Disclaimer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Y sólo les enredo un poco. Los personajes que no reconozcais los he creado yo.


Chasing Cars by Snow Patrol.


Caris admitió estar demasiado cansada para conducir, así que me dio las llaves y me permitió llevar el volante. Me sentí tan feliz como un niño al que le quitaban el ruedin de su bicicleta.

— ¡Prohibido bajar de ciento cincuenta!—me advirtió.

— ¡Sí, señorita!—exclamé feliz de tener entre mis manos el control del volante.

El camino de regreso fue demasiado tranquilo. Apenas unas pocas palabras en el transcurso del viaje.

No sólo era la falta de sueño y el escaso periodo de recuperación. Estaba completamente consternada por haberse enterado del final de Riley.

En realidad, lo que le había contado de su final. No me sentía con fuerzas para contarle el grado de participación que yo había tenido en ello. Y mucho menos que alguien le había arrebatado la existencia a alguien que ella estimaba, incluso había llegado a querer, aunque no fuese lo que esperaba, por una venganza contra nosotros. No quería confesar que en aquel instante lo único que estaba haciendo era defender a mi novia humana.

Y me fui por el camino fácil cuando me preguntó si yo sabía cómo había acabado todo.

— ¿Recuerdas que en mi mundo hay reglas? Pues resulta que éstas son llevadas a cumplimento por un grupo de nuestra especie lo suficientemente poderoso para que los demás les respetemos y, con ello, las reglas que nos permiten pasar desapercibidos entre los humanos. —Le había contado—. La vampiresa que había transformado a Riley estaba incumpliendo esa norma, poniéndonos en peligro a los demás, así que hicieron su trabajo antes de que el asunto se desbordarse.

Recordé que se había limitado a asentir, cansada, comprendiendo lo que parecía incomprensible. Y en aquel momento se debatía entre la pena de haber perdido todo lo bueno que le quedaba con Riley, y la culpa por sentirse aliviada por su muerte. Él la había estado amenazando cuando contó lo que creía saber a la policía, y había estado viviendo aterrada, esperando que cumpliese la amenaza o, peor aún, que hiciese daño a alguien que la importase a ella. Que los asesinatos acabasen tan repentinamente como empezaron, la permitieron empezar de nuevo en Seattle aunque nunca se había quitado del todo aquella sensación de que le ocurriese algo. Y odiaba vivir con miedo.

—No te sientas mal por estar aliviada—le dije —. Ahora eres libre y el resto de tu vida te pertenece sólo a ti.

Entrecerró los ojos, preguntándose cómo había podido adivinar lo que estaba pensando, luego decidió que aquello no importaba, y sonrió realmente feliz en mucho tiempo.

—Sí—musitó. Y un gran peso de peso desapareció de su pecho.

Llegamos a su casa al anochecer.

Se desperezó lentamente y me miró fijamente, como si fuese a desintegrarme. Y tal vez fuese una buena forma de expresarlo. Le había dado su día y ahora, por su bien, tenía que desaparecer de su vida para siempre.

—Te prometo que ningún vampiro volverá a interponerse en tu camino.

No podía comprender el porqué se mostraba tan deprimida por el hecho de separarnos. Y a mí me costaba tanto moverme de aquel asiento.

— ¿Estás seguro que quieres ir andando hasta tu residencia? Está muy lejos y es de noche. —Aquella preocupación venía de un inesperado intento de raspar un poco más de tiempo conmigo.

Rechacé aquel ofrecimiento. Cuanto antes acabase con esto, menos me costaría relegarlo al olvido.

—No te preocupes por mí. Me gusta caminar y además… ¡Como si tuviese que temer algo!

Aquello le arrancó una risa fugaz.

—Cierto. Soy una tonta por no caer. A veces me olvido de… ¡No importa!

Eso era lo verdaderamente peligroso. Cortar ahora o nunca.

—Me ha encantado conocerte—me despedí —. Espero que tengas mucho éxito en tu carrera y no tengas que cantar desnuda ni nada por el estilo para salir en algún videoclip.

Se volvió a reír y, entonces, extendió la mano.

Dudé varios segundos antes de tendérsela.

—No me voy a asustar por tu problema de circulación—me animó y me agarró suavemente los dedos, proporcionándome una agradable presión —. No creo que sea la hora de decir adiós. Hay algo que me dice que aún no.

—Si aún estás con la idea del destino, creo que se ha cumplido. Te salvé la vida. Por eso nuestros caminos se han entrecruzado. —Dos veces en realidad. Aunque yo no me hubiese dado cuenta hasta entonces. Al eliminar a Victoria y su grupo de neófitos no creí que estuviese salvando más vidas que la de Bella —. Te permitirá convertirte en una estrella de la canción. No me debes nada. Sólo acuérdate de mí cuando grabes tu primer disco. Con que me dediques unas palabras en tu primer single, me daré por satisfecho.

Se volvió a reír, y soltando lentamente mis dedos, suspiró, resignada.

—Buenas noches, Edward.

—Buenas noches, Caris.

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Al entrar en mis reducidos metros cuadrados de los que disponían mi habitación, vi en la silla mi móvil. Como si fuese un espejismo, me pregunté cómo no me había dado cuenta que me lo había dejado olvidado. Tendría que haberlo extrañado a lo largo del día, pero había estado demasiado distraído con Caris y su historia como para estarlo mirando cada diez minutos. No me había acordado de llamar a Bella en todo el día. No era que ella me fuese a responder, pero ya era una costumbre tan arraigada que ahora me sentía extraño al prescindir de ella.

Además, tenía que llamar a casa para decirle a Carlisle que Caris no iba a suponer una amenaza para nosotros, y que en unos días estaría en casa de Tanya.

