Disclaimer: Santa Meyer los Crea y ellos se juntan. Yo sólo los lío para crear esta historia. Los personajes que no reconozcais, son míos.
IMPORTANTE: Ya he recalcado la importancia de la las canciones en este fic, pero en las tres partes del epílogo recomendadisimo, casi, obligatorio, escuchar: Wings-Birdy. (Yo la cogí antes para el fic que "Vampires Diaries", así que de ahí no viene la inspiración.)
Wings covered By Caris Dashwood.
"¡Oh, malditos muros que me mantienen encerrada! A más de diez pies de altura, yo sólo deseo que estas alas pudiesen volar"—Birdy (Wings)
Cuando tenía ocho años, y mi violonchello tiraba hacia atrás por abultar casi tres veces más que mi cuerpecito infantil, Nana vio un anuncio de casting para niños. Se trataba de un musical basado en la película "La Sirenita" y aún estaba vacante el papel de Ariel.
Al verme cantar, saltando sobre la cama, mi abuela no dudó en apuntarme, aun a reticencias de mi padre.
—No perdemos nada y será una oportunidad magnífica para comprobar las habilidades de Kariatide. —Estaba ignorando las protestas de mi padre por mi corta edad —. George, cariño, los trenes sólo pasan una vez en la vida. No tenemos el lujo de verlos pasar hacia delante y preguntarnos: ¿Qué hubiese pasado si yo hubiese hecho esto? ¡De eso nada! Las cosas hay que hacerlas y asumir las consecuencias. Una sólo se arrepiente de lo que no hace.
Y ahí estaba yo, rodeada de miles de ojeadores haciendo la prueba de canto. No hacía falta añadir, que no les costó mucho decidirse por mí. Incluso uno de ellos, había puesto en su hoja de observaciones: ¡Brillante futuro en el mundo musical!
No hacía falta decir que las representaciones que se hicieron durante todo el verano, fueron un completo éxito.
Nadie había reparado en mi horrible peluca roja sobre mi cabeza, y que caminaba a trompicones con aquella engorrosa cola de pez enredándose entre mis piernas; yo me sentía como pez en el agua—nunca mejor dicho—mientras cantaba, y aquello era lo que le estaba transmitiendo a aquel público, que se había volcado conmigo, a pesar de ser los padres, hermanos y parientes del resto de actores. Para su desgracia, era yo en quien fijaban toda su atención.
A los ocho años comprendí el concepto de libertad. Sólo lo alcanzaba cuando estaba cantando, tocando el piano o el violonchello. Ya fuese sola o acompañada de miles de personas. Yo simplemente me evadía a mi propio mundo, a mi universo creando mis propias leyes.
Aquella experiencia me hizo constatar lo que Nana me dijo sobre los dones.
"Son herramientas para labrarnos nuestro destino."
Yo no había nacido con una voz sublime por nada.
Cantar era mi destino.
¡Efectivamente! ¡Mi destino era cantar en el Rockefeller Center, en Black Friday, ante miles de espectadores sólo en aquel lugar! El instante era mío.
Nunca había sido amiga de la falsa modestia.
Porque aquel espectáculo colosal de música y luces, aquella multitud que empezaban a congregarse; todos los medios que estaba poniendo MTV junto a los organizadores del concurso, las pantallas gigantes colgadas en los lugares emblemáticos, las luces, Jason y Sharon, y el árbol de navidad, que tendría que haber sido el gran protagonista de la jornada… Todo era puro atrezo. Luego estaba Ingrid Bird, el chiste andante de rubia tonta más estúpido que me habían contado. La nueva presentadora "estrella emergente" de la MTV tenía el gran honor—que le venía grande—, de dirigir aquella gala, aunque iba a ser ayudada, —muy ayudada… ¡Gracias a los cielos!—por los invitados estrellas.
Aquello era para mí. Sólo para mí. Y aunque hubiesen faltado todos esos detalles, nada hubiese enturbiado aquel momento, porque yo brillaba con identidad propia.
