Holas a todas, como estan, yo aki escapandome un rato de la tesis pa subirles el penultimo capitulo de este fics, pues sip como lo oyem el proximo sera el fin de esat historia que me dedique a adaptar...

en fin, no las demoro mas, y espero ke la difruten, ya saben ke ni la historia ni los eprsonajes me pertenecen, yo solo los uso pa entretenerlas y darles algo que leer XD

nos vemos abajo
bye

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La Hermana de Hielo

Capitulo 15.

Kenshin no tenía mucha experiencia en desastres; sus batallas siempre habían sido uno contra uno, y no estaba preparado para lo que encontró en la Pequeña Pamela. Oyó los gritos de las mujeres a lo lejos y pensó que jamás olvidaría aquel sonido, por el resto de su vida.

La puerta de entrada al campo estaba abierta y sin custodia; sólo había una mujer con un bebé en sus brazos, acunándolo. Kenshin y los cuatro hombres que lo acompañaban disminuyeron la marcha al entrar al campo donde encontraron a más mujeres corriendo, o de pie, llorando.

Cuando Kenshin pasó junto a una mujer, esta se aferró a su brazo y le suplicó:

— ¡Mátame¡El se ha ido y no tenemos nada¡Nada!

Kenshin no pudo evitar que ella lo empujara dentro de su casucha. La cabaña de Hiko era una mansión comparada con esta. Había cinco niños sucios, cubiertos con harapos, que se aferraban unos a otros en un rincón. Sus rostros alargados y sus miradas tristes testimoniaban el hambre constante que sufrían. Kenshin no recordaba haberlos visto el día anterior cuando estuvo en el campo, pero tampoco recordaba haber estado en esa parte del campo donde las viviendas no eran más que chozas y cobertizos.

— ¡Mátenos a todos! – gritó la mujer — . ¡Estaremos mejor¡Si no, moriremos de hambre!

Sobre la madera que servía de mesa, Kenshin descubrió un pedazo de pan viejo y nada más. Era toda la comida que había en la casa.

— Señor – llamó uno de los sirvientes que lo había seguido — , necesitan ayuda para sacar los cuerpos.

— Sí – replicó Kenshin con suavidad, y abandonó la choza, dejando a la mujer envuelta en lágrimas de desesperación — . ¿Quiénes son estas personas? – preguntó al hombre cuando estuvieron afuera.

— No pueden pagar el alquiler de las viviendas de la compañía: dos dólares por cuarto, de modo que la compañía les alquila la tierra a un dólar el mes y ellos se construyen su propia casa con lo que pueden encontrar – el hombre le señaló los cobertizos de metal acanalado y a Kenshin le pareció ver pedazos de los cajones que habían llegado el día anterior con los equipos de béisbol.

— ¿Qué le pasará a la mujer si su marido ha muerto?

— Si tiene suerte, la compañía le pagará seis meses de salario y luego ella y los niños quedarán abandonados a su suerte. Suceda lo que suceda, la compañía afirmará que fueron los mineros quienes causaron la explosión.

Kenshin se enderezó.

— Al menos ahora podemos ayudar. Consigamos algo de comer para esta mujer.

— ¿Dónde? – le preguntó el sirviente — . Hace cuatro años hubo una revuelta y los mineros atacaron el almacén de la mina, así que ahora sólo tienen un mínimo de provisiones – el hombre torció la boca — . Y el pueblo tampoco ayudará. La última vez que estalló una mina, tratamos de conseguir ayuda de la municipalidad, pero nos aseguraron que debíamos seguir ciertos "caminos".

Kenshin se dirigió entonces hacia el centro del campo, donde se hallaba la mina. Delante de la boca de entrada, había tres cuerpos envueltos en sábanas; dos hombres arrastraban otro cuerpo hacia el galpón de las maquinas, donde Kenshin distinguió a Megumi y a otros dos hombres trabajando. Kenshin se acercó al lugar donde estaba Sanosuke y le preguntó:

— ¿Es muy grave?

— Lo peor – respondió Sanosuke — . Hay tanto gas en la mina que los hombres de rescate mueren antes de llegar a los heridos. No sabemos qué sucedió ni cuántos heridos hay porque la explosión se produjo hacia adentro en vez de hacia afuera. Podría haber túneles cerrados con hombres atrapados con vida. ¡Que alguien la sostenga! – gritó Sanosuke antes de subir al elevador que lo llevaría al interior de la mina.

Kenshin sostuvo a la mujer en cuestión mientras corría hacia un cuerpo quemado que sacaban de la mina. Era muy frágil y liviana, y él la tomó en sus brazos.

— Déjeme llevarla a su casa – murmuró, pero ella negó con la cabeza.

Se les acercó otra mujer.

— Yo me haré cargo de ella.

— ¿Tienen un poco de coñac? – preguntó él.

— ¿Coñac? – repitió la mujer en tono de disgusto — . ¡Ni siquiera tenemos agua fresca!

Dos minutos después, Kenshin estaba montado en su caballo rumbo a Chandler; en el camino se cruzó con Kaoru y ella lo llamó cuando lo vio, pero Kenshin no se detuvo.

Una vez llegó a la ciudad, casi atropelló a una docena de personas que lo interrogaban sobre lo sucedido. La mayoría de los habitantes de Chandler estaban de pie mirando hacia la montaña donde se hallaba Pequeña Pamela, especulando sobre lo sucedido.

Kenshin recorrió la avenida Archer como un rayo hasta llegar a la casa de Aoshi. La enfermería Sagara situada enfrente estaba trabajando de lleno. Himura no había visto a Aoshi desde que se habían separado aquella noche.

Aoshi estaba cruzando el porche en dirección a un caballo preparado cuando Kenshin lo vio.

Kenshin desmontó y subió las escaleras corriendo.

— Sé que ya no quieres trabajar conmigo, pero no sé a quién más recurrir para que me ayude a organizar lo que quiero, así que es mejor que dejemos de lado todo resentimiento por el momento y me ayudes.

