Disclaimer: Santa Meyer les crea y ellos se juntan, yo sólo les lío para crear esta historia. Los personajes que no reconozcais son míos.


Run covered by Leona Lewis.


Aparté de mi hombro la cabeza de Caris, y ésta se desplomó en el sofá sin despertar del profundo sueño en el que había caído.

Estaba completamente agotada. El día parecía no acabar nunca y en cuanto cayó la noche, fue una completa tregua para ella. No duró ni los títulos iniciales de la película.

Podría haberle llevado a la cama en brazos, pero el sofá se había convertido en su lugar de descanso.

Sonreí tiernamente cuando vislumbré que sus sueños estaban repletos de pentagramas. Si en alguna escasa ocasión decía algo en sueños, sería alguna letra de la canción.

Nunca sería mi nombre.

En las imágenes oníricas que me mandaba su cerebro no había rastro de mí.

Cogí el ordenador y los auriculares para no molestarle en su sueño y me dirigí a la isla de la cocina.

A un día del gran evento. Eso significaba que aún quedaba una semana para tener lista la canción para presentar en New York.

Caris se había bajado una aplicación musical donde se hacían pentagramas y se podía ver qué notas eran las más propicias para determinado instrumento, entonación y tipo de voz. Lo mejor de todo era que podía ver los avances y trabajar en aquella canción sin despertarla.

Era una de las ventajas de no dormir, tener las veinticuatro horas del día para poder trabajar.

Aunque la principal, para mí era estar libre de pesadillas. O de recuerdos que nunca debieron pertenecerme.

Desde que Caris insistió en que me instalase casi totalmente a su apartamento para poder preparar mejor el certamen—en realidad ella temía que después de la ruptura, yo intentase hacer alguna tontería y quería tenerme completamente vigilado—, las visiones no habían vuelto. Quizás funcionase tener la mente tan ocupada que no diese lugar a ningún síntoma de locura.

Agradecía la tregua que mis delirios me concedían. Nos necesitábamos lo más cuerdos posibles. Sin embargo, yo me preguntaba cuánto tiempo era posible fingir hasta que la cuerda se rompiese y yo cayese al fin.

Escuchaba las grabaciones que había realizado junto con Caris a lo largo del tiempo. Poco a poco, aquello estaba tomando forma.

Una de las veces que Esme se encontraba conmigo escuchándome componer una melodía—mi memoria me hizo un flaco favor y me recordó que se trataba de la nana de Bella—, y ella hacía de espectadora cero, me dijo, completamente emocionada, que parecía que tenía vida.

Así es, Esme—recordé que le había contestado—, la música es como las personas. Las canciones están vivas y tienen cuerpo y alma. El cuerpo consta de la letra y los instrumentos que la acompañan. Las notas son su esqueleto y sus músculos. Y se alimenta de las emociones. Sin embargo, el alma es la historia que se quiere contar. Todos llevamos una historia que queremos que los demás sepan. El quiz de la cuestión es saber transmitirla para que todos sepan lo que está contando.

Mientras pasaba entre nota y nota en el programa y tatareaba la canción la pregunta que me hacía era cual era la historia que quería contar.

¿Dónde estaba su alma?

Pronto los sonidos empezaron a generar imágenes sueltas. No se podría decir que se tratase de una historia completa. Tan sólo chispas.

Recuerdos.

"La presión de su cuerpo sobre el mío. Mis manos recorriendo su rostro y mis labios amoldados a los suyos, llenándome del sabor de su esencia en mi boca, mientras su sangre me indica que sus labios se escurren y se escapan de los míos.

De mis labios se van a mis mejillas, se deslizan por mi mentón hacia abajo, recorriendo la longitud de mi cuello y finalmente se depositan en el hueco que deja mi clavícula.

Me hace cosquillas y no puedo dejar de reírme.

La garganta está al rojo vivo debido a la quemazón, pero es un pequeño precio a pagar si quiero disfrutar de aquel momento.

De repente, Bella se para, sus labios se alejan de mi cuello y se aparta de mí lo que sus brazos le permiten, ya que están abrazando mi cuello.

A regañadientes, nos incorporamos y la coloco con cuidado sobre mi regazo. Intento que la pierna que tiene escayolada permanezca estable sobre los cojines.

Intento saber qué ha pasado, pero ella baja la mirada y empieza a reírse tenuemente.

Posa un dedo en mis labios y recorre lentamente todo un trayecto de besos hasta llegar a la clavícula. Dolor y placer se confunden en mí.

Menudo estropicio—murmura—.Espero que Alice no se lo tome a mal. Ha estado horas maquillándome para acabar así.

Poso la mano sobre su mentón y elevo su rostro para tener una amplia visión. Pronto sé a lo que se refiere y la risa convulsiona mi cuerpo.

Desde que hemos regresado del baile de fin de curso y hemos subido a mi cuarto, nuestras manos y labios no se han despegado del uno del otro. El maquillaje ha sucumbido ante un fuego que jamás se apaga y se ha corrido y desdibujado de sus labios. Aquella imagen junto a la de su ceño fruncido es realmente graciosa.

Pues no soy la única que ha tenido problemas con el pintalabios—refunfuña. Desliza sus dedos en mis labios y salen completamente manchados de un rosa intenso. Entonces es ella la que se ríe. —La prueba del delito. Y está por todas partes.

Pongo los ojos en blanco.

En el fondo, no me importa quedar marcado por la evidencia de nuestros apasionados encuentros, pero, a regañadientes, tengo que hacerme a la idea de eliminarlo si no quiero ser el blanco de las burlas de Emmett y Jasper durante los próximos meses.

Bella coge un pañuelo de papel de su bolso y empieza a quitarme los restos del pintalabios.

