Holaaaa... no estaba muerta andaba de parranda XDDD, sips como lo oyen, andaba de fiesta porke mi novio me vino a ver a mi casita hace como una semana asi ke por eso andaba desaparecida en accion, snif...
Aki les traigo un nuevo capitulo de este fics mas menos jugoso...
espero ke les guste, ya saben esta historia no me pertenece, y atencion en este capitulo tb hay lemon, asi ke si no les gusta mala suerte :P
nos vemos abajooooo
byes...
La Hermana de Hielo
Capitulo 9.
Cuando Kenshin se despertó a la mañana siguiente, ya era pleno día. Después de observar el cuerpo desnudo de Kaoru durante largo rato, comenzó a acariciarla.
— Es hora de levantarse y prepararme el desayuno.
— Toca el timbre y vendrá la criada – replicó ella mientras hundía la cabeza en su pecho.
El la miró con una ceja levantada.
— Oh, buenos días señores Saito y Sagara. Qué agradable sorpresa.
Kaoru reaccionó de inmediato: en un segundo se sentó en la cama y se envolvió con la sábana hasta el cuello.
Le llevó unos pocos segundos darse cuenta de que todo era una broma.
— ¡Qué broma tan sucia! – exclamó, pero Kenshin por toda respuesta se echó a reír a carcajadas. Kaoru hizo un esfuerzo por no imitarlo, pero fue en vano.
— Supongo que ya no tengo que seguir preocupándome por Sagara – dijo Kenshin mientras se levantaba de la cama para hurgar entre la comida que les habían enviado.
Kaoru permaneció tendida en la cama contemplándolo con inmenso interés. El cuerpo de Kenshin era mucho mejor que el del forzudo que había invitado para aquella reunión de la Hermandad—
Kenshin se volvió para mirarla, y al ver su expresión, dejó la comida y le tendió una mano.
Ella se aferró a él y bajó de la cama.
— No tenía planeado pasar aquí tantos días, pero quizá no te moleste mucho que nos quedemos aquí, como si fuera una luna de miel, excepto que esto no es París.
— Conozco París – susurró Kaoru estrechando su cuerpo contra el de Kenshin — . Puedo decir con sinceridad que prefiero este lugar. ¿Qué decías sobre el desayuno?
Kenshin la apartó como si no creyera lo que oía.
— Hay algo que aprendí de pequeño, y es que los juguetes son preciosos y no hay que gastarlos el primer día.
— ¿Soy un juguete para ti?
— Un juguete de adulto. Ahora, vístete y comamos. Pensé que te gustaría conocer unas viejas ruinas abandonadas que hay por aquí. Sólo espero ser lo suficientemente hombre como para pasar todo el día contigo.
— Creo que lo eres – repuso Kaoru con la mirada clavada en su masculinidad.
Con firmeza, Kenshin la tomó por los hombros y la hizo volverse.
— Tengo un par de pantalones y una camisa por allí. Ve a vestirte y abróchate todos los botones. No quiero que quede al aire ningún pedazo que me vuelva loco. ¿Entendido?
— Muy bien – dijo Kaoru dándole la espalda; sonreía tanto que sentía tirones en la piel.
Cuando terminaron de vestirse y de desayunar, Kenshin la llevó a recorrer la montaña. Chandler estaba a 1.860 metros de altura y ahora ellos se hallaban a 2.250 metros, y el aire era mucho más frío. Kenshin parecía no darse cuenta de que Kaoru no estaba acostumbrada a escalar montañas, ni de que sus botas de montar no servían para trepar por las piedras, y siguió subiendo.
— ¿Falta mucho? – le preguntó ella en una ocasión.
Kenshin se volvió y le tendió la mano para ayudarla a pasar un tramo difícil.
— ¿Quieres descansar? – preguntó y comenzó a sacar el paquete de comida que llevaba en la espalda.
