Buuuuaaaa no puedo creer que haya llegado el final de este fics... snif, si como lo oyen este es el ultimo capitulo de la Hermana de Hielo... y espero ke lo disfruten...
Recuerden la historia no me pertenece, ni tampoco los perosnajes, asi ke anda de demandas y demaces...
en fin ke disfruten el capitulo...
nos vemos abajooooo
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La Hermana de Hielo.
Capitulo 16
— ¿Estás seguro de que sabes lo que haces? – volvió a preguntarle Kaoru a Soujiro.
Soujiro asintió con solemnidad mientras observaba la pequeña caja de madera que llevaba en la parte de atrás del carro. Junto a él estaba Yutaro, con la mirada fija hacia delante y los ojos encendidos por la excitación. Aún era demasiado joven para darse cuenta de los peligros del plan que habían elaborado.
— ¿No hay peligro de que explote sola? – preguntó Kaoru.
— No – le respondió Soujiro, pero no pudo evitar espiar una vez más la caja que contenía la dinamita.
Kaoru tenía las manos blancas por la fuerza con que sostenía las riendas.
A Kaoru le había llevado casi veinticuatro horas organizar lo que iba a suceder esa noche. Sabía lo que tenía que hacer, y también sabía que ningún adulto la ayudaría. Cuando le explicó a Soujiro el riesgo que corría, el muchacho le respondió que todo lo que tenía se lo debía a ella y que no le importaba arriesgarse. Para preocupación de Kaoru, Soujiro había invitado a participar a Yutaro para que sostuviera los caballos.
Esa noche, a las doce, Kaoru se había reunido con Soujiro en el campo de la Pequeña Pamela y, contando con la confusión causada por la explosión, habían roto las cadenas que protegían el depósito de la dinamita y robado el suficiente explosivo como para hacer volar dos calles enteras. A pesar de las protestas de Soujiro, Kaoru se tomó la molestia de volver a cerrar el candado del depósito.
Habían logrado esconder la caja de dinamita en el carro sin que nadie los descubriera. Algunos saludaron a Kaoru, pero se habían acostumbrado a verla por allí en esos últimos días y nadie sospechó nada inusual.
Estaban a mitad de camino cuando Yutaro llegó corriendo a su encuentro. Se había escapado por la ventana de su casa hacía horas y había planeado caminar solo hasta el campo minero.
— Tú no harás nada más que quedarte cuidando los caballos – le dijo Kaoru — . En cuanto Kenshin y yo subamos a los caballos, quiero que os vayáis de allí. Soujiro¿podrás volver a la casa de Aoshi sin problemas?
— Por supuesto.
— ¿Y tú, Yutaro?
Yutaro tragó saliva porque la cuerda que había utilizado para bajar se había roto antes de llegar al suelo. No había forma de volver a entrar en la casa sin que lo oyeran.
— Claro – respondió — . Ningún problema.
Kaoru no se calmó cuando se acercaron a la ciudad dormida. Eran las tres de la mañana cuando llegaron a la comisaría. Horas antes, Kaoru había escondido dos caballos cerca del lugar, con las alforjas llenas de comida, la suficiente como para mantenerlos con vida durante dos meses.
Detuvo el coche a una distancia prudente de la comisaría y observó nerviosa cómo Soujiro bajaba la caja de dinamita. Sabía que el muchacho había trabajado en las minas, pero no estaba segura de que supiera hacer volar una pared de la comisaría.
Cuando estaba a punto de decir algo, Soujiro la interrumpió.
— Pondré unos cuantos cartuchos en la base de aquella pared que está en la colina. Cuando explote, toda la pared se derrumbará. Será como abrir una gran ventana. Kenshin tendrá que saltar desde la celda hasta el caballo y quedará libre. No podría se más simple.
— Un plan tan simple que podríamos ir todos a prisión por el resto de nuestras vidas – murmuró Kaoru.
El día anterior, cuando Kenshin le había explicado que podrían colgarlo por un crimen que no había cometido, Kaoru supo que debería hacer algo para liberarlo. No le importaba si era inocente o no, lo amaba y quería salvarlo. El pueblo estaría del lado de Kenshin después de cómo los había ayudado con el desastre, pero el juicio se llevaría a cabo en Denver y la empresa de Fenton tenía mucho poder allí. Kaoru no creía entonces que el juicio fuera justo. Sin ningún testigo que hubiese visto a Jacob Fenton muerto antes de la llegada de Kenshin, no tenía dudas de que el veredicto sería culpable.
