Disclaimer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Lo que pase por el medio es cosa mía. Si algún personaje no es reconocible, es obra mía.

N/A: Sí, esas notas que parecen eternas y odiais tanto, pero que son a veces, muy instructivas. Sólo deciros que este es el último capítulo de este fic que voy a actualizar...

... ... ...¡Sólo este viernes! A partir de ahora, y por las que os habeis manifestado, en diciembre, empezaré a subir dos capítulos entre semana. Serán los Miercoles y Viernes. Os Prometo que, a partir de ahora, viene lo mejor del fic, por lo menos, mis capítulos favoritos. Así, que lo siento, no os librais ni del fic, ni de mí (¡Que desgracia, verdad!) hasta que esté acabado.


Friends by Band of Skulls.


Cumplió su promesa, a pesar de estar muy lejos del amanecer, pudiendo oírla maldecir y bostezar desde el principio del pasillo.

Sus pensamientos, desordenados e inconexos, mostraban que aún estaba medio dormida y que sólo se había levantado de la cama para tener aquella conversación conmigo. Recordé que le habían dado el alta apenas unas horas antes y tenía la suficiente entereza para sincerarse conmigo. A eso le llamaba yo fuerza de voluntad.

¿Por qué no? Aquel esfuerzo me enternecía profundamente. Además, me encontraba tan mortalmente aburrido que daba gracias por tener una compañía ajena a mis hermanos, quienes, con sus pensamientos de consideración hacia mi persona, no harían otra cosa que empeorar mi estado de ánimo.

Como ya empezaba a ser habitual, Bella me había dejado relegado al olvido y sin consuelo ninguno.

Por lo menos, Caris había conseguido cambiar la posición de mis labios y que mis sonrisas fuesen más sinceras.

Incluso me arrancó unas carcajadas cuando, adelantándome a sus movimientos, me levanté y abrí la puerta y se quedó con el puño en alto haciendo el gesto de llamar a la puerta.

Abrió los ojos y se bloqueó un momento como si estuviese despertándose del todo. Parpadeó insistentemente, clavando sus ojos en mí mientras me reía de ella.

Finalmente comprendió que era la causa de mis carcajadas y fingiendo ofenderse, se puso en jarras y golpeó insistente el suelo con la punta de sus zapatillas Converse.

—Son los efectos de tanto sedante... ¡No te reirías tanto si te hubiesen inyectado en vena Dios sabe qué mierda! ¡Joder! Se supone que eres un caballero y mínimo me invitarás a entrar en ese cuchitril para esperar a que te arregles.

Dejé de reírme, pero la sonrisa burlona no desapareció.

—Cierto, mis modales—me disculpé fingiendo sentirme afectado.

Entró y se sentó, aunque no la iba a hacer esperar demasiado. Había estado vestido durante horas y, aun preparando cosas a ritmo humano, no tardaría ni un minuto.

—Coge un chubasquero—me aconsejó —. El tiempo en Oregon es tan lluvioso como aquí. ¡Parece que todo el norte del país se ha puesto de acuerdo!

Permanecí muy quieto delante de la puerta del armario y leí su pensamiento. ¡Pretendía que fuésemos a Salem!

Me volví más rápido de lo pensado y la miré de arriba abajo. Ella me devolvió la mirada tranquilamente, sin comprender que me había ocurrido.

—Pensé que íbamos a hablar en un sitio tranquilo.

Ella se encogió de hombros como si no tuviese importancia.

—Y es un lugar tranquilo.

— ¿No lo había dentro de Seattle? Incluso en Washington. Vamos a salirnos del estado. Pensé que se trataba de un paseo.

—Y de un paseo se trata—me respondió —. De unas tres horas y media. ¿Qué es lo que ocurre? Me dijiste que podría elegir el lugar. Sólo tengo veinticuatro horas para hablar contigo y quiero hacerlo bien antes de que nos separemos. Porque te irás cuando tengas la oportunidad, ¿verdad?

Descubrí que quería enseñarme algo. Por lo que dejé de discutir y accedí a lo que ella quería. Sólo que me sorprendía que no estuviese ni un poco asustada por la idea de permanecer casi ocho horas de coche con un vampiro. Había llegado a la falsa conclusión que no era un peligro para ella.

Era más cuidadosa que Bella, aunque también tenía cierta tendencia a meterse en líos. Sólo esperaba que esta no fuese la ocasión. Haberme alimentado aquella tarde fue una completa ayuda para vencer cualquier tentación.

Iba a coger las llaves del coche cuando ella hizo un gesto negativo. Comprendí inmediatamente que quería conducir.

¡Por supuesto que no!

Iba a decirla de ninguna manera cuando ella, adivinando mis intenciones, se guardó sus llaves en el bolsillo trasero de su pantalón. Hizo un gesto con las manos y puso una cara de completa inocencia cuando la miré ferozmente. Me había pillado, por muy rápido que se las cogiese, siempre tendría que tocar algo y mi código de perfecto caballero me lo impedía. Tuve que rendirme y hacerme a la idea de ir de copiloto a la velocidad de un caracol.

Me puse de mal humor y le indiqué que ya estaba listo para salir. Antes de dar un paso más hacia la puerta oí su voz haciendo una pregunta que no iba destinada a mí directamente.

"¿Qué será eso?"

Me giré repentinamente y la vio con la cajita donde estaba el anillo de mi madre. Curiosa y sin pedir permiso—aunque tampoco iba a hacer nada para impedírselo—, la abrió y se quedó boquiabierta, cegada por el brillo de miles de pequeños diamantes.

Interpretando mis gestos hostiles, se controló y anuló todo deseo de probárselo para ver si encajaba en su dedo. Se dio cuenta quién era su propietaria.

—Tal vez esté un poco anticuada con estos asuntos, pero se supone que el anillo debe estar en el dedo de la prometida, ¿es una nueva costumbre?

