Disclaimer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Yo sólo les lio para crear esta historia. Los Personajes que no reconozcais son míos.
Halo by Beyonce
"No haga caso de los remordimientos cuando se vea tentada a errar, señorita Eyre; los remordimientos son el veneno de la vida.
—Se dice que el arrepentimiento constituye su antídoto, señor.
—No, no es su antídoto; éste puede ser el resultado de reformarse, y yo podría reformarme, pero aún me quedan fuerzas para eso, pero ¿de qué le sirve pensar en ello a alguien que está maniatado, agobiado y maldito como yo lo estoy? Además, puesto que la felicidad se me ha negado irrevocablemente, me asiste el derecho a gozar de todos los placeres que pueda en esta vida; y voy a gozar de ellos, cueste lo que cueste..." (1)
Dejé de leer para toparme con sus ojos marrones fijos en mi figura. Habíamos estado ensayando durante horas y decidimos tomarnos un descanso.
Al principio, sugerí que viésemos una película, pero le apeteció que le leyese un poco de Jane Eyre, retomando por donde ella lo había dejado. En el tiempo que habíamos compartido juntos no conseguí inculcarle el amor por la lectura, pero le encantaban las buenas historias y no le importaba escucharlas miles de veces. Para ella aquel libro jamás perdería la magia.
Además, le encantaba que yo lo leyese. Decía que le gustaba como sonaba con mi voz. Era como si lo estuviese cantando. Y que le gustaba que yo no me dedicase a analizar el libro y estropearlo como había hecho el profesor Wool—cuyas clases ya no asistíamos por la falta de tiempo que se había generado a consecuencia del concurso—, sino, sencillamente dejándome arrastrar por él y disfrutando de la esencia de éste.
Viniendo de ella, precisamente, era un completo halago.
Pese a mi reticencia, empezaba a empatizar con Rochester, relegando a Heathcliff a mi más absoluto desagrado.
Con sus miles de defectos, tenía que admitir que Caris tenía razón en un punto. Tuvo agallas para aferrarse a lo que amaba, aun sabiendo que estaba quebrantando las leyes de Dios y los hombres, y al final obtuvo su recompensa.
Podía admitir incluso que le envidiaba por ello.
Mentiría si dijese que me incomodaba que me estuviese mirando tan fijamente, incluso podría pasarme horas bajo el escrutinio de sus ojos, pero mi sentido de alerta estaba vigente por si había algo que no estuviese realmente bien.
Volví la cabeza hacia el reloj colgado en la pared de aquel comedor y fingí que me sorprendía que el tiempo se pasase volando.
—Caris—le señalé el reloj—, han pasado dos horas desde que nos tomamos el descanso. Creo que es hora de hacer trabajar esas neuronas.
Se incorporó del sofá lentamente, desperezándose, aunque sintiéndose realmente cansada.
Era una trabajadora nata y no había visto tanto instinto para la música como en aquella criatura mortal. Casi el tanto como el mío, y ella tan sólo había pisado la faz del suelo durante dos décadas.
No le importaba en absoluto estar horas y horas sentada frente al piano, puliendo su técnica bajo mi supervisión, pero aquel día estaba realmente cansada por su falta de inspiración.
Tenía claro todos los covers con los que iba a actuar, incluso la canción original, que había compuesto cuando tenía diecisiete años y tenía que separarse de su primer novio porque la dejaba para ir a la universidad, ya estaba pulida. Y era realmente buena.
Pero aún nos faltaba la canción para New York—aún no había subido su primer cover en Youtube, pero dábamos por hecho que estaría subida a un escenario aquel día señalado y en esa ciudad; no teníamos ninguna duda—, y no se le ocurría nada lo suficientemente impactante para sorprender aquel exigente público. Si iba a ganar la edición, tenía que tener un buen as en la manga.
— ¡Puf!—Resopló y se sopló las sienes —. Estoy jodidamente espesa. Sólo sé que quiero contar una historia de amor. Una de esas con la que el público se sienta identificado. Algo cotidiano, pero a la vez asombroso. Y no me refiero ni a las que se describen en los libros ni a las estúpidas películas para hacer llorar… ¡Buah!—emitió una arcada —. Me fastidia muchísimo lo exageradamente trágico. Y encima lo llaman realista. A veces pienso que la gente tiene cualquier excusa para no ser feliz. ¿De verdad no ven la magia en los ojos de dos personas que han estado cincuenta años juntos y aún descubren cosas maravillosas el uno del otro? ¡Puf! ¡Menuda sociedad de mierda estamos creando!
Me reí entre dientes ante su creciente entusiasmo.
—La falta de inspiración te hace delirar, ¿no crees? Aunque siempre me han fascinado y, en el fondo, admirado que aún haya personas que crean en los cuentos de hadas.
Me fulminó con la mirada.
— ¿Me has visto espolvorear polvos de hada para volar?—me repuso sarcástica —. Me importa un bledo que te burles de mí. Algún día admitirás que tengo razón.
Arrugó la nariz y cayó en una cosa. Intenté no borrar una sonrisa de la cara por mucho que aquello me trajese cierta nostalgia.
—Empiezo a pensar que estamos en el mundo al revés. He tenido tres novios y ninguno de ellos me ha hecho sentir nada especial, aparte de la segregación hormonal correspondiente que te hace cometer un gran número de gilipolleces y que no te mueras de vergüenza en el intento, y soy yo la que siento verdadera ilusión por ello. Sin embargo, tú estás prometido y deberías caminar sin que tus pies rocen el suelo y estar cantando tu felicidad a los cuatro vientos, y estás ahí sentado tranquilamente, intentando quitarme de la cabeza que existe la magia. Incluso me atrevería a pensar que realmente no te hace feliz.
Puse los ojos en blanco.