Después de pensarlo un instante, decidió qué debía hacer. Era preciso sacarlo de la cárcel, aunque ello significara que pasaran el resto de sus vidas escondiéndose. Podrían viajar a México y Megumi quizá lograra enviarles dinero suficiente para vivir. Mientras Kenshin no llamara demasiado la atención, podrían salvarse de la ley norteamericana. Era una desventaja que conocieran a Kenshin en tantos puntos del país, de modo que no podrían esconderse en el territorio norteamericano.
Lo único que Kaoru lamentaba era no poder despedirse de su familia y de sus amistades. Ni siquiera podría escribirles, porque las cartas podrían conducir a la captura de Kenshin.
Pero sabía lo que debía hacer, y mientras tuviera a Kenshin será feliz, sin importar dónde vivieran ni cómo.
Ahora, en la oscuridad, envió a Yutaro a recoger los caballos del lugar donde estaban escondidos y a acercarlos a la comisaría.
Le temblaban las manos mientras ayudaba a Soujiro a colocar los cartuchos de dinamita. Cuando todo estuvo preparado, llamó a Soujiro para que le permitiera subirse encima de sus hombros y así espiar por la ventana.
— Avísale que se envuelva la cabeza con una manta – advirtió el adolescente mientras la alzaba.
— No saldrá lastimado con toda esa dinamita¿verdad? – le preguntó Kaoru.
— Los tacones de tus botas me hacen daño, de modo que no pierdas más tiempo haciendo preguntas tontas – repuso el muchacho.
Kaoru se asomó a la oscuridad de la celda y vio a Kenshin desparramado sobre el catrecito. Arrojó una piedra dentro de la celda.
Kenshin ni siquiera se movió, y necesitó seis piedras, una de las cuales le dio en pleno pecho, para despertarse.
— ¡Kenshin! – llamó ella lo más fuerte que creyó prudente.
— ¿Qué? – preguntó él incorporándose — . ¿Eres tú, Kaoru¿Qué haces aquí en medio de la noche?
Ella le hizo señas para que se acercara a la ventana.
— No tengo tiempo para explicaciones ahora, pero Soujiro y yo te vamos a sacar de ahí. Vamos a dinamitar esta pared así que quédate en el rincón más alejado y cúbrete la cabeza con una manta.
— ¿Qué? – preguntó Kenshin — . ¿DINAMITA¡Escúchame, Kaoru, tengo que decirte algo!
— ¡Kaoru! – llamó Soujiro desde abajo — . ¡Esos tacones me están matando¿Piensas quedarte ahí toda la noche?
— Debo irme – replicó ella — . Quédate en el rincón, y cuando haya volado la pared, tendré los caballos listos. Te amo. – Sin agregar nada más, se bajo de los hombros de Soujiro.
Kenshin permaneció de pie junto a la ventana un momento. Ella no había corrido para recuperar el dinero sino que había urdido un plan para volar la comisaría y rescatarlo. Kenshin metió las manos en los bolsillos y comenzó a silbar una melodía, feliz de que Kaoru se preocupara por él.
Fue mientras silbaba cuando oyó un sonido extraño, como si algo se quemara.
— ¡Dinamita! – exclamó y se apoderó del colchón, mientras saltaba hacia uno de los extremos de la celda. Nada podía haberlo preparado para el ruido de la explosión. Fue como si le volaran la cabeza con un ruido interminable.
Kaoru, Soujiro y Yutaro, salieron de su escondite mientras la pared de la prisión se derrumbaba. La dinamita voló la base del edificio de dos pisos dejando al descubierto el interior del lugar. Kenshin estaba acurrucado en un rincón, y cuando el polvo se dispersó no hizo ningún esfuerzo por moverse.
— Lo hemos matado – gritó Kaoru, y echó a correr en su dirección seguida por Soujiro.
— Quizá sólo lo hayamos dejado sordo. Kenshin – llamó Soujiro por encima del ruido de las rocas que continuaban cayendo. Como Kenshin no respondió, Soujiro trepó por las piedras hasta llegar a la celda de tres paredes.
Soujiro apartó el colchón que lo cubría, pero Kenshin no podía entender una sola palabra de lo que Soujiro le decía, de modo que este tuvo que hacerse entender por medio de gestos. Kenshin parecía haber quedado idiotizado por la explosión, ya que no hacía más que menear la cabeza, por lo que Soujiro casi tuvo que obligarlo a salir de allí.
Kaoru lo aguardaba montada en un caballo, y cuando Kenshin se le acercó, notó que su marido se sostenía la cabeza con ambas manos como si le doliera mucho. Parecía querer decir algo, pero Kaoru no le dio tiempo mientras Soujiro y Yutaro lo empujaban para que subiera al otro caballo.
— Vamos – ordenó ella, y él la siguió por el camino al sur de la ciudad, hacia el desierto.