Pensándolo bien, creo que Alice no se enfadará mucho—me comenta mientras me limpia los labios y el cuello—. Es más, creo que lo ha llegado a ver.

Suspiro.

Es una lástima que la palabra permanente sea tan efímera, y sobre todo en esos productos—me lamento.

Bella se vuelve a reír.

¡No me digas que saldrías así a la calle! ¿Quieres darle el tema del mes a los cotillas de este pueblo?

Me encojo de hombros.

No, sólo que me gustaría tener una evidencia física de nuestro amor.

Bella alza las cejas y se pone en el dedo en el labio como si estuviese meditando.

Bueno, puede que se me ocurra algo. Aunque durará lo que Esme tarde en lavarla.

Acerca sus labios a mi cuello y los deposita en el cuello de la camisa.

Y como propina, me deja un beso al lado de mi yugular.

Mi firma—susurra entre mi piel, lo que me produce un agradable cosquilleo—. Ahora estás marcado."

Corrí hacia el armario que Caris me había dejado para mis cosas, haciendo caso omiso al ruido que hizo la silla al caerse al suelo, y rebusqué entre toda mi ropa en busca de aquella camisa.

Nunca llegó al cesto de la ropa sucia.

Quizás, de alguna manera, preveía que aquellos chispazos de felicidad no durarían para siempre, y quise tener una evidencia que alguna vez fui feliz.

Pero todo estaba en mi contra. No lo encontraba.

Fatalmente, me tuve que rendir ante la evidencia y, como si las piernas me pesasen demasiado para soportar el peso de mi cuerpo, acabé deslizándome hasta quedar sentado en el suelo.

Recordé, varios segundos más tarde, que la camisa no se había movido de mi armario de Forks desde la noche que arrastré a Bella al baile de fin de curso. Incluso, la primera vez que me fui de su lado, fui incapaz de deshacerme de ella, y ahora no podía pensar con la suficiente claridad para procesar una renovación completa.

Me pasé los dedos por el pelo para quitármelo de los ojos. Aunque lo había convertido en un tic casi histérico.

Tenía que renovar mi lista de las diez peores noches. Enumerando cada una de ellas, me di cuenta que está no estaría en la cumbre. A pesar de todo el sufrimiento, sólo había pasado una noche peor y ésta había sido cuando la creí muerta.

Por muy doloroso que ahora me resultase todo aquello, pensaba que tenía que haber una salida. Aunque me encontrase en el minuto cero de la explosión nuclear.

Aún me quedaban varios años de apocalipsis radiactiva.

La palma de la mano se encontró con una cajita de terciopelo. No necesité abrirla para saber que contenía.

El vínculo que le unía con mi madre había sido especialmente fuerte y, sumada a la culpabilidad de no recordarla como era debido, me hicieron arrepentirme en el último instante de deshacerme del anillo tirándolo al mar.

Pero me hice la promesa que no habría ninguna mujer de Edward Cullen que volviese a llevar el anillo entre sus dedos. Cuando volviese con mi familia, lo guardaría en un lugar seguro del que nunca saldría.

Tardé en darme cuenta que no había estado solo. La persona que se encontraba sentada enfrente de mí, había sido lo suficientemente silenciosa para sólo detectarla por el ruido de su corazón y su olor. Sus pensamientos ni siquiera emitían un susurro.

Finalmente, susurró, rompiendo el silencio:

—Recuerda, sólo se trata de la fase uno después de un desastre nuclear. El dolor es tan intenso porque la piel se te desgarra de los músculos, la sangre te hierve y los huesos están desintegrándose. Todos hemos pasado por ello.

Arrugué los labios haciendo un gesto de repugnancia.

— ¿Enserio ayuda ser tan gore? Estás describiendo una película de zombies.

—Aunque no te lo creas, ver una película de zombies puede ayudar—se defendió—. Eso te recuerda que por muy jodido que estés, siempre hay alguien que lo estará mucho más que tú. También tengo alguna de congéneres tuyos, pero no querrás ver algo donde seáis los malos. Creo recordar que tengo Drácula descargada…

—No—rechacé el ofrecimiento—. Zombies estarán bien. No creo que me ayude ver a un vampiro en su apogeo emo.

Me pareció oír una risa burlona.

— ¡Ey!—protesté.

Caris abrió los ojos, sorprendida.

—No he dicho nada—se defendió levemente molesta. Sólo lo había pensado.

Nos incorporamos y antes de volver al comedor, le reproché que no se fuese a la cama.

—Hablando de zombies. Mañana es el gran día, y saldrás al escenario como uno de ellos si no vuelves a la cama.

Me estaba arrepintiendo que mi conducta lunática afectase a su rendimiento. Necesitaba que diese más allá del cien por cien.

Puso los ojos en blanco asegurándome que no tenía por qué preocuparme.

—Tengo la suficiente adrenalina dentro de mi cuerpo para mantenerme a tope.

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Me puso la corbata mientras seguía hablando por teléfono.

Se trataba de Nana para desearle suerte. Había intentado sacar un billete a Seattle para ver a su nieta actuando, pero se habían agotado. Además, su padre y su madrastra se encontraban fuera de New York y tenía que quedarse a cargo de Emma.

—No te preocupes, Nana—le consoló Caris mientras cogía la ropa que tenía preparada para su actuación—.Aquí tengo muchos amigos que me apoyan. Casi somos una familia.

Me guiñó el ojo y continuó revolviendo el armario.

Sonriendo, me senté en la cama siendo testigo de cómo la ropa volaba de un lado para otro mientras buscaba, desesperadamente, dónde había metido las últimas compras.

Despreocupado, miré el reloj. Aún faltaban un par de horas para que empezase la actuación, pero tenía que estar antes si quería solicitar servicio de maquillaje y peluquería.