— Te lo agradecería mucho – contestó Kaoru al tiempo que tomaba la cantimplora que Kenshin le ofrecía — . ¿Estás seguro de que hay una mina por aquí¿Cómo hacen para sacar el carbón?
— Del mismo modo que en cualquier mina, supongo. ¿Qué sé yo sobre la extracción del carbón? – repuso Kenshin, y la recorrió con la mirada. Cuando estuvo seguro de que ella era real, se volvió.
— ¿Vienes aquí a menudo? – preguntó la joven.
— Cada vez que puedo. Mira esas rocas. ¿Alguna vez has visto algo parecido? – Kaoru miró a través de la niebla del valle y pudo ver una roca extraña, que parecía peligrosa — . ¿Qué crees que sucedió para que quedara así? Es como si un gigante hubiera querido levantarla del suelo y se hubiera arrepentido a mitad de camino.
Kaoru estaba comiendo uno de los panes que había traído Kenshin. El había declarado que esos panes le habían gustado mucho, y Kaoru quería tenerlos siempre a mano.
— Creo que un geólogo podría darnos una mejor explicación. ¿No te gustaría poder estudiar y aprender cosas, como por ejemplo por qué una roca tiene una forma así? – sugirió ella.
Lentamente, Kenshin se volvió para mirarla.
— Si tienes algo que decirme, hazlo. Mi educación fue suficiente para hacerme ganar unos cuantos millones de dólares. ¿A ti no te alcanza?
Kaoru fijó la vista en el pan que tenía en la mano.
— Estaba pensando en las personas menos afortunadas que tú.
— Hago tanta caridad como cualquier otro. Cumplo con mi parte, Kaoru.
— Creo que ahora es un buen momento para confesarte que he invitado a tu primo Soujiro para que viva con nosotros.
— ¿Mi primo Soujiro¿Ese muchacho malhumorado que salvaste de la pelea?
— Supongo que podrías describirlo así, pero yo pensé que tenía aire de poseer tu misma determinación.
Kenshin ignoró este último comentario.
— ¿Y por qué querrías hacerte cargo de un problema como él?
— Es muy inteligente, pero tuvo que dejar de estudiar para ayudar a su familia. Es sólo un muchacho y ya hace nueve años que trabaja en las minas. Espero que no te moleste que lo haya invitado sin consultarte antes, pero la casa es muy grande y él es tu primo hermano.
Kenshin comenzó a atarse la comida en la espalda. Mientras reanudaba la marcha, esta vez sobre terreno más firme, aseguró:
— No tengo problema, siempre y cuando lo mantengas alejado de mi camino. No me gustan los niños.
Kaoru lo siguió.
— ¿Ni siquiera Yutaro?
— Ni siquiera lo conozco¿cómo esperas que lo quiera?
Kaoru luchó por levantar la pierna para sortear un tronco caído que le impedía el paso. Los pantalones de Kenshin eran tan largos que se enganchaban en todos lados.
— Pensé que te interesaría conocerlo – replicó ella.
— Lo único que me interesa es si la vieja Hattier Green va a venderme un ferrocarril que posee.
Kaoru trató de alcanzarlo, pero su camisa quedó atrapada en la rama de un árbol.
— A propósito¿conseguiste el apartamento que querías, el del señor Vanderbilt?
Kenshin se detuvo para ayudarla, liberándole también el cabello enredado en otras ramas.
— Ah, eso. Claro. A pesar de que no fue fácil, por la distancia. Con lo que gasté en telegramas podría haber comprado toda la compañía.
Kenshin no se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo.
— Sólo una pequeña parte. Algún día, colocarán teléfonos en todo el país. Esa maldita cosa por ahora no sirve para nada. No puedes llamar a nadie fuera de Chandler. ¿Y quién quiere hablar con la gente de Chandler?
Ella lo miró y sugirió suavemente.
— Podrías llamar a Yutaro para saludarlo, mal que mal, eres algo asi como su padrino o tio no?.
