Disclaimer: Santa Meyer los Crea y ellos se juntan. Yo sólo los lío para crear esta historia. Los personajes que no reconozcais, son míos.

IMPORTANTE: Ya he recalcado la importancia de la las canciones en este fic, pero en las tres partes del epílogo recomendadisimo, casi, obligatorio, escuchar: Wings-Birdy. (Yo la cogí antes para el fic que "Vampires Diaries", así que de ahí no viene la inspiración.)


Wings covered By Edward Cullen.


Las luces se apagan, en el momento en el que nos perdemos y volvemos a encontrarnos. Entonces, al terminar la noche, tú me dijiste: "Recordaremos esta noche por el resto de nuestras vidas. -Birdy—Wings.


Las notas del piano se escapaban entre mis dedos, ligeras y fugaces, como si hubiesen deseado su libertad y fuesen a unirse al éter.

Reflexionaba sobre la pregunta de Caris sobre el amor verdadero.

Ésta, tumbada lánguidamente en el sofá, mordisqueaba el lapicero, intentando combinar las caóticas ideas con la escala musical, para llegar al proceso de una canción.

Meneé la cabeza escondiendo una sonrisa y volví la vista hacia la ventana, abstraído con las distintas gamas de grises que el cielo ofrecía. Aun habituado a vivir en Forks, la ausencia de sol por varios meses me estaba llevando a un estado apático, casi deprimente.

Sin embargo, tener a Caris cerca era como inyectarte una buena dosis de vitalidad y optimismo aunque ella misma se encontrase de tan mal humor por sentirse bloqueada con las palabras.

"Sol", oí que su mente reclamaba. Después, en voz alta, aunque un susurro para ella, intentaba combinar aquella palabra con las que ya tenía escritas de antes. Y después el doble trabajo de ajustarlo a un pentagrama.

Aquella palabra evocó uno de mis recuerdos favoritos. Más que eso. Un ritual que me encantaba y que me hacía más falta que el oxígeno para respirar.

Cerré los ojos con la intención de simular que quería dormir. Lo mejor de esto, soñar. Quería comprobar si era verdad que, deseándolo con todas mis fuerzas, podía estar donde yo realmente quisiera. O lo más importante, con quien.

Era casi real sentir bajo mi espalda aquel mullido colchón gastado por los años, hasta que los muelles intentasen clavarse en mi espalda. La colcha proporcionándome calor entre mis piernas; los tenues rayos de sol colándose por los agujeros de las persianas acariciando mi piel.

Pero el mejor efecto de aquello, era la luz que proyectaba sobre Bella.

Aún dormida, sus ojos reaccionaron molestos varias veces antes de abrirlos. Parpadeó varias veces confusa, aún creyendo que estaba dentro del sueño, incluso hizo aquel gesto tan gracioso de patalear mientras gruñía. Una vez casi despierta, sus pupilas se iban dilatando, fijas en mí. A medida que recuperaba la consciencia, sus labios se iban ensanchando en una sonrisa brillante.

Estiraba la mano para acariciar mi mejilla, y sin estremecerse por el frío, me dijo roncamente: "Buenos días".

Buenos días—le correspondí buscando sus dedos entrelazándolos con los míos.

Y a tan temprana hora, estábamos almacenando historias del ayer para hacer espacio a las nuevas del día de hoy.

Sin proponérselo, los pensamientos de Caris me devolvieron hasta su piso. Se limitó a mirarme fijamente, dejando mi propio momento vital, intentando ser lo más invisible posible. Incluso intentaba no pensar demasiado, como si intuyese que hasta sus pensamientos pudiesen ser molestos.

Le dediqué una sonrisa tierna.

Entrañablemente comprensiva.

Pero esta vez, no podía contenerse y me miraba ansiosa. Por algo que había leído en mi rostro, sabía que tenía alguna idea.

Me giré hasta donde se encontraba ella, carraspeé y recité:

El sol se cuela por la ventana, ilumina nuestra piel y nos trae recuerdos de largas noches en vela.

Arrugó el entrecejo unos segundos, después consideró aquellas palabras, empezó a copiarla en su cuaderno junto al resto de lluvia de ideas. Cuando las combinó con el pentagrama, empezó a canturrearla animadamente.

