Holaaaaas! como tan? espero ke bien, yo aki trabajando por la vida aer si termino el capitulo de el misterio del caballero del fenix, sii me keda pokito, es ke me cuesta un pokito darle de relatora deportiva asi ke tenganme paciencia T.T pero para ke no se me aburran aki les subo un nuevo capitulo...
Les recuerdo, ni los personajes de rurouni kenshin, ni la historia original me pertenecen, asi ke no me demanden, yo solo tome a estos dos y los meti a la juguera y salio este mamotrejo extraño jajajaja
Bueno beshos a todas... nos vemos abajoooo
Capitulo 6.
Kenshin fue a buscarla a las cinco de la mañana, antes de que la familia se levantara. En cuanto Kaoru oyó el movimiento del piso de abajo, supo que sólo podía tratarse de una persona. Nadie se vistió jamás más aprisa que ella.
— Has tardado mucho — protestó Kenshin mientras la conducía al lugar donde había dejado los caballos — . Comida — dijo señalándole las abultadas alforjas.
Fue bueno que estuviera diciendo la verdad en cuanto a saber montar, pensó
Kaoru horas después mientras lo seguía por la ladera de la montaña.
Se dirigieron hacia el oeste, pasando por la propiedad de Himura hacia las Montañas Rocosas. Cabalgaron por el terreno llano hasta llegar a las montañas.
Kenshin iba adelante indicándole el camino hasta que el paisaje cambió y el terreno se cubrió de pinos y de formaciones rocosas. Se detuvieron para observar la maravillosa vista de Chandler a lo lejos.
— ¿Cómo encontraste este lugar? — preguntó ella casi sin aliento.
— Para divertirte, tú montas en bicicleta y tomas té con otras personas. Yo vengo hasta aquí — mientras desmontaba le señaló una empinada elevación y agregó — : Tengo un refugio allí, pero es bastante rústico, no es para una dama.
Kaoru desmontó mientras Kenshin sacaba los alimentos de las alforjas.
Se sentaron en el suelo a comer y conversar.
— ¿Cómo ganaste tu fortuna? — le preguntó Kaoru.
— Cuando Fenton me echó de su casa, me fui a California. Tomoe me había dado quinientos dólares y los utilicé para comprar una mina de oro agotada. Conseguí rescatar unos dos mil dólares en oro de aquel lugar y con ello compré tierra en San Francisco. Dos días después la vendí por casi el doble de lo que había pagado. Compré más tierra, la vendí, compré una fábrica de clavos, la vendí, compré una pequeña línea de ferrocarril, la vendí... ¿Entiendes, más o menos?
— ¿Sabías que Tomoe Fenton ha quedado sola? — le preguntó Kaoru como al pasar.
— ¿Desde cuándo?
— Creo que su marido salió de viaje y esta desaparecido hace unos meses.
Kenshin observó a Kaoru durante largos instantes, como si la viera por primera vez.
— Es gracioso cómo terminan a veces las cosas¿no?
— ¿A qué te refieres?
— Si no te hubiera invitado a mi casa, tu hermana no habría salido con Sagara, y tú te casarías con él ahora.
Ella contuvo la respiración.
— Y si tú hubieras sabido que Tomoe estaba libre, no me habrías invitado a tu casa. Puedes romper nuestro compromiso en cualquier momento. Si prefieres a...
— ¿No vas a comenzar con eso otra vez, no? — repuso él poniéndose de pie — . ¿Por qué no intentas cambiar de tema, para variar?
Kaoru se puso de pie, aliviada.
— Pensé que tal vez...
Kenshin se volvió hacia ella y la abrazó.
— Maldita mujer, hazme el favor de cerrar la boca — añadió y la besó.
Kaoru obedeció.
El martes temprano, Willie anunció a Kaoru que la señorita Lavinia LaRue se reuniría con ella en el parque Fenton a las nueve.
Lavinia era una mujer de baja estatura, de tez oscura, de enormes pechos y vestida de forma llamativa.
— Buenos días, señorita LaRue. Ha sido muy amable de su parte acceder a verme tan temprano.
— Para mí es tarde. Todavía no he podido acostarme. Así que usted es la mujer que va a casarse con Kenshin. Le dije que se podía comprar una dama si quería.
Kaoru la miró con frialdad.
— Oh, está bien — exclamó Lavinia — . ¿No esperaba que la felicitara, no? Después de todo, me está quitando una fuente de ingresos.
— ¿Eso es todo lo que significa el señor Himura para usted?
— Es un buen amante, si a eso se refiere, pero a decir verdad, me asusta. Nunca sé lo que desea de mí. Por un momento se comporta como si no me soportara, y en seguida, es como si toda yo no le bastara.
Kaoru sabía que ella sentía lo mismo pero no lo dijo.
— ¿Para qué quería verme?