Lo cogí y comprobé que tenía una llamada perdida.

¿Podría ser cierto? La ley de Murphy existía. Era cuestión de dejarme el móvil para que Bella me hubiese llamado. Y no una ni dos veces; sino hasta cuatro. Incluso tenía un mensaje de voz.

Parecía breve, pero tuvo el influjo suficiente para que una horrible presión se me posase sobre mi pecho y la nostalgia por tenerla a mi lado se incrementase.

"¡Hum! Edward… ¡Vaya! Tenemos muy mala suerte. Creo que nuestra telepatía empieza a fallar. O funciona la inversa. Tú me llamas y yo no estoy, o viceversa. Bueno, si no es muy tarde, cuando oigas este mensaje, llámame. Tu voz, aun estando lejos, me reconforta.

Carlisle me ha contado que has tenido un incidente en Seattle y te tienes que ir a Denali con tu prima Tanya… ¡Uf!, ¿De verdad es necesario? ¿Por qué a Denali? ¿No podrías quedarte allí o irte a otro lugar, por ejemplo, Vancouver? No sé, Edward, imaginarme a tu prima cerca de ti hace que los celos me invadan.

¡Ójala volvieses a mi lado! Pero esta tarde le he insinuado a Jacob que podría irme a final de año para empezar la universidad…En realidad, él sabe que no es mi intención. El caso es que, al principio, pareció que le había dado un soponcio. Y después, se puso como una fiera y casi entra en fase delante de mí. Por primera vez, me ha dado mucho miedo, con la sensación de querer hacerme daño, algo que contigo nunca me había pasado. Incluso me ha gritado que me mataría antes de permitir que me fuese contigo. Al final, ha roto a llorar y me ha suplicado que me lo pensase bien.

Estoy cansada de repetirle que yo ya he tomado mi decisión, pero creo que le puedo conceder algo más de tiempo. Alice me ha dicho que los Vulturis aún no van a actuar contra mí, así que todo lo que me quede como humana quiero dedicárselo a Jake. Además, cuanto más tiempo permanezca como una humana, mejor para ti, ¿verdad?

Sé que cuando oigas este mensaje, te preocuparás, te enfadarás y harás algo irreflexivo como coger el coche y conducir a doscientos por hora hasta llegar aquí y enzarzarte en una pelea con Jacob. Por eso te suplico que escuches hasta el final, coge aire, suéltalo despacio y repite esto varias veces. Aún le quiero lo suficiente para no perdonarte que le hicieras daño. Como yo tampoco podría hacerlo a mí misma. Ese sentimiento irá conmigo incluso a mi nueva existencia. Me duele, pero ya forma parte de mí.

En fin, tranquilízate, no pienses en una tontería, es más, olvida lo que te he contado. Es muy impulsivo pero nunca me haría daño. Quiero que regreses, pero Jacob no está preparado. Espero que no vayas a Denali. Llámame.

Te amo".

Tenía razón. Mi primer impulso fue coger las llaves del coche y no parar hasta llegar a La Push, arrancar la puerta e hincar mis dientes en su cuello hasta verle desangrar.

¿Cómo se atrevía?

Pero antes de hacerlo, tenía que asegurarme que Bella estaba bien. Me empecé a poner la chaqueta a la primera señal de alarma.

No cogía el móvil.

Decidí recurrir al plan B antes de salir corriendo hacia el coche.

Me cogieron enseguida el teléfono de la casa, pero una voz masculina respondió en su lugar.

¿Sí? ¿Dígame?

Tardé en unos segundos en superar mi decepción. Algo me decía que esta noche no hablaría con ella tampoco. Aun así, decidí probar suerte y arriesgarme.

—Buenas noches, ¿está Bella?

No, lo siento. Se ha ido a pasar la noche con unos amigos. ¿Le dejo algún recado? ¿Quién la ha llamado?

—No, no importa. Sólo que intentaré llamarla mañana. Buenas noches.

Me disponía a cortar cuando Charlie me lo impidió.

Edward, muchacho, ¿eres tú?—asentí —. Sé que querías hablar con Bella, pero ella se ha ido a una fogata a La Push con Jacob y compañía. Pero bueno, espero que no te importe hablar un poco conmigo. Desde que te has ido a la universidad no se te ha visto el pelo. No te puedo culpar por haberte ido. Tú no ibas a perder un año como Bella ha hecho. —Le oí resoplar, algo molesto con aquella situación —. Pero me aseguró que no había pasado nada entre vosotros. Que todo iba bien y seguíais adelante pero más tarde. Que necesitaba un tiempo para reflexionar las cosas. Pero ni ella ha ido a verte los fines de semana, lo cual hubiese sido un buen cambio de aires para ella; ni tú has bajado a verla. Seattle no está tan lejos. Edward, ¿todo va bien?

En aquel momento me hubiese gustado tenerle delante para saber lo que estaba pensando. Nunca había sido su favorito, pero estaba detectando un matiz en su voz que nunca me había dedicado cuando hablaba refiriéndose a mí, o conmigo. Y aquella noche, estaba siendo amigable, incluso cómplice. Era la primera vez que se alegraba de oír mi voz y, más extraño aún, aquello era inversamente proporcional a cuando estaba mencionando a Jacob. ¿Qué había pasado para que se invirtiesen los papeles?

Intenté sonar ligero y despreocupado para no dar la alarma a Charlie.

