HARRY POTTER Y LA ÚLTIMA CUENTA ATRÁS

Advertencia: Este fic contiene slash, que quiere decir relaciones sexuales entre dos hombres, si no te gusta, te ofende, o tu religión te lo prohíbe, por favor, no lo leas. A toda/o el que lo lea por eso precisamente, ¡bienvenidos! Espero que os guste. Contiene datos del quinto libro, lo digo por si no te gusta que te desvelen cosas.

Todos los personajes pertenecen a J.K. Rowling, a su editorial que no me la se y a la Warner, los he tomado prestados por un tiempo para escribir esto y otras cosas, no obtengo ningún beneficio con ello, es decir, lo hago sin ánimo de lucro. Los únicos personajes que me pertenecen son Ayla Marx, Jareth Marx, Alchemilla, los Guerreros de la Tierra y las deidades de los cuatro elementos.

Sin más preámbulos, que ya han sido muchos, comienzo esta historia que espero que disfrutéis.

1- CUANDO LLEGA EL FIN DEL VERANO

Estaba siendo uno de los veranos más duros de Harry, había terminado su sexto curso en Hogwarts, donde apenas había tenido tiempo de pensar, convirtiéndose en un experto del trabajo duro y sin descanso para evitar que su mente vagara llegando a pensamientos que intentaba obviar para que la tristeza no invadiera su corazón. Pero ahora que tenía todo el día para él, sin más trabajo que sus deberes escolares, que por desgracia, duraron menos de lo que usualmente duran, pasaba las horas muertas dándole vueltas a la cabeza, culpándose por no haberse esforzado con la Oclumancia, sólo porque le caía mal Snape, culpándose por ser tan orgulloso, que pensaba que únicamente él estaba en posesión de la verdad.

         ¿Por qué fui tan estúpido?¿Por qué cojones no le hice caso a Hermione cuando me dijo que todo podía ser un engaño?- pensaba tumbado boca arriba en su cama, mirando el techo desconchado, mientras la culpabilidad que sentía por la muerte de Sirius lo flagelaba inmisericorde-  Ha pasado un año, un maldito año ¿por qué me sigue doliendo, como si no hubiera pasado el tiempo?¿por qué tuvo que ser él?¿por qué siempre me acabo quedando solo?- las lágrimas de rabia quemaron sus mejillas y las dejó correr, sabiendo que luchar contra ellas sólo le haría más daño, pero lo que más le dolía, además de la muerte de Sirius, que veía como una broma macabra, sin ton ni son, que a él se le antojaba como la consecuencia de un juego de arrogancia entre su padrino y Lestrange, era la falta de compañía, la soledad que se había impuesto, para que nadie hiciese daño a las personas que aún le importaban. Sabía que Voldemort ya no podía penetrar en su mente, Snape había hecho un gran trabajo enseñándole Oclumancia, aún recordaba el día que armándose de toda su valentía Gryffindor fue al despacho de Snape y le rogó que continuara enseñándole a cerrar su mente, la mirada de profundo desprecio de su profesor aún se colaba en sus pesadillas, pero aún así, era mejor prevenir que más tarde tener que lamentar una pérdida más. No podría soportar una pérdida más.

         No había salido de Privet Drive en todo el verano, la señora Weasley lo había invitado a pasar unos días en La Madriguera, pero él no quiso ir, prefería estar solo, encerrado en su mente, creyendo así que protegía su corazón, porque estar con los Weasley lo desnudaba, lo exponía a sus sentimientos, sabía que lo hacían por su bien, pero le dolía que le preguntaran cada cinco minutos como se sentía, si necesitaba algo o si quería hablar de "ello".

Pasaban los días con la desgana del que le cuesta moverse cuando hace calor, por fin, el día de su cumpleaños llegó, sorprendiendo a todo el mundo siendo un día lluvioso, el más fresco del verano. Se despertó sabiendo que ese año, al igual que el anterior, no tendría ni felicitaciones, ni regalos, quizá una carta de Hogwarts, pero, no, desechó esa pequeña esperanza sacudiendo la cabeza, nadie podía enviarle una lechuza, al final del curso anterior, Dumbledore realizó un hechizo Fidelio sobre la persona de Harry, siendo él el guardián secreto, por lo que ni siquiera Ron o Hermione, que sabían donde estaba su casa, podían ir allí y hablar con él, porque era como si no estuviera.