— Pensé que quizá podría contarme algo sobre él. Hace muy poco que lo conozco.
— ¿Se refiere a cómo es en la cama?
— ¡No, claro que no! — no le gustaba la idea de pensar en Kenshin con otra mujer — . Como hombre¿qué puede decirme de Kenshin como hombre?
Lavinia dio un paso atrás y volvió la espalda a Kaoru.
— Sabe, una vez pensé algo, pero ahora sé que era estúpido.
— ¿Y qué era?
— Siempre actúa como si nada le importara, pero una vez vio por la ventana a su amigo Aoshi del brazo de una mujer. Me preguntó si Aoshi me gustaba. Pero antes de que yo pudiera contestarle se fue. Entonces pensé que era un hombre que jamás había recibido amor. Claro que eso no puede ser cierto, un hombre con tanto dinero debe de tener muchas mujeres que lo amen.
— ¿Usted lo ama? No a su dinero, sino a él. Si el señor Himura no tuviera dinero...
— Si no tuviera dinero, no me acercaría a él. Ya se lo he dicho, me asusta.
Kaoru sacó un cheque del bolsillo.
— El presidente del banco tiene instrucciones de cambiarle este cheque sólo si comprueba que usted compró un billete para mudarse de estado.
Lavinia tomó el cheque.
— Acepto el cheque porque quiero dejar esta ciudad de una vez. Pero ningún dinero podría comprarme si no quisiera irme.
— Por supuesto que no. Otra vez, gracias, señorita LaRue.
El martes por la tarde, justo cuando Kaoru comenzaba a fatigarse de los preparativos para la boda, Leora Vaughn y su prometido Jim Michaelson pasaron por la casa Kamiya en una bicicleta tándem. Le preguntaron a Kaoru si podría convencer a Kenshin para que alquilara otra bicicleta y fueran juntos al parque.
Kaoru decidió ponerse los pantalones de Megumi; En cuando estuvo cambiada, sus amigos la llevaron en el manubrio de la bicicleta hasta la casa de Kenshin.
— ¡Maldición! — oyeron que exclamaba Kenshin por la ventana abierta.
— Iré a preguntarle — dijo Kaoru.
— ¿Crees que le molestaría si aguardáramos dentro? — sugirió Leora mientras estudiaba con ansiedad el frente de la casa.
— Creo que le encantará.
Kaoru nunca sabía cómo la recibiría Kenshin, pero esta vez él pareció contento de la diversión. Dudó un poco sobre la bicicleta ya que jamás se había subido a una antes, pero logró dominarla en cuestión de minutos y luego comenzó a desafiar a los otros hombres del parque para correr carreras.
A la tarde, cuando devolvieron las bicicletas, Kenshin afirmó que compraría una fábrica de bicicletas.
— Quizá no obtenga mucho dinero con eso, pero a veces me gusta apostar. Como ahora, que acabo de comprar acciones en una compañía que fabrica una bebida llamada Coca-Cola. Quizá llegue a perder todo — se encogió de hombros — . No se puede ganar siempre.
Por la noche, se reunieron en la casa de Sarah Oakley.
Kenshin era el mayor del grupo, pero para él todos los juegos eran nuevos y aparentemente se divertía a lo grande. Además, siempre parecía sorprendido de que esa sociedad joven lo aceptara.
Y no porque fuera una persona fácil de aceptar. Era muy poco diplomático, intolerante ante cualquier idea con la que no estuviera de acuerdo y siempre agresivo. Le dijo a Jim Michaelson que era un tonto por conformarse con dirigir el negocio de su padre, que debería expandirse y hacer algunos negocios en Denver si pensaba quedarse para siempre en Chandler. A Sarah Oakley le sugirió que tendría que pedirle a Kaoru que la acompañara a comprarse vestidos porque los suyos no eran tan bonitos como deberían serlo. No le gustaron las cortinas de la señorita Oakley y al día siguiente le envió cincuenta metros de terciopelo de la mejor calidad desde Denver. Reventó una de las gomas de las bicicletas alquiladas y le gritó al dueño durante veinte minutos que la mercadería que alquilaba no era de buena calidad. Aseguró a Cordelia Farrell que ella podía conseguir un hombre mucho mejor que John Silverman, y que lo único que John quería era que alguien se ocupara de sus tres hijos, que habían quedado huérfanos de madre.
Kaoru deseó que se la tragara la tierra cuando Kenshin invitó a todos a cenar el miércoles por la noche.
— Todavía no tengo amueblado el piso de abajo — comentó Himura — de modo que nos arreglaremos con unos almohadones sobre la alfombra, con velas y todo, tal como hizo Kaoru una noche.
Las tres mujeres dejaron escapar risitas maliciosas mientras miraban el rostro encendido de Kaoru. Kenshin preguntó:
— ¿He dicho algo malo?