—Sí me hace feliz estar prometido. Lo que pasa es que estoy lejos de ella y la echo de menos. Como comprenderás, no voy a echar a volar por muy enamorado que esté.
Si me hubiese preguntado cuál era el motivo de nuestra separación, no hubiese sabido qué responderle. No estaba preparado para afrontar la realidad y exponerla delante de una humana que había conocido hacía poco. Afortunadamente, Caris tenía otra pregunta en su cabeza.
— ¿Cómo sabes que lo que se siente es amor? Me gustaría oírlo de alguien que lo está viviendo. Puede que, si me lo describes, se me ocurra algo.
Me coloqué en el banco del piano, eché la cabeza hacia atrás y empecé a reflexionar. A pesar de mis habilidades vampíricas y de los extensos conocimientos léxicos que poseía, aquello era algo indescriptible. ¿Cómo no podía encontrar las palabras ante algo tan fuerte que te hacía brillar como las más potentes luces y a la vez caer en el más hondo de los abismos?
La pasión, violencia y la atracción por su sangre cantando para mí con más intensidad que la voz de la propia Caris, convertidas en una fuerza irreversible que te conducía al vacío y a la vez a las más altas cumbres.
No podía explicarle realmente como había empezado todo con Bella porque aquello implicaría a la parte más oscura de mi ser, y Caris no estaba preparada para indagar sobre ella, aunque hubiese estado demasiado cerca.
Eché la cabeza hacia atrás y después de suspirar profundamente, comencé con voz tenue:
—Antes de conocer el amor, te encuentras en el Paraíso. Quiero decir, que estás en un mundo adánico. Eres completamente inocente, hasta que en el medio del jardín te encuentras con el árbol del conocimiento del bien y del mal. Coges de su fruto y lo muerdes. Entonces descubres que has sido bendecido y maldito a la vez. Descubres que tu mundo está lleno de luz. El sol brilla con toda su fuerza calentando tu piel. Las noches dejan de ser oscuras porque puedes ver lo que un velo en los ojos te ocultaba: la luna y las estrellas. Y todo es maravilloso.
Pero una vez que lo tienes, no quieres perderlo porque sabes que no volverás a tu paraíso anterior. No se puede volver a la inocencia cuando has visto semejante plenitud. Lo único que te espera es una larga y yerma oscuridad. Y haces cualquier cosa para no caer en ella. Aflora lo mejor y lo peor de ti.
Intenté borrar de mi mente la figura de Jacob ignorando lo peor que aquel recuerdo sacaba de mí.
—La mejor manera de explicártelo es como lo ha dicho Rochester. Sólo sabes que amas de verdad cuando los celos arañan tu corazón.
Caris parpadeó confusa. No parecía muy contenta con aquella explicación.
—Entonces, ¿nada de explosiones cósmicas?
Me reí.
— ¿Qué te ha dado con las explosiones? Creo que es una idea muy destructiva.
—Mi profesor de ciencias de último curso no opinaba así—replicó —. Antes de la graduación, nos llevó al planetario y estuvimos viendo la creación de las estrellas. Nunca había caído en la cuenta que para crear una, tiene que haber habido antes una explosión. Vida y muerte van de la mano. Y lo más maravilloso de todo es cómo comenzó todo. La oscuridad más absoluta y de repente, la explosión que lo generó todo. Todo lo que fue y todo lo que será se originó ahí. Para mí, la vida y el amor forman parte del mismo milagro. ¿Por qué no una explosión?
La observé con ojos tiernos. Era demasiado pura y me sentiría muy mal si alguna vez llegase a perder aquella cualidad que le hacía tan especial. Y descubrí que no tenía argumentos para rebatirla. Quizás toda mi tristeza por no estar con Bella y todos los celos que sentía hacia Jacob eran la causa que mi mente estuviese velada y no recibiese la luz con la suficiente nitidez.
—Bueno—adquirí un tono condescendiente—, creo que tu visión del amor se puede ajustar más a la canción que quieres escribir. Es sólo que estás demasiado cansada, llevamos muchas horas ensayando. Algo surgirá antes del día, te lo prometo.
Aún permanecía sentado en el piano, estudiando todas las ideas que se le habían cruzado por la cabeza a Caris para componer la canción, cuando se acercó sigilosamente a la ventana con intención de descorrer las cortinas y ver qué efecto tenía el sol sobre mí.
El día seguía nublado y, estaba a punto de ponerse a llover de nuevo, pero los rayos de un débil sol se atrevieron a traspasar la barrera de nubes, dándonos una tregua.
Nunca le había explicado cuál era el efecto del sol sobre mí. Como condición para quedarme, habíamos impuesto la regla de no hablar sobre nuestras distintas naturalezas. Era una medida de seguridad; en el peor de los casos, podría decir que no sabía gran cosa, aunque la regla principal se hubiese quebrado a causa de Riley.
Y ella lo estaba haciendo muy bien, reprimiendo las preguntas que se le cruzaban por la mente. Creyó que estaba distraído, tocando el piano y decidió satisfacer su curiosidad en este punto. Escondí una sonrisa traviesa en mi rostro fingiendo que no me daba cuenta.
Abrió las cortinas de par en par, y cuando un rayo de sol se posó sobre mi piel, empecé a fingir que me daban espasmos y empecé a poner los ojos en blanco como si me estuviesen dando convulsiones.
— ¡Oh, no! ¡Sol!—me estaba ahogando —. ¡Me quemo! ¡Cómo quema!...
Me tiré al suelo y, simulando un ataque, empecé a patalear sin dejar de gritar, cada vez más ronco y agónico, que me estaba quemando.
Caris se había quedado petrificada, palideciendo y su frecuencia cardiaca aumentando progresivamente.
— ¡Oh, mierda!—se sofocó poniendo la mano en su boca —. ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No lo sabía!...