—Digamos que he tenido bastantes trabajos que hacer, Charlie. La universidad no me deja respirar, y, además, me he apuntado al conservatorio para seguir practicando con el piano. Y respecto a Bella, la echo en falta terriblemente, como ni te lo imaginas. Sin embargo, quiero dejarle su espacio y su tiempo. Ella no quería irse a la universidad…porque pensaba que iba demasiado rápido y no quería separarse de ti tan pronto…

No era toda la verdad, pero sí había una parte importante de ella. Estaba seguro que era lo que Charlie quería oír. Por lo que no me esperé que soltase un bufido y una pregunta burlona.

¿Sólo se trata de eso? ¡Qué chica más tonta!

— ¿Cómo?—no pude reprimirlo.

Tal vez no te creas lo que te voy a decir, ni siquiera cuando reaccioné tan violentamente con el anuncio de vuestra boda. Quizás mi reacción fue demasiado exagerada, pero era exactamente lo que has descrito. Sentía que no había pasado demasiado tiempo con ella y en aquel instante, iba a desaparecer para siempre de mi lado, metafóricamente hablando, quiero decir, que ya nada sería igual. Pero, después de todo lo que ha pasado ahora, veo que algo no encaja. Quedarse en Forks por mí, o por alguien más, no la ayudará a realizar su destino. El camino más correcto es siempre el que lleva en línea recta. Y si ese camino le ha llevado hasta ti, será lo correcto. Y a lo largo de éste, tendrá que perder algo para conseguir lo que quiere. Así es la vida.

Respiró profundamente y continuó:

La voy a echar de menos muchísimo, pero no quiero que cometa el mismo error que yo hice con su madre. O al final, acabará siendo muy desgraciada. No tiene que tener miedo por perdernos a nosotros. Ese día tendría que llegar y lo único que puedo hacer es dar gracias por todo el tiempo que se me ha concedido con ella. Desde luego que tendré esa charla. Debería haberla tenido antes. Se puso duro, en pose poli y me amenazó:

Espero que seas capaz de dar la talla, hijo. Porque si pretendes dar la estampida, te aviso que tengo línea directa con el FBI y cuando te encuentre, yo mismo me encargaré de ti. Recuerda que duermo con una pistola y sé dónde disparar.

—Descuida, Charlie—puse los ojos en blanco—, la llamaré mañana.

Colgué y descubrí que, después de aquella charla, me encontraba mucho más tranquilo.

¿Había dicho algo de los caminos? ¿Por qué no había dejado de escuchar aquella palabra a lo largo del día? ¿Qué señal me estaba enviando el Universo que no acababa de intuir?

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Y después de tranquilizar a mi familia respecto a la chica—como ellos la conocían, y dado el tono de la voz de Carlisle, no querían profundizar más en el tema— y que me iría pronto con Tanya, me preguntaba por qué había roto mi promesa veinticuatro horas después.

Si había vuelto a aquella soporífera clase de literatura con el señor Wool,— quien, ¡por fin!, había dejado a un lado a su amada Emily Brönte y se había pasado a la siguiente hermana, Anne y su famosa Agnes Grey, obviando los temas más interesantes de su obra—con la esperanza de volver a verla. Como si ella me pudiese dar una respuesta a lo que creí estar preguntándome.

Me sentí extraño al descubrirme decepcionado por no encontrarla en clase. Pensaba que todo se había solucionado y que ya no temería volver a esta clase, aun cuando yo estuviese en ella.

Por suerte para mí, pude captar una conversación entre dos de sus compañeras, que no estaban atendiendo a lo que estaba explicando el profesor sobre el contexto histórico de la novela, y hablaban de Caris.

—Ahora que me acuerdo—cuchicheó —, ¿hoy no era cuando Cars tenía esa prueba para el conservatorio? Debería haber sido más considerada y habérnoslo contado. Quería verla cantar.

— ¡Ya sabes lo reservada que es con estas cosas!—le recriminó su amiga—. Ella es demasiado modesta. No dirá nada hasta asegurarse que lo consigue.

La otra resopló como si no fuese posible que no pasase la prueba.

—Cars va a estar en ese concurso. Y llegará muy lejos. Incluso tiene posibilidades de ganarlo. ¡Es la mejor!

Entonces recordé lo que me había dicho del concurso. Me sentí algo tonto por no haber caído en ello.

Ayer me contó que hoy haría una prueba en el conservatorio para poder participar de forma directa.

Como este año, el concurso se hacía en Seattle, éste tenía la ventaja de presentar a cinco aspirantes sin tener que pasar por las pruebas de acceso. Serían los primeros cinco de los cincuenta de la primera fase. Luego, en la segunda, serían veinticinco, de los que se clasificarían sólo diez para la última fase. Y de allí, ya se decidiría el ganador. Aunque no llegase a ganar, siempre podría encontrar a algún ojeador que representaría a una gran compañía discográfica que se interesase lo suficientemente en ella para interesarle ofrecerle un contrato. Y de ahí, a la fama.

Sí, era muy bonito soñar, pero primero tenía que entrar en el concurso.

Últimamente me sentía mucho más lento a la hora de actuar. Como si pensármelo dos veces me llevase un esfuerzo mayor. Sabía que no debería hacerlo. Aquella despedida había sido definitiva. Por lo menos por mi parte. Y aunque en el fondo, ella no se quedase satisfecha, con el tiempo olvidaría todo. Los humanos se les daban bien reprimir los malos recuerdos, y estaba seguro que, al pasar los años, quedaría como una experiencia que ni siquiera podría contar a sus nietos en su lecho de muerte, aunque podría hacer una buena canción de ello.

Si sabía lo que no debería hacer, ¿por qué venían mis dudas?

No pude aguantar la hora que quedaba de clase de literatura, y cuando el señor Wool abrió el libro para leer un fragmento de Agnes Grey, me esfumé de allí.