— ¿A hacer qué? – preguntó Aoshi con tono cauteloso — . Pensaba ir a ayudar en la mina. El tío de Misao está allí y...

— ¡También es mi tío! – explotó Kenshin — . Estuve allí hasta hace un momento y tienen más hombres de rescate de los que necesitan, pero no tienen agua ni comida, y la explosión ha destruido muchas casa, si es que así se puede llamarlas. Quiero que me ayudes a reunir comida y abrigo para la gente de allí, para los hombres que trabajan en el rescate y para las mujeres que están como locas gritando y llorando.

Aoshi observó a su ex jefe durante largo instantes y comentó:

— Por lo que Misao ha podido averiguar por teléfono, llevará bastante tiempo sacar todos los cadáveres. Tendremos que alquilar carros para poder llevar todo a la mina y tendríamos que conseguir un tren para los... cuerpos. Hoy necesitaremos comida que no tenga que cocinarse.

Kenshin sonrió.

— Vamos, tenemos que ponernos a trabajar.

Misao salió al porche, muy pálida.

Aoshi se volvió hacia ella.

— Quiero que llames a la señorita Emily a la cafetería y le pidas que reúna a todas sus hermanas en la puerta del almacén de Randolph. Asegúrate de hablar con la señorita Emily en persona, y no olvides mencionar la palabra "hermanas". ¡Misao! Esto es muy importante¿lo entiendes?

Misao asintió una vez antes de que Aoshi le diera un beso y montara en su caballo.

Cuando llegaron al centro, Kenshin y Aoshi se separaron para acudir a todos los conocidos que pudieran prestarles un carro. La mayoría de los dueños se ofrecieron como voluntarios para ayudar y así nació un sentimiento de unidad y preocupación por lo sucedido en la mina.

Seis jóvenes los aguardaban en la puerta del almacén de Randolph y a Kenshin sólo le llevó unos segundos explicarles lo que necesitaban. La dulce señorita Emily comenzó a dar órdenes con la voz de un sargento.

Una vez que los carros estuvieron listos en la parte de atrás del almacén, las mujeres estaban preparadas para comenzar a cargarlos con carne enlatada, habas, leche condensada, galletitas y cientos de panes. Cuando se reunió un grupo de curiosos, la señorita Emily los organizó para que ayudaran a cargar la comida.

Aoshi se ocupó del carro para transportar agua.

Tomoe Fenton bajó corriendo la colina, sosteniéndose el sombrero con una mano y a Yutaro con la otra.

— ¿Qué podemos hacer? – preguntó a la señorita Emily.

— Consigue todas las amigas que puedas para que te ayuden y traed todas las carpas que consigáis. Ve hasta mi casa y pregunta qué se hizo con las carpas enormes que Kaoru compró para la fiesta de la boda. Luego, llevadlos a la mina – repuso Kenshin.

— Creo que Yutaro es demasiado pequeño para ver lo que sucedió allí – replicó Tomoe — . A veces esas explosiones son...

Kenshin de repente cambió de humor y comenzó a gritar.

— ¡Sois vosotros! – le escupió a Tomoe — . ¡Sois vosotros, los Fenton, quienes habéis provocado todo esto¡Si las minas no fueran tan peligrosas y tu padre se desprendiera de un poco de su dinero nada de esto habría sucedido! Ahora, mujer, ponte a trabajar o recordaré quién eres y también que mi más preciado es ver a tu padre muerto.

Cuando Kenshin terminó se dio cuenta de que todos estaban mirándolo sorprendidos.

Aoshi fue el primero en reaccionar.

— ¿Vamos a quedarnos así todo el día¡Tú! – le gritó a un muchacho — ¡ayúdame a cargar ese cajón, y tú, aparta ese carro de ahí antes de que choquemos!

Lentamente, todos reanudaron sus actividades, pero la mente de Kenshin estaba concentrada en las muertes que Jacob Fenton había provocado. A pesar de lo que le había dicho a Tomoe, no dejaría que Yutaro partiera en ningún carro que no fuera el de él mismo.

Ya casi había anochecido cuando Kenshin pudo subir a su carro y dirigirse a Pequeña Pamela. Yutaro estaba a su lado y no abrió la boca hasta que estuvieron en camino.

— ¿Es verdad que mi abuelo mató a todas esas personas¿fue su culpa, de verdad? – preguntó el muchacho.

— Supongo que a veces las personas no saben qué hacer y se confunden por amor al dinero. Creen que el dinero puede darles todo lo que desean de la vida y, por lo tanto, tratan de conseguirlo por todos los medios posibles. No les importa si deben engañar o robar para conseguirlo o incluso si tienen que quitarle el dinero a persona, piensas que conseguir ese dinero justifica todos los medios.

— Mi madre me dijo que tú eres más rico que mi abuelo. ¿Eso significa que tú también robaste¿Tú engañaste a las personas?

— No – repuso Kenshin con suavidad — . Supongo que tuve suerte. Lo único que tuve que hacer fue renunciar a mi vida para hacer dinero.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio, y Kenshin volvió a experimentar el horror al entrar al campo de la explosión.

En la boca de la mina, había ocho cuerpos descubiertos, aguardando ser llevados al depósito de herramientas donde Megumi y otros tres médicos estaban trabajando.

Kaoru se acercó corriendo cuando distinguió el carro de Kenshin.

— Esto es maravilloso – aseguró ella mientras tomaba una caja de leche condensada y se la entregaba a una mujer que aguardaba — . En realidad tú no tienes nada que ver. Tú...

Kenshin tomó la pesada caja de sus manos.

— Yo también vivo aquí, y en cierto modo estas minas me pertenecen. Tal vez, si se las hubiera quitado a Fenton, esto jamás habría sucedido. Kaoru, estás cansada. ¿Por qué no vas un poco a casa a descansar?

— Necesitan a todos los que puedan ayudar. Los hombres del rescate sucumben por el gas y no pueden llegar a los hombres que están encerrados dentro.

— ¡Aquí¡Denme un poco de eso! – exclamó una voz familiar detrás de ellos. Era el tío Hiko.