Kaoru cabalgó lo más aprisa que pudo, y cada tanto se volvía para mirar a Kenshin, que tenía una rara expresión en el rostro.
Salió el sol y ellos seguían cabalgando, deteniéndose sólo lo suficiente para dejar descansar a los caballos. Al mediodía se detuvieron en un lugar desolado, entre Colorado y Nuevo México, y Kaoru tuvo que pagar un precio exorbitante por dos caballos frescos.
— ¿El está bien? – le preguntó el hombre que la atendió señalando a Kenshin, que estaba apoyado contra la pared y se golpeaba la cabeza con una mano.
Kaoru le entregó al hombre un billete de veinte dólares y le advirtió:
— Usted no nos ha visto.
El tomó el dinero y dijo:
— Yo sólo me ocupo de mis propios asuntos.
Kaoru trató de hablar con Kenshin, pero él sólo la miraba idiotizado y la seguía cuando ella lo obligaba a hacerlo.
Comieron sobre sus caballos, sin detenerse hasta el anochecer. Sólo una vez Kenshin trató de hablar, pero como parecía haber quedado sordo le hizo gestos a Kaoru preguntándole hacia dónde se dirigían.
— ¡México! – tuvo que gritarle ella cuatro veces antes de que él lograra comprenderla.
Kenshin sacudió la cabeza, pero Kaoru lo ignoró y aceleró su galope. Sin duda, él no quería que ella se metiera en problemas, pero ella no le permitiría convencerla de que regresaran. Si Kenshin debía vivir exiliado, ella viviría con él.
Kenshin tomó las riendas del caballo de Kaoru y la obligó a detenerse.
— ¡DETENTE! – le gritó — , PASAREMOS AQUÍ LA NOCHE.
Había gritado con toda la fuerza de sus pulmones y Kaoru parpadeó muchas veces por el volumen de su voz, que había interrumpido el silencio de la noche.
Kenshin no añadió nada más mientras desmontaba y llevaba su caballo hacia una pequeña elevación al abrigo de los árboles. Kaoru lo siguió mientras él liberaba a su caballo y preparaba todo para pasar la noche. Ella quería seguir adelante, alejarse más de Chandler, pero quizá Kenshin había resultado herido en la explosión, y necesitaría descansar. Les llevaría mucho tiempo organizarse en Chandler, de modo que por un tiempo estarían tranquilos.
Kaoru sostenía la alforja de su caballo en la mano cuando se volvió a mirar a Kenshin y notó que él la observaba de una forma casi aterradora.
Con mucha suavidad, él le quitó la alforja y la arrojó al suelo. Después de mirar a su esposa, una vez más con una expresión indescifrable, se echó sobre ella.
Kenshin era como un animal hambriento. En cuanto Kaoru se recuperó de la sorpresa, pudo reaccionar y responder a su pasión. Los botones del traje de montar de ella saltaron al suelo. La boca de Kenshin estaba sobre todas las partes del cuerpo de Kaoru al mismo tiempo, mientras sus manos desgarraban todo lo que le impedía tocar la piel de la mujer.
— Kenshin – murmuró Kaoru en un grito ahogado — . Kenshin, mi único y verdadero amor.
Kenshin parecía no necesitar de ninguna palabra mientras depositaba el cuerpo desnudo de Kaoru sobre el suelo y la penetraba con la fuerza de la dinamita que había estallado esa mañana, Karou sintió que se derrumbaba como una pared de piedra y, mientras se movían juntos al compás de esa pasión, supo que eso era todo lo que deseaba en la vida, y que lo hecho había valido la pena.
Cuando por fin llegaron juntos a la cima, Kaoru tembló por la fuerza de su pasión y el profundo amor que sentía por ese hombre.
Permanecieron echados largo tiempo; Kenshin la sostenía con fuerza, como si no quisiera dejarla nunca. Y Kaoru se aferró a él con la misma fuerza, asustada ahora al pensar que había estado a punto de perderlo, a punto de que él muriera ahorcado.
Más tarde, Kenshin se levantó para atender los caballos. Kaoru se puso de pie para ayudarlo, pero él le hizo señas para que se quedara donde estaba y le alcanzó una manta para protegerse del aire fresco de la noche.
Ni siquiera dejó que ella lo ayudara a encender el fuego. Kaoru protestó temiendo que pudieran verlos, pero Kenshin le gritó que confiara en él y ella lo hizo. Se sintió aliviada de entregarle el mando de la huida a él y también de poder permanecer echada contemplándolo. El le acercó un plato con habas, una tortilla y una taza de un horrible café. Pero, para Kaoru, esa fue la comida más deliciosa de toda su vida.