Kenshin gruñó y reanudó la marcha.
— Aoshi tenía razón. Tendría que haberme casado con una granjera que sólo se ocupara de sus propios asuntos.
Kaoru tuvo que correr para alcanzarlo y se preguntó si había ido demasiado lejos, aunque por el tono de Kenshin no lo parecía.
Caminaron otro kilómetro y medio hasta llegar a la mina abandonada. Estaba situada en una ladera muy empinada y desde allí podía contemplarse la hermosa vista del valle.
La mina tenía sólo seis metros de longitud. Kaoru recogió un trozo de carbón y lo estudió a la luz del sol. Cuando se miraba de cerca, el carbón era hermoso. Tenía un brillo casi plateado, y Kaoru pensó que con el tiempo y la presión adecuada el carbón podía convertirse en diamante.
Kaoru observó el valle, la empinada ladera de la montaña y comentó:
— Justo lo que había pensado; tener una mina de carbón aquí es inútil.
Kenshin estaba más interesado en la vista, pero le dedicó una mirada de cortesía.
— Me parece igual al resto. ¿Qué tiene de malo?
— El carbón no tiene nada de malo, de hecho es un mineral de alto grado, pero el tren no puede llegar hasta aquí. Y sin un tren el carbón no sirve para nada... tal como lo descubrió mi padre.
— Pensé que tu padre había hecho su fortuna como vendedor.
Kaoru frotó el carbón en la palma de la mano. Le gustaba sentir esa sensación y observar cómo el trozo de carbón se desgastaba en las puntas. Muchos de los mineros creían que el carbón era algo puro y se metían un trozo en la boca mientras trabajaban.
— Y es verdad – añadió la joven — , pero se mudó a Colorado porque había oído hablar de la riqueza del carbón de esta zona. Pensó que aquel sitio estaría lleno de gente rica que se moriría por comprar las doscientas estufas de carbón que trajo por el Gran Desierto, donde casi pierde la vida. Gran Desierto era el nombre que se solía dar a la zona que queda entre St. Joseph y Denver.
— Me parece sensato. De modo que vendió las estufas y se inició en el negocio mercantil.
— No, casi se fundió. El carbón estaba en Colorado, por supuesto, se podía extraer con una pala, pero todavía no había llegado el ferrocarril y no había modo alguno de comercializarlo. Los carros no alcanzaban para transportarlo y obtener una ganancia.
— ¿Y tu padre qué hizo? – preguntó Kenshin.
Kaoru sonrió al recordar la historia que su madre les había contado tantas veces.
— Mi padre tenía muchos sueños. Había una pequeña población de granjeros al pie de esta montaña, y mi padre pensó que era el lugar ideal para fundar una ciudad, su ciudad. Les regaló una estufa a cada uno de los granjeros a cambio de la promesa de que comprarían todo su carbón a Kamiya Coal Works, de Chandler, Colorado.
— ¿Quieres decir que le puso su nombre al lugar?
— Así es. Me gustaría haber visto los rostros de esas personas cuando mi padre les dijo que desde ese momento vivían en la ciudad del señor Kojiro Chandler Kamiya, Esquire.
— Y durante todos estos años pensé que le habían puesto su nombre a la ciudad porque él había hecho algo grandioso como salvar a cien bebés de un incendio – comentó Kenshin.
— La señora Jenks, de la biblioteca, me contó que el pueblo lo honró muchas veces por sus diversas contribuciones.
— ¿Y cómo es entonces que no ganó dinero con el carbón?
— Por un problema de la espalda. Estuvo extrayendo carbón, con pico y pala, cargándolo y llevándolo hasta la población para venderlo, pero después de un año, vendió la mina a dos musculosos muchachos hijos de granjeros por una miseria. Un mes después, regresó al este, compró cincuenta vagones de mercancías, se casó con mi madres y la trajo aquí junto con otras veinticinco parejas para poblar el glorioso pueblo de Chandler, Colorado. Mamá me contó que criaban pollos en la cornisa del edificio que alguien se había atrevido a llamar el Hotel Chandler.