"Sé tú misma y brilla con tu propia luz. Es lo que significa ser una verdadera estrella."
Aquella tarde marcaría un punto de inflexión entre la Caris del pasado y la del futuro. Lo que fuese a venir a partir de aquel momento, serían sus consecuencias.
Y todo por lo que había pasado, habían sido signos que me indicaban que estaba por el buen camino.
Intensas horas de conservatorio con violonchello y piano.
Perfeccionamiento de voz.
Miles de sesiones nocturnas de baile, saltando encima de la cama en ropa interior mientras imitaba a Madonna y su Like a virgin.
Cientos y miles de kilómetros en coche, con neumáticos desgastados y depósitos de combustible gastados, carreras ilegales sólo para llegar a la siguiente actuación.
Discusiones con padres que no iban a ninguna parte porque no tenían nada que ver con lo que tenía planeado.
Amores de instituto, cuyas rupturas eran magnificadas porque se había conseguido sacar una gran canción de ellas.
Infructuosos años de universidad.
Soporíferos seminarios de literatura. ¿No había dicho aún cuanto odiaba Cumbres borrascosas?
Intentos de largas lecturas— ¿una hora al mes estaba bien?...Era una pésima lectora, no lo podía remediar—de Jane Eyre en busca del significado del amor verdadero.
Encontrar nuevos amigos.
Perder para siempre a los viejos. Llorar su pérdida y prometer que llevaría una parte de ellos conmigo.
Seres luminosos que se convertían en sombras.
Seres sombríos que se convertían en luz.
Y luego estaba él.
Una triste sonrisa se dibujó en mis labios cuando empecé a recordar a la perfección sus rasgos.
Algunas personas nacían para deslumbrar. De eso no había duda.
Una luz cegadora que podía eclipsar y hacer perder la dirección del camino. Y, aun así, tener que admitir que era una de las grandes cosas que me habían pasado en la vida. Aun cuando sabía que nunca sería mío. Siempre dejaba un rastro de luz en la oscuridad.
Una verdadera bifurcación.
Y si pudiese volver hacia atrás, estaría segura que volvería a recorrerla. No me arrepentía de nada.
Su revelación de que no me amaba a mí, me había hecho comprender que me había salido del camino.
Darme cuenta del porqué nos habíamos cruzado, había sido una completa revelación.
Después de ganar el concurso, ya más tranquila, y cuando la noche de celebraciones llegaba a su fin, y entraba en casa, me encontré con la partitura de la canción que escribimos.
¿Realmente había estado tan ciega?
La mejor historia de amor narrada ante mis ojos y yo no era la protagonista de ella. Aún recordaba sus brillantes ojos cada vez que tocaba una nota de piano. No, no estaba escrita para mí. No me tocaba a mí vivirla…aunque sí cantarla.
Para eso se habían cruzado nuestros caminos. Lo había entendido, había recogido el guante y aceptaba el duelo gustosa.
Aquella historia se merecía la mejor narradora.
Se me escapó una sonrisa de autosuficiencia.
Estaba tan absorta empapándome por el ambiente, que no me di cuenta que me encontraba tras la cortina que dividía el escenario de los camerinos provisionales, hasta que una mano se posó en mi hombro. Me llevé la mano al corazón de la impresión.
—Eso no será nada comparado a cómo estará por la tarde. Será como tirarte al vacío.
Me volví para sonreír a Sandra Sony.
Excéntrica, exigente, sibarita y una gran profesional, Sandra era el regalo de la Diosa Fortuna me daba para apadrinarme como su favorita.
Veinticinco años trabajando como representante de una de las grandes discográficas de Los Angeles, me había acogido bajo su protección para pulirme.
No pude evitar mi entusiasmo cuando le dije:
— ¡Oh, nada de eso! Esto es como si tuviese alas para volar. ¡Tengo un nudo en el estómago!—me coloqué la mano allí. —Y una sensación de elevarme…
Se ajustó las gafas para observarme bien.