Cuando terminaron de comer, Kenshin apagó el fuego y se acostó junto a ella. En cuestión de minutos, ambos quedaron profundamente dormidos.
Cuando Kaoru despertó ya era pleno día y Kenshin la abrazaba y la miraba con una sonrisa angelical.
— Tenemos que irnos – advirtió ella incorporándose, mientras trataba de reunir lo que quedaba de sus prendas. A la chaqueta de montar le faltaban tantos botones que era una indecencia — Pronto vendrán detrás de nosotros, y no creo que pierdan tiempo descansando.
Kenshin la tomó de un brazo y le preguntó:
— ¿Excitada después del asesinato?
— Este no es momento para bromas – repuso ella.
— Kaoru, quiero que me expliques lo que has planeado. ¿Por qué huyes hacia México?
— Te lo diré en cuanto tengamos los caballos preparados – contestó Kaoru poniéndose de pie, esperando impaciente que Kenshin también se levantara — . Pienso que podremos escondernos en México.
— ¿Por cuánto tiempo?
— Para siempre, claro – le respondió ella — . No creo que la ley perdone a alguien culpable de asesinato. Supongo que podremos vivir allí con tranquilidad; la gente no hace tantas preguntas como en este país.
— Aguarda un momento – replicó Kenshin sosteniéndola del brazo — . ¿Te refieres a que piensas vivir en México conmigo¿Piensas ser una fugitiva al igual que yo?
— Por supuesto. Viviré contigo. Ahora¿por qué no ensillas tu caballo y nos vamos de una vez?
Kaoru no pudo seguir hablando porque Kenshin la tomó de la cintura y la hizo girar sobre sus talones.
— Muñeca, eso es lo mejor que he oído en toda mi vida. Después de todo, el dinero no te interesa.
— ¡Kenshin! – exclamó Kaoru exasperada — . Por favor, ponme en el suelo. Nos encontrarán y tú...
La boca de Kenshin ahogó el resto de sus palabras.
— Nadie vendrá a buscarnos a no ser que el comisario esté enfadado contigo porque le has roto toda la comisaría. Oh, Kaoru, querida, me hubiera gustado verle la cara a ese.
Kaoru retrocedió un paso. Lo que Kenshin decía no tenía sentido, y sintió una molestia en el estómago.
— Es mejor que me expliques de qué estás hablando, Kenshin.
— Sólo quería ver cómo tú... reaccionabas... ante el hecho de que yo ya no era rico.
— Quisiera saber lo de Jacob Fenton – aclaró Kaoru con frialdad.
— No te mentí, Kaoru, sólo que no te conté toda la verdad. Es verdad que lo encontré muerto al pie de la escalera y que me llevaron a la cárcel como culpable de asesinato, pero en realidad los sirvientes habían salido de la casa al encontrarlo muerto. No les pregunté si lo habían visto morir. Fuiste muy inteligente al pensar en ello – repuso él.
— Y entonces¿por qué estabas en la cárcel cuando fui allí¿Por qué no te liberaron de inmediato?
— Creo que... estaba... Kaoru, querida... – Kenshin extendió los brazos hacia ella — . Sólo quería estar seguro de que me querías a mí por mí mismo y no por mi dinero. Sabes, cuando saliste de la cárcel y me dejaste, estaba seguro de que habías ido a ver a Sagara para ver cuánto podías salvar antes de que me colgaran.
— ¿Es eso lo que pensaste de mi? – dijo Kaoru en voz baja — . ¿Crees que soy esa clase de ser humano, que podría dejar al hombre que amo, sólo para que se enfrente a un juicio por asesinato y ni siquiera levantar un dedo para ayudarlo? – Se volvió hacia el caballo.
— Kaoru, mi amor, corazón, no tuve mala intención. Sólo quería estar seguro. No tenía la menor idea de que harías algo tan tonto como... Bueno, quiero decir que no suponía que volarías una pared de la cárcel ni que estarías a punto de hacerme volar con ella.
— Parece que te has recuperado bastante bien.
— Kaoru¿no estás enfadada, no? Sólo fue una bromita. ¿No tienes sentido del humor? Todo el mundo va a...
— Sí – replicó ella atravesándolo con la mirada — , continúa. ¿Qué es lo que comentarán todos?
Kenshin sonrió.
— Quizá no lo noten.
— ¿No notarán que hice volar toda la pared de la cárcel? Claro, quizá ni siquiera oyeran la explosión porque estaban durmiendo. Pasarán frente al edificio y no se darán cuenta de que le falta una pared. Y quizás el comisario se pierda la oportunidad de relatar la historia de cómo una de las mellizas Kamiya voló la pared con dinamita para rescatar a su esposo de la cárcel cuando este ni siquiera estaba acusado de asesinato. Tal vez todo el mundo esté apostando cuándo descubriré mi error o si me inculparán por asesinato – Kaoru se volvió hacia su caballo, con el cuerpo tenso por la ira.