Volvió a correr las cortinas para tapar la ventana y saltó rápidamente, buscando su bolso, y después de vaciarlo, encontró el móvil y se dispuso a llamar a alguien.
Fue ahí cuando ya no pude reprimirme y empecé a partirme de risa. Caris volvió a mirarme con cara de tonta y con el móvil pegado a la oreja a punto de marcar el nueve uno uno.
— ¿Urgencias? ¿De verdad? ¿Qué es lo que ibas a decirle a un médico humano cuando transportases un montón de cenizas sobre una camilla?
Me burlé a su costa hasta que la risa me impidió continuar.
Tardó unos buenos segundos en comprender que le había estado tomando el pelo, y cuando reaccionó su primer impulso fue querer golpearme con todas sus fuerzas. Luego se contuvo porque no quería romperse la mano y no poder participar en el concurso, pero me tiró el móvil a la cabeza. Tuve los reflejos de cogerlo al vuelo para que no se rompiese.
— ¡Ca…! ¡Eres un…!—me gritó —. ¿Sabes el susto que me has dado?
Más tranquilo, aunque sin dejar de reírme, me incorporé sentado en el suelo y esperé a que se tranquilizase.
—Si de verdad quisieras destruirme, necesitarías algo más que esto. ¡Deja de ver estúpidas películas de vampiros!
Poco a poco, su respiración se volvió más acompasada y su corazón volvió a latir con normalidad, aunque aún seguía enfadada conmigo.
—Si tuvieras algún punto débil, no me lo dirías, ¿verdad?
Me limité a sonreír angelicalmente como si no hubiese hecho nada malo en mi existencia. Aquello acabó por ablandarla del todo y deponer todo tipo de conducta hostil.
—Si de verdad querías saberlo, sólo bastaba con preguntar—le concedí. Me había hecho reír como no lo había hecho desde que salí de Forks y creí que, al menos, se merecía tener un poco más de poder sobre mí.
Frunció el ceño, recelosa.
— ¿De verdad me lo contarías?
Asentí.
Me extrañó que lo estuviese considerando y venciese a su curiosidad natural. Casi podría decir que todo aquello se debía a la repulsa que sentía por Riley y lo que había hecho. Finalmente, declinó mi ofrecimiento.
—Bueno, ahora sé que el sol no te hace nada—concluyó —. Lo único que te pido, es que si tienes una lista de cosas a las que tengas intolerancia, comunícamelo antes de hacer el ridículo. No sé… ¿agua bendita? ¿cruces de dos ríos? ¡Hum! Espejos no. Tienes reflejo porque te miras mucho antes de salir de casa… ¡Eres increíblemente presumido!—Volví a reírme—…Bueno, ¿algún tipo de grupo sanguíneo que te disguste especialmente?
Negué con la cabeza y nos incorporamos para seguir trabajando.
Aunque el rayo de sol me estaba dando una idea de por dónde redirigir la canción.
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De pentagrama a pentagrama, saltando de partitura a partitura, así era como iban pasando los días, hasta que tuvo que presentar el primer cover.
El paso del tiempo empezaba a hacer estragos en mí. Como criatura oscura, anhelaba la luz, y Caris se había convertido en mi fuente de luz, por eso me sentía cada vez más reticente a apartarla de mi lado. Incluso, aunque ella no lo supiese, le había concedido el beneficio de la confianza y decidí bloquear sus pensamientos y escuchar todo lo que decía, dejándome sorprender.
No me equivoqué.
Era muy interesante y pronto aprendí a hablar y escucharla sin que mi habilidad se interpusiese entre nosotros.
Los días se pasaban rápidos, pero, aunque Caris protestase porque me tuviese que ir cuando las sombras se adueñaban del cielo, por muy pocas horas que necesitase para dormir o por mucha cafeína que se metiese en su cuerpo, necesitaba esas horas de descanso, y yo necesitaba una tregua entre lo que debía y lo que sentía. Cada vez la línea roja estaba más difuminada.
La noche significaba oscuridad. Mi oscuridad no tenía estrellas en el cielo.
Sólo había remordimientos.
Esme y Carlisle me llamaban todas las noches interesándose por mí, y cada vez las mentiras me salían más fluidas. Aquello me dolía mucho.
Sólo había miedo.
Alice no me llamaba. Se limitaba a mandarme el mismo mensaje todas las noches.
"Nada ha cambiado. El futuro sigue inalterable."
¿Cómo me lo tenía que tomar? ¿Cómo un rayo de esperanza? ¿Cómo una amenaza para que no se me ocurriese salirme del supuesto camino trazado en su cabeza? Ella tenía en sus manos el fin de mi aventura. Si algo se torcía, sólo tendría que ir al despacho de Carlisle y chivarse.
Por ahora, según ella, todo estaba bajo control. Lo que no me decía era si se había reconciliado con Bella o no.
Sólo había celos, amor frustrado y poco espacio para la felicidad.
Isabella.
No coincidíamos cuando llamábamos. Sólo teníamos los mensajes que nos enviábamos, y lo que constituía un consuelo los primeros días de destierro, se iba convirtiendo en pequeños trozos de hielo que sustituían a mi inexistente alma.
Había descubierto que se podía sangrar sin sangre.
Cada noche que pasaba sin ella y me la imaginaba junto a Jacob, cada uno de esos trozos de hielo cortaba un poco más de mí. Dolía muchísimo y no existía anestesia para amortiguarlo.
Una de esas heladas noches, me envió un video.
Pero no estaba sola.
Una chica se encontraba a su lado. Debía ser la famosa Nessie.
—Probando uno, dos, tres…—oía decir a Bella desde el otro lado de la pantalla de mi móvil —. Edward, esto me da mucha vergüenza.
No estaba mintiendo. Pero, por muy adorable que fuesen sus mejillas sonrojándose, no era nada comparado con aquel exquisito tacto.
