Various Storms and Saints

By: viridianatnight


Capítulo 5


Uno.

El contar ayudó, cuando ya nada más lo hacía. El confiar en números y medidas ayudó a Hermione a mantenerse cuerda. En los días en que no podía escaparse por un cigarrillo o hurtar un trago de los licores muggles de Arthur en La Madriguera, resolvía problemas de aritmancia en su cabeza. Ecuaciones, los cálculos, la traducción; todo eso la mantenía cuerda. Recitaba runas antiguas mentalmente, trazándolas en el aire con los dedos, debajo de la mesa, sobre las sábanas. Era riguroso, predecible; era algo que podía controlar.

Dos.

Hermione se miró en el espejo y odió lo que vio. De vuelta en su túnica de Gryffindor con la estúpida insignia de Premio Anual en su pecho, parecía una idiota. Hermione no era actriz, era terrible mintiendo. Tener que mantener una máscara alrededor de sus amigos era casi imposible, siempre sabían cuando algo andaba mal. ¿Cómo se suponía que iba a engañar a todo Hogwarts?

Tres.

Se alisó el cabello rebelde y tomó un profundo respiró. Contuvo el aire estudiándose a sí misma. Los círculos oscuros resaltaban debajo de sus ojos color miel, cada vez lucían más apagados y sin brillo, incluso su piel aceitunada estaba pálida y gris. Hermione se pellizcó las mejillas antes de sacar su varita y lanzar un encanto de glamour sobre ella. Sólo para verse un poco mejor, no hay nada de malo en eso.

Cuatro.

Exhaló finalmente, recogió su mochila y salió de su habitación. Podía hacer esto, se recordó a sí misma. Era sólo Hogwarts, sólo una escuela. Sólo aprendizaje y disciplina. Organizada. Ella puede manejar la organización. Todo era igual, nada había cambiado. Nada.

—Buen día, Granger —Theo sonrió ampliamente, luciendo peligrosamente encantador, mientras se apoyaba contra el mostrador de la cocina, con taza en mano.

Sólo era Theo, ella lo conocía. Nada cambió.

Cinco.

—Theo, ¿cómo estás? —preguntó, tomando un plátano.

—¿Ya nos tuteamos?

Ella lo miró directamente.

—Si vamos a vivir juntos, lo mínimo que podemos hacer es llamarnos por nuestros nombres.

Él la miró por encima del borde de su taza, tomando un largo sorbo.

—Vivir juntos… haces que suene como una pareja de casados.

—Difiero —Hermione lo vio negar con la cabeza y su cabello rizado rebotó levemente—. Por cierto, ¿Cómo conseguiste ser Premio Anual? No es como si fueras muy... disciplinado cuando éramos más jóvenes.

—¿Has olvidado que fui el segundo mejor de la clase? Siempre un puesto por debajo de ti —Tenía una sonrisa en su rostro que ella quería golpear. Odiaba la presunción.

—No, no lo he hecho. Pero las buenas notas no llevan a ser Premio Anual, — replicó—. ¿Sobornaste a alguien para tener tu propia habitación privada? ¿Le lanzaste un Imperius a la directora?

Theo se rio a carcajadas, burlándose de ella.

—Simplemente no soportas la idea de que alguien como yo sea Premio Anual, ¿no? ¿Es la corbata verde? ¿No te agradan las serpientes, Hermione?

—No me agradan los Mortífagos —Arrojó la cáscara plátano en el cesto de basura y caminó hacia el retrato.

Theo se apresuró hacia el pasillo tras ella.

—Wow, espera un momento.

Hermione se detuvo en seco, pero no por Theo. Más alto que ella y con brillantes ojos plateados estaba Draco, inmóvil como una maldita estatua.

—¿Tienes prisa, Granger? —Allí estaba otra vez, su profunda y escalofriante voz. No recordaba que fuera tan... aterradora.

Seis.

—Oh, hola amigo —dijo Theo, cerrando el retrato detrás de él.

Hermione se sintió atrapada en su lugar entre ellos y el retrato. No apartó los ojos de ella. Hace un día, ni siquiera la miraba y ahora lo estaba haciendo. Su mirada era ferozmente intensa para un lunes por la mañana.

Siete.

Se hizo a un lado y se enderezó la túnica. «Eres Hermione Granger», se recordó a sí misma. Premio Anual. Levantando la barbilla en alto, echó a andar por el pasillo, concentrándose en el sonido de sus zapatos contra la piedra.

