Holaa, como tan, a peticion del publico subo antes el capitulo 14 de este fics... Espero que realmente les guste... ya que solo quedan dos capitulo mas jojojo
Bueno quiciera agradecer muuuuchoo todos los reviews que me dejan, son todas muy amables en verdad y cada comentario que me dejan me hace muy feliz
ya no jodo mas y las dejo con el capitulo 14... ke lo disfruten...
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La Hermana de Hielo.
Capitulo 14
Kaoru se disfrazó de Kaede y se subió al carro, rumbo a las minas. Mientras maniobraba los caballos para evitar un enorme pozo causado por las recientes lluvias, oyó un sonido en la parte trasera del carro. El verano anterior, había quedado atrapado un gato debajo del toldo y Kaoru estaba segura de que ahora había pasado lo mismo y de que a ello se debía el ruido.
Kaoru se concentró en el camino de la colina. Cuando llegó a la puerta de entrada, rezó porque el gato no hiciera ningún ruido y no le ocasionara problemas con los guardias. No quería que esos hombres revisaran el carro.
Suspiró aliviada cuando estuvo dentro del campo. Había llamado a Misao esa mañana y esta le había contado, casi sin aliento, que Aoshi le había pedido matrimonio. También le había explicado que Hiko estaría en su casa cuando Kaoru llegara. Hiko no conocía la verdadera identidad de Kaoru pero quería presentarle a otra mujer que la ayudaría con la distribución de las verduras y los artículos de contrabando. Misao no sabía si la nueva mujer conocía o no la verdadera identidad de Kaede.
Kaede detuvo su carro enfrente de la casa de los Himura justo en el momento en que Hiko salía de la casa.
— Buenos días – saludó Kaede mientras luchaba por bajar su pesado cuerpo del carro.
Hiko la miró con tanto detenimiento que Kaoru tuvo que agachar la cabeza para que el sombrero le cubriera el rostro casi por completo.
-Me dijeron que iba a conseguirme alguien que me ayudara a repartir todas estas cosas. Ahora que Misao se va a convertir en una dama, supongo que no la veré muy a menudo por aquí – Kaoru comenzó a desatar uno de los extremos del toldo — . Unos gatos se han quedado encerrados aquí dentro y tengo que dejarlos salir – añadió.
Observó a Hiko mientras quitaba el todo y tomaba un repollo. Pero cuando la joven miró de nuevo el carro, se le aflojaron las rodillas y tuvo que sostenerse para no caer. Debajo del repollo asomaba la cabeza de Kenshin Himura, quien le dedicó un guiño.
Hiko tomó a Kaede con una mano y espió dentro del carro al mismo tiempo.
Kenshin se sentó, haciendo que algunas verduras cayeran al suelo.
— ¿Eres sorda, Kaoru¿No oías que te llamaba? Pensé que moriría ahogado porque no podía respirar ahí dentro. ¡Maldita mujer! Te advertí que no entraras a las minas hoy.
Hiko miraba a uno y a otro sin comprender muy bien, hasta que tomó el rostro de Kaoru y lo levantó hacia la luz. Con los años, Kaoru había aprendido a maquillarse, pero también había aprendido a mantener gacha la cabeza porque sabía que las personas no se miraban casi nunca a los ojos. La primera impresión que Kaede daba era la de una mujer anciana, y jamás se molestaba en mirarla una segunda vez.
— No puedo creerlo – comentó Hiko — . Es mejor que entre y comience a hablar.
Kenshin la tomó del codo con fuerza y casi la arrastró dentro de la modesta casa de Hiko.
— Te dije que no lo hicieras – repitió Kenshin. Miró a su tío — . ¿Sabes lo que hacen las mujeres de Chandler? Hay tres o cuatro que se disfrazan como ella para introducir cosas de contrabando en las minas.
Kaoru se soltó y se apartó unos pasos.
— No es tan malo como tú lo haces parecer, Kenshin.
— Y además, Fenton lo sabe y puede denunciarlas en cualquier momento. Debe de tener a la mitad de los ciudadanos más importantes en la palma de la mano, y ellos ni siquiera lo saben.
Hiko miró a Kaoru y le preguntó:
— ¿Qué clase de artículos ilegales?
— No muchos – respondió ella — . Medicinas, libros, té, jabón, cualquier cosa que pueda esconder entre las verduras. No es como Kenshin lo pinta. Y en cuanto al señor Fenton, ya que lo sabe y no ha hecho nada al respecto, quizá nos esté protegiendo y se encargue de que nada nos suceda en nuestros viajes. Después de todo, no le hacemos mal a nadie.