Por mucho que hubiese avanzado la tecnología, aún no se había conseguido, y mis dedos me picaban por su ausencia.
—Sólo quería decirte que todo va bien por aquí. No tengo mucho que contarte, sólo que… ¡Dios!—Se tapó la cara — . ¿De verdad es esto necesario?
Eso mismo me preguntaba yo.
Oí el susurro de una risa y Bella giró la cabeza hacia la chica que lo había causado. Sonrió levemente y le hizo una señal para que acudiese a la cámara y me saludase.
— ¡Vamos, no seas tímida, Nessie!
La tal Nessie se puso bastante reticente y no hizo el más mínimo esfuerzo por sonreír.
—Hola, Edmund—me saludó de malos modos.
—Edward, se llama Edward—le corrigió Bella —. Y, no seas tan grosera. Sólo quiero que te conozca. Estás viniendo mucho a casa y quiero que vea que no me estoy dedicando a hacer el vago. Quiero coger la dinámica para irnos a Darmouth el semestre que viene.
Me enterneció que aún lo estuviese considerando. Además, no le estaba contando toda la verdad a su nueva amiga, así que no había demasiada conexión entre ellas dos.
De hecho, Nessie fruncía el ceño y parecía estar deseando en otro lugar. No podía sacar demasiada información de un video de móvil pero intuía algo que no era demasiado limpio en aquella chica.
— ¿Ese tal Edward—escupió mi nombre—es hermano de tu amiga la enana de cara pálida y pelo negro?
Aquella referencia a Alice no me gustaba en absoluto. No se trataba de meterse con ella. Eran sus gestos y su tono de voz tan despreciativos. Era como si, de alguna manera, supiese qué éramos en realidad y nos hubiese tomado aversión.
Luego me acordé que estaba viviendo en La Push en compañía de los Clearwater. Ellos, por el tratado, no podían revelar el secreto, pero el clima de animadversión hacia nosotros estaba presente y ella lo había captado.
Bella suspiró.
— ¡Venga, Nessie! ¡Sólo quiero que conozcas a mi prometido! No puede ser tan malo.
La volvió a enfocar y pude fijarme bien en sus rasgos.
Lo que más me llamó la atención fue lo similar que era a Bella. Las personas que no las conociesen podrían confundirlas con hermanas.
Parecían tener la misma altura y constitución, el mismo tono de piel blanco y el mismo color de ojos. Aunque los de la extraña tenían un brillo que no me hacía confiar demasiado en ella.
Lo único que era diferente, era su color de cabello cobrizo, un par de tonos más oscuros que él mío, cayendo hasta la cintura en forma de tirabuzones.
Aun así, me parecía demasiado hostil para que pudiese sentir cierta atracción hacia ella.
Lo que más me preocupó fue las miradas que lanzaba a Bella mientras hablaba conmigo.
Deseé estar en Forks, a su lado. Intuí que ella no era una buena amiga para Bella.
Sus ojos indicaban que no correspondía a la amistad que le había dado. De hecho, parecía que la quería quitar del medio. Que la estorbaba.
Oí la voz de Charlie llamando desde abajo a las chicas para que bajasen.
—Jacob está aquí.
Se me descompuso el estómago sólo de imaginarme su cara en el video.
—Por favor, Bella—supliqué fijando los ojos en su rostro—, no me hagas esto. No quiero verle.
La reacción de cada una de las chicas fue diferente. Y me pareció extraña.
Nessie se sonrojó y por primera vez, sonrió de verdad. Puse los ojos en blanco. Otra que había caído en las redes de aquel perro. ¿Acaso no veía que no tenía futuro con él? Parecía que estaba bien con Bella y aún no se había imprimado. ¡No! La pobre Nessie no tenía posibilidades con Jacob.
Se oyó el ruido de una puerta y comprendí que Nessie había dejado sola a Bella.
Lo más impactante, —aunque lo relacioné con mis esperanzas—fue ver el movimiento apático de Bella ante el anuncio de la presencia de su mejor amigo—por decirlo de manera suave—en el salón.
Parecía que había algo en sus ojos que indicaba que quería quedarse bajo el foco del móvil para siempre. Que no quería ver a Jacob. Que quería estar conmigo.
Suspiró resignada y me dijo muy rápido adiós.
Pero después, frunció el ceño, y añadió recelosa:
—Edward, ¿no me estarás mintiendo? Últimamente no coincidimos y tú no llamas demasiado para tratarse de ti. ¿Qué pasa en Vancouver? ¡Hum! Tengo la sensación que Alice me está ocultando algo…—Cambió de cara y exclamó horrorizada —: ¡Oh! ¡Ya sé lo que pasa! Se trata de ella, ¿verdad?
La boca se me pegó al paladar y no era capaz de articular una sola palabra. Alice se lo había contado. No podía haber otra explicación.
La acusación no duró mucho; Bella suspiró pesadamente y se encogió de hombros:
—Bueno, puedo vivir con unos pocos de celos. A lo mejor me los merezco en parte. Pero dile a la rubia que no se pase ni un solo pelo. ¡Y tú no se lo permitas! Ahora soy una débil humana, pero cuando me transforme, me tiraré a su cuello… ¡Hablo en serio, Edward! Me parece bien que Tanya te haga compañía, pero sin pasarse. Tienes un anillo que indica que no eres libre.
Y cortó.
No comprendía por qué me sentía tan aliviado. O por qué Alice no le había mencionado nada. O mejor pensado, por qué tenía que sentir remordimientos por algo que no sentía que fuese malo en absoluto.
Aquel video constituyó un breve y cálido aliento en una noche invernal. Y se convirtió en mi único consuelo porque después de éste, no hubo nada más. Tan sólo unos breves mensajes.