Kaoru no tardó en darse cuenta de que todo lo que estuviera relacionado con Kenshin incluía una discusión; y era algo más que un intercambio verbal. El martes por la noche, Kaoru le pidió que firmara unas tarjetas en blanco, para entregarlas en las cajitas con pastel que se daban como souvenir el día de la boda.
— ¡Por supuesto que no lo haré! — exclamó él — . No pondré mi nombre en ningún papel en blanco. Pueden escribir cualquier cosa arriba de mi firma.
— Es una tradición — replicó Kaoru — . Todas las parejas firman las tarjetas que se colocan en las cajas con el pastel que los invitados se llevan a sus casas.
— Pueden comer el pastel en la fiesta. No necesitan cajitas. Se derretiría.
— Pero es para soñar, para pedir deseos...
— ¿Quieres que firme estas tarjetas en blanco para algo tan tonto como eso?
Kaoru perdió esa batalla, pero logró que él contratara hombres para que ayudasen a las damas a bajar de los carruajes y a mujeres para que convirtieran la salita de estar de Kenshin en un guardarropa.
— ¿A cuántas personas piensas invitar?
Ella miró la lista.
— Serán unas quinientas. La mayoría de los parientes de Sanosuke, viajarán desde el este. ¿Deseas invitar a alguien más además de tus tíos y primos, los Himura?
— ¿Mis qué?
Volvieron a discutir, y Kaoru volvió a ganar. Kenshin afirmó que jamás había visto a sus parientes y que tampoco tenía deseos de conocerlos. Kaoru sostuvo que los invitaría de todas formas. Por alguna razón, Kenshin no quería que asistieran y después de discutir durante varios minutos explicó que temía que se presentaran con ropas de minero.
Kaoru lo llamó esnob. Ella pensó que prefería morir antes que confesarle que ya se había ocupado de procurarle la ropa adecuada a su familia, y a cuenta de él, claro.
Antes de que Kenshin respondiera. Tokio entró en la habitación, los saludó y se sentó a bordar.
Kenshin acudió a Tokio y esta le dijo:
— Entonces, tendrá que comprarles ropa.
Cuando por fin Himura se fue a su casa. Kaoru sintió como si hubiese sobrevivido a una tempestad, pero él seguía como siempre. La besó en el vestíbulo y le dijo que la vería al día siguiente.
— ¿Siempre tendremos que discutir? — preguntó cansada mientras se sentaba junto a su madres.
— Creo que sí — respondió Tokio en tono jovial — . ¿Por que no tomas un buen baño caliente?
— Necesito un baño que dure tres días — contestó Kaoru poniéndose de pie.
Kenshin permaneció de pie delante de los ventanales de su oficina con un cigarro en la boca.
— ¿Piensas trabajar o seguirás soñando? — le preguntó Aoshi, a sus espaldas.
Kenshin no se volvió.
— Sólo son unos niños — comentó Kenshin.
— ¿Quiénes?
— Kaoru y sus amigos. Nunca han necesitado crecer ni preguntarse de dónde sacarían dinero para la próxima cena. Kaoru cree que la comida proviene de la cocina, la ropa de las modistas y el dinero del banco.
— No estoy seguro de que tengas razón. Me parece bastante sensata, y el hecho de que Sagara la dejara la ha hecho crecer bastante. Esas cosas significan mucho para una mujer.
Kenshin se volvió para mirar a su amigo.
— Se ha consolado bastante bien — afirmó señalándole la casa.
— No estoy tan seguro de que vaya sólo detrás de tu dinero — replicó Aoshi pensativo.
Kenshin resopló.
— Sin duda se debe a la forma delicada con que manejo una taza. Quiero que la observes bien.
— ¿Quieres decir que la espíe?
— Está comprometida con un hombre de dinero. No quisiera que la raptasen.
Aoshi levantó una ceja.
— ¿Se trata de eso o te preocupa que vuelva a ver a Fenton?
— Cada miércoles pasa más tiempo dentro de esa iglesia y quiero saber qué hace.
— Entonces estás preocupado por el apuesto reverendo Gensai.
— ¡No estoy preocupado por nadie! — gritó Kenshin — . Sólo haz lo que te digo y vigílala.
Con una mirada de desaprobación, Aoshi se puso de pie.
— Me pregunto si Kaoru tiene alguna idea de dónde se está metiendo.
Kenshin miró hacia la ventana.
— Una mujer haría cualquier cosa para poseer dinero.
Aoshi no le respondió y salió de la habitación.
Kaoru se colocó las pesadas ropas de Kaede, y se subió a su carro para dirigirse a la mina Pequeña Pamela. Había hablado con el reverendo Gensai y decidieron que estaba bien que le hablara a Misao sobre la futura boda. Kaoru prefería pensar que Misao estaba más segura ignorando la verdadera identidad de Kaede, pero el reverendo le aseguró que hacía tiempo que Misao conocía el secreto.