Y entonces pienso en ti—añadió.

Me tiró el cuaderno encajando perfectamente entre mis manos.

Quiero ver cómo suena con el piano.

Toqué las notas correspondientes, consiguiendo una melodía acorde con ello. Había algo más que técnica en todo aquello. Significaba que estábamos yendo por el buen camino.

Ambos sonreímos, más que satisfechos, con el resultado.

Y entre nubes y claros, tormentas, lluvia y claridad, pasamos la mayor parte de la mañana dejando que un chaparrón de ideas nos empapase.

Sueños e ideas locas de jóvenes enamorados.

Bailar sobre los techos de los coches mientras las luces de la ciudad se encendían.

Perdernos y encontrarnos en la noche hasta que las luces se volviesen a apagar.

Recuerdos de una noche que durarían toda la vida.

Y, sobre todo, pensamientos más rápidos que las alas volando hacia la persona que se amaba.

Caris cantó aquella parte mientras la acompañaba con el piano.

Pero algo no me encajaba del todo.

Volví a examinar el pentagrama y lo corregí.

Luego le exhorté a Caris que subiese unas octavas su voz, lo que no era algo difícil para ella.

Recuerda dónde vas a estar cuando estés cantando esta canción. Tienes que hacerlo alto y claro. Con una pasión que haga que la nieve se derrita. El público tiene que pensar que te estás declarando.

Mis palabras la hicieron reír. Meneó la cabeza moviendo suavemente sus rizos. Me miró con complicidad y me dijo:

No, no lo creo. Aquí el único que te estás declarando eres tú.

Me guiñó un ojo y continuamos trabajando.

No quise evidenciar que había un rastro de tristeza en aquellos labios estirados.

.

.

.

Me hubiera dado de bofetadas en mi fuero interno por no haber caído en la realidad. Incluso para una humana como Caris había resultado evidente. Me preguntaba si yo era demasiado transparente o, realmente Esme había tenido razón sobre el halo especial que nos rodeaba cuando nos enamorábamos.

Nunca más volvería a burlarme del sexto sentido de una mujer. Nunca más de las premoniciones de Alice.

Todas las alternativas que había habido a no estar con Bella, habían sido artificiales y difíciles, causadas por mis inseguridades y mis miedos. Había creado bifurcaciones que sólo habían conseguido alargar el camino. El futuro era sencillo de entrever. El camino más recto posible.

Seguramente habría visto antes que yo aquellas conclusiones y se estaría regodeando de haber tenido siempre razón, mientras se dedicaba a torturar al pobre Jazz con la fiesta de Navidad—aunque tenía un as en la manga que quería guardar en secreto y que me hacía entrar en alerta— que iba a celebrar para conmemorar que toda la familia estaba reunida. Sí, por fin todos en casa.

Y por eso me encontraba yo allí, en medio del Rockefeller Center, rodeado de una multitud imbuida del espíritu navideño, aunque este año sería muy diferente.

La MTV y los promotores del concurso se lo habían montado a lo grande. Si Caris se mostraba tan templada y ausente con el ambiente, controlando sus emociones y concentrándose en la historia que iba a contar sobre el escenario, aquello sería un paseo que le llevaría al estrellato.

Y había aprendido muy bien la lección.

Se encontraba sentada en el estrado creado para los cantantes, invitados al evento y familiares de éstos, fingiendo haberse entusiasmado escuchando a Jason Bright, el segundo clasificado de la competición. Esperando tranquilamente su turno, cogía entre sus brazos a Emma.

La criatura, al contrario de su hermana mayor, estaba completamente fascinada con todo lo que se había producido a su alrededor, desde las luces de navidad, las enormes pantallas colgadas de los edificios rodeando el espacio, hasta toda aquella gente que animaba con devoción a aquellos tres cantantes.

Caris, con ternura ausente, le acariciaba el pelo, mientras asentía a todo lo que le decía Miss Sony, —su ahora manager—, para aconsejarla sobre cómo comportarse e insuflarle ánimos.

Todas las palabras de ésta cayeron en saco roto cuando la anciana que estaba a su lado, Nana, la agarró de la mano fuertemente para inspirarla confianza.

"Kariatide, has sido destinada para este momento y otros mil más", le transmitió con su pensamiento.