—Digamos que me ha pedido que se lo guarde hasta que llegue el momento. —No hacía falta que le contase toda la verdad. Aun así, intuyó que algo no estaba saliendo tan bien como se lo estaba diciendo, pero era mucho más prudente de lo que me imaginaba y no dijo una sola palabra. Incluso desechó cualquier pensamiento relacionado a mi trágica relación con Bella. Se preguntaba si tenía cierto poder para adivinar lo que estaba pensando. Por si acaso, prefería reprimirse para no enfadarme.

Aquello me hizo sonreír maliciosamente. ¿Se lo insinuaba o jugaba un poco más con ella? Eso me daba darme cuenta de lo aburrido que estaba hasta que la conocí.

Antes de dejar el anillo en la mesa, me hizo una objeción:

—Después de regalarle esa maravilla que queda de lujo en cualquier dedo anular, ¿por qué no aceptó de inmediato casarse contigo?—me señaló con la mano como si fuese algo obvio —. No quiero decir nada en contra de su capacidad mental, pero si alguien con la mitad de tus…atributos, viniese a pedirme matrimonio con ese anillo, te aseguro que no le dejaría escapar. Le arrastraría de los pelos hasta el coche y no dejaría de conducir hasta Las Vegas y encontrar una capilla para casarnos.

Puse los ojos en blanco e intenté omitir aquel indirecto coqueteo conmigo.

— ¿No crees que eres demasiado joven para esta clase de compromisos?

Inesperadamente, ella movió la cabeza negativamente.

—Si encontrase a alguien y yo supiese que es la persona indicada, no lo dudaría ni un solo segundo. Es el destino.

Destino. Simulé indiferencia ante aquellas palabras y la insté a salir. Quería llegar cuanto antes fuese posible a Salem—difícil cuando era una humana quien conducía—y terminar con esto de una vez. Ella estaba más entusiasmada que yo con aquella aventura.

Afuera estaba lloviznando, pero no me molesté en protegerme el pelo. Con cierta desgana busqué el coche que podría pertenecerle. Me imaginé el típico Chevrolet de segunda mano típico de los universitarios, cuando Caris me dejó totalmente descolocado al dirigirse hacia un maravilloso Audi R8 de color negro y bastante nuevo, y después abrirlo con el automático e invitarme a montar.

Ahora sí se me había caído el alma a los pies. Esa maravilla reencarnada en un potente motor alemán de primera calidad estaba hecha para correr. Delante del volante podría hacer verdaderas maravillas.

Caris, desde el interior de aquella obra de arte, me invitó a entrar. Tomé aire y, arrastrando los pies por los suelos, me monté en el asiento de copiloto lo más despacio que pude, y con un humor de perros. Todo lo contrario que ella, realmente contenta de hacer esto.

—Deberías ponerte el cinturón—me aconsejó.

Poniendo los ojos en blanco y murmurando palabrotas, me mordí la lengua ante lo obvio que era que se necesitaba algo más que un choque contra un árbol a cincuenta por hora para hacerme el más leve rasguño.

— ¡Ey!—me regañó mientras giraba la llave y empezaba a arrancar el motor —. ¡Un poco más de entusiasmo no viene mal! ¡Parece que te están torturando!

—Odio conducir lento—confesé a regañadientes.

Sonrió enigmáticamente y se dispuso a salir del aparcamiento, tan despacio como yo me había imaginado.

—Entonces tenemos bastantes cosas en común. Yo también lo odio.

.

.

.

.

Había pasado algo más de media hora de camino y estábamos a punto de dejar del estado de Washington, dejando atrás los robles centenarios y empezando a visualizar los tejos característicos de la frontera con Oregon.

Y a casi ciento setenta kilómetros por hora, mi humor había mejorado considerablemente, hasta el punto de permitirme una sonrisa de satisfacción y poder relajarme

En ningún momento, Caris había bajado de los ciento cincuenta y tenía buenos reflejos respecto a la conducción, para lo que se esperaba de su especie. Conseguía mantenerse constante a pesar de la lluvia y el mal tiempo, tranquila y relajada, viendo que disfrutaba con aquella actividad. Incluso se permitió explicarme ciertos conceptos de mecánica que, hasta ahora, sólo le había oído a Rose mientras me ayudaba a poner los coches en marcha. Era refrescante encontrarse con una chica humana capaz de comprender, incluso descifrar, el lenguaje de Cars and Drivers.

—Te dije que me no me gustaba conducir lento—me recordó sonando como un ligero reproche por no haberla creído. — Llevo conduciendo deportivos desde los quince años y creo que me marearía si bajase de los cien kilómetros/hora.

Puso los ojos en blanco y me reí. Luego, como si no hubiese caído al principio, abrí los ojos sorprendido.

— ¿A los quince años? La edad legal para conducir son los dieciséis.

Esta vez, ella se río de mí.

—Nunca te he dicho que eso fuese legal. Aprendí a conducir a los catorce años en las pistas de carreras que mis compañeros de clases y yo improvisábamos a las afuera de New York. Al principio, sólo era por pasar el rato. Preferíamos un impulso de adrenalina a probar cosas como el alcohol y las drogas, y mi estilo no era ir de discotecas hasta las tantas, aunque me considero una noctambula empedernida. Soy una chica sana.

—Tener un sobre exceso de adrenalina en sangre no te hace ser una chica sana—me burlé —. Existe una enfermedad que consiste en ponerse demasiado en peligro para liberar endorfinas y sentirse bien.

Sopló para quitarse un pelo del ojo.

— ¿No me digas? No me creo que no hayas hecho cosas peligrosas alguna vez.

—Entre las cosas que no he hecho es ir a un bar de mala muerte, limítrofe con los suburbios de la ciudad, donde hasta hace poco se habían producido asesinatos en masa, como tú sabes, y salir con el primer tarado con el que te tomas un botellín de cerveza después de conocerlo…unos treinta segundos antes.

Mi broma se desvió al plano de la reprobación antes de darme cuenta que estaba yendo al quiz de la cuestión demasiado rápido.