Ocho.

—¡Oye, espera!

Miró detrás de ella para ver a Theo trotar, Draco acercándose detrás de él a paso lento. El chico de cabello rizado se emparejó con ella mientras caminaba con la cabeza en alto y la espalda recta. Disimula, Hermione.

—Sabes, no soy un Mortífago —dijo Theo.

—Ya no.

—Nunca lo fui —Se levantó la manga de su brazo izquierdo mostrando su piel perfectamente limpia. Hermione lo miró con genuina sorpresa. Sus cejas se arquearon ligeramente, tratando de no delatarse. Luego miró por encima del hombro a Draco, quien caminaba cabizbajo.

—Pero no podemos decir eso de los demás, ¿no?

Nueve.

El Gran Comedor estaba ruidoso esta mañana, con risas y charlas alrededor. Estaba mal, todo le parecía mal. Las mesas están abarrotadas como si fuera un día festivo; panqueques apilados hasta el techo, tostadas francesas, waffles, bebidas de todo tipo, un completo desayuno inglés. La comida era la perfecta definición de lástima. Comida marca «lamentamos que tu familia y amigos murieran». Ella sintió que habría más casos como este, los profesores, incluso el castillo mismo tratando de compensar la desgracia que había ocurrido hace unos meses.

Diez.

Al final de la mesa de Gryffindor estaban sus amigos y cada uno de ellos tenía sonrisas en sus rostros. Las sonrisas más amplias, y se estaban riendo a carcajadas, felices de la vida, era como en cuarto año otra vez. Pero faltaban personas. Lavender no estaba al lado de Padma y Pavarti. Colin Creevey no estaba corriendo alrededor de ellos tratando de integrarse a la conversación.

Harry, tampoco estaba allí.

Once.

—¡Mione! —gritó Ron, agitando su brazo—. ¡Ven, siéntate con nosotros!

Tomando la mayor cantidad de aire posible, se sentó entre Neville y Ginny.

—Merlín, parece que han pasado años desde que jugué una partida de snap explosivo —dijo Dean.

—Oh, te entiendo, amigo. Estoy tan emocionado de que todo sea igual que antes —respondió Ron.

Hermione tomó una tostada y comenzó a untarla con mantequilla. Siempre comía como un pajarito, así que no estaba actuando fuera de lo común, pero sentía que no podía soportarlo. Escucharlos reír estaba mal. ¿Qué era tan jodidamente gracioso? Incluso Ginny se reía. No era como si estuvieran hablando de algo interesante; clases, Quidditch, Hogsmeade. Era una conversación sencilla, era… normal.

Doce.

—¿Qué clases tomaste, Mione? —preguntó Neville.

—Todas —dijo, mordiendo su tostada—. Casi todas. Estaré ocupada.

—Suena como tú —sonrió.

«Bien», pensó ella, «Suena como yo. Como Hermione».

La risa sonó aún más fuerte en toda la mesa, así como en las demás; Los Ravenclaw contaban bromas ingeniosas, los Hufflepuff sonreían como de costumbre. La mirada de Hermione vagó de un extremo al otro del pasillo hasta que sus ojos se posaron en la mesa de Slytherin. Estaba completamente en silencio. Por alguna razón, la alivió ver el silencio fúnebre que los rodeaba. Todos comían inconscientes de los demás. Incluso se sentaron ordenadamente, a cierta distancia unos de otros. Hasta que Pansy Parkinson entró al Gran Comedor con sus zapatos golpeando ruidosamente las baldosas de piedra.

Miró a la hermosa bruja de largo cabello azabache y brillante sonrisa mientras caminaba en dirección a sus amigos, sentándose junto a Draco. Miel y plata. Se sintió entumecida de nuevo.

Trece.

—Hermione —Una voz tranquila en medio de todo el ruido llamó su atención—. ¿Podemos hablar?

Catorce.

—Sí, por supuesto.

Ella y Ron se pusieron de pie y se dirigieron hacia un pasillo silencioso. Hermione podía sentir su corazón latiendo con fuerza. Las palmas de sus manos comenzaron a ponerse húmedas y deseó haber tomado siquiera un sorbo de alcohol esta mañana. Ron se apoyó contra la pared con una sonrisa tensa. Él comenzó a sonreírle de esa manera desde que se besaron a principios de año. Eso la tensó aún más, y ahora el pequeño pasillo comenzó a causarle claustrofobia. El techo y las paredes comenzaban a cerrarse.