Mientras Kaoru se dirigía hacia las minas, comenzó a sentir la urgente necesidad de hablar con Misao. Misao parecía tranquila y sensible y aunque ella no conociera a Kenshin, era su prima.
Kaoru logró pasar el puesto de guardia sin dificultad y se dirigió de inmediato hacia la casa Himura.
Misao la estaba aguardando.
— ¿Ningún problema? — le preguntó, y la miró a los ojos — Me alegro de que lo sepas — le dijo con suavidad.
— Distribuyamos la comida para poder hablar — replicó Kaoru.
Horas después regresaron a la casa de Misao. Kaoru extrajo un paquete de té del bolsillo y se lo ofreció a Misao.
— Para ti.
Permanecieron en silencio mientras Misao preparaba el té, y luego, cuando ambas estuvieron sentadas, esta comentó:
— De modo que estaremos relacionadas por el casamiento.
Kaoru mantuvo el vaso de té en sus manos.
— Dentro de cinco días. ¿Vendrás, no es así?
— Por supuesto. Sacaré mi traje de Cenicienta del armario e iré en mi carroza de cristal.
— No tienes que preocuparte por ello. Ya he organizado todo lo necesario. Jacob Fenton otorgó permiso a los Himura para entrar y salir de las minas. Mi modista está aguardándote y el señor Bagly, es sastre, ya tiene sus instrucciones. Lo único que debes hacer es traer a tu padre, a Hiko y Soujiro.
— ¿Eso es todo? — le preguntó Misao sonriendo — . Con mi padre no habrá problemas, pero con Hiko será diferente. Y por desgracia, Soujiro es igual a su tío.
Con un suspiro, Kaoru miró el vaso que tenía en la mano.
— Déjame adivinar. En primer lugar, no sabes si a Hiko le gustará la idea de asistir a la boda, porque es totalmente imprevisible. Podría reír y alegrarse de acudir o podría gritar y negarse.
Por un momento, Misao la observó con la boca entreabierta.
— No me digas que Kenshin es un verdadero Himura.
Kaoru se puso de pie y se acercó a la ventana y permaneció en silencio durante algunos minutos.
— ¿Por qué te casas con él? — preguntó Misao
— En realidad, no lo sé — respondió Kaoru — . Sanosuke y yo éramos la pareja perfecta. Durante todos los años en que estuvimos comprometidos, dado que ambos éramos unos niños, no peleamos ni una sola vez. Tuvimos, sí, algunos problemitas cuando crecimos — Kaoru recordó la furia de Sanosuke cuando ella se había negado a que le hiciera el amor — . Pero casi siempre estábamos de acuerdo. Si yo quería cortinas de color verde, Sano quería cortinas de color verde también. Había una armonía perfecta entre nosotros.
Kaoru miró a Misao.
— Luego conocí al señor Himura. No creo que hasta ahora hayamos podido tener una sola conversación armoniosa entre nosotros. A veces me encuentro chillándole como si yo fuera una mujer gritona. El día después de acceder a casarme con él le partí una jarra de agua en la cabeza. Un momento, estoy furiosa con él, y al siguiente, siento deseos de rodearlo con mis brazos y protegerlo — Kaoru se sentó y apoyó el mentón sobre las manos — . Estoy tan confundida. Ya no sé lo que quieren decir las cosas. Amé a Sanosuke durante tanto tiempo, estaba tan segura de mi amor por él, pero ahora sé que si me dieran a elegir, me quedaría con Kenshin.
Kaoru levantó la cabeza y miró a su amiga.
— ¿Por qué¿Por qué querría vivir con un hombre que me pone furiosa, que me hace sentir como una cualquiera, que me persigue como si fuera un sátiro y luego me aparta a un lado y me dice: "habrá mas de esto luego, muñeca", como si fuera yo quien lo hubiese perseguido? A veces me ignora, y otras, me mira de reojo. A veces me cautiva. No me respeta; me trata como si fuera un niño retrasado y luego cambia, me entrega una enorme suma de dinero y me pide que lleva cabo la tarea de diez hombres juntos.
Kaoru se puso de pie.
— Debo de estar loca. Ninguna mujer en su sano juicio se casaría de esta forma. No teniendo bien abiertos los ojos. Podría comprenderlo si estuviera tan enamorada de un hombre que no viera sus faltas. Pero a Kenshin lo veo tal como es: un hombre vanidoso, un hombres sin vanidad. Digas lo que digas sobre él, siempre existe una contradicción.
Kaoru volvió a sentarse.
— Estoy loca. Completamente loca.
— ¿Estás segura? — le preguntó Misao con suavidad.