Y ella así lo comprendió; aunque no dijo nada, su sonrisa se congeló y miró hacia el frente, fingiendo estar muy concentrada en la carretera. Pero en ningún momento saltó en su cabeza el decirme que aquel no era asunto mío, o que yo era tan psicópata como el tío que le quité de encima por perseguirla. Extraño para alguien que pensaba que había venido para quitarla del medio.

En su lugar, me respondió con voz apagada:

—Porque tenía que estar ahí. —Al principio, pensé que se trataba de algún asunto algo turbio, pero aquello se volvió más cósmico cuando me incluyó de manera enigmática en la ecuación —. Por eso tú estabas en esa zona de la ciudad y pudiste quitarme a ese cabrón de encima. No creo que tu hobby sea convertirte en el alter ego de Bruce Wayne y comportarte como un superhéroe. ¿Y qué me dices de esa estúpida clase de literatura? Odio esa asignatura desde el penúltimo curso de instituto y que sea la única que quedase para conseguir créditos no es una putada kármica. Yo tenía que estar en esa clase, y las circunstancias que te hayan traído hasta aquí no han sido casualidad. De alguna manera, tú y yo teníamos que conocernos. Destino.

— ¿Destino?—Puse los ojos en blanco intentando no parecer mordaz al oír de nuevo aquella palabra.

Simplemente me parecía curiosa aquella idea proveniente de la misma chica que, hasta hace unos días, me había considerado un monstruo movido por su sangre. En menos de veinticuatro horas se daría cuenta que yo sólo había sido una consecuencia del azar. Estaba seguro que en cuanto me fuese al día siguiente, no tardaría demasiado en olvidarme y con ello, todas sus fantasías infantiles sobre la predestinación. Aunque sí tenía razón en que el karma nos había dado una pésima jugada a los dos. El mío estaba representado por la figura de Jacob Black y no habría expiación suficiente para librarme de su presencia. Él era una autentica putada kármica.

Pero, aunque fuese por algunas horas, y en el coche de una extraña, decidí que él no se convirtiese en una sombra de mis pensamientos, y dejarle aparcado en el lugar más oscuro de mi mente, y volver hacia la idea de la predestinación. Por lo menos podía divertirme a su costa.

—Pues creo que el destino te podía haber ahorrado unos cuantos sustos por el camino, ¿no te parece?

Esta vez se río entre dientes y me llamó incrédulo.

— ¿No crees que si supiésemos lo que nos deparan, todo sería más aburrido?—inquirió —. La posibilidad de equivocarnos y redimirnos es lo que nos hace avanzar.

No me dejó responderla; habíamos puesto la radio durante todo el camino, pero no la habíamos escuchado debido a haber estado hablando durante todo el camino. Entonces sonó una canción que hizo que el pulso de Caris se acelerase, y elevando la mano hacia mi dirección, me pidió silencio. Subió el volumen de la radio y se puso a cantar.

Reconocí aquella canción de Alanis Morrisette. Era la misma que había escuchado semanas antes. Cuando aún estaba en Forks y había creído que el rumbo de mi vida había estado a punto de cambiar. Y tristemente, había llevado a una serie de giros de tuerca para llegar mismo punto del círculo, escuchando la misma canción, sólo que esta vez, temía lo que pudiese suceder a la mañana siguiente.

Cada palabra que Caris cantaba—con su voz grave, armónica e increíblemente brillante—, se convertía en una invasión de emociones tratando de blandir mis defensas. Si unas semanas antes, me había parecido una letra aburrida e insignificante, ahora, a través de la voz de Caris cobraba un nuevo significado. Y aun doliéndome hasta los tuétanos, no fui incapaz de pedirle que se callase. Tenía el mismo efecto que los cantos de una sirena. Sólo había algo que era más fuerte a aquella sensación, y era lo que el olor de la sangre de Bella había causado en mí.

Bella.

Comprendí que aquella canción se estaba refiriendo a mis circunstancias actuales, y que uno de los dos, Jacob y yo, nos habíamos conducido por el mismo hilo de existencia, pero había llegado un punto irreversible, donde aquel hilo debería romperse y uno de los dos se convertiría en alguien no invitado en la vida de Bella.

¿Me quería a mí? Eso era lo que ella había estado afirmando hasta ahora. Pero estar de camino a Salem en el maravilloso coche de una extraña y escuchando de sus labios aquella indirecta, hacía replantearme mi lugar en su futuro.

Terminó la canción y, en apariencia, Caris no se percató de lo afectado que me encontraba. Con una sonrisa de satisfacción, dirigió su brazo derecho hacia mí para que viese lo que tenía escrito en la muñeca.

Bifurcaciones—traduje del griego.

—Me hice ese tatuaje en honor a esta canción. Es exactamente lo que Nana me decía sobre los caminos y sus distintos atajos. Como buena griega, ella cree en el destino, que todo el mundo tiene que recorrer el suyo propio. Es una ley tan universal como la gravedad o el Big bang.

— ¿Ley?—arrugué el entrecejo, incrédulo —. Mi parte de científico dice que todo es una hipótesis hasta que haya hechos refutables que la conviertan en ley. Y eso le pasa al Big bang. Hasta ahora una teoría.

Se río sin dejar de concentrarse en conducir, pensando como resumir toda aquella amalgama que tenía en su cabeza. Supuse que no lo conseguiría del todo. Estaba aprendiendo de ella que no era alguien que se guardase sus pensamientos para ella, y tener que suprimir palabras o ignorarlas dentro de su cabeza, no iba con su estilo.