Desde ayer, nadie se podía acercar a varios pies del conservatorio. Estaba tomado por músicos, críticos, expertos, compositores, agentes discográficos en busca de una nueva estrella que relanzase su discográfica y fans histéricos.

Como habían sido cincuenta clasificados, habían tenido que dividir la primera parte del certamen en dos días. A Caris le tocó el segundo. No le hacía especial gracia porque hubiera preferido que todo hubiese pasado ya.

—Tienes la ventaja que recordarán mejor tu actuación si lo haces el segundo día—le tranquilicé.

Y por supuesto, otra gran ventaja era que no se vería influenciada por la actuación de Jason Bright. El que partía como favorito para ganar según las encuestas—seguramente habían rastreado todo el censo de menores de dieciocho para realizarlas—, había actuado el primer día.

Como nos habíamos esperado, su actuación de Bon Jovi y su Bed of roses había estado a la altura. Desde luego, no había defraudado a su público más entregado y la señorita Krazt no podía henchir más el pecho de orgullo ante su protegido.

Caris, dentro de la rivalidad, no se había mostrado para nada amenazada.

Conseguir superar a Jason se había convertido en un aliciente para ella.

Lo único que le preocupaba en ese momento, era encontrar sus compras. Se estaba volviendo realmente loca.

Quise hacerle sufrir cinco minutos más porque era realmente graciosa ver cómo se despeinaba y resoplaba frustrada.

Gracias a mi memoria fotografía recordé que lo había dejado todo debajo de la cama.

Atraje su atención y bajé mis ojos hacia la cama. Sin dejar el teléfono comprendió y se metió debajo de la cama hasta sacar bolsas y bolsas—nunca llegaría a entender como los humanos podían ser tan desorganizados—, hasta que finalmente encontró lo que buscaba.

—Nana, mañana te contaré. Te quiero y dale un beso enorme a Emma.

Colgó como si sólo se tratase de una prueba para la universidad y lo tuviese muy preparado todo.

Me señaló con un dedo acusador.

—Apuesto que has jugado al duende burlón, escondiéndome mis cosas para ver cómo me volvía loca.

Dejé caerme en la cama mientras me reía.

—No me culpes de ser una completa desorganizada. Y si no fuese por mí, aún estarías buscándolo.

—Muchas gracias, Bruce Wayne —se puso las manos en el corazón.

Dejó airear su vestido negro vaporoso con una tira imitando las alas de un cuervo y su abrigo de plumas negras a conjunto.

Sonreí nostálgico. Si Alice lo viese, se enamoraría del abrigo y nos estaría torturando a cada uno de nosotros, en especial a Jasper, para que lo consiguiésemos. Hasta podría apostar que se haría la mejor amiga de Caris para intentar camelarla y que se lo diese por las buenas.

Alice. Había sido un completo desagradecido con ella. Al fin y al cabo, no había tenido la culpa de lo sucedido. No me extrañaría, que después de mi actitud, no me volviese a hablar en los próximos doscientos años.

Caris observó mi rostro con sumo interés. Dejé de mirar el vestido y me encogí de hombros.

—Aún sigo opinando que sacaste ese traje de alguna convención de Juego de tronos.

—Exactamente—dijo impertérrita—. De la misma de donde saqué a un vampiro replicón.

—Creo que es el vestido idóneo para la canción que vas a tocar. Lana estará muy agradecida por el estilismo que vas a llevar. Muy propio de ella.

La sonrisa de sus labios se desvaneció y permaneció pensativa. Había cambiado la canción que habíamos pensado al principio. No lo entendía. Las veces que habíamos ensayado Dark Paradise lo había bordado. Parecía la canción indicada para ella, y ahora, se retractaba. Eso debió pensarlo en el tiempo que yo había estado fuera.

¿Qué le había pasado?

Después, recordé aquel trance que había tenido y me vino a la memoria que la canción que había estado cantando la Caris de la visión era aquella. Así que por un lado estaba aliviado de no tener que revivir aquella pesadilla de nuevo. Pero ella no podía saber que me había ocurrido.

Elevé la ceja, interrogándole por qué aquel cambio.

Agachó la cabeza y la movió enérgicamente.

Se sentía avergonzada de decírmelo.

—No es por el miedo escénico, ¿cierto?

—Más bien creo que te podría molestar, incluso enfadar conmigo. Y lo último que necesitas ahora es estar más alterado. —Decidió quitarle importancia.

—Te prometo que no me enfadaré. —Total, si no me lo contaba, lo sacaría de sus pensamientos. Sólo se trataba de un asunto de respeto hacia ella.

Reticente, se sentó en la cama, y después de meditarlo, empezó a susurrar:

—La noche siguiente a que te fueras, tuve una pesadilla con esa canción. No es que sea supersticiosa y no me voy a volver ahora, pero parecía un aviso.

Sus palabras atrajeron toda mi atención. Parecía algo relevante lo que me estaba contando. Como si en su pesadilla hubiese algo de vital importancia que necesitaba comprender.

Cuando me miró, pesarosa, comprendí a que se refería. Era como si un escalofrío recorriese mi cuerpo. Podría tener algo que ver con lo que me había pasado cuando estaba cazando.

Le cogí de las manos y le alenté a que me lo contase:

—Me hago una idea. Hasta cierto punto es normal.

— ¡Hum! Me encontraba en un escenario muy oscuro. Estaba cantando esa canción y resulta que mi público se constituía únicamente de vampiros. Pero no eran como tú o…—Cuando hacía esa pausa sabía que se refería a Riley. No estaba seguro que ella llegase a superar nunca lo ocurrido con él, a pesar de poder seguir con su vida—.Tenían colmillos afilados y ojos rojos inyectados en sangre. Y antes de acabar la canción, uno de ellos me dice: "¡Preciosa, puede ser tu día de suerte! Si nos gusta tu actuación, puede que salgas de ésta". Se volvió hacia el aquelarre y sonriendo, les dijo: "Lástima que la anterior valía más por su sangre que por su talento". Imagínate el grito que pegué cuando me desperté justo cuando vi el cadáver de una chica de mi edad completamente desangrado…

Intenté simular mi contrariedad. Lo que había soñado Caris no tenía nada que ver conmigo. Solamente, se trataba un cúmulo de miles de situaciones estresantes que se habían amontonado y, al final, acabaron estallando.