— Oh, sí, estoy segura — respondió Kaoru — . Ninguna otra mujer...
— No, me refiero a estar tan enamorada de él como para no ver sus faltas. Siempre he pensado y esperado que si alguien me amara, conociera también todos mis puntos débiles y que me amara de todos modos. No quisiera a un hombre que me creyera una diosa porque luego descubriría que tengo un carácter pésimo, y entonces tendría miedo de que no siguiera amándome.
Kaoru miró a Misao con sorpresa.
— Pero amar a alguien significa... — balbuceó Kaoru.
— Sí¿qué significa amar a alguien? — repuso Misao.
— Querer estar con esa persona — contestó Kaoru poniéndose otra vez de pie para acercarse a la ventana — . Querer estar a su lado en la enfermedad como en la buena salud, querer tener hijos con él y amarlo incluso cuando hace algo que no nos gusta. Pensar que él es el príncipe más noble y bueno de todo el mundo, reír cuando dice algo que nos hiere por quinta vez en una hora. Preguntarse si le gustará el vestido que llevas puesto, si se sentirá orgulloso de ti, y sentir que te derrites cuando te aprueba.
Kaoru se detuvo y guardó silencio un momento.
— Cuando estoy con él, me siento viva — murmuró — . Creo que jamás lo he estado hasta que lo conocí. Sólo existía, me movía, comía, obedecía. Kenshin me hace sentir poderosa, como si pudiera lograr cualquier cosa que me propusiera. Kenshin...
— ¿Sí? — le preguntó Jean con suavidad — . ¿Qué es Kenshin?
— Kenshin es el hombre a quien amo.
Kaoru se echó a reír.
— ¿Es tan catastrófico estar enamorada de un Himura?
— Amarlo puede resultar fácil, pero creo que convivir con él será un tanto difícil — repuso Kaoru.
— Nunca llegarás a imaginarte ni la mitad de lo que es en verdad — aseveró Misao riendo — . ¿Un poco más de té?
— ¿Toda tu familia es como Kenshin?
— Mi padre se parece a la familia de su madre, me alegra decirlo, pero mi tío Hiko y Soujiro son verdaderos Himura. Pensé que como este Kenshin tenía dinero...
— Eso lo habría empeorado. ¿Quién es el padre de Soujiro? No recuerdo haber conocido al niño.
— No, no lo conoces. Hace años que trabaja en las minas, a pesar de que ahora sólo tiene dieciséis años. Se parece a Hiko: es grandote, apuesto y siempre está enfadado. Su padre se llamaba Lyle, y era el hermano de Hiko. Lyle murió durante una explosión en la mina cuando tenía veintitrés años.
— ¿Y el padre de Kenshin?
— Shishio era el mayor de los hermanos. Murió en un accidente mucho antes de que yo naciera y creo que incluso, antes de que naciera Kenshin.
— Lo siento – murmuró Kaoru — . Debió de ser duro para ti ocuparte de tantos hombres.
— Recibí ayuda de muchas mujeres caritativas – replicó Misao, mientras se ponía de pie — . Y ahora debes irte, porque pronto oscurecerá.
— ¿Vendrás a la boda? Me gustaría mucho que estuvieras allí, y además, me verás con algo más limpio – aseguró Kaoru sonriendo y mostrándole los dientes ennegrecidos.
— Para decirte la verdad, creo que me sentiré más cómoda cerca de Kaede que de la princesa de la sociedad, la señorita Kamiya.
— ¡No digas eso! – exclamó Kaoru con tono serio — . Por favor, no lo hagas.
— Está bien, haré todo lo que pueda.
— ¿Irás a ver a mi modista mañana? Necesita tiempo para hacerte el vestido. Aquí tienes la dirección.
Misao tomó la tarjeta.
— Muy bien, y haré todo lo que pueda para convencer al tío Hiko y a Soujiro. Pero no te prometo nada.
— Lo comprendo bien. – Kaoru tomó una mano de Misao – espero volver a verte pronto.
Durante el viaje de regreso a la ciudad, Kaoru pensó en su conversación con Misao. Le parecía muy sensato estar enamorada de Kenshin, y al pensarlo se echó a reír. Durante todos esos años con Sano, nunca había estado verdaderamente enamorada. Ahora lo sabía.
Por supuesto, no podía decírselo a nadie. Todos pensarían que era una mujer que entregaba su amor con facilidad. Pero no lo era; estaba segura. Amaba a Kenshin Himura y siempre lo amaría.
Tiró de las riendas para que los caballos se movieran más aprisa. Todavía tenía que lavarse y cambiarse de ropa. Luego hacer los preparativos para... Una sonrisa secreta se le dibujó en los labios al pensar en sus plantes para el viernes por lo noche. Le rogaría a Sano que invitara a Kenshin y a Aoshi al club privado de Sano y también le pediría permiso a Himura para organizar una fiesta de despedida de soltera con sus amigas en casa de su prometido. Una pequeña y tranquila reunión, como la que había dado Ellie antes de casarse.
