Ni siquiera nos cobran dinero por eso.

—¡Es la verdad! —siguió Sabito, indignado—; ¡y no estoy metiendo a Kanae, Makomo! ¡Me refería a la bruja diminuta! ¿En serio, Makomo? ¿No ves que Giyū es al único al que esa desquiciada le da pastillas raras y brebajes extraños? A nosotros no nos ha dado nada de eso. ¡Es obvio que lo usa a él como conejillo de indias para sus experimentos!

—Sabito, basta —dijo Makomo con seriedad—. Ella es médico, por algo lo hará.

—¡No pueden ser tan ingenuos! —explotó Sabito—, ¿al menos le preguntas para qué son esos medicamentos que te da? —preguntó a Giyū.

Giyū no supo qué responder.

Hasta que Sabito se lo hizo ver, Giyū no se había puesto a pensar en eso.

Confiaba tanto en las habilidades de la menor de las Kochō como doctora que no la cuestionaba por nada. Ella lo oía, lo revisaba, analizaba y determinaba sus problemas; en realidad, Kochō solía decirle para qué y qué era cada cosa que le daba, pero a veces a él se le olvidaba pero aun así trataba de seguir sus indicaciones porque… ella buscaba curarlo, ¿no?

Si Kochō le decía que se tomara una o dos pastillas, o tomara una o dos cucharadas de algún brebaje, cada doce o veinticuatro horas, él lo hacía, porque confiaba en sus conocimientos y su buen juicio.

—No puede ser, ¿de verdad confías tan ciegamente en ella? —preguntó Sabito siendo totalmente duro, como si hubiese podido leerle la mente—. De verdad no me cabe en la cabeza cómo es que puedes dejar tu salud, ¡tu vida!, en manos de esa mujer.

—Sigo vivo… ha curado mis heridas… y sanado mis dolores —masculló en respuesta.

No era tan tonto como Sabito habría de estar pensando. Aunque a estas alturas se le olvidase para qué eran las pastillas o los brebajes con exactitud que había tomado hasta ahora, Giyū tomaba notas mentales de los medicamentos que se llevaba al organismo; si había mareos, dolor, o algún otro tipo de efecto secundario, dejaba de tomar lo recetado, se lo avisaba a Kochō, ella cambiaba o quitaba el tratamiento y fin del asunto. Normalidad otra vez.

¿Por qué Sabito estaba tan enojado?

—¿Seguro? —siguió cuestionando—. Te he visto, Giyū, y a veces estás mareado o duermes mucho.

—¿Te refieres a cuando pierdo mucha sangre o cuando estoy enfermo? —Giyū alzó una ceja.

Sabito puso los ojos en blanco.

—No te hagas el tonto. No conmigo.

—Sabito, Giyū; ya basta, los dos —intervino Makomo usando su siempre cálido tono suave—. Giyū, no comprometas tu salud. Sabito, deja de regañarlo; pareces su padre.

—Él empezó —bisbiseó el pelirrojo, enfadado—, ¿lleva una semana entera pensando en qué regalarle a la persona que en su propio cumpleaños le dio unos mugrosos cupones para ramen?

—El ramen sabía bien, y no tuvimos que cocinarlo ni pagarlo —dijo Giyū, saliendo en defensa de Kochō, otra vez.

—Cierto —musitó Makomo, poniendo su dedo índice sobre sus labios.

Ante su apoyo, Giyū asintió con su cabeza sin poder detenerse. Sabito se levantó.

—No puedo —dijo rendido—, de verdad, no puedo con ustedes.

Apenas el pelirrojo se fue dando pasos fuertes al suelo, Makomo suspiró mirando a Giyū.

—¿Quieres que te acompañe para que elijas algo bonito? —preguntó gentil.

Giyū, aún afectado por los regaños de Sabito, asintió con su cabeza.

Su amigo a veces, sin querer, le hacía preguntas cuyas respuestas daban algo de… miedo.

—Vale, terminemos de comer y saldremos. —Prosiguieron en lo suyo, pero al cabo de un rato, Makomo miró a Giyū, que comía lento—. Sabito se preocupa por ti, pero no sabe cómo demostrarlo sin sonar agresivo. Debe mejorar mucho la forma en la que dice las cosas.

—Lo sé —dijo Giyū bebiendo un poco de té.

—Kochō no es mala, estoy segura de eso; tal vez, ella como doctora ve las cosas diferentes a nosotros, que no lo somos.