Tenía que hacerme a la idea que lo ocurrido se trataba de algo en mí que no estaba bien.

Sin embargo, aún me quedaban fuerzas para consolarla.

—Es sólo un sueño, Caris. Aunque tal vez te estuviese indicando que no escogieses esa canción porque no estabas suficientemente preparada para ella. Por fortuna, tenemos un fondo de contingencia para esos casos. ¿Cuál has escogido?

Sonrió abiertamente y esperaba sorprenderme haciéndome un homenaje. Como me sentía halagado y era un gesto completamente encantador, no me quedó otra que simular que me sorprendería en el escenario. Me había dicho que era un secreto y así lo respetaría.

Y, además, tenía algo para mí.

Por respeto hacia ella, tal y como hacía con mis hermanos y mis padres el día de Navidad, bloqueé mi don y decidí dejarme sorprender.

Me entregó un paquete.

En un primer momento, mi impulso fue la falsa modestia.

"No tenías que haberme regalado nada." O el clásico: "No me gusta que me regalen nada."

Me molestaba porque era mentira. Me encantaban los regalos y siempre era una novedad que alguien fuera de mi familia tuviese tal consideración para comprarme algo.

Y aun cuando hubiese adivinado sus pensamientos, me hubiera quedado completamente de piedra.

Me había regalado un iPhone. El último modelo.

La miré con el pecho lleno de agradecimiento. No sólo por aquella maravilla tecnológica entre mis manos. Aquella cosa parecía tan…yo.

Ella se limitó a reírse entre dientes.

—No puedes permitirte el lujo de estar incomunicado. Además, en cuanto lo vi, me recordó mucho a ti. Mira la carcasa.

Lo di la vuelta para ver el dibujo de unas notas musicales plateadas sobre un sobrio fondo negro.

Me cogió de las manos y me hizo una promesa:

—Quiero, que independientemente de lo que ocurra entre nosotros, pienses un poco en mí. Nos hemos cruzado, y aunque sea una bifurcación, has estado en mi vida lo suficiente para que me importe.

—Gracias.

Aquello se debía a algo más que su regalo.

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Estaba demasiado nerviosa para conducir, así que lo hice yo, aun cuando se tratase de su coche.

A medida que nos íbamos acercando al conservatorio, Caris se iba abstrayendo de la mundana realidad para viajar a su mundo de sueños. Estaba a hora y media de llegar a la primera estación, y nada ni nadie podrían sacarle de su ensoñación.

Intentar aparcar por las cercanías del Conservatorio se convertiría en una odisea, así que me decidí por hacerlo dos manzanas del lugar.

Sólo volvió a la realidad cuando paré el coche. Aun así, su voz parecía algo irreal.

—Hoy ha dicho el tiempo que podría llegar a nevar. —Parecía un comentario intranscendente.

Saliendo del coche no lo podía notar. No era que el aire frío me afectase especialmente.

Estábamos a mediados de noviembre. No sería algo inusual, aunque me parecía una fecha relativamente temprana.

El caso era que el sol no había salido una sola vez desde que había llegado a esta ciudad.

Saqué del maletero las bolsas que necesitaba para arreglarse, y ella me agarró del brazo para que caminásemos.

Cada paso que daba hacia aquel edificio, era uno más que daba a su destino.

Pero antes de entrar por la puerta, rodeada de miles de personas que no tenían entrada, pero querían ser testigos de la próxima edición del certamen, Caris se detuvo y me dijo deprisa y algo excitada:

—Tal vez esto esté fuera de lugar, y cuando estoy nerviosa, en lugar de decir tonterías, planifico cosas que no tienen pies ni cabeza, pero me gustaría que algo de lo que saliese de cinco minutos de locura momentánea se cumpliese. Digamos que después que toda esa parafernalia termine, tú no tendrás nada que hacer. No tienes una urgencia especial por volver a ningún lugar, ¿cierto?—negué—.Me gustaría que pasase lo que pasase, digo en el certamen, podríamos pasar un tiempo juntos en New York. Así podría presentarte a Nana. Me gustaría que viese que eres un buen chico…

—Que vas a estar bien incluso cuando tú ya no estés con ella—la interrumpí. Aquello era una locura, y más aún cuando a mí me parecía completamente realizable. A fin de cuentas, yo ya estaba libre y no estaba engañando a nadie. Bueno, a toda mi familia, pero en cuanto terminase el certamen, todo tendría que salir a la luz—. Es algo que no requiere una respuesta inmediata, ¿verdad?

Caris iba a decirme algo, pero el guarda de la puerta nos interrumpió, cuando comprobó el nombre y la hizo pasar por la entrada de los artistas.

Me quedé solo en medio del gentío y tenía que entrar como público que había pagado su entrada.

La soledad no me acompañó demasiado. Enseguida, Angela me vio y me hizo señas para que acudiese a su lado. Al igual que Ben, y el resto de las personas con entrada, estaba muy elegante con su vestido de fiesta corto de color fucsia y su pelo liso recogido en un moño. Por consideración a la altura de su novio había renunciado a los tacones y había optado por unas bailarinas del mismo color que el vestido.

Me dedicó una sonrisa radiante.

—No podíamos dejar de venir—me dijo.

—Ni el resto—indicó Ben a la gran multitud que estaba detrás de nosotros en la cola.

