2-EN EL CALDERO CHORREANTE
Harry abrió los ojos, observando una desenfocada oscuridad que no le sonaba nada, palpó a su izquierda donde estaba su mesilla de noche, para buscar sus gafas, pero sólo encontró una extensión de sábanas de hilo, y una colcha de punto. Buscó entonces por su derecha, sus dedos tocaron el borde frío de las gafas, que se puso de inmediato, reconociendo la habitación color teja en la que había dormido. Recordando con un bostezo que no estaba ya en Privet Drive, sino en el Caldero Chorreante.
Había llegado el día anterior, más o menos a la hora de comer. Tras bajar del taxi, y descargar sus cosas, le pagó al buen hombre y entró en el desapercibido local dónde el desdentado tabernero lo saludó con afecto:
- ¡Buenas tardes! Tengo reservada una habitación para hoy, soy Christopher Montgomery- dijo, rezando para que el hombre lo creyera.
- Ah! Sí, Dumbledore me dijo que vendrías- le tendió una llave-Ven, es la misma de la última vez, la once, pensé que te haría gracia.
- Vaya, gracias- sonrió en respuesta a la sonrisa del viejo, al que siguió por las escaleras mientras pronunciaba ¡Baúl locomotor!, y dirigía el baúl delante de él hacia la habitación. Era antigua, pero bastante acogedora. Austera y sencilla, pero tenía baño propio.
El tabernero lo dejó mientras él se vestía de mago y se refrescaba. Bajó y pidió el almuerzo mientras se sentaba en la mesa.
Después de comer un sabroso guiso de verduras y un pedazo de calabaza asada, se levantó y salió al patio trasero de la taberna, golpeó el tercer ladrillo a la izquierda con la varita y esperó a que se abriera la entrada que le permitiría acceder al Callejón Diagon, una vez dentro se dirigió a Gringotts, sacó dinero para pasar todo el año sin problemas, y vagabundeó de tienda en tienda comprando el material que necesitaba para el curso, y ya que estaba, pasó por la tienda de los Weasley.
Se trataba de un pequeño local, abarrotado desde suelo hasta techo con artículos de broma, realmente Zonko no era rival para Sortilegios Weasley. Tras un pequeño mostrador totalmente ocupado por una caja registradora, se encontraba uno de los gemelos, bastante más mayor de lo que Harry recordaba, inclinado sobre un pergamino, con aspecto concentrado. El sonido de la puerta al cerrarse, le hizo levantar la vista.
- ¡¡HARRY!! ¡¡GEORGE!!, ¡¡mira!!, ¡¡ha venido Harry!!- exclamó mientras rodeaba el mostrador y se abalanzaba sobre él, abrazándolo, dándole fuertes palmadas en la espalda, su hermano salió del almacén y una ancha sonrisa iluminó su cara
- Cuanto tiempo sin verte, te hemos echado de menos en La Madriguera este verano.
- ¿Cómo estás? Mamá estaba preocupada por si no te daban bien de comer, pero… Harry. ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te dan de comer los muggles, tío? ¿¡Fertilizante de dragón!?
Harry rió ante aquella reacción, hacía mucho que no veía a los gemelos, y la última vez fue en las vacaciones de verano del año anterior.
- Pues no, pero como Dudley ya no está a dieta y tienen miedo a Ojoloco…Yo también me alegro de veros, el negocio va bien, por lo que veo. ¿Cómo estáis todos?
-No nos podemos quejar, con lo que ganamos en la tienda, en casa vamos un poco más desahogados, así que genial. Ron ha estado trabajando aquí este verano, esperaba que cualquier día entraras por la puerta, y justo hoy que no viene, apareces.
- Bueno, no he podido venir antes. Ya sabéis, seguridad.
- ¿No estás harto, Harry?- preguntó Fred- Si yo estuviera en tu lugar…No sé, pero... ¿no te cansas?
- Sí, pero no es solo por mi, hay veces en que tengo ganas de tirarlo todo por la borda, de… dejarlo correr, pero ha muerto demasiada gente, no es solo mi vida la que está en juego- Se calló abruptamente, Fred y George lo miraban con ¿pena? Y él no quería eso, era lo último que quería, que sintieran conmiseración por él. El mundo mágico estaba en sus manos, no podía jugar con ello, lo había aprendido cuando murió Sirius, había madurado a la fuerza, el peso de la responsabilidad le oprimía el pecho. No podía fallar, si él fallaba…no quería pensar en eso.