—… ¡Hum! No estoy especialmente capacitada para las ciencias, pero mi hipótesis sobre los caminos y las bifurcaciones está muy clara. Es obvia; sólo necesitas abrir los ojos para saber que es cierto. Incluso la literatura lo ha recogido. Y no me refiero a esa estupidez de Cumbres borrascosas. —Chasqueó la lengua, molesta —. Esa historia es el claro ejemplo de una relación tóxica. Las consecuencias de personajes que no saben, o que no quieren seguir el camino que les están marcando. Digamos que Cathy, Heathcliff y Linton son infelices porque se lo buscaron. Si Cathy estaba tan segura que amaba a Heathcliff, ¿qué le hubiese importado su posición y el qué dirán si estoy con él? Prefirió su bienestar al amor de Heathcliff. Eso no es propio de almas gemelas.

Heathcliff se empecinó en su odio, destruyendo todo lo que habían creado, sólo por resentimiento hacía Cathy y sus decisiones. Tendría que haber buscado la felicidad por otro sitio; tal vez si se hubiese esforzado en comprender a Isabella y centrado en su hijo, no se hubiese dejado abrasar por aquel fuego que acabó por consumirle.

Y bueno, en cuanto a Linton, todo el mundo dice que merece toda la compasión posible por estar en medio entre Cathy y Heathcliff, pero yo no lo creo así. Nunca es buena idea estar en un triángulo amoroso. Es algo sin ninguna estabilidad y uno de los vértices se acabará rompiendo.

Meneó la cabeza sin darse cuenta que había tocado una fibra muy sensible en mí. Me hubiese gustado corregirla aquella idea, indicándole que tendría que encontrarse en aquella situación para poder comprenderlo. Pero algo en mí, — tal vez mi deseo de salir de aquel incómodo lugar donde todos mis actos me habían colocado—, le quería dar la razón. Posiblemente, se tratase de mi egoísmo y mi negación a asumir lo que mis actos habían provocado.

— ¿Así que en tu mundo de cuento de hadas no hay lugar para los triángulos amorosos?—pregunté intentando sonar burlón, aunque mi voz sonó más áspera de lo debido y mis palabras tenían un sabor amargo que no había experimentado desde hacía mucho tiempo.

Seguramente no se dio cuenta en ningún momento que estaba demasiado cerca de una verdad muy incómoda para mí, por lo que continuó exponiéndome aquella teoría que tomaba como filosofía de vida. En aquel momento, la única defensa contra aquella verdad molesta era el más sórdido de los sarcasmos. Y, sin embargo, ella estaba tan convencida en su filosofía, como si fuese una religión, que ni siquiera se lo tomó a mal.

Sencillamente, continuó hablando:

—Cuando dos personas están destinadas a estar juntas, existe tal sentimiento de felicidad absoluta, que se comprende que no se necesita nada más. Es como una fuerza de la naturaleza, una explosión… ¡Bum! Se crea un universo nuevo cuyas leyes sólo comprenden las dos personas que lo componen. Digamos que todo lo que se tiene que dejar atrás, es un sacrificio menor comparado con lo que puedes ganar. No hay circunstancia ni persona que puedan romperlo. Es una verdad universal saber distinguir un camino de una bifurcación. Saber que estás siguiendo el camino es que las cosas sean sencillas y naturales. Toda persona buena tiene derecho a ser feliz; sencillamente cuando no lo somos es cuando no estamos en el camino correcto.

—Hay personas que siempre caminan en círculos—bromeé.

—Nana me dijo que las bifurcaciones no siempre tienen que ser malas. Al contrario; acortes o alargues, éstas te acaban llevando a donde realmente tienes que ir. Incluso allí es donde conoces a las personas más importantes de tu existencia. No me estoy refiriendo a tu alma gemela; simplemente personas que pueden pasar de refilón a tu lado, pero cuya presencia en ese trayecto se vuelve esencial. Una palabra en un momento determinado, tan sólo eso basta para saber dónde estás y que es lo que quieres hacer durante el resto de tu vida. Y todo eso puede venir de una persona desconocida. Alguien que no ha tenido una invitación para entrar en tu vida, pero eso basta para que todo cambie.

Chasqueó los dedos como si estuviese recitando un antiguo hechizo y aquel gesto lo convirtiese en real.

— ¿Todo esto me lo has contado para explicarme que hacías en el bar?—volví al tema primigenio.

Murmuró algo así como que tenía muy poca paciencia y, después, empezó a girar la cabeza, buscando algo, y luego me dijo que cogiese el bolso del asiento de atrás. Su primera intención era buscar algo mientras estaba conduciendo pero me negué a entregárselo para que no se distrajese. Adivinó lo que estaba pensando y simuló sentirse herida en sus sentimientos.

—Eres increíblemente desconfiado. Te he demostrado que, aun yendo deprisa y las condiciones climáticas, no he tenido un solo derrape por la carretera. Además, las chicas podemos hacer dos cosas a la vez.

—Eso es parte del cliché de guerra de sexos—la contesté sin ceder a darle el bolso.

A regañadientes, cedió que fuese yo quien buscase en el bolso.

— ¡Que no se te caigan los condones!—me avisó.

Casi solté el bolso como si me estuviese quemando. Sólo cuando oí el eco de su voz en su cabeza burlándose de mí, y la vi reírme, me di cuenta de la cara de tonto que se me había quedado.

—Eres ese tipo de personas a las que les gusta tener todo bajo control, ¿verdad?—me tanteó.

—Los últimos acontecimientos que he vivido me demuestran que no suficientemente.

—Cuanto antes te des cuenta que hay situaciones que se escapan a tu control, será lo mejor para ti. Así que relájate y confía en alguien más que tú mismo, ¿vale?

Sin responderla, abrí el bolso y me dijo que cogiese un papel amarillo que había en un bolsillo de éste. Lo desdoblé y lo leí. Se trataba de la convocatoria de un concurso.

The Symphonic Young Singers of America—leí.—Esto me suena un estilo a American Idol y todos esos programas de pseudo cantantes para revolucionar las hormonas adolescentes. El típico programa que odio y que mi hermano mayor me pone para provocarme. ¿No me digas que estás pensando en participar?