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Si no hubiese sabido donde se encontraba el conservatorio, lo hubiese encontrado rápidamente debido a la enorme cola que había delante de la puerta principal.

Intentando bloquear mi cabeza, aún se escapaban algunas palabras dominadas por el nerviosismo reinante en la atmosfera. Muchos de ellos no pertenecían siquiera al conservatorio, y para ellos sería el ahora y nunca. Un solo error, una sola nota fuera de lugar y no pasarían. Y se podría tratar de la única oportunidad que tendrían muchos de ellos.

Aún desde fuera, oía una más que correcta composición de piano y una voz suave que empezaba a conocer a la perfección. Ya había empezado.

Casi sin molestarme en simular mis habilidades sobrehumanas, me fui colando entre una extensa multitud que se iba agolpando en la puerta del auditorio. Aún les quedaban horas para que pudiesen hacer su prueba.

Si me hiciese falta respirar, me hubiese ahogado dentro de aquella sala. Se había llenado hasta un minúsculo agujero, y sin embargo sólo se oía la cadencia de sus respiraciones en armonía, casi al unísono, fijos los ojos en el escenario sin perderse una sola nota que salía del piano, acompañado por una voz armónica y con varias notas graves que cantaba aquel precioso tema de Leonard Cohen (1), haciendo sentir una sensación de paz previa al Éxtasis.

La canción versionada por Caris de Halleluya, era lo más similar a entrar en una Catedral cuando el sol estaba en su máximo esplendor y los rayos atravesaban las vidrieras llenando el espacio y el alma de miles de reflejos de luz y color.

Fijé mis ojos al escenario para ver a la propietaria de una bonita melena rubia, tocando el piano, muy lejos del ambiente que había creado, metida de pleno en el mundo que estaba creando con su música.

No sólo me impresionaba su técnica con el piano, la cual era notable—aunque no llegaba a sobresaliente—, sino todo el potencial que tenía. El futuro tan brillante que se le tendía a sus pies. Sin ser pretenciosa, ella lo intuía, por eso no tenía miedo de darlo todo.

Una extraña melancolía me invadió. Ella había conseguido que evocase algo que había estado perdido en mí hacía mucho tiempo.

Por un momento, la envidié. Me hubiese encantado volver a tener aquel entusiasmo por vivir a al límite sin nada que lamentar, como si no hubiese un mañana ni un futuro sin final aparente siempre lleno de sombras.

Y, aun cuando implicarme sería añadir peligros cuando no debería haberlos, —de alguna manera, la excusa de los Vulturis empezaba a ocupar un segundo plano—, me prometí que haría todo lo que fuera para que su brillo nunca se apagase; al contrario, se incrementase.

Debería haber hecho lo mismo que los demás y disfrutar de aquella canción, pero ya estaba abordando con el primer obstáculo que Caris tendría que sortear.

En las filas de delante, se encontraban los profesores, directiva del conservatorio y un par de ojeadores. Una de ellos, una extravagante mujer de unos treinta y tantos y aires sofisticados, —vestida con tanta falta de combinación que haría arrancarse los ojos a Alice— como sólo podían salir del mundo de L.A, estaba completamente hipnotizada con la canción y con la figura de Caris. Ella no era quien me preocupaba, si no la persona que estaba a su lado. La mujer de ademanes elegantes y rasgos de gran entendida. Con un sondeo en su mente, comprendí que se trataba de la directora del conservatorio, la señorita Krazt.

Preví los problemas. No porque dudase del talento de Caris; todo lo contrario, tenía demasiado como para eclipsar a sus protegidos. Ella ya había hecho sus quinielas con sus cinco candidatos, en los que entraba el joven que estaba sentado a su lado y había actuado antes que Caris. No dudaba de su talento, pero confiaba más en su aspecto físico para atraer al público femenino. Desde luego, ante ella pocas posibilidades le quedaban.

Lo que la señorita Krazt no podía perdonar era que Caris se había educado en los conservatorios de New York, y que era una recién llegada al suyo. Por lo tanto, si la promocionaba para el concurso, siempre podía alegar que no la debía absolutamente nada. Aquello sería demasiado para su ego.

Mi instinto de protección quiso defenderla de aquella decisión injusta. Estaba siendo descalificada antes de tiempo.

Cuando Caris terminó de tocar su tema, fue como despertar de un sueño placido y profundo. El público estaba tan ensimismado que aún no podía reaccionar.

Pero la señorita Krazt se encargó de robarle su momento de gloria. Antes de que nadie se atreviese a juntar sus manos siquiera, ésta lanzó una mirada con sus pequeños y penetrantes ojos a modo de advertencia. Nadie se atrevió a desafiarla.

Como si no se hubiese dado cuenta, Caris se levantó y se acercó hasta el estrado, inclinando la cabeza educadamente, esperando el veredicto. Sabía que lo tenía en contra, pero fue lo suficientemente educada para escuchar lo que tenía que decirla.

La señorita Krazt se aclaró la garganta y con, voz falsamente melosa, empezó a decirla:

—Bien, señorita Dashwood, si no me equivoco, usted es violonchellista en la orquesta, ¿no es así? Y, sin embargo, se ha atrevido con el piano.

—Por un tiempo estuve estudiando piano y violonchello en New York. Después he ido practicando por mi cuenta, señorita Krazt. He creído que el piano hace más personal las canciones.

—Cierto. —Se ajustó las gafas —. Hace más hermosas las canciones, pero es un don de los pianistas consumados, no de los practicantes. Y le falta práctica con ese instrumento. ¿Se ha buscado un profesor competente para eso?—A su pesar, Caris tuvo que negarlo —. Bueno, si empieza a practicar ahora, puede que el año que viene tenga posibilidades.