— ¡Cars, cariño! Si mis tres divorcios no me hubiesen matado el ideal del amor, creería que estás enamorada. ¡Oh, mierda, que digo! Esta sensación es mil veces mejor que el sexo.
Apoyó sus manos sobre mis hombros, y me susurró, cómplice:
—Dentro de unas horas, tendrás que demostrar de lo que eres capaz. Tú sólo canta y eclipsa. De los demás detalles me encargo yo. ¡Eso sí! ¡Cars, por favor! Los medios tienen mucha memoria. Contén tu lengua frente a Ingrid. La muchacha no tiene demasiadas luces, y sus preguntas serán estúpidas hasta hacerte rabiar. Recuerda que, junto al estrellato, vienen esos pequeños inconvenientes. Odio saber que te he convertido en estrella mediática cuando tu talento es tan evidente.
Me echó una mirada a mi vestuario. Mi trenza de raíz y mi vestido azul hielo. Definitivamente, parecía vestida para mimetizar con el ambiente invernal. El brillo en sus pequeños y meticulosos ojos indicaba que lo aprobaba.
Arrugó sus labios y me instó a entrar al camerino antes de que empezase el espectáculo.
—Emma está en maquillaje y la aficionada que tenemos como presentadora, se está poniendo de los nervios porque no se ocupan de ella. Ve a dar una vuelta por los alrededores para ver el ambiente. Eso os calmará a las dos.
Mientras caminaba ligera por los pasillos de los camerinos, en busca de maquillaje, me encontré con Sharon haciendo sus últimos ensayos, elevando aquella potente voz, característica de su raza, aunque ella se quejase que era un tópico de blancos para gente afroamericana.
Jason estaba firmando autógrafos a un par de chicas que habían burlado el control de seguridad, oyó el sonido de mis tacones contra el suelo y me dedicó una sonrisa de ánimo. Aquel era el verdadero espectáculo. La rivalidad mezclada por mutuo respeto y admiración.
Me detuve cuando vi a una chica arrinconada en una esquina, al borde del colapso, mordiéndose las uñas con acritud. Vestía de plateado, como una de mis coristas.
Se trataba de Amy, la más joven de ellas. Con sólo quince años, tenía un gran talento. Me admiraba y me había tomado como su ejemplo personal. Me había confesado, tímidamente, que cuando tuviese la mayoría de edad, ella se presentaría al concurso también. Sentía como un gran honor que el conservatorio de New York la hubiese escogido para interpretar mi canción como una componente del coro.
Era una chiquilla, y estaba realmente aterrada.
Con ternura, estreché su hombro, arropándola con mi brazo, y la abracé para que se tranquilizase.
Dejó de temblar tan compulsivamente como antes, pero aún estaba hecha un flan.
— ¡Oh, Cars! Estoy soñando con esto desde que era una cría, y mírame ahora… ¡Tengo la sensación que voy a caer al vacío!—repitió la misma frase que Sandra.
Le acaricié el pelo, colocando sus mechones en la coleta, para tranquilizarla, tal como hacía con Emma después de despertarse tras una pesadilla.
— ¡Ey!—Le susurré casi cantando —. ¡Nada de caerse al vacío! Recuerda que la gravedad actúa sobre todo cuerpo en la tierra. Sobrevivirás y será genial. Te lo prometo.
Jason acabó su canción Dreams ovacionado por el público. En especial por las fans quinceañeras cuyas hormonas reclamaban gritando palabras salidas de tono. Se merecía cada uno de ellos, no cabía duda. Lo había hecho muy bien. Sin embargo, yo sólo podía aplaudir como una autómata mientras, por dentro, estaba rabiando por salir de allí de una vez. Me era mucho más cómodo, aunque no me distraía del todo, estar acariciando el pelo de mi hermana pequeña para calmarla, como siempre hacía cuando tenía una pesadilla y acudía a mi cama para que la consolase. Ella estaba más alucinada que yo misma con todo el ambiente.