— Y la llegada del ferrocarril hizo ricos a los hijos del granjero – añadió Kenshin.
— Es verdad, pero para entonces mi padre ya había muerto y la familia de mi madre ya la había casado con el respetable señor Saito. – Kaoru se internó en la mina y Kenshin se quedó afuera.
— Creo que a veces la gente se hace ideas raras. Todo el pueblo cree que tu familia pertenece a la realeza, pero la verdad es que este lugar se llama así gracias a que tu padre fue lo suficientemente jactancioso como para querer un pueblo propio. ¡No era un gran rey¿no?
— Lo fue para mi hermana, para mí y... para mi madre. Cuando Megumi y yo éramos pequeñas, el pueblo decidió que el día del cumpleaños de mi padre fuera festivo. Mamá se esforzó por explicar a todos la verdad, pero después de una gran frustración se dio cuenta de que la gente necesitaba un héroe.
— ¿Y Saito qué tiene que ver con esto?
Kaoru suspiró.
— La reputación del señor Saito no podía ser demasiado espectacular ya que era dueño de una cervecería, pero cuando la reina Tokio Kamiya y sus dos jóvenes princesas quedaron libres, él ofreció todo lo que poseía. Y la familia de mi madre aceptó con entusiasmo.
— El también quería una verdadera dama – afirmó Kenshin con suavidad.
— Y también quería aplicar sus rígidos conceptos sobre cómo deber ser una dama con las tres mujeres que vivían bajo su techo – la expresión de Kaoru cambió al pronunciar estas palabras.
Kenshin permaneció en silencio durante unos instantes.
— Supongo que el césped siempre parece más verde al otro lado de la cerca.
Kaoru se acercó y le tomó la mano.
— ¿Has pensado alguna vez en que si te hubieran criado como a un hijo en lugar de hacerte trabajar en los establos, hoy serías un consentido al igual que Enishi en lugar de un hombre que conoce el verdadero valor del trabajo?
— Lo dices como si Fenton me hubiera hecho un favor – replicó él sorprendido?
— Hecho.
— ¿Qué?
— Fenton te ha hecho un favor. Te estaba corrigiendo la gramática. Fue parte del acuerdo.
— No cambies de tema. Sabes, tendría que enviarte a Nueva York para que me arreglaras unos asuntos. Destruirías a muchos de esos hombres.
Kaoru lo rodeó con sus brazos.
-¿Quizá podría destruirte a ti?
Cuando Kaoru lo abrazó, notó por su expresión que Kenshin parecía sostener una lucha interna, como si no quisiera besarla, pero no pudiera evitar hacerlo.
El le sostuvo la cabeza con una mano y la besó como si fuera un moribundo. Kaoru se aferró con fuerza; le encantaba sentir su cuerpo tan vigoroso contra el de ella.
— Kenshin – susurró.
El la apartó para mirarla a los ojos, transmitiéndole todo su deseo.
— ¿Qué me has hecho, Kaoru? Hacía años que lo que tengo entre las piernas no manejaba lo que tengo entre las dos orejas. Ahora, creo que mataría a cualquier hombre que tratara de alejarte de mi lado.
— ¿O cualquier mujer? – preguntó ella con los labios pegados a los de él.
— Sí – alcanzó a contestar Kenshin antes de comenzar a quitarle la camisa.
Antes, Kaoru había sentido que él mantenía reservada una parte de sí mientras le hacía el amor. Pero ahora todo había cambiado, ya no lo notaba distante y reservado.
Con toda la pasión de un toro salvaje, Kenshin la tomó en sus brazos y la llevó hasta la entrada de la mina. Kaoru abrió los ojos un instante para mirarlo y pensó: este es el hombre que amasó una fortuna en pocos años. Este es el Kenshin Himura que yo sabía se escondía en su interior. Este es el hombre que amo y que quiero que me ame.