—No todos los programas de música son iguales—se defendió —. Vale que ahora cuenta más el reality show, pero es una manera de hacerse ver para la industria musical. En realidad, siempre ha sido la manera, sólo que ahora todo está más globalizado.

—Ilústrame—le pedí. — ¿Por qué esto sería diferente a esos programas que sólo oyendo cantar a los participantes hacen que mis oídos sangren?

Me lanzó una mirada de reojo y soltó una carcajada.

—Me pregunto si eso es posible—murmuró. Y empezó a explicarme—: Digamos que en ese concurso necesitas algo más que una voz aceptable, un buen físico y no tener un mínimo de vergüenza. No es muy extendido porque es más selectivo, pero te aseguro que te llevan al mismo camino que los demás, siempre que sobresalgas. Hará cosa de cinco años, los conservatorios del país se pusieron de acuerdo con algunas compañías discográficas para crear un concurso anual donde los participantes escojan cuatro canciones, dos covers de artistas ya reconocidos y dos canciones compuestas por el participante, tocando cualquier tipo de instrumento: piano, guitarra, bajo, pandereta…¿De verdad no has oído hablar de este concurso?

Negué moviendo enérgicamente con la cabeza.

—Aunque suena bastante mejor que todas aquellas fábricas de cantantes de medio pelo. Sólo espero que no te tengas que montar un show mediático para una carrera de corto alcance. Ya sabes, tener los pies en la tierra y no ponerte demasiado en evidencia para llamar la atención. Cosas como ponerte un vestido de carne o subirte a un cocotero drogada hasta las cejas.

Se río de mis palabras.

— ¡Ey! ¡Tienes muy poca fe en las personas! ¡Créeme! No me plantearía participar si no fuese consciente de mis posibilidades. Y soy buena. Nací para este momento. Y este año es Seattle y yo estoy aquí. Es una señal.

—Te vi tocando el violonchello en ese bar—le confirmé. No me respondió y pensé que se sentiría abrumada ante aquello. Incluso no la culparía que me acusase de acosarla y me echase del coche en marcha. Sin embargo, el silencio que se estableció entre nosotros se debía a que esperaba un veredicto por mi parte.

—No creo que sea la persona más indicada para decírtelo—al fin contesté su pregunta no formulada.

—Por favor—me suplicó con las manos tensas sobre el volante.

Tomé una bocanada de aire antes de responderla.

—Realmente buena—admití. Sin esperar repuesta, ella relajó los brazos y sonrió satisfecha —. Aun sin conocer el nivel del resto de participantes, podría augurarte grandes posibilidades de ganar esta edición si realmente vas a participar. Pero para hacer de la música una carrera y permanecer en ella, necesitas algo más que ser buena. Ser buena y ser la mejor significa el gran paso de los cinco minutos de gloria a una vida dedicada a la música.

—He nacido para esto y este es mi momento. —Le brillaban los ojos con determinación.

—Y ser la mejor significa llegar viva al concurso. Lo que descarta ir a ensayar a bares de mala muerte y confiar en el primer bastardo que te ofrezca clases de piano a un precio económico.

Le pilló por sorpresa que lo supiese. Le hubiese gustado preguntarme como era capaz de sacar toda aquella información, pero empezaba a amanecer, y la mortecina luz se proyectaba sobre un cartel de nuestro próximo destino. Estábamos a cinco kilómetros de Salem.

Satisfecha de haber tardado bastante menos de lo calculado y vanagloriándose de lo buena conductora que era, disminuyó la velocidad para adentrarse por una carretera secundaria. Lo que quería mostrarme no estaba en la misma ciudad.

— ¿Tienes algún interés en hacer turismo por Salem? No tiene nada que ver con Chicago o New York pero tiene su encanto.

—La verdad que no. —Lo mejor era terminar cuanto antes con todo esto —. Prefiero llegar pronto a Seattle si no te importa.

Puso los ojos en blanco, resignándose a mis caprichos.

— ¿Sabes? Para ser alguien que tiene todo el tiempo del mundo, lo quieres acaparar como si hasta el último segundo importase. Tranquilo, cuando te cuente lo que quiero que oigas, te dejaré en paz.

Intentó que mis modales bruscos y mis cambios de humor repentinos no la afectasen demasiado, pero, de alguna manera lamentaba que aquel día acabase. Como si intuyese que no volvería a verme después de aquello, y le apenaba separarse de mí.

Esperaba que nunca llegase a darse cuenta que mi compañía era lo que menos le convenía.

Oí un sonido sordo procedente de su estómago. Pasar casi veinticuatro horas al día con Bella durante meses, me había convertido en un buen intérprete de las necesidades fisiológicas de los humanos. Y aquel ruido indicaba claramente que tenía hambre.

Con la cara roja, se puso la mano en el estómago como si aquel inútil gesto los acallase. Hacía exactamente lo mismo que Bella.

No pude evitarlo y empecé a reírme a carcajadas ante su sopor. Cuando acabé de tranquilizarme, le dije cortésmente:

—Te invito a desayunar. Para eso sí tenemos tiempo.

.

.

.

Desayunó en una cafetería próxima al campus universitario. Me indicó que era famosa por sus desayunos con tortitas saladas, huevos revueltos y bacón crujiente. Ella la conocía a la perfección porque había hecho su primer curso universitario allí y se había cargado de café hasta por vía intravenosa en aquel lugar cuando los exámenes habían estado al acecho. No quería preguntarle qué le había hecho cambiarse a Seattle. Supuse que era algo que ella me explicaría con todo lo demás.

Lo que me sorprendía era cómo ella sola había podido tomarse dos desayunos completos de la casa—el suyo y el mío ante la instancia de la camarera a servirme a mí también, ignorando mis quejas por completo—, y dónde había ido a parar todo aquello en aquel cuerpo de apenas cincuenta kilos de peso. El metabolismo rápido había dejado de ser un mito para mí.