"Quiero dejar de amargarme", le escribí en una ocasión. "He dejado aparcada la lectura de Cumbres Borrascosas y estoy leyendo Jane Eyre. El señor Rochester se merece todas mis simpatías. Tuvo las agallas para luchar por lo que amaba, estuviese bien o mal".
Me hubiera gustado recibir una respuesta mejor que la que se reflejaba en mi móvil.
"¡Vaya, estamos sincronizados, Edward! Yo también estoy leyéndola. Bueno, ya te llamaré. Me voy a la playa con los chicos. Te quiero".
Deseaba que llegase la luz de la mañana para disipar las sombras. Pero por mucha luz que Caris irradiase, había un pedazo de mi corazón que no acababa de descongelarse.
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El día que tuvo que presentar el primer cover, Caris se durmió y fue todo un show cómico ver cómo salía de la casa sin peinarse, equivocándose de bolso—tuve que entrar para cambiárselo dos veces—, un vaso de café en la mano derecha, las llaves del coche en la izquierda y la tostada en su boca.
Hablaba deprisa e incomprensible debido a que no estaba masticando del todo, pero había llegado a comprender que quería que fuese yo quien condujese. Como me encantaba su coche, no tenía ningún problema.
Mientras bajábamos al garaje, se atragantó con un trozo de pan, tuvo que beber café, y cuando al final se calmó, me apremió.
—Pago las multas de tráfico y me hago responsable de los jubilados, embarazadas y niños que atropelles. Pero, ¡por amor de Dios! Conduce tan deprisa como si me estuviera poniendo de parto. ¡Qué mierda! Esto es muchísimo peor.
No pude evitar reírme y antes de lo que pensábamos ya estábamos dentro, conduciendo y en medio de la carretera rumbo al conservatorio.
Caris no parecía alterarse yendo de copiloto en un coche que iba a casi doscientos kilómetros por hora. Ni siquiera se percataba que me había saltado un par de semáforos por el camino. No iba a protestar por poner en peligro su integridad física ni a los demás conductores y peatones.
Tenía su mirada fija en la partitura de la canción que había elegido.
Muy apropiada para su filosofía del amor. Luz.
Cuando estuvimos preparando el programa de canciones a presentar, me sorprendió que no cogiese su favorita Uninvited, entonces me explicó que no necesitaba cantarla. Para ella aquella canción era su filosofía de vida y Alanis su profeta. Estaba más nerviosa de lo que quería demostrarme y no quería estropear aquella canción si no le salían las cosas bien.
Mientras tatareaba Halo (2) movía los dedos imaginándose que lo estaba tocando a piano. Era un ejercicio que le había recomendado hacer.
En realidad, yo también estaba nervioso. Aquella sería la prueba de fuego que me indicaría cómo estaba progresando y cómo lo estaba haciendo como profesor. Me estaba ilusionando más de lo debido con aquel proyecto. Casi podría considerarse que se trataba de algo personal. Un reto que iba a cumplir en la persona de aquella muchacha de apenas veinte años.
Llegamos al conservatorio en menos de cuarto de hora, un logro considerando que estábamos en plena hora punta. Caris corrió y se metió en un servicio para cambiarse.
Salió a los cinco minutos completamente transformada, con su pelo rizado suelto cayendo en cascada hasta la mitad de la espalda y su vestido blanco vaporoso.
Uno de los integrantes del conservatorio y, además ya uno de los cincuenta participantes del concurso, el violinista, Jason Bright, no podía despegar su vista de ella.
Había algo más que admiración como cantante y como chica guapa. Desde el mismo momento que supo que Caris participaba, nunca faltaba a sus representaciones.
Se trataba de uno de los cinco participantes que la muy eminente señorita Kratz había escogido para representar al conservatorio, y, siendo sinceros, tenía buen potencial para llegar lejos.
Para las humanas, era un chico muy atractivo—me recordaba vagamente a Mike Newton—y además del violín, tocaba varios instrumentos como la guitarra clásica, eléctrica, y el bajo. Admití a regañadientes, que había un punto en aquella voz desgarrada de rockero.
Era muy bueno. Pero, incluso, él sabía y admitía que Caris estaba a más altura.
Tal vez fuese por los remordimientos de saber que estaba ocupando una plaza que alguien mejor se merecía, o porque realmente estaba hechizado por el halo de luz de Caris y su voz estilo contralto (3), tenía serias intenciones de que ocurriese algo con ella. Sólo había algo que no le permitía dar el salto.
Mi presencia alrededor de la chica anhelada, le cohibía.
Me reía entre dientes cada vez que se imaginaba despistándome para poder tener una conversación seria con Caris e invitarla a cenar.
De buena gana le hubiera dicho que tenía todo el campo de acción para él y que yo no era un inconveniente para sus planes. El problema real era la misma Caris. Ella no veía más en él que a un buen músico y un rival a su medida, pero no era su tipo de chico. Sondeando su mente respecto a Jason, no quería nada más serio con él que tomar unas copas cuando todo hubiese acabado. Allí no había habido explosiones cósmicas, por lo que no se encontrarían sus caminos.
El informático—un chico de veintitantos que se encargaba de subir los videos a Youtube—le indicó a Caris que ya podía entrar en la sala.
—No mires a la cámara, preciosa, y todo saldrá bien.
La chica que había entrado antes que ella—una afroamericana procedente de algún lugar de Illinois y que había hecho una especie de amistad con Caris—, le estrechó la mano para desearle suerte. Se llamaba Sharon si no lo recordaba mal, y era otra de las posibles.
Había cantado una canción de Bonnie Tyler en protesta de todos los "prejuicios" que le decían que tenía que cantar canciones de cantantes negros.
La gente que asistía de público en la sala continua, que podían ver las actuaciones aunque los cantantes estuviesen aislados en el cuarto de cristal, se preguntaba cómo iba Caris a superar la anterior actuación.