Se vistió y bajó a desayunar, sus tíos y su primo, tampoco recordaron que día era, ni falta que hacía. Volvió a subir a su cuarto y se tumbó en la cama con un libro sobre animagos, estaba empezando a concentrarse en la lectura cuando se abrió la puerta dando paso a un furibundo tío Vernon, totalmente colorado.

-Ha llegado "esto"-dijo con asco- con el correo, es de TU- puso mucho desprecio en el "tu" para que no hubiera dudas- horrible colegio-lanzó el sobre la cama mientras Harry se incorporaba- Esto…gracias, tío.- Tío Vernon salió del cuarto cerrando la puerta con violencia haciendo temblar el espejo.

Harry se estiró y cogió el sobre, las manos le temblaban de anticipación, al fin, algo, en todo el verano, y el sobre era más grueso de lo habitual, rompió la solapa y sacó el pliego de pergamino, comenzó a leer, era el listado de libros y material necesario para su último curso, así como el billete del Expresso de Hogwarts. Dentro del sobre había un pliego más, lo sacó y desdobló con cuidado, ahogó un grito de sorpresa cuando vio la letra de Dumbledore:

Estimado Harry:

         Primero que nada desearte un muy Feliz Cumpleaños, ya tienes diecisiete, parece mentira que hayas crecido tanto desde que entraste en Hogwarts por primera vez, ahora entrarás por última vez. Diecisiete años, lo que quiere decir que eres un brujo mayor de edad, Harry, ahora puedes hacer magia fuera de la escuela, sólo deseo que actúes con buen criterio y no aterrorices a tu primo, aunque te aconsejo que evites el empleo de la magia, hasta que vuelvas a casa, supongo que imaginas por qué.

Para que puedas coger el Expresso, te hemos reservado una habitación en el Caldero Chorreante el día 31 de Agosto, así podrás llegar por la mañana y adquirir tu material escolar. La habitación está a nombre de Christopher Montgomery, para que nadie pueda saber que eres tú.

Te espero el 1 de Septiembre en Hogwarts.

                            Albus Dumbledore

¿Tanto había cambiado desde que entró en Hogwarts? Se levantó de la cama y  fue hacia el armario, para poder mirarse en el espejo de cuerpo entero. Si, la verdad es que había cambiado bastante, él no se había dado cuenta, pero está claro, se veía todos los días, pero mirando una de las fotos de primer curso y mirando su reflejo actual en el espejo, era obvio que había cambiado.

Ya no era el niño bajito y enclenque que había entrado en Hogwarts vestido con la amplia ropa de su primo, ahora era un chico alto, vale, no tanto como Ron, pero era alto, 1.80 no estaba mal, de hombros anchos, y desde luego no era enclenque, ya fuera por el Quidditch, o por los entrenamientos de técnicas de lucha muggles impartidas por un diligente Kingsley Shacklebott, dos veces por semana durante el último año (kendo, taekondo, karate, boxeo, capoeira, lucha libre, y un poco de técnicas poco ortodoxas), habían obrado milagros con sus piernas, brazos, pectorales, abdominales, y demás musculatura en general.

Por no hablar de su pelo, para disgusto de Tía Petunia y de la señora Weasley, había descubierto que si su pelo crecía, pesaba más, por lo que no se alborotaba, así que ahora, le caía más o menos por debajo de los hombros, y lo llevaba sujeto con un turbante, o con una coleta, las gafas, bueno, llevaba otras nuevas, un poco más de adulto.

Su cara también había cambiado bastante, había perdido esa forma redondeada e infantil, para  volverse más cuadrada su mandíbula y más altos sus pómulos, le gustaba su cara, se pasó la mano por la quijada, si, mañana le tocaba afeitarse, aunque iba en plan más bien grunge (pantalones anchos, camisetas, zapatillas de deporte, el pelo largo, un poco de barba), ya hacía como dos semanas que no se afeitaba, y tampoco era eso. Si, estaba satisfecho de su aspecto.

         El día treinta de agosto, bajó a la sala, Tío Vernon estaba sentado en el sofá mirando un concurso estúpido en la televisión, igual de entusiasmado que Dudley, que había ido a "tomar el te" con sus amigos, cuando miraba los combates de lucha libre, Tía Petunia, observaba la calle entre los visillos mientras con un plumero de esos de colores que anunciaban en la televisión, quitaba el polvo de las innumerables fotos de Dudley ordenadas por edades, Harry, carraspeó, mientras sus tíos se giraban a mirarlo con desagrado.

