Disclaimer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Yo sólo les lío para crear una historia. Los personajes que no reconozcais, sí son míos.


Hearing Damage by Thom Yorke.


Con la excusa de tener que cazar, me alejé de Seattle para irme a la frontera de Canadá, no volviendo aquella clase durante tres días.

Cazar un par de pumas era necesidad de saciar la sed; cazar diez de ellos y cinco venados, completo frenesí por reprimir la ansiedad. Y no iba a dar tregua al sexto que, después de olisquear los cadáveres y observar tímidamente al depredador que había acabado con su manada, salió disparado hacia el frondoso bosque, como si realmente tuviese escapatoria. Para liberar adrenalina, decidí dejarle un margen de tiempo prudencial hasta que empezase a confiar y casi diez kilómetros más allá, empezar mi persecución.

El final era obvio, incluso segundos antes de que mis dientes se clavasen en su yugular, hasta que la sangre acabó por refrescar mi garganta.

Me alejé del cadáver y finalmente me deslicé hasta tumbarme en una alfombra multicolor de hojas y follaje. La humedad del suelo caló mi camisa, pero apenas fui consciente del efecto en mi piel.

Mientras miraba los cambios de color en el cielo, me daba cuenta que había sido un completo cobarde.

¿Qué podía hacer una humana contra mí?

No podía dejarme intimidar por una sola mirada. No iba a convertirme en el monstruo que esperaba que fuese. Ahora que estaba fuertemente sedado en mi interior, no. Había sido demasiado sacrificio para echarlo por la borda.

Era imposible que aquella muchacha y yo hubiésemos encontrado por casualidad.

Sus abuelos serían unos niños cuando yo me dedicaba a dar caza a los peores elementos de su especie, y estaba seguro que no había estado cazando cerca de donde ella había estado. Su olor era peculiar y lo hubiese reconocido a pesar del tiempo y las distancias. Aun así, estaba casi seguro que había debido de tener algún contacto con un vampiro. Sentí cierta lástima por ella: encontrarse con los de mi especie solía ser traumático, incluso, con demasiada frecuencia, fatal.

La única excepción había sido mi Bella y, aun así, ella había sufrido los daños colaterales.

No podía culparla por estar aterrada y pensar lo peor de mí, si verdaderamente había llegado a la conclusión. Lo que había visto en su mente no me dejaba lugar a dudas.

Tenía que volver allí, no sólo para enfrentarme a mis demonios; por el bien de mi familia, el mío propio, incluso el de aquella chica, tenía que volver a esa clase, y tantear cuánto podría saber, y si podría llegar a convertirse en una potencial amenaza.

Se me encogió el estómago de pensar en lo peor.

Antes tenía que comprobarlo, y si tenía que actuar, preferiría que Carlisle me aconsejase. Era mucho mejor tener la conciencia tranquila cuando él me dijese que la solución era la irremediable visita a Tanya.

Me levanté, decidido a enfrentarme a la situación, con algo más de aplomo.

Mañana por la tarde necesitaría toda mi templanza para encararlo.

Anduve a un ligero paso humano hasta el coche, — unos cinco kilómetros de donde me encontraba, escondido entre unos arbustos—, y antes de meterme, algo se me pasó por la cabeza.

¿Y si Bella había decidido que volviese?

Con una sola llamada, un solo mensaje que hubiese de ella, comprendería la señal, cogería el coche, conduciría a más de doscientos por hora y no pararía hasta estar completamente seguro entre sus brazos.

Con todas mis esperanzas puestas en ciento cuarenta caracteres en una pantalla, doliéndome el pecho como si el corazón me palpitase a ciento por minutos, cogí el móvil y la garganta se estrechó.

¡Había un mensaje!

Y tal como había subido la euforia, ésta no tardó en desplomarse al suelo con la misma velocidad que una montaña rusa.

No era Bella.

Como si me hubiesen dado una puñalada en el pecho, leí el mensaje que mi hermana me había dejado. Me sentí ruin por dedicarle toda mi bilis. Ella sólo intentaba ayudarme.

"Puedes volver a clase. No he visto nada que pueda perjudicarnos…por el momento".

Debería tranquilizarme que ella estuviese velando por mis—nuestros—intereses y no hubiese visto nada alarmante, pero sólo llegué a perdonarla y permitirme una sonrisa con la segunda parte del mensaje.

"Y vuestro futuro sigue inalterable…a pesar de las interferencias…"

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El aburrido señor Wool me hizo sentir como si no hubiese perdido ni un solo día de clase; continuó analizando Cumbres Borrascosas. Tenía que admitir que la monotonía del tema había cumplido un objetivo: acabar hastiado de Heathcliff y Cathy, pensar que ambos necesitaban un buen psicoanalista, y tirar el libro por alguna esquina perdida de mi habitación.

Para desgracia de su ego, ya no venía a escucharle, sino por la chica que se sentaba casi al principio de la clase, intentando evitarme.

Mi ausencia no la había llevado a ningún engaño; creía que la estaba acechando para pillarle desprevenida e intentaba mantenerse alerta. ¡Pobre chica!

Fingí hacerme el distraído y fijé intensamente la vista hacia la pizarra, escuchando atentamente los desvaríos románticos del eminente profesor, aunque pendiente de cada pensamiento que saliese de la mente de la chica. Podía oler su miedo hasta en la última fila de la clase.