— ¡A nadie! – exclamó Kenshin — . Querida, algún día te explicaré algo sobre los accionistas. Si los accionistas de Fenton te descubrieran y se enteraran de que les estás quitando ganancias que les corresponden a ellos, os ahorcarían a todas. Pero antes que eso, Fenton utilizaría a todas la mujeres, a todos los padres y esposos que pudiera, para salvar su pellejo. Estoy seguro de que a Fenton le encanta lo que hacéis porque sabe que en cualquier momento tiene poder sobre los ciudadanos más influyentes de Chandler, mientras sus inversores no sepan nada sobre el asunto.
— El hecho de que tú seas capaz de chantajear a la gente no significa que los demás hagan lo mismo. Quizás el señor Fenton...
Se detuvo porque Hiko la condujo hacia la puerta.
— Es mejor que vaya a atender su carro. La mujer que la ayudará vive aquí al lado. Llama a la puerta, está esperándola.
Sin agregar nada más, le cerró la puerta dejándola fuera.
— ¿Cuánto hace que lo están haciendo? – preguntó HIko a Kenshin — . ¿Y qué hace ella con el dinero que le pagan por la comida?
Kenshin no conocía todas las respuestas que Hiko requería, pero entre los dos pudieron dilucidar casi toda la historia. Hiko estuvo de acuerdo con Kenshin sobre por qué Fenton permitía que las mujeres entraran en el campo.
— Las vendería en cuestión de segundos – aseguró Hiko — . ¿Qué piensas hacer¿La dejarás que continúe conduciendo el carro arriesgándose a que la lastimen? Si los guardias se enteraran de que los engañó, primero actuarían y después preguntarían quién la protegía.
— Le pedí que no viniera hoy y ya ves cómo me obedeció. En cuanto creyó que me había ido, compró todas las verduras para traerlas aquí.
— ¿Las paga ella?
Kenshin se acercó una silla y se sentó.
— Ahora no es muy feliz conmigo, pero pasará. Estoy trabajándola.
— Si quieres hablar de ello, puedo escucharte – repuso Hiko mientras se sentaba frente a su sobrino.
Kenshin jamás había conversado con nadie acerca de sus problemas personales, pero en los últimos tiempos las cosas cambiaban con rapidez. Le había contado algunos de sus problemas a Tokio, y ahora quería hablar con su tío. Quizás un hombre pudiera ayudarlo.
Kenshin relató a Hiko la historia de su vida en los establos, su sueño de construir una casa más grande que las demás. Hiko asentía con comprensión, como si todo lo que Kenshin le contara tuviera sentido para él.
— El único problema es que Kaoru se enfadó mucho cuando se enteró de por qué me había casado con ella, y se fue de la casa. Yo la hice volver, pero no está muy contenta con ella – concluyó Kenshin.
— Dices que habías planeado tenerla sentada frente a tu mesa, pero ¿qué sucedió luego?
Kenshin se miró las uñas.
— Yo no quería una esposa, y supuse que Kaoru estaba enamorada de ese Sagara que la había dejado, de modo que estaba seguro de que ella estará contenta de no volver a verme después de aquella cena con Fenton. Pensé regalarle una caja llena de joyas y luego volver a Nueva York. Lo peor de todo fue que le entregué las joyas y ella ni siquiera las miró.
— ¿Y por qué no la dejas y regresas a Nueva York? – preguntó su tío.
Kenshin tardó en responder.
— No lo sé, me gusta estar aquí. Me gustan las montañas, y en verano no hace tanto calor como en Nueva York y...
— Y amas a Kaoru – replicó Hiko con una sonrisa — . Ella es hermosa, y yo preferiría tener a una mujer así a poseer todo el estado de Nueva York.
— ¿Y por qué no te has casado?
— Ninguna de las mujeres que me gustan quiere casarse conmigo.
— Supongo que a mí me sucedió lo mismo. Cuando me daba lo mismo que Kaoru se casara o no conmigo y pensaba que cualquier otra mujer sería lo mismo, ella me decía que me amaba, y ahora, cuando creo que no podría vivir muy bien sin ella, me mira como si yo fuera un montón de bosta.
Los dos quedaron en silencio durante un momento, el aire estaba cargado con sus pensamientos de injusticia.
— ¿Quieres un whisky? – le ofreció Hiko.
— Lo necesito – respondió Kenshin.
Cuando Hiko se puso de pie para ir a buscar el whisky, Kenshin miró la casa por primera vez. Calculó que toda la casa ocupaba sólo la superficie de su vestidor y el baño. Tenía una suciedad que ninguna limpieza habría quitado. No había mucha luz y la atmósfera que se respiraba olía a pobreza.