—Pero, Makomo… ¿tú también crees que ella me usa como su conejillo de indias? —preguntó un poco decaído.

Él no lo veía así, pero si Makomo también tenía esa impresión…

—A veces —musitó ella cabizbaja; luego suspiró—. Sí.

El hambre se había ido, pero era un pecado mortal desperdiciar los alimentos.

Prosiguieron en silencio el desayuno, cada uno tomó su propia katana y salieron. En todo ese tiempo, Makomo trató de hablarle sobre otros temas; en cómo había mejorado en sus propias posturas de respiración, por ejemplo.

La quinta postura de la lluvia: "granizo nocturno", el cual consistía en dar 29 estocadas veloces al cuerpo en puntos específicos con la finalidad de neutralizar, para rematar con una puñalada en el cuello, el golpe 30. El filo salía de un extremo del cuello, y volvía con la misma rapidez para terminar de separar la cabeza del cuerpo del demonio. 31 golpes en menos de 10 segundos. Lo malo era que esa técnica no funcionaría en demonios de gran tamaño o dureza corporal, algo en lo que Makomo estaba trabajando.

Y aunque ese tema en especial era de extrema importancia para el grupo de 3 pilares, la cabeza de Giyū no estaba prestándole su total atención a su amiga, por mucho que se esforzaba, esta se desviaba de forma continua; procesando únicamente lo que sus mejores amigos le habían comentado con respecto a Shinobu Kochō.

Lo cierto es que… a veces, cuando la veía… él sentía…

—¡Mira! —señaló Makomo un pequeño puesto ambulante con joyería; fue hasta ese momento que dejó de hablar con seriedad—. A las chicas nos gustan las gemas brillantes.

Makomo tenía un aura tan alegre y vivaz que era imposible detenerla cuando señalaba un punto de su interés. Ni siquiera Sabito se atrevía a decirle "no" a la curiosidad del pilar de la lluvia.

—¡Buenas días! ¿Qué puedo ofrecerles? —preguntó el hombre de mediana edad que estaba a cargo.

—Quisiéramos un regalo para una amiga —habló Makomo por Giyū, a él eso no le molestó—. Verá, ella no suele usar joyería, así que nos gustaría algo modesto. —El vendedor asintió con la cabeza, oyendo la petición—. Algo que diga: "¿me veo pequeño y barato? Pues no lo soy. Soy costoso".

Giyū frunció el ceño ante esa descripción. ¿Algo que se viese barato… pero también se viese costoso? ¿Kochō usaría algo así?

Y… ¿él podría pagarlo?

—Bueno, hay algunos artículos que puedo mostrarles. Bellezas que no son ostentosas, pero vale mucho. Específicamente, ¿qué tienen en mente? ¿Anillos, pulseras, aretes, collares, tobilleras? —el hombre movió su mano en círculos para orientarse mejor.

Makomo hizo un gesto pensativo antes de girarse a Giyū y preguntarle:

—¿Qué crees que use Kochō?

Siendo honesto, Giyū no esperaba comprar algo como eso; pensaba más bien en algún pergamino con información valiosa sobre venenos o remedios para estos. Cosas de las que estaba seguro, serían del interés de Kochō.

—No lo sé… ¿collares? —adivinó un poco nervioso.

En serio no estaba seguro de regalarle a Kochō algo así.

¿Y si lo despreciaba? ¿Y si ella se burlaba de él?

Su inseguridad tomó forma de una Shinobu Kochō con venas en la frente y una sonrisa forzada diciendo entre dientes: "¿Te crees que a mí me importan estas cosas?", la alucinación incluso se atrevió a lanzar un puño en dirección a su cara.

Shinobu Kochō no era violenta con él; bueno, a veces ella golpeaba con suavidad uno de sus brazos o le daba palmadas en su espalda cuando, según ella, él decía algo estúpido. Pero ella jamás lo había atacado con su puño o katana. Era la Shinobu Kochō de su imaginación pesimista, quien lo hacía.

—Muéstrenos los collares —pidió Makomo con amabilidad.

La voz de su amiga lo devolvió a la realidad antes de que él siguiese imaginándose más tonterías.

—Ven, Giyū, vamos a verlos.

—Makomo… no sé si…

Antes de que él pudiese seguir, su amiga y él miraron como el hombre mayor abría una caja de madera con algunas figuras coloridas talladas en piedras.