Kaoru jamás había visto sonreír tan feliz a Kenshin. Palmeó la espalda de su tío con tanta fuerza que le hizo tirar la jarra. Hiko musitó unas cuantas palabrotas en cuanto a la exuberancia de Kenshin, pero este no dejó de sonreír, hasta que Hiko le guiñó un ojo a Kaoru y regresó a la boca de la mina.

Kenshin se acercó también a la entrada y se cruzó con Sanosuke, ennegrecido por el humo, cuando salía. Le dio una jarra con agua.

— ¿Muchos más? – le preguntó.

Sano bebió el agua sediento.

— Demasiados – contestó el médico. Levantó las manos para mirárselas a la luz — . Los cuerpos están carbonizados y cuando los tocamos, la piel se nos pega en las manos.

Kenshin no pudo decir nada, pero sus pensamientos volvieron al hombre responsable de todo aquello.

— Gracias por la comida – añadió Sano — . Ha sido una gran ayuda. Mañana, vendrán más personas, la prensa, los familiares, los inspectores de la mina, gente del gobierno y los curiosos. A veces se olvidan de la comida. Bueno, es mejor que regrese – agregó, y se volvió hacia el interior.

Kenshin se abrió paso entre el número creciente de personas, llegó al lugar donde estaban Kaoru y Yutaro y los llevó hasta uno de los carros vacíos.

Vamos a organizar el resto de los alimentos – fue lo único que dijo y se puso en camino. Cuando la cabeza de Kaoru le tocó el hombro, Kenshin la abrazó para que ella pudiera dormir hasta llegar a Chandler.

Kaoru y Yutaro durmieron algunas horas en la parte trasera del carro mientras Kenshin y Aoshi despertaban a algunas personas y compraban alimentos para llevar a la mina. Por la mañana, fueron hasta la escuela y pidieron que ese día no hubiera clase para que los niños los ayudaran a conseguir los alimentos que necesitaban.

Los estudiantes compraron verduras, jamón, fruta, y pidieron a sus madres que cocinaran los alimentos y que hirvieran cientos de huevos. Recogieron ropa, fuentes, leña, y llevaron todo a los lugares de recepción.

Y durante el día, fueron llegando noticias desde la montaña. Hasta el momento sólo habían encontrado veintidós cuerpos, todos carbonizados y mutilados en forma tal que era imposible identificarlos. Los hombres de rescate esperaban encontrar otros veinticinco cuerpos y trabajaban en dos grupos. Uno de ellos había muerto por los gases.

Al mediodía, Kenshin llevó a la mina un carro lleno de mantas y cientos de pañales. Mientras descargaba los artículos observó que muchos de los hombres que salían de las minas vomitaban.

— Es por el olor – le explicó un hombre que estaba junto a él — . Los cuerpos que hay dentro despiden un olor tan fuerte que los hombres no pueden soportarlo.

Por un momento, Kenshin permaneció inmóvil, observando la escena, luego montó su caballo y se dirigió a toda velocidad a la casa de Fenton.

No había recorrido ese camino desde que había sido echado por Fenton, pero la sensación de familiaridad fue tan grande que se sintió como si jamás se hubiese ido. No se molestó en llamar a la puerta, y se abrió paso con una fuerte patada que casi derriba hasta el marco.

— ¡Fenton! – gritó mientras los sirvientes corrían hacia todos los rincones de la casa; dos sirvientes se acercaron y lo aferraron de los hombros, pero Kenshin se deshizo de ellos como si no pesaran nada. Conocía muy bien la planta baja de la casa y no tardó en encontrar el comedor, donde Jacob estaba comiendo solo, en la cabecera de la mesa.

Se miraron durante unos instantes, Kenshin tenía el rostro encendido por la rabia y el pecho se le hinchaba y deshinchaba por la respiración.

Jacob hizo un gesto para despedir a la servidumbre.

— Supongo que no has venido a comer – le dijo con calma mientras extendía mantequilla en una tostada.

— ¿Cómo puedes estar sentado allí comiendo mientras has matado a tanta gente en la montaña? – logró gritar Kenshin.

— En eso, difiero contigo. Yo no los he matado. La verdad es que hice todo lo que pude para mantenerlos con vida, pero parecen tener tendencias suicidas. ¿Puedo ofrecerte una copa de vino? Es una buena cosecha – replicó Fenton.

La mente de Kenshin estaba inundada por las imágenes y los sonidos de esos dos últimos días. Las voces de las mujeres gritando, llorando. Cuando Kenshin sintió el olor de la comida, y vio la mesa tan bien puesta, se dio cuenta de que hacía dos días que no probaba bocado. Se sintió mareado.

Jacob se puso de pie y le sirvió una copa de vino, mientras apartaba una silla. Kenshin no se dio cuenta de que a Fenton le temblaban las manos mientras servía el vino.

— ¿Es muy grave? – preguntó mientras se acercaba a una mesa auxiliar y le servía un plato de comida.

Kenshin no respondió, se sentó en la silla con la mirada clavada en el vino.

— ¿Por qué? – le preguntó después de un momento — . ¿Cómo has podido matarlos¿Qué vale tanto como la vida de esas personas¿Por qué no te contentaste con quitarme todo el dinero que me dejaron¿Por qué tenías que tener más? Existen otras formas de hacer dinero.

Jacob colocó el plato de comida delante de Kenshin, pero este no lo tocó.

— Cuando tú naciste, yo tenía veinticuatro años, y había vivido toda mi vida creyendo que era dueño de todo lo que me rodeaba. Amé al hombre que consideraba mi padre... y pensé que él me amaba.

Jacob enderezó la espalda.