— Kaoru, debes comprender mi punto de vista. Quería saber si me querías a mí a o mi dinero. Vi la oportunidad de probarlo y la aproveché. No puedes culparme por haberlo intentado.
— Por supuesto que puedo culparte. Sólo quisiera que me escucharas una vez. Te dije que te amaba, a ti y no tu dinero, sin embargo, jamás prestaste atención a nada de lo que te dije.
— Oh, bien – repuso él encogiéndose de hombros — , declaraste que no podías vivir con un hombre a quien no respetaras, pero volviste conmigo y no me costó mucho convencerte. Supongo que no puedes evitarlo – volvió a sonreírle.
— De todos los hombres arrogantes y vanidosos que he conocido tú eres el peor. Siento mucho haberte rescatado. Desearía que te hubiesen colgado – Kaoru montó a caballo.
— Kaoru, corazón, no hablas en serio – murmuró Kenshin mientras montaba también a caballo y la seguía — . Ha sido sólo una broma. No quise hacerte daño.
Cabalgaron todo el día y Kenshin se pasó el tiempo disculpándose o dándole nuevas excusas sobre por qué ella debía estar agradecida por lo que él había hecho. Ahora, ella podía estar más segura de sus sentimientos. Trató de hacerle comprender la parte cómica de la historia. La retó por haber puesto en peligro a los niños al hacer que la ayudaran. Intentó por todos los medios hacerla reaccionar.
Pero Kaoru se mantuvo rígida todo el tiempo. No pensaba en otra cosa que en la gente de Chandler. Después del desastre de la mina, todos querrían algo para comentar y divertirse, algo que les hiciera olvidar todo el horror. El comisario se encargaría de proveer todos los detalles, y seguramente el diario de Chandler publicaría una serie de artículos sobre el asunto, comenzando quizá con la boda hasta... terminar con un hombre que tendría que haber sido colgado.
Tuvo la primera impresión de lo que la aguardaba cuando se detuvieron en la estación para cambiar los caballos. El anciano que los atendió les preguntó si eran la famosa pareja de Chandler sobre la que había oído hablar. No podía ni siquiera repetir la historia por el ataque de risa que le dio, y cuando los viajeros estaban a punto de partir, trató de devolverles los veinte dólares que Kaoru le había dado.
— Esa historia vale para mí más de cien dólares – replicó, palmeándole la espalda a Kenshin — . Le debo ochenta.
Kaoru miró para otro lado y montó a caballo. Trataba de aparentar que ninguno de los dos hombres existía.
Cuando emprendieron otra vez la marcha, Kenshin reanudó su conversación para tratar de convencerla, aunque sin el mismo vigor que antes, ya que a cada momento debía detenerse por la risa.
— Cuando te vi allí, explicándome que harías volar la tienda para salvarme de la horca, no supe qué decir, estaba tan sorprendido, y cuando Soujiro comenzó a gritarte que lo estabas matando con los tacones de las botas... – tuvo que detenerse para contener la risa – Kaoru, serás la envidia de toda mujer al oeste del Mississipí. Todas desearán tener el coraje y el valor para rescatar a sus maridos de las garras de la muerte...
Se detuvo para aclararse la garganta y Kaoru lo miró. Era obvio que su marido no podía controlar la risa.
— Cuando pienso en tu expresión sobre el caballo. ¿Cómo se llaman esas mujeres que tienen cuernos en la cabeza¿Las vikingas? Eso es lo que parecías, una vikinga que venía a rescatar a su hombre. ¡Y la cara de Yutaro! Si no me hubiese dolido tanto la cabeza...
Kaoru espoleó su caballo y se alejó a todo galope.
Lo que Kaoru había imaginado fue poco en comparación con lo que tuvo que afrontar en Chandler. Trató de ignorar a Kenshin lo mejor que pudo y tomó los caminos menos céntricos para llegar a la casa de Kenshin sin que la vieran.
Eran las seis de la mañana cuando tomaron el camino de la colina que conducía a la casa Himura, y descubrieron que había más de veinte parejas que "sólo pasaban" por allí. La mayoría de los sirvientes estaban fuera de la casa conversando con los curiosos.
Kaoru sostuvo la parte delantera de su chaqueta con la mayor dignidad que pudo y se dirigió directamente hacia la entrada de la cocina, mientras Kenshin se apeaba frente a la casa, rodeado por todos.
— Quizá desee pavonearse – murmuró Kaoru.