—Todos están hechos de diferentes piedras preciosas, adheridas a plata, cobre y hasta oro —dijo amable el señor—. Tengo desde zafiros… —señaló una luna azulada—, incluso un hermoso rubí —señaló ahora una flor.

—Wow, qué bellos —los ojos de Makomo seguro brillaron; realmente gustaba de todo ese tipo de cosas aunque no soliese comprarlas y cuando menos usarlas—. Mira, Giyū, la luna es hermosísima.

Para Giyū todas se veían igual de… bonitas. Pero de nuevo lo mismo, ¿alguna de estas cosas sería del gusto de Kochō?

Una flor de loto rosada, una estrella amarilla, una nube blanca, la figura del ying-yang blanco y negro, un pájaro verde…

Una mariposa morada.

—¿Ya viste alguna que pueda gustarle a Kochō? —preguntó Makomo expectante.

Desvió sus ojos azules hacia las otras figuras, pero su atención volvía y volvía a la mariposa, la cual señaló con su dedo sin decir nada.

—La mariposa amatista —dijo Makomo al señor, quien extrajo la figura, la cual estaba adherida a una cadena de plata.

—Elegante y bella —dijo el hombre extendiéndole el collar a la chica—, seguro su amiga lucirá hermosa con ella.

—Bueno, sí, creo que es perfecta para Kochō —aprobó Makomo examinando el collar en busca de algún desperfecto, sin encontrar alguno—. ¿Tú qué dices, Giyū?

El imaginarse a Kochō luciendo ese collar hizo que su cerebro fuese incapaz de articular palabra alguna.

Es decir, no es que ella necesitase de ese artefacto para lucir hermosa; sabrá dios cuántas veces Giyū escuchaba a algún cazador decir lo bellas y refinadas que eran las hermanas Kochō, o todos los pilares femeninos en general, incluyendo a Makomo, por supuesto.

Sin embargo, la menor de las Kochō tenía un atractivo único que la separaba de las demás chicas entre los pilares. Era… enigmática, pequeña, delicada (mas no débil), decidida, confiada (mas no ingenua)…

—Le gusta —dijo Makomo, sonriente, ante el silencio de Giyū.

Cuando el vendedor dijo cuánto costaba esa cosa tan pequeña, él casi se fue de espaldas hacia atrás.

Para peor, el oxígeno no entró a sus pulmones cuando oyó a Makomo decir con toda la naturalidad del mundo que estaba bien.

Luego ella, aprovechando ese momento de shock, y sin pedirle ningún permiso, extrajo una bolsita de tela con dinero, que estaba en un bolsillo interno en el haori rojo de Giyū.

Apenas Makomo alcanzó a pagar ese objeto tan pequeño, la bolsita volvió a su dueño casi vacía.

Sin poder decir una palabra, Giyū miró como el vendedor acomodaba el collar en el interior de una cajita de madera bien limada, teñida de morado.

—Aquí tienen, gracias por su compra; espero que a su amiga le guste.

«Si no lo hace… tendré que buscar la forma de desayunar, comer y cenar esa cosa por partes» pensó Giyū refiriéndose al collar.

Lo que le había costado ese diminuto objeto equivalía a muchos suministros alimenticios.

Su plan inicial había sido comprar un regalo simple, pero valioso, para Kochō, comprar los alimentos para la comida de esta tarde y luego para la cena. No que todo su dinero se fuese en lo primero.

Aunque…

Más allá de lo monetario, a Giyū le preocupaba que a Kochō no le gustase el collar. ¿Y si ella lo consideraba una estupidez?

—Bueno, aquí tienes; asunto del obsequio resuelto.

Sonriente, Makomo miró a Giyū y le entregó la cajita de madera.

—Ahora ve a buscar a Kochō. Yo buscaré a Sabito, seguro está golpeando árboles con un bokken, en el mejor de los casos; o peleándose con Shinazugawa o Iguro en un intento de descargar su enojo con alguien vivo que se pueda defender.

—Espera… no…

Giyū iba a pedirle que no lo dejase solo en esto; la sola idea de enfrentar a Kochō y darle un regalo que ella podría rechazar, o peor, aceptar con una sonrisa fría… le daba algo de nervios.

Por otro lado, ¿sería este un regalo demasiado pretencioso que diría que él estaba tratando de llamar desesperadamente su atención?