"¿Le habrá mandado a él para cumplir su amenaza?"

Fue lo más claro que pude dilucidar de una maraña borrosa de pensamientos. Por un instante sonreí por lástima. Si no fuese porque quería escapar de mí a toda costa, la hubiese cogido y le hubiese soltado que no tenía ningún interés en ella. Yo sólo estaba en esa aburrida clase porque el resto de mi existencia era aún más aburrido, y que no era de los que jugaban con las presas por divertirme.

Aun así, aquellos remansos de palabras no dichas me dieron una pista. Podía estar seguro que un vampiro se había cruzado en su camino, incluso aún la estuviese persiguiendo, aunque no hubiese encontrado un solo rastro de alguien acechándola. Si nos hubiésemos encontrado, me haría saber que ella era su presa y no me convenía meterme en el medio. Y personalmente, por muy tediosa que resultase toda aquella situación, tenía razones de peso para no arriesgarme por una humana que nada significaba para mí.

Pero tenía que saber hasta qué punto aquel estúpido de mi misma especie nos había expuesto ante aquella chiquilla, sobre todo, si no quería volver a tener problemas con Aro y compañía. Bella aún era humana.

Decidí empezar a investigar aquella misma noche, después de salir de clase.

El tiempo seguía húmedo y lluvioso y las predicciones auguraban pocos cambios climáticos hasta finales de noviembre; entonces empezaría a nevar.

Empecé a seguirla a varios metros, y me escondía entre los árboles mientras ella, apoyando el violonchello—que había llevado a clase desde las primeras horas de la tarde—, parecía estar esperando a alguien. Con la sensación de sentirse vigilada cada minuto que su acompañante se retrasaba miraba hacia todos los lados. No ver a nadie sospechoso a sus alrededores no acababa de tranquilizarla del todo. De alguna manera, intuía mi presencia muy cerca de ella.

Se debatió entre el alivio y la culpabilidad cuando un ostentoso coche de color rojo paró a su lado.

Un joven de aproximadamente su edad y ademanes algo afeminados, abrió la puerta del copiloto, invitándola con una sonrisa a entrar.

— ¡Ey, Cars!—la saludó alegremente —. Me alegra que me llamases.

—Charles, gracias por acercarte. —No dudó un solo instante y rápidamente subió —. Mi casa te pilla de camino y no me gusta pasear por el campus sola a estas horas.

El chico hizo un gesto de comprensión y empezó a conducir. Corrí hasta mi coche, y con precaución de ponerme varios coches por detrás de ellos, espié cada una de las palabras dichas y pensadas de aquel auto.

No tardé ni dos segundos en darme cuenta que ella y aquel chico sólo eran dos amigos del conservatorio. Ni siquiera había un interés amoroso entre ellos.

Él era uno de los muchos violinistas que había en el conservatorio de Seattle y estaba claro lo mucho que la admiraba como violonchelista. La consideraba formidable, aunque yo no lo creyese así. Podía contar con los dedos de una sola mano, los humanos que habían logrado impresionarme con su arte musical, y, seguramente, ella no levantaría mi tercer dedo de la mano para que me rindiese a sus pies.

Y aun así, mientras hablaban tranquilamente sobre clases y horarios, el chico hacía un viaje mental hasta su apartamento, donde un tal Jason—impresionante moreno de metro noventa y aires de luchador de Kick boxing—le recibiría llenándole de besos y…

Censuré rápidamente aquellos pensamientos para darle la intimidad que no debería haber violado, para centrarme en los de la chica, que a pesar de su apariencia risueña y de las risas ante las ocurrencias del conductor, se debatía entre el miedo a quedarse sola en casa y ser un blanco vulnerable de mí, o el de implicar al pobre Charles, porque de querer atacarles en ese preciso instante, él no podría escapar.

Al llegar a su casa, dudó un par de minutos en salir del coche, como si aquello le permitiese ganar algún tiempo más de vida. Desde el coche, meneé la cabeza. Si no fuese por la situación, me darían ganas de salir del coche, ir a su encuentro y, dándole una palmadita en la espalda, asegurarle que por mi parte no había peligro.

Aquella situación de ser la víctima en lugar del verdugo era completamente nueva para mí.

Por fin se decidió a salir y a entrar en aquel bloque de edificios.

Leí sus pensamientos para ver a qué piso se dirigía, y subí rápidamente los tres pisos antes que el ascensor parase.

Antes de abrir la puerta, giró varias veces la cabeza, con la sensación de sentirse vigilada.

Al no ver a nadie, se confió levemente, entró en el piso y cerró la puerta con tres giros de llave y el pestillo dejando el violonchelo junto a la puerta. Era un buen intento, pero no había impedido que me colase dentro del piso. Si mi intención hubiese sido matarla, estaba seguro que lo hubiese conseguido con relativa facilidad, a pesar de sus esfuerzos.

Me sorprendió que viviese sola. No quería decir que el campus fuese una maravilla, pero era extraño que una estudiante pudiese permitirse esa clase de alojamiento. Ya no se trataba de las posibilidades que su familia pudiese tener, era más bien que ella necesitase su propio espacio. Sólo por aquello me empezaba a levantar un poco más de interés.

Decidí dejarle su intimidad, cuando la oí desvestirse en el cuarto continuo, para entrar en el cuarto de baño y darse una ducha.