         - Hmmm, esto… ¿podría utilizar un minuto el teléfono? Por favor.

         - ¿Y se puede saber para qué necesitas el teléfono?-preguntó Tío Vernon, en voz, aparentemente calma.

         - Yo…, necesito pedir un taxi, para ir mañana a Londres, y comprar mis cosas del co…, cosas que necesito este año. Y dormiré allí, así podré ir directamente a King's Cross.

         - Un taxi…- Tío Vernon se retorció el bigote pensativo- Yo llamaré, ¿a qué hora quieres irte?, ¿no puedes irte ahora?

         - Tengo reservada una habitación para dormir mañana, no se, temprano, sobre las ocho de la mañana.

         - Está bien, sube a tu cuarto y no bajes hasta  mañana a las ocho, te estará esperando el taxi.

         - Gracias tío.

         Harry se dio la vuelta y cuando oyó como Tío Vernon marcaba, no pudo evitar sonreír, mientras subía las escaleras, escuchaba a su tío encargar el taxi, iba a volver a casa, por fin, después de todo el verano, muerto de asco en aquella cárcel.

         Ya en su habitación, se dedicó a recoger todas sus cosas y guardarlas en el baúl, limpió la jaula de Hedwig, mientras esta cazaba, cuando ya había terminado, cogió su varita, y la limpió, que falta le hacía, la guardó encima de todas las cosas en el baúl, se puso el pijama y se tumbó en la cama, el sueño lo sorprendió con una sonrisa en los labios, volvía a casa.

         Con el amanecer, unos golpes en su puerta lo despertaron, la puerta se abrió, y vio la figura borrosa de su tía en el quicio de la puerta, cogió sus gafas de la mesilla y se las puso:

-Tía, ¿Qué pasa?

-Nada, yo…-titubeó su tía mientras retorcía el delantal con sus manos- yo solo…solo quería…esto…quería hablar contigo… antes de…de que te fueras- entró en la habitación con pasos pequeños, deteniéndose a medio camino, como pensándolo mejor, al final, respiró hondo, y se acercó a él- Se… que nunca…hemos…que no nos hemos… esto…preocupado mucho por ti,…y que…, vamos…que no…que no te hemos…tratado bien…, Vernon…, bueno…Vernon…no lo entiende, a mi misma no…no me gusta demasiado, pero…tu madre…tu madre…es…era…era mi hermana…mi hermana y…por mal…muy mal -sonrió resoplando como recordando viejas riñas infantiles- que nos llevásemos, era mi hermana, y supongo…supongo que…en el fondo…la quería, y cuando la asesinaron –su voz sonaba metálica, a punto de romperse-...pues todo…cambió y… tú, Harry…eres… su hijo, mi sobrino…mi…responsabilidad, la única parte que…me queda…de mis padres, y …, no se como…decírtelo…pero…ten cuidado……Harry…por favor- con estas palabras Tía Petunia dio media vuelta y salió del cuarto.

Se quedó mirando la puerta totalmente estupefacto, era la primera vez, exceptuando cuando les dijo a sus tíos que Voldemort había vuelto, hacía dos veranos, que su tía le había hablado sin gritarle "No me lo puedo creer, estoy soñando aún", pero las palabras de su tía le habían conmovido, más de lo que podía expresar con palabras, estaba preocupada por él. Sacudió la cabeza, se levantó de la cama y fue al baño, se arregló y bajó a desayunar, Tío Vernon comía, bueno, engullía (para que vamos a mentir, eh?) su desayuno, Tía Petunia le puso un plato delante sin mirarlo a la cara

-Gracias- musitó Harry. Acabó su desayuno y subió a su habitación, hizo la cama y bajó el baúl al recibidor, se sentó en las escaleras, y cuando el reloj de la sala dio las ocho, el claxon de un coche sonó fuera, Harry, metió la cabeza en la cocina:

- Me voy, nos vemos en verano- miró a su tía, que lo miró a los ojos nerviosa, le sonrió con vacilación, y su tía le devolvió una sonrisa trémula.