No es como si no lo estuviese intentando a su modo… es solo que…

—Le daré mis felicitaciones mañana cuando nos reunamos, pero creo que tú deberías darle su obsequio hoy. Tranquilo, seguro que le gustará. Nos vemos en casa; en serio me preocupa Sabito, no me gusta dejarlo solo cuando discutimos —sonrió nerviosa; alzó su mano y se despidió corriendo en dirección desconocida.

Quedándose solo, Giyū miró la cajita en su mano derecha y se dijo que tal vez debería hacer como Makomo y esperar hasta mañana.

Entre la gente que pasaba y los puestos que iban abriendo sus puertas al público, Giyū se distrajo con el sonido de una bicicleta impactando contra un montón de cajas. Su infantil curiosidad le obligó a dirigir su mirada hacia el chico que se disculpaba con el señor que le reprendía.

Por otro lado, el sonido alegre de tres pequeña niñas lo hizo dejar de ver el espectáculo bochornoso para encontrarse con un panorama un poco más… extraño.

Desde este ángulo, donde mucha gente pasaba por enfrente de él, parecía que esas siete encantadoras chicas en kimonos eran comunes y no realmente miembros de una organización secreta que cazaba demonios por las noches.

Sintiéndose atacado por un extraño, pero ineludible nerviosismo, Giyū dio varios pasos hacia atrás encontrándose con un callejón entre dos establecimientos. Desde las sombras, él visualizó a las pequeñas maripositas; luego estaban las hermanas Kochō…

La menor de ellas vestía, no su uniforme, sino un kimono amarillo tipo Furisode, que si bien era algo normal en chicas de la edad de Kochō, también decía a los cuatro vientos que ella estaba soltera… y tal vez dispuesta a conocer a un pretendiente, o varios hasta que el mejor partido llegase.

Su rostro, siempre impecable, estaba adornado hoy de un inusual y llamativo color rojo en sus labios. Luego, cuando apenas visualizaba su espalda, se percató de la horquilla que amarraba su cabello en lugar de su característico adorno de mariposa.

Kanae Kochō y las otras chicas también se veían bien, pero la sigilosa mirada de Giyū Tomioka no pudo dejar de ver a la cumpleañera.

Las siete se veían alegres y dispuestas a seguir un camino específico.

No quería ser un atrevido; interrumpirlas y molestarlas.

Pegándose de espaldas a una de las paredes, Giyū se dijo que haría como Makomo y le daría su regalo cuando se viesen mañana, por lo pronto, se retiró del sitio deseándole a Kochō un buen día. Seguro las chicas irían a comer o a pasear.

Una parte de él se preguntó qué haría Tengen Uzui en su lugar… es decir… seguro Tengen no se paralizaría por un miedo irracional e iría con ese porte dominante hacia las chicas ofreciendo su compañía sin miedo al rechazo, confiado en sí mismo.

De verdad, a veces Giyū envidiaba enfermizamente al pilar del sonido por poseer una personalidad tan carismática, tan opuesta a la suya; valiente y galante con las chicas. No era nada extraño que sus tres esposas pareciesen ser felices a su lado.

—¡¿Por qué no me dejaste patearle el trasero a Iguro, Makomo?! —exclamó Sabito embravecido. Estaba siendo jalado por Makomo, que lo sujetaba fuerte de la mano derecha.

—¡Porque está prohibido pelear entre nosotros sin provocación! —espetó ella, apretando su agarre, apresurando el paso.

Estaba segura de que si le daba por lo menos medio segundo y alguna mínima vía de escape a Sabito para huir y perseguir al pilar de la serpiente, él lo tomaría.

—¡Oh, él estaba provocándome! ¡Te lo aseguro! —se rio con malicia y enfado extremo—. ¡Esa Cara-de-Boa sabe lo mucho que odio que le ponga apodos a Giyū cuando el asunto es conmigo! ¡Y lo hace para molestarme! ¡Me hace enfadar como no tienes una idea! ¡Se cree tan superior, pero es más débil que Kochō, lo juro!

—¡Sabito!

—¡¿Qué?!

Ambos detuvieron sus pasos justo enfrente de la puerta de la entrada de su hogar, Makomo, suspirando, soltó la mano de Sabito para sujetarlo de sus mejillas con fuerza.