Sonreí petulante. Aquello no era un problema que no pudiera resolverse.
De hecho, fue empezar a cantar y creer que un rayo de sol lo había iluminado todo. Había hecho un grandioso trabajo adecuando su voz a un tema cantado por una cantante con una voz más aguda que la suya, y aun así, no perder la esencia ni el ritmo. Nunca había oído tanto silencio en una sala. Incluso los pensamientos estaban acorde.
Yo estaba muy satisfecho con ella. Había mejorado muchísimo en las pocas semanas que llevábamos juntos, y aún podía hacerlo mejor a medida que se acercaba la fecha del evento.
Uno de los pensamientos fue el que realmente llamó mi atención.
Se trataba de aquella mujer. La ojeadora de Los Angeles. Estaba tan absorta con Caris que no había dejado de ir a ningún ensayo de ésta aunque sólo estuviese tocando el violonchello.
Sólo había una cosa que le había impedido dirigirse a Caris y ofrecerle un contrato en una discográfica.
Quería verla bajo presión para ver si podía soportar el peso de la fama.
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Una nueva hoja del calendario estaba a punto de caer, y octubre iba a terminar con la insufrible fiesta de Halloween y dar paso a noviembre.
Aquel era el mes.
¿Y yo estaba pensando realmente en aquello? ¿En la que se nos venía encima a Caris y—en menor medida—a mí?
No, sencillamente echaba de menos a Bella, aunque cada vez me sintiese más extraño en su vida.
Pero por el día, procuraba que eso no lo enturbiase todo.
Aún no sabíamos si había pasado el primer cover, pero había un hecho irrefutable. Caris se había convertido en alguien muy famoso. Parecía que todo el mundo en Seattle la conocía.
Al principio fue un shock para ella que la gente la parase por la calle, muchos de los bares la solicitasen para una actuación, encontrarse su correo electrónico sobresaturado de mensajes y que todas las miradas estuviesen fijas en ella. Después, cuando le expliqué que aquello era el precio por lo que quería ser en la vida, empezó a tomárselo con más tranquilidad, tratando de asimilarlo.
No quería dejar de hacer las cosas cotidianas que la caracterizaban, y pronto volvió a su rutina normal, asimilando que nada volvería a ser lo mismo.
La situación se había vuelto inestable para mí. Cuanto más famosa fuese, más tratarían de saber sobre ella y al final, algo acabaría arrojándome a la luz pública, perdiendo parte de mi anonimato.
¿Por qué no correr en dirección opuesta?
La parte más altruista tendría la excusa de anclarse en la promesa que le hice de estar con ella hasta el final, fuese lo que fuese a lo que nos conllevase.
Pero, la verdad es que me había convertido en un agujero negro emocional. Absorbía toda luz recibida en forma del más mínimo gesto de efusión hacia mí. Y ella me daba mucha luz.
¿Cómo combatir las tinieblas sin ello?
Ya fuese asistiendo a sus ensayos, o dejándome arrastrar para quedar con sus compañeros y hablar de cualquier cosa mientras se tomaban unas cervezas, por no hablar de nuestras sesiones de lectura privada.
Y, aun así, ¿me estaba descongelando?
No, pero un destello siempre era mejor que nada.
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— ¿Truco o trato?—soltaron unos críos disfrazados de una nueva serie de monstruos cuando yo abrí la puerta.
Me contuve pegarles cuatro gritos y que saliesen espantados.
Aquella conducta la hubiera tenido en Forks.
Recordaba el primer año que nos mudamos allí y aquel día unos críos—que no tendrían ni los doce años—se perdieron por los alrededores de nuestro bosque y encontraron nuestra casa.
Como no, iban disfrazados de vampiros, y no tuvieron otra ocurrencia de llamar a la puerta para pedir dulces. Además, empezábamos a adquirir fama de raros, y la experiencia de llamar a la puerta de la casa de los Cullen sería inolvidable.
Me pareció tan ridículo que les abrí la puerta de mala gana y les grité:
— ¿Acaso tenemos un cartel en la puerta donde indique que vendemos caramelos? ¡Pues no! ¡Que luego se os pican los dientes y no queréis ir al dentista! ¡Largo de aquí! ¡Y al primero que se le ocurra tirar un huevo, que sepa que le buscaré, le encontraré y le arrancaré la cabeza de un mordisco!
Por si no les había quedado claro, les dediqué un gruñido gutural que les acabó por asustar tanto que acabaron por salir corriendo y no mirar atrás.
En el único momento en el que me arrepentí fue cuando Emmett, con un montón de bolsas de gominolas en las manos, bajó las escaleras corriendo y animó a los niños a volver.
— ¡Ey, chicos, no le hagáis caso! ¡Es un actor contratado de monstruo malo para emular el espíritu de Halloween! ¡Ey! ¡Tenemos caramelos! ¡De los buenos!
Y así fue como Carlisle me prohibió abrir la puerta todos los treinta y uno de octubres.
Tampoco hizo falta aquella prohibición.
Nadie volvió a atreverse a pedir caramelos a nuestra casa.
Ya habían pasado unos años desde entonces, y mi aversión hacia el día de Halloween no había disminuido un solo ápice. Pero Caris —, que esperaba que algunos de los hijos de sus vecinos llamasen a su puerta—, había dejado los caramelos en el recibidor y no tuve problemas para dárselos, aunque con la velada amenaza de que correría la sangre si tiraban un solo huevo. Eran unos niños obedientes y así lo hicieron. Además, ganaron puntos extras por no ir ninguno vestido de vampiro.
Si Caris había notado que aquel día estaba de mal humor, lo disimuló bien.
Era algo más que el día, todo derivaba de lo mismo y estaba muy cansado de estar celoso, triste y ansioso por el futuro. Me daba igual que Alice me mandase mensajes animándome. El Todo sigue igual ya no me bastaba.