Kenshin parecía no pensar en nada mientras la apoyaba en el suelo y terminaba de arrancarle la ropa. Una vez que Kaoru quedó desnuda, él le recorrió el cuerpo con la boca.
Ya no era el amante tierno, paciente y considerado sino un hombre desesperado de deseo por ella. Kaoru creyó que la noche anterior le había respondido bien, pero ahora olvidó todo pensamiento y siguió sus instintos.
La boca de Kenshin sobre su piel era como un fuego que la recorría de arriba abajo, que la consumía poco a poco.
El la tomó con firmeza de la cintura y la atrajo hacia sí; tenía el cuerpo tan caliente como si él también se sintiera consumido por el fuego. Kenshin se acostó y la puso sobre su cuerpo con un movimiento ágil, como si ella no pesara nada.
La levantó y la dejó caer sobre toda su hombría. Kaoru dejó escapar un grito de dolor y placer que resonó en las paredes de la mina desierta.
Kaoru echó atrás la cabeza; tenía todo el cuerpo cubierto de sudor y le caían gotitas por el cuello; se aferró a los hombros de Kenshin y se dejó llevar por las emociones. Nunca en la vida se había sentido así.
Kenshin la ayudaba a moverse en ese frenesí inspirado por la pasión.
Por un momento, ella abrió los ojos, y vio la expresión del rostro de Kenshin; la boca semiabierta, los ojos cerrados y el placer que descubrió en él la excitaron aún más.
Los movimiento se hacían cada vez más rápidos.
— Kenshin – creyó murmurar una vez, y el sonido hizo eco en las paredes de la mina, envolviéndolos.
Kenshin no respondió sino que siguió guiándola de arriba hacia abajo hasta el último movimiento que la obligó a arquear el cuerpo y a aferrarse con los muslos a las piernas de Kenshin.
Kaoru sintió que la atravesaba un terremoto, y cuando terminó, se reclinó sobre el pecho húmedo de su amante. Kenshin la abrazó con tanta fuerza que ella temió que le rompiera las costillas. Mantuvo las piernas entrelazadas con las de él para estar aún más cerca.
Permanecieron así, mientras Kenshin le acariciaba la cabeza.
— ¿Sabías que ha comenzado a llover? – preguntó él al cabo de un rato.
Kaoru no era consciente de nada más que de la cercanía del cuerpo de su amante y de la experiencia que acababa de vivir. Logró menear la cabeza sin mirarlo.
— ¿Sabes que ahí afuera debe hacer como cinco grados y que estoy acostado sobre cientos de esos pedacitos afilados que tú encuentras tan fascinantes y que no siento las piernas desde hace una hora? – añadió él.
Kaoru, con la cabeza hundida en su pecho, sonrió y volvió a hacer un movimiento negativo.
— Supongo que no tienes intenciones de moverte durante más o menos una semana¿no es así, Kaoru?
Kaoru reprimió la risa y mantuvo la cabeza hundida en el pecho de Kenshin.
— ¿Y tampoco te importa saber que tengo los dedos de los pies tan congelados que si me los golpeara contra algo se partirían?
La respuesta negativa de la joven hizo que él la abrazara con más fuerza.
— ¿Podría sobornarte?
— Sí – replicó Kaoru.
— ¿Qué te parece si nos vestimos y nos quedamos aquí para observar la lluvia y dejo que me hagas preguntas? Parece que eso te encanta.
Kaoru levantó la cabeza.
— ¿Y me responderías?
— Seguramente no – repuso él mientras la levantaba un poco con ternura — . Bruja – susurró antes de liberarse y comenzar a vestirse.
Cuando Kenshin se incorporó, Kaoru vio que él tenía pedacitos de carbón clavados en la espalda y se los quitó. Mientras lo hacía, le rozó sin querer la espalda con los pechos.
Kenshin se volvió y la tomó por las muñecas.