Aun quieta como estaba, su respiración acelerándose y su corazón bombeando frenéticamente, su olor me indicaba que se sentía realmente ofendida.

—Aún puedo presentarme por libre, señorita Krazt—le dijo aún con educación, aunque elevando su voz unas octavas.

—Es cierto…—le apuntó la mujer que estaba a su lado, queriendo defender a su reciente descubrimiento. No acababa de creerse que la estuviese rechazando tan imperiosamente.

—No dudo de su potencial, señorita Dashwood—fingió indignarse la mujercilla —. Pero creo que tiene que madurar un poco más sus dotes antes de precipitarse al vacío. Tiene una voz agradable y un físico increíblemente dotado para este mundo. Pero tiene veinte años. ¿Quiere seguir cantando a los cuarenta? Le recuerdo que físicos como el suyo lo puede tener aspirantes a cantantes. Pero en el mundo musical ya existen Avril Lavigne y Taylor Swift. Si de verdad, quiere destacar, sea más original.

Abrí la boca, horrorosamente sorprendido y asqueado de lo que estaba oyendo. ¿Esta señora no se había lavado las orejas por la mañana? ¿Se hacía llamar música cuando ella no reconocía lo hermoso de ésta?

Ya me había hecho tomar una definitiva resolución. Se había convertido en algo personal. Aquella zorra bastarda no sabía lo que le esperaba. Había despertado aquel sentimiento de competitividad inherente en todo miembro de la familia Cullen; y cuando un Cullen se proponía algo, lo hacía a lo grande. Sin medias tintas.

Indignada y decepcionada, pero aun así sin desanimarse un solo ápice, Caris se despidió del estrado y se dispuso a salir a través del corro que muchos de los participantes le habían dedicado como muestra de apoyo.

No necesitó una palabra para saber que estaban con ella. En cierta forma, intuían que su destino no iba a ser mejor. Y si les había parecido que un ángel había bajado del cielo para cantar y no había logrado ablandar aquel corazón de piedra, ¿qué les quedaba a ellos?

Me apremiaba salir de allí y Caris iba demasiado despacio para mi gusto, por lo tanto, acechando en las sombras, agarré su muñeca y tiré de ella para que se apresurase. No la dejé que ahogase un jadeo asustado.

Luego, mientras la sacaba apresuradamente del conservatorio y le llevaba a mi coche, me reconoció con sorpresa y cierta satisfacción por volver a verme.

—Pensé que te habías ido.

Lo había dicho ligeramente. Me alegró, en parte, que lo hubiese sustituido por un aterrado "¿qué haces aquí?"

También ayudó lo impresionada que estaba al ser el copiloto de aquel impresionante Aston Martin, así que no se lo pensó demasiado cuando la abrí la puerta y la apremié para entrar.

— ¿No estabas buscando un profesor de piano?—le pregunté retóricamente cuando empecé a conducir —. Pues ya lo tienes.

Sólo había una sombra que lo enturbiaba todo. Era el giro de tuerca de las visiones de Alice. Pero, ¿realmente importaban ahora mismo?

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No necesité una invitación para sentarme delante del piano, ni Caris se ofreció a convidarme a pastas y té. Habíamos pasado de los típicos convencionalismos.

En su lugar, visualicé cada rincón de aquel comedor como si fuese la primera vez que la veía. A pleno día se la veía más acogedora, aunque seguía siendo un espacio demasiado grande para una persona, y más aún si se trataba de una estudiante universitaria, pero empezaba a conocerla lo suficiente para saber que aquello se había convertido en su propio espacio privado. Su santuario.

Había añadido unos cuantos CDs nuevos a su estantería, y debajo de esto, había dos libros. Uno, Sentido y Sensibilidad, el cual había dejado el marcapáginas en el mismo punto donde yo había dejado de leer en el hospital. Notando mi mirada reprobatoria, se encogió de hombros, con la idea de retomarlo tranquilamente cuando todo pasase.

—Aunque me serviría de ayuda buscar las películas para meterme en el argumento.

—Blasfema. —Puse los ojos en blanco.

Ni siquiera buscó una excusa.

—No intentes hacer de mí una erudita. Leer nunca será una afición para mí. No puedo imaginar una historia cuando las letras están impresas en unas hojas. Es naturaleza muerta.

No iba a ganar aquella batalla, me resigné a no rebatirla y me fijé en el otro libro más desgastado debido al uso. El color dorado de las letras del título estaba medio borrado distinguiéndose apenas del resto del cuero viejo.

—Por lo menos, no sientes la misma animadversión por todas las hermanas Brönte. Jane Eyre.

Sonrió ampliamente y sus ojos se iluminaron. Era algo más que una lectura amena para ella. Era mucho más que poder leerle el pensamiento; toda aquella pasión, comprimida en su cuerpo, explotaba como una tormenta, empapándote con ella cada célula del cuerpo.

—Era el libro de mamá y Nana lo guardó hasta que yo cumpliese los dieciocho. Y es el mejor regalo que han podido hacerme. Ese libro habla de la naturaleza del amor verdadero. Todo lo que deseo para mí.

Me mostré algo escéptico.

— ¿De verdad? Creo que Rochester, en determinadas ocasiones, es sarcástico y cruel con Jane. Por no hablar que no hizo las cosas muy legalmente para conseguirla. No es un amor muy perfecto que digamos.