Sí, era demasiado evidente que me encontraba en mi punto más bajo y Caris se esforzaba por levantar mi ánimo, invitándome a montar en la nueva moto que se había comprado con los treinta mil dólares que había ganado en las carreras de coches.
No me ayudaba demasiado. Como creía que no me iba a concentrar, no me dejó conducirla.
Se montó en ella, se puso el casco y me lanzó el mío indicándome cual era mi sitio.
—Mi vehículo, mis normas—me parafraseó cuando lancé una mirada de pocos amigos al asiento trasero.
La idea de montar con una humana con la cuarta parte de mis reflejos y sobre una superficie mojada sobre un vehículo inestable era jugármela a la ruleta rusa, pero el tiempo que había estado con Caris había aprendido a dejarme llevar.
Su filosofía de dejar que las circunstancias tomasen el control de vez en cuando, me permitía relajarme. En parte, me hacía falta.
Así que, a regañadientes, acabé montándome atrás y poniéndome el casco.
Estaba todo bien, por lo que me extrañó que Caris me estuviese mirando como si me tratase de una especie en peligro de extinción.
— ¿Qué?
— ¿Dónde vas a agarrarte?
Fruncí en ceño, confundido, buscando un sitio específico para agarrarme.
Una risa entre dientes y una sombra insinuante en sus pensamientos me hicieron darme cuenta de lo que pretendía.
— ¡Ah! ¿Tengo que agarrarme a tu cintura?—elevé la voz unas octavas. Casi podía percibir esa especie de calor que subía a las mejillas cuando la sangre se acumulaba por esa zona. Si hubiese sido humano, estaría muy ruborizado, sin duda.
Mi confusión le parecía muy divertida a Caris.
— ¡Oh, vamos!—exclamó —. No creo que te suponga un gran dilema. Por lo menos, yo no voy a quejarme por ello.
Tardé más de lo debido en calcular y tantear antes de amoldar mis manos en su cintura y comprobar lo realmente curvilínea que era. Con lentitud, apoyé mi mejilla sobre su espalda, notando lo mucho que había anhelado el calor corporal de otra persona.
No era mi olor favorito el que emanaba de su cuerpo, pero era fresco y servía para tranquilizarme. Casi para soñar despierto.
Me enfrasqué tanto en aquellas sensaciones que apenas me di cuenta que ya había arrancado la moto, y estábamos corriendo con firmeza sobre un suelo húmedo.
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Cuando terminó de ensayar, se fue a cambiar y decidí esperarla en el exterior mientras recorría los jardines.
Había dejado de llover y el aire húmedo ayudaba a refrescar mis pensamientos.
Hoy tendrían que decirle algo del cover. Si la aventura terminaba aquí o seguíamos.
Había algo que me decía que no sería tan fácil decir adiós y que aún quedaba camino que recorrer.
El caso fue que no me dio tiempo a pensar demasiado en lo que me esperaría.
Una voz conocida irrumpió en mis pensamientos rompiendo la cadena. No tardé en reconocer aquel fantasma del pasado por su olor.
"¿Ese no es Edward Cullen?"
Esperé unos segundos a que la persona que me había llamado, lo hiciese en voz alta.
Vaciló y al final se atrevió a llamarme.
—Edward.
Le dediqué una sonrisa a la chica que me había saludado.
—Hola, Angela. Ha pasado mucho tiempo, ¿qué tal te va la vida de universitaria?
—Bien…—tartamudeó sorprendida aún de haberse encontrado conmigo. —En realidad es genial… ¡Oh, vaya! No me imaginé que te encontraría aquí. Bella me dijo que os habían admitido en Dartmouth.
—Lo estoy considerando para el próximo semestre. Sencillamente, no quería perder el primero. Hay un programa de piano muy bueno.
—Me hubiera gustado que Bella me hubiese avisado que estabas aquí. Me prometió que me escribiría y no lo ha hecho. La vida de universitaria está genial, pero siempre es bueno encontrarse con la gente con la que se estaba familiarizada. Da la sensación que el cambio es menos brusco.
Sabía perfectamente que Bella no estaba aquí, conmigo. Ambos sabíamos dónde estaba y con quien. Pero fue lo suficientemente educada para no hacer una sola pregunta sobre ella. Y se lo agradecí profundamente.
En su lugar, volvió la vista hacia un grupo de chicos e hizo señas a uno de ellos. También lo conocía. Al parecer, en lo esencial, Angela no había cambiado.
Al igual que Ben Cheney, que acudía solícito, a abrazar a la que aún era su novia. Su relación no se había deteriorado lo más mínimo. Una pequeña punzada de envidia sana recorrió mi cuerpo cuando le dio un suave beso en sus labios.
Angela río tontamente y le indicó a Ben que me encontraba allí delante.
— ¡Oh, vaya, Edward, tío! ¡Es jodidamente alucinante que estés ahí!
Y las sorpresas no acabaron.
— ¡Edward! ¡Edward! ¡Lo he conseguido!—Oí chillar a Caris desde la puerta.
Echó a correr tan contenta que se olvidó de nuestra regla no escrita del contacto físico, y echó los brazos a mi cuello cuando llegó a mi altura. Me sentía tan contento y echaba tanto de menos su aroma que no la rechacé.
— ¡Oh, joder!—Exclamaba fuera de sí —. Dentro de dos días tengo que grabar el segundo. ¡Genial! ¡He quedado la primera!
Me reí entre dientes de su emoción.
—Te dije que lo conseguirías—la susurré.
Aparté sus brazos de mi cuello, aunque no la alejé demasiado de mí, incluso me permití pasar mi brazo por su cintura. Pretendí ser educado y presentársela a Ben y Angela.
