Disclaimer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Yo sólo les lio para que escribir mi historia. Los personajes que no reconozcais, son míos.


In My Veins by Andrew Belle.


(N/A: En este capítulo puede haber una escena que hiera profundamente la sensibilidad del lector. Si quieres seguir adelante, asume las consecuencias.)


Mientras subía las escaleras de aquella azotea de dos en dos, entrelazando mi mano con la de Caris, había tenido una manifestación de un futuro probable y el sabor de un beso que aún no se había producido pero que permanecía en mi boca.

Y tal como había sido en la revelación, estaba nevando y Caris, después de palmotear felizmente por aquello, se alejó de mí para empezar a dar vueltas danzando bajo la nieve. Tal como la había visto anteriormente.

El halo que provocaba el brillo de su cabello a la luz mortecina de las farolas incrementado por el efecto de los minúsculos cristales de hielo le procuraba un brillo completamente encantador.

Como una criatura sobrehumana.

La misma criatura de piel pálida y hermosos ojos dorados.

Eran inimaginables las posibilidades que podría tener su maravillosa voz una vez convertida en inmortal.

La belleza multiplicada por mil.

Y sería mía para toda la eternidad.

Sólo estaba a una respuesta para que todo aquello se cumpliese.

Solos el uno para el otro. Completamente exclusivos y sin terceras personas.

A un paso para que dejase de ser alguien no invitado en su vida y poder tener un largo camino que recorrer.

Era sencillo. Muy sencillo. Ahí estaba la clave.

Me tendió la mano para que me uniese a su baile.

Me enfrenté a ella y nuestras manos se estrecharon, y otra de ellas fue a posarse a su cintura. Para ella aquella sensación fue como la de un copo deslizándose por su piel. Se estremeció de placer.

Acerqué mi boca a su oído, y tatareando alguna tonta canción de amor, empezamos a movernos al compás de nada, pero tan rítmicamente como si hubiese una gran orquesta para nosotros.

En algún momento paramos y mis labios ya no estaban susurrando en su oído, sino a escasos centímetros de los suyos.

Vacilé.

Pero ella lo tenía más claro que yo.

Cerró sus ojos y sus labios me invitaron a corresponder aquel beso.

"Edward".

Una voz que sonaba desesperada y angustiada fue el detonante del cambio. No era la mía, pero había salido de mí. Estaba intrínseca en mi ser. La voz más querida. Por y para siempre.

Bella me estaba llamando.

"Edward".

Bastó una segunda vez para que aquel futuro proyectado con Caris se convirtiese en imperfecto.

No estaba siendo sincero con ella, porque nunca podría ser exclusivamente para ella y aquello no sería honesto. En el caso de seguir adelante con el beso y una falsa respuesta afirmativa, todo acabaría derrumbándose.

El resultado evidente, la conversión de Caris en lo que yo era para hacer de ella mi compañera, era lo que yo siempre había temido para Bella. Le haría perder su alma.

Y ahora comprendía que no se trataba de la transformación, porque el problema nunca fue aquello. Sólo lo habían sido mis miedos. Y en el caso de Caris sería el más completo de los egoísmos. Y aquello acabaría por destruirla del todo.

Podíamos jugar a fingir que nos amábamos durante unos cincuenta o sesenta años a lo sumo. Pero siempre habría eones de décadas que nos harían desistir y acabaríamos aborreciéndonos.

Yo, porque Caris nunca sería lo que realmente anhelaba; y Caris, porque le haría renunciar a sus sueños por algo que no podía cumplir.

Además, ella estaba deslumbrada por la cara amable. El caballero de brillante armadura y vampiro de modales encantadores y joviales. Pero no podría llegar a amarme si no aceptaba mis sombras, y como una criatura luminosa que era, no podría hacerlo.

El recuerdo del terror en sus ojos cuando vio a la criatura oscura que habitaba en mí el día que nos encontramos en aquel bar era la mejor prueba de ello.

Aquello no podía ser amor. Para ello no tendría que haber medias tintas y coger el todo o quedarse sin nada. Y Caris no lo aceptaría.

Bella, por un escaso margen de tiempo, sí lo había hecho, y aquella realidad agridulce me había dado la certeza que me había amado, tanto como el ángel como al demonio.

Pero aún había solución. Estaba claro que era el único que podía parar todo aquello porque era capaz de lo peor, pero jamás podría soportar mentirme a mí mismo. No iba a vivir con aquella carga.

Porque a nivel humano, el significado de un beso se había devaluado, pero para mí aún tenía un significado muy profundo. Era dar todo de mí a otra persona, concederle poder sobre mí para toda la eternidad con la única cláusula de un amor correspondido plenamente. Si no podía hacerlo, era quebrantar aquel único principio que permanecía siendo sagrado.

Me decía que la decisión que iba a tomar era la correcta, sencilla, pero no exenta de dolor.

Caris esperaba un beso.

Y un beso le di.

Cogí su mentón y bajé su rostro hasta que la frente quedó a la altura de mis labios, y en la sien deposité un beso.

Sentí como su cuerpo empezaba a estremecerse y no se debía al frío.

Abrió los ojos ampliamente y sus pupilas titilaron hasta casi ocultar el iris. Sus labios empezaron a temblar y respiraba cada vez más superficial.

Había comprendido que su respuesta a todo era no.

Le dediqué una sonrisa bastante desgarrada.

—Aún me pregunto cómo he tenido tanta suerte de toparme en mi camino con gente tan extraordinaria.

—Pero no es suficiente para ti, ¿verdad?—replicó con voz temblorosa.

Lo negué.

—Lo siento—susurré—.Te juro que daría todo lo que fuese por que hubiese funcionado. Pero hay algo en mi interior que me está gritando que no es el camino que debo seguir, y si no hago caso y vamos a la deriva, acabaremos destruyéndonos. Y me importas demasiado para que eso te ocurra.

Y lo comprendía, pero eso no le transmitía un gran consuelo.