Sobre la chimenea había una lata de té, dos latas de verduras y lo que parecía ser un trozo de pan envuelto en una tela, Kenshin estaba seguro de que eso era todo lo que había en la casa para comer.
De repente, recordó los cuartos arriba del establo donde se había criado. El enviaba las sábanas y su ropa para que las lavanderas de Fenton se las lavaran, más adelante había logrado que las sirvientas le limpiaran el cuarto. Y siempre había tenido comida en abundancia.
¿Qué había dicho Kaoru que les llevaba a los mineros¿Medicinas, jabones, té? Lo que pudiera esconder en un repollo, Kenshin jamás había necesitado preocuparse por la comida. Y no importa dónde viviera, jamás viviría así.
Cuando descubrió la gotera del techo, se preguntó cómo había hecho su madre, criada con lo mejor, para sobrevivir en una casa así.
— ¿Conociste a mi madre? – preguntó Kenshin mientras Hiko le servía whisky en un vaso de latón.
— Sí – contestó Hiko mientras estudiaba aquel extraño que era parte de su familia. Kenshin se movía de una manera que a veces lo hacía pensar que estaba sentado frente a Shishio, y su mirada le hacía recordar a la pequeña Sakura.
Hiko se sentó frente a la mesa y agregó:
— Vivió con nosotros durante un tiempo; fue duro para ella, pero era preciosa. Todos creíamos que Shishio era el hombre más afortunado del mundo. Tendrías que haberla visto. Trabajaba todo el día limpiando y cocinando, y justo antes de que llegara Shishio se arreglaba toda como si esperara al presidente.
Kenshin observó un momento a su tío.
— Oí decir que era una consentida, que se peleaba con todas la mujeres y que la odiaban.
El rostro de Hiko se modificó por la rabia.
— No sé quién puede haberte dicho eso, pero el que lo hizo es un gran mentiroso. Cuando Shishio murió, a Sakura no le interesaba seguir viviendo. Afirmó que volvería a su casa para tener el bebé porque sabía que Shishio hubiese querido lo mejor para su hijo, y quería compartir el bebé con el futuro abuelo. ¡Ese desgraciado! Lo último que supimos de ella era que había muerto junto con su bebé y que Fenton se había suicidado de dolor. Okina y yo nos alegramos de que los últimos momentos de Sakura hubieran sido felices, y de que su padre la hubiera aceptado de inmediato. Ninguno de nosotros supo nada sobre ti, y no nos enteramos de que Sakura se había suicidado hasta muchos años después.
Kenshin deseó preguntarle por qué no había hecho nada cuando conoció la verdad, pero se contuvo y bebió un trago de whisky. Le había dicho a Kaoru que el dinero daba poder a un hombre. ¿Qué hubieran podido hacer los Himura si apenas ganaban para vivir? Y además, a él no le había ido tan mal.
— Estaba pensando – comentó Kenshin mirando la jarra que sostenía en la mano – que tú y yo tuvimos un mal comienzo, y me preguntaba si hay algo que yo pueda hacer... – cuando terminó de pronunciar esas palabras supo que no debía haberlo hecho. Kaoru le había dicho que él utilizaba su dinero y a las personas. Kenshin levantó la mirada y vio que Hiko se mantenía rígido, aguardando a que su sobrino terminara de hablar — . A Soujiro le gusta mucho jugar al béisbol, igual que a Yutaro, pero ahora no los veo mucho y me preguntaba si quizá podría organizar un equipo de béisbol aquí. Yo compraría los equipos, desde luego.
Hiko se relajó.
— A los niños les gustará. Quizá puedas venir el domingo por la mañana, cuando no están en la mina. ¿Crees que Fenton te lo permitirá?
— Supongo que sí – replicó Kenshin terminando de beber su whisky — . Y ahora es mejor que vaya a buscar a mi esposa. Tengo el presentimiento de que planea dejarme aquí.
Hiko se puso de pie.
— Es mejor que vaya yo a buscarla, y me temo que tendrás que regresar a tu casa en la parte de atrás del carro. Si los guardias te descubrieran saliendo sin haberte visto entrar comenzarían a sospechar y las mujeres tendrían problemas.
Kenshin asintió. No le gustaba mucho la idea, pero sabía que era sensata.
— Kenshin – añadió Hiko antes de salir — , si pudiera darte un consejo sobre Kaoru, sería que tengas paciencia. Las mujeres tienen extrañas ideas sobre cosas que los hombres ni siquiera entendemos. Trata de cortejarla. Algo hiciste al comienzo que ganó su corazón; trata de comenzar a cortejarla otra vez.
— No le gustan los regalos – murmuró Kenshin.