No necesité indagar en los pensamientos de aquellos dos. Sus caras decían lo alucinados que estaban de encontrarme a lado de aquella chica tan distinta a lo que había sido habitual en mí. Teniendo en cuenta que ellos habían sido testigos de la gran historia de amor del instituto, aquella imagen había sido rompedora.
Angela se preguntaba, incluso, si los rumores que había oído procedentes de Forks sobre la ruptura con Bella eran ciertos. Esperaba una confirmación por mi parte para poderse pronunciar.
Quise cortar aquel efluvio de imágenes dolorosas y sobre todo cuando no había pasado...aún.
—Caris, quiero presentarte a Angela Weber y a Ben Cheney. Íbamos al instituto juntos. Angela, Ben, quiero presentaros a Caris Dashwood. Ella es una…—intenté encontrar una palabra que describiera mi anómala situación con ella—…una buena amiga. Somos compañeros en la misma clase de literatura inglesa.
Caris puso los ojos en blanco ante la mención de su nombre, pero tendió amigablemente la mano a la pareja. Angela intentó salir de su asombro y corresponder a su gesto.
—Por favor, llamadme Cars. Odio ese nombre. Pero este tonto—reprimió darme un golpe en las costillas mientras me reía—, creo que lo hace por fastidiar. Pero es un buen chico y se lo perdono todo.
—Encantada, Cars—correspondió Angela — ¿Cómo os conocisteis?
Se lo pensó para no introducir detalles demasiado escabrosos.
—Un lluvioso día de septiembre llegaba tarde a la soporífera clase de nuestro amado señor Wool, y, por no molestar, quise sentarme en la última fila. Pero él la había cogido para echarse una siesta y no molestar a nadie con sus ronquidos. Así que me echó de allí. Creí que era el tipo más gilipollas que había pisado la faz de la tierra. Pero después, acudió a mi anuncio de un profesor de piano, y aquí el chaval tiene unas manos de oro, me está ayudando con mis lecciones de piano.
La última bomba sobre la imagen que Angela tenía sobre mí estaba cayendo. Ella nunca imaginó que yo tenía tanta pericia con el piano.
Entonces Ben acabó cayendo en una cosa.
— ¡Oh, ya sé quién eres!—reconoció a Caris. Se volvió hacia su novia y le comentó: —Ang, ¿te acuerdas del video de una rubia preciosa tocando el piano la canción de esa cantante negra?—Se volvió de nuevo a Caris con el rostro iluminado: — ¡Jesús! ¡Vas a participar! ¡Eres mi favorita!
Me miró con cara de pocos amigos.
"Cullen es un cabrón con suerte".
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— ¡No puedo creer que me hagas esto, Caris!—protesté mientras ella me iba dando prendas de color negro.
Pretendía que fuésemos a juego. Pantalones de cuero, botas militares, camiseta sin mangas y abrigo de cuero. ¿De qué íbamos a ir? Ni siquiera ella lo tenía claro. En realidad, no sabía qué negocio se estaba montando en la cabeza.
Después del breve escarceo de Ben respecto a Caris, Angela se lo perdonó y empezó a congeniar con ella como lo había hecho antes con Jessica, Lauren y Bella. Hasta el punto de invitarnos a la fiesta de disfraces de las hermandades de sus facultades.
Mi primera reacción fue negarme automáticamente, pero Caris estaba tan contenta por haber pasado a la siguiente ronda, tenía ganas de pasárselo bien. Y no tenía ninguna intención de dejarme en casa tranquilo.
¿Había mencionado que odiaba Halloween?
— ¡Oh, Edward!—casi me suplicó —. Intenta divertirte un poco. Te hace falta.
Señalé la ropa completamente indignado.
— ¡No pienso ir disfrazado de parodia de vampiro! ¡De verdad que lo odio!
Puso los ojos en blanco mientras cogía su corsé.
— ¡Tonto! Se supone que la gracia es disfrazarte. No puedes presentarte con disfraz de lo que ya eres.
—No quiero estar rodeados de frikies sangrientos y porno-vampiros. Esa idea que tenéis los humanos de nosotros es muy...ligada al sexo.
Por no decir que era una representación enfermiza de sus fantasías sexuales no resueltas.
Intuyendo mi estado de ánimo, dejó una prenda en el vestidor, se enfrentó a mí y puso las manos sobre mis hombros para confortarme.
—Confía en mí, vas a divertirte y mucho. Te lo prometo.
Correspondí a su sonrisa y asentí con la promesa de intentarlo. La idea de la fiesta era horrible, pero estaba seguro que sobreviviría a esa noche.
Antes de volver al vestidor, me dijo:
—Además, no creo que nos topemos con muchos vampiros. ¡Bah! Estáis pasados de moda. Ahora se llevan los zombies y los fantasmas.
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(1) Jane Eyre—Charlotte Brontë.
(2) Halo—Beyonce.
(3) Voz femenina más grave que existe. Son muy raras y bastante cotizadas.
Y otro miercoles que nos encontramos de nuevo. Puede parecer otro capítulo de relleno, pero todos son un puzzle para la historia. Ya os digo, que el próximo capítulo es uno de mis favoritos, es de esas veces que disfrute escribiendo (siempre lo hago, pero éste y uno muy especial, que ya leereis en su momento, son los favoritos de esta historia)...puede que sea porque empieza lo verdaderamente bueno...xDDDD ...Sólo os pido que hasta el final, fe. De nuevo, gracias, por vuestros rrs, favoritos y follows. De nuevo, si me quereis encontrar en FB: Maggie Sendra , o si quereis también me podeis comentar por correo electrónico: bloody_maggie (arroba) hotmail . es
Y mi pregunta, ¿Qué tal os parece Caris? ¿Os va gustando? A pesar de ser la "rival" de Bella, a mí si me gusta, pero qué voy a decir yo, si es mi creación.
Hasta el viernes! :)
Nos vemos el viernes.