Por el rabillo del ojo, reconocí varias caras.

Algunas de nuestras compañeras, con quien nunca tuve la oportunidad de congeniar. Una de ellas había estado en el hospital cuando Caris tuvo aquel encontronazo, si no recordaba mal, era la que me relacionaba con el protagonista de cierto libro erótico.

También estaba una chica que nos había parado en la calle cuando íbamos a tomar un café (en realidad Caris), y la había reconocido de los covers de Internet. Me había pedido que la sacase una foto con ella, y luego nos sacó una a los dos, como recuerdo del guapo novio de su futura cantante favorita. No recordaba por qué ninguno de los dos la corregimos. Quizás aún estaba aceptando la ruptura con Bella.

Y lo que más me extrañó fue ver al señor Wool allí. Aunque luego llegué a la conclusión que su popularidad subiría como la espuma si contaba que una futura estrella había asistido a sus clases. Mucho mejor que sus discursos sobre Heathcliff y Cathy.

Cuando nos dejaron pasar y el acomodador nos indicó nuestros asientos, me encontré a mi lado con alguien conocido. Nunca habíamos cruzado una sola palabra, pero su ausencia en ese día hubiese sido notoria.

Se trataba de la cazatalentos de L.A, que, tan obsesionada estaba con Caris. No se había perdido una sola actuación. Y por primera vez, yo era el invisible. No reparó en mí en un solo instante. Sólo me trataba de uno más entre el público.

Se ajustó las gafas para fijarse con más atención en el escenario. Miró el programa que nos habían entregado en la entrada y comprobó en que puesto actuaría Caris. Chasqueó contrariada cuando vio que le tocaría esperar más de la cuenta.

Otros pensamientos me distrajeron de lo que estaba pensando aquella mujer.

"¡Ey, puto genio!"

Chris, el chico de la banda de la fiesta de Halloween estaba varias filas más atrás de lo que nos encontrábamos. Me estaba saludando efusivamente, aunque me extrañó que se sintiese defraudado de verme entre el público y no en el escenario. Quizás fuese el único que realmente no estaba allí por la actuación de Caris. Había acudido allí con la esperanza de verme de nuevo e intentar convencerme que estaba destinado a tener una constelación brillando con mi nombre en ella.

No pude evitar reírme entre dientes ante sus pucheros y su desesperación por querer hacerme una oferta seria para ocupar el puesto de solista.

"¡Que desperdicio!", manifestaba en su cabeza cuando me limité a encogerme de hombros. Había comprendido, a regañadientes, mi negativa.

Angela, que también lo había visto, se río y me dijo:

—Creo que lo has impresionado. Y si quieres un consejo, deberías considerar su oferta. La verdad que eres increíble. Piensa en todo el futuro que tendrías si dijeras que sí.

¡Hum! Muy tentador, la verdad.

Pesaroso, me volví a mi sitio y le susurré:

—Aunque me muera de ganas, no creo que sea lo más apropiado, Angela. A Carlisle no le haría feliz verme subido encima de un escenario.

Por razones evidentes.

Angela estuvo a punto de mencionar si era por Carlisle o por Bella. Aun cuando su nombre no salió a relucir en la conversación, me produjo una fuerte punzada en el pecho. No me sentía capaz de explicarle a Angela que Bella ya no podría impedirme hacer nada.

Oportunamente, las luces se apagaron y sobre el escenario aparecieron la típica presentadora, que a los humanos le parecía apabullante—su escote bastante artificial era un aliciente a ganar aquel título—, junto a su pareja que le iba como anillo al dedo, y después de darnos la bienvenida al segundo día del certamen, volvernos a presentar al jurado y recordarnos el sistema de votaciones, dieron paso a la primera estrella invitada de la noche. El día anterior le había tocado al que quedó tercero en el certamen del año pasado; ahora era turno de actuar al segundo.

Se trataba de un veinteañero que había sido violinista en la orquesta sinfónica de Memphis y en aquel instante estaba grabando su segundo disco con una importante discográfica de Miami.

Caris había tenido razón en una cosa. Los chicos habían tenido más éxito que las chicas a la hora de alcanzar los puestos más altos. Por eso odiaba todo ese tipo de concursos realities shows. Pocas veces tenían que ver con el verdadero talento de un artista.

Este año sería diferente. Marcaría la diferencia.

El espectáculo ya había comenzado.

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Después de casi veinte actuaciones, podría enumerar con los dedos de una mano, cuántas me habían parecido realmente buenas. Y si no era muy exigente y me limitaba al nivel humano, podría enumerar a una. La chica negra que había hecho amistad con Caris durante la subida de los covers. Había actuado de las primeras y se había sentido realmente aliviada de estar lo suficientemente alejada de Caris. Como era natural, quería su momento, y sabía que salir justamente antes o después que ella, sería relegada al olvido, y sería completamente injusto porque también era talentosa y realmente había hecho méritos para estar allí y llegar lejos.

Del resto de actuaciones, lo más abundante había sido un aprobado raspado, aunque la que estaba actuando en aquel instante—justo antes de la aparición de Caris—, era el ejemplo del porqué no deberían dejar a las humanas menores de dieciocho coger un teléfono móvil cuando un concurso de estas características se emitía por televisión. ¿En qué demonios estaban pensando en hacer que semejante burla de cantante pasase el tope para poder participar en un certamen serio? Me preguntaba, mientras los dientes me chirriaban e intentaba contener mis manos para que no se fuesen a mis sensibles oídos y se protegiesen, cuánta gente más cualificada que aquel espécimen se había quedado sin poder participar.