En el piso de arriba, Kaoru despidió a Susan y se preparó sola el baño. Después de estar un rato bajo el agua, se fue a la cama y se quedó dormida. Oyó a Kenshin entrar en la habitación en algún momento, pero ella fingió estar profundamente dormida y él se marchó.
Después de nueve horas de sueño y una suculenta comida, se sintió mucho mejor, pero su humor había empeorado. Cuando se asomó al balcón del frente, descubrió que en la calle se había reunido un número extraordinario de personas.
Kenshin fue a verla a su cuarto para invitarla a que lo acompañara a la Pequeña Pamela para ver si necesitaban algo de ayuda, pero ella se negó a ir.
— No puedes quedarte escondida para siempre – repuso él con tono de enfado — . ¿Por qué no te sientes orgullosa de lo que hiciste? Yo lo estoy.
Cuando Kenshin se marchó, Kaoru supo que él tenía razón, debía hacer frente a todas esas personas y cuanto antes lo hiciera, mejor. Se vistió tomándose su tiempo, y cuando estuvo lista, pidió que le prepararan su coche.
No tardó mucho en descubrir que Kenshin se había equivocado en cuanto a las habladurías. No la consideraban como una heroína que había rescatado a su marido de la muerte sino como a una mujer histérica que primero actuaba y luego hacía preguntas.
Tomó un camino lateral hasta llegar a la Pequeña Pamela. Quizás allí necesitaran tanta ayuda que no tuvieran tiempo de comentar su aventura.
Pero no tuvo tanta suerte. Las víctimas del desastre necesitaban algo de qué reírse y la aventura de Kaoru era ideal.
Intentó mantener la cabeza erguida mientras ayudaba a colocar los vidrios en las ventanas y a alojar a los niños huérfanos.
Lo que más le molestaba era que Kenshin estuviera disfrutando tanto de la situación. Durante la boda, él se había sentido herido porque la gente creía que cualquier mujer preferiría a Sanosuke antes que a él, pero ahora había probado públicamente que Kaoru lo amaba.
Kaoru pensó en todos los momentos en que él pudo haberle advertido que no estaba acusado de asesinato. Sabía decir las cosas cuando quería, así que ¿por qué estaba tan callado esa noche, cuando ella le dijo que había colocado la dinamita bajo su ventana?
A medida que pasaba el día, la gente se volvía más atrevida con sus preguntas: "¿Quieres decir que no hablaste con el comisario sobre cuáles eras sus posibilidades y ni siquiera consultaste el caso con un abogado?". También mencionaron a Sanosuke: "El podría habértelo dicho". Kaoru sentía deseos de salir corriendo. En un momento en que se cruzó con Kenshin, ese le dio un pequeño golpecito en las costillas a modo de saludo y le dijo:
— Vamos, anímate, no fue más que una broma – ella hubiera querido gritarle que broma era para él, pero que para ella la humillación era tan grande que no sabía cómo controlarla.
Al anochecer, sorprendió a Tomoe Fenton conversando con Kenshin y pudo escuchar algo de la conversación:
— Durante la boda aseguraste que no querías humillarla. ¿Qué crees que has hecho ahora? – comentaba Tomoe.
Kaoru se sintió gratificada de que alguien la apoyara.
Cuando regresaron a su casa, Kaoru cenó en su habitación y Kenshin intentó acercarse a ella una vez más, pero ella sólo lo miró. El salió enfadado del dormitorio diciendo que carecía de sentido del humor.
Kaoru lloró toda la noche hasta quedarse dormida.
Al día siguiente, Kaoru se dedicó a arreglar flores en un enorme florero en el corredor, frente al despacho de Kenshin. Seguía demasiado enfadad y humillada como para dignarse a hablarle, y tampoco quería abandonar la seguridad de su casa.
Kenshin tenía abierta la puerta de su despacho. Estaba reunido con Hiko, Sanosuke y Aoshi para discutir las posibles consecuencias de las explosiones en las minas. Kenshin se había preocupado por las viudas de los minero que quizá no recibirían ninguna compensación.
Kaoru escuchó la conversación de los hombres y se sintió muy orgullosa de su marido. Se preguntó cómo había podido suponer ella que su marido fuera capaz de ejecutar las hipotecas de los mineros que habían perdido todo y no estaban en condiciones de pagarle al banco de Chandler. El día anterior, Tokio había mantenido una larga conversación con Kaoru explicándole por qué Kenshin había utilizado el chantaje para hacerla regresar.
— Te ama mucho – afirmó Tokio – y no entiendo por qué estás enfadada con él ahora.
Pudo haber funcionado, sólo que en ese precios momento, Kaoru oyó a tres mujeres riendo como colegialas en el pasillo. Habían ido a visitarla y a enterarse de las últimas noticias. Kaoru se negó a recibirlas.