- Bueno, ¿una cerveza de mantequilla, Harry?- ofreció George, dándose cuenta de que habían tocado un punto delicado.
- Vale, llevo todo el verano deseando tomarme una.
Se tomaron las bebidas mientras hablaban de Quidditch, había grandes noticias, Wood había fichado por la Selección de Irlanda como guardián, y había invitado a todo el antiguo equipo al primer partido que iba a jugar, sería en primavera.
Harry se alegró, quizás algún día, él también ficharía por la Selección de Inglaterra, por lo pronto era capitán en la escuela, y podía enorgullecerse de sólo haber perdido un partido. El Quidditch llenaba a Harry más de lo que era capaz de expresar, le hacía sentirse vivo, libre de preocupaciones, volar le hacía feliz, realmente era lo único que le apetecía hacer en su vida, jugar al Quidditch.
Quizá por ello, cuando le llegaron las notas de sus TIMOS, con la noticia de que no estudiaría Pociones en los cursos que le quedaban, porque aunque no había suspendido, no llegaba al Extraordinario que exigía Snape, no sintió desfallecer su ilusión, no sería Auror, pero viendo a Ojoloco Moody, tampoco le parecía tan mala noticia.
Se despidió de los gemelos y continuó sus compras por el Callejón Diagon. Cuando anocheció, entro en el Caldero Chorreante, dejó sus compras en la habitación y bajo a cenar. Le deprimía comer solo, odiaba sentarse solo en una mesa, con el plato de comida delante, pero no podía hacer nada, estaba solo. Terminó su asado de cordero con patatas fritas, su zumo de calabaza y el pastel de chocolate del postre.
Subió por las estrechas escaleras hasta su habitación, y tras lavarse los dientes, su desnudó y se metió en la cama sólo con los boxers. Sus párpados se cerraron lentamente y se quedó dormido antes de que hubiera podido decir "Buenas Noches".
Se levantó de la cama de un salto. Volvía a Hogwarts. A casa, era lo que había estado esperando desde que salió de allí el año anterior. Sabía que no iba a ser fácil, que no dormiría mucho, y que cuando terminara, no tenía ni idea de que haría, pero ansiaba volver. Se metió en la ducha y abrió el grifo, el agua fría mojó su piel, con un grito, cogió el bote de gel que había en la repisa y se enjabonó, lavándose la cabeza. Ducharse con agua fría se había convertido en una costumbre para poder despertarse por las mañanas, ya que como se acostaba tarde, siempre tenía sueño.
Salió de la ducha y con una toalla enrollada en la cintura se afeitó frente al espejo, quería estar guapo para su primer día. Se puso unos vaqueros no demasiado anchos, pero si con bastantes agujeros y una camiseta negra con un dibujo tribal en plateado en la espalda de manga corta encima de una blanca de manga larga, se cepilló el pelo aún mojado y lo dejó caer a su libre albedrío.
Guardó todas sus compras en el baúl, y metió a Hedwig en la jaula, lo sacó a la puerta de la habitación, y repasando que no se le olvidara nada, metió su varita en el bolsillo trasero del pantalón, sonriendo al pensar lo que habría dicho Moody, y bajó a desayunar. Tomó asiento en la mesa en la que había cenado el día anterior, y esperó a que le trajeran el desayuno ojeando El Profeta. No decían nada importante, la ausencia de noticias siempre era una buena noticia, o quizá la calma que precedía a la tormenta, realmente no estaba seguro y suspiró con fastidio.
Se acercó Tom, el tabernero, con el desayuno, Harry levantó la vista, y vio, con gran sorpresa a Draco Malfoy, bastante más delgado que cuando habían dejado el colegio, con los hombros caídos, conservando aún así la familiar postura arrogante a la que había acostumbrado a todo el que lo conocía, que entró en el comedor por la puerta de acceso a las habitaciones, ¿había dormido allí? ¿Solo? Malfoy en el Caldero Chorreante, en aquel lugar barato y bastante humilde, Harry pensaba que ya nada podría sorprenderlo, pero aquello…. Lo vio sentarse en una mesa de espaldas a él y hundir la cabeza entre los brazos, sujetándola con las manos. Cuando le sirvieron el desayuno, estuvo removiendo la comida, rompiendo en trozos pequeños el croissant, y bebiendo de un largo trago el zumo de calabaza. Se levantó y despareció por la misma puerta por la que había entrado.
