Various Storms and Saints
By: viridianatnight
Capítulo 6
—¿Alguna vez les he preguntado cómo se conocieron? —preguntó Hermione mientras se sentaba a la mesa del comedor con sus padres.
Era navidad, el aroma a menta y cacao llenaba sus fosas nasales. Las vacaciones con los Granger siempre eran sencillas y reconfortantes. No eran personas ostentosas, decoraban su casa con detalles mínimos, y sólo recibía unos cuantos regalos cada año. Aunque vivían como simples dentistas muggles, sus vacaciones siempre estuvieron llenas de la mayor alegría. Podía percibirse en el aire.
—No lo creo, amor —respondió la Señora Granger, mirando a su esposo.
El Señor Granger estaba disfrutando la maravillosa comida que Hermione ayudó a cocinar con su madre, y arqueó las cejas.
—Bueno, ¿es un secreto? —sonrió ella.
—No creo que podamos decirle que nos conocimos jugando al póker de prendas, ¿o sí Rox?
—¡Papá! —exclamó Hermione.
Su madre rio mientras golpeaba levemente a su esposo con una servilleta.
—Tu papá es un descarado, querida. No, nos conocimos mientras trabajaba en una panadería. Estaba escogiendo un pastel de cumpleaños para su madre.
—Error, fue para mi abuela —dijo el Señor Granger, señalando con el tenedor a su hija.
—¿Estás cuestionando mi memoria?
—No puedes cuestionar su memoria, papá —sonrió Hermione.
El Señor Granger giró la cabeza y miró a su esposa con amor.
—Oh, sí, tienes memoria de elefante. De todos modos, era para mi abuela.
—Te equivocas, fue para tu madre, lo recuerdo perfectamente porque hiciste un terrible chiste sobre ser un niñito de mami. Tus mejillas se habían sonrojado mucho —dijo mientras comía su puré de papas.
—Te amo, enserio, pero estás equivocada. Y yo no me sonrojo.
—Te estás sonrojando ahora —dijo Hermione.
La Señora Granger rio con gusto y sus ojos castaños brillaron magníficamente. El Señor Granger le arrojó un guisante a su esposa y ella abrió la boca con sorpresa. Hermione negó con la cabeza ante el infantilismo de su padre, a quien siempre había admirado en secreto.
—Mamá o abuela, da lo mismo, ¿qué pasó después?
—Bueno, dije que el pastel que elegiste era uno de mis favoritos, red velvet con glaseado de queso crema, característico de la panadería. Y tu encantador padre dijo: «Oh, una chica dulce con un gusto dulce, ¿no?»—Su madre rio, cubriéndose la boca con la mano.
El Señor Granger negó con la cabeza.
—No, no, no, no. ¡No! Necesitas que te revisen la memoria, tal vez la Señorita Mione pueda usar su magia contigo… No, Rox, ¡nunca diría algo tan ridículo!
La Señora Granger miró a su hija con las cejas arqueadas. Hermione levantó las suyas en respuesta antes de mirar a su padre.
—De todos modos, le dije que no estaba disponible después de que me pidió una cita —continuó su madre—. Y luego regresó la semana siguiente y la siguiente, esperando que yo no estuviera ocupada con asuntos de la universidad o del trabajo.
Hermione miró a su padre, quien miraba con ojos llenos de amor a su esposa. Después de tantos años juntos, su aspecto no cambió.
—Suena un poco obsesivo, papá —dijo, tomando un bocado de su plato.
El Señor Granger rio.
—Cuando ves algo bueno, no puedes dejarlo ir, Señorita Mione.
¡Toc, toc, toc!
Hermione se despertó sobresaltada enredada en sus sábanas y de inmediato sintió un fuerte dolor de cabeza recorriendo la parte posterior de su cuello.
—¡Granger! ¿Ya te levantaste? —Theo gritó desde su puerta.
Mirando su reloj, se dio cuenta de que aún faltaba una hora antes de que comenzara el desayuno. Se dejó caer de nuevo en la cama con una almohada sobre su rostro, gimió en voz alta.