Entonces, empecé a inspeccionar aquel piso para intentar sacar algo en claro sobre ella. Lo primero que me llamó la atención fue aquel enorme salón casi desnudo de muebles. Tan sólo un par de estanterías con muchos CDs, una cadena de música y un solo libro, un sofá de cuero blanco, una mesilla, una lámpara, dos cojines gigantes para sentarse y lo que más me impresionó estaba en el medio de aquella sala, un imponente piano de cola de color blanco.

A mi pesar, sonreí. En otras circunstancias, nos hubiésemos llevado bien.

Cuando el sonido de la ducha dejó de sonar, percibí que estaba saliendo y me escondí entre los pocos muebles que había.

Sus pequeños pasos dados con los pies descalzos se dirigían hacia la cadena de música. La encendió, puso uno de los CDs que tenía más a mano, moduló el volumen y se dirigió a la cocina para prepararse la cena.

Tenía bastante habilidad pelando las verduras y echándolas a la sartén para freírlas; aun así, fui incapaz de no llevarme las manos a la cabeza cada vez que ese cuchillo machacaba las verduras y no poder imaginarme otra cosa que lo próximo sería su dedo. Era lo único que me faltaba con ella.

Por suerte, tenía cierta habilidad con ello y no pasó el peor de las escenas posibles; no obstante, permanecí nervioso hasta que soltó el cuchillo.

Bella me había malacostumbrado a permanecer en estado de alarma permanente.

Mientras batía un par de huevos y rehogaba las verduras, tatareaba la canción de Snow Patrol que sonaba en aquel instante. De cierta forma, gracias a esa preciosa voz, dejé la ansiedad a un lado me concentré en cada nota que tatareaba.

Empezaba a incluir más allá de los noventa en la buena música si todas las canciones se parecían a ésta; o por lo menos, ella me hizo parecerlo así.

Me decepcioné bastante cuando dejó de cantar para servirse la cena. Bajó el volumen de la música y, cogiendo el móvil, empezó a hablar con alguien.

Por su tono de voz, tranquilo e increíblemente lleno de cariño, comprendí que se trataba de alguien de su familia. Para darle la poca intimidad que le había arrebatado después del allanamiento de morada, bloqué todo pensamiento que me llegase y cogí mi propio móvil.

Aún no había noticias de Bella.

Y Alice tampoco había llamado, lo cual tampoco me preocupó demasiado. Seguramente habría visto que haría aquella visita y no pasaría nada. Aunque me hubiese gustado saber qué me iba a encontrar allí.

Desde que dejó de hablar hasta que finalmente acabó durmiéndose en el sofá, pasaron dos interminables películas de dos horas en el ordenador.

Gracias a que no pudo aguantar una tercera, por fin pude salir de mi prisión y empezar a buscar lo que me interesaba.

Por el ambiente, no había signos de haber un vampiro—otro más que yo—por allí. Aun así, preferí ser cauteloso y estar alerta a todo estímulo.

Antes de entrar en su habitación, decidí echarla una ojeada por si acaso estaba sólo en el duermevela.

Pero no.

Estaba completamente lánguida en el sofá, profundamente dormida. Y al contrario de lo que pasaba con Bella, ella no habló ni una sola vez. En cambio, me empezaron a llegar las primeras imágenes de su sueño con sensación de estar viendo una película tipo Nolan (1).

Entrar en su habitación fue un completo cúmulo de información. Al igual que su comedor, estaba desnuda de muebles, a excepción de una cama y varias estanterías llenas de CDs.

Las paredes, no obstante, estaban llenas de posters y fotos. Lo que me diría cosas sobre ella.

Los grandes posters de New York claramente me contaban que había vivido allí, o, por lo menos, la había visitado numerosas veces y que le había encantado.

Pero las fotos era lo que más me interesaba.

Una de ellas estaba en blanco y negro y era de una mujer parecida a ella pero con de tez y cabello mucho más oscuros. En una foto a color, la misma mujer, con más de cincuenta años más mayor, se encontraba junto a ella y una niña de unos ocho o nueve años.

Después de revisar varias fotos más sobre su infancia y sus amigos de instituto—lo que me mostraba de su carácter que, aun siendo sociable, prefería su propia independencia—, encontré un par de ellas donde había estudiado su primer curso de universidad. Por la sudadera que llevaba, parecía encontrarse en la universidad de Oregon.

Se encontraba abrazando a una amiga, algo más alta que ella, castaña y piel tostada, típico producto californiano. Lo más llamativo de aquella joven era que aparecía en varias fotos más y en un recorte de periódico.

Al lado de una foto doblada donde sólo se le mostraba a esa misma chica, se encontraba un titular.

"Desaparece estudiante de la universidad estatal de Oregon."

Sylvie Dawson, de veinte dos años, natural de San Diego (California), fue vista por última vez a última hora de la tarde, tras su entrenamiento de atletismo…

Decidí desdoblar la foto y me encontré con ella abrazada a un chico rubio, guapo para estándares humanos, e increíblemente sonriente.

Me estaba preguntando por qué tendría tanto rencor como para esconder la foto de su novio, cuando me di cuenta que yo ya había visto antes a ese chico, sólo que las circunstancias no habían sido las mismas.

Recordaba al chico agresivo y marioneta de Victoria que no se libró de una muerte bajo los colmillos de Seth, por no ser lo suficientemente listo, y creer que le estábamos manipulando para volver en contra de la persona que él creía amar.