— A esa edad, se es idealista. La noche en que Horace se suicidó, descubrí que yo no significaba nada para él. Su testamento decía que yo sería tu guardián hasta que tú cumplieras los veintiún años, y entonces debía entregarte todo. Yo debía irme con lo puesto y nada más. No creo que puedas imaginar el odio que sentí esa noche por el bebé escuálido que me había destrozado la vida. Supongo que no tuve ni un pensamiento racional cuando te envié a una granja y compré a los abogados. Ese odio me sostuvo durante años. Era lo único en que podía pensar. Cada vez que firmaba un papel, sabía que en algún lugar había un niño a quien le pertenecía lo que yo compraba o vendía en ese momento. Una vez, cuando tú eras muy joven, envié por ti, para comprobar por mí mismo que no eras digno de todo lo que mi padre te había dejado.

Jacob se sentó frente a Kenshin y prosiguió hablando:

El médico me aseguró que me queda un mes, o a lo sumo dos, de vida. No se lo he contado a nadie, pero antes de morir, quería confesarte la verdad.

Tomó su copa de vino y bebió un sorbo.

— El odio hiere más al que lo siente que al odiado. Todos esos años mientras tú viviste aquí yo estaba seguro de que tratabas de quitarme todo lo que poseía. Vivía con el miedo de que descubrieras la verdad y me quitaras todo lo que era mío y de mis hijos. Y cuando quisiste casarte con Tomoe, sentí que mis miedos se habían vuelto realidad. Después, pensé que el haberte casado con mi hija podía haber sido la solución, pero en ese momento... Creo que no podía pensar de forma racional.

Terminó su copa de vino y añadió:

— Ahí lo tienes Himura, la confesión de un hombre moribundo. Es todo tuyo, puedes tomarlo si lo deseas. Esta mañana, le confesé toda la verdad a mi hijo, porque ya no tengo fuerza para seguir luchando contigo.

Kenshin se reclinó en la silla, miró a Fenton y cuando vio ese tinte grisáceo de su piel, se dio cuenta de que ya no lo odiaba. Kaoru había sostenido que ese odio por Jacob Fenton lo había llevado a conseguir todo lo que logró en la vida. Quizás, ella tenía razón, además le había señalado la injusticia de Horace al excluir a Jacob de su testamento.

Kenshin bebió el vino que estaba frente a él y contempló el plato de comida.

— ¿Por qué mataste de hambre a los mineros para conseguir dinero?

— ¿Matarlos de hambre? – preguntó Jacob sorprendido — . ¿Acaso nadie entiende que no saco nada de las minas? Mi dinero lo gano en Denver, en las acerías, pero todos miran a los pobres mineros y me acusan de ser Satán.

Se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación.

Tengo que mantener los campos mineros cerrados o vendrán los sindicalistas y los incitarán a pedir más dinero y menos horas de trabajo. ¿Sabes lo que se proponen? Quieren elegir a un hombre para que controle los pesos. Mira, sé muy bien que las balanzas son fijas y que los minero sacan más carbón del que les reconocen, pero si fuera honesto y les pagara lo que merecen, debería cobrar más por tonelada de carbón y entonces, no tendría un precio competitivo. Yo nunca conseguiría los contratos y en consecuencia ellos no tendrían trabajo. ¿De modo que quién es el que más se perjudica si les permito poner un control en las balanzas? Puedo contratar a cientos de mineros, pero no creo que puedan conseguir otro trabajo con la misma facilidad.

Kenshin miró a aquel hombre mayor durante un momento. Conocía muy bien los negocios y sabía que a veces había que hacer ciertas concesiones.

— ¿Y qué hay del dinero para los sistemas de seguridad? Me aseguraron que usas maderajes podridos y que...

— Por supuesto que no. Los mineros tienen su propio sistema de orgullo. Puedes preguntárselo a tu tío. Se jactan sobre lo que puede soportar un techo antes de que se desmorone. Mando inspectores a las minas todo el tiempo y descubren que los hombres no salen a la superficie tanto como debieran.

Kenshin tomó un tenedor y comenzó a comer muy lentamente, pero luego sintió todo el hambre acumulada y se abalanzó sobre el plato.

— No les pagas por el tiempo que salen a la superficie¿no¿Acaso no les pagas por el peso del mineral extraído?

Jacob se situó frente a Kenshin y le colocó otro trozo de carne en el plato.

— Los contrato como subcontratistas, y depende de cada uno cumplir con su parte del trato. ¿Sabías que tengo inspectores para revisar los cascos de los mineros? Los muy idiotas esconden cigarrillos y hacen volar todo el lugar. Los inspectores tienen que cuidar que los cascos estén soldados para que los mineros no escondan nada y hagan explotar todo matándose entre sí.

Kenshin, con la boca llena, hizo un gesto con el tenedor.

— Los tratas como niños, los encierras y al mismo tiempo los tratas como subcontratistas, con toda la responsabilidad de su parte... ¿Cómo se dice cuando tienes que trabajar y no te pagan por tu trabajo?

— Trabajo muerto – respondió Jacob — . Hago lo mejor que puedo y mantengo a la gente trabajando. Quisiera comprar el carbón a algún otro y dedicarme sólo al acero, pero no puedo dejar sin trabajo a tantas personas. Cada vez que sucede algo así – añadió señalando hacia la montaña donde se encontraba Pequeña Pamela — , digo que voy a cerrar las minas. Hay mucha competencia para suministrar carbón a las fábricas de Denver y podría cerrar las diecisiete minas de Chandler y en Denver ni siquiera lo notarían. Pero ¿sabes qué sucedería si cerrara las minas? Chandler sería una ciudad fantasma en dos años.

— De modo que según lo que dices, lo único que haces es rendir un gran favor a toda la comunidad – murmuró Kenshin.

— En cierto modo, así es.

— ¿E imagino que les pagas a tus accionistas, no?

— No tanto como quisiera, pero hago todo lo que puedo.

Kenshin estaba limpiando el fondo del segundo plato de comida con un pedazo de pan.

— Entonces, es mejor que comiences a hacer algo más. Sucede que tengo algo de dinero y pienso entablar unas cuantas demandas a los responsables de Fenton Carbón y Aceros, y creo que toda la producción quedará detenida mientras esto se trata en la corte.

— ¡Pero eso arruinaría a Chandler! No puedes... – repuso Fenton.