—Ahora tienes dos opciones. Te suelto y das rienda suelta a tus instintos animales con Iguro… —inhalando profundo, lamiéndose los labios, le dio una suave caricia con su pulgar—, o… entramos a tu alcoba… y usas esos instintos animales conmigo —musitó bajando su mirada hacia sus labios, enrojeciendo de las mejillas.

Sabito era un tipo listo, pero cuando estaba enfadado, su cerebro tardaba en procesar ciertas cosas. Así que él frunció el ceño sin captar el tono de voz que usó Makomo para decirle lo último, cuanto menos pensó en sus caricias como algo íntimo.

—¿En serio preferirías que patease tu trasero en lugar del suyo? —se enfadó más—. ¡¿Estás de su lado?!

Entrecerrando sus ojos, deseando poder estrangularlo sin sentir culpa después, Makomo soltó a Sabito como si de pronto la piel de este le hubiese embarrado de lodo, y se metió a la casa sola, con una cara que reflejaba fastidio puro.

Ella era un poco tímida para decirle a Sabito en palabras claras lo que en verdad sentía por él, pero curiosamente no lo era tanto como para no tratar de insinuársele de forma sexual como acababa de hacer.

Era extraño. Pero las hormonas de Makomo se activaban cuando veía a Sabito enfrentándose a alguien (amigo o enemigo, daba igual) así que, cuando lo encontró discutiendo con Iguro, dispuesto a molerlo a golpes, estas le pudieron más y le hicieron decir esa descarada oferta.

Lo malo era que Sabito no captaba en lo absoluto el doble sentido, menos cuando estaba enfadado.

¡Rayos!

—¡Oye! ¡No me has respondido! ¡¿De qué lado estás?! ¡Makomo!

Giyū justamente volvía a su casa cuando vio a Sabito entrar exclamando el nombre de su amiga.

—¿Todo bien? —le preguntó el chico a Sabito, quien se giró para verlo con el ceño fruncido.

—Ajá… es solo que todo el mundo se ha vuelto loco hoy —entrecerró sus ojos sobre Giyū—, ¿será porque la bruja enana cumple años hoy? Debe ser algún tipo de mal presagio, deberíamos ofrecerla en sacrificio para aplacar la ira de los dioses por permitirle vivir tanto.

Suspirando, cansado de oír como Sabito hablaba mal de Kochō, pero sin tener deseos de seguir discutiendo con él por eso, Giyū hizo como Makomo y dejó atrás al pelirrojo, que no supo a quién seguir.

¡Genial, ahora sus dos amigos estaban molestos con él!

Inhalando fuerte, permitiendo que su cerebro poco a poco se enfriase, meditó en lo que Makomo le había dicho.

¿Desahogar sus instintos animales con ella?

Quizás debería aceptar su oferta y pedirle que entrenaran un poco, así tal vez podría desahogar cierta tensión en sus músculos gracias a que ella lo interrumpió cuando iba a estrangular a Iguro con esa asquerosa víbora que rodeaba su cuello.

«De no ser por Makomo ya tendríamos un pilar menos» aseguró el pelirrojo entrando a la casa, en busca de la chica.

Ya hablaría con Giyū después.

Subió las escaleras, caminó un poco y justo cuando llegó a su puerta y tocó, Sabito no esperaba que Makomo abriese con tan solo unas vendas rodeando su pecho y la pequeña falda del uniforme.

—¿Qué? —masculló ante la mirada pasmada de Sabito sobre ella—, ¿quieres quitar esa cara? Hasta me has visto sin ropa.

—¡Cuando éramos niños! —sintiendo mucho calor en su cara, giró su cabeza de forma exagerada—. ¡Tápate! ¡¿Qué es eso?!

—Son pechos, te alimentaste de unos cuando eras un bebé —dijo ella con frialdad—, no exageres y dime lo que quieres.

Sabito sólo tenía una cosa en la cabeza: "No-la-mires".

—Sabito —lo llamó ella.

—¡Ya se me olvidó! —exclamó avergonzado—. ¿Quieres ya vestirte? ¿Qué harás si Giyū también te ve?

—¿Y qué si lo hace? —alzó los hombros—. Él también me ha visto sin ropa.

—Sí, ya sé, cuándo éramos niños —repitió su punto, algo que para él, tenía muchísimo sentido.