—Además—añadí—, en el fondo, tú sabes tan bien como yo, que no me puedes corresponder. Tú ya estás enamorada. O a punto de estarlo.

Aquella revelación le pilló por sorpresa. No sabía a quién me estaba refiriendo.

—Supongo que no lo dirás por Jason, porque te diría que te hicieses un test antidroga en la sangre que tomas.

Resoplé.

—No ofendas mi inteligencia, Caris.

Mentalmente empezó a enumerar a todos los chicos que había conocido a lo largo de su existencia y haciendo hincapié a los de aquel año. Los descartaba nada más salir el nombre en su cabeza.

— ¡Dios! ¿No será el señor Wool?

— ¡No!—exclamé entre aterrorizado y divertido.

— ¿Mr. Rochester?

—Bien—le di una pista—, ¿recuerdas lo que me dijiste del amor verdadero? Es como una fuerza de la naturaleza, una explosión… ¡Bum! Se crea un universo nuevo cuyas leyes sólo comprenden las dos personas que lo componen.

—Sí—reconoció las palabras que una vez me había dicho a mí—.Pero no recuerdo que me haya pasado con alguien.

—Pero sí te ha pasado o está a punto de pasarte. Lo comprenderás cuando estés en ese escenario en New York. No se trata de nadie en especial. Amas la música y no podrías renunciar a ella porque sería perder tu esencia. Lo he sabido desde el primer momento en el que nos conocimos, pero hasta esta noche no he podido comprobar que ya era algo irreversible. Si te vieras brillar…y estoy seguro que mañana, lo harás con mayor intensidad.

Y ahora te reto a que me contradigas. Dime que estoy equivocado y que mañana mismo, renunciarías a toda esa vida porque te pidiera que me escogieses a mí.

Cuando asimiló cada una de mis palabras, su respuesta fue evidente. No fue necesario nada más, se abalanzó hacia a mí y rompió a llorar sobre mi pecho.

La abracé sin ningún tipo de culpabilidad. Cuando nuestros sentimientos se aclararon y pudimos llegar a la conclusión que nos queríamos lo suficiente para admitir que no nos amábamos, las prohibiciones se convirtieron en papel mojado. Y yo me encontraba bien. Posiblemente, mi mundo se había hecho añicos, pero no había sensación de caerme al vacío. Sólo una larga noche que, si miraba bien por el hueco de las nubes, podría visualizar alguna estrella.

—Lo siento muchísimo—hipaba mientras sollozaba cada vez más violenta—, me hubiera gustado ser yo. Me hubiera encantado haberte querido como te mereces.

Le acaricié el pelo para tranquilizarla.

—Ya está, ya está, ya está—le canturreaba mientras la mecía—.Te prometo que vas a ser muy feliz. Y, tarde o temprano, vas a encontrar a alguien que te merezca. Y si le correspondes la mitad de lo que lo vas a hacer con la música, va a ser tremendamente afortunado. Y esta vez, será humano.

Su respiración, más pausada, era cálida sobre mi hombro.

—Aunque ya no te aseguro que sea tan apuesto, rico, poseedor de un coche de alta gama y, por supuesto, ponga en el dedo de tu mano izquierda un anillo de diamantes. Digamos que sólo puede haber uno como yo en todo el mundo. La perfección es cuestión de grados y yo soy único.

— ¡Oh, cielos!—resopló—.Creo que sobreviviré con la decepción.

Nos reímos, sin dejar de estar abrazados mientras la nieve caía sobre nosotros.

.

.

.

Aquella noche no nos acostamos.

Llegamos cuando las luces de la ciudad se apagaron, y la luz gris plomiza del amanecer nos estaba dando la bienvenida, acompañados de los quitanieves. No había dejado de nevar en toda la noche, dudaba que lo hiciese al día siguiente.

Angela nos había echado de menos y, preguntando a alguien, nos encontró en la azotea sentados en el borde del tejado mientras observábamos como los copos caían sobre el capó de los coches y teñían de blanco las calles de Seattle.

Nos invitó a que nos uniésemos al resto de chicos que iban a celebrar el haberse clasificado en la siguiente fase.

Intuyendo que nos quedaba poco tiempo, aceptamos y el tiempo voló.

Lo único que hicimos al llegar a casa fue cambiarnos a una ropa más confortable para estar por casa.

Mi rapidez sobrehumana me dio ventaja y, al terminar, me dirigí al piano y me senté en el banquillo.

Ahí se encontraba la partitura de la canción que estábamos componiendo. La cogí y empecé a estudiarla.

Fruncí el ceño, sorprendido que estuviese acabada. Por lo menos, ya tenía el cuerpo.

Pero por mucho que intentaba tararearla, imaginándome como sonaría acompañada por el piano, había algo que estaba hueco. Faltaba algo y, por mucho que me quemase las neuronas preguntándome el qué, la respuesta iba dos estaciones más adelantada que yo.

Caris me observó desde la cocina, preguntándose lo mismo que yo.

—Creo que va siendo hora de preparar mucho café—comentó haciéndose a la idea de las horas de trabajo que nos quedaría antes de la siguiente jornada—. Lástima que no tenga cero negativo con cafeína.

La instancia se impregnó de olor a café recién hecho y, llenándose una gran taza hasta el filo, acudió a sentarse a mi lado y estudió conmigo la partitura.

—No encuentro el alma de esta composición—le murmuré algo decepcionado.

Se encogió de hombros.

—Tiene que estar ahí, Edward—me animó sin quitar los ojos de los pentagramas—. Quizás, no veamos lo que quiere decir porque sólo la hemos cantado a trozos mientras se iba escribiendo y ajustando al piano. Si ahora la cantase entera, puede que saquemos algo en claro.

La invité a que lo hiciese y me retiré al sillón para que ella empezase a cantar y tocar.