Si Kaoru pudiera convencer a ese hombre fuerte que había visto en la avenida Coal para que hiciera lo que ella quería...
Kaoru estaba tan ocupada en sus planes que no mantuvo la vigilancia habitual. Detrás de ella, oculto por los árboles, la seguía un hombre a caballo.
Aoshi fruncía el entrecejo mientras la seguía a la ciudad.
Ya faltaban pocos días para la boda, y Kaoru sentía que no le alcanzaba el tiempo. La cena del miércoles de Kenshin fue todo un éxito.
— Hoy he roto mi compromiso con John, señor Himura – anunció tímidamente Cordelia Farell.
— Es una buena noticia – respondió Kenshin riendo, la tomó por los hombros y la besó en la boca. Cordelia se sintió confundida pero complacida — . Puede conseguir algo mucho mejor que ese viejo.
— Gracias, señor Himura.
Durante un momento, Kenshin pareció sorprendido.
— ¿Por qué todo el mundo me llama señor Himura?
— Porque, señor Himura – explicó Kaoru con suavidad — Jamás le ha dicho a nadie que podían llamarlo Kenshin.
— Todos ustedes pueden llamarme Kenshin – repuso él con tranquilidad, pero al mirar a Kaoru se le encendió la mirada — excepto tú, Kaoru; una sola vez me llamaste Kenshin y me gustó cuando lo hiciste.
Kaoru se dio cuenta de que todos comprendían el significado de esas palabras y se le secó la garganta.
Sarah Oakley tomó un almohadón y se lo arrojó a Kenshin.
El lo atrapó en el aire y todos contuvieron el aliento. Nunca se sabía cómo podía reaccionar.
— A veces, no se comporta como una caballero... Kenshin – dijo Sarah con atrevimiento.
Kenshin hizo una mueca.
— Caballero o no, veo que ha seguido mi consejo y se ha comprado un vestido nuevo. Muy bien, Kaoru, puedes llamarme Kenshin.
— En este momento, prefiero seguir llamándolo señor Himura – respondió ella con altivez, y todos se echaron a reír.
Durante todo el jueves estuvieron preparando la casa para la boda del lunes. Kenshin y Aoshi se encerraron en el estudio de Kenshin e ignoraron a quienes trasladaban muebles, los encargos que iban llegando y las personas que entraban y salían de la casa.
El viernes y el sábado pasaron más o menos de la misma manera. Kaoru explicó el papel correspondiente a cada uno de los participantes de la boda. Se había contratado a hombres y mujeres para que sirvieran la comida y prepararan las mesas en el jardín. Otros tenían que colocar las enormes carpas que Kaoru había mandado construir en Denver. El domingo, treinta y ocho personas se dedicaron a los arreglos florales.
Misao Himura le envió un mensaje diciendo que Hiko había aceptado asistir a la fiesta, pero que Soujiro no podría ir. De cualquier modo, Misao le llevaría un paquete con algunos de los manjares.
Cuando Kaoru recibió el mensaje estaba en la cocina donde acababa de recibir un pedido de dos reses enteras, más de cien kilos de patatas, tres quesos enormes y trescientas naranjas.
Con todo ese tumulto, Kaoru se alegró de que Kenshin no se interpusiera en el camino y se mantuviera aislado. El se quejaba de estar muy atrasado en el trabajo por culpa de ella.
Sólo una vez le dio problemas, y fue cuando Sanosuke invitó a Kenshin y Aoshi a su club privado.
— ¡No tengo tiempo para eso! – gritó Kenshin — ¿Esos hombres jamás trabajan? Ya casi no tengo tiempo, y después de la boda será peor con esa mujer siempre bajo mis pies y... – se detuvo y miró a Kaoru — . No quería decir eso...
Kaoru sólo lo miró.
— Muy bien – repuso por fin en tono de disgusto — . Pero no entiendo por qué vosotras, las mujeres, no vais a tomar el té a tu propia casa – con esto se volvió y regresó a su estudio — ¡Malditas mujeres! – murmuró antes de cerrar la puerta.
— ¿Qué horrible obligación te ha impuesto Kaoru ahora? – le preguntó Aoshi con una sonrisa.
— Tenemos que ir al club de Sagara. Saldremos a las siete y no podremos regresar antes de medianoche. ¿Qué ha pasado con aquella época en que las mujeres obedecían y respetaban a sus maridos?
— La primera mujer desobedeció al primer hombre; la vieja época es sólo un mito. ¿Y qué quiere hacer Kaoru esta noche?
— Un té para sus amigas. Quiero que te quedes aquí y la vigiles.
— ¿Qué?