Mientras Ingrid— ¡oh, por favor! ¿No había nadie que le metiese el micrófono por el culo?—se pavoneaba con sus estúpidas preguntas y agarraba a Jason por todas partes como si de un pulpo se tratase, aprovechándose que lo tenía cerca. Estaba claro que la pobre no tenía idea de música, y estaba deslumbrada por Jason. Si yo hubiese tenido un cromosoma XY, el segundo hubiese quedado relegado en la lista de sus favoritos.
Tenía que admitir que Jason llevaba esto mucho mejor que yo. Se limitaba a sonreír abiertamente, contestando con naturalidad, incluso haciendo chistes, a las preguntas peliagudas.
Noté como Sandra me estaba presionando el hombro para recordarme como guardar la compostura. Y Nana me apretaba la mano, infundiéndome mucho ánimo.
Sonreí ausente cuando creí que Ingrid y el público me estaban insinuando que les encantaría que hubiese algo más entre Jason y yo. Era un completo encanto y un magnifico artista, pero, ¿sería él quien provocase un Big Bang, creando un universo exclusivo para nosotros? Estaba clarísimo que no. De haber sido mi alma gemela, yo lo hubiese sabido desde el principio.
Además, ni siquiera realmente le prestaba atención.
Por el rabillo del ojo, miraba al público en busca de una cara conocida.
Todos los días, desde que acabó el certamen hasta hoy, me entraban las dudas si había recibido mi paquete y, en caso afirmativo, cómo iba a responder a mi invitación. Él tenía que estar aquí para que toda la historia finalizase.
Mis esperanzas cayeron en saco roto. No había ningún rostro destacable entre el público. Todas las personas que querían que estuviesen a mi lado, se encontraban conmigo. Y papá y Meredith habían prometido no perderse la retransmisión desde su habitación de hotel en las Bahamas.
No me dieron demasiado tiempo para las penas.
Ingrid despidió a Jason, y mi acompañante, —si no recordaba mal, se llamaba Phil Dwyer—ya bajaba de su sitio en el estrado y se ponía a mi lado, ofreciéndome gentilmente la mano.
—La verdad que esto no necesita presentación, pero si no lo hago, no podré justificar ante mis jefes un aumento de sueldo… ¡Bien!—Ingrid hacía muy bien su papel, fingiendo gran entusiasmo con gritos mientras me estaba presentando — . ¡Y para todos nosotros! ¡Los que hemos sufrido con esta edición realmente reñida, donde si uno era bueno, el otro mejor! ¡La edición que nos ha dado a conocer a la nueva promesa de la música americana! ¡Caris Dashwood! ¡Oh, vamos cariño, no seas tímida! ¡Esto te lo has ganado!
Agradecí que Phil estuviese allí para ayudarme a incorporarme y caminar hacia el escenario, mis piernas se habían convertido en mantequilla derretida.
Intenté contener el nudo de mi garganta, y las lágrimas que me picaban los ojos y pugnaban por salir.
La gente me adoraba hasta la divinidad. Entonces, ¿por qué me estaba mostrando tan vulnerable?
—Esto sí que es un verdadero home run—me animó Phil.
¡Pobre hombre! Si no tenía mal entendido, él era el entrenador de algún equipo de baseball y le habían invitado a encender el árbol junto con nosotros, por la brillante temporada que estaba llevando. Pero, dada la ovación que estaba recibiendo, parecía que nada de esto iba con él. Le había visto acompañado de una mujer, algunos años mayor, que deduje que se trataría de su esposa. Esperaba que ella, por lo menos, sí le estuviese dedicando toda su atención.
Me dejaron al lado de Ingrid, que, con toda la confianza del mundo, me agarró del brazo atrayéndome hacia ella.
