"Siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo."
—Benito Pérez Galdós.
[...]
"¿Qué rayos acabo de hacer?"
El sonido incesante de la lluvia le impedía oír claramente sus pensamientos. De hecho, él mismo prefería no hacerlo porque sabía que todo lo que estaba pasando era, en cierto modo, resultado de sus propias acciones.
Sus manos comenzaron a manifestar un espantoso dolor que le relataba—de manera cruda—cómo habían pasado las cosas. Ni siquiera pudo entender cómo llegó a tal circunstancia, pero estaba arrepentido. Muy arrepentido.
Las imágenes mentales se volvían más claras y aquella bruma oscura que lo solía perseguir se disipaba, mostrando el rostro de la persona que yacía debajo suyo.
—Mi.. —Apenas podía hablar entre golpe y golpe que recibía. Los puños de Mikey dolían tanto como ver sus ojos hundidos en la oscuridad de un joven que acababa de convertirse en un asesino. —... key.
Fue su hilo de voz, suplicante y con un deje de decepción, lo que lo arrastró a la cruenta realidad. Esa fue única razón por la cual no le dio el golpe de gracia para acabar con aquel enemigo que insistía en terminar la guerra que le arrebató a su mejor amigo.
Estaba acorralado entre sus impulsos oscuros y la necesidad de ser salvado de ellos. Mikey perdía el control de su ser, de su pensamiento, dejando todo a merced de la ira.
—¡¡Ya basta, por favor!! —la dulce y desesperada voz del líder de Brahman fue la excusa perfecta para ocultar la verdadera razón por la cual no terminó lo que su lado más tenebroso había iniciado. —¡¡Perdónale la vida, te lo suplico!! —Su vista comenzó a mostrarle algunos detalles más horribles de lo que había pasado, notando que quien suplicaba por la vida de Takemichi era una joven.
Sí, una mujer al frente de una de las pandillas más fuertes de la ciudad. Ella se hincó frente a él, ignorando una futura reacción de Sano y con la firme convicción de cumplir la promesa que le había hecho a Takemichi.
Senju había apostado su propia vida a cambio de salvar la de Hanagaki.
—¡¡Brahman queda oficialmente disuelta en este instante!! —gritó nuevamente, creando un clima de total incertidumbre entre sus subordinados.
—¿Eres capaz de arrodillarte con tal de salvarlo? —inquirió en un tono de voz intimidante, una que generaba pánico hasta en la persona más valiente que pudiera existir.
La miró con repugnancia y su rabia era demasiado asfixiante. Sin embargo, tras aquellos sentimientos negativos se encontraba uno de total agradecimiento por haberse interpuesto en ese momento.
—¡¡Perdónale la vida a Hanagaki, Mikey Sano!! Y a cambio de eso, puedes llevarte a cualquiera de los miembros de mi pandilla, sin ninguna objeción de mi parte. —Con su rostro apoyado contra el suelo, la joven aún continuaba con su plan persuasivo para acabar con lo que estaba pasando.
—¡¡Vete antes que te mate, líder de Brahman!! —Le dio la espalda y oyó cómo la joven se había levantado rápidamente. Giró su rostro y observó cómo ella trataba de despertar a Takemichi.
Por otra parte, Takeomi se alejó lo más rápido que pudo para volver a llamar a la ambulancia.
Mikey estaba regresando a la normalidad y lo poco que pudo comprender fue que, esa noche, había cometido el delito más espantoso que jamás hubiera deseado: un asesinato.
De lejos observó el cuerpo de South y frunció el ceño al darse cuenta que él pudo haber sido quien planeó matar a Draken. A pesar de querer mantener la compostura, su cuerpo ya manifestaba el dolor de otro de sus grandes errores. Sentía punzadas en su pecho y en su cabeza. Sus recuerdos eran difusos pero había testigos que podían relatarle a detalle lo que pasó en ese corto tiempo.
Escuchaba la molesta voz de Kokonoi insistiendo en irse del lugar, pero Mikey hizo caso omiso a tal sugerencia y prefirió subirse a su moto.
—¿¡A dónde irás!? ¿¡Eres consciente de que la policía estará tras nosotros!? —gritaba Koko al notar que Sano estaba empecinado en irse solo.
El líder de Kanto Manji Gang encendió su moto y sostuvo el manubrio con fuerza. Su mirada se perdía entre las personas que huían rápidamente al escuchar las sirenas de la policía. Pero su principal preocupación era Takemichi y su estado de salud. Sí, la misma que él mismo había destrozado.
—¡¡Déjame solo!! No me molestes o tú también acabarás igual que ellos... —espetó y se alejó lo más rápido que pudo.