Fue un hecho sorprendente que ella no se quejase que pagase la cuenta, y se limitase a aceptarlo sin más, sinceramente agradecida, pero nada más. Si se hubiese tratado de Bella no hubiese dejado de quejarse durante una hora. De alguna manera, agradecí que Caris no tuviese aquel comportamiento tan ruidoso.

Antes de ponernos en camino, se dirigió a una floristería que había al lado y compró un ramo de rosas blancas. Intuí que sería muy grosero por mi parte penetrar en su mente para saber el motivo.

Me señaló un camino que se salía del campus y comenzamos a andar.

Como en Seattle, aquel día no amenazaba lluvia, pero las nubes impedían al sol salir, y la humedad estaba presente en el aire, colándose entre nuestros cabellos, y en la tierra, llenando de barro nuestras botas y dobladillo de los pantalones.

Dejé que ella fuese delante de mí, indicándome el camino, marcando un paso más ligero y seguro de lo que mi novia me había acostumbrado. Fue algo realmente agradable, incluso eché de menos la sensación de agobiarme porque se fuese a caer cuesta abajo o tropezar con una pequeña rama. Se había convertido en un maravilloso paseo matutino.

Caris debió olvidar las diferencias entre nuestras distintas naturalezas, lejos de considerar que su vida corría peligro con cada minuto de mi presencia, se encontraba realmente relajada. Incluso, de manera inconsciente, me tendía la mano, como si temiese que no pudiese seguirle el ritmo y me perdiese. Intenté tomármelo a broma, pero algo más que mi instinto rehuía aquel contacto.

Al cabo de quince minutos andando, lejos de todo contacto con el campus, visualicé tres bancos hechos de piedra que rodeaban una figura rectangular de lo que parecía mármol, lleno de flores. Al llegar hasta ahí, me di cuenta que se trataba de un epitafio.

Caris, con ternura, se agachó, puso la mano sobre la lápida y susurró:

—Hola cariño, este año me he retrasado un poco más de lo debido, pero han surgido cosas. Además, no vengo sola.

Empezó a susurrar pequeños detalles y me hice a un lado, retirándome hasta el banco, proporcionándole la intimidad necesaria.

Leí el nombre de la lápida y el por qué se me hacía tan familiar.

"Sylvie Dawson, amada hija, hermana, estudiante y amiga. Tu existencia fue corta, pero tu recuerdo eterno."

Relacioné el nombre con las fotos que tenía Caris en su habitación. Enseguida comprendí que aquella chica había sido su amiga, la misma que había salido en muchas de sus fotografías y de quien hablaba en los periódicos.

Y que había una razón para llevarme hasta allí. Sylvie era parte de su historia con Riley. La parte de la historia que no había acabado bien.

Se puso un par de dedos en los labios, les dio un beso, y los puso en la lápida. Después dejó las flores y, lentamente, se sentó en la otra esquina del banco, dándome mi propio espacio.

Subió las piernas hasta el banco y se las abrazó sin dejar de mirar la lápida, callada, pensativa, intentando ordenar sus ideas caóticas y convertirla en palabras. Respeté su momento, observando pequeños detalles como un mechón de pelo moviéndose al compás de su respiración, el color dorado de éste que le arrancaba la mortecina y grisácea luz de una mañana, su tic nervioso de mecerse hacia delante como si se intentase proteger de algo y su respiración acompasada con los latidos de su corazón. Se le aceleraba justo dos segundos antes de hablar.

—Sylvie fue mi compañera de cuarto en Salem. Era increíble. Guapa, lista, brillante y capaz de conseguir todo lo que se proponía. Le faltaban dos semestres para terminar su carrera de Bellas Artes. Y lidió de maravilla con una cría rebotada que apenas había salido de Manhattan y todo el resto del país le parecía territorio hostil.

Nunca he sido una estudiante brillante, por lo tanto, no tenía grandes perspectivas de entrar en una gran universidad, y tampoco me importaba. Llevaba desde los seis años en el conservatorio y se había convertido en mi segundo hogar. Sin embargo, al cumplir los dieciocho años, mi padre consideró que necesitaba algo más. No me llegaron los créditos para volver al conservatorio en New York y, por los pelos, me aceptaron en Salem. Mi padre consintió en que fuera con la condición que cogiese unas cuantas asignaturas independientes de la música. A él le hubiese gustado que siguiese sus pasos, pero el sólo hecho de leer una sola hoja de derecho penal me entraba sueño.

Me arrancó una carcajada. Aquello me hizo sacar un recuerdo lejano que ni siquiera pensaba que estaba ahí. Al igual que el padre de Caris, el mío también tendría esperanzas de que siguiese su carrera. Por desgracia, no pude decirle que no. Todo se precipitó y llegó a su trágica conclusión antes de poder plantearme un futuro. Y después, cuando lo único que tenía era futuro, las metas y expectaciones perdían importancia.

Volví a reírme cuando me contó que se llevaba a sus animales de experimentación a casa, y se le hacía imposible hacerles la disección, por lo que había descartado la bioquímica y la medicina.

—Por lo que Meredith y mi padre pensaron que Literatura sería una carrera perfecta para olvidarme de la música. —Puso los ojos en blanco, pensando que aquella posibilidad estaba cerrada para ella —. Me dijeron que no era una carrera para llegar relativamente lejos, pero que podrían ayudarme a conseguir un puesto como profesora en colegios de alto prestigio.

Aquello último casi lo escupió y me imaginaba, divertido, que a sus alumnos y compañeros no les haría mucha gracia la idea tan poco ortodoxa de juzgar Cumbres borrascosas. Además, por lo poco que la conocía, intuía un espíritu demasiado rebelde para conformarse con aquel destino.

—Creo que no hubiese aceptado ir allí, sino fuese por Nana. Ella me dijo que tenía que ir desechando bifurcaciones para ver si lo que yo quería realmente era mi destino. Fui a regañadientes y no hubiese aguantado un mes si Sylvie no hubiese sido mi compañera de cuarto. Era la hermana mayor perfecta para las novatas de la hermandad Beta-Salem. Mi prueba para entrar en la hermandad fue vender entradas de un concierto donde yo imitaba a Madonna en todos los sentidos. Incluso tuve que cantar en ropa interior. Menos mal que se me ocurrió llevarme el último modelo de Calvin Klein. Con eso me pagué mi ingreso en la hermandad.