Pero ahora escuchaba con orgullo las propuestas de su marido. Por fin, Sanosuke hizo una pregunta que le puso los pelos de punta.
— ¿Esta es una factura de la ciudad de Chandler? – preguntó Sano a Kenshin.
— Sí – contestó Kenshin — , el comisario quiere quinientos dólares en efectivo para arreglar la cárcel. Creo que es la única factura que he sentido deseos de pagar en toda mi vida.
— Quizá puedas organizar una gran inauguración y Kaoru puede cortar la cinta – sugirió Hiko.
Hubo un largo silencio.
— Si es que ella vuelve a dirigirle la palabra – comentó Aoshi.
Hubo otra pausa.
Sanosuke tomó la palabra.
— Supongo que nunca se llega a conocer a una persona. Conozco a Kaoru desde que éramos pequeños, pero la Kaoru que conocí y la que voló la pared de la cárcel no son la misma persona. Hace unos años, la llevé a un baile y ella lucía un hermoso vestido rojo, pero Saito le dijo algo que la hirió y ella no se quitó el abrigo en toda la noche. Estaba tan nerviosa que cuando llegamos al baile le aseguré que si quería quedarse con el abrigo puesto toda la noche yo no tenía inconveniente. Y se pasó toda la noche sentada en un rincón, con el abrigo puesto como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento.
Kaoru se detuvo con una flor en la mano. Era extraño cómo un mismo episodio podía verse desde dos ángulos diferentes. Ahora que pensaba en lo sucedido, quizá se había comportado como una tonta con aquel vestido rojo. Una de sus amigas, Nina Westfield, solía usar ese tono de rojo que tanto la había angustiado aquella noche.
Sonriente, Kaoru siguió acomodando las flores.
— Si pensaba tirar abajo la estructura, podía haberlo hecho de otra manera – comentó Kenshin — No sabéis lo que es que alguien te comunique que está colocando cartuchos de dinamita debajo de tus pies mientras tú no tienes adónde ir.
— Puedes dejar de pavonearte – replicó Aoshi — . Ten encantó lo que hizo y tú lo sabes.
La sonrisa de Kaoru fue más amplia.
Sanosuke se echó a reír y añadió:
— Qué lástima que no pudieras ver lo que sucedió después de la explosión. Todos pensamos que había estallado otra mina y salimos corriendo en paños menores. Cuando vimos que a la cárcel le faltaba una pared, nos quedamos allí, mirando y ninguno podía comprender lo que había sucedido. Fue Aoshi el primero en recordar que tú estabas en la cárcel.
Kaoru tuvo deseos de reír pero se contuvo.
— En cuanto vi la cárcel derrumbada supe que Kaoru tenía algo que ver en todo ello. Mientras todos vosotros estuvisteis adorándola todos estos años, pensando que era una princesa de hielo, yo la seguí. Debajo de ese exterior tan delicado, yace una mujer... Bueno, no me creeríais si os contara lo que esta mujer suele hacer como la cosa más corriente – aseguró Aoshi.
Kaoru tuvo dificultades para controlar su ataque de risa. Aoshi hablaba en un tono medio sorprendido y medio admirativo. El día en que Aoshi le había confesado haberla espiado. Kaoru no pensó en otra cosa que en su temor de que Kenshin se enterara de sus incursiones en los campos mineros y no se había preocupado ni un solo instante por sus travesuras con el boxeador, el baile del can-can ni el libro picante que habían leído en voz alta. Todo el tiempo había estado aterrorizada de que Kenshin descubriera lo que hacía, sus reuniones con los miembros de la Hermandad, pero al final, su marido lo había sabido todo y la vida siguió adelante. La noche en que se había puesto aquel vestido rojo pensó que, si alguien llegaba a verla, su reputación quedaría arruinada y no sería una buena esposa para Sagara.
¡Pero todo lo que había hecho en esos últimos meses¡Como el día en que había bajado por la ventana con su bata de cama! Y después, cuando invitó a vivir a la casa Himura a todas esas personas e informó a Kenshin que tendría que mantenerlos.
Cuanto más pensaba en todo ello, más deseos sentía de reír. Antes de casarse con Kenshin, estaba segura de quién era la mujer que se casaba con él. El quería una dama y ella creía cumplir con los requisitos. Pero cuando recordó todas las aventuras a las que lo había expuesto, Kaoru no pudo reprimir la risa por más tiempo. La carcajada fue tan rotunda que el florero que estaba sobre la mesa comenzó a temblar.
Kaoru se aferró al borde de la mesa y siguió riendo hasta que se le aflojaron las rodillas. Los hombres salieron corriendo de la habitación.