— No me gusta que todas esas mujeres se queden aquí solas. Kaoru contrató a unos sirvientes para el casamiento, pero esta noche serán sólo un grupo de indefensas mujeres. Preparó el comedor para su fiesta, y allí está esa puerta escondida detrás de una tela, ya sabes, esa que tiene flores pintadas y...
— ¿Quieres que me esconda en el armario y que las espíe?
— Es por su propio bien, y además te pago lo bastante como para que aceptes hacerme este trabajito.
— Lindo trabajito – comentó Aoshi de mala gana.
Horas después Kaoru se cruzó con Aoshi y notó que él tenía la mejilla arañada.
— ¿Qué le ha sucedido? – le preguntó ella.
— Choqué contra una pared – respondió Aoshi, y se alejó.
A las seis comenzaron a irse los trabajadores que Kaoru había contratado, y a las siete menos cuarto llegaron las primeras invitadas. Cada una le trajo un paquete muy bien envuelto.
Kenshin, sin dejar de protestar sobre la injusticia de tener que irse de su propia casa, se subió al carruaje junto a un solemne Aoshi y se alejó.
Las diez mujeres, más Megumi llegaron todas juntas y dejaron los regalos sobre la mesa del comedor.
— ¿Ya han llegado todas? – preguntó Tae.
— Sí – contestó Kaoru cerrando las puertas dobles detrás de sí — . Ahora, a lo nuestro.
Aoshi estaba sentado dentro del armario con una botella de whisky en la mano. ¡Maldito Kenshin, pensó, y se preguntó si podría resultar absuelto si lo mataba. Cualquier juez lo dejaría en libertad por matar a un hombre que lo había forzado a pasarse toda una noche observando a un grupo de mujeres que bebían té.
Con la mente ausente. Aoshi bebió su whisky y observó a las mujeres a través del panel de seda. La señorita Emily, una dama mayor, frágil y bonita, golpeaba la mesa con el puño.
— La tercera reunión anual de la Hermandad está a punto de comenzar.
Aoshi se llevó la botella a los labios, pero no bebía.
— Primero, escucharemos el informe de Kaoru de los campos mineros – continuó la señorita Emily.
Aoshi no movió un solo músculo cuando Kaoru se puso de pie y dio un informe detallado acerca de las injusticias que se cometían en los campos. Unos días atrás Aoshi la había seguido y se enteró de que repartía verduras frescas a la gente, pero ahora hablaba de huelgas y de sindicatos. Aoshi había visto morir a muchos hombres por menos de lo que ella decía.
Nina Westfield propuso fundar una revista que las mujeres entregarían en secreto a las esposas de los mineros.
Aoshi dejó la botella de whisky en el suelo y se inclinó hacia delante.
Mencionaron a Jacob Fenton; temían lo que les haría si llegaba a enterarse de que las mujeres les pasaban información a los mineros.
— Puedo hablar con Misao Himura – aseguró Kaoru — . Por alguna razón, el señor Fenton parece temer a los Himura. Les han dado permiso para asistir a la boda.
— Y Misao va a las tiendas de Chandler – añadió la señorita Emily — . Sé que tu Kenshin – agregó mirando a Kaoru – trabajaba para los Fenton, pero sucede algo más. Pensé que tú lo sabrías.
— Nada – repuso Kaoru — . Kenshin explota cada vez que menciono el nombre de los Fenton, y no creo que tampoco Enishi sepa nada.
— No lo sabe – comentó Leora Vaughn — . El sólo gasta su dinero sin interesarse en averiguar de dónde proviene.
— Hablaré con Misao – repitió Kaoru — . Alguien está creando muchos problemas. No quiero que nadie salga lastimado.
— Quizá yo también pueda entrar en los campos – sugirió Megumi — . Trataré de averiguar lo que pueda.
— ¿Qué otro asuntos nos queda? – preguntó las señorita Emily.
Aoshi se reclinó en la silla.
— La Hermandad – se dijo en un tono de voz apenas audible. Estas mujeres con sus vestidos delicados y sus gentiles modales estaban hablando de una guerra.
El resto de la reunión consistió en las distintas obras de caridad para ayudar a los huérfanos y a los enfermos; todas las cosas a las que deben dedicarse las damas.
— ¿Refrescos? – preguntó Meredith Learner con tono risueño mientras abría una caja envuelta en papel amarillo y extraía una botella de vino casero — . Mi madre nos envía esto como recuerdo de las reuniones a las que asistía cuando era joven. Le dirá a papá que nos robaron botellas de la bodega.
Aoshi no pensó que podía sorprenderse mas, pero abrió la boca de par en par cuando vio que le entregaban una botella llena de vino a cada una de las mujeres y un vaso.
— ¡Por la noche de bodas! – brindó la señorita Emily con el vaso en alto — . Por las noches de bodas de todo el mundo, vayan o no precedidas del casamiento.