Caris me había comentado que muchos participantes, que habían pasado los preliminares, no podían llegar a participar porque la voz, en el último instante, les había fallado. Se consideraba afortunada porque la suya tenía, entre otras cualidades, una elasticidad casi sobrenatural, aunque lo achacaba a las horas que había ensayado durante años. Aun así, estaba seguro que aun cuando se hubiesen caído unos cuantos participantes, había alternativas ante aquel genocidio musical.

Ni siquiera se podía salvar la canción escogida. Era la típica que hacía aflorar el lado emo más recóndito de tu ser y, acompañada de su voz monocorde que a veces estropeaba con unos agudos completamente innecesarios, similares a un gato maullando, por no hablar del maltrato a las cuerdas del violín, estaba pidiendo a gritos que los espectadores se cortasen las venas con el programa. La gran mayoría pensaba exactamente lo mismo que yo.

La ojeadora había roto su compostura y había decidido salir para tomarse un par de aspirinas.

Angela, con el rostro contraído, apoyaba la cabeza sobre el hombro de Ben, mientras que el pobre chico estaba pensando dar al programa el mismo uso que yo con sus venas. Con la ventaja que sus capacidades para realizarlo estaban menos limitadas que las mías.

La gente aplaudió cuando acabó de lo aliviada que se sentía. La chica correspondió a su gesto, haciendo una reverencia, y lo mejor que pudo hacer fue retirarse lo antes posible.

Ni siquiera fui capaz de responder a la más mínima cortesía y los pitidos me impidieron aplaudir. La experiencia me recordó a aquella vez que estuve en Volterra y Jane me torturó. Estaba seguro que aquella enana infernal hubiera disfrutado del espectáculo y se hubiese anotado esto para ampliar arsenal.

Caris había tenido suerte. Ni en su peor día podría empeorar lo visto.

En realidad, en su peor día, aún era superior a lo visto hasta ahora.

Y entonces llegó su turno.

—Para la vigésima actuación tenemos a Caris Dashwood, procedente de New York, aunque ella ha formado parte del conservatorio de esta ciudad. El tema que va a interpretar será Run de Leona Lewis tocada a piano.

Caris salió tan tranquila como si estuviese acostumbrada a esto. No había nada ensayado, todos sus movimientos y acciones eran naturales. Había nacido para aquel instante. En realidad, había nacido para estar en New York y lo sabía, y esa seguridad jugaba a su favor.

Incluso se permitió corregir a la presentadora.

—Ha acertado en la canción pero no en el intérprete. Es de Snow Patrol, aunque Leona Lewis hizo este cover en otro programa similar a éste. (1)

Ante la evidencia, el presentador corrigió el error de su compañera, mientras acompañaba a Caris al centro del escenario y la ayudaba a acomodarse en el piano.

Ningún pensamiento estaba concentrado en su sensación de ansiedad. Ésta no le invadía su cuerpo, solamente estaba ausente.

Nada a su alrededor existía.

Sólo una historia de amor imposible que acababa cuando aún había cenizas de un fuego que apenas había dado tiempo a extinguirse. Realmente agridulce.

En aquel momento, me pareció realmente hermosa.

Era algo más que el efecto de su vestido negro, como la habían maquillado y como habían colocado sus rizos en un complicado peinado. Extrañaba su sencilla trenza de raíz.

Desde la primera nota que tocó al piano hasta que empezó la primera estrofa, adaptando su voz perfectamente a la canción, rompiendo la barrera de los tonos, consiguió llevar al público hasta su mundo.

Pero ella ya no estaba.

Se había ido muy lejos. Inalcanzable.

Y brillante.

Como la estrella que había dentro de ella y estaba empezando a lucir los primeros destellos.

Y me había dejado en tierra y con un sentimiento de amargura naciendo en mi pecho. Era algo distinto a lo que había sentido cuando había interpretado la misma canción en la fiesta de Halloween.

Lo decía la misma letra.

Una canción que sólo se debía cantar una sola vez más.

Parecía el principio de un largo adiós.

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El resto de las actuaciones habían perdido mi interés y decidí colarme en la sala de los artistas para confortar en los momentos más decisivos.

Además, Angela había manifestado suma preocupación por cómo se encontraba y me instó a hacerlo.

— ¿Después de haber actuado como una diosa sobre el escenario?—resopló Ben—.Yo estaría en la novena nube.

La prohibición de pasar gente ajena a la sala se había difuminado. Prácticamente, aquello era un coladero, ya que un enjambre—sí, aquella era la palabra exacta que definía aquello—de hormonas rugientes rodeaban al que partía como favorito del concurso.

Había olvidado por completo la presencia de Jason en el certamen. Como Caris había hecho el día anterior con él, también se había presentado para ver cómo le iba. Y le había impresionado lo suficiente para que empezase a replantearse las opciones que tenía.

En aquel instante, no le envidiaba. Efectos colaterales de la fama, aunque a él eso le encantase. Estar rodeado de quinceañeras y sus madres que se justificaban con las excusas de sus hijas para comportarse de manera más infantil que éstas, haciéndose miles de fotos, aceptando más flores de las que dejarían en su mausoleo y cebándole a bombones. Incluso alguna teniendo el descaro de dejar su ropa interior en el bolsillo de su chaqueta.

Alcé una ceja sorprendido y asqueado ante aquella conducta tan...indescriptible.

¿Qué les daban a los humanos para ponerse en evidencia de aquella manera?

Caris se encontraba sentada en un sillón de cuero blanco mientras miraba la pantalla.

No era el caso de Jason, pero también sus fans le habían dejado diversos objetos como ositos de peluche y ramos de rosas blancas.

Se enredaba el pelo en el dedo. Ahora se daba cuenta de todo lo que estaba aconteciendo y que ella estaba en el centro. Ahora sí estaba realmente nerviosa.

Me acerqué a ella permaneciendo impasible a mi presencia, y le dije:

—Espero que no seas de esas que vas perdiendo tu ropa interior en los bolsillos de los chicos.