— Kaoru, querida¿estás bien? – le preguntó Kenshin mientras la tomaba del brazo y la ayudaba a enderezarse.
— Me cubrí el vestido rojo porque no quería que nadie pensara que yo no era una dama – logró gritar Kaoru — , y luego, hago volar la pared de la cárcel – se apoyó las manos en el estómago y siguió deslizándose hasta quedar sentada en el suelo — . ¿Tenía el sombrero derecho? – preguntó — . ¿Estaba derecho la noche en que contraté a un boxeador para que nos enseñara sus músculos?
— ¿De qué está hablando? – preguntó Kenshin.
Aoshi comenzaba a sonreír.
— Lo perdiste mientras bailabas – dijo y soltó una carcajada — . ¡Y pensar que aquella noche me había llevado una botella de whisky para no aburrirme! – para cuando terminó de reír, estaba sentado en el suelo junto a Kaoru — . ¡Y la señorita Emily! – exclamó — . ¡Todavía no puedo pasar delante de su confitería sin sonreír!
La risa no permitía que Kaoru pronunciara una sola palabra claramente.
— ¡Y Sanosuke¡fui tan cuidadosa todos estos años! Nunca te conté lo de Kaede ni tantas otras cosas.
Sanosuke, sonriente, la observó y preguntó a Kenshin:
— ¿Sabe qué está diciendo?
Fue Hiko quien contestó.
— Esta damita tan delicada, que tiene apariencia de no hacer otra cosa más que bordar, suele conducir un carro de cuatro caballos ella sola.
— Y puedo guiar uno de doce caballos – agregó Kaoru entre carcajadas.
— Y posee una derecha capaz de tumbar a un muchacho de su mismo tamaño – añadió Kenshin con orgullo — , y también puede abandonar su fiesta de boda para seguir al cabeza hueca de su marido después de que él se ha comportado como un tonto delante de todo el mundo, y también es capaz de pagarle a una amante para que desaparezca de la ciudad y puede gritar cuando... – se detuvo cuando dijo lo último.
Sanosuke observó a Kaoru abrazada a Aoshi, ambos muertos de risa y luego miró a Kenshin, que tenía los ojos clavados en ella con una expresión que era una mezcla de amor y orgullo.
— ¡Y pensar que yo la llamaba princesa de hielo! – murmuró Sano.
Kenshin se volvió, con los pulgares en la cintura de su pantalón, y a afirmó:
— Yo derretí el hielo.
Ahora fueron Sano y Hiko los que estallaron de risa ante el orgullo con que Kenshin había pronunciado esas palabras.
Hiko hizo una señal en dirección a Kaoru.
— Y es mejor que hagas algo con ese trozo de hielo antes de que termine derritiéndose. Creo que no querrás perderla.
Kenshin se inclinó y tomó a Kaoru en sus brazos.
— Nunca dejaré que esta dama se aleje de mi lado.
Kaoru, que seguía muerta de risa, luchó por liberarse mientras su marido la cargaba hacia la escalera.
— No señor – repuso Kenshin — , nada va a separarnos. Ninguna otra mujer. Creo que es por eso por lo que la amo tanto. ¿No es así, Kaoru?
Kaoru lo miró extasiada.
El inclinó la cabeza y le susurró algo al oído para que los demás no lo oyeran.
-Cuando lleguemos arriba me explicarás qué fue esa "demostración muscular" de la que hablabais. ¡Y no comiences a reírte otra vez¡Kaoru!
Fin...
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En fin espero ke le shaya gustado este fics, realmente me diverti mucho adaptando esta novela para ustdes...
Quisiera agradecer a todas las persoans que me han dejado sus reviews... realmente son muy amables conmigo... Aoshmi seshlin, karin koishi, mari, nuki, gabyhyatt, lorena, kaoeri, senfhi, maat sejmet, gisela, kaorudono8, karin himura, sakura-hilary, miara makisan, verito.S, scarlett-anhell, serena tsukino chiba, y en fin a todas las ke han dejado sus comentarios aki... en verdad se les agradece y espero ke sigan dejandome sus mensajes en los demas fics ke tengo...
Prontamente otra nueva historia... Esta vez una trilogia... "tres brujas, que deben romper la maldicion que la akeja, tres veces seran castigadas, hasta uque el circulo se rompa... podran aprender de los errores del pasado y romper la maldicion que destruira la isla donde viven?".
SAludos a las Kazuko RK, espero ke sigan dandome constantemente su animo y apoyo
Beshos a mi hijita... y a la lady ke no me lee mis fics :enojo: en fin espero ke hayan disfrutado este fics.,..
nos veremos a la proximaaaaaaaa
Matta nee...
Ghia...