Pero, por muy inalterable que intentase mostrarse, no se me escapó que no era tan hermética como quería aparentar. Vi cómo su zapato de color plata daba pequeños golpecitos de impaciencia, delatando cómo se moría de ganas de salir allí, y perderse en su canción, bañándose en la ovación de toda la gente que estaba allí sólo por ella.

Se me escapó una risa cuando sus pensamientos se volvieron groseros hacia Jason, que estaba abusando de su tiempo para deleite de sus fans femeninas, y la presentadora revelación de la MTV—quien no me había molestado en saber siquiera su nombre: menos de veinticinco, rubia con mechas de color rosa y con un sugerente con un vestido de cuero ajustado hasta la pantorrilla y un abrigo de cuero beige; no había manera de que pudiese prestarle el más mínimo de atención—, que parecía querer retenerle para su regocijo propio.

—Es sabido, querido mío, que partías como el gran favorito en esta edición del Symphonic Young Singers of America. —Su voz era increíblemente estridente y aguda para aguantarla demasiado tiempo —. Pero, este año no se han cumplido los pronósticos. Para pena de muchos tus incondicionales, y yo entre ellas—puso una mueca de perro apaleado para mostrar su aparente lástima por el hecho—, porque, la verdad, chico, tu primera actuación de Bon Jovi, me puso al borde del colapso. Pero, no pudo ser. —Se encogió de hombros —. Dime, cariño, a pesar de todo, ¿sigues estando satisfecho de lo que has conseguido? ¿Te imaginabas llegando así de lejos o te sientes decepcionado por no haber sido el primero?

Ahí fue cuando coincidí plenamente con Caris de meterle el micrófono por…mejor dejarlo en ese punto.

El jovencito dedicó una sonrisa deslumbrante a toda la multitud femenina que empezó a ovacionarle histéricamente.

—No voy a mentirte, Ingrid. Cuando vas a esta clase de concursos, por supuesto, vas a darlo todo. Y con la mano en el corazón—hizo el gesto—, te diré que sí iba de cabeza al primer puesto.

Se dirigió al estrado para mirar fugazmente a Caris, y añadió:

—Pero creo, que, en esta ocasión, se ha hecho justicia y ha ganado la mejor. Estoy más que satisfecho de haber quedado detrás de alguien tan… ¿cómo describir a alguien que supera la genialidad?—La gente le empezó a ovacionar mientras la tal Ingrid tiraba indirectas sobre algo más que una posible admiración. Caris fingía que todo aquello le hacía gracia, aunque realmente pensase que esto no iba con ella —. He conseguido el cariño del público y que una gran compañía discográfica me avale. El próximo año, grabaré mi primer disco en Miami. Por lo tanto, no ha salido nada mal, ¿verdad? Aunque cincuenta mil dólares más pobre, eso sí.

Tras terminar su actuación y recibir el aplauso de la gente, la presentadora le despidió con la recomendación de hacer un dúo con Caris.

—Aunque sería una pena que esta bonita pareja no se consolidase para algo más.

Tras un silbido insinuante bastante globalizado, Ingrid empezó a saltar por todo el escenario, para llegar al momento cumbre, lo que todo el mundo había estado esperando durante horas de intenso frío. Y antes de anunciarlo, el público ya estaba frenético, aplaudiendo y coreando su nombre.

—La verdad que esto no necesita presentación, pero si no lo hago, no podré justificar ante mis jefes un aumento de sueldo… ¡Bien!—Se puso el micrófono demasiado cerca de su boca y empezó a chillar —. ¡Y para todos nosotros! ¡Los que hemos sufrido con esta edición realmente reñida, donde si uno era bueno, el otro mejor! ¡La edición que nos ha dado a conocer a la nueva promesa de la música americana! ¡Caris Dashwood! ¡Oh, vamos cariño, no seas tímida! ¡Esto te lo has ganado!

Intentando aparentar impasibilidad, aunque realmente emocionada por la exaltación a su alrededor, Caris se levantó para dirigirse hacia el escenario, agarrada de un hombre que apenas llegaría a los treinta años.

Mientras caminaba elegantemente, sin ningún tropiezo a causa de sus tacones plateados, me di cuenta que no podía dejar de mirarla.