Arrastró su baúl hasta el maletero del taxi, el taxista lo ayudó a subirlo y cuando se giró para acercarse a la puerta de la casa y cerrarla, vio a Tía Petunia apoyada en la pared, se acercó, puso la mano en el antebrazo de su tía y le dijo:

- Tendré cuidado, te lo prometo, te escribiré una vez al mes para decirte que estoy bien- ella asintió con la cabeza, y cerró la puerta, Harry se metió en el taxi

- A Charing Cross, Londres.

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         Draco Malfoy estaba sentado en un sillón de terciopelo verde en su habitación, mirando por la ventana la clara mañana, llevaba como medio mes en su casa, y ya estaba harto, harto de tener todos los días que repetir hasta la saciedad las directrices de los mortífagos:

- Rendiré pleitesía a mi amo y señor, Lord Voldemort, poniendo mi vida a su único servicio.

- Los muggles deben ser exterminados, al igual que los sangre sucia, que corrompen la especie.

-Conseguiremos el Poder, y si para ello debemos matar, lo haremos sin piedad alguna.

-La misericordia debilita.

-No hay lugar para el lamento.

-El dolor te hace más fuerte.

Y así, día tras día, hora tras hora, antes de desayunar, después, antes de comenzar el entrenamiento, después, durante todo el día, una y otra vez, para grabarlo en su cerebro. A todo ello añadiendo el duro entrenamiento de lucha, lógica, Pociones y Artes Oscuras, donde cada fallo se castigaba con cruciatus, teniendo que aguantar la cólera de su padre porque no avanzaba todo lo rápido que debía, la mirada satisfecha que le dirigía a su entrenador, McNair, el verdugo, cuando lo castigaba, pidiéndole que fuera más duro con él. No podía dormir, apenas podía comer. Estaba física y psicológicamente exhausto, a punto de rendirse a lo evidente, que en Noche Buena se convertiría en Mortífago, a punto de dejar a su mente aceptar las directrices.

Una noche, tras un día especialmente duro, cayó rendido en la hermosa cama, donde se durmió antes de de tocar la almohada.

 De pronto estaba en el jardín de casa, en su bello jardín, tan amado por su madre y por él, caminaba despacio, inmerso en el fresco y dulce aroma de las rosas, hacía calor, mucho calor, se paró frente a la fuente, observando como el agua fluía y salpicaba el estanque, deseando mojarse, mientras el sudor resbalaba por su cuello y por su espalda, cuando unas manos fuertes lo cogieron de la cintura, y lo voltearon despacio, mientras acariciaban sus brazos y unos labios suaves, dulces, lo besaban en una mezcla de ternura y pasión, subió las manos por los costados, acariciando la espalda ancha, por encima de una camiseta de algodón, los brazos fuertes y densos, con los bíceps marcados, la quijada levemente áspera de la barba, el torso potente y hercúleo contra el que se apretaba, el trasero firme y redondo bajo los vaqueros, rindiéndose al olor, salvaje, almizcleño, fuerte, atrayente, cargado de hormonas que lo llamaban, que gritaban que se diera por vencido aquella noche, que dejara de luchar contra lo que le pedían sus entrañas.

 Una mano grande se cerró sobre sus testículos, notaba como el miembro palpitante del hombre apretaba su pierna, jadeó, no podía más, esta vez no quería despertarse, estaba demasiado excitado, quería que aquel hombre desconocido, pero a la vez tan familiar, lo poseyera, que lo montara como a un caballo salvaje por domar. Unos dedos largos desabrocharon sus pantalones y los bajaron, terminó de quitárselos a puntapiés, su amante se arrodilló y con los dientes le bajó los boxers, mientras acariciaba su trasero, no podía dejar de gemir, de jadear, uno de esos dedos que lo mortificaban, acarició sugerente su pene, mientras este se erguía, se estaba rindiendo, y no le importaba, sintió que una humedad cálida lo cubría, una humedad acariciante, pulsante, de adelante a atrás; el sudor corría por su espalda empapando la fina camisa de seda del pijama, mientras se le hundía el corazón y le temblaban las piernas, el estómago le daba saltos, y sentía el cuerpo alerta, con los nervios de punta, más tenso que nunca y más relajado que nunca al mismo tiempo, le costaba respirar, estaba llegando al límite, con un grito alcanzó el clímax derramándose en la boca de su compañero.