— Quizá no le das los regalos adecuados. Una vez, tuve a una muchacha loca por mí, y lo que la hizo caer fue que le regalé un perrito. No era un perro fino pero a ella le encantó. Se sintió muy agradecida, si sabes a lo que me refiero – Hiko guiñó el ojo y se fue sonriendo.
Kaoru aguardó hasta llegar a su casa para la explosión de Kenshin, pero no ocurrió nada. Su marido había subido al asiento junto a ella, una vez que los guardias los perdieron de vista, y a pesar de que Kaoru no pronunció ni una sola palabra, él le había hablado sobre el panorama y sobre sus negocios. En varias ocasiones ella estuvo a punto de responderle, pero se detuvo a tiempo. Su enfado con él era demasiado profundo y no podía aliviarlo. Pronto Kenshin se daría cuenta de que ella nunca volvería a amarlo y tendría que dejarla en libertad.
Una vez en casa, él la saludó con un educado buenas noches y desapareció en su despacho. Al día siguiente, fue a buscarla a la salita justo a la hora de comer, sin decir nada, le tomó una mano y la condujo hacia la cocina para recoger una canasta con comida que le había preparado la señora Murchison. Sin soltarla, la condujo a través del jardín hasta el extremo donde estaba la estatua de Diana, bajo la cual, una vez, habían hecho el amor.
Kaoru permaneció de pie, sin moverse, mientras él extendía el mantel blanco y sacaba la comida de la canasta. Kenshin tuvo que empujarla para que se sentara. Kaoru casi no probó bocado y Kenshin le habló todo el tiempo. Le habló acerca de sus negocios y le aseguró que le resultaba difícil trabajar sin la ayuda de Aoshi.
Kaoru no le respondió ni una sola vez, pero el silencio de ella parecía no molestarlo.
Después de terminar de comer, Kenshin se volvió, apoyó la cabeza en su regazo y continuó hablando. Le contó lo que Hiko le había dicho sobre su madre. Le comentó lo sucia y descuida que estaba la casa de Hiko y la comparó con sus cuartos en los establos que jamás habían estado tan mal.
— ¿Crees que yo podría hacer algo para sacar al tío Hiko de las minas? Ya no es joven, y me gustaría ayudarlo.
Kaoru, al principio, no dijo nada. Pero jamás le había oído una pregunta así a Kenshin.
— No puedes ofrecerle un trabajo, porque lo consideraría una caridad – aseguró ella por fin.
— Es lo que he pensado. No sé qué hacer. Si se te ocurre algo¿me lo harás saber?
— Sí – respondió ella en un tono dubitativo, y de pronto recordó a Hiko caminando junto a Tomoe. Formaban una pareja sorprendente.
— Es necesario que regrese al trabajo – explicó él mientras le daba un beso tierno y dulce — . ¿Por qué no te quedas aquí y disfrutas del jardín?
Kenshin la dejó sola y Kaoru comenzó a pasear por entre las plantas, y al llegar frente a los rosales, pidió prestado un par de tijeras y cortó algunas rosas. Era la primera vez, desde que había llegado, que hacía algo que no era absolutamente necesario.
— Que el dueño sea horrible no es razón para odiar la casa – se dijo mientras entraba con las rosas.
Cuando Kenshin apareció a la hora de cenar, descubrió la casa llena de flores frescas, y estuvo sonriente durante todo la cena.
Al día siguiente, Megumi fue a almorzar y habló sobre su amiga de Pensilvania, la doctora Louise Bleeker, que había llegado para ayudarla en la clínica. De repente, le preguntó a Kaoru si se sentía bien. Por alguna razón, parecía que ya no odiaba a Kenshin
— Las cosas no van mucho mejor – repuso Kaoru mientras jugueteaba con la comida — . ¿Y tú?
Megumi dudó.
— A Sano se le pasará, estoy segura.
— ¿Qué?
— Ahora está un poco enfadad conmigo. Yo... hice un viaje en la parte de atrás de su coche. Pero hablemos mejor de ti.
— Hablemos de la revista. He escrito dos nuevos artículos.
El domingo, Kenshin entró en el cuarto de Kaoru para despertarla, pero no se acercó demasiado a la cama. Le dejó un vestido de un rosa profundo que tenía unas tiras finas de terciopelo negro.
— Ponte esto y vístete tan aprisa como puedas – le ordenó antes de salir de la habitación.
Minutos después, Kenshin regresó vestido con un par de pantalones de cordero y una camisa de franela azul brillante. Permaneció un momento observando a Kaoru, que sólo llevaba su ropa interior: el corsé ajustado que le abultaba los pechos por encima de la puntilla de la camisa, las medias negras de seda que le llegaban hasta la rodilla, bordadas con mariposas en uno de los costados, y los zapatos negros de tacones altos.
