Hikari Ohira fue la que me llamó reclamándome. Ese día, a pesar de ser importante para mi, no me sentía muy bien. Bueno, esa excusa fue la que puse y la que me llevó a faltar a la escuela ese día... en realidad, no quería ni salir de casa
Era verdad que era mi cumpleaños, pero cada fecha de éstas me ponen bastante melancólico...
Navidad. Año Nuevo. Cumpleaños... todo igual
Acostumbrado a una cena especial, en un restoran con mi padre, con regalos pequeños pero llenos de cariño. Nos quedábamos horas hablando, caminábamos por las calles de la ciudad en que nos encontrábamos. Por pocos días al año, él dejaba de lado sus pinturas, y yo mi balón
Pero eso es del pasado
Ahora, la forma de celebrarlo es como la de cualquier chico
¡Basta Taro!... está bien que quieras estar con papá, pero no es justo que sea tan duro con los Yamaoka...
-¡Taro Misaki!- gritó Hikari al teléfono -¿por qué faltaste a clases?
-... Dejémoslo en flojera- respondí con desgana
-No me vengas con eso, te conozco...
-Y, según tú, ¿cuál es la supuesta razón?
-Tu padre
-¿Podría sentirme así por él?
En ese momento me di cuenta de que era bastante susceptible a la depresión (bu)...
-Dímelo tú
-Dejémoslo en flojera- insistí
-Bueno, como quieras- respondió –pero quiero verte...
-Hum... tendrá que ser más tarde- le respondí –ahora no puedo salir de casa
-¿Por qué?
-Mi mamá dijo que tenía algo como un almuerzo por mi cumple
-Ah, bien...
-Te paso a buscar a tu casa en cuanto pueda
-Bien, te espero
Colgué el teléfono y momentos después mamá llamó. Sí, cuando bajé al comedor estaban los tres Yamaoka (ya se me hizo costumbre llamarlos así, incluida mamá) esperándome para celebrar mi cumpleaños
Todo estuvo muy bonito, agradable... ahora, con esto, me doy cuenta de que los Yamaoka deben apreciarme bastante como para hacerme algo así...
Camino por la calle con paso lento y las manos en los bolsillos. Al llegar a la casa de Hikari, en vez de caminar a la puerta y golpear (como sería lo normal), me dirijo a la ventana y chiflo (silbo). Es una pequeña contraseña que tenemos los dos (es que si su padre me ve, no quiero ni saber lo que sería capaz de hacerme, y qué hablar lo que le podría hacer a mi amiga)
Esperé unos momentos y después Hikari sale por la ventana... la miro con desaprobación
-¿Por qué no sales por la puerta?- le digo (aunque es más una crítica)
-Porque así me evitos preguntas...- me dijo, acercándose a mi
-¿Te evitas preguntas, ¡por favor, Hikari, cuando llegues tendrás que responder el doble: ¿a dónde fuiste, ¿por dónde saliste, ¿a qué hora te fuiste?...
-Ya, ya entendí el mensaje. ¿A dónde vamos?
-A la plaza...- respondí
Preferí no continuar con la conversación. Es verdad que el padre de Hikari es insoportable y todo eso, pero si ella no intenta hablar con él, más difícil va a ser que su relación mejore aunque sea un poquito...
Llegamos a la plaza que acostumbramos y nos tiramos en el pasto, a la sombra del árbol que siempre acostumbramos
-Ya, ¿y qué es eso tan importante que quieres decirme?- le pregunté
-Dos cosas- dijo ella, sonriendo
Vi con curiosidad que tomaba su mochila y sacaba su cuaderno
-Número uno- dijo – aunque no lo creas, aunque te parezca casi imposible, es verdad
-¿Qué cosa?
-Que la bola de idiotas que intentan jugar fútbol por nuestra escuela, tienen posibilidad de clasificar para las nacionales
-¿Si, ¿en serio?
Hikari me entregó el cuaderno con cara de sabelotodo y yo, entusiasmado, comencé a ver sus notas (dándome cuenta también, de que se tomó muy en serio eso de ser asistente)
-¡Vaya!- no pude evitar decir, al ver que Hikari prácticamente había llenado el cuaderno de notas y cuentas –tienes razón... me cuesta creerlo
-Sólo necesitan ganar dos de los tres partidos que quedan y... ¡pasajes y maletas, porque nos vamos de viaje...
-¿Tú crees que tú papá te deje?
-Tiene que hacerlo- me dijo seriamente –es algo para la escuela. Puedo hacer que crea que es asignado, y que es uno de los mayores sacrificios de mi pobre y estúpida existencia- dijo, con algo de dramatismo. En vano trato de sonreírle... me carga cuando se expresa de esa manera, sobretodo de sí misma
-Bueno- dije finalmente –eso ya es problema tuyo, y sé que podrás solucionarlo
-¡Confía en mi!- me dijo, guiñándome un ojo
-Aunque te recomiendo que no te ilusiones tanto...- dije, pero sabía que era difícil no hacerlo
-Lo sé- dijo –si esa bola de perdedores llegan al nacional, será un verdadero milagro hecho directamente por Dios
-Los milagros existen...- replico
Ella sólo me mira y me habla como si sólo tuviera cinco años o como si habláramos en distintos idiomas
-"El verdadero milagro es la ciega creencia en los milagros"- dice, prefiero no responderle -... y ni siquiera eso funciona- murmura más para sí
Eso es lo que más me molesta de ella... es tan poco optimista con su vida y su persona, que me dan deseos de zarandearla, y que de alguna manera reaccione, y que empiece a creer que su vida puede cambiar
-Bien- dijo ella –ahora lo segundo
De su mochila saca un paquete, y me lo entrega
Para ser sincero, lo abro bastante extrañado, nunca pensé que Hikari me hiciera un regalo de cumpleaños y, dentro de una caja, hay una fotografía de ambos en un bonito marco de madera. Estábamos abrazados... ¡recuerdo cuando nos la habían sacado, había sido un poco después de que nos conociéramos
-Está muy bonita, gracias
-Qué bueno que te gustara- me dijo, sonriendo –para serte sincera, no tenía ni idea qué regalarte, así que recordé esa foto
-Me gustó muchísimo tu regalo, gracias Hikari- le dije, abrazándola
Después de todo, debo admitir que fue un día relativamente fuera de lo normal. Lo pasé bastante
bien junto a los Yamaoka y junto a Hikari
Pero había algo dentro de mí que sabía que algo faltaba... estaba más que seguro que no podría irme a la cama tranquilo sin que haya una llamada para mi
El teléfono sonó, y ahogo mis terribles deseos de ir y contestar apretando con fuerza el libro que supuestamente leo. El señor Yamaoka es quien contesta y, apenas me indica que es para mí, me pongo de pie rápidamente y corro al teléfono
-¿Alo?- pregunto, sin poder evitar que mi voz sonara emocionada
-Taro...
-Papá...
Fin cap.
. Esa es una frase del libro "Caballo de Troya" (no recuerdo el volumen, puede que sea el tercero), de JJ Benítez