—Pero aun así es el amor. Son dos personas que, por edad, circunstancias de nacimiento y distintos avatares, pertenecen a mundos distintos. Sin embargo, ambos se rinden ante una misma fuerza, reconociéndose como almas gemelas. A pesar de la condena de la sociedad, las desavenencias y lo lejos que puedan estar él uno del otro, saben cuándo se necesitan, conectan a través de sus espíritus y, al final, vuelven al camino correcto.

Además, admiro a Rochester. Sí, amargado, sarcástico y cruel. Pero por lo menos él vio claro lo que quería y tuvo las agallas de luchar por conseguirlo, aunque no siempre obrase correctamente.

Desistí discutir con ella. Su forma apasionada de ver las cosas la llevaban hasta el límite y no creía que nadie la pudiese convencer de lo contrario. Además, por experiencia, ya no me atrevía a burlarme de los héroes de la literatura romántica. Había pasado por la desesperación de Romeo ante la idea de perder a Julieta, y de los celos irreflexivos de Heathcliff ante la presencia de un rival por el amor de Cathy. Mi destino estaba ligado a alguna experiencia que me hiciese ponerme en el lugar de Rochester.

Y así se reflejaba en los pensamientos de Caris respecto a mí. Me estaba comparando idealmente con él. Un tipo de pasado triste, oscuro y misántropo en busca de algo reparador. Incluso era algo más que casualidad que nuestros nombres coincidiesen.

Un pensamiento peligroso que tendría que borrarle de la cabeza si tenía que quedarme con ella hasta el final del concurso. Y hablando de eso, ¿cuándo terminaba todo?

—Háblame del concurso —decidí devolverla a la realidad —. Ahora que sabes que no puedes entrar por el conservatorio, ¿cómo harás para clasificarte?

Ya me estaba imaginando las largas colas en la intemperie para coger turno.

Caris se encogió de hombros, tranquila respecto a la expectativa.

—Cierto, vamos por el camino más largo, pero afortunadamente nos ahorraremos acampar en la puerta del conservatorio para coger turno. —Señaló el ordenador —. Es la era de internet. Tendré que subir dos covers a Youtube y esperar la votación de los internautas. El conservatorio de Seattle ha creado una página para poder dejar los videos y la gente se apunte para votar.

Curiosa manera. Aunque no terminaba de fiarme de aquel sistema. Por lo que había visto, los humanos se solían guiar más por lo que veían que por el verdadero talento.

Se río cuando le hice aquella afirmación.

—No soy Miss Manhattan, pero tengo una genética afortunada para salir bien en cámaras. —Pestañeó, coqueta —. ¡Buah! Es un público mucho más especializado que el de los realities. Saldré adelante.

—Espero que los premios lo merezcan.

— ¡Oh, sí! ¡Desde luego! Siempre se trata de una cuantía económica. El ganador se llevará cincuenta mil dólares para seguir con su carrera musical, promocionar su primer disco, o seguir estudiando en cualquier conservatorio. Y bueno, luego viene el extra. Casi siempre se trata de una gira con algún cantante de éxito o moda. Hace dos años, el ganador era fan de Lady Gaga y compuso una canción con ella. Después se fueron de gira. Y el ganador del año pasado fue uno de los teloneros de Lana del Rey. Pero este año es genial. La cuarta canción, la segunda que se compone original, se canta en… ¡Tachán!...nada más ni nada menos que en el Rockefeller Center en Black Friday (2) encendiendo el árbol de navidad. ¿No es genial? ¿No sería fabuloso cantar en directo ante miles de personas, ¡no, millones de personas!, viendo como las luces se funden con la nieve? ¡Y éste es mi año! Es el destino que esté en Seattle y tú estés aquí…

De repente, volvió a la realidad y me miró recelosa. Intenté poner mi cara más angelical para no parecer demasiado culpable.

— ¡Oye, tú!—me señaló con dedo acusador —. Cuando te dije que estaba buscando un profesor de piano, no abriste la boca. ¿Por qué no me dijiste que sabías tocar el piano?

Me limité a encogerme los hombros como si hubiese sido un despiste.

—No me lo preguntaste.

Me analizó como si aún tuviese dudas respecto a mí.

—Si quiero estar entre los tres primeros para ir a New York, necesito que seas mucho mejor que muy bueno.

Me reí entre dientes.

—Si me conformase con que estuvieses entre los tres primeros, no estaría perdiendo el tiempo.

Puso los ojos en blanco como si le estuviese tirando un farol.

—Tu poca fe en mí es increíblemente dolorosa. —Me puse las manos en el corazón como si me lo estuviese rompiendo. Se río como si la estuviese tomando el pelo —. Multiplica el número de horas que puede haber en cien años. Es de las pocas cosas que no dejé atrás junto con mi humanidad.

Sus labios formaron una o perfecta. No se lo creía del todo. Tendría que hacer una pequeña demostración de mis habilidades.

—Vale, ¿quieres una sesión privada? Dime cualquier tema que toque y lo haré.

Enarcó una ceja, dubitativa.

—Tiene que ser algo más allá de los noventa…del siglo veinte.

Ignoré aquella puya.

—Dime el título de una canción y lo tocaré.

Se fue a su habitación, buscando unas partituras, discutiendo en voz alta, sin la necesidad de leer sus pensamientos. Ella misma estaba haciendo su propio monólogo. Me reí antes que llegase cargada con una carpeta vieja y con las gomas sueltas, llena de papeles, algo molesta de que no la echase una mano.

Los depositó pesadamente en el piano.

—Como ninguno de los dos somos una mano inocente, lo cogeré al azar.

Se tapó los ojos con la mano, con dificultad, sacó una de las del medio y me la entregó.

— ¡Hum! Veamos cómo te las apañas con ésta.