Kenshin la miró sorprendido, pero se volvió y abandonó la habitación, porque de haberse quedado un minuto más no lo habría resistido.
Kaoru dejó caer el vestido que había recogido pero que no se había molestado en ponerse para cubrirse y dejó escapar un suspiro. Se aseguró a sí misma que era un suspiro de alivio y no un lamento como parecía.
Kenshin no le dijo ni una palabra acerca de adónde se dirigían, y ella tampoco se lo preguntó. Pero en cuanto ella vio que tomaban rumbo hacia la mina Pequeña Pamela, se sorprendió.
Los guardias les permitieron pasar sin hacer preguntas, y cuando estuvieron en el otro lado, las personas comenzaron a salir de sus casa y a seguirlos. Kaoru saludó a las pocas mujeres que conocía.
— No te conocen así vestida – le advirtió Kenshin.
Kaoru no podía dejar de mirar a su alrededor porque cada vez había más gente, y los niños sonreían abiertamente.
— ¿Qué has hecho? – preguntó a su marido.
— Mira – replicó él señalándole el lugar. Frente a ellos se hallaba el único espacio abierto de la mina. En el centro del campo había unos embalajes de madera.
Kenshin detuvo el coche y dos muchachos sostuvieron el caballo mientras ayudaba a descender a Kaoru; Cuando estuvieron de pie en el centro del círculo de personas que se habían reunido alrededor, Kenshin sonrió y dijo en voz alta:
— Abridlos, muchachos.
Mientras Kaoru observaba a los niños abrir las cajas, Hiko se les acercó por detrás.
— Las cajas llegaron hace dos días y pensé que no te molestaría si les decía lo que había dentro. Han estado bailando a su alrededor, totalmente excitados desde entonces – comentó Hiko mientras apoyaba una mano sobre el hombro de su sobrino.
Kaoru miró la mano sobre el hombro de su marido con asombro antes de volverse para mirar lo que sacaban de las cajas. Eran equipos de béisbol: uniformes, bates, guantes, pelotas y protectores para la cara.
Kenshin se volvió hacia Kaoru, con el rostro encendido de expectativa.
He hecho todo esto para impresionarme, pensó ella. Observó a los padres de los niños, que los miraban con adoración.
— ¿Y qué has traído para las niñas? – preguntó Kaoru.
— ¿Las niñas? – repitió Kenshin — . Las niñas no pueden jugar al béisbol.
— ¿No¿Y qué hay del arco y la flecha, el tenis, las bicicletas, la gimnasia y la esgrima?
— ¿Esgrima? – dijo Kenshin con expresión de enfado — . Ya veo que nada te complace¿no es así, Dama de Hielo? Ninguno está a tu nivel¿no? – añadió antes de volverse y alejarse en dirección de los niños.
Kaoru se apartó de la muchedumbre. Tal vez había sido demasiado dura con él. Tendría que haber dicho algo bueno por su esfuerzo de ayudar a los niños. Eso era lo que ella siempre había deseado que ocurriera, y ahora que sucedía era desagradecida.
Por lo menos, podría aprovechar el día y no quedarse estancada en un rincón. Se acercó a una pequeña que estaba cerca y le explicó las reglas del juego. A los pocos minutos, se habían juntado a su alrededor otras niñas, algunas mujeres e incluso algunos hombres que no conocían el juego. Para cuando Kenshin y Hiko terminaron de organizar el juego. Kaoru ya tenía su grupo de admiradores.
Dos horas después, llegó un coche de cuatro caballos y se detuvo en medio de las personas. Todos permanecieron inmóviles como si algo terrible hubiera ocurrido.
El conductor, acalorado y con el rostro encendido, era el señor Vaughn, el dueño de la tienda de deportes.
— ¡Himura! – le gritó a Kenshin mientras trataba de controlar los caballos — . Es la última vez que cumplo con una orden así para usted. No me importa si me compra toda la tienda, los domingos no trabajo para nadie.
— ¿Ha traído todo? – preguntó Kenshin mientras revisaba la parte de atrás del coche — . Y basta ya de gritar. Con los precios que le he pagado en estos últimos meses ya tendría que ser yo el dueño de su tienda.
La muchedumbre rió, disfrutando del poder que el dinero otorgaba a un hombre para poder decir lo que quisiera. Kaoru observaba la parte trasera del carro.
— Bien, fijaos en esto – agregó Kenshin sacando una raqueta de tenis — . Creo que con esto no podemos pegarle a una pelota de béisbol – se volvió hacia una niña que estaba cerca de él — . Quizá tu puedas usarla.
La niña tomó la raqueta, pero no se movió.
— ¿Qué es? – preguntó.