"Qué extraño"- pensó Harry, se encogió de hombros y se dedicó a dar buena cuanta del desayuno, él si tenía hambre. Charló un rato con el tabernero, recogió su equipaje y tras pagar, salió. Le dio el alto a un taxi que pasaba, y haciendo caso omiso de la cara del taxista por Hedwig, le indicó que lo llevara a King's Cross.
Una vez allí entró en el andén pasando a través de la pared, y saludó a algunos de sus compañeros. Iba a subir al tren cuando oyó una voz familiar tras él.
- ¡¡HARRY!!- Hermione se acercó corriendo con Ron, cuando llegaron hasta él, se frenaron en seco y se abrazaron los tres, Harry los apretó con los brazos, intentando fundirse con ellos, su corazón latía con fuerza, alegre. Hermione y Ron eran su familia, donde estuvieran ellos era el lugar donde quería estar, tener la certeza de que ellos estaban a salvo era lo único que le dejaba dormir por las noches. Volver a verlos había sido como volver a casa.
- Cuanto os he echado de menos- dijo Harry sin soltarlos.
- Nosotros a ti también, compañero- Ron le revolvió el pelo, sonriéndole.
- Harry, cielo, ¿Cómo estás?- le dijo la señora Weasley dándole un beso en la mejilla cuando por fin se soltaron- ¿Qué has hecho con tu pelo?- la mueca de disgusto lo hizo sonreir, ella se alejó un poco para observarlo con ojo clínico.
- Así no se me alborota, es más práctico.
- Y esos pantalones, cariño. ¿No tenías otros?- lo miró con cara de pena, pensando que los Dursley le habían dado lo más roto que tenían- Cuando llegues al colegio, me los mandas con Hedwig, y te los zurciré.
-Son así, señora Weasley, me los compré yo, pero gracias, de todos modos- comentó Harry divertido, sabía que ella no aprobaba su forma de vestir, y le hacía gracia que le hablara como a Bill.
- Todos llenos de agujeros- farfulló- la juventud está cada vez más loca.
- Déjalo mamá, está genial- protestó Ginny, que sonrió a Harry, guiñándole un ojo.
El tren silbó alegremente, y tuvieron que despedirse, subieron y asomándose a la ventana, dijeron adiós a la señora Weasley mientras el tren comenzaba a moverse.
- Vamos a buscar un compartimento tranquilo, hay muchas cosas de que hablar- comentó Hermione, se dirigieron al final del tren y Ron abrió la puerta de uno que les pareció que estaba vacío. Metieron los baúles y se sentaron.
- Bueno, Harry, ¿Qué has hecho este verano?- preguntó Hermione sentándose a su lado, poniéndole la mano en la pierna, Harry la miró, acariciando a Crookshanks, que se había sentado en su regazo, viendo como por primera vez cuanto había cambiado su amiga, convirtiéndose en la incondicional presencia en su vida, en el apoyo silencioso, en la infinita comprensión de sus actos, en la voz de su conciencia. ¿Qué haría si algún día no estaba Hermione?
- Eso, cuenta que no hemos sabido nada de ti- Ron se sentó enfrente, apoyado en la pared, con los pies sobre el asiento.
- Bueno, pues…- comenzó Harry cuando se abrió la puerta del compartimento y entró Neville seguido de Ginny y Luna.
-¡Hola!- saludó Neville- ¿Qué tal el verano?, íbamos a sentarnos ahí al lado, pero estaba ocupado.
- Si, por Malfoy- dijo Ginny- solo y dormido. No hemos querido molestar.
- ¡Malfoy!- exclamó Harry, la cosa se estaba volviendo interesante. ¿Por qué Malfoy, el adorado de Slytherin siempre rodeado de su séquito, estaba solo en el Caldero Chorreante, y sólo en el tren, cuando todos sus amigos estaban delante? Hasta cuando no hacía ni decía nada, Malfoy se las arreglaba para sacarlo de sus casillas, sabía que pondría toda su energía en enterarse de que le ocurría. No podría decir por qué, pero siempre le había interesado lo que había detrás de la fría fachada del rubio, tenía la corazonada de que no era lo que parecía, que todo lo que hacía, lo hacía como representando un papel. Le picaba la curiosidad. ¿Qué pensaría Malfoy en realidad de las cosas? Estaba seguro de que no lo que quería que todo el mundo creyera que pensaba.
- Aja, y está muy raro, flaco y ojeroso. Lástima. Con lo mono que es- comentó Luna distraída.