Aquel era su día e iba increíblemente apropiada para ello. ¡Realmente guapa!

Peinada con su ya característica trenza de raíz, que lucía aún más dorada por el efecto de los focos, un abrigo de plumas de cisne que le llegaba a la cintura,—el cual, Alice, quien seguramente no se estaría perdiendo el concierto desde nuestra pantalla de sesenta pulgadas del salón de la casa de Chicago, ya estaría añadiendo a su lista de Santa Claus, o Santa Jazz, aquella nueva adquisición para su armario—, todo ello encumbrado por un asimétrico vestido hasta las rodillas color azul metálico, coronándola como una auténtica reina de hielo. Como si tuviese el efecto de fundirse con los primeros copos de nieve.

Para los ojos humanos, irradiaba el mismo destello que una divinidad olímpica. Incluso para mí, había adquirido una cualidad de criatura sobrehumana mayor que la mía. Y con ello había perdido parte de la belleza que había constituido la Caris humana que yo había conocido. Quizás fuese la pena de saber que ya habíamos dejado de recorrer el mismo camino.

Pero si yo había estado horas atrapado entre dos aeropuertos y un avión, para luego meterme en un autobús hasta Manhattan, abarrotado de dispares pensamientos y olores corporales, y me hubiese dejado estafar cien dólares por un simpático taxista que no paraba de parlotear sobre sus planes navideños, no había sido por ella.

Con un equipaje tan ligero como los bolsillos de mis pantalones y el abrigo llenos de esperanzas renovadas, había volado hasta New York sólo por algo que creía perdido, pero que, una y otra vez, volvía a mí. Sólo a mí.

Y el primer indicio lo tuve cuando Ingrid empezó a hacerle estúpidas preguntas a Caris y yo pude fijarme en su acompañante. Se trataba de Phil.

El buen hombre no se sintió resentido ni decepcionado por haber sido eclipsado por la joven a la que acompañaba; para él era suficiente reconocimiento encontrarse allí para encender el árbol.

Encontrado el primer eslabón de la cadena, sólo tenía que rastrear hasta el siguiente. Fue relativamente sencillo. Se trataba de seguir el único pensamiento que realmente se sentía feliz de ver a su marido allí. Como era habitual en ella, Reneé—varios estrados hacia arriba del escenario sentada—tenía una mente clara y lucida. Era tan fácil de leer como un libro abierto. Ahora sólo se trataba de buscar a su alrededor el único punto negro de pensamientos. Lo único que estaría en completo silencio.

Mi ilusión cayó en picado sobre mis pies cuando oí los pensamientos de alrededor de Reneé, los cuales eran increíblemente ruidosos…y masculinos. Se trataban de dos jugadores de los Suns, el equipo que estaba entrenando Phil y que habían sido los más destacados de la temporada.

Una parte de mí se había temido que no la encontraría allí. Aquel no era un sitio que ella hubiese elegido estar, y así se había evidenciado. Pero como si me hubiese tratado de un nuevo adepto a la secta felicidad, había creído cada una de las predicciones de Alice que nos encontraríamos allí.

Solté el vaho pesadamente.

Había sido una gran decepción, pero no me había rendido. La encontraría, aunque tuviese que poner patas de arriba la Gran Manzana.

"¡Estás aquí!"

Aquel pensamiento me distrajo, por el momento, de mis preocupaciones. Me giré y me topé con unos brillantes ojos marrones que rápidamente atraparon los míos.

Confusión y halago.

Del centenar de miles de ojos que se encontraban únicamente pendientes de ella, aún tuvo el gran detalle de encontrar y mantener fija su mirada en el único ser que no la estaba haciendo caso. Aquello me conmovió demasiado. En su gran momento, me regalaba una parte de su tiempo.

Una punzada de culpabilidad me azotó cuando creyó que yo estaba allí, en medio de aquella plaza, aguantando gritos y ovaciones, por una promesa arrancada.

"Hasta el final".

Muy poca gente, incluyendo a mi familia, me había mostrado tal grado de lealtad. Y no podía dejar de recompensándoselo que dedicándole toda mi atención el margen de tiempo que se nos había concedido.

Agradecimiento. Aquel era el sentimiento más predominante.