Kenshin le señaló a Kaoru.
— ¿Ves a esa señora de allí? Ella te mostrará cómo utilizarla.
Kaoru se acercó a su marido, lo rodeó con los brazos y lo besó. Cuando quiso soltarse, Kenshin no la dejó y ella lo estrechó entre sus brazos.
— Supongo que he encontrado el regalo adecuado – comentó Kenshin a alguien que estaba cerca, mientras abrazaba con más fuerza a su esposa.
Cuando Kaoru se apartó, oyó que Hiko soltaba una carcajada.
Durante el resto de la tarde, Kaoru no tuvo mucho tiempo para pensar mientras organizaba los juegos de tenis y les mostraba a las niñas cómo utilizar el arco y la flecha. También había pelotas, aros, sogas de saltar, muñecas y muñecas de papel. Trató de repartir las cosas de forma justa, ayudada por supuesto por las madres, que trataban de contener a las niñas.
Antes de que Kaoru se diera cuenta, anocheció y Kenshin se acercó a ella y la abrazó. Cuando ella levantó la mirada, supo que seguía amándolo. Quizá no fuera el hombre que había creído en un principio, quizá fuera capaz de vivir una vida de venganza y tal vez lo de ese día fuera sólo una demostración de su odio por Jacob Fenton, pero en ese instante, no le importaba. Ella había prometido amarlo en los buenos y en los malos, y su obsesión por la venganza era parte de lo malo. Cuando lo miró, Kaoru supo que siempre lo había amado, sin importarle lo que hiciera, ni los terribles motivos que lo llevaban a hacer lo que hacía. Se quedaría con él y lo amaría aunque le arrebatara a Fenton todo lo que poseía.
— ¿Estás lista muñeca? – preguntó Kenshin.
— Sí – le respondió ella, con todo el corazón.
Kenshin no miró a Kaoru cuando abandonaron el campo; mantuvo las riendas tirantes y los ojos fijos en el camino.
Kaoru no miraba a otra cosa que no fuera él, preguntándose cómo tenía tan poco orgullo para amar a un hombre que la había utilizado. Pero mientras lo contemplaba, supo que era algo que no podía evitar.
Al pie de la colina, justo antes de que el camino se abriera para unirse con la ruta principal, Kenshin detuvo el coche. La puesta de sol teñía todo de rosados y naranjas, y el horizonte parecía ser de fuego. El aire fresco de la montaña tenía una fragancia salvia.
— ¿Por qué nos detenemos? – preguntó ella, mientras él se le acercaba y la rodeaba con sus brazos.
— Porque, mi amor – contestó él abrazándola con fuerza — , ya no puedo esperar para hacerte el amor.
— Kenshin... – comenzó a protesta ella — , no podemos detenernos aquí. Podría venir alguien.
Kaoru no pudo agregar nada más porque Kenshin había comenzado a acariciarle la espalda. Kaoru le respondió con todo el fervor que sentía.
El se apartó para acariciarle la mejilla.
— Te he echado de menos, muñeca – le dijo en un susurro — , te he echado mucho de menos.
En un minuto, desapareció toda la ternura y su boca se posó sobre la de ella, exigente.
Kaoru tenía tanta necesidad de él como él de ella. Su cuerpo se fusionó con el de Kenshin, sus curvas encajaban perfectamente en los músculos del cuerpo del hombre.
Kenshin se apartó un momento, para observar la expresión de deseo del rostro de Kaoru, Se dirigió entonces hasta la parte de atrás del coche y sacó el toldo. Lo colocó sobre el césped, detrás de unos árboles, y tendió una mano a su esposa.
Kaoru se acercó muy despacio, observándolo y disfrutando de antemano las sensaciones maravillosas que la aguardaban.
Cuando Kenshin comenzó a desabrocharle el vestido, le temblaban las manos.
— He estado pensando en esto desde hace mucho tiempo – murmuró él con dulzura. La sombra que se proyectaba sobre su rostro lo hacía parecer joven y vulnerable — . Una vez me preguntaste sobre otras mujeres. Creo que jamás pensé en una mujer una vez que me levantaba de la cama que había compartido, y en realidad, supongo que tampoco pensaba en ellas mientras estaba con ellas en la cama. Y lo peor de todo es que jamás le conté a ninguna mujer las cosas que te he dicho a ti en los últimos meses. ¿Eres una dama o una bruja?
Cuando terminó de desabrocharle el vestido, y le acarició la piel y los pechos, Kaoru sintió que la invadía una sensación de sumo placer y calidez y apretó los labios contra los de Kenshin.
— Soy una bruja que está enamorada de ti – murmuró.
Kenshin la abrazó con tanta fuerza que Kaoru sintió que se partía en dos.