El rugido rabioso de su motor era lo único que mantenía la serenidad entre tanto barullo. El olor a combustible le traía miles de recuerdos dolorosos en los que se encontraba su hermano mayor Shinichiro con una esplendorosa sonrisa y un semblante pacífico, restaurando viejas y olvidadas motos.
Shinichiro era el punto de convergencia de su mayor angustia, derivada en un trauma que aún no lograba superar ni canalizar.
Mikey gritó al mismo tiempo que pulsó el acelerador y recorría la avenida a una velocidad desmesurada. Ni siquiera pensó en un lugar a donde ir, sólo quería alejarse.
Fue entonces cuando llegó hasta la playa en la que había ido años antes con los miembros fundadores de la ToMan. Si, precisamente con Draken, Baji, Mitsuya, Kazutora y Pah.
Allí se detuvo. Apagó el motor y caminó por la arena hacia el mar.
Su mente aún guardaba las risas de ese día, las bromas de sus amigos y los regaños de Draken.
"Nuestros asuntos se resuelven en nuestro propio mundo. No puedes involucrar a inocentes ni hacer llorar a quienes te rodean..."
Cada paso que daba era un golpe más profundo. Un golpe que no sangraba pero que dolía más que cualquier herida física.
La pérdida de Draken era el detonante para que sus impulsos oscuros dominaran la poca o nula cordura que Mikey tenía.
"No tienes que bajar la cabeza si no quieres, pero piensa en los demás..."
Se detuvo frente al mar en calma. La lluvia caía sobre ella, creando un extraño escenario donde él se sentía juzgado por la ausencia de la luna y la presencia de los rayos que no dudarían un segundo en fulminarlo si tuvieran algún tipo de contacto.
En la lejanía del horizonte veía la figura de Draken, la de sus hermanos, la de Baji e incluso, la de Izana. Ellos lo miraban con una gran decepción en sus ojos.
"Hay momentos en las que no puedes rendirte..."
—Lo siento, Kenchin. Esta vez fallé. —murmuró al recordar una de las tantas frases de Draken y llevó sus manos a su rostro.
"¡¡No puedo rendirme!! ¡¡Tengo una razón para no rendirme!!"
Al rememorar la determinación de Takemichi, Mikey quitó sus manos del rostro e intentó atrapar las gotas de la lluvia. Levantó su cabeza hacia el cielo y dejó que su cuerpo se empapara de ella.
"No puede ser... ¿Por qué te alejaron de mí, Kenchin? ¿Qué le hice a él?"
La brisa revolvió su cabello y llenó sus ojos de arena. Las lágrimas fueron barridas junto con el ápice de esperanza de ser salvado.
Se adentró al mar y perdió el control de su propio cuerpo, cayendo de inmediato. La lluvia aún lo acompañaba y susurraba cuán pecador era, convirtiéndose en el peor verdugo que pudo haber conocido.
A través del agua observó sus manos hinchadas y manchadas de sangre. Se preguntó si aquel líquido que corroía su piel pertenecía a South o a Takemichi. Llegó a la conclusión de que era de Hanagaki, pues no existía un dolor más horrible que la propia traición.
¿Cómo pudo haberlo lastimado de esa manera? ¿Por qué Mikey permitió que su oscuridad acabara con la única persona dispuesta a salvarlo?
—Me duele... —espetó mientras intentaba limpiar la sangre. —¡¡¡Me duele mucho!!! —gritó con todas sus fuerzas.
Su cuerpo tembló, no sólo por el frío sino por la vergüenza que sentía al recordar el rostro magullado de Takemichi.
Aborrecía ser Mikey, el temible líder de Kanto Manji Gang; el asesino de South, el líder de Rokuhara Tandai. Un joven respetado en la ciudad y capaz de arrasar con numerosas pandillas en cuestión de minutos.
Él era alguien más fuera de su laborioso puesto. Él continuaba siendo un adolescente inestable emocionalmente, apegado a algunas personas que él consideraba muy importantes y por las cuales era capaz de arrasar con todo si alguien se atrevía a lastimarlos.
¿Pero cómo podía detenerse a sí mismo? Él mismo había roto aquel acuerdo implícito y como tal, debía ser castigado por ello.
Mikey cerró sus ojos y levantó su cabeza hacia el cielo. A través de ellos podía ver algunos destellos de luz, acompañados de una orquesta enfurecida que conformaban el preludio de la tormenta que estaba por desatarse en medio de la lluvia.
¿Qué más podía perder?