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Salió de la mansión con su baúl reducido en el bolsillo de la túnica y se apareció en el Caldero Chorreante, pidió una habitación y subió a ella, devolviendo a su equipaje su tamaño real. Nadie sabía donde estaba, pensó mirando la habitación que ahora tenía por hogar, ni siquiera su madre. Se había ido sin despedirse, se llevó inconscientemente una mano al corazón, le dolía, y sabía que nunca podría volver, se dejó caer en la cama. Quizá no volvería a verla.
Tenía la sensación de que las paredes de la habitación se le caían encima, apenas era consciente de lo que acababa de hacer. Había huido, renunciado a todo lo que había tenido siempre, por orgullo, por no vivir en una mentira, en un mundo de ilusión, donde de puertas para fuera se actuaba y de puertas para dentro se sufría. Pero su madre… su madre siempre había sido un refugio, un lugar al que siempre podía volver, unos brazos que siempre lo abrazarían, una voz que le hablaría con cariño, unos labios que besarían su frente cuando estuviera enfermo. Y había perdido todo eso.
Sintió la necesidad de salir corriendo de allí. Sin mirar nada, bajó las escaleras y salió por una puerta. Corrió por la calle hasta que le costó respirar, el aire entraba caliente y seco en sus pulmones, haciéndole daño, la boca le sabía a metal, sentía pinchazos en el costado, el corazón le latía desbocado. Se paró con las manos en las rodillas, hasta que recuperó el aliento, y miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? Aquello no le sonaba de nada, los coches pasaban a alta velocidad por la calle, escaparates de tiendas con cosas extrañas dentro, anuncios luminosos, la gente iba vestida… Un momento…¡¡¡ESTABA EN EL LONDRES MUGGLE!!!!
Se había perdido. Se dio cuenta con horror que no sabía por donde había venido, ni donde quedaba el Caldero Chorreante. Al final de la calle, vislumbró un parque, caminó hacia allí, los niños jugaban en los columpios mientras las madres charlaban en los bancos, se sentó en el césped, con las piernas cruzada, mientras cogía briznas de hierba entre los dedos desmenuzándolas. Un niño pequeño, de unos tres años, rubio, trotaba detrás de un perro, tropezó con una piedra y se cayó, rompiendo a llorar. La madre, una mujer alta, rubia también, se levantó del banco, y avanzó hasta él. Se agachó a su lado y lo cogió en brazos, se quedó allí con él, hasta que el pequeño dejó de sollozar, ella le decía cosas que Draco no podía oír. Le recordó tanto a su madre, cuando él era pequeño….
Notó un dolor en la garganta, como un nudo que no le dejaba tragar, las lágrimas luchando por salir, le escocían los ojos, pero no se permitiría llorar, no iba a llorar. Respiró hondo y cerró los ojos con fuerza. Se levantó y trató de recordar cómo se llamaba la calle muggle en la que estaba el Caldero Chorreante- "Charity Cross…no, pero algo parecido, Charing Cross, eso era, sí"- se acercó a la madre del niño que se había caído.
-Perdone- estaba nervioso, nunca había hablado con un muggle- ¿Podría decirme como llegar a Charing Cross? – la mujer lo miró con sorpresa, recordó que llevaba su túnica de mago, el niño lo miraba con curiosidad parapetado tras las piernas de su madre.
- Si, está a tres manzanas. Si vas por esta calle recto- le señaló la calle por la que él había llegado al parque- gira a la izquierda por la tercera bocacalle, luego sigues recto dos manzanas, tuerces a la derecha por una calle en la que hay una tienda de golosinas, todo recto por esa, cruza una calle bastante ancha, y la calle que tienes enfrente es Charing Cross, ¿vale?- la mujer le sonrió, él intentó responderle de igual modo, pero casi no recordaba como sonreir.