No volvieron a hablar, mientras Kenshin la atacaba con todo el deseo que había acumulado. Y Kaoru le respondió de la misma manera.
Ambos comenzaron entonces a arrancarse la ropa el uno al otro con desesperación.
Kaoru no había alcanzado a quitarse las medias ni los zapatos de tacones altos cuando Kenshin se colocó encima de ella, besándole cada centímetro de piel desnuda. Ella le clavó las uñas en la espalda y lo atrajo hacia sí hasta que se convirtieron en una sola persona.
Cuando ella abrió la boca para gritar, Kenshin se la tapó con la suya.
— Si gritas aquí, dama de hielo, pronto tendremos visita.
Kaoru no sabía de qué estaba hablando, pero tampoco quiso perder tiempo en averiguarlo. Sin embargo, cada tanto, Kenshin le cubría la boca con lo que tuviera a mano y ella terminaba besando lo que fuera.
Kaoru no tenía idea del tiempo que pasaron allí porque sus ideas estaban concentradas en el cuerpo de Kenshin, que a veces estaba encima de ella, otras debajo, al lado, sentado, y hasta una vez creyó verlo de pie. Kaoru tenía el cabello empapado y estaba rodeada por todas partes por la piel de Kenshin, caliente, húmeda, deliciosa, que era suya para tocarla y lamerla todo cuanto quisiera. Sus deseos guardados desde hacía tanto tiempo la hacían insaciable. Llegaron juntos, explotando en mil pedazos maravillosos.
Durmieron unos cuantos minutos abrazados.
Kenshin se despertó después de un rato y colocó un extremo del toldo sobre sus cuerpos, cubriendo la espalda de Kaoru con su chaqueta. La observó un momento mientras ella dormía, iluminada por la luz de la luna.
— ¿Quién hubiera dicho que una dama como tú...? – murmuró y le alzó la cabeza para que descansara sobre su pecho, antes de volver a recostarse.
Kaoru se despertó una hora después, al sentir la mano de Kenshin que le acariciaba la espalda, y los pechos. Ella lo miró como si estuviera en un sueño.
— Tengo todo lo que un hombre puede desear – afirmó Kenshin poniéndose de costado — . Tengo a una mujer desnuda junto a mí y me está sonriendo. Eh, señora¿quiere irse a la cama con un mozo del establo?
Kaoru frotó la cadera contra el cuerpo de su esposo.
— Sólo si es muy suave y no me asusta con sus modales bárbaros.
Kenshin dejó escapar un gruñido y la besó.
— Cuando un hombre desea algo, utiliza un arma o un cuchillo, pero tú, muñeca, utilizas armas que me asustan mucho más.
— Pareces asustado – le dijo ella mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
Esta vez hicieron el amor sin prisa, sin la desesperación anterior, disfrutando de cada momento, y cuando terminaron, se quedaron abrazados y se durmieron. En algún momento de la noche, Kenshin se levantó y soltó a los caballos. Cuando Kaoru le preguntó entre sueños qué estaba haciendo, él repuso:
— Quien una vez fue mozo de cuadra jamás dejará de serlo – luego volvió a acostarse junto a ella.
Antes de que saliera el sol, se despertaron y se quedaron conversando. Hablaron sobre el placer que habían sentido al ver a los niños con los nuevos juguetes.
— ¿Por qué algunos de los niños parecen mapaches? – preguntó Kenshin.
Kaoru tardó unos momentos en comprender a qué se refería.
— Trabajan en las minas y algunos aún no han aprendido a quitarse el polvo de los ojos – contestó ella por fin.
— Pero si algunos de ellos son muy pequeños, casi bebés.. No podrían...
— Pero así es – le respondió Kaoru, y ambos permanecieron en silencio durante un rato – ¿Sabes qué me gustaría hacer en todas las minas y no sólo en una?
— ¿Qué?
— Me gustaría comprar cuatro carros, bien grandes como si fueran carros de leche, pero en lugar de leche tendrían libros, y los carros visitarían los campos y sería como una biblioteca ambulante. Los conductores podrían ser bibliotecarios o maestros que ayudarían a los adultos a elegir sus libros.
— ¿Por qué no contratamos a los hombres que conduzcan esos carros? – le preguntó Kenshin con la mirada iluminada.
— ¿Entonces te gusta la idea, Kenshin?
— Me parece bien; además, unos cuantos carros deben costar menos que el tren que le regalé a tu madre. ¿Cómo le va con esa cosa?
Kaoru sonrió y le contó.
— Ella sostiene que tú le diste la idea. Lo ha hecho poner en el jardín de atrás y lo ha convertido en su retiro privado. Oí decir que el señor Saito estaba furioso que casi no podía hablar.