A medida que iba avanzando la canción, algunos chispazos de instantes felices se evocaron en mi cabeza. Sólo se trataba de instantes que pasaban tan rápidos como una película antigua, pero que estaban cargados de emociones que parecía que se podían coger con los dedos, pero si lo hacía se volatilizaban. No retuve imágenes completas, sólo veía que Bella era la protagonista de todos ellos, y me recreé en la fantasía que ella me amaba y era yo quien le bastaba para estar feliz.

Me había abstraído tanto que no me había dado cuenta que Caris había terminado, y apoyaba su cabeza sobre sus brazos estirados sobre el teclado y me miraba con una sonrisa reluciente.

—Sé porque me has dicho que no. Tú también estás enamorado y es completamente irreversible.

Con todo mi pesar, lo tuve que admitir. Ya no había remedio para lo que había ocurrido, pero podría servirme de desahogo si lo contaba en voz alta.

—No creo que admitirlo sirva de algo. No podemos cambiar ni los hechos ni las personas.

—Me gustaría que, por una vez, vieses el vaso medio lleno—suspiró—. Esta clase de amor es demasiado fuerte para no ser correspondido.

Esta vez la imité suspirando aún más sonoramente.

—La vida no es justa a veces, Caris. Y ella va ser muy feliz con Jacob.

Arrugó el ceño. Algo se le estaba pasando por la cabeza.

—Y sí, la noche que discutimos, no tenía toda la razón. A veces, me equivoco.

Me eché a reír cuando admitió aquella posibilidad.

—Lo que quiero decir—continuó—, es que estoy segura que ese triángulo amoroso no se puede mantener de ninguna manera, pero, ¿y si fuese Jacob quién no tenía que estar aquí? Tengo el presentimiento que esa es vuestra historia y es al otro a quien hay que dar la patada. Había algo que me contaste que he recordado ahora y cada vez que lo pienso, menos lógica tiene. Se trata de un instinto lobuno y, por lo que me has contado, Jacob no se ha meado en la esquina de la casa de Bella marcándola como suya. Vamos, que no se ha impreso.

— ¿Te refieres a la imprimación?—le corregí—. Es la versión del alma gemela lobuna. Aunque puede que lo que hayas descrito no esté tan desajustado. Y no, Jacob no se ha imprimado de Bella.

Había roto las reglas del tratado contándole a Caris los secretos de los licántropos, pero ya no había tratado que respetar. Aparte, Caris dejaría el mundo mágico que le rodeaba, más tarde o más temprano, y contarle historias sobre licántropos no era una mala forma de hacerlo. Ellos nunca le harían daño.

Prosiguió con su hipótesis:

— ¿Entonces, Bella es su segunda opción? ¿No crees que ella se acabará dando cuenta que está escogiendo a alguien para quien nunca será prioritaria, descartando a quien verdaderamente la ama? Sería un completo suicidio.

—Si el mundo en el que vivimos no estuviese condicionado por la magia, Jacob y Bella serían almas gemelas. Porque en el mundo real, su amanecer hubiese supuesto mi crepúsculo. Encontrarnos en el mismo lugar y tiempo ha sido lo que ha descolocado todo—rebatí.

Puso los ojos en blanco.

—Si juntásemos todos los universos alternativos y los qué hubiera pasado si, se crearían tantas bifurcaciones, que acabaríamos corriendo en círculos sin llegar a ninguna parte. Estamos aquí y ahora, donde la magia existe y, gracias a Carlisle, rompiste la barrera del espacio y el tiempo, porque era con Bella con quien debes estar.

Luego añadió:

—O me estoy equivocando y tu alma gemela aún no está caminando por este mundo. ¿Quién sabe? En ese sentido, tú tienes la gran ventaja.

Reflexioné sobre ello. La verdad que estaba llevando mejor de lo previsto las cinco fases del duelo, y más tratándose de mí. Posiblemente se debiese a la presencia de Caris. Al no reconocernos como almas gemelas el uno del otro, todo fluía más naturalmente y podíamos bromear y reírnos sintiéndonos bien con nosotros mismos.

—Me has hablado de Jacob—demasiado para lo que pretendía, sinceramente—, pero no puedo juzgarle imparcialmente si ni siquiera sé cómo es.

Tanteé su mente y, aliviado, me di cuenta que no quería viajar a Forks para conocerle en persona. Se trataba sólo de una maldita foto.

—Me temo que mi cartera no tiene espacio para una foto de ese individuo. Y respecto al móvil, he perdido toda la información cuando se cayó y rompió

—Aún te queda la tarjeta de memoria—me recordó—.Si la tienes y la insertamos en el ordenador, quizás recuperemos las fotos.

A regañadientes, cedí a prestarle la tarjeta. Por los gestos que manifestaba mi rostro, adivinó que no estaba muy feliz con aquel asunto, y me acarició la mano para calmarme.

—No se va a tratar de amor a simple vista. ¿O el instinto lobuno tiene tanta fuerza que podría enamorarme de él incluso viendo una foto?

No, aquello tenía que ser visual, aunque se trataba de lobos y su extraña y tribal magia. No las tenía todas conmigo.

—Además, si me imprimo de Jacob, el problema estará arreglado. Bella y tú volveréis a estar juntos, ¿no?

Aquella situación me recordaba a una comedia de enredos de Shakespeare, sólo que en la vida real—con magia o no—, había sentimientos contradictorios que todo lo empañaban y dificultaban el poder deshacer el nudo. Y cuanto más pensaba en la posibilidad de Jacob y Caris, más improbable me parecía ésta. No la amaba como para retenerla a mi lado, pero sí lo suficiente como para desearle lo mejor, y el mundo de Jacob apenas era más simple que el mío. Además, ella era mucho más de lo que podría tragar aquel perro.

Negué enérgicamente con la cabeza, y ella se río cuando comprendió que no veía el negocio.

Puso la tarjeta en el puerto USB del ordenador, y los archivos empezaron a salir.

Bella no había defraudado la curiosidad de Caris y conté varios centenares de archivos JPG, donde el noventa por ciento de ellos el protagonista era Jacob.