—Tenemos junta con McGonagall —continuó—. De la cual seguramente no te habrás olvidado.
Sí la olvidó. Rápidamente, se levantó de la cama y encontró su varita, convocó su uniforme. Cambiándose con rapidez, tropezó con sus pies y cayó al suelo estruendosamente.
—¿Todo bien ahí?
—¡Saldré en un segundo, Theo! —gritó ella.
Hermione se quedó tendida en el suelo por un momento mientras sus ojos encontraron la botella vacía de vodka que se había terminado la noche anterior. Dos semanas en Hogwarts y ya se había terminado una botella. Cinco botellas y nueve meses más, ¿cómo se suponía que iba a sobrevivir?
Desapareció la botella y terminó de vestirse, tomó su mochila y se dirigió a la sala. Theo estaba inclinado en el sofá con un cigarrillo entre los labios y un libro flotando frente a él. El primer pensamiento de Hermione fue pedirle un cigarrillo hasta que se dio cuenta de quién estaba pretendiendo ser.
—No puedes fumar en la sala común —dijo, con las manos en las caderas—. Además, apesta.
Miente, anhelaba el olor a nicotina.
Se quitó el cigarrillo de la boca y lo apagó en la parte posterior del sofá de terciopelo. La mandíbula de Hermione cayó mientras lo miraba con incredulidad. Theo se incorporó y se dirigió hacia la puerta del retrato, lo que obligó a Hermione a seguirlo. Se aventuraron por un tramo de escaleras, sus pasos haciendo eco en los pasillos vacíos. Casi no había nadie más alrededor, ya que la mayoría de los estudiantes se despertaban justo antes del desayuno, tratando de dormir el mayor tiempo posible antes de lo inevitable. Hermione siempre se despertaba antes del amanecer, preparando sus apuntes y estudiando más de lo necesario. Necesitaba convertirse en la vieja versión de sí misma.
Theo se detuvo en seco, justo frente a la oficina de McGonagall, lo que provocó que Hermione chocara con él. Se dio la vuelta, mirándola de arriba abajo.
—Tu cabello se ve como un nido de pájaros —Luego, entró sin ella.
Lanzando un encanto alisador sobre su constante manojo de rizos, entró tras él a tropezones. La oficina del director era exactamente igual a como la recordaba. Los retratos eran los mismos excepto por uno justo detrás del escritorio de roble, uno de Albus Dumbledore. Hace un año, el corazón de Hermione se habría roto al ver a su amado director. Aunque pasó parte del tiempo de séptimo año atravesando el país en busca de horrocruxes y luchando en una guerra, se dio cuenta de la verdad sobre él. Se mantuvo al margen todos estos años. Sabía todo sobre Harry, la profecía, sobre Ryddle, y permitió que cada uno de ellos se convirtieran en soldados de guerra. Eran sólo unos niños, apenas de dieciocho años luchando por su mundo y él no hizo nada.
El retrato notó su intensa mirada. Dumbledore le ofreció una cálida sonrisa a Hermione, pero su expresión no se suavizó. Había tanto que quería decirle y gritarle. Él asintió con la cabeza en reconocimiento antes de dejar el retrato.
McGonagall entró por una puerta contigua, recitando sus disculpas por llegar tarde. Los dos estudiantes se sentaron frente a su nueva directora.
—Gracias por reunirse conmigo esta mañana —comenzó McGonagall cuando una taza de té apareció frente a ella—. ¿Cómo se encuentran?
—Fresco como una lechuga, cariño —dijo Theo, sonriendo ampliamente.
Ambos se volvieron hacia Hermione, haciéndola sentir de repente avergonzada.
—Genial, por supuesto.
Mientras la directora tomaba un sorbo de su té, mantuvo una estrecha mirada a su Gryffindor.
—Me alegra escucharlo. Ahora, como sabemos, este año será un poco diferente. Por mucho que queramos que Hogwarts sea lo que alguna vez fue, tendremos que tomar algunas medidas por la seguridad de todos.