Caris no dejó de mirarme cuando Ingrid le dirigió la última pregunta antes de su actuación.

—Cariño, ¿podrías decir en que te inspiraste para componer este single?

Compartimos una sonrisa cómplice antes que ella empezase a susurrar, aunque el sonido del micrófono aumentaba la voz hasta cien veces su intensidad.

—Me he inspirado en todas las cosas buenas que te vas encontrando por el camino. Y sobre todo en aquellas personas que se cuelan en tu vida sin una invitación. Pueden estar cinco minutos o un mes, pero siempre te llevas algo de ellos que dará un nuevo sentido a tu vida. Bifurcaciones.

Respiró profundamente y siguió:

—También, esas personas se llevan una parte de ti en el camino que tengan que recorrer. Y algo que yo le diría a esa persona no invitada a mi vida antes de tomar un rumbo distinto es: No dejes que los fantasmas del pasado te impidan alcanzar tu verdadera felicidad. ¿De verdad puedes renunciar a lo único que tiene sentido para ti? Es evidente que cuando la persona que amas está a tu lado, no existe nada más para ti. Con una mirada, todo lo que os rodea se desvanece y no existen más reglas que las de vuestro propio mundo.

Tardé más de lo debido en caer en la cuenta de lo que se refería. En realidad, ella sí había estado más pendiente de mí de lo que creía. La noche de su segunda actuación, cuando Bella había vuelto a buscarme. Un brote de culpabilidad me abrumó, pero se sofocó cuando comprendí, por su radiante sonrisa, que ella no me guardaba rencor.

"¿De verdad aún dudas que ella no sea tu destino después de todo el amor incondicional hacia ti que había en su mirada?", me retó mentalmente. "Hazme caso y sé feliz".

Y con ojos entornados y soñadores, volvió a murmurar para todo el mundo:

—Eso es todo lo que me atrevería a desear para mí.

Se puso la mano derecha sobre el corazón, haciendo que la manga del abrigo se deslizase sobre el codo, dejando entrever su tatuaje.

Comprendí que aquella era nuestra despedida. Después de aquella encrucijada, seríamos completos extraños corriendo en dirección contraria.

Imité su gesto y no la despegué de su pecho hasta que sus ojos—y pensamientos—empezaban a alejarse de mí. Antes de que girase la cabeza, creí que las lágrimas se habían escapado de sus ojos. A mi pesar, tenía un nudo en la garganta. Hacía tiempo que no decía adiós a alguien, y nunca llegué a darme cuenta de lo mucho que costaba. Realmente duro.

Parecieron pasar horas entre los interminables segundos que pasaron entre que se dirigía a su piano, compartía una mirada de complicidad con una de las jóvenes de su coro, mucho más nerviosa que ella, y empezaba a concentrarse en el piano.

Unos segundos más para hacerse a la idea de perderse en su propia dimensión. Recorrió mentalmente la caída del primer copo de nieve, y entonces, empezaron a sonar las primeras notas del piano.

¡Lo consiguió!

Con tan sólo la primera estrofa de la canción, había logrado que una atronadora masa de personas pasase de gritar, aclamándola, a permanecer en el más absoluto silencio, reduciendo sus múltiples pensamientos a uno sólo; sus respiraciones a un solo compás; y miles de un corazón latiendo al ritmo de uno sólo.

En pleno Rockefeller Center, sólo se podía oír el sonido de los copos de nieve chocar contra el suelo, moviéndose acompasadamente, a la voz de Caris con el piano.

Estaba siendo testigo de cómo se había congelado el tiempo a mi alrededor, siendo un testigo de excepción.

Me adelantaba mentalmente a lo que estaba cantando, porque cada nota tenía un significado diferente para mí. Cada una de ellas tenía un recuerdo único e inigualable de la persona que me había inspirado esa canción.

Y gracias a la magia de la voz contralto de Caris, aquel rincón de la ciudad y en aquel momento, tendría la esencia de Bella.

Mi amargura empezó a incrementarse a medida que la nevada crecía en intensidad.

Yo había creado todo esto para ella, una declaración de amor en toda regla y no estaba allí para escucharlo.

La nieve se fundía inexorable sobre mi piel pero yo no podía sentir el frío.