El chico besó el glande y trazó un camino de húmedos besos hasta su boca, que lo recibió hambriento, le arrancó los vaqueros en un intento de tenerlo más cerca, y las manos fuertes lo giraron mientras unos dedos intentaban abrirlo al tiempo que una mano experta acariciaba sus testículos, excitándolo de nuevo, los fuertes brazos lo elevaron y abrieron sus piernas, el adonis se sentó en el suelo, con él  en brazos y lo colocó justo encima de la cabeza de su pene rígido, lo fue bajando poco a poco, con los brazos en tensión, al tiempo que lo penetraba con toda la delicadeza que era posible, sintió algo extraño, uniéndose dolor y placer, algo que tocaba dentro suyo un punto que lo volvía loco, no quería parar, no podía parar.

Se despertó sudoroso, y MUY excitado, las sábanas de raso estaban manchadas, ¿qué coño había pasado? Llevaba meses soñando con aquel tipo, ¿quién era?¿por qué lo excitaba así? Siempre se había aguantado y cuando la cosa comenzaba a ponerse húmeda, se había obligado a despertarse, aunque poco a poco había ido claudicando, primero las caricias, y luego los besos, pero nunca había llegado tan lejos- se horrorizó- eso significaba, que quizá, después de todo, quizá si fuera…- No!!!!-gritó- no soy gay- "¿Estás seguro?"- susurró una voz en su cabeza- "Que recuerdes, nunca has soñado con una chica, siempre es un hombre, y te ha gustado, reconócelo"- Oh, mierda!-se abrazó las rodillas-yo no, por favor, lo que me faltaba.  

Sabía perfectamente lo que pensaba su gente de la homosexualidad, era casi tan asqueroso como ser muggle, o sangre sucia, tenía la certeza de que si se sabía, no lo matarían, pero lo encerrarían de por vida, como si tuviera una enfermedad contagiosa. Se sintió asqueado de si mismo, sucio, incapaz de pensar o de luchar, en su mente no cabían directrices estúpidas ni entrenamientos, únicamente cabía un pensamiento que lo asfixiaba, que lo mortificaba-"¿estoy enfermo?, no me siento enfermo. ¿Qué me está pasando?"- Pasaba los días intentando convencerse de que no era cierto, de que no se sentía atraído por los hombres, de que era un chico de Sangre Pura normal, intentando fingir que no le ocurría nada, mientras no era capaz de concentrarse en las putas y malditas directrices, recibiendo un Crucio tras otro.

Cuando llegaba la noche, se acostaba en su cama convencido de que no podía ser homosexual, que todo era algo que se le había metido en la cabeza, pero cada noche, tan pronto como lo vencía el sueño, el hombre volvía a aparecer para hacerlo temblar, para volver a implantar las dudas en su cerebro. Pronto empezó a temer dormirse, pasaba las noches en vela en su sillón, mirando el jardín, o leyendo alguno de los libros que le había cogido a su madre.

Draco había salido a su madre, si no físicamente, que en eso había salido a Lucius, si era como su madre en lo demás, orgulloso, obstinado, audaz, engreído, pero no era malo, sólo tenía miedo de que le hicieran daño, era sensible, amante del arte, de la lectura, de los pequeños placeres, un niño cariñoso que no había recibido mucho cariño, obligado a forjarse una coraza de frialdad para que no pudieran romperlo en mil pedazos. Draco Malfoy era un joven de diecisiete años perdido sus sentimientos, asustado de ellos, y solitario, porque aunque rodeado de gente, él sabía que en el fondo estaba solo, y que a la hora de la verdad, sus "amigos", le darían la espalda.

Draco creía en la pureza de la sangre, pero le horrorizaba tener que matar a alguien, en un principio no, solo oía hablar a su padre de limpieza y de ralea, y estaba convencido de que era lo correcto, luego, en cuarto, vio a Cedric Diggory muerto, y supo que Voldemort lo había matado, que su padre apoyaba aquello, la muerte de los inocentes, y algo se rompió en su mente. Eso no estaba bien, una cosa era acabar con aquellos que quieren acabar contigo, con la mala gente, pero, ¿los inocentes? ¿Qué había hecho Diggory? Sólo se había cruzado en su camino. Su concepto del Bien y el Mal, cambió ese verano, cuando un padre eufórico, anunció que Voldemort había regresado y que él comenzaría su entrenamiento cuanto antes.