—La guerra terminó —comenzó Theo—. ¿Sobre qué debemos preocuparnos ahora?
—Este año he recibido una mayor afluencia de cartas de padres y tutores angustiados que cuestionan la seguridad de la reconstrucción, la confiabilidad de nuestros profesores y, lo que es más conmovedor, el regreso de toda la casa Slytherin —Minerva miró a Theo mientras negaba con la cabeza—. Obviamente, su trabajo como Premios Anuales es supervisar a los prefectos, emitir castigos, puntos, nada de eso ha cambiado. Sin embargo, les estoy pidiendo algo a ambos: necesitamos mantener una sensación de hogar en Hogwarts, la misma que quizás sintieron cuando cruzaron el umbral de la escuela por primera vez hace ocho años. Necesitamos un sentido de familia, necesitamos demostrarles que pertenecen aquí y que nada les hará daño.
—¿Cómo sugiere que lo hagamos, profesora? —preguntó Hermione.
—Para empezar, agradecería que ambos redactaran una carta que pudiéramos enviar a cada padre o tutor. Señorita Granger, la conocen, confían en usted, por lo que será bien recibida cualquier clase de seguridad. En cuanto a usted, Señor Nott, espero una carta por parte de la casa Slytherin en general. No espero promesas, sólo un par de cumplidos. No puedo dejar que los estudiantes pidan volver a casa porque un Slytherin los asustó en los pasillos, ¿de acuerdo? —Él asintió con la cabeza mientras ella tomaba otro sorbo—. El resto depende de ustedes. Si ven a alguien en problemas, ayúdenlo. Háganles saber que están a salvo, eso es todo lo que quiero para mis estudiantes.
Hermione no pudo evitar notar la mirada persistente que le dio Minerva; expresó súplica. Si tan sólo la profesora supiera cuánto Hermione quería escapar en el momento en que vio Hogwarts, posiblemente le rompería el corazón.
—Por supuesto, estamos más que felices de ayudar. Si hay algo más, por favor siéntase libre de preguntarnos al respecto, después de todo, es nuestro trabajo —dijo, sonriendo con demasiada fuerza hasta que le dolieron las mejillas.
Theo murmuró en acuerdo antes de agarrar su mochila y dirigirse a la puerta. Hermione hizo lo mismo y se colgó la mochila al hombro. Justo cuando se dio la vuelta para irse, escuchó un cariñoso:
—Hermione.
—¿Sí, profesora?
Minerva inclinó la cabeza y toda su dulzura se dirigió a ella. Era una mujer amable y cariñosa, al igual que estricta, se preocupaba por todos los estudiantes a su cargo. Más aún sobre aquellos que tuvieron que enfrentarse a lo peor, tres niños curiosos que no podían apartar sus narices de donde no les llamaban. Estos tres le eran completamente queridos.
—No he sabido de ti este verano —comenzó—. ¿Cómo estás?
La Gryffindor sonrió alegremente.
—Bien, bastante bien.
Minerva suspiró.
—Querida, olvidas que te conozco bien. Y Harry expresó su preocupación por ti en sus cartas.
Hermione miró hacia otro lado mientras se mordía el labio inferior.
—No es fácil y no tenemos que fingir que todo está bien —Caminó alrededor del escritorio y tomó su mano—. Has pasado por más de lo que deberías haber pasado a tu edad. Ya no tienes que cargar con el peso del mundo sobre tus hombros, querida.
—¿Le dijo eso a Harry?
—Sí, pero sólo sabe cómo ser un héroe. Y ser quien tiene todo en sus manos es lo que conoces, Hermione. No hace falta, está bien hablar o llorar o incluso gritar, Merlín sabe que te lo mereces.
Merlín sabe también que esta escuela no se merece una «Chica Dorada» rota, pensó.