Era muy difícil controlarme cuando sentía como los ojos se me iban a salir de mis orbitas y la bilis corría riesgo de expulsarse por mi boca, por cada foto que pasaba. Caris ignoraba mi pésimo humor, con las pupilas dilatadas y los ojos abiertos de par en par, mientras sus labios se curvaban convexos dibujando la estúpida sonrisa que Bella tenía cuando veía al individuo. Y para no defraudar a su público, el tipo no se había puesto en ninguna de las fotos la camiseta.

— ¡Oh, mi madre!—exclamó Caris excitada…mucho más de lo que me gustaría, la verdad—. ¿Incluso en invierno va sin camisetas?

—Por supuesto—bufé.

—Creo que voy a retirar lo que he pensado sobre la capacidad mental de Bella. La chica ya no me parece tan tonta. ¡Pero nada tonta!

— ¡Ey!—Elevé la voz unas cuantas octavas.

— ¡Joder! ¡Está montado sobre una Harley Davison del setenta! ¡Sin camiseta! ¡Vaqueros rotos! Creo que me hace falta salir para que me dé el aire frío. ¡Aquí empieza a hacer mucho calor!

— ¿Qué te parecería si fuese a tu habitación y me tumbase en la cama completamente desnudo?—repliqué.

No terminé la última frase cuando, casi vampíricamente, sus ojos se apartaron de la pantalla, y se giró para volver a observarme a mí.

— ¿Cómo?—casi chilló.

Tardó bastante más en reaccionar y en reparar que le había echado un farol. Me reí de su cara de estupefacción y chasqueé mis dedos para llamar su atención.

— ¡Tierra llamando a Caris!

Meneó la cabeza.

—Vampiros y hombres lobo, en el fondo, todos los poseedores del cromosoma XY os comportáis de la misma manera—me regañó—. ¿No te das cuenta que ha sonado a algo parecido a—puso voz grave imitando a un hombre con un deje de chulería en su voz—: "¡Ey nena! Coge la regla que nos vamos a bajar los pantalones y nos la mides: A ver quién la tiene más larga y más gorda"? Me trae recuerdos de secundaria.

Se tranquilizó, me cogió la mano y posó otra sobre el pelo para peinármelo cuidadosamente. Luego me susurró:

—Nana siempre daba el siguiente consejo. Nunca picotes nada en casa ajena cuando la comida en la tuya es mucho mejor. Supongo que es un refrán griego, o sabiduría de abuela. Lo que quiero decir, que si ella ha desperdiciado un suculento banquete que le esperaba en su casa, por comer fuera una hamburguesa, admitámoslo, carne el chico tiene y de bastante calidad,… ¡Vale, vamos al lío! A lo que me refiero es que, si ya te ha pasado una maravillosa vez, no renuncies a que ocurra dos veces. Merecerá la pena.

Además, aunque tenga cara y cuerpo de modelo de calendario de Cars and Drivers, si no tiene un coche de alta gama esperándome a la puerta, ni me va a poner un anillo de diamantes en mi dedo izquierdo, ni sabe tocar el piano, ni su voz es capaz de embelesarme hasta perder el sentido de la realidad y, sobre todo, siempre seré una segunda opción para él, lo siento, no me alimento de instintos primarios. Ya se puede meter la Davison por donde le quepa…

Reflexionó y me volvió a mirar a los ojos intentando descubrir algo dentro de mí con sus sabios y transparentes ojos color del café.

—Estás muy seguro que ella no va a volver a por ti. A lo mejor te encuentras la sorpresa que te está buscando.

Mi respuesta fue una amarga carcajada.

— Ya ocurrió una vez, Caris—le respondí una vez me encontraba más tranquilo—. Me metí en un buen lio y a consecuencia de ello, casi nos matan, y aun sabiendo lo peligroso que era, no lo dudó un solo instante. Pero, también fue a buscar a Jacob cuando él también estuvo en peligro. Así que estamos empatados y dudo mucho que yo sea quien me anote el tanto. Hay cosas que sólo ocurren una vez—me encogí de hombros—.Quizás me tenga que sentir afortunado porque sucedió y mientras duró, los momentos felices fueron maravillosos. Y es con lo que voy a quedarme mientras me pregunto qué voy a hacer con mi vida ahora. Si no escandalizo mucho a Carlisle y Esme, tal vez considere hacer feliz a Chris e irme de gira con su grupo. Aunque no será el tiempo suficiente para que se pregunte qué clase de pacto he hecho con el Diablo para no envejecer.

Nos reímos a la par mientras la miraba con ojos tiernos.

La dulce Caris.

Aun cuando ella ya casi tenía su futuro asegurado, todavía tenía sentimientos suficientemente fuertes hacia mí para preocuparse por lo que me sucedería. Y aún se sentía completamente esperanzada esperando mi final feliz.

Bostezó y me di cuenta que estaba muy cansada. Sería muy egoísta reteniéndola sin que descansase por lo menos unas cuantas horas. Habíamos ensayado lo suficiente para hacer una actuación impecable para aquella noche.

No me replicó cuando le sugerí que se fuese a la cama, y así fue, se dirigió a su habitación.

De repente, una duda surgió de mi cabeza.

—Una pregunta. Eso de quien la tiene más grande y más gorda es un farol, ¿verdad? Me refiero a las competiciones que hacían los chicos de tu instituto. ¿No me digas que es cierto?—Su respuesta fue una risita entre dientes que me dio una respuesta muy explícita—. ¿Sí? ¿Se puede saber a qué clase de instituto fuiste?

—Buenos días, Edward—canturreó inocente mientras cerraba la puerta.

Durmió cerca de tres horas, y aún hubiese seguido haciéndolo hasta dos horas antes del anochecer, si el móvil no hubiera estado sonando insistentemente y la acabó por despertar.

Abrió la puerta, aún medio dormida, con el teléfono pegado a sus narices, frunciendo el ceño con extrañeza.

—Es del conservatorio—me explicó—. Aunque no reconozco el número. Quieren hablar con los concursantes que hemos pasado para ver en qué orden nos toca.