- Si, muchas gracias señora- caminó en la dirección que ella le había dicho, y siguiendo sus pasos llegó. Entró allí y viendo que aún era pronto, subió a su habitación, cogió algo de dinero y la lista del material de Hogwarts, y salió al familiar Callejón Diagon, hacía tiempo que no iba por allí, generalmente su madre se encargaba de comprar todas sus cosas. Iba fijándose en las tiendas cuando vio algo que le llamó la atención: ¿Sortilegios Weasley?, ¿desde cuando los Weasley tenían una tienda? De artículos de broma, entonces era de los gemelos, se asomó a través del cristal del escaparate y pudo ver a Ron tras el mostrador mientras cobraba algo que parecían cajas de galletas. Un pensamiento malévolo cruzó su mente "disfruta Comadreja, pocas veces tendrás en tus manos esa cantidad de dinero". Sin embargo era él quien debía tener cuidado con el dinero ahora, tenía una cámara propia en Gringotts, que le había abierto su madre en secreto, para que pasara lo que pasara no se quedara en la calle sin nada, pero allí no había tanto dinero como para derrochar a manos llenas. Tendría suficiente, y podía seguir permitiéndose lo mejor, pero…, debía hacerlo durar, que a partir de ahora, era él quien lo iba a pagar todo.
Con un nuevo peso en el estómago, añadido al de estar lejos de casa, solo, al de saber que su padre haría lo indecible para castigarlo si se lo encontraba, y al de su recién descubierta sexualidad, caminó de tienda en tienda comprando lo que necesitaba. Daban las nueve de la noche cuando volvió al Caldero Chorreante, saludó con una inclinación de la cabeza al dueño, y subió a su habitación sin cenar, no había comido nada en todo el día, pero se sentía incapaz de hacerlo.
Guardó sus compras y se desnudó, se acostó en la cama, tan distinta a la que tenía en casa… Era temprano, pero lo único que quería era dejar de estar despierto, consciente, intentando buscar el fin a su pesadilla. Morir o dormir, daba igual, allí tumbado se dio cuenta de que la única forma de sobrevivir era continuar con la vida de farsa que había llevado, por aquello por lo que se había ido, que lo importante era actuar como si todo siguiera igual. Y en sueños encontró el sentido del olvido, la verdad que escondía la mentira de estar vivo.
Pasó casi un mes en el Caldero Chorreante. Durante el día paseaba por el Londres muggle, le relajaba, volvía al Callejón Diagon por la tarde y se encerraba temprano en su habitación, cada dos días más o menos, su estómago se quejaba y exigía alimento, así que o comía o cenaba allí, pero nunca desayunaba, no podía meterse nada en el cuerpo tan temprano, no después de estar todo el día intentado convencerse de que no le gustaban los hombres, y cuando creía que todo había sido un mal sueño, se dormía, y su subconsciente le revelaba la verdad. Por eso apenas dormía, vagaba durante el día como un espectro de lo que había sido.
Una mañana, se miró al espejo, y su orgullo pudo más que su indolencia, al fin y al cabo era un Malfoy. Se reprendió a si mismo por no dormir lo suficiente y por comer menos de la cuenta al ver su cara más delgada y ojerosa de lo que podía considerarse bello, y se obligó a comer al menos una vez al día, por más esfuerzo que le costara y se marchó al Callejón Diagon a comprar un surtido de pociones para dormir sin sueños, haciendo por vanidad lo que nunca haría por salud. Cada día, tras cenar temprano en algún bar del callejón, volvía al Caldero Chorreante, se tomaba la poción y dormía hasta la mañana siguiente.
Poco a poco, las semanas pasaban, los días venían y se iban, y se encontró con que era 31 de agosto, y que al día siguiente volvería a Hogwarts. Tenía ganas de volver, de tener tanto que estudiar que no pudiera pensar en otra cosa, de estar tan cansado al final del día que no necesitase poción para dormir. Odiaba tener que tomarla, depender de algo, pero de momento, la necesitaba. Porque pese a que su dilema interior lo tuviese agotado, era incapaz de acostarse y cerrar los ojos, ya que sabía lo que le mostrarían sus sueños, y no quería verlo. Le desconcertaba demasiado.
Esa última noche, no pudo dormir, poción incluida, así que tras dos horas de dar vueltas en la cama, se levantó y preparó su baúl, metió los libros ocupando el fondo del baúl, luego la ropa pulcramente doblada, y encima pergaminos y plumas. En su caldero, metió su surtido de Pociones y las botellas de tinta. Hasta que no quedó todo perfectamente encajado no se dio por satisfecho, realmente adoraba el orden. Se sentó en el alfeizar de la ventana que daba a la calle muggle. Mientras observaba los coches pasar, se dio cuenta de cómo el temor puede engendrar el odio, porque era eso lo que ocurría con los Sangre Pura, tanto temían a los muggles, que escondían ese miedo en un odio visceral, o al menos así sería al principio.