— No comencemos de nuevo. Tienes algo que no puedo resistir – confesó mientras le recorría el cuerpo con la mirada — . Kaoru no eres para nada lo que esperaba. Ahora vístete, antes de que haga otra tontería...
Kaoru no le preguntó qué significaba otra tontería y corrió llena de placer, a vestirse.
No había terminado de hacerlo cuando Kenshin la tomó entre sus brazos y la sentó sobre sus piernas mientras apoyaba la espalda contra la pared.
Afuera llovía como si nunca fuera a terminar. Kaoru se recostó contra su pecho.
— Me haces sentir feliz, Kenshin – murmuró mientras él la rodeaba con los brazos.
— ¿Yo? Ni siquiera te he entregado el regalo – Kenshin hizo una pausa — . Bueno, tú tampoco me pones triste, a decir verdad.
— No, eres tú quien me hace feliz; no los regalos ni la forma en que me hacer el amor... aunque eso ayuda.
— Muy bien, explícame cómo es que te hago feliz – pidió él con tono reservado.
Kaoru pensó un momento antes de hablar.
— Cuando Sanosuke y yo nos comprometimos oficialmente, íbamos a asistir a un baile en el masonic Temple. Yo me había mandado a hacer un vestido cuyo color estaba de acuerdo con mi estado de ánimo; rojo. Era un rojo escarlata, brillante pero no profundo. La noche del baile, me puse el vestido y me sentía la mujer más hermosa del mundo.
Hizo una pausa como si necesitara recordar que ahora estaba segura, en los brazos de Kenshin.
— Cuando bajé las escaleras, el señor Saito y Sanosuke se quedaron mirándome y yo pensé que estaban maravillados por cómo estaba con aquel vestido rojo. Cuando llegué abajo, el señor Saito comenzó a gritarme que parecía una prostitura y que subiera de inmediato a cambiarme. sanosuke intercedió y aseguró que él se encargaría de mí. Creo que nunca lo había amado tanto como en ese momento.
Volvió a detenerse, respiró y continuó con el relato.
— Cuando llegamos a la fiesta, Sanosuke me sugirió que no me quitara el abrigo y que les dijera a todos que me había resfriado. Me pasé toda la noche sentada en un rincón sintiéndome desgraciada.
— ¿Por qué no enviaste a ambos al diablo y bailaste con tu vestido rojo?
— Creo que siempre he hecho lo que todos esperaban que hiciera. Por eso tú me haces feliz. Tú pareces creer que si Kaoru baja por la espaldera de la pared vestida sólo con su bata, es porque las damas pueden hacerlo. Tampoco te molesta que no actúe como una dama y te invite a hacer el amor.
Kenshin la besó y añadió:
— No me importa lo de las proposiciones, pero pienso que podríamos dejar de lado tus apariciones en paños menores. Supongo que no recordarás los cachorros¿o sí?
— No estoy muy segura.
— En la fiesta de cumpleaños de Enishi Fenton. Creo que él cumplía ocho años. Te llevé al establo para mostrarte unos cachorritos blancos y negros.
— ¡Lo recuerdo! Pero no pudiste haber sido tú. Recuerdo a un hombre mayor.
— Creo que entonces tenía dieciocho años, de modo que tú...
— Tenía seis. Cuéntame lo que sucedió.
— Tú y tu hermana fuisteis a la fiesta con unos hermosos vestiditos blancos con bordados de color rosa y un enorme lazo rosa en la cabeza. Tu hermana se fue con los demás niños a jugar y tú te sentaste en un banco de hierro. No movías ni un solo músculo; te quedaste allí con las manos cruzadas sobre tu regazo.
— Y tú te detuviste frente a mí con una carretilla que obviamente había estado llena de bosta de caballo – observó ella.
— Me dio lástima verte allí, tan sola, de modo que te pregunté si querías ir a ver los cachorritos.
— Y yo fui contigo.