Se rascó la cabeza. Y también me extrañó. Y sobre todo con la insistencia que tenía que ir sola.

—No lo entiendo—se encogió de hombros. Me miró, apenada, y dijo—: Bueno, a lo mejor quieren hacer una actuación sorpresa y por eso tanto misterio. El año pasado hicieron algo parecido.

Sonaba tan convencida que todo mi instinto de protección se amortiguó y decidí que sería mejor que no la siguiese. Si llegase a estar en peligro, de alguna manera la localizaría.

Había hecho sándwiches para comer, tal como a ella le gustaba—con su punto de mostaza en el pavo—, y después de tragar casi de dos en dos, y beberse una gran taza de café de un sorbo, se dirigió hacia la ducha.

Era rápida, pero yo lo era más, y como se había dejado el móvil en la isla, le registré el SMS. No, definitivamente no sabía de quién era el móvil. Sólo que fuese al Conservatorio para elegir el orden. Sola.

Se trataría de la cláusula del concurso.

Como sabía que no le gustaría que la siguiese, aunque la intención fuese buena, contuve las ganas y empecé a preparar planes como ir a la tienda de telefonía y activar el móvil que me había regalado.

Se vistió con la ropa más gruesa que tenía, dado que aún continuaba nevando, y se ajustó un gorro de lana del que dos mechones rizados aún sobresalían.

Sonrió antes de salir por la puerta, aunque hubo algo que se le cruzó por la cabeza.

—Edward, ¿por qué tengo la sensación que a veces te adelantas a mis movimientos o a mis palabras? Incluso me atrevería a decir que puedes leer mi mente.

Toda mi respuesta fue sonreír torcidamente y pestañear insistentemente hasta dejarla noqueada.

—Te esperaré para ir a la actuación—me despedí canturreando mis palabras.

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Cuando encendí el teléfono, listo para funcionar, la pantalla se inundó de llamadas perdidas.

Carlisle, Esme, Emmett, Rosalie y Tanya.

Al ver que no había ninguna procedente de Alice, comprendí que estaría muy enfadada y dolida por mi actitud. Me arrepentí enormemente por haberme comportado como un salvaje. Ella no podía evitar ver lo que veía. Y sólo había tratado de ayudarme. Tenía que encontrar la forma de compensarla por todos los quebraderos de cabeza que le había provocado.

—Lo siento—le susurré al móvil con la esperanza que hubiese visto antes que le iba a pedir perdón.

Pero el móvil continuó en silencio. Significaba que tenía que esforzarme más.

Sin embargo, una de las llamadas perdidas llamó mi atención.

Como si nunca hubiese cambiado.

Cada vez que me había llamado en el pasado, su foto salía en la pantalla. Y se trataba de la misma que había hecho cuando estábamos en nuestro prado.

Tal vez sólo fuese una señal, pero parecía que mi mundo volvía a ponerse en marcha y girar sobre todo el sistema solar.

Era una sola llamada y bastante reciente. Se había realizado durante la madrugada.

Mi sentido común me hizo volver a ponerme de pie sobre la árida realidad.

Bella me había llamado. Sí. Pero podía imaginar de lo que se trataba.

Segura en La Push, entre los calientes y fuertes brazos de su amado, y rodeada de una jauría de perros rabiosos, ella podía arriesgarse a llamarme desde la protección que el móvil y la distancia le conferían.

Y no, no quería escuchar sus explicaciones ni sus porqués. Lloraría por haberme hecho daño, podría poner la mano sobre el fuego, y yo acabaría ablandándome, pero eso no cambiaría las cosas. En aquel momento, no estaba dispuesto a escuchar ninguna de sus disculpas.

Quizás con el tiempo lográsemos llegar a un estado de tregua que nos permitiese ser casi amigos. Pero no ahora.

Me sentía muy herido como para ser racional con eso.

Porque no importaba que yo estuviese hecho trizas hasta mis raíces, el mundo seguiría girando. Así era el axioma.

Guardé el teléfono en el bolsillo de mi abrigo, pensando que tendría que borrar aquella foto para no martirizarme más.

Estaba más que dispuesto a salir de aquel abarrotado centro comercial, para respirar aire fresco y que la nieve renovase mis pensamientos.

Algo me detuvo.

Más bien alguien.

Sentada en una de las mesas de una de las cafeterías colindantes, cruzada de piernas, mientras esperaba su capuchino, se encontraba la ojeadora que tanta obsesión tenía con Caris. Hacía caso omiso al camarero mientras hablaba por teléfono y leía unas anotaciones.

Decidí que ya era hora de dejar el futuro de Caris en manos de otras personas.

Calculé y me senté lo suficientemente cerca de donde se encontraba para que me pudiese oír a una voz moderadamente alta para el timbre humano.

Cogí el móvil y fingí que estaba llamando a uno de mis hermanos.

Grité más de lo debido en un intento de llamar la atención, riéndome a carcajadas como si el Emmett imaginario me estuviese contando un buen chiste.

Capté su atención, y entonces fue cuando hablé de Caris.

—Supongo que viste ayer la actuación de Caris Dashwood. Em, tío, ¿cómo que no sabes quién es? La chica rubia que dices que tanto se parece a Rosalie. Sólo que ella canta como un ángel, y Rose lo hace en la ducha para que el agua amortigüe sus gorgoritos… ¡Deja de gruñirme y escucha! ¿Sabes que después de su actuación su teléfono no ha dejado de sonar? Las quinielas han subido y ahora está a cuarenta y nueve por ciento de que gane ella respecto al guaperas ese… Sí, Jason como se llame. Podría ser un buen gancho para las chicas, pero esa muchacha tiene un gran futuro por delante si un manager en condiciones se hace cargo de su carrera. Y hablando de eso, cuatro de sus llamadas eran de managers. ¡Sólo con la primera actuación! Uno de ellos, representa a una gran compañía discografía de Miami—bajé el tono de voz, como si estuviese confiando un secreto, aunque hablaba lo bastante alto para que ella sí me oyese—. Se supone que no se puede hablar de eso, pero creo que se le ha ofrecido un contrato en firme…

Tosió y el sonido del cristal chocándose contra el suelo de mármol y rompiéndose en añicos, me hizo comprender que la había puesto nerviosa y, que, si no quería perderla, tenía que actuar deprisa. Me hizo ver que, realmente, estaba interesada en Caris como inversión de futuro.