Con tales acontecimientos no podía hacerme a la idea que ante mis ojos se encontraba el Riley Biers humano, lleno de futuro, y con gente que se merecía más su amor que aquella vampiresa psicópata y manipuladora.

Quería saber más, y mi curiosidad fue satisfecha cuando en una de las estanterías—entre espacios de CDs y CDs—, encontré varios recortes de periódico, donde se relataban las muertes de Seattle y Salem, unas cuantas fotos de ellos dos como pareja, y lo más interesante de todo, un par de notas, arrugadas, casi rotas, escritas con letra inteligible, muchos borrones y tachaduras, demostrando la ira de quien la escribía.

Cars, lo siento…

Yo no quería que presenciases esto. Pero tenía que elegir entre Sylvie y tú…

Era difícil, porque tu deliciosa sangre, sangre, sangre ...es demasiado para mí. Y no quiero tener tu muerte en mi conciencia. Ojalá todo hubiese ido bien entre nosotros. Podía haber salido…

Pero yo amo a Vic…y sólo ella sabe darme lo que necesito en estos instantes.

¡Por favor! No me odies por lo que crees que ha pasado. Y no vayas a la policía…

¿Piensas que te creerán? Y aunque así fuese, no te veo capaz de poner a nadie en peligro, porque eso harás si lo haces.

Por favor, limítate a aceptar mis disculpas, ódiame por lo que soy ahora, pero recuerda nuestros momentos…

Te quier

Riley.

P.S: Si no te callas por mí, por lo menos piensa que mi familia no me considere un monstruo

La otra nota tomaba un cáliz mucho más espeluznante y amenazante.

¿Qué has hecho, put…zorra de mierda?

Te dije que te limitaras a callarte, pero tuviste que ir a la policía. Menos mal que no te creyeron, y aun así, te has puesto en peligro. Me has puesto en peligro…y a Victoria

¡Sencillamente tenías que callarte! ¡Callarte! ¡CALLARTE! ¡CALLARTE!

Ahora ella lo sabe. Sabe de ti y no podré evitar lo peor para ti.

Vas a morir.

Hay algo que hacer en Forks…Bueno, no importa…Tienes unos días más de vida.

Sencillamente, ella no puede dejar cabos sueltos…

Ahí tenía todas las respuestas. No necesitaba extraer más información de su mente; ya había proyectado toda aquella película de terror en mi mente, sólo que, para ella, era muy real.

En parte, empaticé con ella. Podía comprender que estuviese asustada, aterrada, aun sin saber una milésima parte de todo el berenjenal.

Lo positivo de todo aquello, era poder quitarse un peso de encima.

No era a mí a quien odiaba, sino todo lo que yo representaba.

De todas formas, no pude evitar maldecir a Victoria y a Riley por ser tan chapuceros.

Había estado tan cegada en su intento de matar a Bella y vengarse de nosotros, que no se había dado cuenta de todos los cabos sueltos de su ridículo y peligroso plan. Aunque de Victoria podría esperarme que fuese tan enrevesada que se vengase de nosotros exponiendo a toda la especie.

El plan no prosperó y aquel cabo suelto—aquella pobre muchacha—había sobrevivido. Y como no me consideraba un esbirro de los Vulturis para hacer su trabajo, se merecía vivir.

Y para que lo pudiese hacer de manera tranquila, yo, su último obstáculo para ello, tendría que desaparecer y comprometerme a no volver.

No creí necesaria una nota. Si en unos meses ella veía que ya no estaba, comprendería que no la estaba persiguiendo. Y podría continuar con lo que hacía antes de que los acontecimientos la engulleran.

Aún permanecía dormida cuando salí de la habitación. Ahora sus sueños eran mucho más negros y sin casi figuras. No hablaba, pero empezaba a agitarse y a suspirar pesadamente, intuyendo que lo estaba pasando mal en medio de aquella oscuridad.

Retuve el impulso de intentar calmarla incluso en sueño como hacía con Bella. ¡Ella sólo era una extraña para mí!

Se volvió a quedar quieta y entonces me acerqué para comprobar que no se estaba despertando. Dejó un brazo colgando fuera del sofá.

Tenía algo en la muñeca. Una especie de extraño dibujo. Nunca entendería por qué los humanos estropeaban su piel haciéndose esa clase de dibujos permanentes cuando a los pocos años se arrepentían de ellos.

Al final me percaté que se trataba de unas letras en griego.

Me dispuse a cogerla la muñeca para leerlo mejor, cuando, al contraste de temperaturas, ella la retiró instintivamente y sus parpados empezaron abrirse hasta poder verme reflejado en su pupila.

Rápidamente se incorporó, completamente rígida contra el sofá, respirando frenéticamente.

Se puso la mano en el pecho como si aquello pudiese amortiguar los latidos de su corazón, y se puso a mover la cabeza, intentando convencerse que mi aparición sólo había sido producto de una pesadilla. Tuve la suerte que no se había entretenido demasiado en mirar por la ventana.

Una vez se hubo asegurado que estaba sola, recogió la manta y se dirigió a su cuarto.

Era hora que yo también me fuese.

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Tal vez fuese para asegurarme que no me relacionaba con las pesadillas de anoche, o por la estúpida y peligrosa idea de interesarme por ella, fui a la que sería mi última clase con aquel profesor de mediana inteligencia cuya media vida había estado en los libros—o, en realidad, en un solo libro—, cuando al no oler su esencia en la clase, empecé a alarmarme. Fijé la vista donde ella se sentaba habitualmente y la decepción me embargó. No había venido a clase.