— Supongo que los dueños de la empresa tienen interés en que eso no suceda.

Jacob observó a Kenshin durante unos instantes.

— Muy bien¿qué es lo que deseas?

— Si los hombres necesitan inspectores para protegerse de ellos mismos, muy bien, quiero inspectores, pero también quiero que ninguno de los niños trabaje en las minas.

— Pero por le tamaño de los niños, ellos pueden hacer cosas que los adultos no pueden – protestó Jacob.

Kenshin se limitó a mirarlo y pasó al punto siguiente, tratando de recordar todo lo que Kaoru le había contado sobre las minas. Jacob protestó ante cada una de las peticiones de Kenshin; desde las bibliotecas, los servicios religiosos hasta las mejores en las viviendas.

Pasaron toda la tarde discutiendo, Jacob llenando constantemente la copa de vino de Kenshin. A las cuatro de la tarde, Kenshin sintió la boca pastosa e inclinó la cabeza sobre su pecho. Antes de dormirse murmuró algo sobre que los sindicatos quizá no fueran tan malos como se dice. Jacob se puso de pie, y observó al hombre desparramado en su silla.

— Si yo tuviera un hijo como tú, podría haber conquistado el mundo – murmuró antes de abandonar el salón y ordenar a un sirviente que cubriera a Kenshin con una manta.

Ya era de noche cuando Kenshin se despertó, entumecido por haber dormido en una silla, y en un principio no supo dónde estaba. El cuarto estaba en penumbras, pero encima de la mesa logró divisar un paquete envuelto en tela que sin duda debía contener sandwhiches.

Con una sonrisa, se guardó el paquete en el bolsillo y abandonó la casa. Se sentía más aliviado de lo que se había sentido en años y tenía la esperanza de que su vida sería diferente a partir de ese momento.

En la mina, el padre de Sanosuke, Souzo Sagara, que era abogado, estaba a punto de entrar en el ascensor para bajar a la mina cuando Kenshin tomó del brazo al hombre que lo acompañaba y lo apartó a un lado.

— Vaya a comer algo; bajaré yo – le dijo, y subió al ascensor.

Cuando la máquina se puso en movimiento, Kenshin le relató a Souzo una breve historia sobre quién era el verdadero dueño de las minas.

— Pero ya no quiero seguir siendo una carga para Fenton, y no necesito el dinero. Quiero que me redacte un documento donde declare que se lo entrego todo a él y a quien él quiera dejárselo en testamento. Y deseo que lo haga de inmediato porque el hombre no durará mucho.

Souzo miró a Kenshin con sus ojos cansados y asintió.

— Tengo una oficina llena de empleados que no tienen demasiado que hacer. ¿Le parece bien mañana por la mañana, Himura?

Kenshin asintió pero no respondió, porque cuando llegaron a las profundidades de la mina, casi no se podía respirar por el olor.

El tercer día después de la explosión, habían logrado rescatar cuarenta y ocho cuerpos de la mina; aún faltaban encontrar otros siete. En la tarde del segundo día, encontraron cuatro cuerpos arrodillados y con las manos sobre la boca. Habían logrado sobrevivir a la explosión, pero habían muerto por los gases tóxicos.

En la ciudad, las banderas estaban izadas a media asta y la gente caminaba con la cabeza descubierta y agachada mientras las carrozas fúnebres trasladaban los cuerpos.

El prometido de Sarah Oakley había muerto cuando regresaba a su casa después de las tareas de rescate. Demasiado cansado para fijarse por dónde andaba, no oyó el tren que lo mató al instante.

Sanosuke y Kenshin, con la ayuda de Aoshi, pidieron y recibieron la promesa de construcción de una base de rescate en la tierra que Jacob Fenton había donado. Todos suponían, aunque nadie se había atrevido a decirlo, que Kenshin había ido a ver a Jacob para solicitarle que regalara esa tierra.

Kaoru se pasó el día yendo de un funeral a otro, consolando a las viudas y ocupándose de que los niños tuvieran suficiente para comer.

— Creo que esto es lo que usted quería, Himura – dijo Souzo Sagara mientras le entregaba un papel a la entrada de la mina — . Después de que esto esté arreglado, podemos presentar un documento más extenso, pero pienso que por ahora esto servirá en el tribunal.

Kenshin leyó el papel donde constaba que entregaba todas las propiedades de la familia Fenton en fideicomiso a Jacob Fenton, para que este dispusiera de ellas como quisiera.

— Si firma aquí, yo seré su testigo y lo archivaré. Tengo aquí una copia para que pueda entregársela a Fenton – añadió el abogado.

Kenshin sonrió y le dio las gracias al doctor Sagara mientras tomaba la pluma para firmar el documento.

— Iré a llevarle la copia ahora mismo. Creo que esto lo recompensará por la tierra que cedió, y también trataré de convencerlo de que instaure un programa para entrenar hombres en las tareas de rescate – repuso Kenshin.

— Creo que él hubiera seguido siendo más rico antes de que usted le entregara los derechos de su propiedad.

Mientras Kenshin se dirigía a Chandler, observó el panorama y pensó en los horrores de aquellos últimos días. Todavía quedaba mucho por hacer y tenía además unas cuantas ideas sobre cómo impedir futuras explosiones y cómo reaccionar ante los desastes. Planeó discutir sus ideas con Aoshi, e incluso con Sanosuke y Fenton. Cuando recordó que Jacob estaba próximo a su muerte, sintió un poco de tristeza. Después de todo, había crecido cerca de ese hombre hasta cumplir los dieciocho años. Ahora, el dueño de las minas sería Yahiko, claro que después de Enishi. Casi todos parecían olvidar a Enishi, remarcó Kenshin.

Al llegar al sendero que conducía a la casa de los Fenton, noto que la puerta de entrada de la casa estaba abierta.

Desmontó y entró en la casa gritando, pero nadie le respondió. El despacho de Jacob quedaba en la parte trasera de la casa y Kenshin recordó que la última vez que la había visto fue cuando Jacob lo había echado de la casa. Mientras dejaba el documento sobre el escritorio, se preguntó cómo habría sido su vida si se hubiera casado con Tomoe y no hubiera tenido la oportunidad de amasar su propia fortuna. No estaría casado con Kaoru, ciertamente.