Indiferente, jugué con mi pelo enredándome un dedo con un mechón mientras cogía una servilleta, le pedía amablemente a un camarero que me dejase un bolígrafo y anoté unos números y una nota.

Me despedí de mi hermano e hice como si colgase el móvil.

El camarero, servicial, quiso tomar nota de mi pedido.

—Nada, gracias—le dije amablemente—. Sólo quiero invitar a esa señora de ahí—le indiqué a la ojeadora que ahora fingía mirar unas fotos insistentemente como si no me oyese— a un capuchino y que le entregue esto.

Le di la servilleta y pagué una consumición que no hice más los cafés de la ojeadora.

Me levanté dispuesto a irme cuando el camarero se dirigió a su mesa, le informó que le había invitado, y antes de levantar la vista y mirarme para darme las gracias, se fijó en la servilleta que tenía escrito el número de teléfono de Caris.

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Caris ya estaba en casa cuando llegué, preparando su vestido amarillo—había demostrado que no era supersticiosa, ya que su talento era superior que el efecto de la mala suerte—y el conjunto de zapatos dorados, muy al estilo de los años veinte.

Que yo estuviese contento porque me había asegurado que ella tenía un colchón en su futuro, no significaba que su alegría tuviese que ver con ello.

Ella también estaba bastante contenta, casi satisfecha, y no podía saber por qué. Su cabeza estaba llena de música.

Amor, celos, ojos verdes y vestidos amarillos, armonizando por la melodiosa voz de Florence y el piano como acompañante (1).

La interpretación de la canción iba a ser mucho más difícil que la de la noche pasada. Sería un reto y ella disfrutaba superándose a sí misma. Pero aquella no era la razón por la que casi sus pies no rozaban el suelo de la felicidad.

Parecía verse obligada a llenar los huecos de su mente con la canción, como si no quisiera pensar demasiado. Y por eso, intuí que estaba feliz por algo relacionado conmigo. Me desconcerté.

Y quizás buscaba pistas en los nuevos olores impregnados en su cuerpo que no era el suyo.

Me extrañaba tanto que, separándolos, uno por uno, tres de ellos me resultasen muy familiares.

Aquello era un completo cajón desastre.

El primer olor era característico de alguien de mi especie, además, yo estaba bastante familiarizado con él. No creía que Caris hubiera tenido contacto con un vampiro a propósito, y el olor estaba tan pegado en ella como si hubieran estado muy unidos. Casi en un abrazo.

Meneé la cabeza. ¡Imposible!

El siguiente, tampoco era humano, pero éste era insoportable. Era igual que si hubiese pisado una mierda de perro y la hubiera estado restregando sobre las botas.

Finalmente, lo que hacía que todo eso formase parte de mis fantasías, y era una mala señal, porque significaba que ya no podía controlar mi locura y que ésta se desataría delante de Caris.

Aquel olor floral y dulce que tanto había aprendido a amar y odiar por partes iguales. Aquel olor que había despertado al monstruo que habitaba en mí, para luego anestesiarle con la ilusión del amor y drogarle con la crueldad del engaño.

Y de eso se trataba. Aquel olor entraba dentro de las alucinaciones visuales y auditivas que ya venía sufriendo.

Y tal vez, por haberme desviado del camino, estaba maldito para toda la eternidad.

Como Tántalo (2). Poder olerla, verla y oírla, sin poderme pertenecer nunca.

Caris dejó atrás su buen humor y en sus ojos brillaba la preocupación.

Se acercó a mí, y apoyando su mano sobre mi espalda, me instó a sentarme y no me dejó levantar hasta que se aseguró que todo iba a ir bien.

—No puedes venirte a bajo—me animó—. Ahora sólo podemos subir. Y te aseguro que, a partir de esta noche, todo va a ir bien, muy bien.

Recibí su cálido abrazo sin saber muy bien por quién de los dos decía aquellas palabras.

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Impresionante con su abrigo marrón y su vestido irradiando a consecuencia de las luces de la ciudad, resaltando del paisaje blanco y gris.

Y otra vez, tenía que dejarme para que volviese a entrar solo.

Pero algo cambió.

Se dirigió hacia mí, me enfrentó, alzó los brazos para enredarlos en mi cuello, y acercándose peligrosamente a mí, me dijo casi a modo de secreto:

—Tienes lo mejor de los dos mundos. Y no creo que sea porque fuiste humano o, por ser un vampiro. Eres Edward. Y esa siempre será tu bendición y tu maldición.

Me dio un beso en la mejilla, y como si la costase mucho esfuerzo, deshizo su abrazo y se obligó a sí misma a avanzar hacia delante sin mirar atrás.

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Actuó en décimo lugar, por lo que no nos hizo esperar demasiado.

Y si ayer estuvo magnifica, la actuación de hoy fue casi soberbia. Hubiera dicho que rayaba la perfección, pero aún tendría la actuación de mañana. Y conociéndola, se superaría.

Ambos estábamos muy lejos el uno del otro como en dos galaxias que jamás colisionarían.

Ella narrando su trágica historia de amor y celos, con su desgarrada voz, y yo…

…Me limitaba con estar allí.

Cuando terminó, se inclinó para hacer una reverencia al público que ensordecía el auditorio con sus aplausos. Ni siquiera miró hacia mi dirección una sola vez.

Sonrió ausente y se dirigió hacia la sala VIP esperando su veredicto.

Jason actuaba dos posiciones detrás de ella, y si había estado viendo la actuación, debería estar sudando y analizando todas sus probabilidades, arriesgándose a conseguir lo casi imposible.