Esperaba que fuese por que tenía mejores cosas que hacer y no por lo que creyese haber visto la noche anterior.

Y tal como prometía la clase—más y más Cumbres borrascosas, ¿de verdad casi cuatrocientas páginas de libro podía dar para más de dos semanas de clase?—, decidí no perder más mi tiempo.

No me había dado la oportunidad de verla por última vez.

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Anduve por los límites de la ciudad hasta casi llegar a los suburbios. Las nubes empezaban a cambiar de color según se acercaba la noche, y una débil lluvia mojaba mi cabello.

Con la oreja pegada al teléfono y con ganas de arrancármela y dejarla allí, aguantando los gritos de Tanya, muy contenta que me acordase de ella.

Empezaba a portarme mezquinamente, pero aquella era mi pequeña venganza contra Bella. Aunque empezaba a dudar que ella se llegase a dar cuenta. Mis esperanzas de volver a oír su voz, hasta que me diese permiso para volver a casa junto a ella, se volvían cada vez más escasas.

Por eso había decidido hacer aquella visita a Tanya. Estaba seguro que se comportaría.

Es una lástima lo de suspender la boda, cariño—me respondía mi prima dulcemente por el teléfono —. Pero eso no es excusa para no hacernos una visita, Ed. Todos estamos deseando que vengas.

— ¡Claro!—Me reí. Luego reflexioné —: ¿También Irina?

La oí aclararse la garganta antes de responder:

Bueno, ella no se encuentra lo suficientemente repuesta para… ¡Hum! Aunque tal vez le venga bien alejarse un tiempo de Denali. ¿Sabes qué? Katrina ha conocido a alguien. Se llama Garrett y es un nómada. Aunque Eleazar le ha convencido para que forme parte de nuestra familia, con todas las consecuencias. Creo que ella pronto hará un viaje para estar con él a solas. Así que tendremos bastante espacio en la casa para que te instales cómodamente.

—Me alegro por Katrina—me limité a comentar.

Ella se río y dijo:

Bueno, yo también la verdad, aunque empieza a ser bastante fastidioso ser la única que aún no ha encontrado a alguien. Bueno, tú lo has experimentado hasta hace poco. Pero, por ahora, querido, tú y yo somos los únicos solteros.

Me reí con ella para mitigar aquella sensación de incomodidad.

—Bueno, yo creo que no lo seré demasiado tiempo—la recordé.

Por supuesto—me dijo aunque no llegaba el convencimiento a sus palabras sintiéndome cada vez más violento —. Bueno, Edward, ya sabes. Cuando te decidas, avísame y te recibiré con los brazos abiertos.

Seguimos hablando hasta que una música estilo new age me distrajo y me concentré en los instrumentos. Uno de ellos sonaba como un violonchello. No pondría la mano en el fuego por… O tal vez no sin oler aquel aroma del cual conocía a su propietaria.

¿Cómo era posible que se encontrase en aquella zona?

La música salía de un antro y vi que se trataba de un pub mal ambientado en el estilo irlandés.

La idea era patética y, en cierto modo, hasta suicida, pero le debía a aquella chica la oportunidad de saber que nada ni nadie le amenazaba.

Con una despedida apresurada, colgué a Tanya, asegurándole que pronto le daría un día de llegada, y entré en aquel bar.

Además de los humos y el olor a sudor, alcohol, tabaco y otras sustancias, poco más se podía ver allí.

Pero la tarima que se encontraba en el centro y había varias personas tocando una divertida canción irlandesa, entre las que estaba ella.

No parecía la misma chica asustada de las clases de literatura. Aún no me había visto, pero, concentrada en tocar el violonchello, se sentía completamente en paz, completamente ajena a todo lo que le rodeaba, con un aura casi mística de fusión con la música.

No pude evitarme coger una mesa y sentarme para seguir escuchando.

Me empezaba a sentir tan despreocupado y en paz escuchándola hacer su solo, que casi quise clavar mis dientes en esa maldita camarera veinteañera y disfrazada ridículamente de irlandesa. Me había echado el ojo nada más sentarme, y como si yo fuese su miel, aquella mosca venía a abalanzase sobre mí.

Con la mente llena de estupideces sobre lo bueno que estaba y mil cosas más banales sobre mí, se acercó con la sonrisa más deslumbrantemente estúpida, cogiendo la libreta para anotarme el pedido.

— ¿Desea el señor la cerveza especial de la casa?—me inquirió con voz melosa, apenas disimulando su deslumbramiento.

Con una sonrisa cordial y los ojos oscuros, me volví hacia ella y le repliqué secamente:

—No, gracias.

Tardó varios segundos en reponerse de mi respuesta cortante para volver a la carga.

—Le informo al señor que nuestras reglas son escuchar la música con un buen trago de cerveza.

Sabiendo lo que quería, y para que me dejase en paz, me limité a sacar la cartera y darle un billete un billete de cien dólares. La cerveza más cara de la historia.

—Y ahora, señorita—le dije suavemente—, ahórrese la cerveza y vuelva a su trabajo.

Por fin, su torpe cerebro comprendió la indirecta, y entre molesta por mi actitud y feliz por haber recibido la mayor propina de su jornada laboral, me hizo el favor de irse a servir a otra mesa.