Volvió a preguntarse si Kaoru se habría casado con él de no haber tenido él todos esos millones.

Llamó de nuevo en voz alta, pero tampoco obtuvo respuesta. Se dirigió entonces a la cocina, un lugar que conocía bien. La cocina también estaba vacía y la puerta, abierta. Cuando llegó a la puerta descubrió la estrecha escalinata que conducía al primer piso.

Mientras vivía allí, siempre había querido conocer el primer piso de la casa, e incluso había imaginado que algún día esa casa sería suya.

Rió al pensar en la casa que se había construido por estar furioso y no conocer el primer piso de la casa de los Fenton.

Se dejó vencer por la curiosidad y comenzó a subir los escalones de dos en dos. como si fuera un ladrón y temiera ser descubierto, Kenshin se apresuró a recorrer los dormitorios. Eran comunes, y tenían muebles oscuros ordinarios.

— Kaoru tiene mucho mejor gusto – murmuró riendo entre dientes.

Todavía seguía sonriendo cuando llegó a la cima de la escalera principal, pero su sonrisa se desvaneció de inmediato.

Al pie de la escalera, yacía Jacob Fenton, parecía muerto.

Lo primeo que pensó Kenshin era que había llegado demasiado tarde y que Jacob nunca sabría que era el dueño legal de todo aquello por lo que tanto había luchado durante toda su vida. También sintió tristeza. Durante todos los años en que Kenshin había trabajado en Nueva York, lo único que podía recordar eran las veces en que había tenido que limpiar las botas de Fenton. Pero ahora recordó todos los malos momentos que él le había hecho pasar a Jacob delante de sus invitados y las ocasiones en que habían discutido porque el mozo de cuadra no permitía que su patrón usara sus propios caballos, o había convencido a la cocinera para que agregara cebolla en las salsas, cuando ambos sabían muy bien que las cebollas le ocasionaban a Jacob tal indigestión que no lo dejaba dormir en toda la noche.

Lentamente, Kenshin comenzó a descender la escalera, y apenas dio unos pasos cuando Enishi Fenton y cinco amigos entraron en la sala. Por el estado de su ropa y las voces, parecía que acababan de regresar de una noche de diversión.

— Si Himura cree que va a quitarme mi herencia – afirmó la voz pastosa de Enishi Fenton — , tendrá que pelear conmigo. Nadie va a creerle a Himura más que a mí.

Las dos mujeres que lo acompañaban, una vestida con un vestido de satén amarillo y una boa de plumas rojas y la otra con cuatro plumas en la cabeza, y los tres hombres gritaron su aprobación.

— ¿Dónde está el whisky, amorcito? – le preguntó una de ellas.

De repente, todos se detuvieron para ver el cuerpo de Jacob que yacía en el suelo. Fue Enishi el primero en levantar la cabeza y descubrir a Kenshin.

— He venido a visitar a su padre.. – comenzó a explicar Kenshin, pero Enishi no lo dejó terminar.

— ¡Asesino! – gritó Enishi mientras se lanzaba en dirección a Kenshin.

— ¡Un momento! – exclamó Kenshin, pero nadie le prestó atención y los otros tres hombres también se lanzaron contra Kenshin. Los cinco cayeron rodando por la escalera y como Kenshin era el único sobrio, fue el único en pensar que podría resultar herido. A pesar de ser cuatro contra uno. Kenshin estaba venciendo.

Pero entonces, una de las mujeres lo golpeó en la cabeza con una pesada estatuilla de bronce.

Los cuatro se pusieron de pie y miraron el cuerpo inconsciente de Kenshin.

— ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó una de las mujeres.

— ¡Colgarlo! – contestó Enishi, y se acercó para levantar a Kenshin, pero cuando no pudo hacerlo, levantó la mirada para pedir ayuda a los demás — . ¡El ha matado a mi padre!

— No hay el suficiente whisky en el mundo que me haga colgar a un hombre tan rico como él – replicó uno de los hombres — . Mientras está inconsciente, llevémoslo a la cárcel. Dejemos que el comisario se encargue de él.

Enishi se resistió al principio, pero estaba tan borracho que no podía pelear, de modo que entre los cuatro lograron levantar a Kenshin y cargarlo en el carro estacionado afuera. Ninguno de ellos se ocupó del cuerpo de Jacob y dejaron las puertas de la casa abiertas de par en par.

— Bebe esto – le dijo Aoshi mientras le sostenía la cabeza.

Con un gruñido, Kenshin trató de incorporarse, pero sintió un terrible dolor en el cabeza y no pudo.

— ¿Qué ha ocurrido? – levantó la mirada y descubrió a dan, a Sanosuke y al comisario observándolo.

— Todo ha sido un error – aseguró Sano — . Le conté al comisario lo del documento y por qué habías ido a ver a Fenton.

— ¿Estaba muerto? – preguntó Kenshin — . Desde donde yo estaba, parecía estarlo. Lo último que recuerdo es a Enishi Fenton con un grupo de borrachos que me hicieron rodar por la escalera.

Aoshi se sentó sobre el catre donde yacía Kenshin y explicó:

Por lo que hemos podido averiguar, los sirvientes descubrieron que Jacob Fenton estaba muerto tres minutos antes de que tú llegaras a la casa. Por alguna razón, todos decidieron salir a buscar ayuda y dejaron el cuerpo allí tirado y la casa abierta. Luego, llegó Enishi con su grupo de amigos después de una noche de juerga, te vieron de pie en lo alto de la escalera y supusieron que tú habías empujado a Jacob. Tienes suerte, porque Enishi quería colgarte del marco de la entrada.

Kenshin se frotó la cabeza, en su lugar donde tenía el chichón.

— Eso no me hubiera dolido tanto como esto.