Que luchase y se esforzase por conseguirlo.

Después de Caris, todo esto estaba perdiendo interés para mí, y me sentía abarrotado en una sala llena de gente.

Todo el mundo se había quedado inmerso en la actuación de Caris sin ser conscientes de cuanto les rodeaba. Ni siquiera Angela, que se encontraba a mi derecha, se dio cuenta que salía.

Me dirigí hacia la puerta que dirigía hacia la azotea.

Ver caer la nieve me relajaba. Me recordaba a una época muy lejana donde mi única preocupación era lo que Santa Claus me había dejado debajo del árbol.

No era lo mismo, pero ver nevar me recordaba mucho a Chicago y todo lo que aquello conllevaba.

El teléfono volvió a sonar y yo esperaba conseguir alguna compasión por parte de Alice.

Bella.

Ponía en la pantalla y salía su foto.

Meneé la cabeza.

Aquello empeoraba por momentos.

No bastaba dar al botón rojo para apagarlo. Cuando empezaba a subir, aquel olor me inundaba las aletas de la nariz hasta casi anestesiarme. Y era el inri cuando iba acompañado por el sonido de un corazón. Aquel que conocía cada uno de sus latidos, porque hubo una vez que casi latía en mi pecho.

Cada escalón que subía, más intenso era.

Por lo tanto, al abrir la puerta, no me extrañó ver aquella visión.

Pero ella no me estaba mirando a mí.

Se encontraba sentada en el borde del edificio, dándome la espalda, balanceando las piernas mientras jugaba con algo metálico en sus manos.

El espejismo hubiera sido perfecto si hubiera podido contemplar su rostro una sola vez, real o no.

Suspiré, y provocó que la visión se volviese y se quedase mirándome fijamente con sus brillantes ojos marrones como si yo fuese el fantasma.

Soltó una bocanada de aire que quedó congelada.

Me sentía conmocionado hasta los tuétanos.

Sólo había dos opciones.

Una que fuese una fantasía y se desvaneciese pronto, dejándome al borde de la más absoluta desesperación.

La segunda,— y nunca me imaginé aquel grado de crueldad por su parte—, era que fuese absolutamente real, y que hubiese dejado la tranquilidad que Forks le concedía sólo para atreverse a darme a conocer su decisión en persona.

No se tenía que haber molestado para romperme el corazón.

Decidí poner fin a esto, y con una frialdad calculada, le pregunté:

—¿Qué es lo que quieres, Bella?

Sus ojos se oscurecieron y se aovilló tímidamente. Intentó abrir los labios para replicar, pero decidió aguardar a lo que tenía que decir.

Cerré los ojos y me concentré cogiendo aire.

Y volví a empezar de otra manera. Más calmada, menos fría.

—De verdad, Bella. No tenías que haberte molestado en venir hasta aquí sólo para decirme que…

—¿Decirte que, Edward?—inquirió como si no supiese de lo que le estaba hablando.

—Que has cambiado de idea. Te agradezco de verdad que pienses que me merezco una explicación, pero necesito asimilar todo esto con un tiempo prudencial, Bella. De verdad, puede que, en un futuro, llegue a alegrarme porque Jacob y tú hayáis encontrado la felicidad juntos, pero me pides que encaje esto demasiado deprisa. ¿De verdad crees que podría alegrarme de la peor elección que has hecho? ¿Qué será de ti cuando corra hacia su instinto y se imprima? Porque sabes que lo hará. Y lo peor de todo es que si yo hubiera sido humano, este tema estaría zanjado. No habría ningún tipo de dilema ni elección que hacer. Pero no podemos pedir deseos con la base de lo imposible. Así que, por favor, no me hagas esto más difícil de lo que ya me resulta. No quiero escuchar que Jacob y tú estáis juntos.

Tenía que ser una alucinación, definitivamente. La verdadera Bella no se movería tan rápido ni sin resbalarse por el hielo, y se dirigiría a mí con tanta delicadeza.

Me enfrentó, mirándome fijamente a los ojos y suspiró.

Era la visión más real que había experimentado, porque al posar sus dedos sobre mis labios, noté toda su calidez casi quemándome.

—Así que no quieres escuchar que Jacob y yo estamos juntos, ¿no es así?

Asentí.

—Pero estarías dispuesto a escuchar cualquier otra cosa, ¿verdad?

Iba a replicar y me hizo callar.

—Alice me ha contado casi todo lo que ha alcanzado a ver en sus visiones. Lo que pudo ser—se le fue apagando la voz—.Y al final, en lo que se quedó. Y fuimos en busca de Caris para que así nos lo confirmase —.Sonrió hasta que sus labios le llegaron a los extremos de las orejas—.Te juro que nunca te he amado tanto como lo estoy haciendo en este momento, Edward. Incluso cuando creías que no me lo merecía, no has roto tu compromiso hacia mí. Es lo que demuestra que mi elección es la correcta. Y siempre lo fue. Incluso en el peor de los momentos.

Intentaba asimilar lo que me estaba diciendo, intentando unir en mi cabeza y con su voz la siguiente frase: Edward, yo te amo.

Bueno, tal vez no lo había expresado con aquellas palabras, pero quería creer que me lo estaba diciendo y que se trataba de la Bella real.

Algo más ofendida, retiró sus dedos de su posición y se alejó de mí un par de pasos. Sacó de su bolsillo un pequeño objeto rectangular. Reconocí el iPod que le había enviado.

Sin decir una sola palabra, lo lanzó hacia atrás provocando una caída desde una altura de tres pisos (N/A). Si el golpe no había acabado con él, lo rematarían los coches que pasarían por encima.

Incluso si hubiera podido adivinar sus pensamientos, estaría tan petrificado que no hubiera podido mover un solo músculo.