Había descubierto que tampoco se diferenciaban tanto de ellos y afianzó su teoría que el hecho de que no pudieran hacer magia no los convertía en algo despreciable. Desde luego que eran distintos, eso nadie podía negarlo, pero se parecían más de lo que a muchos de sus amigos les hubiera gustado admitir, quizá por eso los atacaban… Sus amigos, ellos estarían preparándose para ser mortífagos, muchas cosas iban a cambiar en su vida, demasiadas…no sabía si sería capaz de continuar con la farsa que estaba siendo su vida.
Cuando el reloj de una iglesia cercana dio las cuatro de la madrugada, decidió acostarse, aunque no durmiera, por lo menos esperaría el día tumbado. No tenía fuerza ni física ni moral para seguir en pie, dando vueltas en aquella habitación, como un león enjaulado, "como un león"- pensó-"eso nunca". Posiblemente, acabó por quedarse dormido, ya que un grito en la habitación contigua lo despertó.
Frotándose los ojos, se levantó, se metió en la ducha y permaneció bajo el chorro hasta que le hormigueó la nuca, cerró el grifo y se enjabonó, lavando con cuidado su pelo. Primero champú, lo dejó actuar unos cinco minutos mientras se lavaba el resto del cuerpo; después se enjuagó con agua tibia hasta que eliminó todo rastro de jabón; siguió con el acondicionador hidratante, que también dejó reposar mientras trataba su cara con un jabón especial "no hay nada peor que una cara con granos"- recitó. Volvió a enjuagarse exhaustivamente y finalmente aplicó su mascarilla, que cómo no, dejó reposar mientras limpiaba sus uñas. Por tercera vez enjuagó su pelo con agua tibia, y abrió de golpe el agua fría, ya que así le quedaría el pelo brillante "Antes muerto que sencillo".
Salió de la ducha y se secó, escogió con cuidado la ropa que iba a ponerse, no iba a ser ropa de mago, desde que llegó se había estado vistiendo con ropa muggle, y se sentía cómodo. Así que escogió un pantalón negro de algodón, camisa de hilo blanca y jersey de cuello de pico negro, se puso su cinturón favorito, de cuero con la hebilla plateada y los zapatos con cordones negros. Se miró al espejo, se peinó haciéndose cuidadosamente la raya a un lado, dejando que el pelo se secase solo. Suspiró hondo, quitando las ojeras y que estaba más delgado que cuando había dejado Hogwarts, nadie diría que pasaba por un mal momento "desde luego, porque no es que sea malo, es que es horrible"
Empequeñeció el baúl y lo guardó en un bolsillo del pantalón, deslizó su varita dentro de la manga, como les había enseñado a hacer el Profesor Snape y bajó a desayunar. Cuando entró en el bar, lo sorprendió la visión de Potter leyendo el diario, pero un Potter muy diferente al que recordaba, este era más grande, con el pelo más largo y mejor vestido, e indudablemente, mucho más atractivo de lo que recordaba.
Ese pensamiento esfumó el escaso buen humor que le habían brindado las tres horas de sueño que había tenido y la satisfacción de haberse arreglado perfectamente. Se sentó en una mesa y hundió la cabeza entre los brazos, ver a Potter le recordó lo que sería realmente el curso, 9 meses de fingir que todo estaba bien, 9 meses de mentiras, pasar las vacaciones de Navidad y Pascua en Hogwarts porque no podía volver a casa. Y después de esos 9 meses, ¿dónde iría? ¿de qué viviría? Pensaba mientras revolvía la comida y jugaba con ella. Se le agrandó el nudo de la garganta y se le hundió el corazón, bebió el zumo de calabaza de un trago, dejó el dinero de su estancia en una bolsita de cuero encima de la mesa, se levantó y salió del comedor.
Se apareció en uno de los baños de King's Cross, el olor acre le dio arcadas, abrió la puerta y aguantando la respiración salió de allí y anduvo hacia el andén 9 y ¾. Aún no había casi nadie, subió al tren y fue directo hacia el último compartimento, sacó su baúl y lo devolvió a su tamaño, cogió el uniforme del colegio y se cambió. La última poción para dormir que le quedaba brilló encima de su pijama, oyendo los comentarios alegres de aquellos que subían al tren, decidió que no tenía ganas de hablar con nadie ni de ver a nadie, cogió la poción y se la tomó. Cerró el baúl notando los efectos de la poción, se recostó en uno de los asientos y cerró los ojos, ya se despertaría al llegar a Hogwarts.