La misma sonrisa de añoranza desapareció cuando prosiguió el relato. Agachó la cabeza y aparecieron arrugas entre sus ojos. Iba a empezar lo más delicado.

—Esa noche conocí a Riley—calló, como si se estuviese sacando una espina muy dolorosa, y cuando continuó, empezó con una voz muy baja, apenas audible para mis oídos —. Se veía que era el típico chico americano. Formaba parte del equipo de fútbol americano de la universidad. Sylvie nos presentó y recuerdo que lo primero que se me vino a la cabeza fue que no era mi tipo en absoluto. El típico chico rubio, guapo, y atlético seguramente rey del baile de su promoción y con personalidad de Ken. Le di calabazas un par de veces hasta que Sylvie me dijo que le diese una oportunidad. Que si no iba a ir en serio, por lo menos me pensase lo de ir a tomar un par de copas con él. Lo hice a regañadientes, y descubrí que era algo más que eso. Increíblemente simpático y atractivo, además, al nacer en Santa Fe y saber lo que es estar fuera de tu hogar, aquello nos hizo empatizar, aunque me pareció que era alguien muy influenciable, y siempre se dejaría llevar por una persona con más carácter que él. Y no me equivoqué demasiado.

Me fijé que Caris y yo nos habíamos movido sin darnos cuenta y estábamos sentados demasiado cerca uno del otro. Cuando miré hacia el banco, me percaté que nuestras manos estaban a escasos centímetros de tocarse, y aún con los guantes de lana, podía percibir el calor proveniente de su pequeña mano. Mientras alguna de las dos se mantuviese quieta, sin intentar avanzar, todo estaría bien.

Simulé tragar saliva y me preparé para hacer una pregunta algo espinosa. Con mi voz varias octavas más bajas y vacilante, le dije:

—Me hago a la idea de lo doloroso que es esto. —Asintió con la cabeza —. Es una forma horrible de perder a alguien que amas.

Una duda me surgió cuando en su mente surgió la imagen del hallazgo del cadáver de su amiga y después el funeral universitario. El Riley humano no formaba parte de sus buenos recuerdos, pero, el Riley posterior, el de los ojos rojos y muecas siniestras, sí lo formaba de los malos. Incluso a mí me asustaba aquella percepción que tenía de los vampiros.

—Porque todo lo que me has contado en el coche sobre los caminos y bifurcaciones, te referías a él, ¿verdad?

Se giró a mirarme completamente sorprendida, como si le hubiese hablado en un idioma extraterrestre, y a su cabeza le costó asimilar lo que le estaba diciendo. Me pareció muy extraño, porque si de verdad hubiese sentido algo por Riley, no lo hubiese negado ni un solo segundo. Después se río entre dientes pensando en lo inocente que era.

—No, siempre supe que Riley no era mi alma gemela. Él y yo estábamos destinados a recorrer caminos completamente diferentes. Una bifurcación. Posiblemente, sí estuviese lo suficientemente obnubilada con él para decir que estaba enamorada, pero no despertó en mí algo más. No le amaba. Salimos varias veces e incluso intimamos, aunque sin llegar al final. Él pensaba que lo mío con la música era algo pasajero, por lo que estábamos condenados a separarnos. Así que no hubo ese Big bang que aún estoy esperando. — De repente, cuando iba a llegar a la parte más oscura, agachó la cabeza y musitó tristemente, sinceramente apenada—: A día de hoy, aún me duele la forma que acabó todo.

Respiró profundamente, dejando un breve espacio de tiempo para hacerse a la idea. Me estaba viendo a mí mismo, pendiente de cada silaba de su relato, más atento de lo que admitía, aun cuando ya habían llegado los hechos a mi mente. Incluso con aquella entonación triste y enfadada, me gustaba el timbre de su voz.

—Aun cuando todo tiene un final, y lo sabes, nunca estás realmente preparada para ello. Por lo menos yo no lo estaba cuando fui al último entrenamiento de Riley. No me quedé hasta el final de éste porque tenía clase hasta tarde en el conservatorio, pero habíamos quedado para ir al cine. Ahora recuerdo con toda claridad a una mujer que estaba entre las sombras y tenía la vista puesta en Riley. Era completamente…aterradora. Pelirroja y cabello alborotado. Pálida e incluso guapa, aunque había un brillo rojizo en sus ojos que parecía traspasar hasta el tuétano de mis huesos; era como si mis piernas pidiesen que corriese lo más lejos posible para alejarme de allí. —En aquella descripción pude reconocer a Victoria. Tenía que haberme imaginado que ella estaba incluida. Incluso me imaginaba que ella era la responsable de todo el terror que habría de sufrir Caris —. Fue un sólo segundo. En ese momento, lo achaqué a un temor infundado. Es extraño que ahora lo recuerde como si hubiese pasado hace cinco minutos. Después, todo se desencadenó demasiado deprisa, desde la desaparición de Riley hasta todos los extraños asesinatos que habían sido portada en los periódicos de ámbito nacional.

Cuando los primeros asesinatos comenzaron alrededor de Salem, no quise creer que a Riley le hubiese podido pasar nada. Hacía varias semanas que sus padres habían presentado la denuncia y la policía, a medida que pasaba el tiempo, nos daba cada vez menos esperanza de encontrarlo con vida. Nunca me hubiera imaginado que fuese aún peor.

Sylvie y yo no nos separábamos ni a sol ni sombra. Y si teníamos que hacerlo, la primera que llegaba al campus, llamaba a la otra para asegurarnos que estábamos bien. Una noche, antes de un examen final, me quejé de un dolor de cabeza y dejé a Sylvie estudiando. Era su último examen.