Aquel lugar de mala muerte estaba lleno, y empecé a comprender el porqué. La chica era buena… realmente buena, tenía que admitirlo, tocando el violonchello. Lo único que no encajaba era por qué se encontraba allí cuando vivía en la zona más acomodada de la ciudad.

Cuando terminó la actuación, y cinco minutos de aplausos, intenté acercarme a ella, pero el camarero se me adelantó y captó antes su atención. La llamó y le dijo algo al oído, ella miró hacia donde le estaba indicando para encontrarse con un joven de dudoso aspecto y lleno de no muy buenas intenciones. Cuando se dio cuenta que le estaba mirando, sonrió torpemente y levantó un botellín de cerveza brindando por ella.

Esperaba que se diese cuenta que ir con aquel individuo no era la mejor solución, y, por sus gestos y su cuerpo rígido, ella tampoco tenía una gran sensación con él.

—No es precisamente lo que estoy buscando, Bush…—le susurró al camarero.

— ¡No seas melindrosa, Cars!—Le animó éste riéndose de sus temores —. Por ahora es lo mejor que se ha presentado a tu anuncio…digamos que el único.

Aún insegura, decidió darle un voto de confianza, fingió una sonrisa amistosa y se acercó al espécimen que se las veía bastante satisfecho de conseguir lo que quería tan fácilmente.

Al ver que ella se sentaba y empezaba a hablar con él, moví la cabeza, negando porque intuía como podía acabar aquello.

En realidad, tampoco era asunto mío. ¿Qué podía importarme?

Y cuanto antes me fuese de allí, menos me vería involucrado.

Como no me apetecía perder otros cien pavos por otra cerveza que no me iba a tomar, salí de aquella cueva en busca de aire puro. Lo que no comprendía era por qué estaba caminando más despacio de lo normal.

Para aliviar cierta sensación de malestar que invadía mi pecho, decidí concentrarme en algo familiar.

En aquel instante, deseé estar en Forks, en la confortable cama de Bella, abrazándola mientras dormía, oyendo como decía mi nombre en sueños y embelesándome con el perfume procedente de su piel

Me entró la nostalgia y decidí volver a probar suerte.

Al comprobar el móvil, decidí sacar mi faceta de psicópata obsesivo y volver a llamarla, compensando las veces que ella no me había devuelto la llamada. Si pudiese apostar, seguiría sin poder hablar con ella.

Pero… ¡milagro! Al tercer toque, me contestó la llamada.

Figurativamente, el corazón se me puso casi en la boca a punto de salirse. Volvió a su estado normal, al oír el tono frío con el que me contestaba.

— ¡Ah! Eres tú, Edward.

— ¿Esperabas a alguien más? Ese tono de voz parece más acorde con una persona a la que acabas de ver, que con la del novio que no ves desde hace más de un mes. —Fui incapaz de reprimir aquel pensamiento, pero me hubiese esperado otra reacción viniendo de la persona a la que amaba.

La oí suspirar y tomarse unos segundos, como si estuviese reculando, y cuando volvió a hablar, su tono sonaba más afectado.

Perdóname. No quería ser cortante contigo. Lo sé, siento muchísimo no devolverte las llamadas. Y te juro que te iba a llamar en este mismo instante, pero es que Jacob me ha invitado a una fiesta en La Push…Y está aquí. Me disponía a salir ahora mismo…

—Creo que Jacob puede esperar un par de minutos. Tengo todo el derecho a tener una conversación con mi prometida. Estás prácticamente todo el día con él. Porque…no me contarás que también se queda a dormir, ¿verdad? Y no puedes dedicarme cinco minutos al día a mí—empecé a impacientarme de aquella tontería.

Pareció tragar saliva antes de contestar.

Edward, por favor, no seas injusto con Jake. Aún lo está pasando mal. Y no puedo llamarte porque hiero sus sentimientos. Lo haré esta noche cuando regrese. Dile a Alice que aún quiero ir a esa estúpida cita de compras con ella. Adiós, te quiero.

Me colgó antes de poder decirle que por qué no se lo decía ella a mi hermana. ¿Qué estaba pasando? Parecía que tenía miedo de Jacob. No cabía otra explicación, porque no quería romper los sentimientos de aquel…pero sí los míos. Como si yo no sintiese ni padeciese.

Me había quedado plantado, y, seguramente, hubiese echado raíces sino me hubiese llegado el sonido de un grito femenino unos cien metros más allá de donde me encontraba.

Pronto, una mezcla de olores—uno conocido ya de sobra, y otro, rancio y corrosivo—llegó a mí y comprendí que mi vaticinio se había cumplido sin que estuviese Alice allí. Aquella humana se había metido en problemas.

Mi primer impulso fue salir huyendo en dirección contraria, fingiendo que no me había dado cuenta de nada.

Total, todos los días pasaban ese tipo de cosas y no era culpa de nadie.

Pero el instinto protector me invadió. Un pequeño pensamiento invadió mi cabeza, recriminándome que yo sería tan culpable como aquella bestia de lo que pudiese ocurrir.

En el pasado siempre había detestado aquel tipo de conductas, incluso obré erróneamente convirtiéndome en un justiciero borrando de la faz de la tierra a esa escoria.

Entonces, ¿esa muchacha era diferente? ¿De verdad tenía que prolongar su sufrimiento sólo porque sabía demasiado?