El nudo que se había formado en mi garganta estaba desapareciendo. Sí, estaba seguro que una parte de mí se había desprendido y desaparecido para siempre para irse con Caris. Tal vez, Carlisle no estuviese tan equivocado con la posibilidad de poseer alma. Pero por muy doloroso que fuese erradicar algo de mí, no era nada comparado con lo que venía a continuación. Ya era hora de hilar con otra persona el hilo de existencia.

Ahora sí lo tenía seguro.

Lo mejor de nuestras vidas aún estaba por llegar.

Cerré los ojos deseando con todas mis fuerzas guardar aquel instante en un baúl de mi mente para poder recordarlo toda mi existencia.

"Edward".

Sólo existía una voz que conseguía estremecerme de emoción con tan sólo mencionar mi nombre.

Pero había sido tan tenue que creí que había sido un producto de mi imaginación.

Sólo, cuando la voz se volvió más firme, y pude captar aquella esencia, que en un pasado había significado mi perdición, y ahora constituía mi redención, acompañado de aquella música incomparable que constituía su frenético ritmo cardiaco, comprendí que era real.

No era tan bueno imaginando con tanto detalle.

Se trataba de nuestra conexión espiritual—simpatías naturales, bien lo había definido Charlotte Brönte—, interactuando a nuestro alrededor.

Impaciente, me giré bruscamente, hallando en un par de filas de personas, a lo más bello que mis ojos jamás verían.

Parcialmente protegido con un gorro de lana azul, su pelo castaño suelto y encrespado, parcialmente mojado por efecto de la nieve; sus mejillas sonrojadas; sus ojos color chocolate, anegados en lágrimas y una sonrisa radiante que expresaban miles de emociones: amor absoluto, devoción, agradecimiento, calidez y lo más importante, el sentimiento de saber que a partir de aquella noche nos perteneceríamos el uno al otro para el resto de nuestras vidas.

Aquella sonrisa había conseguido exorcizar todos los demonios de mi existencia. Sin miedos, sin inseguridades que volviesen a enturbiar nuestro futuro. Y aun echando de menos pequeños detalles de su existencia humana, veía que todo lo que estaba por venir sería mil veces mejor que lo que dejábamos atrás.

Y con aquella canción resonando hasta la esquina más lejana de aquella plaza, escuchada por miles de personas, había comprendido que era mía y se la dedicaba a ella con todo mi ser. Hasta el tuétano de sus huesos se había empapado en lo intenso que sentía por ella. Y sólo se trataba de una milésima parte.

Sintiéndose ridícula por estar llorando, se limpió las lágrimas con la manga de su anorak; luego hizo un esfuerzo importante para contenerse, inspiró profundamente y, cuando estuvo casi segura de que lo tenía bajo control, levantó la mano izquierda y la giró para que comprendiese que había un dedo donde le faltaba algo.

Fingí hacer un puchero mientras palpaba el bolso de mi abrigo y le indiqué que había algo para ella. Saqué la cajita y la abrí, alzándola alto para que viese que su anillo estaba a buen recaudo.

Me reí entre dientes cuando me hizo señas para que se lo devolviese. Se quedó confundida cuando negué con la cabeza y lo volví a meter en el bolsillo.

Le indiqué con el dedo que había una condición. Frunció el ceño, mientras parecía preguntarme que quería que hiciese.

Después extendí mis brazos hacia ella, dejándola claro que aquella tarde sólo necesitaría un gran abrazo calentito y millones de besos con sabor a fresas.

Aunque sólo en ese momento…

Todas las fuerzas de la naturaleza recayeron contra mí, en forma del fuerte abrazo que Bella me proporcionaba. Me había pillado tan de sorpresa, tan impulsiva, que tuve que echar para atrás el pie para mantener el equilibrio. Su cuerpo se amoldó a la perfección al mío, como siempre había sido.

Y las notas de piano, previas al estribillo, siempre habían sido el momento culmen de una gran canción.

Como la de dos labios que se estaban buscando, y poco a poco, se iban a encontrar.


Nos queda poco para despedirnos. Lo dicho anteriormente: Si me queréis encontrar, en FB: Maggie Sendra; y si quereis escribirme (escribir, no insultar): bloody_maggie (arroba) hotmail (pto) es (todo junto)