— ¡Caris, Caris, Caris!—odiaba que dijese mi nombre de manera tan estridente. En realidad, odiaba que alguien me llamase así. Sólo había habido una gran excepción, pero era como sonaba con su voz. Parecía que cuando me llamaba estaba cantando. — ¡Guapa, talentosa, joven! ¡Lo tienes todo para triunfar! ¡Incluso eres rubia!—Se tocó un mechón de pelo para hacer la gracia para el público. Y éste se la río. —Creo que estamos ante el blonde power. ¿Lo crees así? ¿Crees que has ganado el certamen por tu color de pelo?
Me caí en picado ante aquella pregunta y tuve que recomponerme antes de dar una respuesta correcta. ¿Era así de zorra tonta o lo tenía ensayado?
Estaba segura que había perdido el color en mi rostro, porque se me había caído la sangre a los pies. El público podía ver que mi sonrisa había desaparecido, porque me sentía desarmada.
Respiré profundamente.
"Vale, Cars", me dije, "a Sharon le ha hecho la misma jugarreta. No puedes echarlo todo a perder por una borde-line".
Estiré mis labios como si estuviese haciendo la mueca de una sonrisa. No era natural, pero esperaba que engañase al público durante los dos minutos que durase la entrevista.
"¿De verdad crees que en el certamen tiene los mismos criterios de evaluación que en la MTV, zorra de mierda?"
¡Hum! ¡No! Respuesta más que incorrecta.
—Ingrid, creo que no es justo que digas esas cosas—oí a mi propia voz tomar la iniciativa, melosa y bromista. Tomándomelo con buen humor. Mejor de lo que me esperaba, la verdad —. No me hubiera parecido justo para Jason y Sharon que yo ganase por eso. Ellos son verdaderos artistas, por lo que espero que mi victoria haya sido porque se ha pensado que yo merecía estar por delante.
El aplauso del público me dio a entender que había pasado aquel examen…y con nota.
Por el rabillo del ojo, vi como Sandra soltaba un suspiro de alivio y luego asentía.
¡Bien! No iba a llevar tan mal los minutos pre actuación. Y yo que pensaba que las cámaras y las entrevistas eran el grano en el culo de lo que verdaderamente era lo que me atraía de los escenarios.
Una vez, superada la primera pregunta trampa—aunque Ingrid no era demasiado inteligente para aquella clase de juegos—, pude bajar la guardia, ya que se limitó a las preguntas estándar. Mis proyectos de futuro, mis planes, dónde iba a grabar mi primer disco, qué me parecía mi nueva compañía discográfica…bla, bla, bla…
En algún momento, yo me encontraba lo suficientemente cansada y dejé de prestarla atención, contestando sus preguntas de manera automática. Tenía la vista fija en el público buscando un punto donde aferrarme.
Y como si hubiese caído una estrella, el deseo se cumplió.
Mi corazón me dio un vuelco y, por primera vez, sonreí de verdad.
Ausente y sin mirar hacia el escenario como el resto de la gente, pero estaba ahí.
Pensé que tenía asuntos más importantes qué hacer que cumplir la promesa de estar conmigo hasta el final. Bueno, quizás no. Pero su presencia era lo más importante.
Se nos había concedido tiempo para despedirnos. Nos encontrábamos en el punto exacto donde nuestro camino juntos se acababa y empezaban futuros diferentes.
Días antes, le hubiese cortado en pedacitos si realmente tuviese la capacidad de leer la mente. Nunca lo tuve realmente claro. Hubiera esperado que me estuviese lanzando un farol, riéndose de mí, mientras pensaba en toda clase de insultos por sentirme descubierta siendo una autentica pervertida. Aquellos pensamientos eran muy sucios. Había pasado de tener miedo a alguien similar a Riley a tener una serie de fantasías que mi nula experiencia en esos temas me permitía sobrepasar. ¡Tenía demasiada imaginación!
Pero ahora, necesitaba que aquello fuese cierto. Porque mi cabeza no paraba de gritar:
"Estás aquí".