Las mujeres rieron y bebieron el primer vaso hasta el final.
— ¡El mío primero! – exclamó Nina Westfield — . Mi madre y yo pasamos mucho tiempo en Denver para encontrarlo. Y además, esta tarde Sano casi abrió la caja.
Kaoru abrió la caja y extrajo un camisón transparente de color negro con una gran cinta ancha también negra.
Aoshi vio que se trataba de ropa interior para mujeres, pero no la que deberían utilizar las damas.
Perplejo observó cómo las mujeres iban vaciando sus botellas de vino mientras abrían los regalos entre carcajadas. Había dos pares de zapatos rojos de tacones altos, más ropa interior transparente y algunas fotografías que las mujeres iban pasando y casi morían de risa al verlas. Luego corrieron las sillas y comenzaron a bailar por la habitación.
La señorita Emily se sentó ante el piano y comenzó a tocar.
La barbilla de Aoshi le llegaba casi al suelo cuando las mujeres se alzaron las faldas y comenzaron a bailar levantando las piernas.
— Esto se llama Can-Can – explicó Nina sin aliento — . Mamá y yo nos escapamos una noche de la custodia de papá y Sano y fuimos al teatro a verlo.
— ¿Quién quiere probar? – preguntó Kaoru, y de repente había ocho mujeres con la falda subida hasta la cabeza y moviendo las piernas al compás de la música de Emily.
— ¡Descansad! – exclamó Sarah Oakley — . He traído algunos poemas que leeros.
Cuando Aoshi era jovencito, él y sus amigos habían leído lo que la delicada señorita Oakley estaba leyendo ahora: Fanny Hill.
Las mujeres rieron a carcajadas mientras les golpeaban la espalda a Megumi y a Kaoru.
Cuando Sarah terminó, Kaoru se puso de pie.
— Ahora, mis queridísimas amigas, os mostraré la pièce de résistance que está arriba. ¿Vamos?
Pasaron varios minutos antes de que Aoshi pudiera moverse. Así que esa era la fiestecita de las mujeres. Se enderezó en la silla. ¿Qué diablos podía haber arriba¿Qué podía ser más de lo que ya habían hecho? Sabía que moriría si no descubría de qué se trataba.
Lo más aprisa posible, salió de la casa, la rodeó y vio las luces en el rincón noroeste de la casa. Ignoró las espinas y comenzó a trepar por la espaldera de los rosales.
Todo lo que había sucedido antes no lo había preparado para lo que vio. La habitación estaba completamente a oscuras excepto por el candelabro ubicado detrás de una pantalla de seda transparente. Y entre la pantalla y la luz, había un hombre musculoso, muy ligero de ropa, que posaba haciendo alarde de sus músculos.
— Ya es suficiente – dijo la señorita Emily, quien se puso de pie y corrió la pantalla.
Durante un momento, el hombretón pareció sorprendido, pero las mujeres, medio borrachas, comenzaron a aplaudirlo y a alentarlo, de modo que reanudó sus poses con mayor entusiasmo.
— No es tan grande como mi Kenshin – exclamó Kaoru.
— Me enfrentaré a él – replicó el forzudo — . Puedo vencer a cualquiera.
— No a Kenshin – respondió Kaoru convencida, lo que hizo que el hombre pusiera más empeño en mostrar sus bíceps.
Aoshi volvió a bajar hasta el suelo. Kenshin quería que Aoshi protegiera a las mujeres¿pero quién iba a proteger a los hombres de ellas?
El sábado por la mañana, Kenshin dio el quinto portazo en una hora al entrar en su despacho.
— ¡Justo hoy tenía que ponerse enferma! – gruñó mientras se sentaba — . ¿No crees que tiene miedo de la boda? – le preguntó a Aoshi.
— Debe de ser algo que comió o bebió – comentó Aoshi — . Me he enterado de que hoy no se sentían bien varias jóvenes de Chandler.
Kenshin no levantó la mirada de sus papeles.
— Quizás está descansando para mañana.
— ¿Y tú? – preguntó Aoshi— . ¿Estás nervioso?
— No, claro que no. Es una cuestión simple. Algo de todos los días.
Aoshi se inclinó hacia delante, tomó el papel que Kenshin sostenía y lo dio vuelta porque estaba al revés.
— Gracias – murmuró Kenshin.
Continuara...
Les juro cauras ke cada vez ke leo la parte final de todo esto muero de risa jajajajajajajajaaj se imaginan?
Bueno hasta aki no mas les dejo este capitulo, aer ke pasara en el proximo no? mas locuras? la resaca hara ke nuestras chicas no puedan ir a la boda? Kenshin se enterara de todo esto?
Pues bien...
hasta la proxima
dejenme sus reviews
matta neee