—Gracias, pero estoy bien, de verdad —dijo, apretando la mano de Minerva—. Necesitaba el verano para pensar y, tal vez, esto vino acompañado con un poco de silencio y desapego de mi parte, pero en realidad, soy la misma de antes. Tanto así, que ya estoy ansiosa por comenzar con mis tareas, así que, si me disculpa.
La directora rio y Hermione se sintió aliviada.
—Por supuesto, pero no te esfuerces demasiado, querida.
Con una risa que cualquier persona en su sano juicio entendería que es falsa, dejó la oficina de la directora. Caminó por el pasillo como si tuviera demasiada prisa. Aunque tal vez tenía prisa por tener un ataque de pánico en privado, en lugar de en medio del Gran Comedor. Sus pies la llevaron a las mazmorras donde el aire se volvió mucho más frío, relajando el intenso calor que devastaba sus venas. Deteniéndose justo entre la sala común de Slytherin y el aula de pociones, se apoyó contra la pared y dejó caer su mochila.
Hermione rara vez sufría ataques de pánico, pensó que era una tontería que alguien dejara que la ansiedad se apoderara de ellos de esa manera. Y esa era una de las innumerables cosas que odiaba de sí misma; subestimar las emociones. Entonces, su brazo izquierdo comenzó a arder de nuevo como lo hacía cuando no podía soportar la presión de la realidad. Se rascó por encima del suéter, intentando en vano aliviar el dolor. Cuanto más se rascaba, más le comenzaba a arder hasta sentir que le arrancaban la piel hasta los ligamentos. Las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas, cayendo desesperadamente al frío suelo de piedra. Luego, cayó una gota roja y se congeló. Su suéter estaba empapado, y cuando levantó más la tela de algodón, vio pequeños hilos de sangre descender por su brazo. Suspiró entre dientes apretados, se subió por completo la manga, exponiendo la piel dañada.
Sangre sucia.
Hermione miró fijamente las letras que marcaban su piel. No habían sanado desde el día que fueron grabadas. No importa cuánta esencia de díctamo usará, las costras no se formaban. A causa de la horrible palabra, la sangre aparecía constantemente sobre los bordes de su piel, tratando de derramarse. El dolor apenas la había inquietado hasta ahora. Desde marzo vivía de pura adrenalina y, cuando terminó la guerra, el malestar volvió. No fue sino hasta que descubrió el alcohol y lo calmó. Ahora, de vuelta en Hogwarts, el ardor volvió para atormentar su antebrazo izquierdo.
La sangre seguía saliendo y se debatió en ir a ver a Madame Pomfrey. Podría pedir ayuda, por primera vez en su vida, pero no, Hermione aún tenía orgullo.
Agarrando su mochila del suelo, continuó hacia el aula de pociones. Contaba con que Slughorn estaría en la mesa de los profesores durante el desayuno. Hermione necesitaba entrar y salir desapercibida. Esa era su esperanza hasta que escuchó dos voces provenientes de la habitación.
—Lo entiendo completamente, pero no puedo aceptarte como mi aprendiz de pociones este año y tener la conciencia tranquila.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Creo que es evidente el porqué.
El estudiante se mofó y Hermione reconoció ese sonido, a menudo ella misma era la causa.
—Nombre a un estudiante mejor que yo en pociones. Severus me enseñó todo lo que sabía, yo también podría estar enseñando en su patético intento de clase.
—Señor Malfoy, entiendo su frustración…
—¿Frustración? —Hubo una risa profunda y desgarradora—. No… no, estoy más que frustrado, Horace. Me vi obligado a volver a esta escuela de mierda y fui requerido para hacer esto y sólo lo está haciendo más difícil. ¿Quiere verme fracasar? ¿Es esto con lo que sueñan todos los adultos? ¿Viéndome fallar de nuevo? Déjeme ser su…
—Draco…
—¿Escogió a alguien más? ¿Quién lo convenció? ¿Eh?
Hermione, al oír lo suficiente, decidió entrar. Asomó la cabeza primero y vio a Draco inclinado sobre el profesor en su escritorio. Slughorn se puso de pie y una oleada de alivio se reflejó en su rostro.