Mis acciones tendrían consecuencias, pero en el instante en el que corrí hacia un callejón oscuro, todo lo deprisa que pude, tendría que acarrear con ellas.

Cuando los encontré, el tipo la había arrancado los botones de la blusa y la tenía bloqueada en el suelo, dispuesto a ponerse sobre ella.

Pero no le estaba resultando fácil. Ella, aterrada y debilitada, aún se defendía, y como un acto reflejo, le arañó la cara.

Por el grito salvaje que emitió le hizo el suficiente daño para enfurecerse. No se le ocurrió otra cosa que sacar la navaja y rajarle el cuello.

En cuanto salió la primera gota de sangre, mi instinto más salvaje tomó posesión de mi cuerpo, y antes de recapacitar, ya estaba quitándoselo de encima y lanzándole hacia los cubos de basura donde realmente debería estar.

Tardó unos segundos en recobrarse y darse cuenta que había alguien más allí. Pero aún no era lo suficientemente consciente de lo enfadado que estaba. Mis ojos se confundían con la oscuridad.

Bajo los efectos del alcohol y otras sustancias, se acercó torpemente hacia mí y me guiñó el ojo.

—No es gran cosa la gatita, pero si te portas bien, podrá haber para los dos.

Gruñí en respuesta a su asquerosa petición, y antes de dejar que el miedo se apoderase de él le arrastré hasta una pared de ladrillos y le empotré en ella, sujetándole por el cuello.

Su respuesta se limitó a soltar sus necesidades fisiológicas. Ni siquiera se atrevía a suplicar por su miserable vida.

Pero aquel bastardo tenía la gran suerte de pillarme con los remordimientos de setenta años atrás; en lugar de arrancarle el cuello con mis dientes, me limité a romperle los huesos del brazo y volver a lanzarle contra los cubos de basura.

— ¡Lárgate antes de que me arrepienta!—rugí mi amenaza.

No tardó ni cinco segundos en hacer caso a aquella oportunidad. Dolorido y gateando, al principio, salió de allí tan rápidamente como pudo, con la duda si yo le seguiría para acabar con el juego. Se lo merecía, sin duda, pero que se encargase de él la policía.

La muchacha estaba herida y tenía que atenderla. Oí el latido de su corazón frenético, lo que me indicaba que aún estaba viva.

Al acercarme, comprendí el porqué. La herida de su cuello, escandalosa y con la sangre saliendo rápidamente, no era mortal. Afortunadamente para ella, había sido un corte poco profundo y no se había encontrado con ningún gran vaso. Aun así, necesitaba ayuda.

No fue la mejor idea dejarla descansar sobre mi pecho.

Mi mano estaba pegajosa y al mirarla descubrí que estaba llena de sangre. Aquello fue suficiente para que el monstruo, encerrado en mi interior, volviese a resurgir.

Esa sangre no era ni la cuarta parte de lo deliciosa que era la de Bella. Pero no dejaba de ser sangre humana y joven. Fresca y dulce. Era un completo desperdicio rechazar algo así.

El monstruo empezó a tener dominio sobre mi mente racional y me instaba a tomarla de una vez. No lo iba a tener más fácil y con un escenario tan idóneo. Siempre podría echar la culpa al otro individuo.

Además, sabía demasiado para considerarse peligrosa.

Cuando abrió levemente los ojos, vio a la criatura de ojos negros invadido por la sed que le iba a arrebatar la vida, y no hizo nada por resistirse. Ni siquiera pensó en suplicarme piedad; intuía que no le serviría para nada. Se limitó a suspirar tenuemente y regar sus pálidas mejillas con un par de lágrimas.

Aún permanecía impasible, desafiándome a que lo hiciese, clavándome sus ojos en los míos.

Casi el mismo color, pero distintos matices de aquella mirada que yo había aprendido a amar. Una mirada que me hizo reflexionar cómo podría besar los labios de Bella cuando los míos se habían manchado de sangre inocente.

Aquello fue superior a toda quemazón de garganta que pudiese sufrir, a todo lo que la ponzoña pudiese acumularse en mi boca, envarando todos mis sentidos; no fue mi boca lo que acerqué a su cuello, sino mi mano con un pañuelo, intentando cortar la hemorragia.

Llenando mi cabeza de pensamientos confusos, se extrañó de mi atípico proceder, y más aún cuando la cogí entre mis brazos y salí con ella hacia la luz de la calle, ignorando cómo la ponzoña se acumulaba más y más en mí boca, llegando a quemar mis pulmones.

Si creía que no pasaba nadie por los suburbios de las ciudades, me equivoqué completamente. Nada más salir y empezar a gritar pidiendo ayuda, varias decenas de personas, extrañadas al principio, nos miraron, para después acercarse y formar un círculo a nuestro alrededor.

Afortunadamente, dentro de todo el morbo que nos rodeaba, había tres o cuatro personas, con cierto espíritu cívico e increíblemente práctico, que me ayudaron a intentar cortar la hemorragia e incluso llamaron a una ambulancia para trasladarla al hospital.

Como ya estaba atendida, decidí que lo mejor era desaparecer entre la gente, pero, con las pocas fuerzas que le quedaba, ella me agarró de la manga, suplicándome que no la dejase sola.

Cuando la ambulancia llegó, pareció que todo el mundo se puso de acuerdo para que yo la acompañase.