— Está en libertad, señor Himura– afirmó el comisario — , y le sugiero que salga de aquí antes de que se entere su esposa. Las mujeres se ponen muy mal cuando ven a sus esposos en la cárcel.

— Kaoru no – respondió Kenshin — . Ella es una verdadera dama. Ella estará tranquila aunque me hubieran colgado – cuando pronunció estas palabras, le surgió un nuevo pensamiento. ¿Cómo reaccionaría Kaoru si pensaba que era un asesino¿Acaso no había oído decir que las propiedades de un asesino eran confiscadas por el estado¿O era que una persona no podía heredar de otra a la que había matado?

— ¿Cuántas personas conocen este episodio? – preguntó Kenshin — . Los sirvientes de Fenton pueden atestiguar que soy inocente, pero ¿la noticia ya se ha extendido a la ciudad?

— Llamé a Sano en cuanto vi al joven Fenton bajarlo del coche – repuso el comisario sorprendido.

— Todos están demasiado preocupados con la explosión de la mina como para ocuparse de quién va a la cárcel – añadió Sanosuke — . Todos los periodistas están en Pequeña Pamela, tratando de encontrar nuevas formas de describir los cadáveres – agregó con una mueca.

— ¿Qué estás planeando? – le preguntó Aoshi.

Kenshin permaneció en silencio un momento y replicó:

— Comisario¿le molesta si me quedo aquí para pasar la noche? Quisiera gastarle una bromita práctica a mi esposa.

— ¿Broma? – repitió el comisario — . A las mujeres no les gustan las bromas, no importa lo buenas que sean.

Kenshin miró a Sano y Aoshi.

— ¿Puedo contar con vosotros dos para que mantengáis la boca cerrada durante veinticuatro horas?

Aoshi se puso de pie.

— Supongo que querrá poner a prueba a Kaoru para comprobar si ella se queda con él aunque le diga que van a procesarlo por asesinato. ¿No es así?

— Algo así – comentó Kenshin con tono distraído.

— No voy a interferir con el amor – repuso el comisario — . Señor Himura, si quiere alojarse en esta celda, puede ser mi invitado, pero la ciudad de Chandler le cobrará como si se hubiese alojado en el mejor hotel.

— Es bastante justo – contestó Kenshin — . ¿Sano¿Aoshi?

Sanosuke se limitó a encogerse de hombros.

— Como quiera. Conozco a Kaoru desde que nació y nunca he sabido nada sobre ella.

Aoshi observó a Kenshin durante unos instantes y repuso:

— Cuando Kaoru pase esta prueba, y lo hará¿dejarás esa obsesión y nos pondremos a trabajar otra vez? Vanderbilt ya debe de haberse comprado toda la costa este.

— Bueno, podrá vendérnosla mañana por la mañana, en cuanto pueda salir de este lugar – replicó Kenshin suspirando.

Cuando los hombres se retiraron, Kenshin se recostó y se quedó dormido.

Kaoru sostenía a un bebé de tres meses en el regazo mientras trataba de hacer dormir a dos pequeños de dos y cuatro años respectivamente, en una cama junto a ella. Eran algunos de los muchos niños que habían perdido a sus padres en la explosión. La madre estaba sentada junto a ellos, preguntándose cómo harían para mantenerse ella y su familia en los próximos años. Kaoru, Megumi y las otras mujeres miembros de la Hermandad habían estado recorriendo los comercios locales tratando de encontrar empleos para esas mujeres, y Kaoru se había ofrecido además para ayudar en el centro de atención para los niños que Megumi había creado, basándose en algo parecido que había visto en Pensilvania.

Cuando el ayudante del comisario se presentó en la casa y preguntó por Kaoru, la joven no tenía idea de qué podía ocurrir.

— Su marido ha sido arrestado por el asesinato de Jacob Fenton – le informó el hombre.

Kaoru tardó en reaccionar y lo primero que pensó fue que el mal carácter de Kenshin había terminado triunfando.

— ¿Cuándo? – logró preguntar.

Esta mañana. Yo no estaba allí, de modo que no conozco todos los detalles, pero todos en la ciudad saben que Himura amenazó muchas veces con matar a Fenton. Nadie lo culpa porque todos sabemos que Fenton era culpable de muchas cosas, pero eso no va a ayudarlo mucho en los tribunales. A uno lo cuelgan por matar tanto a un hombre malo como a uno bueno.

Kaoru lo miró con frialdad.

— Le agradeceré que no juzgue a mi marido antes de conocer los hechos – puso el bebé en brazos del muchacho y le dijo — : Puede quedarse a cuidar a los niños mientras voy a ver a mi marido.

— No puedo hacerlo, Megumi-Kaoru, estoy de guardia. Soy ayudante del comisario.

— Tenía la impresión de que se creía un juez. Controle el pañal y fíjese si necesita que se lo cambien, y entretenga a los niños hasta que su madre regrese, dentro de dos horas.

— ¡Dos horas! – lo oyó exclamar mientras salía de la cabaña.

Kaoru llegó a la comisaría en un tiempo récord. El pequeño edificio de piedra estaba ubicado en el otro extremo de la ciudad. La mayoría de los prisioneros eran borrachines que dormían allí el sábado por la noche; los casos importantes se trasladaban a Denver de inmediato.

— Buenos días, señorita Megumi-Kaoru – saludó el comisario poniéndose de pie.

— Señora Himura – lo corrigió ella de inmediato — . Quisiera ver a mi marido enseguida.

— Sí, por supuesto, señora Sagara- Himura – repuso el comisario mientras tomaba las llaves.

Kenshin estaba dormido sobre el catre y Kaoru vio la sangre seca en la parte de atrás de su cabeza. Se acercó a él y le acarició una mejilla. El comisario se retiró cerrando la puerta de la celda.

— Kenshin, querido¿qué te han hecho? – preguntó ella mientras comenzaba a cubrirlo de besos y él se despertaba.

— Oh, Kaoru– murmuró él frotándose el chichón de la cabeza — . ¿Qué ha pasado?

— ¿No lo recuerdas? Aseguran que has matado a Jacob Fenton, pero tú no lo has hecho¿no es verdad?