En un parpadeo humano, leí y memoricé las notas de la canción traduciendo la letra. Ya empezaba a tararearla en mi cabeza, cuando una sonrisa triste se dibujó en mis labios.

Me encantaba esa canción sobre todo por los recuerdos, los últimos realmente felices, sin contaminación de una tercera persona, que había compartido en la intimidad.

Caris se sentó en el suelo y apoyó la cara entre sus brazos, dispuesta a prestarme toda la atención posible. Sólo se sobresaltó brevemente cuando me vio dejar la partitura a su lado.

—No lo necesito. La tengo aquí. —Me toqué la frente con dos dedos.

Primero toqué al azar algunas teclas para hacerme con el instrumento; después fui adaptándolo hasta la melodía de la canción, hasta que poco a poco la letra apareció en mi mente, adaptando cada silaba a cada nota con completa naturalidad.

Mientras me iba sumergiendo en la canción, una parte de mí estaba pendiente de la reacción de Caris. Intenté mantenerme lo más neutro posible sin delatar la satisfacción que me producía sus sentimientos encontrados. La había pillado con la guardia baja y me gustaba. Se me escapó una pequeña sonrisa petulante.

Al principio, se quedó tan anonadada que incluso su mente se había quedado en un punto muerto. Se repuso pronto y la oí tatarear débilmente hasta que su voz empezó a susurrar palabras, acompasándose a la perfección a la melodía. Como un corazón a su latido.

Esas tres palabras que tanto costaban decir. ¿Por qué, si lo que se sentía era real? (3).

"Aun con el sol acariciando mi piel, arrancándome brillos nacarados, no había podido sentir mayor placer que el calor que emanaba de su piel.

Sus latidos intentando acompasarse a la cadencia de una respiración.

Una canción que nunca terminaba de cantarse, interrumpida por unos labios suaves, cálidos y llenos de sabor presionando con cada vez más intensidad los míos.

Un apremio cada vez más fuerte de convertir dos cuerpos en uno. Un deseo que rayaba la locura, y una delgada línea roja para sobrepasar los límites.

Cuando aquello fue demasiado, aparté a Bella de mi cuerpo, depositándola cuidadosamente a mi lado, aunque atrayéndola a mi lado para no perder su tibieza.

Me reí cuando la oí refunfuñar algo sobre mi fortaleza sobrehumana ante los deseos carnales.

La besé en las sienes para tranquilizarla, aunque lo único que conseguí fue que protestase más y empezase a arrancar flores de su alrededor, mientras se incorporaba.

Por el rabillo del ojo, la observaba y me reía de sus pucheros infantiles. Luego, cerré los ojos y me concentré en la canción que estaba escuchando antes que Bella me interrumpiese con su cascada de besos.

En algún momento, debí estar cantándola, porque sentí como la curiosidad de Bella crecía, y tiraba de uno de mis auriculares con sus torpes movimientos. Se lo puso en la oreja y sonrió abiertamente. Incluso, llegó un momento en que reía tenuemente.

Debí haber abierto los ojos y mirado con más fijeza de lo pretendido, porque me miró curiosa y luego empezó a reírse más fuerte, brillando sus ojos marrones con viveza.

Algunas veces creía que era ella la que podía leerme la mente a mí.

A esto es lo que llamo yo sincronización.

Antes de que pudiese preguntarle siquiera, sacó su viejo MP3, lo encendió y me puso un auricular. Escuché combinada la misma canción.

Sonreí de oreja a oreja cuando me di cuenta que así era.

Midiendo cada movimiento, volví a tumbarla a mi lado, con mi brazo estrechando su cintura, me coloqué de lado, notando un cosquilleo en mi mejilla con la punta de sus cabellos, acerqué mi boca a su oído y empecé a cantar susurrando la canción que compartíamos.

Aquellas tres palabras que quedaban en el aire. ¿Cómo pronunciarlas?

Se quedó en un estado muy similar al sueño, de paz absoluta y su sangre recorriendo sus venas, apenas dando un pequeño latido, hasta que su corazón latía al compás de mi voz.

Un poco antes de acabar la canción, acaricié sus sienes, y la susurré al oído, fingiendo que el asunto no me divertía en absoluto:

Como tu cumpleaños se acerca, te sugiero que te vayas despidiendo de esa chatarra que tienes por aparato musical. Tus oídos merecen algo mejor. ¡Y no te lo tomes como una amenaza!

Aún tenía los ojos cerrados, pero su pulso aumentaba peligrosamente, por lo tanto, antes de que pudiese reaccionar, besé sus labios con toda la pasión que su cuerpecito era capaz de soportar."

Cuando la voz de Caris se fue amortiguando, mis dedos empezaron a obedecerla, dándoles a entender que estábamos acabando.

Hubo un momento de silencio entre el eco de la última nota hasta el primer reflejo de pensamiento de su cabeza. Al ver que éste tardaba más de la media humana, alcé la cabeza para observar a Caris.

Estaba completamente absorta, inmóvil, pero con mil sentimientos enfrentados. Parecía estar controlando la respiración para dominarse a sí misma.

Sonreí travieso cuando un hipido rompió sus defensas, y pareció echar todo el aire de golpe. No hacía falta preguntar si había pasado su quisquilloso examen.

Una lágrima se le escapó recorriendo su mejilla. Consciente de su quebrantamiento, se limpió los ojos con la manga de su jersey furiosamente. Me mordí los labios para no reírme.

— ¡No estoy llorando!—Protestó débilmente —. ¡No, no lo estoy! ¡Bueno, sí lo estoy! ¡Joder! Bueno, ¿qué pretendes? Por algún lado tienen que aflorar las emociones, ¿no? Creo que a estas horas de la tarde es más correcto que decir que casi he tenido un gran orgasmo. De alguna manera se tenía que romper el nudo en el estómago.