—Perdón, Kenchin, Baji, Shin, Emma... —musitó. —Takemitchi, ¿por qué volviste? ¿Cuál es la razón por la cual has vuelto?
"¡¡No puedo rendirme!! ¡¡Tengo una razón para no rendirme!!"
Aquellas palabras regresaron a su mente, respondiendo a su pregunta. Definitivamente él había desquitado su ira contra Takemichi y no lo supo hasta casi matarlo. Sin embargo, en los vagos recuerdos donde él lo golpeaba incesantemente, recordó un pequeño detalle que lo desgarró por completo: sus ojos habían perdido su brillo.
Takemichi había perdido la esperanza. Él cargaba con un peso similar al suyo y, aún así, se mantenía de pie con la convicción de evitar la muerte de South. Su sordera y ceguera le impidieron actuar racionalmente y permitió que su cólera fuera el juez que condenara a todos a la pena de muerte sin posibilidad de defenderse.
La culpa lo abrumaba y se preguntaba qué pensarían sus viejos amigos cuando supieran todo lo que había sucedido: ¿Lo culparían por casi acabar con él? ¿De qué lado estarían?
Eran preguntas muy difíciles de responder y no sabía qué hacer con sus errores.
¿Qué era correcto? ¿Qué debía hacer a partir de ahora?
"Te confiaremos todo lo que tenemos. Haz una nueva era para nosotros, Mikey."
Aquellas sonrisas de sus amigos de la infancia, la de sus hermanos, su abuelo... pero más la del joven que estaba empecinado a salvarlo, Hanagaki Takemichi, era todo lo que podía devolverle la tranquilidad.
¿Cómo pudo olvidar todo en tan poco tiempo?
—¡Chicos, perdónenme! —Se paró y miró cómo el mar comenzaba a mostrarse más furioso. Dio varios pasos hacia atrás y llevó una mano a su pecho. —¡Iré por él! Aún no estoy completamente vacío, pero el dolor que le causé es suficiente para que él me odie y no lo culparé. Iré a verlo, a disculparme por mis actos impulsivos y...
La lluvia mermaba poco a poco. Podía escuchar la voz consciente de su mente:
"Él fue por ti. Fue a salvarte y tú te negaste. Está destruido física y emocionalmente. Ya no hay vuelta atrás."
—Sé que no existe un retroceso en mis actos, pero al menos quiero verlo... —Bajó la cabeza. —¿Será correcto o se trata de mis impulsos oscuros que buscan terminar con su trabajo?
Si no lo intentaba, no lo sabría...
[...]
Cuatro días más tarde, Mikey supo dónde se encontraba Takemichi.
Bajo la capucha de un viejo buzo que solía utilizar su hermano, ingresó rápidamente al hospital donde se encontraba internado.
Gracias a la información que le proporcionó Koko, halló la habitación de Hanagaki y se aseguró de que no hubieran enfermeras o visitantes en el lugar.
Cuando confirmó que no había nadie que lo molestase, ingresó al cuarto de la manera más silenciosa que pudo.
Una vez que cerró la puerta, lo miró detenidamente: su brazo enyesado, cuello ortopédico y vendas en su rostro. Además, tenía un respirador artificial y muchísimos otros cables que monitoreaban su estado de salud.
Se acercó hasta él y se ubicó junto a su cabeza. Arrimó su mano hasta la de Takemichi con la esperanza de tocarlo, pero la culpa le impidió rozar su piel.
—M-me alegra que sigas con vida... —murmuró y dejó caer unas lágrimas. —Quería ver cómo estabas e irme. No merezco más que eso. Adiós, Takemitchi~ —susurró y se alejó. Cuando estuvo a punto de abrir la puerta, escuchó un quejido del joven.
Mikey volteó hacia él y vio que estaba despierto.
—L-lo siento, Mikey... —masculló y tosió.
—¡¡Soy yo quién debería...!!
—A p-partir de ahora, no buscaré salvarte. Sólo quiero derrotarte, a-aunque me cueste la vida. —aseguró y frunció el ceño.
Mikey no respondió y simplemente se retiró de la habitación.
Él entendió dos cosas de Takemichi: él había perdido su brillo ante la decepción de fallar en su objetivo y que no estaba dispuesto a perder, bajo ninguna circunstancia.
Asimismo, comprendió que Takemichi fue capaz de adentrarse a la temible y fría oscuridad en donde Mikey se encontraba en ese momento.
Tras su rostro apático, se escondía un niño que gritaba por auxilio, mas ese horrible fantasma llamado muerte no permitía que nadie pasara por ese lugar.
Porque todo estaba decidido entre ellos. Ya nada volvería a ser igual que antes...