—¡Señorita Granger!
—Lo siento, ¿interrumpo algo?
El profesor cruzó la habitación, bloqueando el estado de furia intensa que venía de Draco.
—Para nada, querida. ¿Necesitas algo? —preguntó, sus mejillas se volvieron de intenso color rosado.
Bueno, profesor, en realidad esperaba robar algunos de sus suministros; no será un problema, ¿verdad?
—Hum, ¿Madame Pomfrey me pidió que le preguntara si tiene algo para ella? —luchó con su mentira. De repente, recordó el trozo de pergamino en el bolsillo de su túnica y lo sacó—. Tengo una lista por si necesita verla.
—No, no, eso no será necesario. Confío en usted y estoy seguro de que no robara nada, Señorita Granger —rio entre dientes.
Hermione sonrió.
—Por supuesto, gracias.
Rápidamente caminó detrás del escritorio y se adentró en el armario de pociones. Se veía igual que en su segundo año cuando robó ingredientes para la poción multijugos. Qué valiente había sido con tan sólo doce años, robando y preparando una poción extremadamente compleja por sus amigos. Ahora, estaba tratando de justificar su robo, era por su propio bien, pero no era lo mismo. Nunca mentiría, engañaría o dañaría, a menos que fuera en beneficio de alguien más.
Haciendo caso omiso de los constantes pensamientos de desprecio a sí misma, comenzó a tomar varios ingredientes curativos. Después de tomar un pequeño frasco de díctamo, notó un cerrojo justo detrás de la última botella. No era de extrañarse que hubiera escondites secretos, considerando al último profesor de pociones, pero su curiosidad estaba ansiosa por descubrir qué había adentro. Echó un vistazo por encima del hombro asegurándose que la puerta estuviera cerrada, giró el cerrojo. Los estantes se abrieron como una puerta y cuando miró adentro no encontró nada. Más estantes, todos vacíos a excepción de una pequeña flor de lirio aparentemente discreta.
Harry le contó sobre los recuerdos que había visto de Snape en el pensadero; también se lo contó a Ron, pero guardó los detalles emocionales para ella. Se sorprendió al enterarse que a pesar de todo lo que pasó, Harry decidió perdonarlo. Nunca se atrevió a decirle lo insidiosa y desesperada que pensaba que era toda la historia. Quizás porque Hermione nunca se consideró una persona romántica o quizás vio más allá de la histeria de la muerte de Snape. ¿Cómo podría Harry encontrar algo romántico en la historia de un hombre que se unió a la oscuridad y saber que estaba luchando contra la mujer que decía amar, una bruja nacida de muggles que nunca correspondió a sus sentimientos? Era demasiado para ella, pero no cuestionó a Harry, no después de todo lo que había pasado.
Dejando el lirio atrás, Hermione cerró los estantes y regresó al aula.
—¿Encontraste todo lo que buscabas? —preguntó Slughorn.
Levantó algunos viales, escondiendo el resto en su mochila.
—Todo el armario está increíblemente organizado.
El profesor sonrió tirando hacia adelante las solapas de su chaleco. Hermione estaba a punto de salir cuando volvió a hablar.
—Señorita Granger, ¿ya ha decidido su práctica este año?
No, por supuesto que no lo había hecho. Apenas pensaba en la ridícula cantidad de tareas que tenía que hacer para una cantidad absurda de clases. En el séptimo año, era normal elegir una o dos asignaturas como prácticas si así lo deseaban. Por lo general, la asignatura elegida estaba relacionada de alguna manera con la profesión que el estudiante deseaba seguir después de graduarse. Después del sexto año, su único enfoque fue salvar el mundo, y pensamientos lastimosos como su futura carrera ni siquiera se habían pasado por su mente. A pesar de la frecuencia con la que le decían que sería buena en cualquier cosa, de lo maravillosa que sería convertirse en la siguiente Ministra de Magia, no se atrevía a preocuparse por eso.