Y el calvario comenzó, dos veranos enteros de dolor, luego durante quinto, tuvo el placer de poder hacerle la vida imposible a Potter, él no iba a burlarse de él ni de su familia, durante el curso, olvidó lo que había llegado a odiar la causa de su padre durante el verano, y volvió a casa lleno de ganas de continuar con su entrenamiento. Entonces conoció a Voldemort, que lo interrogó acerca de Potter, que lo amenazó con matarlo si no se lo entregaba cuando fuera Mortífago, que esperaba de él un leal servicio, etc….

Sexto comenzó, y fue un año triste, su padre estaba en la cárcel, pero los hilos trazados, durante tanto tiempo se movieron y salió antes de lo previsto, pero estaba más nervioso que de costumbre, tuvo que vigilar a Potter de cerca e informar diariamente de sus movimientos, sólo su madre le servía de consuelo, le daba algo del cariño que necesitaba, y le decía que estaba orgullosa de él.

Y ahora estaba en las últimas de su entrenamiento, y cansado de fingir, aterrorizado, pero más decidido que nunca, se dirigió al despacho de Lucius, respiró hondo y tocó la puerta con los nudillos.

-Adelante- entró en la estancia, un despacho luminoso, bellamente decorado, su padre estaba tras una mesa, vestido con una túnica de terciopelo verde oscuro, con su largo pelo recogido en una trenza, leyendo un libro de dudosa legalidad, levantó la vista cuando su hijo entró en la estancia y lo miró a los ojos, haciéndole una seña para que se sentase frente a él.

-Padre- dijo Draco intentando sonar seguro, rehusando a sentarse- Quería hablar con usted, sobre mi entrenamiento.

- No estás avanzando tanto como deberías, el Señor Oscuro no está contento con tus progresos, me estás dejando en ridículo- contestó su padre áspero.

- No quiero continuar con el entrenamiento, padre.-tembló Draco

-¡¡¡¡¿¿¿C"MO???!!!!- gritó Lucius, levantándose y rodeando el escritorio acercándose a él.

- Yo no le rindo cuentas a nadie, padre, no quiero servir a Voldemort- terminó con velocidad.

- Espero, Draco, que no estés hablando en serio, más te vale, es tu deber, has nacido para ello.

-Yo no he nacido para esto, no me condene de por vida, padre.-susurró, se estaba enfadando.

- Si, Draco, no te confundas, fue el Señor Oscuro quien me incitó a tener un niño, si no hubiera sido porque era Su deseo, tú no estarías aquí. Has nacido para servirle y lo harás, Draco, vaya si lo harás.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡Estoy harto de todo esto, harto de tener que hacer lo que ustedes creen que es lo correcto, de la muerte, del dolor, de Harry Potter, estoy harto de toda esta mierda, de toda TÚ mierda!!!!!!!!!!

Lucius levantó la varita y le infligió el peor castigo de su vida, que lo dejó tirado en el suelo, tembloroso, sudando y llorando en silencio, mudo de dolor, incapaz de moverse. Un alarido desgarró el tenso silencio, Lucius se giró, en la puerta estaba Narcissa que al oír los gritos de la discusión había corrido allí, par tratar de impedir lo inevitable, su marido le dirigió una mirada de desprecio y salió de la habitación.

Su madre se acercó a él, y lo levantó del suelo, lo llevó al cuarto de baño de Draco, lo metió en la bañera y cuidó de su maltratado cuerpo, lo consoló y arrulló hasta que se tranquilizó, mientras sus propias lágrimas se mezclaban con las gotas de agua. Le dio una sopa caliente y lo acostó, luego le cantó mientras le acariciaba el pelo, hasta que se durmió.

A la mañana siguiente, Draco despertó entumecido, vio a su madre en un sillón a su lado, mirándolo preocupada, con la mirada turbia de dolor, había estado toda la noche llorando.

-Draco, cielo- se acercó a él y se sentó a su lado, cogiéndole la mano- Creo que… que sería mejor si te fueras, sin decir nada, aquí no puedes seguir, cariño- secó las lágrimas de las mejillas de su hijo que negaba con la cabeza- No llores tesoro, es mejor que te vayas, sin decir nada, mi vida, si no, él tendrá que darle explicaciones al Señor Oscuro de por qué no te unes a ellos, y entonces…-a Narcissa se le quebró la voz, mientras sus propias lágrimas rodaban por sus mejillas- Vete, Draco, por el bien de todos, yo cuidaré de ti. Vete- abrazó a su hijo, todavía era el niño pequeño que había mimado, besó su pelo y salió de la habitación.

Draco tembló y asintió- "Si, será lo mejor"