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Una simpática enfermera me dio una toalla para que me pudiese limpiar toda la sangre de mi rostro y manos. Se deslumbró cuando le sonreí, aunque estaba siendo completamente sincero. Había sido la única persona que había hecho algo útil desde las seis horas que llevaba en el hospital.

—Es duro convertirse en héroe, hijo—me consoló dándome una palmada maternal en la espalda.

Si ella supiese.

Después me contó que la chica estaba bien. Necesitaba estar dos días en el hospital, a modo de observación, y para ver como los puntos del cuello evolucionaban, pero aquel horrible percance, gracias a mí, había quedado en un susto. Había pasado en el momento y el lugar adecuado para evitar lo peor.

—Hijo, la policía está aún haciendo preguntas a la chica. —Parecía enfadada por la intromisión y no respetar el descanso de la muchacha, aunque se tratase del método habitual —. Si necesitas que te dejen en paz, sólo avísame y entraré con la escoba.

Volví a sonreírle condescendiente y decidió salir rápidamente antes de que entrara en un colapso.

Aunque tenía razón con lo de la policía.

Habían estado dos horas interrogándome sin parar, pasando de ser un posible sospechoso al héroe del día.

Afortunadamente, no me pidieron un análisis de sangre y con el carnet que nos había hecho Carlisle hubiese bastado para demostrar que yo era O- y no había nada coincidente entre aquel individuo y yo.

Cuando pudieron hablar con la chica, ésta, aún sedada y con los tranquilizantes, pudo defenderme, lo que me extrañó después de lo que había visto de mí.

Después de jugar a los malos, decidieron ser condescendientes conmigo y ofrecerme un médico para atenderme. Rechacé todo realmente hastiado. Les pedí que me dejasen ir a casa, ya que aquel tipo no me asustaba y quería estar tranquilo. Aun así, insistieron para que me quedase hasta que el doctor de urgencias determinase que estaba en condiciones.

Pues nada. Tenía que permanecer en una grisácea consulta hasta que el doctor se acordase del pobre y traumatizado testigo, eso sí, con dos o tres enfermeras dispuestas a concederme todos mis caprichos y necesidades.

Con todo aquel follón, se me había olvidado que Bella había quedado en llamarme.

Miré la hora y vi que era demasiado tarde para contestarle. Pero, de todas maneras, decidí comprobar el teléfono. Tal vez estuviese preocupada.

El que me preocupé fui yo cuando vi todos los iconos de llamadas y mensajes que me habían dejado. Desde luego no había sido Bella.

Leí el mensaje procedente de Alice.

"Edward, ¿qué es lo que ha pasado?"

Pensé que aquella pregunta era realmente estúpida para tratarse de mi hermana, pero me llenó de preocupación. Y, sobre todo, una de las llamadas, que no pertenecía a ella, fue la que me hizo reflexionar que mi actuación había tenido más consecuencias de las que me imaginaban. Tenía que llamar e intentar explicar todo lo que había pasado.

Suspiré y di al botón de rellamada.

En dos tonos, me cogió el teléfono. Dios sabía desde cuando estaba esperando que me dignase a llamar. Alice le tendría sobre aviso.

—Carlisle—dije con la lengua pegada al paladar—, puedo explicarlo.

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(1) Cristopher Nolan. Famoso director de cine, en cuya filmografía se encuentra la película Inception.


Lo prometido es deuda. En primer lugar, dar la bienvenida a las nuevas y agradecerle el interés en el fic. Y de nuevo, gracias a los rrs, favoritos y followers. Creo que poco a poco, piedra a piedra, vamos haciendo una casa, así lo espero según vaya avanzando la historia.

Aclaraciones: El Riley del que hablo, sí es el de Eclipse, y, ya se explicara en el siguiente y próximo capítulos, la relación con la chica (La llamaremos por ahora así). Pero el Riley de los libros no es el mismo que el de las películas; se le dio una historia diferente; yo cogí el que más se parecía a lo que describió Meyer, y creé una historia personal para que encajase con esta historia. Así que entenderéis porque la chica (con razón) reaccionó de manera tan violenta al ver a Edward, aunque realmente, al principio, ella no sepa que era Riley aunque lo intuía. Ya lo he dicho, la historia se desarrolla en los dos siguientes capítulos.

¿La actitud de Bella? No quiero que penséis que estoy en contra de ella para favorecer a ningún personaje, sólo digo que cada uno es responsable de sus acciones. No quiero verter odio sobre ella en beneficio de ningún personaje, aclarado, de hecho, no está muy distinta de como estaba en Eclipse, aunque, sí lo voy a decir, ella está cada vez menos enamorada de Jacob, sólo que siente remordimientos por lo ocurrido, y se irá cuando crea que puede dejarle sin culpas. Ella sigue convencida de querer estar con Edward. Así lo dice Alice (A pesar de las interferencias). Eso no quiere decir que, a lo largo del fic, tenga comportamientos que puedan parecer tontos, inmaduros e incomprensibles. Además, la distancia lo sobredimensiona todo, y ya sabemos como es Edward.

Y lo dicho, agradezco rrs, que os está pareciendo, podeis mandarme PM, correos electrónicos, etc... Si alguien quiere seguirme en FB soy: Maggie Sendra. En el grupo Elite Fanfiction están los martes de adelantos donde pongo un extracto del capítulo siguiente.

Hasta el próximo viernes. :)