— ¡Por supuesto que no! – estalló él mientras Kaoru se ponía de rodillas y apoyaba la cabeza en su pecho — . Al menos, no lo creo. No recuerdo bien.

Con la mejilla apoyada contra su cuerpo, Kaoru trató de no demostrar miedo.

— Cuéntame lo que recuerdas, Kenshin.

El le relató la historia:

— Fui a ver a Fenton, y como no había nadie en casa subí a buscarlo al primer piso. Cuando llegué a la parte de delante de la casa lo descubrí tirado al pie de la escalera. Luego entró Enishi Fenton y los otros y comenzaron a gritar que yo lo había matado. Hubo una pelea y me golpearon la cabeza con algo muy duro, y me desperté aquí. Creo que están hablando de lincharme.

Kaoru lo miró asustada, y luego se puso de pie y comenzó a pasearse por la celda.

— Es una historia muy débil.

— ¡Débil! – exclamó Kenshin, pero luego se tranquilizó — . Kaoru, querida, es la verdad, te lo juro.

— ¿Eras el único que estaba en la casa¿No hubo testigos que lo hubiesen visto muerto antes de que tú llegaras?

— Nadie me vio entrar a la casa, pero quizás alguien viera a Fenton muerto antes de que yo llegara – repuso Kenshin.

— Eso no importa. Si alguien lo vio morir, eso cambiaría las cosas, tú pudiste permanecer escondido en un armario para el caso¿Alguien lo vio morir?

— No... no lo sé, pero, Kaoru...

Ella fue a sentarse junto a él.

— Kenshin, todos en la ciudad te oyeron amenazar de muerte a Jacob. A menos que tengas un testigo, jamás probarás que eres inocente. ¿Qué vamos a hacer?

— No lo sé, pero hay algo que me preocupa, Kaoru. Es sobre el dinero.

— Kenshin – replicó ella con suavidad — ¿qué fuiste a hacer a la casa de Fenton¿No estabas planeando matarlo?

— Por supuesto que no – se apresuró a responderle él — . Hice que el señor Sagara me preparara un documento donde constara que renunciaba a todos mis derechos sobre la propiedad de Fenton y fui a llevarle ese papel. De lo que quiero hablarte es de mi dinero. Si me condenan, me confiscarán todos los bienes. No sólo serás una viuda sino que serás también pobre. Tu única oportunidad de salvar parte del dinero es dejarme ahora mismo antes de que me juzguen. Si lo haces, Sagara podrá darte unos cantos millones.

Kaoru no escuchó lo último que Kenshin le dijo y volvió a insistir:

— ¿Por qué fuiste a la casa de Fenton?

- Ya te lo he explicado – le contestó Kenshin impaciente — , quería entregarle un papel que decía que ya no tengo derechos sobre su propiedad. El pobre hombre ya había muerto, cuando llegué allí y no tuvo oportunidad de ver el papel. Pero, Kaoru, lo que importa es que te salves tú, y tienes que hacerlo ahora mismo. Si me llevan y me linchan será demasiado tarde.

Kaoru se sintió como si estuviera soñando. No había vuelto a sentirse así desde el día cuando descubrió que Kenshin se había casado con ella para llevar a cabo un acto de venganza. Ella admitió amarlo a pesar de lo que él sintiera por ella, pero siempre supo que una parte de ella le impediría entregarse a él por completo.

— ¿Habías renunciado a tu venganza, no? – le preguntó ella con suavidad.

— ¿Otra vez con lo mismo? Ya te dije que lo único que quería era tenerlo a mi mesa en una casa más grande que la suya. Si me lo podía pagar¿qué hay de malo?

— Pero también querías una dama en la cabecera. Te casaste conmigo porque...

— ¡Tú te casaste conmigo por mi dinero! – le gritó él — . ¡Y ahora lo perderás todo cuando me cuelguen por un crimen que no he cometido!

Kaoru se puso de pie. Su marido no había dicho todavía que la amaba, pero la amaba. Ella lo sabía. Lo sabía con cada fibra de su cuerpo. Se había casado con ella como parte de un estúpido plan de venganza, pero al fin, se había enamorado de ella, y por ese amor, él había podido perdonar al hombre que lo había engañado.

— Tengo que irme – aseguró ella — . Tengo muchas cosas que hacer.

Si hubiera mirado a Kenshin, habría sorprendido el gesto de dolor en su rostro.

— Supongo que tendrás que hablar con el señor Sagara sobre el dinero.

— Con alguien – afirmó ella poniéndose los guantes — . Quizás el señor Sagara no sea la persona indicada – le dio un beso en la mejilla — . No te preocupes por nada. Sé lo qué tengo que hacer – llamó al comisario y partió.

Kenshin permaneció inmóvil en el centro de la celda sin saber qué hacer. Ella había aprovechado la oportunidad para librarse de él. Se subió al catre para verla partir, y tuvo que luchar por contener las lágrimas. La luz del sol, pensó frotándose los ojos.

Lo que se gana con facilidad, con la misma facilidad desaparece, se dijo. Había vivido muy bien sin una esposa antes y volverá a hacerlo.

— Comisario – gritó — , puede dejarme salir. Ya he descubierto lo que quería saber.

— Ni lo sueñe, Himura – le respondió el hombre riendo — . La ciudad de Chandler necesita cobrarle los gastos por una noche de alojamiento.

Sin contestar nada, Kenshin regresó a su catre. No le importaba dónde pasaría la noche.

Continuara...

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Bueno un nuevo capitulo, y en los atados ke se metio kenshin, uff todo para probar a kaoru, y ella que estara planeando? en que enredo nuevamente se metera esta mujer con tal de salvar al hombvre que ama, ufff Se viene el capitulo final de esta emocionante historia..

Cuidense muchito y muuuuuuuchas gracias por los reviews en verdad que se les agradece demaciado sus mensajes y animos.

Saludos a mi hija kaeri, a las chicas de kazukork, y en fin a todas las ke leen esta humilde obra...

matta nee