— ¡Hum!—me contestó sin mirarme— ¿No me digas que nunca te ha ocurrido eso? Y si te refieres a Jason, no. Mis bragas están muy bien donde están. La fase de adolescente acosadora sexual se me pasó en el momento en que los Backstreet Boys se separaron. Solamente dejé que Nick Carter (2) me firmase en el sujetador, que, a propósito, me lo compré para ese evento específicamente. Pero es que Nick es mucho Nick.

Echó su cabeza hacia atrás y se dignó a mirarme y sonreír:

— ¿Me has hecho confesar mis secretos más sucios por algo en especial?—se tapó la boca fingiendo sentirse muy escandalizada—. ¡No me digas que me vas a ofrecer tus calzoncillos firmados!

Puse los ojos en blanco.

—Sigue soñando—refunfuñé.

Me hizo un hueco invitándome a sentarme a su lado. Para tranquilizarla, le cogí de la mano y ella la apretó con fuerza.

—Estás diciendo tonterías—le dije— No me puedo creerme que estés nerviosa. Acabas de pasar lo peor y has estado tan tranquila. ¿A qué vienen esas escenas de pánico?

Sopló para retirarse un mechón del borde de sus ojos.

—El después es una auténtica mierda—susurró—. De verdad, ¿cómo se puede aguantar todo esto? No me extraña que las estrellas hagan todo tipo de excesos. Ahora mismo, mataría por una buena botella de champagne y cogerme una buena cogorza.

—Tengo entendido que los excesos los hacen antes, durante y después. Y no necesitan excusas. Sólo tienes que tranquilizarte y listo. Ahora sólo tienes que controlarte.

A regañadientes, asintió y no me soltó de la mano desde el momento que se anunció el final del día y el comienzo de las votaciones.

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Caris—le susurré intentando, en vano, que se tranquilizase—, que no estés en la lista, por ahora, es muy buena señal. De estar ahora ahí, significaría una baja puntuación.

— ¡Mierda!—contestó, casi al borde de la histeria—, pero por lo menos estaría segura que estaría clasificada. ¿Cómo se llama esa cosa…, ese juego, donde se van eliminando rivales hasta que sólo quede uno?

Battle Royale. Pero estás jugando al póker. La mano más alta, gana.

Llevaban media hora y sólo habían sacado a doce clasificados. Debía estar muy reñido.

Centenares de ojos estaban pendientes de una pantalla de cuarenta y dos pulgadas, de la que dependía el provenir de la mayoría de ellos.

El pasar la criba de los cincuenta primeros, les permitía aferrarse a su sueño por lo menos veinticuatro horas más.

Cada vez que un nuevo nombre aparecía en pantalla, un grito agudo de alegría, acompañado de una danza de la victoria, invadía la sala. Al igual que desvanecía las esperanzas de aquellas actuaciones que sabían que no habían estado a la altura.

Y aquello podía generar conductas muy descorteses.

Una de aquellas se produjo cuando la chica espécimen que había cantado antes que Caris se acercó a ésta, y mirándola con desdén, la increpó:

—Me pregunto cuántos cuervos has tenido que matar para hacerte esa cosa a la que llamas traje.

Y se alejó.

Caris se quedó confusa por qué no había entendido a que había venido ese ataque tan gratuito.

—Si tantas ganas tiene de avisar a PETA, creo que tendría que dar muchas explicaciones sobre la tortura a la que ha sometido al pobre gato que ha salido a cantar en su lugar.—Se olvidó de todas las preocupaciones y se echó a reír—. No se lo tengas en cuenta, creo que, desde tu actuación, se ha dado cuenta que ya no tiene nada que hacer, y se desquita de la única manera que puede.

Asintió.

De repente, me miró fijamente a los ojos y fui incapaz de girar la cabeza a otro lado para evitarlo.

Algo estaba surgiendo dentro de mí. Y aunque estaba, oficialmente, estaba libre para tomar otros caminos, la intuición que algo estaba prohibido no me abandonaba. Pero, aun así, fui incapaz de detener sus avances.

Parecía que me sentía vivo de nuevo.

—Me pregunto—murmuró mientras me cogía de las manos y estrechaba sus dedos entre los míos—por qué complicamos todo cuando debería ser tan sencillo.

Por primera vez no estaba pensando en el certamen.

Una agradable sensación de calor me invadió desde la punta de los dedos hasta el hombro, a medida que los dedos de Caris se iban deslizándose a través de mi mano.

—No me había dado cuenta de que tu piel era tan…

—Fría—concluí la frase.

—Iba a decir suave—me corrigió con ternura.

Estuve a punto de decir que sus dedos eran increíblemente cálidos. No podía hacerme a la idea que otra piel pudiera despertar la misma sensación que solamente otra persona había avivado de su largo letargo.

Frunció el ceño, extrañada por algo que había descubierto cuando rozaba mi muñeca. Me interrogó sin que una sola palabra saliese de sus labios.

Aquello era un recordatorio de lo que había dejado de ser y lo que me había convertido. Mi umbral entre los últimos segundos de humanidad y los primeros minutos como vampiro.

Al igual que ella, yo también había tenido mis propios fantasmas.

Mi respuesta fue igual de silenciosa que su pregunta.

Con lentitud, como si estuviese pidiendo permiso, acerqué mis dedos hacia su cuello y le acaricié desde el comienzo hasta la zona que tenía tapada por un collar para esconder su cicatriz. Ante mi roce, Caris entrecerró sus ojos y empezó a respirar cada vez más superficialmente.

Parecía como si estuviésemos solos.

Solos…hasta que un chillido demasiado cercano a nosotros nos interrumpió y Caris abrió los ojos y topándose con una Sharon eufórica, que la abrazaba por el cuello.