Cuando el sol iluminó el cielo de la mañana, Kenshin advirtió que tendrían que partir antes de que la gente comenzara a pasar por allí. Durante todo el camino de regreso, Kaoru se mantuvo cerca de él y Kenshin se detuvo varias veces para besarla. Kaoru se dijo que los Fenton no le interesaban y que hiciera lo que hiciera Kenshin, ella seguiría amándolo.
Una vez en casa, se dieron un baño en la enorme bañera de Kaoru, inundando todo el lugar con agua. Kenshin lo secó con una gruesa toalla, y luego depositó a Kaoru en el suelo y le hizo nuevamente el amor. La criada de Kaoru, Susan, estuvo a punto de sorprenderlos cuando trató de entrar en la habitación, pero no vio nada porque Kenshin le cerró la puerta en la cara justo a tiempo.
Después bajaron a tomar un suculento desayuno. La señora Murchison salió de la cocina para servirlo personalmente, sonriente y contenta de que Kenshin y Kaoru se hubiesen reconciliado.
— Bebés – murmuró antes de salir — . Esta casa necesita bebés.
Kenshin casi se atragantó con el café y miró a Kaoru aterrorizado. Ella no levantó la mirada pero sonrió.
En el momento en que la señora Murchison entraba de nuevo llevando una bandeja de comida, oyeron un terrible trueno. Lo sintieron debajo de los pies, como si fuera algo profundo y maligno. Los vasos encima de la mesa temblaron y se escuchó un ruido de vidrios rotos en el primer piso.
La señora Murchison gritó y dejó caer la bandeja.
— ¿Qué diablos ha sido eso? – pregunto Kenshin — . ¿Un terremoto?
Kaoru no dijo una sola palabra. Había oído ese sonido una sola vez en toda su vida, y nunca, nunca lo había olvidado. No miró ni a Kenshin ni a los sirvientes que ya se habían reunido en la sala, sino que se dirigió directamente al teléfono.
— ¿Cuál? – preguntó la joven a la operadora sin molestarse en identificarse.
— La Pequeña Pamela – respondió la voz antes de que el auricular se cayera de la mano de Kaoru.
— ¡Kaoru! – gritó Kenshin mientras la sostenía de los hombros — . ¡No te desmayes ahora¿Eso ha sido una mina?
Kaoru no creyó poder hablar. Tenía un nudo que le cerraba la garganta. ¿Por qué tenía que ser mi mina, le repetía su mente mientras recordaba el rostro de todos los niños. ¿Cuáles de los niños que habían jugado al béisbol el día anterior estarían muertos ahora?
— El turno – susurró Kaoru mirando a Kenshin — , Hiko estaba en el último turno.
Kenshin le apretó los hombros con más fuerza.
— ¿Ha sido en Pequeña Pamela, entonces¿Cuál es el daño? – murmuró.
Kaoru abrió la boca pero no pudo contestar nada.
Uno de los asistentes reunidos en la sala dio un paso adelante.
— Señor, cuando la explosión llega a romper los vidrios de la ciudad, significa que es bastante grave.
Kenshin permaneció inmóvil un minuto y luego reaccionó.
— Kaoru, prepárame todas las mantas y sábanas que haya en casa, cárgalas en el carro grande y llévalas a la mina. ¿Me comprendes? Iré a vestirme y me adelantaré, pero quiero que vayas lo antes posible. ¿Me entiendes?
— Necesitarán hombre para el rescate – añadió uno de los sirvientes.
Kenshin lo miró de arriba abajo.
— Entonces quítese esa ropa y prepare un caballo – se volvió hacia Kaoru — . Voy a rescatar a Hiko vivo o muerto – la besó brevemente en la mejilla y subió corriendo a cambiarse.
Kaoru tardó un momento en reaccionar. No podía cambiar lo sucedido, pero podía ayudar. Se volvió a las mujeres que estaban cerca.
— Ya han oído al señor. Quiero que coloquen todas las mantas y sábanas que encuentren en el vagón dentro de diez minutos.
Una de las sirvientas se acercó y preguntó:
— Mi hermano trabaja en la Pequeña Pamela¿me permite ir con usted?
— Y yo – intervino Susan — . Vendé muchas cabezas rotas en una época.
Sí – respondió Kaoru mientras subía a cambiarse la bata llena de puntillas que llevaba — . Temo que necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir.
Continuara...
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Y bueno, ke tal les parecio, media reconciliacion de este parcito jojojo espero ke les haya gustado, pues bien los problemas no faltan y ya empezamos con uno nuevo...
nos vemos en la proxima
espero sus comentarios...
matta nee