Y entonces, le vi. Pero ya no era el mismo Riley, simpático y dulce, con el que salía. Parecía acechar entre las sombras, y antes de girarme, él estaba delante de mí, con esa palidez espectral y esos ojos…—Se protegió el cuerpo con sus brazos, intentado controlar un temblor involuntario —. Era una locura, pero estaba segura que ya no era humano. Me quedé completamente inmóvil, intuyendo que no tenía demasiadas posibilidades de escapar si él pretendía hacerme daño. Y por un momento, así fue. Olisqueó el ambiente como si quisiera captar mi olor, achicó sus ojos y se agazapó como un animal salvaje. Recuerdo haber susurrado su nombre, como una súplica, y, entonces, se puso erguido y retrocedió lentamente.

"Lo siento, Cars", creí que me dijo con un deje de arrepentimiento y desapareció tan rápido que creí que era un producto de mi imaginación. Aquella noche Sylvie no me cogió el teléfono.

Agitó la cabeza enérgicamente.

—Me niego que el último recuerdo que tenga de Sylvie sea el de semanas después de su desaparición. Ella ya estaba muy lejos cuando se encontraron sus restos.

Se bloqueó y fue incapaz de continuar. Pero ya lo había comprendido, incluso sin necesidad de leer su mente. Sin darse cuenta, había visto el lado más letal de un vampiro. Y Victoria había sido implacable en ese sentido. Siempre había creído que siguiendo mi modo de vida junto a mi familia y cerrando los ojos ante los actos del resto de mi especie, era más honesto que ellos. Incluso cuando aquella violencia me tocó de lleno, y mi mundo se vio amenazado, fui incapaz de tener un mínimo de empatía con los humanos que Victoria había arrebatado su vida para llevar a cabo su venganza contra nosotros. Bella estaba tan integrada en mi mundo, que aun queriendo que conservase su humanidad, había aprendido a separarla del resto.

Y, sin embargo, la humanidad de Caris devolvía las cosas en su sitio, y por primera vez desde que maté a Victoria, tuve un pensamiento de lastima por la pequeña Bree. Estaba tan preocupado por el bienestar de Bella que no hice nada para consolarla en sus últimos instantes de existencia.

Comprendí por qué Caris me había llevado hasta allí. De alguna manera, quería dejarme un mensaje claro. Los humanos asesinados en las zonas de Oregon y Washington habían tenido sueños y proyectos y no teníamos derechos a arrebatárselos.

Consiguió inculcarme el mensaje mucho más rápido de lo que Carlisle lo había intentado.

También quería decirme que había estado viviendo con miedo desde entonces. Recordé las amenazas que había en su casa, y seguramente, mi presencia en aquella clase de literatura le hizo recordarlas.

—Ahora sé porque reaccionaste así cuando me viste en la clase de literatura. —Tenía la lengua pegada al paladar y cuando la despegué, la sentía pastosa y dormida para hablar —. Me reconociste y creíste que iba a hacer el trabajo sucio de Riley.

Asintió con la cabeza. Después sonrió abiertamente y algo me hizo saltar la alarma. Se estaba confiando. Y lo más extraño y descorazonador que yo no quería disuadirla de lo contrario.

—Entonces me salvaste de ese individuo en el bar y todo encajó—admitió —. Comprendí que ya no había nada que temer.

Me puse serio y la repliqué con menos aplomo del debido:

—No te confíes. El que sea capaz de salvarte no significa que me haga mejor que Riley. Somos lo que somos y nadie puede cambiar esa parte de nuestra naturaleza. Mi aspecto inofensivo es lo que me convierte en lo que soy.

—No. Son nuestras decisiones lo que nos convierte en lo que somos. Riley tenía elección aun con todo adverso. Y se fue por el camino equivocado. Sin embargo, tú no lo hiciste.

—Podría haberte matado.

—Pero no lo hiciste y dudo que lo hagas. Y me voy a meter en tu cabeza durante un segundo. Si yo fuese un experto cazador, sabría cuando es el momento idóneo. Tu momento fue cuando me estaba atacando ese individuo. Literalmente, tenías mi vida en tus manos, pero paraste y me salvaste. Así que deja de pensarlo. Hay humanos tan horribles que hace que tu mundo se vuelva oscuro. Pero basta toparte con alguien bueno para que todo vuelva a estar bien. Hace falta mucha oscuridad para que la noche caiga; pero un solo rayo de luz para disiparla.

Fui incapaz de replicarla. Todos mis pensamientos negativos se disiparon ante una agradable presión sobre mi mano, derivando en un calor confortable, sólo como los humanos son capaces de transmitir.

Sin haberme dado cuenta, la mano de Caris estaba posada sobre la mía. Y no se había movido a pesar del frío de mi piel.


Aparentemente, éste sería el final de trayecto entre Edward y Caris, ¿verdad? Entonces, ¿cómo este fic tiene más capítulos? ...Me temo, que a pesar de Edward, aquí hay mucho que abordar. El destino está caprichoso y de ésta no se va a librar así como así. Ya os he dicho que ahora vienen los buenos. O espero que así lo veais. Os doy las gracias a los rrs y favoritos y manteneros todas las semanas, poco, pero estable. Ya he mencionado lo que pasará si llegamos a 100 rrs empezando 2022 (Sí, es muy difícil, I know), pero el tiempo pone las cosas en su sitio, y espero que esta historia os llegue al corazón como me ha llegado a mí. No os vais a arrepentir. Ya os he dicho que si quereis estar pendientes de adelantos, portadas (estoy haciendo mis pinitos en PS, no es una maravilla, pero lo intento), comentarios, me podeis encontrar en FB como: Maggie Sendra. También si me quereis comentar algo, os dejo mi correo electrónico: bloodymaggie (arroba) hotmail . es (Hay que juntarlo porque no me deja ponerlo correctamente). Y lo dicho, Actualización doble a partir del próximo capítulo. Nos vemos el miercoles :)