Y se giró.
No me importaba el futuro en aquel momento. Sus ojos dorados estaban fijos en mí, y después de la sorpresa inicial, me había dedicado la más radiante de sus sonrisas.
"¡Hasta el final!"
—Cariño, ¿podrías decir en que te inspiraste para componer tu single?
La última pregunta de la presentadora fue el desencadenante para empezar a decir adiós.
Sin dejar de mirarle, contesté:
—Me he inspirado en todas las cosas buenas que te vas encontrando por el camino. Y sobre todo en aquellas personas que se cuelan en tu vida sin una invitación. Pueden estar cinco minutos o un mes, pero siempre te llevas algo de ellos que dará un nuevo sentido a tu vida. Bifurcaciones.
Respiré profundamente y continué:
—También, esas personas se llevan una parte de ti en el camino que tengan que recorrer. Y algo que yo le diría a esa persona no invitada a mi vida antes de tomar un rumbo distinto es: No dejes que los fantasmas del pasado te impidan alcanzar tu verdadera felicidad. ¿De verdad puedes renunciar a lo único que tiene sentido para ti? Es evidente que cuando la persona que amas está a tu lado, no existe nada más para ti. Con una mirada, todo lo que os rodea se desvanece y no existe más reglas que las de vuestro propio mundo.
Lo estaba diciendo en voz alta para que todos aquellos millones de personas fuesen testigos de mis palabras. Sólo esperaba que me hiciese caso y fuese realmente feliz.
Lo contrario, iría a contracorriente.
"¿De verdad aún dudas que ella no sea tu destino después de todo el amor incondicional hacia ti que había en su mirada?", le reté. "Hazme caso y sé feliz."
Y con cierta envidia sana, no por no poder tenerle, si no por aquel sentimiento que me gustaría experimentar algún día, añadí en voz alta:
—Eso es todo lo que me atrevería a desear para mí.
Me coloqué la manga sobre el codo para que me dejase libertad de movimiento. La muñeca donde llevaba el tatuaje estaba visible, y me coloqué la mano en el corazón a modo de homenaje.
No tardó en imitar mi gesto, y las lágrimas empezaron a expandirse por mis mejillas.
Era incapaz de moverme y retirar la mirada. Aquello era demasiado definitivo y, por muy convencida que estuviese que aquello era correcto, separarse de una parte de mí dolía de verdad. Por mucho que me quedase para seguir viviendo. Sobre todo, cuando había sido lo más bonito que mis ojos habían visto en mis veinte años.
Pero, a medida que mis pasos me guiaban hacia el piano, más evidente era que nuestros caminos se alejaban; él iba a continuar su historia; yo a contarla para que nunca lo olvidase.
Me senté al piano y busqué a Amy, quien temblaba como una hoja al viento. Sonreímos cómplices y pareció tranquilizarse.
Antes de empezar, y hacerme a la idea que aquello era real, miré la trayectoria del primer copo de nieve que caía.
¡Fue como magia!
Una gran energía acumulándose desde la más pequeña de mis células, siempre a punto de estallar, pero nunca haciéndolo, mientras tocaba el piano. Pero todo llegaba a su límite. Y entonces…
¡Bum!
Estallé.
La gran explosión.
Había conseguido crear mi propio universo dictando mis propias reglas.
Todo tenía sentido.
Definitivamente, aquello tenía que ser amor verdadero.
Era demasiado hermoso para que no hiciese ruido. Por eso me encantaba compararlo con una explosión.
He partido el epilogo en tres partes, más que nada por ser más práctico, y por la estructura. Como tengo que despedirme, con esta historia de vosotras, os vuelvo a recordar que si quereis algo de mí, podeis encontrarme por varias vías. En FB soy: Maggie Sendra y mi correo electrónico: bloody_maggie (arroba) hotmail (pto) es (se junta todo porque si no la página me lo borra.