—Odio esa canción—se masajeó las sienes—. Pero si eso es lo que me hubieras querido decir la primera que me dejaste por mi bien, incluso, cuando no me hubieras dejado elección. Una decisión que tomaste tú solo, unilateralmente, sin contar con lo que yo tuviese que opinar y decir al respecto. Se trataba de permanecer viva cuando ni podía imaginarme un significado para ello si tú no estabas a mi lado.

Sin embargo, si me hubieras dicho que me dejabas aun cuando nos amábamos tan intensamente, ¿no crees que esas palabras hubieran sido un aliciente para mí y hubiera peleado hasta hacerte ver que así era? Te hubiera seguido hasta los confines del mundo para hacerte volver a donde perteneces. Nunca hubiese cejado en mi búsqueda. Te hubiese encontrado. Como ahora lo he hecho. Como siempre lo haré. No importa, cuanto nos alejemos, mientras continúes amándome, yo siempre te encontraré.

Las lágrimas brotaban de sus ojos, y frustrada, se las secó con la manga. Y yo permanecía inmóvil, hipnotizado con cada una de las palabras que me estaba diciendo.

—No sé cuánto tiempo tenemos, pero no pienso demorarme. Me he fugado de Forks, apenas despidiéndome de Charlie, con el corazón roto en mil pedazos porque Jacob no me dejará volver a verle cuando se entere que me he escapado de su vigilancia. Incluso, puede que haya provocado una guerra permanente entre vampiros y hombres lobos. Y no, no empieces a replicarme que debo volver, porque no pienso hacerlo. Ya he tomado mi decisión. En realidad, la tomé hacía mucho tiempo. Y conduciendo de madrugada, por carreteras heladas, a casi trescientos kilómetros por hora en un Porsche rojo última gama, el cual me he enterado hace poco que iba a ser mi regalo de bodas, he venido a buscar una respuesta. Y me merezco que seas sincero.

Se calló mientras reflexionaba viendo caer un copo de nieve y fundiéndose con el resto.

—Edward, ¿puedo recuperar mi anillo?

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(1) Florence and the Machine—Over the love. Pertenece a la banda sonora del Gran Gasby, he de ahí el vestuario escogido por Caris.

(2) Tántalo en la mitología griega fue el rey de Frigia, que cometió sacrilegio revelando a los mortales los secretos de los dioses, y fue condenado al Tártaro impidiéndole coger frutas de los árboles o no poder saciar su sed en un lugar repleto de agua.

(N/A) Avisaos estabais. Sed sinceros y decidme a quien no le ha provocado dolor en el pecho que se tire un objeto que cuesta lo mismo que un mes de salario para muchos. Sí, todos sabemos que, si no nos gusta la canción del iPod, se borra y adiós problema, pero se trata de Bella y ella soluciona las cosas a su manera. Aunque nos cueste llegar a su razonamiento.


Y ahora vienen esas notas de autora que os gustan tanto...xDDD...pero a veces no quedan otra.

Y os preguntareis: ¿Qué ha pasado aquí? Habíamos leído que Caris y Edward se besaban bajo la nieve...y con lengua...xDDDD. (Bueno, aquí ha habido un beso amistoso bajo la nieve). Pues digamos que el capítulo anterior es "¿Que hubiera pasado si...?" y éste es la decisión de Edward. Sí, sé que va a haber división de opiniones, y no a todas os habrá gustado la decisión de Edward. Sí, digo de Edward, en realidad nunca fue mía, porque Edward siempre amó, ama y amará a Bella, y esa es la realidad. No hay cambio posible. Siempre he considerado a "Crepúsculo" como un cuento de hadas oscuro (no voy a entrar en polémicas). Edward y Bella se enamoraron de esa manera y cuando Edward fue el primero que rompió la magia (Luna Nueva, como has roto el corazón a algunas), todo se descompensó. Entraron Jacob y, en mi fic, Caris. Personas que si todo hubiese sido como en la vida normal, hubiesen sido las parejas ideales de Bella y Edward. Más "compatibles" con su personalidad. Pero, es otro mundo, un mundo de magia (no tiene que ser malo), la persona más afin a ti, no tiene que ser la que realmente amas. Siento haber dado la sensación de una Bella más inmadura e indecisa en este fic. No la odio, nunca la he odiado, y estaba claro que ella tiene muchos defectos, pero no es una cobarde, y si realmente se hubiese decantado por Jacob, se lo hubiese dicho a Edward. De hecho, había pistas en este fic. Para estos capítulos, me he basado en: "Sentido y Sensibilidad" (no voy a hacer spoilers pero si alguna la habeis leido, recuerda al triangulo entre Elianor, Edward F. y Lucy, ¿verdad?)

Por lo tanto, lo sucedido en el anterior capitulo es como un camino alternativo: "¿Que hubiese pasado si Edward eligiese a Caris?". Se queda sin resolver, tal vez porque nunca iba a cuajar, o podría haber miles de soluciones. Si a alguien le gusta más el final de Caris y Edward, lo puede imaginar así e imaginarse como podría haber alterado el futuro. Pero, la realidad es que, lo siento, pero la decisión de Edward (creyendo que había perdido a Bella) me hace quererle más. Ha sido coherente consigo mismo y no involucrar a terceras personas para no hacer más daño. Lo dicho, nunca llueve a gusto de todos, pero yo he considerado coger el camino "Meyer" porque me parecía más justo, aunque creo que Edward tenía que pasar por ese proceso de maduración y saber que tenía otras opciones.

Y de nuevo, agradezco a mis chicas de Facebook (casi todas las que me comentais sois chicas, yo encantada de leer a algún chico por aquí), a todos mis rrs, follows y favoritos. Como nos vemos el viernes, os felicitaré la Navidad y el año nuevo en ese capítulo.

Soy: Maggie Sendra en Facebook y si quereis escribirme para: Insultar (por favor, en mi idioma, aunque esos serán reportados a la bolsa de basura), felicitarme las Pascuas, o cualquier cosa mi correo: bloody_maggie (arroba) hotmail (pto) es (todo junto)

Hasta el viernes :)