— No hasta después de mirarme de arriba abajo. Creo que pasé el examen porque aceptaste ir conmigo.
— Y me puse tu camisa y luego sucedió algo horrible. Recuerdo que lloré.
— No querías acercarte a los cachorritos por miedo a ensuciarte el vestido. Yo te di una de mis camisas para que te la pusieras sobre el vestido, pero no quisiste tocarla hasta que te juré tres veces que estaba limpia. Y lo que recuerdas como una gran desgracia es que uno de los perros corrió hacia ti, saltó y te desató la cinta del cabello. Nunca había visto a una niña tan triste. Tú comenzaste a llorar y me dijiste que el señor Saito te odiaría, y cuando te aseguré que yo podía volver a hacer el lazo, me respondiste que sólo tu mami sabía hacer bien los lazos.
— Y tú lo hiciste muy bien. Ni siquiera mamá se dio cuenta de que se había desarmado.
— Estaba acostumbrado a trenzar las colas y las crines de los caballos – replicó Kenshin.
— ¿Para Tomoe?
— Sientes mucha curiosidad por ella. ¿Celosa?
— No desde que me contaste que la habías rechazado.
— Esa es la razón por la cual no hay que contar secretos a las mujeres.
— ¿Querrías que fuese celosa, Kenshin?
Kenshin lo pensó.
— No me molestaría. Al menos sabes que rechacé a Tomoe. Pero no he oído nada semejante sobre Sagara.
Kaoru besó la mano de su marido que le acariciaba un pecho; sabía que le había hablado muchas veces sobre Sagara.
— Lo rechacé en el altar – dijo con suavidad.
Kenshin la abrazó con un poco más de fuerza.
— Sí, supongo que sí. Claro que él no tiene tanto dinero como yo.
— ¡Tú y tu dinero¿No conoces otra cosa¿Cómo besar, tal vez?
— He despertado a un monstruo – comentó Kenshin riendo, y cumplió con lo que su mujer le pedía.
— Compórtate bien – agregó por fin cuando logró que Kaoru se apartara — . No tengo tanto vigor como tú. No olvides que si me comparo contigo soy un viejo.
Riendo, Kaoru se acomodó mejor sobre su regazo.
— Y envejezco más cada minuto. ¡Ahora, quédate quieta! Saito tenía razón al encerraros – añadió Kenshin.
— ¿Piensas encerrarme tú también? – le preguntó Kaoru recostándose contra su pecho.
Himura tardó tanto en contestarle que Kaoru se volvió para mirarlo.
— Podría – respondió por fin, y luego trató de cambiar de tema — . Sabes, durante años no he hablado de otra cosa que no fueran los negocios.
— ¿Y de qué conversabas con las otras mujeres?
— ¿Qué otras mujeres?
— Las otras, como la señorita LaRue.
— No recuerdo haber hablado con Viney sobre nada.
— Pero después del amor hay otra parte agradable: quedarse así juntos, tranquilos y conversando.
Kenshin le recorrió el cuerpo con la mano.
— Supongo que es algo muy bonito, pero que nunca había hecho antes. Creo que después de... terminar, me iba a casa. Sabes, ni siquiera recuerdo haber querido quedarme así. Una gran pérdida de tiempo – terminó diciendo, pero no hizo ningún intento por alejarse.
— ¿Frío?
— No, tengo más calor del que nunca he tenido.
Continuara...
Yaps capitulo aporte este jojojo aparte del lemon pos no keda naa mucho, se conocio un poco la personalidad de Kaoru, pero seguiran las preguntas en el proximo capitulo y la vuelta a la realidad... veremos ke sucede cuando la luna de miel termine y los problemas empiecen nuevamenteeee...
Espero ke les haya gustado el capitulo
muuuuuuuuuchas gracias por sus comentarios en verdad se agradecen...
y espero ke me dejen muuuuchos reviews n.n
Beshotes a todaaaaasss (os)
matta nee
Ghia-chan