—No.
—Bueno, estoy seguro de que ya muchos profesores le han ofrecido sus asignaturas, pero según recuerdo, siempre ha tenido un don para las pociones.
El profesor no estaba equivocado, Hermione tenía un don para todo. Recordó cuánto deseaba un caldero mientras deambulaba por el país en una tienda de campaña. Lo que sea que habría dado por los ingredientes para preparar una poción calmante para Harry o una poción de sueño sin sueños para ella. Entonces el dolor en su brazo la devolvió de nuevo a la realidad.
—Tan pronto como tome una decisión, me aseguraré de hacérselo saber, profesor —sonrió y se apresuró a salir.
En el baño de prefectos, esparció los muchos ingredientes y pociones preparadas por el azulejo azul. Hermione se quitó el suéter y se mordió el labio por el dolor. Sus ojos se fijaron en su brazo izquierdo y los recuerdos de esa fatídica noche la inundaron. El 28 de marzo de 1998 se convirtió en uno de los peores días de su vida.
«Concéntrate. Limpia tu brazo».
—Aguamenti —susurró, llenando un vial con agua. Hermione lo vertió sobre su brazo, siseando cuando se encontró con la herida abierta. Limpiando la sangre manchada de su brazo, sintió que las lágrimas comenzaban a pellizcarle los ojos.
—¡Esa espada debía estar en mi bóveda en Gringotts, sangre sucia inmunda, ¿¡Como la obtuviste!?
—¡HERMIONE!
—¿¡Qué otra cosa sacaron tú y tus amigos de mi bóveda!? ¡Dime la verdad o te juro que te apuñalaré con este cuchillo!
—¿Qué más sacaste? ¡RESPÓNDEME! ¡CRUCIO!
—¡HERMIONE! ¡HERMIONE!
Se estremeció en el suelo del baño, se llevó su brazo contra su pecho, manchando su sostén con sangre.
—No, no, no, no... —se interrumpió en sollozos ahogados—. Ella está muerta, está muerta... muerta...
Con manos temblorosas, Hermione vertió unas gotas de díctamo sobre la piel mutilada. El vapor surgió en respuesta. Luego se bebió una poción reabastecedora de sangre, sintió náuseas por el desagradable sabor.
—¡CRUCIO!
Sus lágrimas se mezclaron con la sangre en el suelo mientras su mano temblorosa envolvía un vendaje alrededor de su antebrazo.
Sus ojos estaban tan oscuros.
Su voz corrompió su mente, tosca, agonizante. Aguda y dolorosa.
Ella nunca se fue. Podría estar muerta, Bellatrix Lestrange puede que esté muerta, pero nunca se fue.
—Ella murió. Estás bien, estás en Hogwarts.
Hermione aseguró el vendaje alrededor de su brazo antes de colapsar sobre su espalda, cubierta de sangre y poción derramada. Miró hacia el techo y le pareció extraño lo hermoso que era. Mientras parpadeaba, Bellatrix invadió su mente. El techo era un mosaico del sol brillando por encima del agua, con toques de amarillo y oro. Podía ver cada pieza del cristal.
Su pecho palpitaba pesadamente, se obligó a mantener los ojos abiertos mientras comenzaba a contar los trozos de cristal. Era reconfortante la forma en que brillaban por la luz que se asomaba a través de los ventanales. Brillaban y relucían, y Hermione se encontró sonriendo a través del dolor y los números. Sus ojos se sentían pesados. La poción reabastecedora de sangre necesitaba funcionar más rápido, no podía desmayarse en el suelo del baño.
Cerró los párpados y en lugar de Bellatrix, vio un par de ojos plateados. La miraron retorciéndose de dolor. Estos ojos estaban llenos de compasión. Una extraña sensación de comodidad, familiaridad y cercanía en medio de un insoportable dolor.
Y luego volvió a mirar el techo. Un trozo de cristal plateado captó su atención.
Ella estaba bien.