¡Oh!

Dejé de sonreír para arquear mis cejas y fruncir mis labios, dubitativo. ¿Qué clase de crítica era aquella?

—Esto… ¡Hum!...Lo del… ¡Ejem!... ¿Es algo bueno? ¿Algún tipo de crítica constructiva?—Aquella última afirmación me había dejado completamente descolocado, y aun así intentaba ser lo más educado posible.

Me miró realmente extrañada, como si por primera vez reparase en algo más que mi naturaleza sobrehumana. Y eso no era lo que más raro que le parecía de mí.

—Esta experiencia ha sido mil veces mejor que el sexo, te lo aseguro. Bueno, eso creo… No es que yo…—Movió la cabeza, intentando corregirse, algo irritada —. ¿Se puede saber de dónde sales, extraña criatura?

Respiré profundamente. Era la humana con menos filtro entre su mente y su lengua con la que yo me había topado en mis más de cien años de existencia. Incluso menos que Emmett, podría asegurar.

Antes de que el asunto se volviese más espinoso, dejando en el aire nuestra falta de experiencia en ciertos temas, y volviendo a lo que nos unía, le pregunté:

— ¿Y bien?

Comprendió que se tenía que poner seria. Se secó la cara y manchó las mangas con el rímel corrido de sus ojos. Sonrió sinceramente, dándome a entender que tenía algo más que su beneplácito.

— ¿Vas a quedarte hasta el final? ¿Hasta New York?—inquirió entre la esperanza y el temor a que no fuese real aquel momento.

¡Sí! Realmente una buena pregunta. Aún no sabía cómo iba a explicarle a Carlisle y al resto por qué me había metido en aquello. Y por qué era importante para mí. No sabía hasta qué punto contaba con Alice. No su lealtad, sino su neutralidad. Aunque no había recibido una llamada suya, por lo tanto, significaba que no iba a ser una decisión peligrosa… ¡por el momento!

Por último, un pensamiento residual de Caris sobre la opinión de Bella en todo aquel asunto.

Un dolor fantasma adormeció mi pecho al pensar en ella.

Pero un pensamiento resentido se pasó como un rayo.

¿De verdad tenía ella algo que reprocharme cuando seguía viendo a Jacob después de todo lo ocurrido? ¿Cuándo sabiendo cómo podía sentirme con todo aquello, aún no había roto vínculos con él? Yo no era el que estaba sobre una pista de hielo quebradiza a punto de romperse bajo mis pies. La diferencia entre ella y yo era que no había sentimientos pasados que pudiesen enturbiar el presente. Tenía que ser consecuente con mis propias decisiones tomadas a cabo por sus acciones.

De alguna manera, hasta que decidiese que podía volver a su lado, yo podía gastar mi tiempo como quisiera. Y ayudar a despegar a Caris, era un aliciente y un reto para mí.

Finalmente, la miré decidido.

—No te preocupes. Precisamente, no es el tiempo lo que nos falta en este instante.

Sus emociones de alegría y agradecimiento me embargaron por completo. Estaba tan decidida que seguiría todas mis indicaciones y decisiones sin cuestionarme. Y eso sería algo un poco difícil para ella aunque se sentía positiva y llena de energía.

—Sólo quiero que me prometas una cosa más, Caris.

Ella asintió.

—Cuando seas famosa, por favor, no insultes mi recuerdo haciendo un videoclip, desnuda sobre una bola de remolque, estropeando una hermosa canción con algo tan vulgar.

— ¡Oh!—exclamó, rascándose la barbilla —. Mira que era lo primero que tenía pensado. Pero se me han adelantado y ya creo que no es tan original. Bueno, ahora enserio, ¿qué es lo que quieres que te prometa?

—Quiero que llegues lo lejos que llegues, nunca pierdas tu esencia. Sé tú misma y brilla con tu propia luz. Es lo que significa ser una verdadera estrella.

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(1) Halleluya—Leonard Cohen.

(2) Black Friday es el último viernes de noviembre después de Acción de Gracias, cuando se da por comenzado el periodo navideño. Ese día se enciende el árbol de navidad en la citada plaza.

(3) Chasing Cars—Snow Patrol.


Y así es como, un asunto que a Edward ni le iba ni le venía se convierte en un compromiso a largo plazo (o corto tratandose de vampiros). Para excusarle, digamos, tiene mucho tiempo libre, y no creo que una visita a Tanya, con los celos que Bella la tiene, fuese lo más oportuno, aunque ya se verá según avanza el fic... :/ . Una de las cosas que más me gustan de este fic, es que trata de música, que me encanta, y los titulos, si os habeis fijado son canciones con sus autores o sus covers, como vereis en otros capitulos. Prácticamente, forman la banda sonora de esta historia, y muchos capitulos se entienden mejor escuchando la canción. Chasing Cars es de mis favoritas, y no, no es por Anatomía de Grey (Odio las tragedias tontas de ese hospital; de verdad, ¿os iriaís a curaros allí después de todo lo que les ocurren a los médicos y pacientes)Y bueno, una dice que actualiza cuando le dicen, y yo lo cumplo. De nuevo, gracias, por los rrs, favoritos y follows; y por los comentarios que me dejais por FB. Gracias. Esta es mi actualización del miercoles. Nos vemos el viernes. Si alguien quiere saber más de mi fic (de otros proyectos), etc...estoy en FB como : Maggie Sendra. También os voy a dejar mi cuenta de correo por si quereis preguntarme algo: bloody_maggie (arroba) hotmail . es

Nos vemos el viernes! :)