Quince.

—Entonces, hum, ¿cómo estás? —preguntó.

—Sin rodeos Ron, dijiste que querías hablar de nosotros —espetó Hermione, cruzando los brazos con fuerza sobre el pecho.

—Sí, sí, quiero. Yo sólo… después del verano y todo lo que pasó, no lo sé. ¿Cómo te sientes al respecto? —Estaba nervioso e incómodo.

—¿Cómo me siento acerca de qué? ¿Nosotros teniendo sexo?

Ron palideció.

—¡Merlín, Hermione!

—¿No es eso lo que querías decir?

—No… quiero decir sí, más o menos. No lo sé, me refería a ti y a mí como... nosotros como pareja. Nunca lo dejamos claro —dijo, frotándose las manos con torpeza—. Realmente no hemos hablamos en absoluto.

Normal, tenía que ser normal. El verano nunca pasó. Se sintió mareada.

Dieciséis.

Hermione Granger estaba enamorada de Ron; a los catorce e incluso diecisiete, estaba enamorada de él. Ahora, con casi diecinueve, pensar en eso... No, tenía que ser normal. Amar y salir con Ron era normal. Se esperaba, se aceptaba. Era lo más predecible que podía hacer. Lo más estructurado.

—Eres mi mejor amigo, Ron. Tú y Harry —comenzó a hablar—, no quiero arruinar eso. No quiero desperdiciar ocho años de amistad.

—Yo tampoco. Pero... Merlín, sólo lo voy a decir: me gustas mucho, Mione. Y pensé que también te gustaba, después de, ya sabes. Y sé que has cambiado durante el verano, pero para mí todo sigue igual —Sus claras cejas se juntaron frunciendo el ceño mientras la miraba. Miró al pasado y todo lo que pudo ver fue al niño de once años. Él era su amigo, su mejor amigo.

Diecisiete.

Hermione sonrió abatida. Ron le devolvió la sonrisa, siempre tan inconsciente como Harry. No había notado que su sonrisa era falsa. Dio un paso hacia delante, colocando una mano sobre su ancho hombro. Poniéndose de puntillas, colocó un casto beso en sus labios. Entonces Ron le tomó el rostro con ambas manos y la besó con más intensidad. Era descuidado y torpe, el corazón de Hermione nunca había latido tan tranquilo. Era aburrido pero normal.

—¿Puedo tomar eso como respuesta? —preguntó, con una amplia sonrisa en su rostro.

—Lo intentaré. Pero no creo que el sexo esté en mis planes pronto. De todos modos, voy a estar demasiado ocupada para eso.

—¿Tienes que decirlo tan literalmente? —Él rio.

—Hablo en serio, Ronald.

Él todavía sostenía su rostro y le dio otro beso en los labios. Ella desearía que no lo hubiera hecho. Tenía los labios agrietados y sabían a salchicha.

Dieciocho.

—Lo sé, haremos que funcione.

Diecinueve.

—¿Te sientes mejor ahora que en el verano?

Veinte.

Hermione asintió.

—Mejor que nunca.

Veintiuno.

Veintidós.

Veintitrés.

Hermione pasó el resto del día sin problemas. Asistió a clases, hizo preguntas y tomó notas vigorosas. Dio advertencias a los escandalosos niños de tercero y les sonrió a los de primero, que la miraban como si pudiera mover la luna. Ella sufría por todo lo que suponían. La hizo sentir enferma. Sin embargo, era exactamente como tenía que ser. Sonriendo con sus amigos, recibiendo elogios de sus profesores, todo estaba bien.

Pero al final del día, contó hasta trescientos. Todo fue insoportable. Y mientras se sentaba en el alféizar de la ventana de su dormitorio, mirando el lago, se bebió su ansiedad. No tenía por qué ser normal en su habitación. Con el cabello recogido desordenadamente, sostenía la botella en la misma mano que su cigarrillo. Sus músculos se relajaron y su cabeza dejó de palpitar. Sus piernas colgaban de la ventana y miró las estrellas.

—Nueve meses más —Exhaló el venenoso humo—. Sólo nueve meses más... ¿y después qué?