Si por alguna razón en el pueblo donde vivían se sabía que el pilar de la lluvia era una chica inmoral que andaba en paños menores, seguro se pondría en duda su honor y sería llamada de alguna forma nada cordial que haría que, Sabito, fuese por ahí rebanando los cuellos de aquellos que siquiera se atreviesen a murmurar sobre su nombre.

—Pues ahora soy una adulta, y yo elijo si un hombre puede verme o no, y si yo quiero que Giyū o cualquier otro me vea los pechos, ¡los cuales son míos! ¡Te aguantas y te callas! —enfadadísima como casi nunca se le veía, Makomo se metió de vuelta a su cuarto, dando un portazo.

El sonrojo desapareció de la cara de Sabito para abrir paso a la palidez total. ¿Había dicho "hombres"?

—¡¿Desde cuándo eres tan descarada?! —volvió a tocar de forma frenética la puerta—. ¡Serás esos tus grandes y redondos pechos, pero esta es una casa decente! ¡Y no pienso permitir que perviertas a mi amigo! ¡Oye!

No muy lejos de ellos se hallaba el cuarto de Giyū, quien, acostado sobre su pecho, mirando la pared, podía oír todo lo que sus amigos se gritaban entre ellos.

En su opinión, Makomo tenía la total libertad de mostrar sus pechos a quien quisiera… menos a él, que en serio se sentiría incómodo si eso pasara. Por otro lado, Sabito también tenía un buen punto; los tres vivían en esa casa, si alguno de ellos tuviese una pareja y quisieran dar rienda suelta a la lujuria, no sería demasiado educado hacerlo aquí donde podrían perturbar a los demás.

Giyū quería mucho a sus amigos, pero debía admitir que a veces ellos peleaban por tonterías. Porque sí, incluso la casi imperturbable paz y tranquilidad de Makomo flaqueaban ante la tenacidad de Sabito por iniciar un conflicto.

Sabiendo que intervenir sólo alargaría las discusiones, Giyū bostezó cansado, no había podido dormir bien en las últimas noches pensando en qué podría regalarle a Kochō.

Aún le quedaban cupones de descuento para ramen, eso caería bien cuando despertase con hambre.

Inhaló profundo, acostándose bocarriba, cerró sus ojos y se durmió a pesar de los gritos de Sabito afuera de la habitación de Makomo, sin saber, que esa misma tarde, sus amigos se encerrarían en sus propios cuartos y comenzarían a pensar en el otro de formas poco sanas.

Incapaz de soportar por medio segundo más el calor de su cuerpo, Makomo se dejó llevar por las maravillas de la masturbación, y Sabito, cuyo cuarto estaba justo al lado del de ella, se dio cuenta de eso pues tenía un maldito buen oído que pudo captar cada suspiro y cada gemido ahogado por una pequeña mano.

Fue entonces que él captó lo que Makomo quiso decirle esa tarde, antes de que Giyū volviese a casa.

«Maldita sea, seguro esto también es obra de la mala suerte causado por el cumpleaños de la bruja», pero en el fondo no pudo mentirse, Shinobu Kochō en esto no había tenido nada que ver, sólo podía echarle la culpa a su falta de atención a los… detalles.


...



Quiero aclarar que este fanfic, a diferencia del de Shinobu (que estaba enfocado en las chicas de la finca mariposa) lo centré más en la convivencia de Sabito, Giyū y Makomo, además de indagar un poco sobre los respectivos pensamientos que estos tenían hacia Shinobu.

A estas alturas de esta historia, Giyū apenas y comienza a reconocer que de alguna forma quiere llamar la atención de Shinobu, pero todavía no sabe cómo hacerlo de la "buena forma", o tan siquiera tiene del todo claros sus pensamientos respecto a Shinobu, sólo sabe que ella es importante para él.

s un poco torpe el niño con respecto a estos temas, entendámoslo xD.

También, quise dar énfasis en que Sabito (en este punto de la historia) tiene un "pequeño" problema con Shinobu, Obanai y Sanemi, y básicamente cualquiera que quiera pasarse de listo con Giyū xD, digamos que su carácter energético y hasta cierto punto, problemático, no le ayuda a ser delicado. También, quise agregar un poco de SabiMoko al fic (espero que no les moleste) dado a que no encuentro más fanfics de la ship y necesitaba hacer algo de ellos también xD.

El siguiente relato sí, viene con GiyuShino puro...

Eso espero xD.

Saluditos y que estén bien.


Muchas gracias por leer y comentar a:

Yume no Kaze.


Reviews?


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