Había pasado a la siguiente ronda.

— ¿No es genial, tía? Soy la tercera… ¡La tercera!

Caris correspondió a su abrazo y la dejó sentarse en el posabrazos del sofá agarrando su mano. Ahora era ella quien deseaba suerte.

Sólo faltaban dos nombres y todo el mundo sabía cuál era uno de ellos. Incluso yo aventuraba quien eran los dos que faltaban. Sólo que hacía cábalas por el puesto de cada uno.

Y en un momento, los dos nombres salieron a la vez y con una despreciable diferencia el segundo del primero. Caris soltó todo el aire de un solo suspiro.

Sharon gritó completamente indignada:

— ¡No me jodas! ¡Por dos miserables puntos has quedado por detrás de Baby Jas! ¿Qué le pasa al mundo? ¡Has cantado mejor que ese cretino!

No la dejaron hablar mucho más. Los gritos de todas las fanáticas que rodeaban Jason invadieron todo el espacio sin dejar lugar a los demás sentimientos del resto de los participantes.

Sin embargo, Caris estaba feliz. Muy feliz.

Dio un beso en la sien a Sharon y la dijo:

— ¡Son dos insignificantes puntos! Es el calentamiento. Mañana más y mejor, así que se prepare y ya verá lo que le espera en la próxima.

Y se echó a reír de pura felicidad.

Y yo con ella.

Había sonado como una Cullen en plena competencia y me había contagiado parte de su felicidad. En aquel instante, todas las penas desaparecieron. No tenían razón para existir. Por lo menos, no aquella noche.

Caris sentía que se ahogaba de euforia en aquella pequeña sala y, cogiéndome de la mano, intentó tirar de mí y arrastrarme hasta la azotea. No hizo falta mucho esfuerzo.

Cogidos de las manos, salimos de aquella sala, ignorando cómo Jason la estaba llamando para intentar felicitarla.

Caris abrió la puerta que llevaba a las escaleras y las subimos casi corriendo y entre risas.

— ¡Vamos a contar estrellas!

Pero cuando llegamos a la azotea, el suelo estaba cubierto de nieve. Nieve que seguía cayendo a mayor intensidad.

— ¡Está nevando! ¡Está nevando!—palmoteó como una niña pequeña.

Se colocó en medio y empezó a dar vueltas al compás de los copos de nieve sin dejar de reírse, acompañada de mis risas.

El halo que provocaba el brillo de su cabello a la luz mortecina de las farolas incrementado por el efecto de los minúsculos cristales de hielo le procuraba un brillo completamente encantador.

Como una criatura sobrehumana.

La misma criatura de piel pálida y hermosos ojos dorados.

Eran inimaginables las posibilidades que podría tener su maravillosa voz una vez convertida en inmortal.

La belleza multiplicada por mil.

Y sería mía para toda la eternidad.

Sólo estaba a una respuesta para que todo aquello se cumpliese.

Solos el uno para el otro. Completamente exclusivos y sin terceras personas.

A un paso para que dejase de ser alguien no invitado en su vida y poder tener un largo camino que recorrer.

Era sencillo. Muy sencillo. Ahí estaba la clave.

Me tendió la mano para que me uniese a su baile.

Me enfrenté a ella y nuestras manos se estrecharon, y otra de ellas fue a posarse a su cintura. Para ella aquella sensación fue como la de un copo deslizándose por su piel. Se estremeció de placer.

Acerqué mi boca a su oído, y tatareando alguna tonta canción de amor, empezamos a movernos al compás de nada, pero tan rítmicamente como si hubiese una gran orquesta para nosotros.

En algún momento paramos y mis labios ya no estaban susurrando en su oído, sino a escasos centímetros de los suyos.

Vacilé.

Pero ella lo tenía más claro que yo.

Cerró sus ojos y sus labios me invitaron a corresponder aquel beso.

Y todas las prohibiciones se fueron al traste.

Su lengua rozó mis labios, pidiéndome entrar a la cavidad de mi boca. Y sus labios se estamparon sobre los míos, sin que yo hiciese el más mínimo esfuerzo por querer evitarlo. Y la correspondí con una pasión impropia de mí.

Por primera vez, no pensé que mis filosos dientes pudiesen lastimar sus delicados labios. Sólo estaba pendiente de la agradable calidez y que el sabor de su boca producía un placer inalcanzable.

Se trataba de pura física.

No sabía cuál sería el resultado de todo aquello, pero, por primera vez estaba seguro que ella no saldría herida de todo aquello.

Por un instante se separó de mis labios y oí su voz en mi oído:

— ¿Tienes miedo?

—Sí. No quiero hacerte daño. —En todos los sentidos, aquello era muy cierto.

—No temas—me tranquilizó—. Si tus intenciones son buenas, tus impulsos también lo serán.

Y precipitó con fiereza, de nuevo, sus suaves labios sobre los míos.

A falta de argumentos, me dejé guiar por mis instintos y entreabrí mi boca para sacar mi lengua, adentrarla en su cálida boca y enredarla con la suya, mientras me rendí y estreché su sinuoso cuerpo contra cada curva del mío, encajando tan adecuadamente como un puzle, y las corrientes eléctricas me azotaron al sentir como sus dedos se enredaban en mi cabello y el beso se profundizaba.

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(1) Leona Lewis interpretó el tema de Snow Patrol para la final del concurso de X factor en el 2006.

(2) Componente más joven del grupo Backstreet Boys.


¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! Yo disimulo tranquilamente, tiro la bomba, el bombazo, y me voy. *silbo*

Lo dicho, gracias por los rrs, favoritos, follows, y también los que comentan por FB. Si alguien me quiere encontrar soy: Maggie Sendra .

No tengo nada que añadir. *me meto las manos en los bolsillos, me voy silbando*